lunes, 29 de abril de 2019

IV. PRISIONEROS DE LAS PROFUNDIDADES (7)



IV. PRISIONEROS DE LAS PROFUNDIDADES



7


Cuando Iblis terminó de contar su historia, se quedó en silencio, cabizbajo, como si estuviese rememorando aquellos duros momentos sobre los que hacía tiempo que no pensaba. 

Kevin también se sintió algo entristecido por todo lo que había pasado aquel Djin, aunque sin dejar de ver lo salvaje y peligrosa que era su sociedad, tanto la actual como la antigua. Entendía por qué Iblis tenía aquel rencor contra Efreet, lo hacía responsable directo de la muerte de su hija, pese a que el asesino no hubiese sido este sino Agní. 

Auqnue había un dato que se escapaba a la comprensión de Kevin. Y es que, cuando el miembro del consejo había apresado a Efreet y le había quitado la flauta, había escuchado la conversación que habían mantenido, un dialogo donde estaba seguro que Efreet le recriminaba a Agní haber matado a su hijo. En aquella acusación había un odio pasional, un sentimiento autentico que Kevin no pensaba que pudiese ser fingido. Con lo que, si todo lo que había contado Iblis era cierto y Efreet solo había tenido ese hijo para ganar poder, ¿por qué parecía que la muerte del niño le hubiese afectado tanto? 

Pensó que quizás había algo más en aquella historia que no conocía. Pero decidió guardarse aquellas dudas para sí mismo. No quería que Iblis pensase que no estaban de su parte. 

—Ha pasado mucho tiempo —reconoció Iblis—. Pero ha llegado la hora de que asuma mi responsabilidad, reclame de nuevo el trono, y vengue por fin la muerte de mi hija. 

—¿Qué es lo que te ha hecho tomar esa decisión? —le preguntó Alda. 

—Vosotros —respondió el Djin—. Nuestro encuentro no ha sido un accidente. Es una señal de que grandes cosas están por venir y, cuando lleguen, no debo estar aquí abajo escondiéndome, tengo que tomar parte en la acción. 

—¿Qué quieres decir? —quiso saber Kevin. 

—Vosotros no pertenecéis a este mundo, habéis llegado recientemente. Sé cómo habéis venido hasta aquí. Y si estoy en lo cierto, creo que nuestras razas podrían ayudarse mutuamente. Mi relación con Kalen en el pasado es una prueba de que Djin y humanos podemos llegar a entendernos. 

Iblis proponía algún tipo de acuerdo entre ellos, quería que cooperasen, no solo para derrocar al gobierno actual de los Djin, sino en un futuro. El antiguo rey había adivinado que Kevin estaba en posesión del viento de Kalen. Había supuesto que era la única manera en que ellos podían haber llegado a aquel mundo y, recordando los buenos tiempo del pasado, esperaba poder retomar la relación que tuvo una vez con el primer propietario de la flauta. 

Lo cierto es que Kevin no tenía intención alguna de volver al mundo de los Djin una vez hubieran conseguido escapar. Lo único que quería era poder regresar a su propio mundo lo antes posible y olvidarse de que todos esos viajes inter-dimensionales habían ocurrido. Por lo tanto, mintió a Iblis, le dijo que, si les ayudaba, se comprometería a retomar la relación que había mantenido el Djin con Kalen, volvería de vez en cuando e intercambiaría información sobre el resto de mundos. 

Una vez cerrado el trato, el siguiente paso era encontrar la salida, para lo cual esperaban que Iblis pudiese ayudarles. 

—Yo mismo mandé construir esta prisión, por supuesto que conozco vías de escape —respondió orgullosamente el Djin cuando le preguntaron sobre la salida. 

—Entonces, ¿nos acompañarás? —quiso saber Kevin, esperando obtener la ayuda de Iblis para recuperar el instrumento. 

—Sí, iré con vosotros, pero antes debo prepararme. No podemos enfrentarnos directamente a Agní. En solitario creo que podría derrotarle, pero tiene demasiados seguidores. 

—¿Qué propones? —intervino Alda. 

—Reuniré mi propio ejército —le contestó Iblis—. Sé que el tiempo es fundamental para vosotros, si el instrumento está en manos de los miembros del consejo, pueden llegar a destruirlo si no consiguen averiguar cómo funciona. Aun así, estamos en ventaja. Como nunca comenté con nadie mis encuentros con Kalen, no saben que solo puede ser utilizado por un humano, con lo que estarán ocupados tratando de resolver el misterio. 

—Sí, pero tarde o temprano vendrán a intentar sacarnos a la fuerza la forma de utilizar la flauta —pensó Kevin en voz alta. 

—Por ese motivo vosotros os vais a adelantar a mí y empezareis a buscar la ubicación del viento de Kalen. No creo que lo tengan a la vista de cualquiera, estará en alguna habitación oculta. 

—Es imposible. Jamás podríamos pasar desapercibidos entre los Djin, mucho menos encontrar algo que parece ser que está tan bien escondido —replicó Kevin. 

—No debéis preocuparos por eso. Usad todas las prendas que hay en esta sala para disfrazaros. Si lo hacéis, pasareis desapercibidos por la ciudad sin problemas. Ellos creen que estáis aquí abajo, sin posibilidad de escapar. Y si no os están buscando, no repararán en vosotros. 

Kevin sabía que Iblis tenía razón, él mismo había utilizado ya esa estratagema con anterioridad y le había salido bien. Si además, en esta ocasión, contaban con el elemento sorpresa, sería muy difícil que alguien les reconociese. 

Subirían a la ciudad en cuanto se hubiesen vestido con las prendas Djin. Observarían todos los movimientos de la gente, en especial los de los miembros del consejo, y así quizás consiguiesen dar con el paradero de la flauta. Después, esperarían a la noche para recuperar el instrumento del lugar donde lo tuviesen guardado. La fase final del plan sería cuando Iblis se reuniese junto a ellos, y entre todos se enfrentasen a Agní. O al menos esa era la idea del Djin. Por su parte, Kevin tenía muy claro que si recuperaban el viento de Kalen, no esperarían a nada ni a nadie, escaparían en el acto. 

