lunes, 18 de febrero de 2019

IV. PRISIONEROS DE LAS PROFUNDIDADES (3)



IV. PRISIONEROS DE LAS PROFUNDIDADES



3


Fueron detrás de dos hombres, harapientos y barbudos, que difícilmente llegarían a los cuarenta años. Caminaban unos pocos metros por detrás ellos, lo bastante como para no molestarles.

Kevin estaba seguro de que aquellos individuos habían reparado en su presencia, aunque no parecía importarles el hecho de tener una compañía poco frecuente. Vieron que las personas a las que perseguían iban cargados con lo que parecían ser dos grandes cestas cada uno, curiosamente hechas de algo parecido al mimbre, un dato bastante extraño, ya que, desde que habían llegado a aquel mundo, no había visto nada orgánico que no fuesen aquellos humanos, los Djin, o los frutos del desierto. Se le ocurrió entonces que quizás allá abajo creciese algo a lo que solo aquellas gentes tuviesen acceso, y si eso era verdad, habría sido todo un acierto iniciar aquella persecución.

Era remarcable la forma en que aquellas personas eran capaces de orientarse por los túneles subterráneos. Se movían velozmente, sin pararse a pensar en qué camino debían de tomar, casi de forma instintiva. Ese detalle, puede que en otro lugar no le hubiese llamado tanto la atención a Kevin, pero allí dentro, en un sitio que sabía por experiencia que no dejaba de cambiar y de moverse, que los pasajes estaban un momento allí y al siguiente no, en semejante lugar, la habilidad de orientación de esa gente le parecía extraordinaria. 


Hicieron dos paradas por el camino, en los dos casos por el mismo motivo, para evitar introducirse en los pasajes que estaban a punto de ser cubiertos. Los humanos lo predijeron incluso antes de sentir el temblor. 

Parecía obvio pensar que, al haber vivido toda la vida en aquel entorno, se habrían agudizado los sentidos de esas personas. Era como si se hubiesen adaptado a esas condiciones adversas, hasta el punto en que la situación en que se encontraban había dejado de ser un problema para ellos. Pensar en esto hizo que Kevin se plantease más cosas sobre aquellas gentes. No se había percatado hasta el momento, pero de repente se había dado cuenta de algo importante. El único alimento de esos seres humanos eran las mismas frutas que tanto Alda como él habían estado comiendo, una comida que había resultado ser letal y los había intoxicado, haciendo que sus vidas corriesen un gran peligro. Pero aquellas personas, que debían estar consumiendo esas frutas desde siempre, no parecía que sufriesen los efectos del veneno, ni siquiera los más leves. La única explicación que se le ocurría a tal fenómeno, teniendo en cuenta que no pensaba que todos ellos hubieran recibido el antídoto, debía ser que, al igual que los Djin, con el paso del tiempo habían desarrollado la inmunidad al veneno. 

Pensar en todas esas cuestiones le resultaba fascinante. Era asombroso como una misma especie podía tener resultados tan distintos y estar sometida a todos esos cambios. Tanto la gente de las cavernas como él mismo, eran humanos, pero completamente diferentes. Estaba absorto en estos pensamientos cuando notó que Alda tiraba de su ropa. 

—Mira —le dijo la Fane, mientras señalaba con el dedo hacia delante. 

Lo que vio Kevin fue el árbol más grande que había visto en toda su vida, y con toda seguridad el mayor que vería nunca. 

Se encontraban en una caverna enorme, la más grande de todas por las que habían pasado, de hecho era tan inmensa que podría rivalizar con el sitio donde estaban los suburbios de los Djin en el nivel superior. En el centro de aquella cámara, ocupando todo su campo visual, crecía un tronco tan robusto que hubiesen hecho falta cincuenta personas cogidas de las manos para poder rodearlo por completo. Un gran número de raíces salían del suelo, retorciéndose en las más complicadas formas y haciendo difícil el acceso. Pero lo más impresionante era la parte superior del árbol, donde las ramas parecían fundirse con el techo, extendiéndose por toda la parte más alta de la caverna. 

Los dos hombres a los que habían estado siguiendo se aproximaron a la parte central, esquivando los obstáculos, para adentrarse en aquel entramado de raíces. Una vez se encontraron junto a la corteza del árbol, se inclinaron y comenzaron a recoger fruta del suelo. 

