sábado, 27 de junio de 2020

VII. LA REVELACIÓN (9)



VII. LA REVELACIÓN



9

Los dos permanecían en silencio, conscientes de que las palabras que tenían que decirse a continuación eran las últimas. Ninguno de ellos parecía querer hablar primero, retrasando así el momento de la despedida todo lo que pudiesen.

Kevin pensó que cualquier cosa que dijese sonaría vacía, y no sería suficiente como para describir lo que de verdad sentía. Había conocido a la Fane de forma fortuita, una simple casualidad del destino, y desde entonces había llegado a sentir un gran afecto por ella. Así que, en lugar de decir nada, se acercó hasta ella y la abrazó fuertemente. Ella hizo lo mismo y le devolvió el gesto. Permanecieron de aquel modo, sin moverse, pegados el uno al otro, durante un largo rato. Dejaron que el tiempo pasase, porque cuando se separasen, lo harían para siempre.

Finalmente, fue Kevin quien retrocedió, soltando a su amiga, consciente de que, aunque aquello fuese duro, si no se iba a hora, no lo haría nunca.

Sacó la flauta de la funda que le había dado Alda. Eso le hizo recordar el momento en que la chica le había hecho aquel regalo. Él se había enfadado muchísimo porque ella había usado para fabricarle la funda piel del sofá de la casa de su tío. Ahora aquello le parecía una estupidez, le costaba creer que hubiese llegado a preocuparse tanto por un trozo de tela. Eso había hecho que quisiese deshacerse de la Fane lo antes posible, para que ella no le causase más problemas. Ahora las cosas eran distintas.

De repente se le ocurrió algo. ¿Por qué motivo tenía que despedirse de su amiga? ¿Por qué se tenía que quedar ella allí? ¿Qué les impedía regresar a ambos a su mundo? Había sido él quien había querido buscar un nuevo hogar para Alda, cuando ella lo que en principio había querido era permanecer a su lado, con él y con el viento de Kalen. Pero las cosas habían cambiado, ya no veía en la chica un monstruo de otro mundo o una desafortunada responsabilidad que no había pedido. Ella era una gran amiga y la persona en quien más confiaba en el mundo, en este, el suyo propio, o cualquier otro.

Kevin se dio cuenta de que el autentico motivo por el que le costaba tanto despedirse era porque no quería hacerlo. Lo que de verdad quería hacer era pedirle a Alda que se fuese con él. Pero eso hubiese sido egoísta por su parte. Sabía que aquel lugar, el bosque y los árboles, era el sitio adecuado para la Fane. Allí, la chica podría ser ella misma. Pero en el mundo de los humanos, entre bloques de cemento, con calles asfaltadas, con toda la contaminación del aire, rodeada por gente que no es capaz de aceptar a las personas que son diferentes… Ella nunca podría ser feliz en un mundo así. Además, Alda había decidido que quería quedarse allí. Se lo había comunicado a la anciana, y no era justo que quisiese hacer que su amiga cambiase de opinión solo porque era lo que él quería en aquel momento.

Decidió dejar de darle vueltas al asunto y ponerse en marcha antes de cometer alguna estupidez de la que tuviese que arrepentirse. Se acercó la flauta a los labios, dispuesto a tocar la melodía que le llevase de vuelta.

—Espera —le dijo Alda, antes de haber llegado a tocar ninguna nota.

—¿Qué pasa? —preguntó Kevin, volviendo a separarse el instrumento de los labios.

—Se me olvidaba enseñarte algo.

En ese momento, entre los dos apareció una nueva imagen, creada gracias a la recién adquirida habilidad de la Fane. Era una reproducción del torbellino de hojas del poblado de las Sídhe.

—¿Recuerdas que nos paramos allí después de visitar a Velenna? —preguntó ella.

—Sí, dijiste que no habías visto nada.

—No, lo que dije fue que todo había ido como esperaba.

—¿Quieres decir que sí viste algo entre las hojas?

Pero ella no le contestó, al menos no lo hizo con palabras. En lugar de eso, dejó que Kevin lo viese por sí mismo. Las hojas flotantes comenzaron a cambiar de forma, uniéndose, compactándose, hasta formar una figura. Era una imagen que Kevin había visto en muchas ocasiones, cada vez que se miraba al espejo, ya que era él mismo.