En cuanto su disfraz estuvo listo, Iblis confirmó que el atuendo era apropiado y que podrían pasar desapercibidos ante los ojos de cualquier habitante de la ciudad. Después de aquello, ya estaban preparados, con lo que Kevin le preguntó al Djin por la vía de escape de la prisión. 

—La salida está justo aquí al lado, la coloqué de este modo, de manera que tuviese acceso directo a esta habitación. Solo mi mujer y yo conocíamos ese pasaje secreto, con lo que estaréis completamente a salvo. 

—Muy bien. ¿Dónde tenemos que ir? 

—La principal razón de que nadie pudiese encontrar esa salida jamás es debido a su localización. Quiero decir que, habría que estar loco para intentar algo como lo que os voy a proponer si no conoces el resultado de antemano. Pero debéis confiar en mí. 

—No me gusta cómo suena esto… 

—No te preocupes, en realidad no hay ningún riesgo. Veréis, el pasaje esta justo en el túnel que da a esta habitación, sin embargo no está a plena vista. Lo que tenéis que hacer es lo siguiente: en el momento en que reaparezca el túnel, debéis situaros en el medio y esperar al próximo temblor. Cuando esto ocurra, la arena comenzará a inundar el túnel, bloqueándolo. En cualquier otro lugar de la prisión, si permanecieses en un pasillo cuando comenzase a enterrarse, no tardaríais en morir aplastados o asfixiados. Pero este túnel es especial y, si hacéis lo que os digo, la arena os llevará hacia arriba, donde iréis a salir en una de mis habitaciones privadas en la ciudad. El único inconveniente es que tendréis que aguantar la respiración unos segundos. 

Durante su estancia en aquel mundo, habían aprendido a no confiar en los Djin. Sin embargo, no podían permitirse el lujo de no hacerlo en esta ocasión. Si no aprovechaban esa oportunidad para escapar, quizás no consiguiesen salir nunca de allí. 

La idea de ser sepultados por una descomunal masa de arena era aterradora, tanto si funcionaba, como si no lo hacía. Tendrían que pasar por la experiencia de ser enterrados vivos si accedían a continuar con aquel plan. Kevin podía imaginarse cómo la luz se iba apagando poco a poco, con la arena entrando por sus fosas nasales mientras trataba de aguantar la respiración. Se veía esperando el momento en que ascendiese y saliese por aquel pasadizo secreto, solo para darse cuenta de que todo había sido un engaño y estaba a punto de morir. Pero no cedió al miedo. Era cierto que jamás podría confiar en uno de aquellos seres, pero tenía que admitir que, siendo Iblis una criatura tan imponente como parecía, si este hubiese querido matarles no habría hecho falta que recurriese a semejantes artimañas. Aceptaron seguir adelante, tomarían el riesgo si ello suponía conseguir la libertad. 

Esperaron a que el pasaje se abriese nuevamente e inmediatamente caminaron hacia el interior. Avanzaron paso a paso hasta que, a lo lejos, desde la habitación, Iblis les indicó que se detuviesen. Habían llegado al punto donde, en teoría, se abriría la salida. 

Tuvieron que permanecer allí de pie un rato, hasta que comenzó el temblor. Había llegado el momento, estaban a punto de saber si realmente había un pasadizo secreto o habían sido engañados. Se aproximaron el uno al otro, para asegurarse de que los dos acabasen en el lugar correcto. Alda se pegó todavía más a Kevin y le abrazó con fuerza. 

—Tengo miedo —le dijo ella, temblando. 

—Yo también —admitió Kevin, mientras rodeaba también a la chica con sus brazos. 

Entonces comenzó a caer arena sobra sus cabezas, a brotar de entre las paredes y bajo sus pies. 

Todo pasó muy rápido. Antes de que se diesen cuenta estaban completamente enterrados, notando el roce de la arena por todo su cuerpo. Después empezaron a moverse por el interior de la tierra, como si estuviesen en el interior de una corriente de agua. Iban ascendiendo a gran velocidad. Pese a no ver nada, la situación producía vértigo, daba la impresión de que en cualquier instante fuesen a estrellarse con algún obstáculo. Y no dejaban de acelerar. Kevin quería gritar, pero sabía que no podía, debía mantener la boca cerrada y seguir manteniendo la respiración hasta que todo acabase. Empezaba a notar que le faltaba oxigeno y su cuerpo se quejaba. No era un viaje agradable para ninguno de los dos. Sentía como Alda también estaba pasándolo mal, ella movía la cabeza de un lado a otro, mientras le apretaba cada vez más fuerte con los brazos. 

De repente todo acabó, Kevin dejó de sentir la presión de la arena a su alrededor y la impresión hizo que no pudiese contener la respiración por más tiempo. Abrió la boca y tomó una gran bocanada de aire. Descubriendo, con gran alivio, que efectivamente era aire lo que entraba en su cuerpo y no arena. Habían salido por fin de la tierra y estaban de regreso en la ciudad Djin.

SIGUIENTE

lunes, 8 de abril de 2019

IV. PRISIONEROS DE LAS PROFUNDIDADES (6)



IV. PRISIONEROS DE LAS PROFUNDIDADES



6


Iblis hizo una pausa en su historia, no porque hubiese acabado de hablar, sino porque la habitación había comenzado a temblar, de forma que la vibración hacía que no pudiese ser escuchado correctamente. Cuando acabó el movimiento de tierra, el túnel por el cual habían accedido a la sala Alda y Kevin se había abierto de nuevo, haciendo que pudiesen salir de allí. 

Los dos se quedaron mirando en dirección a la salida y, al verlos, el Djin les preguntó qué era lo que querían hacer. 

—Se ha abierto la salida —indicó Iblis—. No tardará en cerrarse, y puede pasar bastante rato hasta que se abra de nuevo. Si queréis marcharos ahora, sois libres de hacerlo. 

—Tú decides —le concedió la chica a Kevin. 

—Creo que quiero seguir escuchando la historia de Iblis, si te parece bien. 

—Esperaba que dijeses eso —confirmó la Fane—. Yo también quiero saber como acaba el relato. 

—De acuerdo, Iblis, no nos importa esperar un poco más antes de irnos —le explicó Kevin al Djin—. Sigue contándonos tu historia, por favor. Tengo curiosidad por saber cómo encaja Efreet en todo esto. 