Al parecer, aquel árbol producía los frutos que habían estado comiendo, lo cual quería decir que, en efecto, éstos procedían de algún sitio y no se originaban sin más entre la arena del desierto. 

Era solo una teoría, pero a Kevin se le ocurrió que las ramas más altas del árbol, las que se introducían en el techo, quizás fuesen muchísimo más grandes de lo que parecía y produjesen aquella fruta directamente en la arena. Después, los frutos se desprenderían y acabarían moviéndose de un lado al otro, enterrados entre la arena a tan solo unos pocos metros bajo la superficie. 

No creía que un solo árbol pudiese producir fruta para todo un desierto, con lo que posiblemente habría más cavernas como aquellas repartidas por distintos sitios. Y lo cierto es que tenía sentido que los Djin hubiesen elegido construir su ciudad junto a su fuente principal de alimentos, al igual que las antiguas civilizaciones de su mundo se asentaban junto a los ríos. 

Decidió que, ya que estaban allí, probablemente sería buena idea recoger también algunas frutas solo parea ellos dos, en el caso de que quisiesen continuar moviéndose por aquellos túneles, sin tener que estar exclusivamente recluidos en la cueva donde se encontraban todos los humanos. Si tenían su propio alimento, no dependerían de nadie más y tendrían libertad para hacer lo que quisiesen. Aunque continuarían estando algo limitados, porque una vez se les acabase la comida era poco probable que consiguieran volver hasta el árbol por sus propios medios, sin perderse por el camino. 

Para poder cargar con los suministros, como ni Alda ni Kevin tenían ninguno de aquellos recipientes de mimbre, los cuales ahora sabían que eran fabricados con las ramas más pequeñas que se desprendían del árbol, tuvieron que ingeniar otro sistema que les permitiese transportar la fruta. Kevin se quitó una de las prendas que cubrían su torso, un trozo de tela que de todos modos era innecesario y no dejaba expuesta su piel si se desprendía de él, siendo solo una parte meramente decorativa de la indumentaria Djin. Puso toda la fruta que pudieron recolectar sobre el trozo de tela extendido en el suelo, y después ató las cuatro esquinas con un nudo en el centro, de modo que formase un saco que consiguiese conservar la fruta en su interior, además de ser óptimo para su transporte. 

Por su parte, sus guías habían terminado también con su labor de recolección y ahora, con las cestas llenas, estaban listos para salir de allí y volver la caverna donde estaban todos los demás reunidos. Una vez más, fueron detrás de aquellas personas, para regresar ellos también a la otra estancia por el momento y, allí, pensar en lo próximo que harían. 

El camino de regreso no fue muy distinto al que habían hecho para llegar hasta el árbol, aunque obviamente no era el mismo, ya que los túneles seguían cambiando. Pero la orientación de sus guías era infalible, con lo que no debían preocuparse demasiado por perderse o por quedar atrapados en algún lugar. La única variación importante durante el trayecto fue que el viaje de regreso se estaba haciendo mucho más largo que cuando habían venido en un principio. Al parecer, la nueva configuración del laberinto les había obligado a tener que tomar un gran rodeo. 

Llegó un momento en que Kevin notó que el saco de tela empezó a pesarle en el hombro, y sentía cómo el nudo se le clavaba, haciéndole daño. Interpretó el malestar como un signo de que había cargado demasiado tiempo la bolsa en el mismo hombro, así que se lo cambio al hombro contrario, para que la parte del cuerpo adolorida pudiese descansar un poco. Sin embargo, el camino era largo y todavía no llegaban a su destino, con lo que, al rato, volvió a sentir malestar y se tuvo que detener un instante a volver a cambiar el saco de posición. Al ver las dificultades que tenía, su compañera se detuvo también para ayudarle. 

—Deja que lo lleve yo durante un rato —se ofreció Alda. 

—¿Estás segura? Pesa bastante —Kevin quería ser caballeroso, pero estaba agotado, y si la chica quería aligerarle la carga, aunque fuese durante un rato, no iba a discutírselo. 

—Pásame el saco —confirmó ella mientras le tendía el brazo—. Soy más fuerte de lo que parece. 

Dicho y hecho, Kevin se descolgó la bolsa para pasársela a la chica. Pero cuando se la acercó, el nudo se deshizo repentinamente y todas las frutas cayeron a tierra, desparramándose por el suelo del túnel. 

