II. EL DESIERTO DE FUEGO
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Fue el calor lo que le despertó, el agobiante e insoportable calor. Kevin había estado tan agotado el día anterior que había dormido durante toda la noche de un tirón, casi tan cómodo como si hubiese estado en su propia cama. Pero ahora, sudando bajo aquella cobertura de arena, le vinieron de golpe a la cabeza todos los males que había padecido en aquel desierto junto a su acompañante y pensó en las penurias que todavía tendrían por delante.
Alda todavía estaba dormida. Kevin notaba cada exhalación de su compañera golpear en su cara, debido a lo cerca que se encontraban el uno del otro. Afortunadamente, la mochila había cumplido con su propósito y les había protegido durante la noche, con lo que ninguna partícula de arena voladora había ido a parar dentro de aquella cubierta improvisada.
No fue hasta ese momento, con la lucidez que le aportaba la mañana, y después de haber descansado, que Kevin se percató de la intimidad de la situación en que se encontraba. Su cabeza estaba completamente pegada a la de Alda y, de aquella forma, todo lo que podía ver era la tela que les protegía y el rostro de la chica, todavía con los ojos cerrados y los labios, ahora ligeramente agrietados, entre abiertos, respirando suavemente a escasos centímetros de él. Además, por si eso fuese poco, se dio cuenta de las consecuencias de la rapidez con la que había obrado la noche anterior. No había planificado bien todo el asunto del agujero, y ahora se sentía algo incómodo y avergonzado. Su cuerpo estaba completamente pegado al de la chica, ambos acalorados, sudorosos y cubiertos de arena. Su piel rozaba la de ella con cada ligero movimiento, y no tenía muy claro si el calor que sentía se debía al clima o al rubor que le encendía el rostro cada vez que notaba el contacto de alguna de las partes más suaves y tiernas de la joven.
No obstante, estaba lejos de empezar a tener fantasías nada apropiadas para una situación de supervivencia. Se sentía muy incómodo, debido a la arena, el calor, el sudor, y un mal regusto en la boca, debido probablemente al líquido de dudosa procedencia que había estado ingiriendo antes de acostarse. Así pues, decidió que era momento de despertar a su compañera y salir de aquel hoyo.
Primero fue moviendo los brazos hacia arriba hasta que pudo desenterrarlos. Una vez con las extremidades libres, usó las manos para apartar la mochila que les cubría las cabezas. Tuvo que cerrar los ojos inmediatamente para que el sol no le cegase y, pese a hacerlo, la luz era tan potente que se filtraba incluso a través de sus parpados, haciéndole ver puntitos de colores. Fue en ese instante, probablemente también causado por el súbito cambio de iluminación, cuando se despertó Alda.
—¿Qué pasa? ¿Se ha hecho de día? —le preguntó ella, con confusión y los ojos todavía cerrados.
Acto seguido, Kevin notó como la Fane se retorcía dentro de la arena, cambiando de posición, como si buscase una nueva postura donde el sol no la molestase, para poder seguir durmiendo. La chica quedó de lado, con el rostro enfocado en su dirección, pegándose todavía más a él. Sintió que los pechos de ella se aplastaban contra su torso y, del sobresalto que esto le provocó, Kevin se levantó súbitamente, con tal fuerza que logró liberarse completamente, de una sola vez, de toda la arena que le había estado sepultando.
El movimiento hizo que Alda terminase también de despertarse, llevándose rápidamente la mano sobre los ojos para paliar un poco el exceso de luz.
—He sobrevivido para ver un nuevo día —dijo la Fane, como si no se lo terminase de creer.
—¿No recuerdas lo que ocurrió anoche? —le preguntó Kevin, pensando que, debido a su estado, quizás ella hubiese olvidado la explicación que le dio antes de enterrarla.
—Lo último que recuerdo fue que me cargabas sobre tu espalda para continuar caminando. Después de aquello no hay nada, supongo que me desmayé.
—La verdad es que ambos lo hicimos. Pero en algún momento, mientras estábamos inconscientes, se escondió el sol. Te expliqué todo esto ya anoche.
—Lo siento, no me acuerdo. ¿Podrías volver a contármelo?
