sábado, 27 de junio de 2020

VII. LA REVELACIÓN (9)



VII. LA REVELACIÓN



9

Los dos permanecían en silencio, conscientes de que las palabras que tenían que decirse a continuación eran las últimas. Ninguno de ellos parecía querer hablar primero, retrasando así el momento de la despedida todo lo que pudiesen.

Kevin pensó que cualquier cosa que dijese sonaría vacía, y no sería suficiente como para describir lo que de verdad sentía. Había conocido a la Fane de forma fortuita, una simple casualidad del destino, y desde entonces había llegado a sentir un gran afecto por ella. Así que, en lugar de decir nada, se acercó hasta ella y la abrazó fuertemente. Ella hizo lo mismo y le devolvió el gesto. Permanecieron de aquel modo, sin moverse, pegados el uno al otro, durante un largo rato. Dejaron que el tiempo pasase, porque cuando se separasen, lo harían para siempre.

Finalmente, fue Kevin quien retrocedió, soltando a su amiga, consciente de que, aunque aquello fuese duro, si no se iba a hora, no lo haría nunca.

Sacó la flauta de la funda que le había dado Alda. Eso le hizo recordar el momento en que la chica le había hecho aquel regalo. Él se había enfadado muchísimo porque ella había usado para fabricarle la funda piel del sofá de la casa de su tío. Ahora aquello le parecía una estupidez, le costaba creer que hubiese llegado a preocuparse tanto por un trozo de tela. Eso había hecho que quisiese deshacerse de la Fane lo antes posible, para que ella no le causase más problemas. Ahora las cosas eran distintas.

De repente se le ocurrió algo. ¿Por qué motivo tenía que despedirse de su amiga? ¿Por qué se tenía que quedar ella allí? ¿Qué les impedía regresar a ambos a su mundo? Había sido él quien había querido buscar un nuevo hogar para Alda, cuando ella lo que en principio había querido era permanecer a su lado, con él y con el viento de Kalen. Pero las cosas habían cambiado, ya no veía en la chica un monstruo de otro mundo o una desafortunada responsabilidad que no había pedido. Ella era una gran amiga y la persona en quien más confiaba en el mundo, en este, el suyo propio, o cualquier otro.

Kevin se dio cuenta de que el autentico motivo por el que le costaba tanto despedirse era porque no quería hacerlo. Lo que de verdad quería hacer era pedirle a Alda que se fuese con él. Pero eso hubiese sido egoísta por su parte. Sabía que aquel lugar, el bosque y los árboles, era el sitio adecuado para la Fane. Allí, la chica podría ser ella misma. Pero en el mundo de los humanos, entre bloques de cemento, con calles asfaltadas, con toda la contaminación del aire, rodeada por gente que no es capaz de aceptar a las personas que son diferentes… Ella nunca podría ser feliz en un mundo así. Además, Alda había decidido que quería quedarse allí. Se lo había comunicado a la anciana, y no era justo que quisiese hacer que su amiga cambiase de opinión solo porque era lo que él quería en aquel momento.

Decidió dejar de darle vueltas al asunto y ponerse en marcha antes de cometer alguna estupidez de la que tuviese que arrepentirse. Se acercó la flauta a los labios, dispuesto a tocar la melodía que le llevase de vuelta.

—Espera —le dijo Alda, antes de haber llegado a tocar ninguna nota.

—¿Qué pasa? —preguntó Kevin, volviendo a separarse el instrumento de los labios.

—Se me olvidaba enseñarte algo.

En ese momento, entre los dos apareció una nueva imagen, creada gracias a la recién adquirida habilidad de la Fane. Era una reproducción del torbellino de hojas del poblado de las Sídhe.

—¿Recuerdas que nos paramos allí después de visitar a Velenna? —preguntó ella.

—Sí, dijiste que no habías visto nada.

—No, lo que dije fue que todo había ido como esperaba.

—¿Quieres decir que sí viste algo entre las hojas?

Pero ella no le contestó, al menos no lo hizo con palabras. En lugar de eso, dejó que Kevin lo viese por sí mismo. Las hojas flotantes comenzaron a cambiar de forma, uniéndose, compactándose, hasta formar una figura. Era una imagen que Kevin había visto en muchas ocasiones, cada vez que se miraba al espejo, ya que era él mismo.

Entonces se dio cuenta de lo estúpido que había sido. Aquello era lo que estaba en el corazón de Alda cuando ella había pensado en tener que permanecer en el poblado. La chica no tenía esa paz de espíritu de la que había hablado la anciana, ya que realmente no quería quedarse allí, sino que quería irse con él. Su amiga no le había dicho nada porque recordaba que había sido él quien le había dicho en primer lugar que no había sitio para ella en su mundo. Alda solo estaba esperando a que se lo pidiese, no necesitaba más que dos palabras.

—Ven conmigo —le dijo Kevin sin pensar.

La ilusión que había creado ella desapareció de en medio, permitiéndose que pudiesen mirarse el uno al otro a la cara nuevamente. Al hacerlo, Kevin vio que la chica tenía los ojos llorosos y algo enrojecidos. Ella había estado reprimiendo sus emociones durante todo ese rato, y ahora ya no había sido capaz de controlarlas por más tiempo.

—¿Lo dices en serio? —quiso asegurarse Alda, sin creérselo.

—Absolutamente. Te lo hubiese pedido antes, pero creía que querías quedarte aquí.

