lunes, 29 de octubre de 2018

III. LA CIUDAD SUBTERRÁNEA (3)


III. LA CIUDAD SUBTERRÁNEA



3

Kevin se despertó, incorporándose bruscamente en la cama. 

No había nadie más en la habitación con él. Continuaba vivo y sin quemaduras. Seguía vestido con la ropa de la fiesta, ahora completamente mojada por el sudor. Todo había sido una pesadilla, nadie había acudido a su habitación por la noche y no había sido violado por ningún grupo de Djin seductoras. 

Maldijo su suerte, la primera noche que pasaba en una cama aceptable y tenía un sueño tan perturbador como aquel. Sin embargo, tenía que admitir que, hasta el momento en que la cosas se había descontrolado en su pesadilla, la situación no había sido del todo desagradable. 

Después de la experiencia, se sentía inquieto. Si hubiese estado en su casa hubiese ido a darse una ducha, se hubiese cambiado y hubiese vuelto a la cama. Pero en este sitio… 

Recordó la habitación de la bañera donde había estado horas antes. No era exactamente lo mismo, pero podría servirle. Estaba seguro de que sería capaz de encontrar aquella sala sin muchos problemas. Aunque ahora no tuviese escolta, si su memoria no le fallaba, solo habían caminado hasta el final del pasillo y habían entrado por la última puerta. No parecía demasiado complicado, con lo que posiblemente pudiese llegar hasta el lugar por su cuenta. 

Salió de la habitación y miró hacia ambos lados. El pasillo estaba desierto, al menos hasta donde él podía ver, ya que en esos momentos las luces estaban apagadas y estaba completamente a oscuras. 

Cerró la puerta tras él y comenzó a avanzar hacia la izquierda del corredor, palpando las paredes mientras caminaba, todavía con cierta sensación de adormecimiento. Caminó varios metros y, durante el recorrido, contó que había pasado por siete puertas. Si sus cálculos eran correctos, la siguiente puerta sería la que conducía a los baños. 

Puso la mano en el pomo y empujó hacia adentro para abrir la puerta, pero está no cedió, estaba cerrada. Pensó que probablemente se había equivocado de puerta, de modo que continuó hasta la próxima. Volvió a repetir el gesto y la nueva puerta sí que se abrió con facilidad. 

El interior de la sala estaba tan oscuro como el pasillo por el que había venido. No sabía todavía de qué modo funcionaba la iluminación en aquella ciudad pero supuso que también debía haber interruptores o algo parecido. Palpó las paredes alrededor de la puerta, con la esperanza de encontrar algún tipo de botón que hiciese que se encendiese la luz, pero por más que buscó no encontró nada. Dio unos pasos hacia delante, por si el mecanismo estaba situado más lejos, y entonces se iluminó la pared del fondo de la sala, la que estaba más pegada a la bañera. 

Al parecer, el sistema de la sala funcionaba detectando el movimiento, pero era solo un tipo de luz nocturna que se limitaba a una sola área, no se encendía completamente, como la primera vez que había estado allí. 

Comprobó la temperatura del líquido que parecía agua pero no lo era. No estaba frío, como él hubiese querido, estaba más bien templado. Sin embargo, no estaba en posición de poder exigir nada, tampoco es que hubiese nadie cerca como para haber podido hacer alguna petición, así que tendría que conformarse con lo que tenía. 

Se aseguró de que la puerta estuviese bien cerrada, se quitó la ropa y se introdujo en la bañera. 

Al poco, comenzó a sentirse realmente relajado. Fuese lo que fuese aquella sustancia, sus propiedades eran mucho más que curativas, también parecían ser tranquilizantes. Decidió cerrar los ojos por un segundo. 

De repente, algo se movió dentro del agua. Kevin abrió los ojos de nuevo y vio cómo se formaban unos círculos concéntricos en el agua por delante de él. Entonces, del lugar donde se había originado el movimiento, comenzó a emerger la cabeza de una mujer que tenía el rostro cubierto por el cabello, el cual le caía por encima de la cara ocultando su aspecto. Tras la cabeza, apareció un cuello y, a continuación, el resto de un cuerpo hasta la cintura, mostrando su prominente busto con los pezones erectos. 

El agua comenzó a hervir y se formaron burbujas en la superficie. La mujer echó la cabeza hacia atrás de golpe, haciendo que la melena se retirase de su cara e, inmediatamente, inclinó la cabeza de nuevo hacia delante, para mirarle a los ojos. Kevin reconoció aquel rostro como el de la mujer que le había atacado en sueños, pero no tuvo tiempo a reaccionar. Antes de poder hacer nada, ella se abalanzó sobre él soltando llamaradas de fuego. 

Kevin abrió los ojos de golpe. 

Se había quedado dormido en la bañera y había sido asaltado por una nueva pesadilla. Se sentía mareado y el baño no le había ayudado tanto como hubiese deseado. Salió del líquido, se vistió con la túnica limpia que había traído con él y abandonó la habitación. 

Se sentía extremadamente cansado, tanto que le pesaba el cuerpo y le dolían los músculos, hasta el punto en que no estaba seguro de ser capaz de regresar hasta su dormitorio. Dio varios pasos y tuvo que apoyarse en la pared durante un momento para no caerse cuando le fallaron las rodillas. Nunca antes en su vida se había sentido tan agotado. 

Iba a ponerse en marcha de nuevo, cuando algo llamó su atención. Había estado apoyado sobre la misma puerta que hacía un rato no había podido abrir, pero ahora había algo distinto. A través de la cerradura podía ver cómo salía un rayo de luz que iluminaba una pequeña porción del pasillo, creando unas extrañas siluetas al tocar la pared del lado contrario. 

Trató de recordar si realmente esto era nuevo o si, quizás, la primera vez que había pasado por delante de la puerta, no había reparado en aquel detalle. Pero no podía estar seguro, no había mirado aquella cerradura antes. De cualquier modo, las sombras que se proyectaban le resultaron inquietantes. Parecía haber alguien al otro lado de la puerta, pero la sombra le indicaba que se encontraba sentado en una extraña posición. Solo viendo aquellas figuras formándose en la pared, Kevin no podía estar seguro de lo que estaba viendo, y su curiosidad era ya demasiado grande como para pasar por alto aquel misterio, así que decidió curiosear un poco más. 

Se agachó y acercó el ojo a la cerradura para mirar qué era lo que había al otro lado de la puerta, y lo que vio le dejó horrorizado. Había un montón de asientos puestos en distintas hileras y sobre ellos estaban sentados unos Djin. Sin embargo, no estaban en esa posición por voluntad propia, estaban atados con correas y tenían un aspecto decrépito, enfermo. Estos Djin no tenían la vitalidad y fortaleza que poseían todos los que habían encontrado hasta ese momento. Las criaturas que había tras la puerta parecían estar sufriendo terriblemente y no tenían buen aspecto. Pero lo peor no era que los genios estuviesen atados sin poder moverse, era todavía más terrible, tenían unos tubos clavados en las extremidades, que les estaban extrayendo fluidos del cuerpo. 