Kevin supuso que la chica no estaba en condiciones de atender a nada la primera vez que le contó lo que había ocurrido. De modo que no tuvo ningún inconveniente en volver a hablarle de ello. Le dijo cómo se había despertado con una misteriosa voz de su subconsciente que le había sugerido que cavase. Le explicó todo acerca de sus descubrimientos sobre la arena del desierto, que estaba cálida durante la noche, protegiéndoles del frío, y sobre los extraños frutos enterrados que estaban rellenos de lo que parecía ser una especie de agua con un sabor algo dulce. Le contó que había usado esa agua sobre ella para mantenerla hidratada, y después se habían enterrado ambos en aquel agujero en el que habían pasado la noche, el mismo agujero donde todavía permanecía tumbada ella.
Antes de continuar con su camino, recogieron todas las cosas para volver a meterlas en la mochila, donde añadieron además algunos frutos que extrajeron del suelo, para poder tener así una buena reserva de líquidos durante el trayecto.
Esta vez les resultó mucho más sencillo avanzar que el día anterior. El hecho de tener bebida a su disposición cada vez que lo necesitaban suponía una gran diferencia y, aunque el clima continuaba siendo altamente perjudicial para Alda, por lo menos ahora la chica era capaz de seguir el ritmo sin desmayarse y sin que se le quebrase la piel. Sin embargo, Alda se mostraba extremadamente silenciosa. Kevin imaginó que su compañera estaba en aquel estado, algo ausente, haciendo un esfuerzo por usar sus energías únicamente en su supervivencia, dejando de lado todo lo demás.
No tardaron en necesitar también algo de alimento que llevarse a la boca y los sándwiches no habían durado apenas. Finalmente, no les quedó más remedio que hacer un uso extensivo de los frutos del desierto y no solo beber de su interior sino, además, masticar y tragarse su carne, por amarga que esta estuviese.
El alimento no era el mejor, pero al menos les ayudaba a mantenerse con vida. El único problema fue que, tras las primeras ingestas, sus estómagos no se tomaron muy bien aquel cambio de alimentación y comenzaron a rugir sonoramente. A la Fane no le afectó la toma de aquellos vegetales más allá de aquellos ruidos extraños. Pero a Kevin le provocó tener que alejarse en más de una ocasión del lugar, pidiéndole por favor a la chica que mirase en otra dirección, para poder hacer de vientre, resistiendo el peor de los dolores.
Pese a las dificultades iniciales, una vez se hubieron acostumbrado a su nueva dieta, y a las consecuencias que ello produjo en sus aparatos gástricos, pudieron seguir avanzando.
Así pasaba un día tras otro, por la mañana caminando y por la noche durmiendo enterrados, sin encontrar rastro alguno de civilización. Hasta que perdieron la cuenta de los días que llevaban allí atrapados.
Una noche, mientras preparaba el refugio en la arena, a Kevin le pareció ver una luz anaranjada y muy brillante a lo lejos. Se dijo a sí mismo que probablemente sería algún reflejo provocado por el sol al haberse ocultado en el horizonte. Pero cuando vio que el punto luminoso parecía estar parpadeando, dudó sobre su teoría. De cualquier modo, aquello no duró más que unos pocos minutos y solo él lo había visto, ya que Alda se había dormido unos instantes antes, con lo que la chica no pudo confirmar si la visión era real o una alucinación provocada, quizás, por el aislamiento.
Lo cierto era que la monotonía del paisaje y aquel silencio constante y abrumador estaban empezando a hacer mella en él. Sabía que se sentiría mejor con algo de conversación, necesitaba ese contacto con otro ser humano… o con otro ser inteligente, teniendo en cuenta que solo estaba Alda disponible. Pero sabía que ella estaba sufriendo a cada paso y no quería molestarla con problemas tan nimios como los suyos. Lo mejor que podía hacer era ayudarla a que no se fatigase más de lo imprescindible y ofrecerle bebida cada vez que veía que su condición física empeoraba.
Conforme pasaban los días, Kevin cada vez dudaba más de su salud mental. Con frecuencia se encontraba hablando consigo mismo, teniendo alucinaciones y viendo, cada vez más a menudo, luces distantes en la noche.