—¿Qué pasa con la casa de tu tío? Dijiste que no había sitio para mí en tu mundo.

—No te preocupes por eso. Ya pensaré en algo cuando estemos allí.

—¿Estás seguro de que no seré una molestia?

—Seguro. ¿Estás tú segura de que no echarás en falta el bosque y los árboles de este lugar?

—No tanto como te hubiese echado de menos a ti.

Kevin asintió, sin poder evitar sonreír, contento de que, después de todo, no tuviesen que despedirse.

—Entonces está decidido, te vienes conmigo —declaró—. Aunque me sabe mal por Velenna, la anciana piensa que te vas a quedar en este mundo, con ellas.

—En realidad, creo que ella ya lo sabe. Tengo la impresión de que Velenna sabía que me iba a marchar desde que fuimos a hablar con ella la última vez.

—Puede que tengas razón —admitió Kevin, recordando la sabiduría con que la anciana había sido capaz de mirar en el interior de ambos en más de una ocasión.

Sin nada más que decir, ahora sí que estaba preparado para usar el viento de Kalen por última vez. Era momento de regresar a casa, de que ambos lo hiciesen.

—¿Nos vamos? —le preguntó a la chica.

Ella asintió y se acercó hasta él, aferrándose a su brazo, para asegurarse de que hiciesen el viaje juntos. Después, Kevin se llevó la flauta a los labios y comenzó a soplar rítmicamente, mientras sus dedos comenzaban a moverse solos, rememorando la melodía que los llevaría de regreso.

A medida que la música iba cobrando fuerza, las notas reverberaban alrededor de ellos. El mundo comenzó a palpitar, como si de un corazón humano se tratase, y todo se fue haciendo gradualmente más luminoso, hasta que quedaron rodeados por una potente luz blanca. La intensidad del brillo era tan fuerte que tuvieron que cerrar los ojos para que este no les cegase.

La canción acabó y las últimas notas se fueron extinguiendo lentamente en el aire. Todo quedó en silencio, pero solo por unos breves instantes, porque entonces un estridente sonido irrumpió aquella tranquilidad, repitiéndose en la distancia. Kevin tardó un poco en darse cuenta de qué se trataba, pero acabó reconociendo el ruido. Lo que escuchaba era una alarma de coche que sonaba algunas calles más lejos de donde se encontraban ellos.

Abrió los ojos y vio que se hallaban en medio del solar del que habían partido la primera vez. Alda estaba a su lado, todavía sujeta a su brazo, y miraba alrededor, sonriente. Finalmente habían regresado.

Era por la noche, la única luz procedía de las farolas, y las calles estaban desiertas. No estaban cerca de casa, ya que aquel solar se encontraba en uno de los pueblos vecinos. Kevin recordó que habían ido hasta allí en bicicleta, pero esta ya no estaba por ningún lado. Probablemente alguien se la había llevado al verla allí tirada durante tanto tiempo. Después de todo, habían estado semanas fuera de aquel mundo. De modo que no tenían más remedio que ir andando hasta su casa. Algún tiempo antes, le hubiese parecido un fastidio tener que recorrer una distancia tan grande a pie. Pero después de haber atravesado bosques y desiertos, y haber caminando durante días con las mínimas provisiones, aquello no era más que un paseo de unas pocas horas de duración. Y sabía que al final del camino, cuando llegasen, podría descansar durante todo el tiempo que quisiese, sin tener que preocuparse por solventar el próximo problema, sin que sus vidas peligrasen.

Se pusieron en camino, tomándoselo con calma. Por lo general, no le gustaba tener que pasar a oscuras por determinadas calles, siempre había evitado ese tipo de riesgos. Pero ahora no era capaz de imaginar una sola cosa que pudiesen encontrar andando por allí que pudiese asustarle.

Mientras andaban, Alda volvió a preguntarle a Kevin si realmente estaba bien que ella se quedase en su casa. Él la tranquilizó diciéndole que por el momento no habría ningún problema, ya que su tío no regresaría hasta mediados de Enero. Le dijo que, cuando llegase el momento, ya pensarían en alguna alternativa, quizás para entonces ya hubiese encontrado un trabajo y pudiese permitirse alquilar un piso. Quizás incluso ella podría encontrar alguna manera de contribuir, después de todo, era una chica muy inteligente y llena de recursos.

Kevin miraba a su alrededor y todo le resultaba familiar, pero a la vez extraño. Los edificios, la carretera, y los coches aparcados. Se trataba de cosas que había dado por sentadas y que ahora veía de otro modo. Unas pocas semanas se le antojaban como una vida entera. Pensó que así debían sentirse los soldados al volver de la guerra. Cuando se terminaban las emociones y volvían a un lugar más tranquilo, dicho lugar parecía irreal. Era como si estuviesen en un sueño y al despertar fuesen a volver a estar en las trincheras, o en su caso, en un agujero excavado en el desierto. Pero sabía que no era así, tenía la certeza de estar ahí. El contacto de sus pies en el suelo se lo recordaba, la presión del brazo de Alda sobre el suyo se lo recordaba, el olor de un aire algo viciado se lo recordaba. Era cierto que aquel mundo, su mundo, no estaba carente de defectos, pero, pese a estos, aquel era su lugar y no lo cambiaría por nada.