Fue entonces cuando Kevin entendió algo que se había estado preguntando desde que viajó en el ascensor. Ya sabía de dónde procedía la energía que iluminaba la ciudad de los Djin. La fuente de luz que recorría las paredes de las habitaciones era la sangre bombeada de los Djin menos afortunados, el fluido vital de las clases bajas, que era aprovechado para que los miembros del consejo y todos los que les rodeaban pudiesen seguir disfrutando del lujo y comodidad con que vivían. 

Notó como el estomago se le revolvía al pensar que él mismo había estado consumiendo esa energía, que, de hecho, unos momentos antes, había encendido la luz del baño sin saber que para ello estaban siendo torturadas otras criaturas. 

Quiso hacer algo, le hubiese gustado poder entrar en aquella sala y liberar a todos los Djin presos, pero era imposible. La puerta estaba cerrada y, aunque no lo hubiese estado, meterse en los asuntos de otras razas y culturas distintas no parecía algo muy sensato. 

De repente, escuchó unos pasos al final del pasillo y decidió que había llegado el momento de regresar a su habitación. No quería que nadie le descubriese por allí, viendo algo que tal vez no querían que viese. En silencio, se puso a andar y regresó por el camino que había venido, hasta que llegó de vuelta a la puerta de su dormitorio, la abrió y se introdujo en el interior, cerrando la puerta tras él, con cuidado de no hacer ruido. 

Ya en la intimidad de su habitación, Kevin reflexionó sobre lo que había visto. No era algo que pudiese pasar por alto, porque si los Djin eran capaces de tratar de forma tan monstruosa a los de su propia especie, qué no serían capaces de hacerles a él y a la Fane si así lo deseaban. 

Entonces supo que no debía guardarse aquella información para sí mismo, tendría que compartir todo aquello con Alda. Aunque el trato entre ellos no fuese el mejor, lo que había visto podía ser un peligro que les afectaba a ambos. Era algo que estaba más allá de enfados y desconfianzas, era una amenaza real. 

No fue capaz de dormir durante el resto de la noche. Incapaz de sacarse de la cabeza aquellas horrorosas imágenes, no dejó de dar vueltas en la cama, lo que, por otro lado, hizo que no volviese a tener más pesadillas. 

La llegada del día no la marcó la luz solar, puesto que se hallaban bajo tierra. Kevin supuso que había amanecido cuando, de repente, se encendieron todas las luces a su alrededor. La visión de aquellos tubos iluminándose le provocó un repentino ataque de nauseas, al recordar de dónde procedía la energía lumínica. No solo en su mundo sufrían los pobres en pos de los ricos, sino que en este otro la situación estaba llevada a extremos, y aunque no estaba del todo seguro de que los seres humanos no hubiesen cometido atrocidades como aquella, quería pensar que él era mejor que todo eso y no podría vivir consigo mismo si, siendo consciente de la situación, continuaba como si no supiese nada. Tenía que hacer algo, tenía que actuar y no podía hacerlo solo. 

Se vistió rápidamente y salió de la habitación para dirigirse al encuentro de Alda. Había llegado el momento de que ambos hablasen y discutiesen el plan de acción. 

El cambio respecto a la noche era ampliamente visible. Los mismos pasillos oscuros y siniestros que había visto solo unas horas antes, ahora se encontraban llenos de vida, con gente caminando arriba y abajo, no con aspecto atareado sino como si fuesen en camino hacia su próxima diversión. 

Kevin pudo ver que la puerta que a él le preocupaba continuaba cerrada, los Djin pasaban de largo sin pararse siquiera a mirar, sin remordimientos, como quien pasa por al lado del generador eléctrico, solo que en este caso la energía procedía de miembros de su propia especie, drenados para su disfrute personal. Se dio cuenta de que se había quedado mirando en la misma dirección durante demasiado tiempo, algo que podía resultar sospechoso para cualquiera que se diese cuenta de ello, de modo que, inmediatamente, bajó la mirada hacia el suelo y comenzó a caminar por el pasillo en la dirección en que pensaba que debían estar los aposentos de Alda. 

No hubo dado ni tan siquiera diez pasos cuando alguien salió a su encuentro. 

—Saludos. Espero que hayas pasado una buena noche —le dijo un Djin. 

—Sí, he dormido bastante bien —mintió Kevin—. Pero ahora iba a… 

Por alguna razón había olvidado lo que estaba haciendo en aquel momento. Sabía que tenía que hacer algo muy importante, que se había despertado pensando en ello, pero ya no recordaba de qué se trataba. 

El Djin se dio cuenta de su desorientación y, en vista de que no continuaba lo que estaba diciendo, le colocó el brazo sobre el hombro y decidió por él. 

—No te preocupes, ya lo recordarás. Pero ahora tengo muchísimas cosas que enseñarte. Me alegro en ser el primero que te hace de guía por nuestra gloriosa ciudad. Tan solo sígueme y verás un sinfín de maravillas. 

Kevin no tenía nada que objetar ante semejante propuesta, de modo que aceptó el ofrecimiento del Djin y le acompañó en aquel tour por la ciudad. Tenía que admitir que estaba bastante intrigado por la cultura y costumbres de aquella extraña civilización.

SIGUIENTE

lunes, 22 de octubre de 2018

III. LA CIUDAD SUBTERRÁNEA (2)


III. LA CIUDAD SUBTERRÁNEA



2

Mientras caminaba de nuevo por los pasillos y contemplaba a la gente, Kevin se preguntaba si Alda también se habría puesto uno de aquellos trajes. Las telas eran bastante ligeras y delgadas; no obstante, sabiendo la reticencia que tenía la chica a cubrirse con demasiadas prendas, no se imaginaba que aquellas largas túnicas pudiesen ser del agrado de ella. De cualquier modo, supuso que se encontraría con la Fane también durante la fiesta y saldría de dudas entonces. La cuestión era si realmente quería encontrarse con ella. Aunque todavía se sentía molesto con la chica, no había olvidado que, antes de que fuesen sorprendidos por los Djin en el desierto, ella había querido decirle algo, pero no había tenido la ocasión, y pensaba que quizás fuese algo importante. 

La sala del banquete no era lo que en un principio hubiese podido imaginar. No había una gran mesa con muchas sillas alrededor, sino que era más bien como un jardín cubierto, donde había varios cuencos con comida esparcidos aquí y allá, siempre cerca de lugares donde poder ponerse cómodo, con cojines y jarras con bebida. La gente iba de un lado a otro, hablando animadamente, y de vez en cuando se sentaban, para seguir la conversación mientras degustaban los diferentes manjares. 