Empezaba a actuar de forma extraña y a hacer cosas nada normales. Lo peor de todo era que trataba de disimular lo que le estaba ocurriendo delante de Alda. Aunque estaba llegando a un punto en que si ella no se había dado cuenta debía ser por pura casualidad, y si había notado el cambio en su conducta no le había dicho nada. Ni siquiera la posibilidad de estar perdiendo el juicio había logrado que su compañera saliese de su mutismo.
El miedo de Kevin a estar perdiendo el juicio había empezado con la primera vez que había visto la luz parpadeante por la noche, pero aquello había sido solo el principio. Durante sus caminatas diurnas, había estado viendo cosas que no estaban allí. Muchas veces se olvidaba de dónde estaba y se imaginaba caminando entre los edificios de su mundo, en busca de un lugar donde pudiesen contratarle. En una ocasión, le había parecido que tenía su bicicleta al lado, como si se la hubiese llevado con él a aquel mundo, y olvidándose de la realidad, había intentado montarse en el aparato a pedalear un rato. En consecuencia, había acabado cayéndose al suelo. A la chica le dijo que se había tropezado, prefería mentirle antes que hacer que se preocupase con una tontería como esa. Al fin y al cabo, lo que le estaba ocurriendo no podía ser muy grave, sería tal vez uno de esos espejismos que aparecían en las películas, causados por haber estado demasiado tiempo bajo el sol del desierto.
Cada noche, Kevin siempre era el último en acostarse, así lo dejaba todo preparado para el día siguiente y buscaba algunos frutos. Aunque en su interior sabía que la realidad era otra. Su nocturnidad tenía un motivo mucho menos pragmático que el de estar preparados para partir temprano por la mañana. La verdad era que se quedaba despierto, hasta que ya no aguantaba más el frío, porque, ahora que estaba viendo las luces anaranjadas todas las noches, había tomado el momento de su aparición como su propio espectáculo particular. Veía esos puntos luminosos danzar a lo lejos, brillando con intensidad y moviéndose como si le saludasen desde la distancia. No le había dicho nada a su acompañante, pero desde que había empezado a tener aquella alucinación nocturna, había alterado la ruta que tomaban diariamente, para dirigirse al origen de la luz, incluso cuando estaba bastante seguro de que los fuegos fatuos no eran más que un producto de su imaginación. Por eso todas las noches los esperaba y, antes de enterrarse, ponía una señal que indicase el lugar en el que habían aparecido las luces, para al día siguiente caminar en esa dirección.
Al final, una noche pensó haber terminado de perder la cabeza cuando, de repente, mientras observaba una vez más danzar a las luces a lo lejos, una de esas bolas brillantes comenzó a hacerse cada vez más grande, aproximándose a gran velocidad al lugar donde estaban ellos. Presa del pánico, Kevin se llevó las manos a la cara para protegerse del inminente choque de lo que fuese aquella cosa. Pero no ocurrió nada, no hubo ningún estallido ni nada parecido. A través de los dedos entre abiertos en su mano, pudo observar como la bola de fuego cambiaba de dirección en el último instante, elevándose en el aire, sobrevolándolos a ambos y siguiendo su rumbo en la oscuridad. Todo ocurrió tremendamente rápido, tanto que, unos instantes después, cuando todo hubo acabado, no estaba seguro de que aquello hubiese pasado de verdad. Como de costumbre, Alda estaba dormida y no podía confirmar los hechos, con lo que sus preocupaciones acerca de su equilibrio psíquico aumentaron drásticamente tras aquella noche. Lo que había creído ver era increíble, un fenómeno fantástico y sobrenatural, y sin embargo parecía real, mucho más que sus alucinaciones habituales.
La mañana siguiente a aquel fenómeno, Kevin dudó sobre si contárselo a Alda o no. Aunque no quería importunarla, si realmente estaba perdiendo la cabeza, era posible que se volviese peligroso, para sí mismo o para ella, con lo que quizás lo mejor sería poner a su compañera en sobre aviso, por si acaso ocurriese algo peor que unas cuantas alucinaciones inofensivas. Pero, al final, le pareció más oportuno esperar hasta la puesta de sol, cuando acampasen. Pensó que probablemente sería mejor hacerlo entonces, cuando estuviesen más relajados y con la mente más despejada, al no tener que estar soportando el calor.