Después de un rato, llegaron hasta una esquina que a Kevin le trajo a la memoria el recuerdo de cómo había empezado todo. Estaban en el lugar en el que se había caído de la bicicleta, la noche antes de que utilizase voluntariamente la flauta por primera vez y trajese a Alda con él. Aquel incidente no había ocurrido hacía tanto tiempo y sin embargo…

De repente, Kevin notó que comenzaba a dolerle la cabeza intensamente. Sentía una presión en el cerebro que se le expandía al resto del cuerpo. Instintivamente, se llevó las manos a las sienes. Sintió que se mareaba y perdía el equilibrio. La única razón por la que no se cayó al suelo fue porque Alda le estaba sujetando.

La chica se asustó, empezó a llamarle, le preguntaba qué le pasaba, pero él no era capaz de responder. El latido en su cabeza se había convertido en algo audible, un sonido parecido al de un tabor repicando. El ruido era cada vez más fuerte, como si el origen estuviese justo al lado suyo. Era insoportable.

Kevin dejó de ser capaz de escuchar nada que no fuese aquello, los músculos le fallaron y ya no pudo permanecer en pie. Su amiga no pudo soportar su peso y acabó por dejarle caer al suelo, siendo arrastrada hacia abajo ella también.

En un momento dado, al repicar del tambor se sumaron un centenar de voces que gritaban al mismo tiempo en el interior de su cabeza, voces que no conocía y que pedían ayuda. De pronto, hubo un sonido más fuerte que todos los anteriores, algo tan potente como si se tratase de un trueno que le hubiese caído en mitad de la cabeza. Entonces todo quedó en silencio.

Kevin no se recobró inmediatamente, tardó unos instantes en dejar de sentirse aturdido. La vista se le había nublado al empezar aquel extraño fenómeno, y solo ahora que había acabado, estaba volviendo gradualmente a la normalidad. Lo primero que vio fue a Alda, que estaba arrodillada a su lado, mirándole con cara de preocupación. Volvió a escuchar los sonidos del ambiente, el viento, y la voz de la chica que, al parecer, había estado hablando todo el tiempo.

—¿Estás bien? ¿Qué ha pasado? —le preguntó ella al ver que se había tranquilizado.

—No lo sé. He oído algo, como un ruido muy fuerte y doloroso… No sabría cómo describirlo —intentó explicarle—. Empezó como si fuese un tambor, luego también había voces, y al final todo se acabó con un gran estallido.

—¿Te has dado algún golpe en la cabeza recientemente? —quiso saber la chica, aparentemente preocupada de que pudiese tener alguna lesión.

—No he dejado de darme golpes desde que salimos de este mundo. Pero nunca antes me había ocurrido algo como esto. De algún modo, tengo la sensación de que no se trata de ningún problema físico, sino de algo distinto.

—Estás en lo cierto —le dio la razón una voz familiar.

La persona que había hablado no había sido Alda, que estaba al lado de Kevin, ayudándole a levantarse. Tampoco había sido Efreet, quien no había pronunciado una sola palabra desde que habían salido del mundo de las Sídhe. La voz provenía de la persona que se había ido aproximando a ellos en la oscuridad de la noche, sin que se diesen cuenta. Se trataba de un hombre que se encontraba tan solo a unos pocos metros de distancia, cuyo rostro no podían ver, al estar oculto por las sombras.

Kevin reconoció la voz casi al instante. Era la persona que le había estado ayudando telepáticamente y con la que había hablado por teléfono en Escocia. Era alguien que había sido de gran ayuda en los momentos más difíciles, y que parecía tener unos poderes que iban más allá de su comprensión.

—Lo que has notado ha sido un eco —continuó hablándoles el hombre—. Una señal de que otro mundo se ha desvanecido para siempre.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Kevin.

—El viento de Kalen no es el único instrumento capaz de afectar las barreras que separan los diferentes mundos, existe otro. Se le conoce con el nombre del “Trueno del silencio”. Se trata de un tambor que, al igual que tu flauta, puede crear portales, solo que al hacerlo, desgarra el tejido de la existencia.

—¿Por qué me cuentas todo esto? ¿Qué tiene que ver conmigo?

—Solo intento ayudarte, como he hecho siempre, para que puedas cumplir tu destino. El tambor ha caído en las peores manos posibles y su usuario está perdiendo el control, haciendo que mundos enteros desaparezcan en el olvido. Solo tú puedes detenerlo. Solo tú puedes impedir que esa persona suma en el silencio a todos los seres vivos.

—No, eso no puede ser. Toda esta historia ha terminado para mí —comenzó a negarse, mientras se incorporaba y volvía a ponerse en pie, con ayuda de Alda—. Tendrás que buscar a otro.

—No hay nadie más. El viento de Kalen te eligió a ti como su propietario y vas a necesitar de su poder para viajar entre los mundos y detener la catástrofe.

—¿Qué pasa si me niego?

—Entonces serás el responsable de la muerte de todos los hijos de los altos linajes, así como la de todos los seres humanos.

—¿Por qué debería creerte? —preguntó Kevin, resistiéndose todavía a aceptar que todo aquello fuese verdad.

—Porque he pasado toda mi vida preparándome para cuando llegase este día y te puedo ayudar, transmitiéndote todos mis conocimientos e indicándote la manera de conseguir poderes más allá de tu imaginación, de modo que puedas enfrentarte al mayor peligro que ha amenazado a este planeta desde los tiempos de la creación.