—¡Mierda! —maldijo Kevin—. Creí haber atado bien ese nudo. Se debe haber ido aflojando al estar cambiando la bolsa de brazo todo el tiempo. 

—No te preocupes, entre los dos no tardaremos nada en recoger las frutas. 

Se agacharon en el suelo y comenzaron a recoger todo lo que se había caído del saco. Alda tenía razón, solo tardaron unos pocos segundos en tener la fruta reunida sobre la tela y atar de nuevo el nudo, esta vez con más fuerza. Sin embargo, el tiempo que tardaron, sin ser mucho, fue lo suficiente como para ampliar la distancia entre ellos y sus guías, quienes habían salido corriendo no mucho antes, en previsión de lo que estaba a punto de ocurrir. 

Kevin miró a lo lejos, en la dirección en que habían estado caminando, en un intento de localizar a los dos hombres recolectores, pero por algún motivo no podía distinguirlos. Aquello le pareció extraño, ya que no pensaba que hubiesen tardado tanto como para que la distancia entre ellos fuese tan grande. Pensando que podían perderse, le entró el pánico por un momento y tanto Alda como él empezaron a correr para darles alcance. Si solo hubiesen sido un poco más rápidos, quizás hubiesen conseguido volver junto a sus guías. Pero ya era demasiado tarde, porque entonces comenzó el temblor, el motivo por el que los otros dos humanos debían haber acelerado el paso. 

Todo comenzó a moverse y, casi al instante, la zona central del pasaje empezó a llenarse de arena. Aquello ya les había ocurrido antes y habían sorteado el obstáculo sin problemas, solo tenían que ser mas rápidos que la arena. El problema era que en esta ocasión estaban en el extremo contrario del túnel en el que estaban sus guías. 

Siendo la situación ya inevitable, no les quedó más remedio que dar media vuelta y salir corriendo en dirección contraria. 

Al haber reaccionado con rapidez, pudieron salvarse del desprendimiento a tiempo. Sin embargo, el túnel ahora estaba cerrado y habían perdido a los recolectores, lo cual quería decir que estaban de nuevo perdidos en el laberinto.

SIGUIENTE

domingo, 10 de febrero de 2019

IV. PRISIONEROS DE LAS PROFUNDIDADES (2)



IV. PRISIONEROS DE LAS PROFUNDIDADES



2


Agotados y con dificultades para retomar el aliento, llegaron al otro lado del túnel, sanos y a salvo. 

Kevin permaneció inclinado hacia delante, apoyado en sus rodillas, mientras respiraba profundamente y esperaba a que el corazón volviese a latirle con normalidad. Fue por encontrarse en aquella posición que, hasta que levantó la cabeza de nuevo, no se dio cuenta de la multitud de ojos que los miraban a él y a su compañera con atención. 

Estaban rodeados, había mucha más gente allí reunida de la que se habían imaginado y, con su súbita entrada, todas las voces habían enmudecido de golpe. Se sentía la tensión en el aire, como si todos los individuos de la sala estuviesen esperando que ocurriese algo. 

Kevin pensó que aquel grupo de seres se arrojaría contra ellos en ese momento, o que surgiría algún líder de entre la multitud, sugiriendo algún tipo de tortura. Pero nada de aquello ocurrió. Fue todo muchísimo más bizarro que cualquiera de sus suposiciones. Al poco rato de entrar allí, la gente volvió a sus actividades, se reanudaron las conversaciones e ignoraron por completo a los dos extraños que acababan de llegar. 

Aquello le desconcertó, había esperado algún tipo de reacción, cualquier cosa, pero en lugar de eso, era como si rápidamente hubiesen sido aceptados entre los prisioneros. Quizás aquellas personas estaban acostumbradas a que llegasen nuevos reclusos y por eso no dedicaban mucho tiempo al asunto, pero aun así no dejaba de resultar extraño. 

Mirando a su alrededor, se dio cuenta de algo que le pareció todavía más extraño. Ninguno de los seres de ahí abajo tenía los ojos rojos, lo cual quería decir que aquellas criaturas no eran Djin. Buscó con la mirada algún rastro que delatase la especie de los presos, pero no encontró nada fuera de lo común. Lo que, teniendo en cuenta que estaba en otro mundo, era bastante inusual. Decidió dejar estar el asunto por el momento, al fin y al cabo sus conocimientos de los habitantes de otros mundos era bastante limitado, y le hubiese sido imposible averiguar por sí mismo qué tipo de seres eran los que se hallaban allí. Si lo pensaba bien, la chica que tenía al lado era también de otra especie y no tenía ningún rasgo visible que identificase su origen no humano. 