—Sí, por supuesto, Efreet… Estaba a punto de llegar al momento en que él entra en escena —dijo Iblis antes de continuar con la historia. 

“Como he dicho, fue en aquel momento cuando todo empezó a ir mal. De la noche a la mañana, pasé de tener grandes planes a perderlo todo. 

Tras la última visita de Kalen, ya había comenzado a temer lo peor. Era plenamente consciente de la fragilidad de la vida humana, yo mismo había observado cómo mis humanos nacían y morían constantemente, su ciclo de vida era muy corto en comparación con el de los Djin. Pero aun así, pese a saberlo, ver envejecer a mi amigo era algo que me dolía en lo más profundo. 

En aquel encuentro, Kalen mostraba un gran deterioro, la edad estaba haciendo estragos en su cuerpo, y ni siquiera nuestro fluido revitalizante era capaz de revertir el daño en sus tejidos. Con el tiempo, habíamos llegado a tener muy buena relación. Por eso, cuando vi la forma en la que mi amigo se hallaba, traté de contenerme y no mencionar nada al respecto. Hablamos tanto como siempre y después volvió a su mundo. La única diferencia es que intuía que nunca volvería a verle. No me equivocaba, pasó el tiempo y Kalen no regresó. Supuse que habría fallecido. 

Lamenté la perdida de mi amigo, pero pese a su ausencia siempre me quedarían los recuerdos y todas las historias que habíamos compartido. Me había dado el mayor de los regalos, una gran fuente de conocimiento que había ido poniendo en práctica con los años. 

Mi hija estaba prácticamente lista para ascender al trono y la ciudad brillaba con luz propia, gracias al trabajo que habían realizado mis científicos con la información que yo les había ido facilitando, información que provenía de otros mundos. 

Mi mayor error fue confiar en alguien que no era de mi propia familia. Todos los Djin somos, por naturaleza, criaturas sedientas de poder, y el jefe de mis científicos no era menos. El investigador había estado llevando a cabo sus propios experimentos en secreto, utilizando no solo a los humanos y el resto de criaturas que se hallaban en la prisión, sino también a miembros de nuestra propia especie. Como resultado de esos experimentos, la mayoría de los prisioneros de los subterráneos murieron, alguno de ellos entre horribles sufrimientos. 

Me encaré directamente con aquel loco oportunista que había estado actuando a mis espaldas, para descubrir que estaba más cuerdo de lo que parecía. Todo lo que había estado haciendo el científico, lo había estado haciendo para impresionar al consejo y ganarse un puesto entre ellos. Y desgraciadamente para mí, tuvo éxito en su propósito. 

El investigador había descubierto un modo de hacer que la luz recorriese las cámaras de las zonas más ricas de la ciudad. Para ello había diseñado un aparato que drenaba la sangre de los Djin y la aceleraba por unos tubos situados en las paredes, de modo que producían un potente fulgor. La sola idea me pareció una aberración y me opuse inmediatamente, pero el consejo de los Djin llevaba demasiado tiempo haciéndose cargo de los asuntos de la ciudad y veían la invención como un salto al futuro. No estaban dispuestos a permitir que una vieja reliquia como yo se interpusiese en semejante avance. 

Uno de los miembros del consejo en concreto me había guardado rencor desde hacía mucho tiempo, Agní, aquel Djin que una vez trató de obsequiarme con un ejemplar de otro mundo y al que prohibí volver a mencionar el tema. Fue esta persona quien dio el primer paso y convenció a los demás miembros del consejo de que era el momento de que el poder cambiase de manos. 

Más tarde supe que fue el propio Agní quien, desde un principio, había orquestado la traición de aquel científico, para poder conseguir lo que siempre había querido, tener el control absoluto de la ciudad. 

Aquellos que una vez habían sido los Djin en quien más confiaba se volvieron contra mí y, en cuestión de segundos, fui rodeado y reducido. Solo me dieron dos opciones: la muerte para mí y toda mi familia, o pasar el resto de mis días en el interior de una vasija que habían preparado para la ocasión. Si hubiese sido únicamente mi vida la que corría peligro, hubiese preferido que acabasen conmigo en aquel mismo momento, pero, por el bien de mi hija y mi mujer, decidí quedar recluido en aquel contenedor. 

Después de encerrarme, llevaron la vasija hasta la prisión y me colocaron en el centro de la que había sido mi habitación en el subterráneo, donde permanecería el resto de mis días hasta que llegase mi hora. 

Gracias al nuevo gobierno formado por los miembros del consejo y a las innovaciones de aquel científico que me había traicionado, la ciudad entró en un nuevo periodo, repleto de avances tecnológicos y lujos antes inimaginables. El nombre del investigador que cambió para siempre el aspecto de la ciudad Djin era Efreet, pero aquello fue solo el inicio de mi odio hacia él. Lo peor todavía estaba por llegar. 

Mi mujer conocía caminos secretos hasta la cámara subterránea de la prisión donde me habían encerrado y, con frecuencia, me visitaba y me ponía al tanto de lo que ocurría en la ciudad. En más de una ocasión me propuso escapar, recoger a nuestra hija y desaparecer los tres de allí para no volver. Pero yo me negaba siempre, temía que, de hacer semejante osadía, acabasen pagando ellas el precio con su vida. Mi amada llegó incluso a retirar el tapón de la vasija que impedía mi salida, haciendo que me fuese posible abandonar el contenedor si así lo deseaba, pero aun así preferí permanecer en el interior, respetando la decisión que había tomado, por el bien de mi familia. 

En el nivel superior, las cosas no estaban yendo tan bien como Agní había planeado. El pueblo todavía era reticente a aceptar aquel nuevo cambio de gobierno, porque, aun cuando habían llegado a temer a su soberano, había muchos que seguían respetando la línea sucesoria de los Djin, y por lo tanto no estaban dispuestos a admitir que reinase sobre ellos alguien que no pertenecía a la familia real. 

Ante aquel problema, Agní solo vio una solución viable, tomar como pareja a mi hija, de modo que aumentase su credibilidad. Su plan funcionó y, con aquella estratagema, se vio reforzada su situación de control sobre el pueblo Djin. 