El anciano dio un paso al frente, dejando que la luz de las farolas iluminase su cara y revelando así su identidad. Kevin comprobó entonces que se trataba de alguien a quien ya había visto antes. Era el propietario de la tienda de antigüedades, el hombre mayor que le había asegurado que la flauta del escaparate no le pertenecía y le había hecho llevarse el instrumento con él.

—Hace siglos que olvidé mi verdadero nombre, pero en los tiempos antiguos llegaron a conocerme por el nombre de Gwydion —se presentó el anciano—. Mi misión es la de asegurarme de que estés preparado cuando llegue el momento de enfrentarte al Trueno del silencio.

Apenas hacía una hora que Kevin había regresado a su mundo, convencido de que su viaje había terminado. Todavía no había podido poner un pie en casa, ni mucho menos terminar de recobrar la sensación de normalidad. Pero en aquel instante se dio cuenta de que escapar de su destino no iba a ser tan fácil como había esperado. El viento de Kalen todavía tenía muchas más canciones que enseñarle.

VII. LA REVELACIÓN (8)



VII. LA REVELACIÓN



8


Alda y las Sídhe se fueron acercando, hasta que se encontraron en el medio del puente, y entonces empezó un forcejeo entre ellas. La chica no resistió durante mucho tiempo. Al final, los dos hombres pudieron con ella y la tiraron al suelo con brusquedad. Lug la sujetó por las muñecas para que no se moviese, y mientras tanto, Aengus la manoseaba ansioso, al mismo tiempo que esquivaba las patadas que ella le lanzaba.

Kevin miraba la escena angustiado. Por más que confiase en su amiga, ella parecía tener las de perder, y los dos hombres estaban fuera de sí. Las Sídhe actuaban con gran agresividad, eran más fuertes y, además, eran dos.

—¡Dejadla en paz, desgraciados! —gritó, incapaz de prestar ayuda.

Alda se resistía, pero sus agresores la tenían totalmente a su merced. Entre los dos le arrancaron todas las prendas que cubrían su cuerpo, dejándola completamente expuesta, para que pudiesen hacer lo que quisiesen con ella. Las Sídhe no perdieron el tiempo, sabían lo que querían y estaban cegadas por su deseo. Cambiaron a Alda de posición, preparándola para hacerla suya, pero no llegaron a encontrar la satisfacción que buscaban, porque en ese momento el puente empezó a temblar con violencia.

Los siguientes acontecimientos cogieron a todos los que se encontraban en aquel lugar de improviso. Los cables que conformaban el puente comenzaron a desenlazarse, soltándose y descomponiendo la estructura. Empezó en un extremo y fue rápidamente avanzando hasta la punta contraria.

La primera víctima de aquel incidente fue Kevin, que se encontraba de pie, sujeto por las raíces, justo en el punto donde el puente se desmoronó en primer lugar. Ni siquiera las plantas que lo sostenían fueron capaces d soportar su peso cuando el suelo desapareció a sus pies, de modo que acabaron por ceder ante la fuerza de la gravedad, dejando que se precipitase al vacío.

Pero la cosa no acabó ahí, la destrucción continuó avanzando, extendiéndose por todo el puente, de camino a las tres personas que se encontraban en el punto central.

Aengus y Lug habían dejado lo que estaban haciendo cuando todo aquello había empezado, y ahora se miraban atónitos el uno al otro, al darse cuenta de lo que acababa de pasar. A través del puente transparente, podían ver el cuerpo del humano, aplastado contra el suelo en el fondo del abismo. Su destino sería el mismo si no salían corriendo en dirección al poblado, para alcanzar el otro extremo de la grieta antes de que todo se viniese abajo. Las Sídhe empezaron a correr, dejando a la chica tirada en medio del puente.

Alda también se dio cuenta de lo que pasaba. Tuvo que hacer un gran esfuerzo por ponerse en pie. Su piel desnuda le ardía debido a los arañados que le habían hecho aquellos hombres, y los músculos le dolían debido a los golpes. Pero si no se daba prisa, aquel también sería su final. La Fane corrió, pero no fue lo suficientemente rápida. La fibras se rompieron bajó sus pies, haciendo que se cayese. Al menos, gracias a sus rápidos reflejos, pudo alcanzar con la mano uno de los cables sueltos y quedó colgando de este.

A medida que lo que quedaba de la estructura se destruía, el cable al que la chica se asía se hacía cada vez más largo y se sacudía de un lado a otro, hasta que, en un último golpe, se estrelló contra la pared rocosa del barranco. El golpe fue duro y casi hizo que se le soltase la mano, pero resistió y continuó colgada de aquella fibra transparente, que era ya lo único que quedaba de lo que había sido el puente.

A todo esto, las Sídhe habían conseguido ponerse a salvo, en el extremo del poblado, desde donde habían visto cómo había acabado todo. Podían escuchar la voz de Alda, pidiéndoles ayuda desde abajo. La chica necesitaba que alguien tirase del cable del que se encontraba colgando para poder volver a tierra firme. Ella sabía que sus fuerzas no darían mucho más de sí y al final tendría que soltarse. Era una cuestión de vida y muerte, por ello no le importaba que las únicas personas que pudiesen rescatarla fuesen las mismas que unos instantes antes la habían agredido.