Decidió que lo mejor que podía hacer era preguntarle a Alda. Hasta el momento, la chica siempre había tenido información sobre los distintos mundos y sobre todos los “hijos de los altos linajes”, como ella se refería a los habitantes de dichos mundos. 

—¿Qué acaba de ocurrir? —le preguntó Kevin a la Fane. 

—Al parecer han perdido el interés en nosotros. Me parece algo rara su conducta, después de ver como se habían quedado mirándonos al principio. Quizás son siempre así de apáticos y lo único que ha ocurrido es que antes les hemos asustado. 

—Es posible —admitió él, sin descartar cualquier explicación—. De todas formas, ¿qué son? Quiero decir que, obviamente, no son Djin. 

—¿No te has dado cuenta? 

—¿De qué? 

—Son humanos, todos ellos provienen de tu mundo. 

Kevin se quedó atónito, tratando de asimilar lo que acababa de escuchar de los labios de su compañera. Encontrándose allí, en una prisión subterránea de un mundo extraño, y estaba rodeado por seres humanos. No tenía ningún sentido, algo se le estaba escapando. 

—¿Humanos? ¿Creía que yo era el único capaz de viajar entre los mundos? Para eso se suponía que servía la flauta. 

—Es cierto. Este descubrimiento resulta bastante inquietante. ¿Cómo han ido a parar aquí y con qué propósito? 

Incluso Alda estaba sorprendida con aquello, lo cual quería decir que lo que habían encontrado era un misterio para ambos. Aun con los conocimientos de la Fane, esta era incapaz de encontrar la lógica detrás de aquel grupo de personas. La única manera que tenían de salir de dudas, era hablando con aquellos humanos y preguntándoles. Sin embargo, antes de hacerlo, su atención se dirigió hacia otro sitio. 

El hambre empezaba a ser insoportable. Por esa razón, en cuanto Kevin vio el rincón de la cueva donde almacenaban la fruta, no pudo evitar cambiar todos sus planes, mientras su mente se nublaba con una sola idea: quería comer cuanto antes. 

Aparentemente, no parecía haber ningún tipo de organización en lo que se refería a los alimentos. Los prisioneros simplemente iban hasta aquel rincón cuando sentían hambre, cogían una fruta y regresaban a sus actividades. Así pues, Kevin decidió hacer lo mismo que el resto de la gente y se acercó hasta los alimentos, seguido por Alda. No querían abusar, de modo que cogieron lo justo, no tanto como para quedar saciados, pero sí para mantener las fuerzas sin desfallecer. 

Comieron tranquilamente y en silencio, en una zona despejada de prisioneros. Cuando hubieron terminado, Kevin pensó que había llegado el momento de intentar hablar con aquella gente en busca de respuestas. 

Se acercaron hasta un grupo de individuos que parecían estar conversando y Kevin les saludó. Sin embargo, sus palabras no obtuvieron ningún tipo de contestación, fue completamente ignorado. Fue entonces cuando se dio cuenta de que no entendía el idioma en el que estaban hablando aquellas personas. Desde que había encontrado la flauta se había acostumbrado a entender a todo el mundo, como si fuese su propio idioma, pero en esta ocasión eso no ocurrió. 

Le comentó el problema a Alda, quien esperaba pacientemente a su lado el resultado de la conversación, pero ella también quedó algo sorprendida por lo ocurrido. La Fane desconocía el idioma en el que aquellos humanos estaban hablando y él tampoco era capaz de interpretar la lengua. Eso quería decir que cualquier intento de establecer una vía de comunicación con aquellas personas era inútil, por lo que no podrían obtener ninguna respuesta o información útil de ellos. 

—¿Cuál es el problema? ¿Por qué no los entiendo? —quiso saber Kevin, algo frustrado con la situación. 

—No lo sé —admitió Alda—. Estoy pensando en alguna explicación pero… 

—Hasta el momento no he tenido problemas para entender a nadie. 

—Podría ser que te encuentres demasiado lejos del viento de Kalen y por esa razón no recibas la influencia de sus habilidades. 

—Pero en ese caso, tampoco sería capaz de entenderte a ti. 