En teoría, el gobierno era del consejo pero, por encima de todos ellos, la palabra de Agní y las decisiones que este tomase, pesaban más que las de los otros miembros del consejo. 

El nuevo gobernante fue lo peor que pudo pasarle nunca a mi pueblo. Agní solo quería poder y no tenía ninguna intención de lograr unificar a las gentes. Se dio cuenta de que ya había sido demasiado difícil conseguir el apoyo solo de esta ciudad, con lo que le resultaría imposible hacer que el resto de los Djin dispersados por el planeta le aceptasen. Su solución fue declarar la independencia de las naciones, cada ciudad tendría su propio gobierno, siempre y cuando no se traspasasen las fronteras. 

Lo único que consiguió con aquello fue que los Djin se dispersasen todavía más y se perdiese el contacto y la unidad que tanto tiempo y esfuerzo me había costado conseguir. Era cierto que la ciudad estaba en todo su esplendor, pero también lo era el hecho de que nos habíamos quedado solos, que las diferencias sociales cada vez se agudizaban más, los recursos comenzaban a escasear con un único árbol Zaqum creciendo bajo nosotros, y la gente se volvía cada vez más hostil al darse cuenta de lo que ocurría. No había nadie con el valor suficiente para hacer o decir nada sobre el nuevo gobierno, todos estaban demasiado asustados desde que se hizo de conocimiento público en qué consistía el sistema de iluminación de la ciudad. 

Desde el punto de vista de Agní, las cosas no iban del todo mal, había conseguido todo lo que quería y no había nadie que se opusiese a él. Sin embargo, había algo con lo que Agní no contaba, la misma ambición que había usado en su favor en una ocasión, estaba a punto de volverse en su contra. Y es que Efreet todavía no estaba satisfecho con el estatus que le habían concedido y había estado actuando en secreto una vez más, solo que esta vez no estaba a las ordenes de nadie, sino que trabajaba para sí mismo. 

Debido a sus investigaciones, Efreet tenía acceso a ciertos recursos a los que nadie más podía acceder, tenía contacto diario con los restos de los Djin que habían fallecido. Esto que en principio no parece nada grave, en realidad es una gran ofensa entre mi raza, porque la propia supervivencia de la especie depende de un hecho en apariencia tan trivial. 

A diferencia de los humanos, los Djin solo podemos tener descendencia una sola vez a lo largo de nuestra existencia, y no en cualquier momento. Nosotros nacemos estériles y solo somos capaces de reproducirnos cuando absorbemos la esencia de uno de los nuestros que haya muerto con anterioridad. Con este sistema, el número de Djin es siempre el mismo y no hay variaciones en la cantidad de individuos dentro de la población. Una muerte equivale a un nacimiento, invariablemente. 

Al principio de nuestra historia, para ganarse el derecho a procrear, los Djin peleaban entre sí hasta la muerte. El ganador de esas batallas hacia arder su llama junto a las cenizas del perdedor y así absorbía su esencia, con lo que, desde ese momento, podía elegir pareja con la que concebir. 

Con el paso del tiempo, aquel sistema arcaico fue dejándose atrás. Los Djin ya no peleaban entre sí y la muerte solo llegaba por causas naturales o cuando un individuo decidía poner fin a su propia existencia. Siendo así, ya no había ningún vencedor que se ganase el derecho de reproducción, por lo tanto era cada vez más común que existiese un acuerdo entre las familias, de modo que el primer difunto dejase su esencia en herencia a su propio hijo. De aquel modo, el ritual fue convirtiéndose desde una tradición, hasta una norma que todos los Djin debían cumplir, algo que iba más allá de la ley y que, de no respetarse, constituía la mayor afrenta posible contra la especie, un crimen que se castigaba con la muerte. 

Ahora bien, durante mi reinado, aquella tradición siempre se respetó, pero con la subida al poder del consejo Djin, las cosas cambiaron. Por un lado, Agní quería mantener controlada a la población, con lo que proclamó una nueva ley según la cual la esencia Djin solo podría ser pasada bajo la supervisión y autorización del consejo Djin, los cuales pocas veces daban el visto bueno, salvo que recibiesen el soborno adecuado o alguien les hubiese hecho un favor. Por otra parte, estaba el problema de que al crear su sistema de iluminación, muchos Djin fallecían durante el proceso de drenaje. Aquella no era la intención inicial de Efreet, quien solo pretendía extraerles una gran cantidad de sangre, pero no tanta como para acabar con ellos. Sin embargo, el método todavía no estaba perfeccionado y hubo más bajas de las previstas. Agní nunca hubiese admitido un error, por lo tanto negó a las familias el derecho a reclamar la esencia de sus difuntos. Se quedó los restos, alegando que, al morir prematuramente, no habían cumplido con sus obligaciones, debían haber resistido el drenaje por el bien de la ciudad. Como resultado de aquella decisión, se encontró con una cantidad de restos Djin almacenados sin ninguna utilidad, con lo que decidió usarlos para investigar. Le dio los restos a Efreet, esperando obtener del científico nuevos descubrimientos revolucionarios. 

No me cabe duda de que Efreet experimentó con los restos de los Djin, pero no con todos ellos. Uno se lo guardó para sí, absorbió su esencia en secreto, sin autorización, convirtiéndose en un espécimen fértil sin que nadie lo supiese. Este hecho que no parece muy importante, fue el detonante de todo lo que ocurrió a continuación. 

Los Djin somos criaturas extremadamente fogosas, que nos dejamos llevar fácilmente por nuestros deseos. Cuando las mujeres de nuestra especie se sienten atraídas por un macho, se entregan rápidamente a la pasión, sabiendo que su amante es estéril y no pueden tener descendencia por un solo encuentro casual. Efreet lo sabía y debió haber estado planeando su golpe desde hacía bastante tiempo. Imagino que vio cómo Agní había aprovechado su relación con la familia real para alzarse con el poder, y el muy insensato pensó que podría hacer lo mismo. 

Tras asimilar la esencia Djin, Efreet pasó a la segunda parte de su plan, sedujo a mi hija, quien fácilmente sucumbió a sus encantos, quizás en parte porque quería vengarse de Agní por haberla forzado a ser su pareja y haber encarcelado a su padre. En cualquier caso, el resultado fue un bebé Djin. 