Aengus cogió el extremo del cable entre las manos y comenzó a tirar hacia él. Al momento, Lug se unió y le ayudó también a subir a la chica. Poco a poco, con esfuerzo, consiguieron salvar la vida de Alda. La chica, agradecida, se lanzó a los brazos de los dos hombres, para después besarles a ambos apasionadamente.

Todo había terminado y por fin podían regresar al poblado, donde la joven se entregaría a las dos Sídhe, esta vez de forma voluntaria.

Contentos por haber sobrevivido, se alejaron entre los árboles, en busca de una casa donde entrar a celebrar que seguían con vida.

Kevin presenció todo aquello como si de una película se tratase y él fuese un mero espectador. Nada de lo que había visto había ocurrido en realidad. No se había caído al fondo del barranco, seguía preso de las mismas raíces. Y Alda no había sido asaltada ni se había ido alegremente con sus dos salvadores. La chica permanecía también en la misma posición, solo unos pocos pasos por delante de él.

En realidad, todo lo que había pasado desde que su amiga le había dicho que lo tenía todo bajo control, había sido simplemente una ilusión que solo había afectado a las Sídhe.

Kevin no entendía lo que había pasado. Normalmente, cuando el mecanismo de defensa de la Fane se activaba, todas las personas que estuviesen mirando en aquel momento resultaban afectadas por terribles visiones. Pero esta vez había sido distinto, había visto la alucinación, pero no se había sumergido en ella, eso solo les había ocurrido a aquellos hombres que habían pretendido detenerles.

—¿Has hecho tú eso? —le preguntó a Alda aturdido.

—Así es.

—¿Pero cómo es posible? Pensaba que no tenías control sobre las visiones.

—Y no lo tenía, no hasta entrar en la madurez —contestó ella, mientras se daba la vuelta para mirarle.

Lo que Kevin vio le dejó sin palabras. La persona que tenía delante de él seguía siendo la misma de antes, pero al mismo tiempo era distinta.

El rostro infantil de Alda había desaparecido, dejando paso a unos rasgos más definidos y adultos. El cuerpo de la chica también había cambiado ligeramente, la forma del pecho y de las caderas estaba ahora más marcada. Incluso hubiese jurado que ella era ahora un poco más alta de lo que lo era antes. Kevin se dio cuenta de que ya no estaba en presencia de una adolescente, sino de una mujer joven de increíble belleza, que físicamente parecía tener una edad similar a la suya propia.

Miró a los ojos de su amiga y le fue imposible volver a apartar la vista de éstos. La profundidad de su mirada era lo único que revelaba la verdadera edad y sabiduría de la Fane, algo de lo que no había sido plenamente consciente hasta ese momento, cuando ya no había un cuerpo inmaduro que le impidiese ver la realidad. Alda, su amiga, era una mujer impresionante, de gran fortaleza, que había vivido más de un centenar de años. Se sintió insignificante al lado de ella.

La chica comenzó a liberarle de las raíces que le rodeaban las muñecas, siendo esta tarea más sencilla ahora que las plantas estaban lejos de la influencia de las Sídhe. Alda le preguntó si estaba bien, pero él todavía estaba asombrado con el cambio que había experimentado ella, y la única forma de la que pudo responder fue asintiendo con la cabeza.

Cuando estuvo finalmente libre de sus ataduras, lo primero que hizo fue dar varias vueltas alrededor de la chica, estudiándola con atención, analizando cada pequeño cambio, todo ello sin terminar de creérselo. Mientras tanto, Alda solo le miraba sonriente, sin que pareciese importarle estar siendo sometida a semejante escrutinio.

No fue hasta que reparó en la expresión divertida en el rostro de su amiga, cuando Kevin se dio cuenta de que estaba actuando como un tonto. Después de todo, ella seguía siendo la misma, a pesar de las diferencias. Notó que se sonrojaba al pensar en todo el rato que había estado mirándola fijamente, de forma descarada, como si fuese un niño que acababa de descubrir una tienda de golosinas.

—Disculpa —le dijo a la chica—. Es que todavía me cuesta creer lo que estoy viendo. Estás tan distinta… ¿Quiere esto decir que has entrado en la madurez?

—Esos es —confirmó ella—. Acabo de empezar un nuevo ciclo de edad. Mi cuerpo ha experimentado varios cambios madurativos, que me permiten, entre otras cosas, utilizar a voluntad el mecanismo de defensa Fane.

—¿Entonces, ahora puedes provocar las visiones que quieras, cuando quieras?

—En efecto. Solo puedo mantenerlas durante un rato, ya que requieren bastante esfuerzo mental, pero puedo usarlas con total libertad, sobre cualquier criatura con una inteligencia susceptible de ser afectada por ellas.

—Eso es increíble.

—¿Quieres ver una pequeña demostración?

—No creo que sea muy buena idea. Ya he visto el efecto que puede tener una alucinación provocada por ti.

—No has visto nada en comparación con lo que puedo hacer ahora. Vamos, déjame que te lo enseñe. Te prometo que no te mostraré nada desagradable.

—Muy bien… —accedió Kevin con algo de recelo.

Entonces Alda le cogió las manos y se las puso la una contra la otra, como si fuesen a contener algo en su interior. Después, le pidió que las separase lentamente y mirase con atención.