Las miradas de todos los Djin se fijaron en Kevin cuando entró a la habitación, y después, prácticamente se convirtió en el centro de atención de la fiesta. Todos querían acercarse a hablar con el extranjero de otro mundo y aprovechaban cualquier ocasión para saludar o para ofrecerle algo de comer o beber. 

Había mucha gente por todas partes, pero no lograba encontrar a Alda por ningún lado. Pensó que tal vez ella había rechazado la invitación para acudir al banquete, aunque no hubiese parecido un movimiento muy sensato por parte de la chica. Pero entonces la vio entrando por la puerta de la sala, acompañada también por dos Djin, como lo había hecho él mismo antes, y se quedó inmediatamente deslumbrado con la belleza de la Fane. 

La chica llevaba también un traje confeccionado con los tejidos típicos de los Djin, pero el suyo era completamente distinto al de todos los demás asistentes, de hecho no se parecía a ninguno de los vestidos que había visto hasta el momento. Las prendas de la chica estaban obviamente modificadas. Kevin supuso que ella misma habría propuesto los cambios, o los habría realizado por su cuenta, al sentirse demasiado atrapada entre las túnicas que eran costumbre de la ciudad. Las telas que cubrían el cuerpo de Alda tenían los mismos colores y adornos que los de todo el mundo, pero la gran diferencia radicaba en el corte. Así como el resto de los Djin vestían largos atuendos que cubrían sus cuerpos al completo, Alda lo había reducido a dos prendas claramente diferenciadas. En la parte superior, cubriéndole el torso hasta las costillas, llevaba una blusa de seda sin mangas, que dejaba su vientre expuesto. Y, a continuación, partiendo de sus caderas colgaba una falda, también de tejido ligero y suave, con una forma poco convencional, siendo más larga por un lado que por el otro, de modo que una pierna quedaba prácticamente cubierta mientras que la otra estaba desnuda desde la rodilla. 

Tal vez fuese por la originalidad con la que la Fane destacaba entre toda la multitud, pero en ese instante Kevin se quedó tan atónito mirándola como lo estaban haciendo todos los Djin de la sala. No solo eso, la sensación fue similar a cuando la vio por vez primera, saliendo del agua en el bosque de sus sueños. Ante él tenía una criatura maravillosa y cautivadora que cortaba el aliento con tan solo mirarla. 

Pero la sensación no duró mucho, porque entonces se dio cuenta de que ella no le buscaba a él, incluso parecía que evitaba mirarle. Entonces dejó su estupor a un lado y, saliendo del encanto que le había causado la primera impresión, recordó que seguía estando molesto con la chica. De hecho, al verla codearse con los Djin con la naturalidad con la que lo hacía, también volvió a experimentar la desconfianza de los días pasados. 

No quería seguir mirando a la chica, ni de forma accidental, de modo que se dio la vuelta y fue hacia otro extremo de la inmensa sala, donde la conversación entre los Djin era igualmente animada pero no tenía que estar pensando en las acciones de su compañera. 

El tiempo iba pasando y la fiesta parecía no tener fin, la gente estaba alegre y se contaban cosas los unos a los otros. Los huéspedes de Kevin se mostraban muy cordiales con él y, sin embargo, había algo que le resultaba muy extraño, y es que todas las conversaciones eran inusualmente unidireccionales. Los Djin contaban anécdotas e historias pero nunca le hacían preguntas a él, aunque parecían más que dispuestos a contestar a cualquier pregunta que se les hiciese. Así pues, no podía evitar preguntarse la razón por la que en una fiesta donde él era uno de los invitados de honor, una fiesta que estaba hecha para celebrar su llegada a la ciudad, nadie parecía tener el menor interés en conocer cómo habían llegado hasta allí o desde dónde habían venido. Consideraba aquella misteriosa falta de curiosidad un detalle inquietante, y le llevaba a pensar que toda aquella fiesta no fuese más que algún tipo de farsa, montada por los genios para ganarse su confianza. Todo aquello era antinatural. 

Al final la fiesta acabó y la gente empezó a retirarse de vuelta a sus residencias. Cuando se quiso dar cuenta, Kevin se había quedado prácticamente solo en la sala. Miró a su alrededor y vio que Alda también se debía haber marchado, ya que no se la veía por ninguna parte. Se enfadó todavía más con la Fane. Ella lo había ignorado durante toda la noche y no se había acercado ni un solo segundo hasta él, ni tan siquiera para saludar. Si bien era cierto que él mismo también había estado evitando a la chica. Fuese como fuese, tampoco merecía la pena darle demasiadas vueltas al asunto. Se sentía cansado y, ahora que todo el ajetreo había cesado, los parpados empezaban a pesarle sobre los ojos. 

Fue acompañado de nuevo hasta su dormitorio y allí se dejó caer sobre la cama para quedarse dormido casi al instante. 

El sonido de las risas hizo que abriese los ojos. 

Kevin No sabía cuánto tiempo había pasado desde que había llegado a la habitación, pero estaba casi seguro de que, cuando lo hizo, el dormitorio estaba completamente vacío. 

La habitación estaba a oscuras y no podía identificar a quiénes pertenecían las risas. Aunque era capaz de distinguir tres voces distintas en el fondo, por delante de él, que, entre murmullos y risas nerviosas, iban acercándose cada vez más. 

De pronto, aparecieron varios focos de luz, pero no provenían del sistema de iluminación de la habitación, sino que eran fruto de las llamas que irradiaban los cuerpos que tenía frente a él. 

Se trataba tres Djin, quienes habían decidido hacerle una visita nocturna, tres mujeres de gran belleza y exóticos rasgos. Las Djin se miraban las unas a las otras, mientras reían y caminaban provocativamente en dirección a la cama de Kevin. Entonces, dejaron caer sus túnicas al suelo, revelando así sus esbeltas y firmes figuras llenas de curvas. La visión resultaba especialmente sensual. No solo por la desnudez, sino, además, por el resplandor que irradiaban sus cuerpos y que bañaba sus pieles, dándoles un tono anaranjado. 

La temperatura comenzó a subir en la habitación y Kevin notó que tenía la ropa empapada en sudor. Su estado bien podría haberse debido a la excitación provocada por la situación, pero tenía más que ver con el calor que desprendían aquellas perversas visitantes nocturnas. 

Las mujeres subieron a la cama y fueron gateando hasta llegar a su posición, mientras la luz de sus cuerpos se hacía más intensa, hasta el punto en que sus cabelleras pasaron a transformarse en serpenteantes llamaradas doradas, que, sin ser completamente de fuego, todavía dejaban entrever el movimiento de cada hebra de pelo. 