Aun habiendo sido fruto de engaños y artimañas, mi hija adoraba a aquel niño con todo su corazón, pero sabía que si Agní descubría el nacimiento de la criatura, su furia sería terrible. Por miedo a las consecuencias, ocultó al niño con la familia de Efreet, quienes vivían en los suburbios. 

Pasaron los años y llegó el momento que Efreet había estado esperando. No sé porque tardó tanto en continuar con su plan, pero finalmente lo hizo. Proclamó ante toda la ciudad y el consejo Djin que él era el más adecuado para gobernar, ya que, a diferencia de Agní, él tenía un descendiente de sangre real. 

Efreet esperaba que el pueblo se pusiese de su parte y que el consejo también le apoyase, pero no ocurrió así, la gente tenía demasiado miedo de Agní. Nadie movió un músculo cuando Agní, para vengarse de aquella humillación, asesinó sin piedad a mi hija delante de toda la ciudad, para que viesen lo que ocurría con aquellos que le traicionaban. Pero la cosa no acabó ahí, sus siguientes víctimas fueron todos los familiares de Efreet, por haber ocultado los hechos y por haber criado a un bastardo. Finalmente le llegó el turno al hijo de Efreet, que aun siendo todavía un niño pequeño, no recibió ningún tipo de compasión, siendo carbonizado frente a los ojos de su padre. 

Efreet no pudo hacer nada para evitar la catástrofe, pero sí que fue lo bastante astuto como para zafarse de los Djin que le tenían apresado antes de que le llegase su turno de ser ejecutado. Antes de que nadie pudiese reaccionar, Efreet había salido volando, escapando de la ciudad por algún camino secreto que solo él conocía. 

Los acontecimientos no tardaron en llegar hasta mis oídos, cuando mi esposa, desesperada, bajó al subterráneo para contarme el destino que había sufrido nuestra hija. Maldije a Efret y a Agní, y me prometí a mi mismo que me tomaría mi venganza contra ellos. 

Estaba dispuesto a salir de la prisión en aquel mismo momento y hacer que pagasen por lo que habían hecho. Pero mi furia me impidió ver a tiempo lo que estaba ocurriendo frente a mis ojos. Mi mujer, incapaz de soportar la tristeza, había comenzado a hacer arder su llama más de los que nuestro organismo nos lo permite, de modo que acabó consumiéndose a sí misma. Cuando me di cuenta de lo que ella pretendía, ya no pude hacer nada, mi amada había empezado a descomponerse en cenizas. 

Fue entonces cuando terminé de derrumbarme, las fuerzas me abandonaron y me sentí incapaz de moverme. Pensé que en realidad yo era el único responsable de que todo hubiese acabado así. Después de todo, yo había elegido al consejo, yo le había dado a Efreet permiso para iniciar sus investigaciones, y yo había vuelto la espalda a los asuntos de la ciudad. La venganza ya no tenía sentido ahora que me había quedado solo. 

No tenía a nadie por quien luchar, por lo que no me sentí capacitado para hacer nada más que volver al interior de la vasija, de donde nunca más volví a salir hasta hace tan solo unos momentos, cuando vosotros me habéis despertado, recordándome el nombre de mis enemigos.”

SIGUIENTE

martes, 2 de abril de 2019

IV. PRISIONEROS DE LAS PROFUNDIDADES (5)



IV. PRISIONEROS DE LAS PROFUNDIDADES



5


Frente a ellos había aparecido un Djin. Iba vestido con majestuosas prendas, más todavía que sus congéneres del nivel superior. Era el Djin más grande que habían visto hasta el momento, alto y corpulento. El rostro estaba surcado por marcas que hacían pensar que tenía una edad bastante avanzada. Sus ojos eran tan rojos como los del resto de su especie, pero más intensos, tanto que su penetrante mirada resultaba aterradora. Tenían a esta imponente figura frente a ellos y no tenían ningún sitio por donde huir, estaban a merced de aquella criatura. 

—¿Qué sabéis de Efreet? —preguntó el Djin con una voz potente y atronadora. 

Ninguno de ellos respondió a la pregunta, estaban demasiado aterrorizados como para decir nada. Kevin notaba que le temblaban las rodillas. Ya había estado en otras situaciones de peligro antes, pero aquella vez era distinto, el ser que había aparecido delante de él le intimidaba de forma especial. Quería hablar, sabía que el Djin estaba esperando una contestación, pero temía que, si decía lo que no debía, sería su final. 

—Os he hecho una pregunta —dijo el Djin, impacientándose—. Sé que conocéis a Efreet porque os he escuchado pronunciar su nombre. No me gusta que me hagan esperar. Si sabéis lo que os conviene, me diréis lo que quiero saber inmediatamente. 

—Es un Djin —contestó Kevin, casi tartamudeando—. Uno de los tuyos, quiero decir. Intentó matarnos en el desierto y acabamos encerrándolo en una botella, por accidente. 

—¿Una botella? —repitió el Djin, sin saber a lo que se refería. Aunque su expresión se había relajado ligeramente, pasando a mostrar más bien curiosidad. 

—Sí, es un objeto como ese recipiente de allí —aclaró Kevin, mientras señalaba la vasija—. Pero transparente y de un material más blando. 

El Djin se quedó en silencio, pensando para sí mismo, como si estuviese asimilando aquella información, y de pronto comenzó a reírse sonoramente. 

Alda y Kevin intercambiaron miradas, extrañados por aquella reacción. Quizás aquella persona no fuese tan amenazadora después de todo. Claro que, también podía ser que este fuese otro individuo más al que Efreet hubiese conseguido cabrear. 

—Un castigo bien merecido —dijo el Djin, todavía sonriendo—. Tengo que admitirlo, me habéis alegrado el día. Pensar que había estado a punto de abrasaros sin daros tiempo de hablar…, qué desgracia hubiese sido perderme esta información tan suculenta. 

Con comentarios como aquel, a Kevin le resultaba muy difícil poder relajarse. Estaba claro que aquel Djin no era alguien a quien tomarse a la ligera. Por ese motivo, a pesar de las risas, tanto su compañera como él continuaban todavía pegados a la pared, en el mismo rincón, sin atreverse a moverse o a decir nada más. El Djin notó sus nervios y les animó a abandonar su posición. 