Kevin hizo lo que la chica le pidió. A medida que fue abriendo las manos, vio que había algo vivo en el hueco que se formaba entre ambas. Pero no solo era capaz de verlo, sino que también podía sentirlo. Notaba unas diminutas patitas recorriéndole la palma de las manos y haciéndole cosquillas a su paso. Cuando hubo terminado de separar las manos, observó que estaba sosteniendo una especie de mariposa azul de gran tamaño, la cual, al darse cuenta de que estaba al aire libre, emprendió inmediatamente el vuelo. En el instante en que el insecto desplegó sus alas, Kevin pudo ver que no era una mariposa convencional. Tenía cuatro pares de alas, que, al estar en movimiento, desprendían una dulce fragancia que le recordaba a la vainilla.

El vuelo de la mariposa duró un par de minutos, durante los que Kevin se sintió profundamente conmovido con aquel delicado espectáculo que llegaba a todos sus sentidos. Después, la ilusión se desvaneció, como si nunca hubiese estado allí. Desapareció como si de un fantasma se tratase, y al hacerlo, también se dejó de sentir el aire que empujaban sus alas, o los olores que había percibido.

—Esta era una de las muchas criaturas que habitaban en mi mundo —le explicó Alda—. Aunque haya dejado de ser, como todo lo demás que había allí, de este modo, al menos puedo enseñártela tal y como era entonces.

—Muchas gracias —le dijo sinceramente a la chica.

Kevin notó que una lágrima se había escapado de sus ojos y le caía por la mejilla. Alda le había enseñado una maravilla, que, a pesar de su simpleza, le había llegado a lo más profundo. Eso había hecho que se emocionase, por haber podido contemplar, aunque fuese solo por un instante, aquella criatura que ya no podría volver a volar en la realidad. Todos los seres que habían pertenecido al mundo de Alda ahora solo podían vivir gracias al recuerdo de la chica y su capacidad para evocar imágenes como la que le acababa de mostrar.

Caminaron durante unos minutos por el bosque, tras los que fueron a parar a un claro donde los árboles habían dejado un gran espacio entre ellos, de forma que era uno de los pocos lugares donde se podía tener una buena vista del cielo. El suelo estaba cubierto de hierba de color verde claro y en un rincón había un manantial de aguas transparentes y limpias. Era un bonito lugar que a Kevin le recordó al sitio donde conoció a Alda. Estando allí, se dio cuenta de que su amiga había hecho bien en traerle. No le importaba tanto despedirse del mundo de las Sídhe, lo que realmente le pesaba era tenerle que decir adiós a la chica. Parecía apropiado que la última vez que la viese fuese en un sitio que guardaba tantas semejanzas con el primer lugar donde la vio.

Habían llegado al final del camino. Ya no tenían ninguna misión por delante, ningún peligro persiguiéndoles, ninguna vasta extensión por recorrer. Aquel era el último paso que daban juntos. Solo quedaba decirse adiós.

SIGUIENTE

lunes, 15 de junio de 2020

VII. LA REVELACIÓN (7)



VII. LA REVELACIÓN



7


No tardaron mucho en llegar a la casa. Una vez allí, Kevin fue directamente hasta la cama, sacó de debajo todas sus cosas y las puso dentro de la mochila. Solo quedaba la botella que contenía al Djin.

—¿Qué vas a hacer conmigo? —quiso saber Efreet, al darse cuenta de que se disponía a marcharse—. No puedes dejarme aquí. Si la vieja me descubre, no quiero pensar en lo que me hará.

—No te preocupes. Ya había decidido llevarte conmigo.

—¿En serio?¿Por qué? —preguntó el genio con incredulidad.

—Tal como yo lo veo, para bien o para mal, eres mi responsabilidad. No me parece justo dejarle esa carga a nadie más.

—Realmente te lo agradezco. Nunca hubiese pensado que…

—No te emociones tanto —le interrumpió—. Mi opinión sobre ti no ha cambiado, y si encuentro un modo seguro de deshacerme de ti, no dudaré un instante en hacerlo.

El Djin se calló, tal vez temiendo que si decía otra palabra, pudiese buscarse la ruina.

—¿Estás seguro de eso? —le preguntó Alda—. Podríamos llevarlo al lago antes de que utilices la flauta. Si hundimos la botella, no es probable que pueda escaparse.

—Pero existiría la posibilidad. No puedo asumir ese riesgo. Las Sídhe nos han tratado excepcionalmente bien a ambos, y si el Djin quedase en libertad, no tardaría nada en convertir a todos los seres de este mundo en sus esclavos. Es culpa mía que esta criatura esté encerrada en esa botella, del mismo modo que es mi culpa haberlo traído hasta aquí. Por ese motivo, yo mismo debo encargarme personalmente de que Efreet nunca pueda salir de su prisión y hacer daño a alguien.

Alda estuvo de acuerdo con él y no intentó disuadirle de nuevo. Así pues, Kevin puso la botella también en el interior de la mochila, la cerró y finalmente se la colgó a la espalda.

Con esto, ya lo había recogido todo y estaba preparado para irse. Sacó la flauta de su funda, la cual se había colgado en la cintura, y la dejó a su lado, lista para utilizarla en cuanto se hubiese despedido adecuadamente de su amiga.

Sin embargo, antes de hacer nada, la chica le propuso ir a algún otro lugar antes de utilizar el viento de Kalen. Le preguntó si no preferiría que su último recuerdo de aquel mundo fuese en algún sitio más interesante, más bonito, que el interior de una casa.