Entonces se dio cuenta de lo estúpido que había sido. Aquello era lo que estaba en el corazón de Alda cuando ella había pensado en tener que permanecer en el poblado. La chica no tenía esa paz de espíritu de la que había hablado la anciana, ya que realmente no quería quedarse allí, sino que quería irse con él. Su amiga no le había dicho nada porque recordaba que había sido él quien le había dicho en primer lugar que no había sitio para ella en su mundo. Alda solo estaba esperando a que se lo pidiese, no necesitaba más que dos palabras.

—Ven conmigo —le dijo Kevin sin pensar.

La ilusión que había creado ella desapareció de en medio, permitiéndose que pudiesen mirarse el uno al otro a la cara nuevamente. Al hacerlo, Kevin vio que la chica tenía los ojos llorosos y algo enrojecidos. Ella había estado reprimiendo sus emociones durante todo ese rato, y ahora ya no había sido capaz de controlarlas por más tiempo.

—¿Lo dices en serio? —quiso asegurarse Alda, sin creérselo.

—Absolutamente. Te lo hubiese pedido antes, pero creía que querías quedarte aquí.

—¿Qué pasa con la casa de tu tío? Dijiste que no había sitio para mí en tu mundo.

—No te preocupes por eso. Ya pensaré en algo cuando estemos allí.

—¿Estás seguro de que no seré una molestia?

—Seguro. ¿Estás tú segura de que no echarás en falta el bosque y los árboles de este lugar?

—No tanto como te hubiese echado de menos a ti.

Kevin asintió, sin poder evitar sonreír, contento de que, después de todo, no tuviesen que despedirse.

—Entonces está decidido, te vienes conmigo —declaró—. Aunque me sabe mal por Velenna, la anciana piensa que te vas a quedar en este mundo, con ellas.

—En realidad, creo que ella ya lo sabe. Tengo la impresión de que Velenna sabía que me iba a marchar desde que fuimos a hablar con ella la última vez.

—Puede que tengas razón —admitió Kevin, recordando la sabiduría con que la anciana había sido capaz de mirar en el interior de ambos en más de una ocasión.

Sin nada más que decir, ahora sí que estaba preparado para usar el viento de Kalen por última vez. Era momento de regresar a casa, de que ambos lo hiciesen.

—¿Nos vamos? —le preguntó a la chica.

Ella asintió y se acercó hasta él, aferrándose a su brazo, para asegurarse de que hiciesen el viaje juntos. Después, Kevin se llevó la flauta a los labios y comenzó a soplar rítmicamente, mientras sus dedos comenzaban a moverse solos, rememorando la melodía que los llevaría de regreso.

A medida que la música iba cobrando fuerza, las notas reverberaban alrededor de ellos. El mundo comenzó a palpitar, como si de un corazón humano se tratase, y todo se fue haciendo gradualmente más luminoso, hasta que quedaron rodeados por una potente luz blanca. La intensidad del brillo era tan fuerte que tuvieron que cerrar los ojos para que este no les cegase.

La canción acabó y las últimas notas se fueron extinguiendo lentamente en el aire. Todo quedó en silencio, pero solo por unos breves instantes, porque entonces un estridente sonido irrumpió aquella tranquilidad, repitiéndose en la distancia. Kevin tardó un poco en darse cuenta de qué se trataba, pero acabó reconociendo el ruido. Lo que escuchaba era una alarma de coche que sonaba algunas calles más lejos de donde se encontraban ellos.

Abrió los ojos y vio que se hallaban en medio del solar del que habían partido la primera vez. Alda estaba a su lado, todavía sujeta a su brazo, y miraba alrededor, sonriente. Finalmente habían regresado.

Era por la noche, la única luz procedía de las farolas, y las calles estaban desiertas. No estaban cerca de casa, ya que aquel solar se encontraba en uno de los pueblos vecinos. Kevin recordó que habían ido hasta allí en bicicleta, pero esta ya no estaba por ningún lado. Probablemente alguien se la había llevado al verla allí tirada durante tanto tiempo. Después de todo, habían estado semanas fuera de aquel mundo. De modo que no tenían más remedio que ir andando hasta su casa. Algún tiempo antes, le hubiese parecido un fastidio tener que recorrer una distancia tan grande a pie. Pero después de haber atravesado bosques y desiertos, y haber caminando durante días con las mínimas provisiones, aquello no era más que un paseo de unas pocas horas de duración. Y sabía que al final del camino, cuando llegasen, podría descansar durante todo el tiempo que quisiese, sin tener que preocuparse por solventar el próximo problema, sin que sus vidas peligrasen.