—No temáis —les aseguró—. No osaría poner las manos encima de dos criaturas que me han hecho un favor tan grande. Por un momento pensé que erais amigos de ese bastardo, pero ya veo que me había equivocado. Tenéis mi palabra de que no os haré ningún daño. Por lo que a mí respecta estoy en deuda con vosotros. 

Habiendo ganado algo de confianza con aquel comentario, finalmente se decidieron a aproximarse más al Djin y relajarse un poco. Quizás aquel providencial encuentro resultaba ser mucho más provechoso de lo que habían imaginado. Por primera vez estaban frente a un Djin que no solo no quería matarles, sino que decía que les debía un favor. Valía la pena indagar más sobre el asunto, tal vez aquella persona pudiese serles de ayuda. 

—¿Quién eres? —preguntó Kevin. 

—¿Y qué haces aquí abajo? —añadió Alda. 

—Esas son dos preguntas que llevo haciéndome a mí mismo desde hace muchísimo tiempo. Creo que ya no tengo una respuesta que me satisfaga, si la tuviese habría vuelto al nivel superior y hubiese luchado por recuperar lo que es mío. 

—¿Qué quieres decir con recuperar lo que es tuyo? —quiso saber Kevin, intrigado. 

—Ya no importa, nada importa. 

—¿Tiene Efreet algo que ver en todo eso? 

—No estoy aquí abajo por su culpa, si es lo que quieres saber, aunque sí que tuvo un papel importante en mi desgracia. 

—¿Por qué? ¿Qué hizo? 

—Si realmente lo queréis saber os lo diré, pero es una historia bastante larga. 

—Bueno, estamos atrapados aquí —le indicó Kevin al Djin, mirando en dirección a la salida cubierta de tierra—. Así que tampoco es que tengamos nada mejor que hacer. 

—De acuerdo, os lo contaré. Me enfrentaré una vez más con los recuerdos que tanto me atormentan. Tomad asiento por favor. 

Hicieron caso al Djin y se sentaron encima de la cama, preparados para escuchar cualquier cosa que aquel misterioso ser tuviese que decirles, esperando encontrar un aliado en la melancólica criatura. 

“Antaño, la nuestra era una gran civilización”, comenzó a narrar el genio. “Los Djin éramos criaturas poderosas, temidas y respetadas. Con el tiempo, amasamos una gran cantidad de riquezas, subyugamos a las civilizaciones más débiles y fuimos temibles conquistadores. 

Eso fue antes de la separación de los mundos, un tiempo que yo no conocí en persona, pero que mi padre sí tuvo la ocasión de vivir y del que más adelante me hablaría, con la esperanza de que algún día pudiésemos recuperar nuestro poder. 

Mi padre fue sin duda un Djin extraordinario, fundador de Jahanam, la capital del reino, y fue, además, uno de los miembros originales de los altos linajes, lo que me convertiría a mí, más tarde, en la primera generación de hijos de los altos linajes. Yo soy el legado de mi padre, un legado que tenía que conducir a los Djin de nuevo hacia la grandeza. Me fue concedido el nombre de Iblis, el mismo nombre que tenía el primer Djin de la historia, el nombre de un todopoderoso soberano Djin, con el objetivo de infundir respeto y admiración. 

Mi tarea no fue fácil, pues, cuando ascendí al trono, el mundo había cambiado. Nuestra especie había quedado aislada y ya no teníamos sobre quién gobernar. Solo quedaban algunos resquicios de lo que habíamos sido una vez. Mi gente empezó a competir entre sí. Se enfrentaron los unos a los otros, lo que acabó en una horrible guerra civil, donde realmente no había bandos, era más bien una batalla campal, donde todos querían quedar por encima. 

Mientras todo se desmoronaba, yo era todavía joven e inexperto. Mi padre había fallecido y yo no estaba preparado para hacer frente a la situación. Aun así, sabía que aquel momento era crucial y que si escapaba de mis deberes, perdería para siempre el respeto de mi pueblo. De modo que reuní a la gente que todavía me era leal y me dirigí al campo de batalla, para reafirmar mi poder y apaciguar los conflictos. Fue una masacre, había cuerpos calcinados por todas partes. Pero mis orígenes eran fuertes, descendía de una poderosa estirpe de Djin y, a pesar de mi juventud, resulté victorioso. 

El rumor se extendió por todo el planeta. Se contaban historias extraordinarias sobre el calor abrasador de mis llamas. Algunas de esas historias eran verdaderas, pero la mayoría eran falsas, inventadas por algunos de entre los míos, aquellos a quienes más adelante les otorgaría el titulo del Consejo Djin. 

Estos consejeros consideraron que, para mantener mi posición y evitar que se repitiese otra revuelta como aquella, era importante que la gente supiese que si alguien intentaba algo parecido, sería calcinado inmediatamente. No me parecía bien que mi reinado se basase en el temor que pudiese despertar entre los míos, pero tuve que admitir que el plan funcionó y se logró un periodo de estabilidad y prosperidad. 

Por supuesto, aquello no hizo que olvidásemos el problema principal. Habíamos perdido mucho con la separación de los mundos y había que adaptarse a un nuevo medio de vida. 

Una de las primeras cosas que hice fue eliminar cualquier recuerdo de otros mundos que pudiese ocasionar una disputa de poder. De hecho, la mayor fuente de conflictos durante la guerra se había debido a la posesión de los esclavos humanos que todavía conservábamos, por ello me pareció que lo más lógico era decirles a los míos que los esclavos habían muerto y que ya no quedaba ninguno. 

Es cierto que pude haber matado a los humanos entonces, pero no quise hacerlo. La verdad es que era tan avaricioso como todos los demás Djin y, aunque sabía que no podían ser vistos públicamente, quise conservar a los humanos, por si alguna vez los necesitaba, o tal vez fue solo un capricho. 

Construí una cámara subterránea en los niveles más bajos de la ciudad, un lugar oculto al que tan solo yo mismo y los miembros del consejo tendríamos acceso. Ese lugar serviría de escondite para los humanos, sería su hogar y un lugar privado donde podría observarlos desarrollarse y crecer. Supongo que en cierto grado consideré a aquellas criaturas como si fuesen mis mascotas. De vez en cuando bajaba hasta el subterráneo y pasaba tiempo con los humanos. Les obligaba a divertirme, les alimentaba y experimentaba con ellos. Pasaba grandes periodos de tiempo allí abajo, hasta el punto en que mandé construir una sala privada, llena de lujos, para hacer mi estancia más agradable. 