—Soy consciente de ello, por eso he descartado esa teoría. 

—¿Entonces? 

—Quizás, todo sea mucho más simple. Es posible que simplemente este idioma no está grabado en el instrumento. Si el idioma que hablan estos seres humanos es exclusivo de ellos y Kalen nunca entró en contacto con estas gentes, entonces la flauta no sería capaz de interpretar un idioma que no recuerda. 

—Pero Kalen sí que conoció el idioma Djin, porque a ellos sí que los entiendo. 

—Sin duda. 

—Eso quiere decir que esta gente debe llevar aquí abajo incluso desde antes de los tiempos de Kalen. Y por lo que me has contado, aquello ocurrió hace muchísimos años. 

—Tiene sentido, pero eso significaría que estos seres humanos han estado en esta prisión desde antes de que se cerrasen los pasos entre los mundos. 

—¿Cómo es eso posible? No han podido vivir tanto tiempo. 

—Claro que no, obviamente no son los mismos. Estos humanos deben ser de una generación distinta, han nacido en esta cueva. 

La idea de que hubiese unas personas que no conociesen la libertad, que hubiesen vivido siempre en cautiverio, fue algo que Kevin encontró bastante perturbador. La crueldad de los Djin no dejaba de asombrarle, y aquello en concreto, viendo que eran tan humanos como él, le tocaba especialmente su fibra sensible. Toda esa gente no había tenido ninguna oportunidad. Un día alguien se había llevado a sus antepasados a este mundo, sentenciando así a los hijos de sus hijos a una vida en la oscuridad de una cueva. Se dio cuenta de que esas personas ni siquiera habrían visto nunca la luz del sol. 

Tras aquel fracaso, al intentar iniciar un dialogo con los prisioneros, se habían quedado sin ideas. Todo su plan consistía en recopilar información de la gente que hubiese allá abajo, lo cual parecía ser imposible. 

Pensaron qué hacer a continuación, tenía que haber más sitios, mas cámaras subterráneas donde hubiese algo distinto. No era posible que toda esa gente estuviese siempre en el mismo lugar, sin moverse. Siguiendo esta línea de pensamiento, decidieron observar a los habitantes de los túneles para ver de qué forma sobrevivían y cuál era su modo de vida, quizás así aprendiesen algo que pudiese serles de utilidad. La idea era fijarse en aquellas personas, y en el momento en que alguien abandonase aquella caverna, seguirlo hasta cualquier sitio al que fuese. El único problema era que, por más tiempo que pasaba, aquellos humanos no parecían tener ninguna intención de moverse de allí. 

A Kevin se le ocurrió que, ya que tenían que esperar sin hacer nada, aquel era un momento tan bueno como cualquier otro para tener aquella conversación que tenía pendiente con Alda. 

—¿Y si hablamos un rato? —le dijo a la chica. 

—Claro, ¿de qué quieres hablar? 

—No lo sé, podríamos intentar conocernos el uno al otro un poco mejor. Después de todo, ya llevamos algún tiempo compartiendo muchas cosas y en realidad creo que no sé nada de ti. 

—¿Desconfías de mi? 

—No, no es eso. Solo me parecía que sería… interesante saber más de ti. 

—Pero sabes lo necesario como para convivir conmigo y yo sé bastante de ti también —la expresión en el rostro de la chica cambió, como si estuviese intentando entender aquella propuesta—. ¿Es por curiosidad? ¿Cómo cuando yo me interesaba por las historias de tu mundo? 

—En parte, pero no es solo eso. Supongo que simplemente me parece que es lo correcto. 

—Los humanos tenéis unas ideas muy extrañas, buscando siempre hacer lo “correcto”. 

—Quizás —admitió él, pensando que era posible que la conducta humana fuese en realidad muy rígida, más de lo que pensaba. 

—Aun así, si eso te complace, responderé a todas tus preguntas. Igual, si lo hago, pueda entender mejor tu petición. ¿Qué quieres saber? 

—Cualquier cosa que me puedas contar sobre ti misma. Como, por ejemplo, qué cosas te gustaba hacer en tu mundo, o cómo pasabas el tiempo. 

—Creo que ya te conté que mi gente eran contadores de historias, estudiosos de los distintos mundos y que había toda una tradición que giraba alrededor del viento de Kalen. 