Cuando las féminas alcanzaron a Kevin, una de ellas se adelantó y le besó en la boca, profundamente, haciendo que, al contacto con su lengua, el calor se adentrase también en el interior de su cuerpo, llegando hasta sus entrañas. Mientras tanto, las otras dos Djin habían empezado a desvestirle, quitándole las prendas con delicadeza, entre caricias y roces deseosos. 

Cuando las Djin le hubieron dejado completamente expuesto, comenzaron a deslizar sus cuerpos sobre el suyo, masajeándolo y llevándolo hasta el éxtasis, hasta que Kevin no pudo soportarlo más y sintió que necesitaba poseerlas. Al notar que su amante estaba a punto, la misma mujer que había iniciado el primer contacto, le recostó por completo, se subió a horcajadas sobre él y entonces… 

Entonces estalló el infierno. Entre las tres le sujetaron a la fuerza, reteniéndole de forma que no pudiese moverse. Mientras tanto, la líder había comenzado a mover las caderas rítmicamente hacia delante y hacia atrás. Al principio, a Kevin le resultó placentero, pero conforme la Djin iba acelerando el paso, la temperatura de su cuerpo también iba aumentando hasta que se volvió demasiado insoportable. Los gemidos de la mujer fueron transformándose en gruñidos violentos y su cuerpo se iba envolviendo en fuego a medida que ella estaba más próxima a alcanzar su clímax. 

Kevin empezó a gritar con desesperación. Se retorcía intentando liberarse, pero las tres mujeres no le dejaban moverse. Notaba como su piel se quemaba y no podía hacer nada para evitarlo. 

Miró el rostro de la Djin que le estaba tomando por la fuerza, en contra de su voluntad, en un intento de suplicarle que le dejase marchar, pero en su mirada no encontró compasión alguna, solo un éxtasis que le indicaba que por nada del mundo iba a liberar a su presa en aquel momento. Entonces, las pupilas de la Djin se dilataron súbitamente y el rojo de sus ojos pasó a ser un pequeño círculo llameante. 

Justo en ese instante, el cuerpo de la mujer explotó, convirtiéndose por completo en una bola de fuego que abrasó todo a su paso.

SIGUIENTE

lunes, 15 de octubre de 2018

III. LA CIUDAD SUBTERRÁNEA (1)



III. LA CIUDAD SUBTERRÁNEA



1

Por fin estaban de vuelta en la civilización, lejos de los tormentos del desierto. Sin embargo, la sensación de peligro no había abandonado a Kevin. Era cierto que habían recibido una cálida bienvenida, que habían estado rodeados de caras sonrientes y amables, pero ya conocía aquella sonrisa que mostraban todos los rostros que les habían saludado, esa expresión era idéntica a la que tenía Efreet la primera vez que se habían encontrado con él. Si los Djin estaban actuando del mismo modo en que lo había hecho el primero con el que habían tratado, podía estar seguro que todos y cada uno de ellos tenían sus propias agendas ocultas y ninguno debía estar tramando nada bueno.

En aquel momento, Kevin se encontraba en su dormitorio, aquel que sus huéspedes le habían proporcionado para utilizarlo durante todo el tiempo que durase su estancia. La sala era enorme, con altos techos y llena de detalles. La decoración era muy recargada, allá donde mirase encontraba adornos dorados y objetos engarzados con piedras preciosas, rubís en su mayoría. Las mismas paredes parecían hechas de oro o de algún otro metal de aspecto muy similar. Se sentía pequeño e insignificante en medio de semejante ostentosidad.

La constante visión de tanto objeto brillante comenzaba a marearle, así que decidió sentarse por un momento en la cama. En cuanto su cuerpo hubo entrado en contacto con las telas que cubrían el colchón, se dio cuenta que estaba tocando tejidos de seda y terciopelo.

Entonces le asaltó una duda. Si todo ese mundo era desértico, de dónde habrían sacado los Djin las materias primas para confeccionar aquellos tejidos, la alfombra, sus vestimentas, las sábanas y las mantas. Tal vez hubiese algún lugar en el planeta que fuera fértil, donde hubiese plantas y animales. De ser así, podría ser de utilidad encontrar dicho lugar, si se daba el caso en que tuviesen que volver a salir de la ciudad.

La verdad es que, la noche anterior, cuando fueron sorprendidos por aquella comitiva, por un instante pensó que aquel grupo había aparecido con la intención de matarles allí mismo o de apresarles, en el mejor de los casos. Pero lo que había ocurrido era que uno a uno se fueron presentando, todos ellos con amabilidad, para después guiarles hasta la entrada de la ciudad.

Si no hubiese aparecido el grupo de Djin, lo más probable es que ni Alda ni él hubiesen sido capaces de ver la entrada. Hubiesen pasado de largo y, en aquellos instantes, todavía estarían caminando por el desierto. Y es que la ciudad de los Djin no podía ser vista con simplemente mirar alrededor, ya que esta no se encontraba erigida sobre las dunas del desierto, sino que estaba excavada en las entrañas de la tierra.

Al parecer, habitualmente, los habitantes de la ciudad salían al exterior por unos túneles que estaban diseñados únicamente para ser transitados por ellos cuando se encontraban en su forma ígnea. Para casos especiales, como era el de los dos extranjeros que acababan de aparecer en sus tierras, disponían de otra entrada con una especie de ascensor metálico que silbaba como si funcionase a vapor. Dentro del aparato solo subieron dos miembros de la comitiva para acompañarles hasta abajo, los demás se adelantaron por los túneles.

Durante el descenso, Kevin no había sido capaz de hacerse una idea de la profundidad real a la que se encontraba la ciudad, pero intuía que estaban a kilómetros bajo la superficie del desierto. El viaje en el ascensor fue largo, pero no notó ningún cambio fisiológico, en todo momento pudo continuar respirando perfectamente y el nivel de oxigeno parecía ser normal. La temperatura era bastante elevada, pero, pese a ello, soportable, porque no quemaba como el sol del desierto. Además, no les faltó luz en ningún momento, ya que aquel ingenio estaba provisto de su propia fuente de iluminación, que consistía en una especie de red de tubos delgados, como si de venas se tratasen, que cubría toda la superficie de las paredes, desprendiendo una luz anaranjada similar a la de los Djin cuando se transformaban en bolas de fuego. Kevin no pudo discernir si el contenido de los tubos era algo estático o si había algún tipo de fluido o gas circulando por ellos, pero aun así estaba convencido de que no existía nada similar en su mundo, al menos nada que él conociese.

A medida que se introducían en las entrañas de la tierra, se iba imaginando que la ciudad de los Djin podría ser toda similar a aquel ingenio mecánico y entonces temió más que nunca a sus huéspedes, porque si poseían semejante ingenio no debían ser seres fáciles de engañar. Cuando llegaron al fondo, descubrió que sus expectativas no iban para nada desencaminadas, la luz, combinada con los metales preciosos, hacía que tuviese que entornar los ojos para no ser deslumbrado a cada paso.