Podría parecer monstruoso, pero lo cierto es que nunca consideré a los humanos criaturas inteligentes. Hasta entonces, solo habían sido bestias de carga. Con lo que, desde mi punto de vista, incluso les estaba haciendo un favor, tratándolos mejor de lo que ningún Djin los había tratado. 

Eran tiempos tranquilos, donde todo lo que buscábamos eran modos de divertirnos, de mantenernos ocupados con nuevos entretenimientos, que supliesen las antiguas reyertas y conquistas. Pero los Djin somos un pueblo belicoso, y aquella paz no podía durar eternamente. 

No es que de la noche a la mañana volviese el caos, fue más bien un murmullo, un rumor entre la gente. Empezó a escucharse que había algunos Djjin que habían conseguido encontrar un método para moverse entre los mundos, unas grietas que podían usar para ir a otros lugares y convertirse en sus amos o traerse cosas de vuelta con ellos. 

Al principio obvié aquellos comentarios. Pensé que era pura palabrería, una manera que tenía la gente de aliviar su frustración por no poder volver a los viejos tiempos. Pero estaba equivocado. Un día, el rumor se hizo carne ante mis propios ojos. Una de mis personas de confianza, uno de los miembros del consejo, había hecho uso de aquellas grietas y se había llevado algo con él. 

El miembro del consejo me había traído una criatura de otro mundo. La acercó frente al trono, tirándola al suelo y me dijo que era un obsequio. Aquello era una muestra de que, efectivamente, se podía viajar entre los mundos, me dijo el miembro del consejo, y por lo tanto podíamos volver a nuestras raíces, volver a gobernar sobre todos los hijos de los altos linajes. 

Aquel astuto Djin dijo conocer el camino, y me propuso compartir esa información, a cambio de que aumentase su poder y privilegios. Quería dejar de formar parte del consejo y pasar a ser mi mano derecha, con poder para tomar decisiones y tener control sobre el pueblo. 

La oferta era tentadora por muchos motivos, pero la rechacé de todas formas. Yo también quería la gloria que hubiese supuesto conquistar otra civilización, pero todo aquello me daba mala espina. Además, me había empezado a acomodar a mi nueva forma de vida, y no quería dejar de lado todos mis lujos para meterme en una encarnizada batalla. Por ese motivo, prohibí al miembro del consejo volver a viajar a ningún otro mundo, de igual modo que le hice prometer no volver a hablar del tema, bajo pena de calcinamiento. En cuanto a la criatura que me había obsequiado, hice lo único que podía hacer con ella, la arrojé en la cámara subterránea, junto a los humanos, para que nadie la viese. 

Desgraciadamente, aquel no fue un incidente aislado. De vez en cuando volvía a aparecer algún ser de otro mundo y tenía que tomar mediadas. Impedí que los rumores se siguiesen difundiendo, mientras arrojaba a seres a las profundidades y ejecutaba a los responsables de que hubiesen ido a parar a este mundo. 

Con el tiempo, mis actividades dejaron de pasar desapercibidas. Los Djin se dieron cuenta de que, con frecuencia, su soberano abría el suelo y tiraba a algún individuo al interior. Nadie sabía que esos pobres infelices eran en realidad seres de otra especie, y la gente pensó que eran criminales. Así fue como la vivienda que había construido en un principio para los seres humanos pasó a ser conocida como la Prisión Djin. 

La gente tenía miedo, pensaban que si hacían algo indebido serían llevados a la prisión, donde serían olvidados para siempre. La conducta del pueblo cambió drásticamente. Los Djin se volvieron huraños, dejaron de relacionarse los unos con los otros, siempre que ello no fuese estrictamente necesario. Nadie contaba nada porque todos estaban asustados de irse de la lengua y que otra persona les denunciase por haber cometido algún tipo de transgresión. 

Es cierto que continuó habiendo paz, pero era muy distinta a la que yo había querido conseguir para mi gente. Nunca quise que mi reinado se basase en el miedo y, sin embargo, había ido tomando una serie de malas decisiones que habían llevado a ello. Empezaba a dudar de mi capacidad como gobernante y yo mismo me aislé, como todos los demás. Cuando no estaba en mis aposentos privados, me encontraba en las cámaras subterráneas, con mis humanos. De los asuntos del gobierno comenzó a responsabilizarse, cada vez con más frecuencia, el Consejo Djin. Mientras tanto, yo me fui distanciando de mis obligaciones poco a poco. 

Pasó el tiempo y, un día, escuché el rumor de que ya no era posible usar las grietas para acceder a otros mundos. Como siempre, no hice mucho caso al principio, pero acabé por darme cuenta de que aquella información debía ser cierta, porque dejaron de aparecer noticias de visitantes de otros mundos, del mismo modo en que dejé de verme obligado a arrojar a nadie a la prisión. 

El asunto que había provocado que mi gente desconfiase de mí había quedado atrás, pero ya era tarde y había perdido el respeto del pueblo. Lejos quedaban ya las historias de mis hazañas durante la guerra. Me di cuenta de que los Djin se sentían más a gusto tratando sus asuntos con los miembros del consejo, antes que con su soberano. Con lo que fui derivando cada vez más mis responsabilidades sobre el consejo. 

Pude vivir tranquilamente, sin presiones, libre para hacer lo que quisiese. En aquel tiempo fue cuando conocí a la que sería mi esposa. Tuvimos una ardiente relación, que años más tarde dio como fruto una preciosa niña Djin. 

Fueron momentos felices. Mi familia hizo que olvidará todos los problemas y la forma en que no había sabido cumplir con los deseos de mi padre, sin poder unir al pueblo Djin. También durante estos años, dejé de visitar la prisión, abandoné a mis mascotas humanas cuando tuve algo más importante en lo que pensar. 