Lo cierto es que a Kevin no le importaba demasiado el lugar donde lo hiciese. Pero, teniendo en cuenta que aquellos eran sus últimos momentos con Alda, quiso satisfacer los deseos de la chica y dejó que ella le llevase a un sitio más adecuado.

Al salir de la casa, Kevin vio que justo en ese instante el sol se estaba ocultando, lo cual quería decir que todos los habitantes del poblado estarían reunidos en la plaza, a punto de iniciar la celebración. Se preguntó si la anciana comunicaría las malas noticias a su gente esa misma noche o lo haría en otra ocasión.

En cualquier caso, al menos no se cruzarían con nadie mientras salían del poblado. Y, además, Alda estaría lejos de las Sídhe en el momento de su intoxicación.

Kevin cayó en la cuenta de algo que no había pensado hasta entonces. Sí la chica ya no iba a cumplir con su promesa y no iba a ser la madre de las Sídhe, ya no había ningún motivo para que los hombres estuviesen obligados a esperarse a la madurez de Alda para intentar “cortejarla”. Aquello no tenía por qué ser un problema, siempre que su amiga siguiese evitando las horas complicadas del día. Durante el resto del tiempo, cualquier intento de aquellos seres por acercarse a ella, sería de forma racional, sin pretender forzar la voluntad de la chica. De modo que si Alda se negaba a cualquier tipo de proposición, no pensaba que nadie fuese a forzarla. Aun así, si la chica iba a estar viviendo allí, era posible que finalmente acabase encontrando a alguien con quien se sintiese más a gusto. Sería lógico pensar que ella, a lo largo de su vida, pudiese tener más de una relación con varias personas del poblado. Era algo normal, que podía ocurrir y probablemente lo haría.

Decidió no darle más vueltas a aquellas ideas. Tenía que empezar a asumir que estaba a punto de regresar a su propio mundo, y solo debía preocuparle lo que ocurriese allí. Los asuntos de Emain Ablach no le concernían, no era su lugar. Pasase lo que pasase en el futuro de su amiga, ella era capaz de tomar sus propias decisiones, decisiones que él no estaría allí para ver. Además, por más que le costase admitirlo, aunque el aspecto de la chica llevase a engaño, lo cierto era que Alda tenía muchos más años que él, y ello le daba cierta sabiduría que había dejado entrever en varias ocasiones. Su amiga tenía el cuerpo de una adolescente, pero no lo era, debía dejar de tratarla como tal.

Para cuando Kevin se quiso dar cuenta, habían llegado a la salida del poblado. Alda le dijo que el lugar al que se dirigían no estaba muy lejos, pero era preciso pasar al otro lado del barranco y adentrarse un poco en el bosque. De modo que comenzaron a cruzar el puente invisible. Kevin se dio cuenta de que aquella sería la última vez que tendría que pasar por encima de aquel abismo y se alegró de ello. El puente no le gustaba nada, y aunque ahora estuviese más acostumbrado a este que la primera vez que pasaron por ahí, seguía sin ser capaz de mirar hacia abajo sin sentir pavor. La sensación de cruzar aquella estructura transparente era como estar flotando en el aire, pero a punto de caer en cualquier momento. Eso sería, sin duda, algo que no echaría de menos. Aunque tenía que admitir que la sustancia de la que estaba hecho el puente había sido todo un hallazgo, algo que había podido llevarse con él, para experimentar por su cuenta.

De pronto, cuando estaban llegando al otro extremo del barranco, alguien les gritó a sus espaldas.

—¡Deteneos! —les exigió una voz familiar desde la distancia.

Se dieron la vuelta y vieron que se trataba de Aengus, la Sídhe que les había bloqueado el paso la noche anterior, acompañada de otra persona. Los dos hombres estaban cruzando también el puente, avanzando rápidamente en dirección hacia ellos.

Kevin intuyó que los recién llegados habían ido en busca de ellos inmediatamente después de comer, lo que quería decir que no estarían en plenas facultades mentales. Anticipando que no tenían buenas intenciones, Kevin dio un paso al frente, con la intención de plantarles cara si intentaban algo. Pero Alda le puso la mano sobre el pecho, deteniéndole. La chica le susurró al oído que le dejase a ella encargarse de la situación, y después se adelantó un par de pasos para hablar con las Sídhe que se acercaban.

—Aengus, Lug. ¿Por qué estáis aquí? ¿Hay algún problema? —les preguntó Alda a los dos hombres.

—Eso parece —respondió Aengus—. Me ha dicho Lug que le habías comunicado a Velenna que no ibas a cumplir con tu promesa. ¿No es así Lug?

—Sí, lo escuché todo desde detrás de la puerta. No puedes negarlo —confirmó la otra Sídhe.

—No creo que a Velenna le guste que la espíen —dijo Alda—. De todos modos, la decisión ya está tomada y las ancianas os lo comunicarán a todos lo antes posibles.

—¿No fue ayer mismo cuando me aseguraste que no te ibas a echar atrás? —le recordó Aengus a la chica.

—Tienes razón, no te mentí. En aquel momento todavía no había tomado esta decisión. Entiendo que estéis decepcionados, pero no os estamos dejando en la estacada. Velenna ha llegado a un acuerdo con el portador del viento de Kalen, para que este os busque nuevas madres para vuestra especie.