Al poco de salir del ascensor, el resto de su escolta se unió de nuevo a ellos y rodearon a los dos visitantes para marcarles el paso en una dirección en concreto. A Kevin esto le resulto bastante perturbador, porque, a pesar de las buenas formas, parecían ser tratados como prisioneros, sin derecho a moverse por donde no debían.

Conforme avanzaban y pasaban por todo tipo de lujosas calles, los habitantes de la ciudad salían a la calle para saludarles. Los Djin que aparecían de cada puerta por la que se cruzaban eran visiblemente diferentes los unos a los otros, pero todos conservaban los mismos rasgos que Kevin ya habían visto en Efreet: los ojos rojos como el fuego, a juego con el color de sus decoradas vestimentas, todo ello acompañado con la mejor de sus sonrisas.

No supo identificar el tipo de lugares por los que iban pasando, bien podían haber sido comercios o entradas a viviendas, pero frecuente podía ver en los portales de los recintos cuencos con frutas de aspecto desconocido, así como rincones cubiertos con cojines y telas donde los Djin reposaban plácidamente mientras devoraban todos los manjares que les rodeaban.

La visión de aquello era completamente distinta a la del desierto que ahora se hallaba sobre sus cabezas. En la arena habían estado luchando por sobrevivir a diario, mientras que allí abajo parecía que hubiesen encontrado un paraíso.

El paseo terminó en una sala semicircular de grandes dimensiones, a cuyos lados se erigían dos estatuas que a Kevin le pareció que debían de medir más de veinte metros de altura, y que representaban la imagen de dos Djin esgrimiendo algo parecido a un látigo que se entrelazaba justo en el centro de la estancia, formando una especie de bóveda enrejada por encima de ellos. En el fondo de la habitación había una hilera de seis tronos de aspecto rojo cristalino, como si estuviesen tallados en rubí, y sobre los tronos se sentaban seis figuras, todas ellas con ropajes todavía más llamativos que los que habían visto hasta el momento, con bordados y dibujos más complicados en las telas.

Los seis Djin que les aguardaban en los tronos se presentaron como los miembros del consejo, los gobernantes de Jahanam, que era el nombre que recibía aquella ciudad subterránea.

Les dieron la más cordial de las bienvenidas, sin mostrarse amenazadores en ningún momento y sin hacerles ninguna pregunta indiscreta, como sí que había hecho Efreet al encontrarse con ellos. Acto seguido, les dijeron que mientras se encontrasen en la ciudad serían tratados con la mejor hospitalidad de los Djin, siendo libres de recorrer la ciudad a su antojo y alojándose además en las mejores dependencias disponibles. Todo ello sin esperar nada a cambio y durante todo el tiempo que quisiesen. Después, la escolta se dividió en dos, la mitad se fue con Alda y la otra mitad acompañó a Kevin hasta la habitación en la que se ahora se hallaba.

Desde entonces, habían pasado un par de horas y Kevin todavía no se había atrevido a abandonar sus aposentos y salir a explorar. Todo aquello le daba muy mala espina y temía que, al salir por la puerta, sería inmediatamente apresado y ejecutado por un guarda que estuviese esperando al otro lado.

Pese a su reticencia, sabía que no podía quedarse simplemente cruzado de brazos, pero se cuestionaba hasta qué punto podría fiarse de la buena voluntad de los Djin. Sabía que no era justo juzgar a toda una raza por el comportamiento de un solo individuo. Sin embargo, había mucho más que eso. También debía tener en cuenta todo lo que le había contado Alda sobre los Djin; claro que, últimamente, tampoco sentía que pudiese confiar demasiado en la Fane. Sus opciones estaban limitadas a esperar a que ocurriese algo, o bien decidirse a salir y enfrentarse a cualquier cosa que pudiese caerle encima al atravesar la puerta.

—Haces bien en no fiarte. Esta no es la autentica cara del consejo y, si os quedáis aquí, tarde o temprano descubrirás de lo que son capaces.

Cómo no, la voz que había interrumpido los pensamientos de Kevin era la de Efreet. Con todo lo que había ocurrido, ya prácticamente se había olvidado del genio que tenía encerrado en la botella. Abrió la mochila y sacó el contenedor de plástico. Se quedó por un momento observando la forma del genio, que ahora parecía menos amenazador que nunca. El pequeño ser de fuego se agachaba e intentaba, en vano, buscar refugio dentro de su pequeño receptáculo.

Kevin únicamente lo observó, con cierta fascinación, pero no le contestó nada. Consideraba que cualquier intento de conversar con Efreet era una pérdida de tiempo. Sabía que el genio era un mentiroso y que solo miraba por sus intereses. Si lo pensaba bien, al ver a semejante criatura indefensa, que no dejaba de hablar cada vez que intentaba concentrarse, le hacía pensar que era algo así como su propia voz de conciencia, aunque la mala.

Escuchó pasos acercándose por el exterior y rápidamente se apresuró a esconder la botella de plástico debajo de la cama. Si los Djin descubrían que tenía a uno de los suyos cautivo en aquellas condiciones, seguramente dejarían caer inmediatamente sus mascaras de amabilidad y se apresurarían a administrarle el peor de los castigos imaginables.

La puerta se abrió y por ella entraron una pareja de Djin. Los individuos eran dos de los que le habían acompañado previamente hasta la habitación.

—Por favor —dijo uno de los Djin—. Si eres tan amable de acompañarnos, hemos preparado un gran banquete en vuestro honor, y tanto tú como tu compañera sois los invitados de honor de la fiesta.

—Muchas gracias, aunque no deberíais haberos tomados tantas molestias. Al fin y al cabo solo estamos de paso —contestó Kevin.

—Eso es exactamente lo mismo que dijo tu compañera, pero descubrirás que esta es una ciudad rica, donde tenemos todo tipo de comodidades en abundancia. Disfrutamos dar fiestas, y esta es tanto para vosotros como para nosotros mismos. Nos complace poder compartir nuestra comida con tan fascinantes extranjeros.

—Entonces, acepto encantado. Aunque… —quedó mirándose a sí mismo por un momento y comparó su estado, después de días de caminar por el desierto, con el de los Djin, con sus elegantes vestimentas—. No sé si voy vestido para la ocasión.

—No necesitas ningún atuendo especial —le dijo ahora el otro Djin que todavía no había hablado—. Pero si te sientes mas cómodo, aun queda algo de tiempo hasta que empiece el banquete, podemos proporcionarte ropas nuevas y un baño.