—Sí, ya sé todo eso. Pero esas cosas son genéricas, sobre los Fane. Yo te estoy preguntando sobre ti. Quiero saber cosas que solo tú disfrutases. 

—Me parece que empiezo a entender lo que quieres decir. Bien, no sé si exactamente te refieres a esto, pero muchas veces… —Alda no terminó la frase, sus ojos se desviaron de repente hacia algún lugar por detrás de Kevin—. Dos de ellos, se alejan por los túneles —dijo ella, cambiando de tema. 

Y así fue como terminó el breve y poco fructífero dialogo de Kevin con su compañera de viaje. Cuando parecía que empezaba a conseguir que ella se abriese, eran interrumpidos por aquellos inoportunos seres humanos de las cavernas. 

Sin perder el tiempo, se pusieron en camino, persiguiendo a los dos individuos que se habían separado del grupo.

SIGUIENTE

lunes, 4 de febrero de 2019

IV. PRISIONEROS DE LAS PROFUNDIDADES (1)



IV. PRISIONEROS DE LAS PROFUNDIDADES



1


Aquel lugar no era lo que Kevin pudiese haber imaginado, se alejaba totalmente de su concepto de una prisión. No había celdas ni guardias, tampoco había matones en busca de pelea, solo una profunda sensación de desesperación y soledad. La única luz provenía de unas antorchas colocadas en las paredes, que proyectaban sombras siniestras con el movimiento constante de sus llamas, pero que, por lo menos, le permitían ver lo que había allí abajo.

Se acababa de despertar y todavía se sentía algo mareado. El golpe que se había dado al alcanzar el suelo había sido tan fuerte que le había hecho perder el conocimiento durante no sabía cuánto tiempo. Se llevó la mano a la cabeza y notó que tenía un arañazo, ahora cubierto por un montón de sangre seca que se cuarteaba entre sus cabellos al tocarla con los dedos. No podía estar seguro del todo, pero en principio no parecía que la herida fuese demasiado grave, aunque le preocupaba que sí que hubiese sido suficiente como para hacer que se desmayase. De cualquier modo, no podía hacer nada al respecto, dudaba mucho que hubiese algún medico cerca para poder consultarle acerca de una posible concusión.

Una vez hubo decidido que estaba bien, su próximo pensamiento fue Alda. Estaba seguro de que la chica había caído junto a él, con lo que no podía andar muy lejos. Esperaba que ella no se hubiese golpeado también con algo, resultando herida, tal vez peor de lo que lo estaba él.

Se puso en pie para ir a buscarla y entonces notó que se mareaba, lo que hizo que tuviese que apoyarse un momento en la pared, para no caerse al suelo. Fue solo cuestión de segundos, hasta que se recobró y se sintió con seguridad para caminar. Después, se separó de la pared y volvió a moverse.

No tardó en encontrar a la Fane, estaba un par de metros por delante, tumbada en un rincón. Pudo ver, aún con la distancia que les separaba, que la chica estaba llena de arañazos y moratones. Ella se encontraba en el suelo, hecha un ovillo, sujetándose las piernas con los brazos, y no dejaba de temblar.

Al ver a Alda en aquella situación, Kevin se preguntó qué sabía en realidad de ella. En su mente tenía una imagen de los Fane como seres libres y desinhibidos, naturistas y contadores de historias. Pero lo cierto es que nunca se había preocupado por averiguar nada más sobre la especie de su compañera. Había estado tan obsesionado por deshacerse de ella y regresar a la normalidad que ni siquiera había mostrado el más mínimo interés por su vida.

Desde que se sus caminos se cruzaron por primera vez, habían hablado de muchas cosas, pero nunca sobre ellos mismos. Con el paso de los días, habían pasado por mucho en muy poco tiempo, habían compartido experiencias y habían salido airosos de las más difíciles situaciones, ayudándose el uno al otro. Sin embargo, Kevin tenía la sensación de que no se conocían en absoluto. Para él, Alda no había sido más que un ser de otro mundo, y para ella suponía que había ocurrido lo mismo, y lo veía simplemente como a un humano.