Pasó el día y, cuando finalmente se detuvieron a descansar, Kevin decidió que aquel era el mejor momento para desvelarle a su compañera la realidad sobre su situación. De modo que se acercó a Alda, quien había empezado a cavar el hoyo donde pasar la noche, y se disponía a hablarle cuando fue ella quien rompió el silencio que había mantenido durante los pasados días.
—Vas a hablarme de las alucinaciones, ¿verdad? —adivinó Alda.
—Así que te habías dado cuenta…
—Más que eso. Diría que yo empecé a padecerlas antes que tú, la única diferencia es que yo lo he ocultado mejor.
—¿Cómo? ¿Lo sabías durante todo este tiempo y me has dejado creer que estaba loco?
—No, no es eso. Dime, ¿por qué motivo no has querido decirme nada hasta ahora?
—Porque no quería te preocupases, ya estabas soportando bastante.
—Lo mismo ha sido en mi caso. Mi problema con el calor y la dependencia del agua estaba siendo un lastre. No quería añadir otro problema cuando empecé a ver cosas que no estaban ahí. Pero después noté que tú también estabas actuando de forma extraña, aunque no quería mencionarlo hasta estar segura —confesó Alda—. Lo he estado pensando, y no ha sido difícil concluir que debe haber una razón por la cual puede estar ocurriéndonos lo mismo a ambos.
—Entonces, ¿sabes por qué estamos teniendo alucinaciones?
—Solo lo sospecho, pero creo que nos estamos intoxicando diariamente cada vez que bebemos de los vegetales que sacamos de la arena.
Kevin se quedó meditando la posibilidad durante unos instantes y entonces se sintió realmente estúpido por no haberlo pensado él mismo antes. En su propio mundo había muchas plantas del mismo tipo con propiedades alucinógenas. No obstante, cuando encontraron aquellos frutos, había sido algo tan milagroso que, al no haber sentido ningún efecto extraño al principio, había desechado la idea de que su consumo pudiese ser nocivo.
Saber que estaban ingiriendo algo que estaba teniendo semejantes efectos en su organismo era malo, pero, aun así, se sintió aliviado al saber que no era él solo el afectado. No había perdido el juicio. Aunque, de todos modos, había algo más de lo que quería asegurarse, aquello que le había estado obsesionando noche tras noche.
—¿Tú también has visto luces o puntos brillantes moviéndose a lo lejos? —le preguntó a Alda, esperando que ella lo confirmase.
—¿Luces? No nada de eso —negó ella—. La mayor parte de mis visiones eran más solidas. Creía estar de nuevo en mi mundo rodeada de árboles.
—Supongo que entonces ha sido diferente para los dos. Pero, solo por estar seguros… —quiso comprobar Kevin, al ver que empezaba a haber movimiento en el horizonte, por detrás de la chica—. Dime si ves algo allí —le dijo señalando a lo lejos.
Alda se giró y se quedó mirando en la dirección que él le había indicado, pero no descubrió en ella el rostro indiferente que esperaba, en cambio, la chica tenía la boca abierta de par en par, aparentemente sorprendida.
—¿Qué pasa? —quiso saber Kevin de inmediato—. ¿Tú también ves las luces?
—Sí, las veo. Tres puntos anaranjados y brillantes. Es como si estuviesen bailando.
—¡Vaya! Eso nos plantea un nuevo problema. No sabemos qué son o si son peligrosas, pero te tengo que confesar que hemos estado caminando en dirección a ellas desde hace ya varios días.
Entonces Kevin le dijo a la Fane cómo cada noche se había quedado despierto hasta más tarde de lo habitual, para observar las luces y marcar la dirección en la que se hallaban. Después le contó cómo una de esas bolas de fuego había pasado por encima de ellos volando la noche anterior.
Alda admitió que también estaba intrigada por el fenómeno y llegó a la conclusión de que probablemente sería preferible caminar en dirección hacia un objetivo que andar sin rumbo por el desierto y, aunque no estaba del todo convencida de lo de la bola de fuego voladora, cosa que atribuyó a una mezcla de la realidad con las alucinaciones habituales, ambos acordaron continuar avanzando hacia las luces, al menos mientras estas no pareciesen ser peligrosas.
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