Mi hija era mi orgullo y siempre pensé que, aunque yo hubiese fracasado como soberano, ella podría tener éxito y ser el gran gobernante que el pueblo necesitaba. Pero aquellos pensamientos eran mucho más difíciles de llevar a cabo en la realidad que en mi mente. No tenía la menor idea sobre cómo criar a una hija, solo conocía la forma en que mi propio padre me había educado a mí, una forma que había probado ser ineficaz. No quería educar a mi descendiente con historias de guerra, que no le hubiesen servido en tiempos de paz, pero no conocía nada más. 

Entonces apareció Kalen y cambió para siempre mi forma de ver las cosas. 

Lo trajeron a mí, debido a mi petición de que cualquier desconocido fuese llevado inmediatamente ante mi presencia. Había pasado muchísimo tiempo desde que había aparecido el último extranjero y temí que aquello fuese un signo de que las grietas habían vuelto a abrirse y la gente iba a empezar a viajar de nuevo. Yo me había distanciado del gobierno, pero seguía siendo el soberano, y aquel era un problema que no podía eludir. Podría haberlo arrojado a la prisión directamente, pero quería saber cómo había llegado a nuestro mundo, con la esperanza de así impedir que nadie más usase el mismo camino. La idea era sacarle la información al extranjero fuese como fuese, pero quería interrogarle en privado, lejos de los oídos del resto de los Djin, quienes estaban ansiosos por volver a la época de las conquistas. 

Me llevé al visitante a una habitación privada y me quedé a solas con él. No tenía muy claro cómo podría averiguar si aquel individuo sabía algo, pero era necesario que obtuviese dicha información. Pensando que la barrera de idiomas con aquel ser, claramente inferior, sería un problema, empecé a gesticular con los brazos, en un intento de hacerle comprender lo que quería decir. Pero, para mi sorpresa, cuando me vio hacer aquello, el extranjero empezó a reírse. No obstante, eso no fue lo más extraordinario de todo. Lo que realmente terminó de desorientarme, fue cuando el humano empezó a hablar, y no en cualquier idioma, sino en el mío, el idioma de los Djin. 

Me dijo que era un sabio, un investigador que intentaba conocer a los habitantes de todos los mundos. Solo quería que le hablase de nuestra forma de vida y nuestras costumbres, después se iría por donde había venido y no volveríamos a saber de él. 

Era fascinante poder hablar con un humano, yo nunca había podido mantener una conversación con los míos y por eso no los había considerado inteligentes, pero aquel ser me había hecho ver que había estado equivocado. Despertó mi interés e hizo que quisiese saber yo de los humanos tanto como él quería saber sobre los Djin. Hubiese accedido inmediatamente a iniciar un dialogo con él, pero había algo que me seguía preocupando, una cuestión de seguridad. Y es que necesitaba saber cómo había llegado el humano hasta allí y si era posible que alguien más hiciese lo mismo. 

Los dos queríamos ganarnos la confianza del otro, e hicimos un gran esfuerzo por ambas partes para poder entendernos. Me hizo prometer que no podría revelar a nadie lo que iba a contarme y yo, por mi lado, le tuve que pedir que, mientras permaneciese en este mundo, no se dejase ver por nadie más que por mí. Ambos accedimos de buen gusto a las peticiones del otro, ansiosos por todo lo que pudiésemos aprender. 

Supe que su nombre era Kalen y que había entrado en el mundo Djin gracias a un artefacto de su propia creación, una flauta que le abría caminos entre los mundos y que le ayudaba a entender las lenguas que en ellos se hablaban. Aquello me dio algo más de tranquilidad, porque eso quería decir que las grietas no se habían vuelto a abrir y nadie más podía hacer aquellos viajes si no poseía aquel instrumento. Kalen aseguró que él era el único que podía hacer que el Viento, nombre que le dio a la flauta, sonase, ya que su material hacía que solo lo pudiesen tocar los seres humanos sin correr peligro. Aquello quería decir que, aunque alguno de mis congéneres Djin descubriesen el instrumento, no podrían hacer nada con él. 

Nuestra conversación duró mucho tiempo. Yo le hablé sobre los tiempos antiguos, mi ascenso al poder, los conflictos entre el pueblo y cómo habíamos tenido que cambiar nuestras costumbres, adaptándonos a la nueva forma de vida. Kalen me contó cómo había progresado la civilización humana. Me explicó que habían olvidado la historia de la creación y habían adoptado otros dioses, que su historia estaba también repleta de conflictos, pero que, en su opinión, los seres humanos también llegarían a encontrar algo de estabilidad. También me habló de otros mundos que había visitado, pero solo un poco, porque, para cuando nos quisimos dar cuenta, habíamos estado hablando durante varios días seguidos y Kalen tenía que regresara a su mundo. 

No quería que Kalen se fuese, me había abierto los ojos a nuevas posibilidades, y me había dado lo que había estado buscando, un sinfín de historias que contar a mi hija, sobre civilizaciones capaces de convivir sin guerras. Le pedí que se quedase, pero me dijo que no era posible, que su viaje solo había empezado y tenía que visitar muchos más lugares, pero que, antes de hacerlo, debía descansar. Llegué a suplicarle, casi con lágrimas en los ojos. Estaba desesperado, había visto un rayo de esperanza, una posibilidad de volver a encontrar un buen futuro para el pueblo Djin, y sentía que estaba a punto de perder todo eso. 

Kalen, viendo mi estado, se compadeció de mí. El extranjero entendía mi necesidad de conocimiento, porque era la que él mismo había sentido cuando creó el instrumento. Y, aunque se tuvo que marchar de todos modos, me prometió que volvería a visitarme y me contaría mas cosas sobre los habitantes de los otros mundos. 

Nuestra amistad duró muchos años, durante los cuales Kalen me vistió una decena de veces. Gracias a ello, utilicé todo lo que aprendía de estas vistas para educar a mi hija de la forma en que había pretendido, preparándola para ser la nueva reina Djin cuando llegase el momento. No quería esperar a morir para ceder el trono. En cuanto considerase que mi hija podía estar preparada, haría un comunicado oficial y le daría todo mi poder para gobernar. 

Entonces todo se torció, mis planes se vinieron abajo y empezó mi declive. De repente, una serie de acontecimientos ocurrieron de golpe, haciendo que, en consecuencia, al final yo mismo acabase encarcelado en mi propia prisión.”

SIGUIENTE