Si tuviese la ocasión, le gustaría cambiar las cosas y llegar a conocer a la persona con la que había compartido tantas cosas, aunque se preguntaba si ella querría conocerlo también a él, o quizás su interés se limitase únicamente al hecho de que era el propietario del viento de Kalen. Después de todo, qué le importaría a Alda que no fuese capaz de encontrar un empleo, que se hubiese ido de su casa dejando todo lo que conocía atrás, solo para acabar dependiendo de la generosidad de su tío, o que sus amigos de toda la vida fuesen unas personas cada vez más distantes… ¿Sería ella capaz de entender todas esas cosas, o consideraría los problemas de él tonterías triviales?

Se aproximó a la chica para asegurarse de que ella se encontraba bien, pero, poco antes de llegar, se tropezó con una piedra que casi le hizo perder el equilibrio.

Al escuchar aquel ruido, Alda se incorporó inmediatamente.

—¿Quién anda ahí? —preguntó la Fane.

—Tranquila, soy yo.

Apenas hubo terminado de pronunciar esta última palabra Kevin cuando la chica se levantó rápidamente y corrió hasta él, abrazándole fuertemente.

—Estaba tan asustada. No dejaba de llamarte, una y otra vez, pero no contestabas —decía Alda mientras las lágrimas le corrían por la cara—. Busqué y te vi tirado en el suelo, sin moverte y con la cabeza llena de sangre. Pensé que estabas muerto. Pensé que me había vuelto a quedar sola, que todas las personas que me importaban se habían ido una vez más.

Ella no dejaba de llorar y todo lo que pudo hacer Kevin fue consolarla, decirle que todo estaba bien, que solo se había desmayado por el golpe. Pasó un buen rato hasta que la chica se tranquilizó y pudieron hablar con más calma.

—¿Cómo estás tú? ¿No te has hecho nada con la caída? —preguntó Kevin, para asegurarse que ella no hubiese corrido su misma suerte al caer.

—No, nada importante. Solo tengo algunos arañazos.

—Menos mal. Al menos, aunque estemos aquí abajo, estamos juntos y conservamos la salud.

—Sí, ¿pero durante cuánto tiempo?

—Este sitio tampoco parece tan peligroso. Hemos salido de cosas peores. Ten fe, creo que sobreviviremos. Aquel Djin asumió, cuando nos arrojó aquí, que seguiríamos vivos dentro de unos meses, así que debe haber comida aquí abajo —explicó Kevin, recordando las palabras de Agní.

—También dijo que para entonces estaríamos al borde de la muerte.

—Admito que la situación no es la mejor del mundo, pero ya no tiene remedio. Lo mejor que podemos hacer es tratar de sobrellevarlo lo mejor posible.

—Tienes razón. Si sobrevivimos en el desierto, seguro que podremos hacerlo aquí.

—Muy bien. Entonces, lo siguiente que deberíamos hacer es pensar cuál será nuestro próximo paso.

Tras pensar en ello un poco más y discutirlo, decidieron que, antes de poder hacer nada y para poder hacerse una idea de cuál era su situación real, debían explorar aquella prisión en profundidad. Recorrerían los pasillos subterráneos en busca de alimentos, otros recursos que pudiesen utilizar y más prisioneros. Su objetivo inicial era sobrevivir, pero no debía ser su única meta, también tenían que averiguar la forma de escapar de allí, para lo cual necesitarían información. Kevin pensó que tal vez alguien allí abajo conociese alguna vía de escape, aunque no le parecía probable porque, de ser así, ¿por qué no habrían escapado ellos? Aun así, su encarcelamiento acababa de empezar y no era momento de descartar ninguna opción.

Comenzaron a moverse por la prisión, con cautela y prestando atención a cada recoveco. El lugar estaba constituido un sinfín de túneles, y cámaras de arena y roca que se conectaban las unas con las otras. En algunos puntos del camino disponían de la luz de las antorchas, pero otros lugares estaban completamente a oscuras. Así que decidieron que lo más práctico sería llevarse una de las antorchas con ellos, para iluminar el camino cuando fuese necesario.

Al principio no encontraron nada, y la sensación que les acompañaba era similar a estar en un gigantesco hormiguero abandonado. No obstante, no tardaron en hallar el primer signo de que no estaban solos allí abajo.

En uno de los túneles vieron un trozo de tela en el suelo, lo que interpretaron como una señal de que había más prisioneros deambulando por el subsuelo. Aunque había formado parte del plan inicial el encontrar a más gente, cuando por fin se encontraron con la revelación de que, en efecto, eso era posible, Kevin tuvo que pensar si realmente les convenía un encuentro con alguien más. Temía que alguien que hubiese estado demasiado tiempo atrapado en aquella prisión no fuese a ser una persona muy amigable, y tal vez ni siquiera estuviese en sus cabales.