—¡Oh! Ya veo. Siendo así, le estaríamos muy agradecidos. Pero, ¿sabes qué? Creo que tu amigo no va a hacer nada de eso. Creo que va a volver a su mundo, te va a llevar con él, y nos vais a dejar aquí para que nos pudramos.

Kevin hubiese podido entrar en la discusión y negar aquellas acusaciones, pero no todo lo que les estaban echando en cara era falso. Lo único en lo que se habían equivocado era al afirmar que se iba a llevar a Alda con él.

—Me parece que no tenéis más remedio que confiar en él. Si no se va de aquí, no tendrá la oportunidad de seguir viajando entre los mundos y daros lo que necesitáis —intentó razonar con ellos la chica.

—Estás en lo cierto. Aunque pensemos que nos está mintiendo y no va a regresar, nuestra única opción es dejarle marchar —admitió Aengus—. Tú, por otro lado…

—Hemos pensado que deberás resarcirnos por los daños que nos has causado —intervino Lug—. Ya sabes, al privarnos de nuestra futura descendencia.

—¿Qué queréis decir? —preguntó Alda, al mismo tiempo que retrocedía un paso hacia atrás.

—Hemos estado reprimiéndonos todo este tiempo, cumpliendo con la voluntad de las ancianas. Todo eso solo ha sido posible porque teníamos confianza en que llegaría el momento de recoger los frutos de nuestro esfuerzo —explicó Aengus.

—Ahora ya no tenemos nada por lo que esperar —aclaró la otra Sídhe.

—Lo que quiere decir que somos libres de poseerte esta misma noche si así lo deseamos —continuó Aengus—. Y créeme cuando te digo que realmente lo deseamos. No tienes ni idea de cuánto tiempo hace que no disfrutamos de los placeres de una mujer.

A Kevin no le gustaba nada la dirección que estaba tomando aquella conversación. Aquellos hombres parecían dispuestos a apoderarse de Alda por la fuerza. Teniendo en cuenta la situación, aunque la chica le hubiese pedido que dejase que ella se encargase del asunto, estaba claro que no la podía dejar sola. Tenía que hacer algo. Así, si las cosas se ponían feas, no dejaban de ser dos contra dos. Sin embargo, sus rivales parecían ser muy fuertes. La última vez, había podido reducir a Aengus porque le había tomado por sorpresa, pero en esta ocasión no estaba seguro de que pudiesen con ellos.

Pensó rápidamente en distintas opciones para solucionar aquella disputa. Podían correr hasta alcanzar el otro extremo del puente y cortar las fibras que mantenían la estructura en el aire, dejando que las Sídhe se cayesen. Pero no podía hacer algo así, no estaba dispuesto a matar a nadie, más aun cuando esas personas no estaban pensando con claridad.

Por lo general, ese era el momento en que normalmente Efreet le proponía que le dejase salir para que él se hiciese cargo de la amenaza, algo que esta vez el genio no hizo, quizás porque ya sabía de antemano que en ningún caso le iba a dejar en libertad. Sin embargo, eso le dio una idea. No podía liberar al Djin, pero podía amenazar a las Sídhe con hacerlo. Sin duda, aquellos hombres sabrían qué clase de criaturas eran los Djin y de lo que éstos eran capaces. Si veían a uno en su propio mundo, seguro que saldrían corriendo sin mirar atrás.

Le pareció que era un plan fantástico y decidió ponerlo en marcha sin perder un segundo. Kevin se llevó las manos hasta las asas de la mochila para descolgársela y sacar la botella de plástico. Pero no pudo llegar a hacerlo, porque en ese momento, dos gruesas raíces salieron a gran velocidad del suelo por detrás suyo, desde el borde del barranco, y se enrollaron en sus manos y en sus piernas, impidiéndole cualquier movimiento.

Kevin miró al frente y vio que el compañero de Aengus, Lug, tenía los brazos en alto. La Sídhe estaba en la misma postura que había visto durante la representación de teatro en el pueblo. Al parecer, aquel hombre había sido el causante de la repentina aparición de las raíces que le estaban reteniendo, haciendo uso su habilidad para controlar a la naturaleza. A continuación vio que volvía a bajar los brazos, cuando hubo terminado con su pequeño truco de magia.

Kevin estaba indefenso. Veía como las Sídhe sonreían, satisfechas consigo mismas por estar seguras de su victoria. Luchó por soltarse de sus ataduras, pero estas no cedieron ni un milímetro. Las raíces eran fuertes, y por más que se removiese, era imposible liberarse de ellas.

Ahora Alda estaba sola para hacer frente a aquellos hombres. Kevin temía por lo que le pudiese pasar a su amiga, porque no creía que la chica pudiese hacer mucho contra ellos. Pero Alda no parecía estar asustada, ya que no le había provocado ninguna alucinación, tampoco se la veía nerviosa. Su compañera seguía estando varios metros por delante de él, dándole la espalda y encarando a las Sídhe, como si estuviese preparada para plantarles cara.

—¡Alda! —llamó Kevin—. Sal corriendo, antes de que te alcancen.

—Tranquilízate, no va a pasar nada —le aseguró ella—. Te he dicho que yo me encargaba. Lo tengo todo bajo control.

A Kevin la situación no le parecía que estuviese para nada bajo control. Pero, aun así, había algo en las palabras de su amiga que le tranquilizaron. De algún modo, sabía que le estaba diciendo la verdad. Decidió confiar en la Fane y dejar que se ocupase de todo.

SIGUIENTE