Kevin dudó por un momento sobre si debía aceptar el ofrecimiento de los Djin y al final dijo que sí, no tanto por el tema de la ropa sino por el baño. La posibilidad de poder asearse un poco, de limpiarse y quitarse la arena que tenía pegada a la piel y entre el pelo, era más que tentadora. Fue acompañado hasta otra sala que se encontraba en el mismo pasillo y allí le indicaron el lugar en que podía bañarse. El baño en sí era tan grande como una piscina y estaba repleto de un liquido caliente que, si bien en un principio le había parecido que era agua, al entrar en contacto con el elemento, se dio cuenta que era algo bien distinto. El receptáculo contenía una sustancia transparente que tenía una textura parecida al aceite al tacto, pero que no resultaba nada desagradable y desprendía un olor floral.

Estuvo un buen rato bañándose, en la intimidad, desprendiéndose de toda la suciedad que se había acumulado en su cuerpo a lo largo del camino. 

Cuando por fin se sintió limpio, se incorporó y descubrió que, al salir de la bañera, no tenía ninguna necesidad de secarse, porque aquella sustancia no le dejaba sensación de humedad en el cuerpo. Su piel estaba suave y brillante, pero no aceitosa. Pero eso no era lo mas increíble, lo mejor de todo era que aquel liquido, fuese lo que fuese, había hecho que incluso le desapareciesen las quemaduras del sol, así como las cicatrices de las heridas que se había hecho recientemente, todas y cada una de ellas, incluso las que parecían de lenta curación. No sabía en qué consistía aquella milagrosa sustancia, pero era una muestra más de hasta dónde llegaba la avanzada civilización de los Djin. Siendo así, no le extrañaba que las historias constasen que los genios eran capaces de conceder deseos.

Al ir a ponerse la ropa, descubrió que sus maltrechas prendas habían desaparecido y, en su lugar, había un vestido como el que llevaban los Djin, pero no como el de aquellos que los habían escoltado, sino más parecido al de los miembros del consejo, como si le estuviesen considerando también una persona de gran importancia.

Se puso el traje, que consistía en unos pantalones y una túnica de un tejido realmente suave y agradable al tacto, para rematar el atuendo con un calzado que era similar a unas chanclas, pero que tenían adornos y dibujos parecidos a los de las otras prendas.

Tras terminar de arreglarse, se acercó a una de las paredes, que, de tan brillante que era, supuso que haría las veces de espejo, y se quedó observando su reflejo en la superficie. Su aspecto era prácticamente idéntico al de los Djin, tanto que, por un instante, temió encontrar dos llameantes ojos rojos en su mirada, pero afortunadamente no lo hizo, sus ojos seguían siendo los suyos. Seguía siendo el mismo, aunque vistiese de otro modo.

Su escolta estaba esperándole a la salida de la habitación donde se había bañado, desde donde, inmediatamente, procedieron a acompañarle hasta el lugar donde se celebraría el banquete.

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lunes, 1 de octubre de 2018

II. EL DESIERTO DE FUEGO (7)


II. EL DESIERTO DE FUEGO



7


Pero el golpe no llegó. 

Pasaron unos minutos y no ocurrió nada. En un momento dado, Kevin había sentido el infernal calor que desprendía la criatura, como si hubiese estado a punto de atravesarle. Pero después la sensación térmica había desaparecido y había regresado a la normalidad. Estaba vivo y no entendía el por qué, pero estaba demasiado asustado como para abrir los ojos y comprobar la situación. Se planteó la posibilidad de que hubiese sido la Fane la que le hubiese salvado de algún modo en el último instante, pero descarto rápidamente la idea, ya que, de haber sido así ella, ya le habría dicho algo y no le hubiese dejado con aquella incertidumbre.

Empezó a tranquilizarse, el corazón volvió a latirle con normalidad y sus músculos se relajaron. Entonces se dio cuenta de algo que le había pasado desapercibido hasta aquel momento, sentía una extraña calidez en las manos que no era acorde con la temperatura del resto de su cuerpo. Pudiese ser que el plástico de la botella que todavía sostenía hubiese empezado a fundirse cuando el Djin lo había atacado. Pero, de ser así, creía que el tacto sería bien distinto, y la botella continuaba conservando la misma forma de siempre.

Fue la curiosidad sobre el misterio de la botella de plástico lo que hizo que finalmente volviese a abrir los ojos. Esperaba que al mirar hacia delante se encontraría de nuevo con los ojos rojos y la sonrisa burlona del Djin, pero no fue así. No había nadie observándole, solo podía ver la arena del desierto.

Todo aquello resultaba muy extraño. Se preguntaba dónde habría ido a parar su enemigo, a quien no era capaz de ver por ninguna parte. Entonces se acordó de Alda y corrió en dirección hacia donde ella permanecía todavía tumbada. Se inclinó sobre la chica y la llamó por su nombre, esperando que, si ella se encontraba bien, pudiese responderle.

La Fane se movió. Al parecer el golpe no le había causado daño alguno. Kevin vio que ella se incorporaba sobre la arena y sacudía la cabeza como si todavía estuviese algo desorientada. Entonces la chica abrió los ojos y alzó la mirada como para decir algo, pero sus ojos nunca llegaron a encontrarse con los de Kevin, sino que se quedaron a medio camino, abiertos de par en par, con asombro.

Ambos se quedaron de piedra al descubrir lo ocurrido. No había sido un milagro lo que les había salvado, sino el puro azar y la buena fortuna.

Debido a la preocupación por su compañera de viaje, Kevin había olvidado por completo que todavía sujetaba la botella de plástico en la mano, como consecuencia de su infructífero intento por apagar las llamas de Efreet; y fue la mirada de Alda lo que le hizo reparar de nuevo en el recipiente.

La botella no estaba tan vacía como debía haber estado después de verter todo su contenido, sino que brillaba con una luz inusitada, procedente de la esfera anaranjada que se movía haciendo círculos en el interior. Daba la impresión de tratarse de un insecto atrapado que luchaba desesperadamente por salir, sin conseguirlo, y que cada vez se encontraba más cansado.

No tardaron mucho en atar cabos y entender que lo que estaban viendo se trataba del mismísimo genio que, de algún modo, había acabado metiéndose accidentalmente en la botella de plástico. No daba la impresión de que la lucecita fuese a poder escapar, pero, aun así, Kevin se apresuró a recuperar el tapón y cerrar la botella. Después de todo, no quería volver a estar a merced de aquel peligroso ser si este conseguía salir del recipiente.

Kevin entendió por fin el motivo de la reacción de Efreet cuando le había amenazado con arrojarle el agua. La razón por la cual parecía que que el genio se había asustado por un instante, no había sido por el líquido, sino por el propio recipiente. Cuando el Djin se había dado cuenta de que en realidad su contrincante no sabía lo que estaba haciendo, se había confiado y le había atacado apresuradamente, sin pensar que la botella pudiese ser una autentica amenaza. Pero había resultado que tanto Kevin como el genio se habían olvidado de la existencia de aquel recipiente en el momento crucial, de modo que Efreet se había estrellado contra la botella justo en el instante en que Kevin la había alzado cubriéndose la cara.