Se pusieron en camino, tomándoselo con calma. Por lo general, no le gustaba tener que pasar a oscuras por determinadas calles, siempre había evitado ese tipo de riesgos. Pero ahora no era capaz de imaginar una sola cosa que pudiesen encontrar andando por allí que pudiese asustarle.

Mientras andaban, Alda volvió a preguntarle a Kevin si realmente estaba bien que ella se quedase en su casa. Él la tranquilizó diciéndole que por el momento no habría ningún problema, ya que su tío no regresaría hasta mediados de Enero. Le dijo que, cuando llegase el momento, ya pensarían en alguna alternativa, quizás para entonces ya hubiese encontrado un trabajo y pudiese permitirse alquilar un piso. Quizás incluso ella podría encontrar alguna manera de contribuir, después de todo, era una chica muy inteligente y llena de recursos.

Kevin miraba a su alrededor y todo le resultaba familiar, pero a la vez extraño. Los edificios, la carretera, y los coches aparcados. Se trataba de cosas que había dado por sentadas y que ahora veía de otro modo. Unas pocas semanas se le antojaban como una vida entera. Pensó que así debían sentirse los soldados al volver de la guerra. Cuando se terminaban las emociones y volvían a un lugar más tranquilo, dicho lugar parecía irreal. Era como si estuviesen en un sueño y al despertar fuesen a volver a estar en las trincheras, o en su caso, en un agujero excavado en el desierto. Pero sabía que no era así, tenía la certeza de estar ahí. El contacto de sus pies en el suelo se lo recordaba, la presión del brazo de Alda sobre el suyo se lo recordaba, el olor de un aire algo viciado se lo recordaba. Era cierto que aquel mundo, su mundo, no estaba carente de defectos, pero, pese a estos, aquel era su lugar y no lo cambiaría por nada.

Después de un rato, llegaron hasta una esquina que a Kevin le trajo a la memoria el recuerdo de cómo había empezado todo. Estaban en el lugar en el que se había caído de la bicicleta, la noche antes de que utilizase voluntariamente la flauta por primera vez y trajese a Alda con él. Aquel incidente no había ocurrido hacía tanto tiempo y sin embargo…

De repente, Kevin notó que comenzaba a dolerle la cabeza intensamente. Sentía una presión en el cerebro que se le expandía al resto del cuerpo. Instintivamente, se llevó las manos a las sienes. Sintió que se mareaba y perdía el equilibrio. La única razón por la que no se cayó al suelo fue porque Alda le estaba sujetando.

La chica se asustó, empezó a llamarle, le preguntaba qué le pasaba, pero él no era capaz de responder. El latido en su cabeza se había convertido en algo audible, un sonido parecido al de un tabor repicando. El ruido era cada vez más fuerte, como si el origen estuviese justo al lado suyo. Era insoportable.

Kevin dejó de ser capaz de escuchar nada que no fuese aquello, los músculos le fallaron y ya no pudo permanecer en pie. Su amiga no pudo soportar su peso y acabó por dejarle caer al suelo, siendo arrastrada hacia abajo ella también.

En un momento dado, al repicar del tambor se sumaron un centenar de voces que gritaban al mismo tiempo en el interior de su cabeza, voces que no conocía y que pedían ayuda. De pronto, hubo un sonido más fuerte que todos los anteriores, algo tan potente como si se tratase de un trueno que le hubiese caído en mitad de la cabeza. Entonces todo quedó en silencio.

Kevin no se recobró inmediatamente, tardó unos instantes en dejar de sentirse aturdido. La vista se le había nublado al empezar aquel extraño fenómeno, y solo ahora que había acabado, estaba volviendo gradualmente a la normalidad. Lo primero que vio fue a Alda, que estaba arrodillada a su lado, mirándole con cara de preocupación. Volvió a escuchar los sonidos del ambiente, el viento, y la voz de la chica que, al parecer, había estado hablando todo el tiempo.

—¿Estás bien? ¿Qué ha pasado? —le preguntó ella al ver que se había tranquilizado.

—No lo sé. He oído algo, como un ruido muy fuerte y doloroso… No sabría cómo describirlo —intentó explicarle—. Empezó como si fuese un tambor, luego también había voces, y al final todo se acabó con un gran estallido.

—¿Te has dado algún golpe en la cabeza recientemente? —quiso saber la chica, aparentemente preocupada de que pudiese tener alguna lesión.

—No he dejado de darme golpes desde que salimos de este mundo. Pero nunca antes me había ocurrido algo como esto. De algún modo, tengo la sensación de que no se trata de ningún problema físico, sino de algo distinto.

—Estás en lo cierto —le dio la razón una voz familiar.

La persona que había hablado no había sido Alda, que estaba al lado de Kevin, ayudándole a levantarse. Tampoco había sido Efreet, quien no había pronunciado una sola palabra desde que habían salido del mundo de las Sídhe. La voz provenía de la persona que se había ido aproximando a ellos en la oscuridad de la noche, sin que se diesen cuenta. Se trataba de un hombre que se encontraba tan solo a unos pocos metros de distancia, cuyo rostro no podían ver, al estar oculto por las sombras.

Kevin reconoció la voz casi al instante. Era la persona que le había estado ayudando telepáticamente y con la que había hablado por teléfono en Escocia. Era alguien que había sido de gran ayuda en los momentos más difíciles, y que parecía tener unos poderes que iban más allá de su comprensión.

—Lo que has notado ha sido un eco —continuó hablándoles el hombre—. Una señal de que otro mundo se ha desvanecido para siempre.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Kevin.

—El viento de Kalen no es el único instrumento capaz de afectar las barreras que separan los diferentes mundos, existe otro. Se le conoce con el nombre del “Trueno del silencio”. Se trata de un tambor que, al igual que tu flauta, puede crear portales, solo que al hacerlo, desgarra el tejido de la existencia.

—¿Por qué me cuentas todo esto? ¿Qué tiene que ver conmigo?

—Solo intento ayudarte, como he hecho siempre, para que puedas cumplir tu destino. El tambor ha caído en las peores manos posibles y su usuario está perdiendo el control, haciendo que mundos enteros desaparezcan en el olvido. Solo tú puedes detenerlo. Solo tú puedes impedir que esa persona suma en el silencio a todos los seres vivos.

—No, eso no puede ser. Toda esta historia ha terminado para mí —comenzó a negarse, mientras se incorporaba y volvía a ponerse en pie, con ayuda de Alda—. Tendrás que buscar a otro.

—No hay nadie más. El viento de Kalen te eligió a ti como su propietario y vas a necesitar de su poder para viajar entre los mundos y detener la catástrofe.

—¿Qué pasa si me niego?

—Entonces serás el responsable de la muerte de todos los hijos de los altos linajes, así como la de todos los seres humanos.

—¿Por qué debería creerte? —preguntó Kevin, resistiéndose todavía a aceptar que todo aquello fuese verdad.

—Porque he pasado toda mi vida preparándome para cuando llegase este día y te puedo ayudar, transmitiéndote todos mis conocimientos e indicándote la manera de conseguir poderes más allá de tu imaginación, de modo que puedas enfrentarte al mayor peligro que ha amenazado a este planeta desde los tiempos de la creación.

El anciano dio un paso al frente, dejando que la luz de las farolas iluminase su cara y revelando así su identidad. Kevin comprobó entonces que se trataba de alguien a quien ya había visto antes. Era el propietario de la tienda de antigüedades, el hombre mayor que le había asegurado que la flauta del escaparate no le pertenecía y le había hecho llevarse el instrumento con él.

—Hace siglos que olvidé mi verdadero nombre, pero en los tiempos antiguos llegaron a conocerme por el nombre de Gwydion —se presentó el anciano—. Mi misión es la de asegurarme de que estés preparado cuando llegue el momento de enfrentarte al Trueno del silencio.

Apenas hacía una hora que Kevin había regresado a su mundo, convencido de que su viaje había terminado. Todavía no había podido poner un pie en casa, ni mucho menos terminar de recobrar la sensación de normalidad. Pero en aquel instante se dio cuenta de que escapar de su destino no iba a ser tan fácil como había esperado. El viento de Kalen todavía tenía muchas más canciones que enseñarle.