Había sido un accidente inesperado, pero todo un golpe de suerte para los dos viajeros, quienes se habían deshecho de la amenaza más reciente.

—¿Y ahora qué? —preguntó Kevin, cuando se dio cuenta que ya no tenían por qué seguir la ruta que les había estado marcando el Djin.

—Deberíamos retomar nuestro camino —le respondió Alda.

—Estoy de acuerdo. Pero, si continuamos en esa dirección y en efecto existe una ciudad, nos encontraremos con más de estos seres…

—Es cierto, pero todavía creo que ninguno de ellos osaría atacarnos mientras haya varios juntos. Además —añadió Alda—, ahora conocemos la forma de librarnos de ellos, o por lo menos de asustarles.

Kevin se disponía a añadir algo más a lo que le había dicho ella, pero no pudo hacerlo, porque una tercera voz se unió a la conversación, una voz que había llegado a hacerse demasiado familiar.

—Jamás podréis salir vivos de aquí. Los míos os convertirán en carbón antes de que podáis si quiera reaccionar.

La voz era la de Efreet, quien había recuperado parte de su forma y les hablaba desde dentro de la botella. En esos momentos, podían ver como el Djin volvía a tener una apariencia humanoide, aunque siendo diminuto y con cierto brillo, como si de una luciérnaga se tratase. Ya no parecía para nada amenazador y, si no hubiese estado a punto de matarlos unos instantes antes, es posible que incluso hubiesen sentido lástima por él. Pero todo esto no cambiaba el hecho de que sabían que aquel ser era tan despiadado como mentiroso, no había ninguna razón en el mundo que pudiese llevarles a creer una sola palabra que el genio les dijese desde su prisión de plástico.

Es cierto que escuchar al Djin, hablando con el mismo tono de voz que antes de estar atrapado, les resultaba algo perturbador, pero aun así una mirada entre Kevin y Alda fue suficiente para hacerse entender el uno al otro, sabían que lo que debían hacer era ignorarlo.

Por un momento, pensaron en hacer un agujero bien profundo y enterrar la botella, dejando allí abandonado al genio. Pero finalmente, por algún motivo que no tuvo nada que ver con la compasión, decidieron llevarlo con ellos. Pensaron que tal vez podría serles útil en un futuro, no podían imaginar de qué forma, pero aun así parecía un desperdicio dejar algo tan valioso abandonado.

No obstante, eventualmente llegarían a la ciudad de los Djin, si es que en efecto había una allá donde resplandecían las luces por la noche, y de hacerlo, no quedaría muy bien que se presentasen en aquel sitio mostrando a uno de su especie en cautiverio. Así pues, les pareció que lo más indicado sería guardar la botella en la mochila y no volver a sacarla a menos que fuese imprescindible. Esto era posible ahora que ya no necesitaban sacar el contenido de la bolsa cada noche, porque, pese a las malas intenciones de Efreet, sí que era cierto que les había hecho un gran obsequio dándoles el líquido para hacer tiendas de arena, lo que les brindaba un refugio adecuado donde pasar la noche, sin tener que hacer arreglos poco efectivos. Guardar la botella en la mochila tenía además otro propósito, y este era el de acallar el incesante parloteo del Djin, quien desde que se había quedado atrapado, no dejaba de dirigirles amenazas y frases desmotivadoras, ya fuese con la esperanza de que le dejasen salir o simplemente para confundirles y vengarse por el destino que había sufrido.

—Os dirigís en dirección a mi trampa —decía entre risas Efreet, haciéndose oír incluso a través del plástico y la tela que le rodeaban—. Me alegra, porque me había pasado mucho tiempo preparándola y se iba a echar a perder.

Hacía un buen rato que Kevin había dejado de prestar atención al Djin. La malévola criatura llevaba horas sin callarse y había llegado a sonar repetitivo. Al principio, a Kevin le había hecho gracia la forma en que el genio actuaba con desesperación, pero ahora solo resultaba tedioso. Pensó que quizás ese fuese el nuevo plan de Efreet, hablar incesantemente hasta que acabasen hartos de él. Le pareció curioso pensar en cómo esta parte la omitían en las historias de genios atrapados en lámparas. Sin embargo, tenía sentido pensar que si un ser está todo el día encerrado en el mismo sitio, este llegaría a aburrirse y tendría la necesidad de hablar con alguien, con cualquiera que estuviese escuchando al otro lado de su diminuta prisión. ¡Qué fortuna la suya!, descubría que las leyendas sobre los genios eran ciertas y, sin embargo, la parte donde estos concedían deseos, la única parte que hubiese merecido la pena, era un fraude. El único deseo que este genio podría conceder, si quedaba en libertad, sería el de proporcionarles una muerte rápida, o tal vez ni siquiera eso, seguramente estaba tan cabreado que querría verles sufrir por lo que le habían hecho, aunque fuese de forma accidental y en defensa propia.

Habían reanudado la marcha, continuando como si nunca hubiesen encontrado al genio, en la misma dirección en la que habían estado andando días antes. Todo parecía igual que siempre, pero Efreet había dejado huella en ellos, y a pesar de que en el momento decisivo habían tratado de defenderse el uno al otro, la confianza entre ambos se había visto mermada. Kevin todavía no estaba seguro de si la Fane llegó a caer en las redes del Djin en algún momento, y todavía se sentía algo enfadado con que ella hubiese tardado tanto en reaccionar cuando el genio había amenazado con matarle. Tampoco ayudaba mucho a recuperar la confianza pensar en la forma en que había sido tratado por su compañera últimamente. No podía evitar guardarle algo de rencor a la chica por todo el asunto del sirviente. Además, en su fuero más interno seguía echándole a ella la culpa por todo lo que había ocurrido, desde encontrar la flauta, hasta haber acabado cayendo en aquel desierto. Sabía que Alda no era responsable de todo aquel infortunio, pero aun así necesitaba alguien a quien hacer responsable y allí solo estaban ellos dos, si no contaban con el diminuto genio que cargaba a sus espaldas.

La interacción entre los dos compañeros de viaje había cambiado notablemente. Sus conversaciones no eran las mismas y había pequeñas cosas que, sin ser importantes, pesaban mucho, como resultaba el hecho de que ahora sonreían menos. Estaban tensos constantemente y raramente se dirigían la palabra durante la noche, simplemente creaban las tiendas y se retiraban a dormir hasta que llegaba la mañana y continuaban caminando.

En realidad, no parecía que a ninguno de los dos les gustase la situación, pero tampoco querían admitir que existía un problema. Kevin no quería hablar del tema porque tenía miedo de estar en lo cierto y que su compañera hubiese llegado a traicionarle en un momento dado, de haberse dado las circunstancias. En cuanto a Alda, sabía que ella también estaba al tanto de la situación, pero desconocía los motivos por los que la chica no había mencionado nada de lo ocurrido. Después del incidente con el Djin, debieron haber aclarado todo, pero no lo hicieron en su momento y ahora, con el paso de los días, esas cosas que se estaban guardando para sí mismos empezaban a pesar.

—Habéis estado alimentándoos día y noche de guislin, los frutos del Zaqum, y no tardareis en morir.

La última amenaza del Djin, y la que más estaba repitiendo últimamente, se refería a los frutos del desierto, que habían sido alimento y bebida de ambos viajeros desde que habían encontrado el primero de forma accidental. Sabían que eran venenosos y, al parecer, Efreet quería asustarles con ese conocimiento, haciéndoles pensar que, si seguían comiendo aquello, podían llegar a ingerir una dosis letal. La solución, según el genio, era que le dejasen en libertad para poder ir a traerles un antídoto.

Las palabras del Djin hubiesen tenido el mismo poco efecto que todas las anteriores que había ido soltando, pero en esta ocasión era distinto. Realmente habían estado sintiéndose peor últimamente. Era posible que de verdad necesitasen algún tipo de antídoto, pero liberar a Efreet no era una opción a tener en cuenta. Lo único que podían hacer era acelerar el paso e intentar llegar cuanto antes a la ciudad, donde tal vez pudiesen agenciarse algo que les ayudase, o visitar a algún médico que pudiese tratarles. Por supuesto, todo ello solo sería posible si podían confiar en los Djin, cosa que no parecía muy probable.

Kevin se sentía agotado, tanto física como anímicamente. La victoria sobre el Djin debía de haberles hecho sentirse mejor, con más ganas de seguir adelante, pero el cansancio les estaba ganando la partida.

Los días transcurrían y las luces volvían a estar cada vez más cerca, hasta que llegó un momento en el que Kevin se aventuró a predecir que llegarían a su destino en poco tiempo. Tampoco se sentía alegre por este hecho, temía lo que fuesen a encontrar al llegar a donde se dirigían, y estaba convencido de que no hallarían nada bueno.

Al caer la noche se llevaron una nueva sorpresa, ya que en aquella ocasión las luces no hicieron acto de presencia. El cielo estaba completamente despejado, y deberían haber sido capaces de vislumbrar aquellas bolas brillantes que supuestamente debían estar ya tan cerca. No obstante, lo único que podían ver era las estrellas.

Este misterioso suceso les pilló a ambos por sorpresa, ya que obviamente estaban esperando llegar pronto a su destino, pero la ausencia de los puntos luminosos que les habían acompañado durante cada noche hasta aquel momento había sido completamente inesperada. Era la primera vez que algo como aquello pasaba y Kevin supuso que debía haber un motivo, algo probablemente relacionado con ellos.

—¿Sabrán que llegamos? —le preguntó a Alda, después de tantos días de silencio.

—Estaba pensando lo mismo. Puede que estén preparándose para nuestra llegada.

—¿Y eso es bueno o malo?

—Habrá que esperar a ver qué pasa.

Aquella noche no se fueron a dormir, ni tan siquiera se molestaron en preparar las tiendas. Permanecieron alerta a la espera de que ocurriese algo, de que fuesen asaltados repentinamente o que algo se aproximase. Querían estar preparados para lo que fuese. Estaban bien despiertos, pero a pesar de ello estaban callados. Pese haber compartido unas pocas palabras y haber roto el silencio de los últimos días, seguía habiendo una brecha que parecía insalvable. Al final, se escuchó una voz en la noche, pero no fue la de ninguno de los dos. De nuevo era Efreet quien hablaba, aunque, curiosamente, lo hizo con un tono menos amenazador que el habitual.

—Salid corriendo mientras podáis —dijo el genio—. Sé que no tenéis ningún motivo para confiar en mí, pero creedme cuando os digo que no queréis llegar a la ciudad.

Hizo una pausa y, como nadie decía nada, continuó hablando, con una voz calmada, pero que dejaba entrever algo de miedo en las palabras. Parecía que el propio Djin no quería poner un pie en su ciudad, algo que a Kevin le pareció realmente extraño, después de haber escuchado tantas amenazas sobre lo que podría hacerles su gente.

—Lo mejor es que deis media vuelta y nos alejemos de aquí, si es que todavía estamos a tiempo —aconsejó Efreet—. La gente que hay ahí dentro es mucho más peligrosa de lo que podáis pensar, yo no soy nada en comparación. No estoy intentando engañaros. Si queréis, os digo de donde podéis obtener el antídoto para el veneno del Zaqum, sin trucos, no tenéis ni que sacarme de la botella. Puedo guiaros por el desierto hacia algún sitio más seguro, un lugar con agua de verdad.

Nadie le contestaba y el Djin sonaba cada vez más desesperado, hasta que llegó incluso a suplicar.

—Por favor. No me llevéis allí dentro, otra vez no. Me destrozarán y me torturarán. La última vez apenas pude escapar, no creo que sea capaz de hacerlo de nuevo —Efreet sonaba cada vez mas agitado, como si fuese consciente de que se acabase el tiempo del que disponía—. De acuerdo, supongo que no os importa lo que me pueda pasar a mí. Pero el trato para con vosotros será todavía peor. En el mejor de los casos os esclavizaran y os utilizaran de la forma más brutal que podáis imaginar. A ti —dijo dirigiéndose a Kevin—, te harán trabajar en las minas hasta que no aguantes más y entonces asaran tu carne y la servirán en algún banquete. A la chica la violarán, será utilizada para satisfacer los deseos de todos y cada uno de los miembros del consejo, y lo harán a diario, hasta que entre en la madurez y entonces, cuando ya no puedan utilizarla a causa de las visiones que pueda provocarles, la arrojarán en el rincón mas oscuro de la prisión y se olvidarán de ella, solo después de forzarla a revelarles la forma en la que habéis llegado a este mundo. Y podría ser peor, podría…

El Djin enmudeció de repente, dejó de hablar desde el interior de la botella en la mochila, y no terminó la frase que había comenzado. Kevin miró en la distancia, convencido de que cualquier cosa que fuese a ocurrir era ya inminente. Entonces notó la mano de Alda posarse sobre su hombro, giró la cabeza y vio que ella se encontraba detrás suyo, mirándole.

—Kevin, hay algo que quería decirte —comenzó la Fane—. Tendría que haber…

Pero no pudo continuar con lo que estaba diciendo, porque en ese momento se encendieron una decena de luces a tan solo unos pocos metros por delante, avanzando rítmicamente en dirección hacia ellos. Un comité de bienvenida Djin llegaba en aquel instante para escoltarles hasta la ciudad.

SIGUIENTE