Después de caminar un poco más, vislumbraron en el horizonte un lugar que parecía estar mucho más iluminado que el resto de sitios por los que habían pasado. Al ver esto, apretaron el paso para llegar hasta allí y descubrir qué podía ser aquello. Pero no tuvieron suerte, porque, de repente, ocurrió algo completamente inesperado.

Todo comenzó a temblar, el suelo, las paredes y el techo. Entonces, el pasaje que tenían delante fue cerrándose rápidamente, rellenándose de arena, y cortándoles el paso. Aunque lo peor estaba por llegar, porque la cosa no acabó ahí. La arena seguía avanzando en dirección hacia ellos, incesantemente, como si de una riada se tratase.

Salieron corriendo al instante, en dirección contraria al torrente de arena y volviendo por la dirección por la que habían venido, para evitar ser sepultados. Fueron todo lo rápido que sus piernas se lo permitieron, llevándole la delantera a aquel desastre geológico, tan solo por unos pocos metros de distancia, hasta que finalmente el temblor cesó y la arena dejó de pisarles los talones.

Todo volvió a la tranquilidad, como si nada hubiese ocurrido.

Miraron hacia atrás para descubrir lo poco que había faltado para ser aplastados, y luego a su alrededor, para ver dónde habían ido a parar.

El lugar en el que se hallaban era una de las muchas cámaras que habían atravesado durante su camino, justo antes de entrar en aquel túnel que había resultado ser tan mortífero. Pero lo curioso del asunto era que aquel sitio parecía ser distinto. La configuración de las entradas y salidas había cambiado por completo. No solo se había cerrado el túnel por el que acababan de escapar milagrosamente, sino que también había desaparecido el del extremo opuesto por el que llegaron la primera vez. A pesar de los cambios, no estaban atrapados, porque sustituyendo a los dos accesos que se habían desvanecido, ahora había tres túneles nuevos que antes no estaban allí.

Kevin esperaba estar equivocado, pero empezaba a hacerse una idea de cuál era el problema con aquella prisión y el por qué los Djin esperaban que se volviesen locos allí abajo. Al parecer, se encontraban en un laberinto, pero no uno convencional, sino uno que cambiaba constantemente su configuración, manteniendo las mismas salas, pero moviendo los pasajes que iban entre ellas. Si aquello era verdad, tratar de encontrar un punto concreto allí dentro podía ser una tarea particularmente complicada.

Le comentó su teoría a Alda y ella coincidió con él, a la chica también se le había pasado la misma idea por la cabeza. Sin embargo, decidieron esperar un poco más antes de sacar conclusiones. Pese a no estar todavía convencidos del todo de que los túneles estuviesen cambiando, decidieron no pasar demasiado tiempo en los pasajes entre estancias, apresurándose por llegar de una caverna a otra lo más rápido posible, para que no se repitiese el mismo incidente.

Continuaron explorando la prisión, con más cautela que antes, por si les aguardaba alguna otra sorpresa oculta más. Y así, no tardaron en confirmar que sus suposiciones eran correctas, el lugar estaba en movimiento.

La segunda vez que ocurrió el temblor de tierra, sabían qué era lo que iba a ocurrir a continuación. Por ese motivo se lanzaron a correr inmediatamente, sin esperarse a comprobarlo, poniéndose a salvo en esta ocasión mucho más rápido que la última vez.

Aquello parecía un problema realmente importante, pero al menos ahora sabían cómo funcionaba. El cambio en los túneles siempre estaba precedido por un temblor de tierra, y la arena que rellenaba los pasadizos empezaba a brotar desde el centro hasta los extremos, lo que suponía que, dependiendo de en qué punto del túnel se encontrasen cuando empezase la vibración, deberían correr en una dirección o en la contraria.

Ambos estaban de acuerdo en que el mecanismo era peligroso incluso conociendo su funcionamiento, pero no tenían más remedio que seguir avanzando si querían tener alguna posibilidad de supervivencia, porque hasta el momento no habían encontrado ni alimentos, ni bebida, ni indicio alguno de cómo escapar de aquel lugar.

Llegó un momento en que Kevin se sintió demasiado cansado como para continuar y tuvo que pedirle a Alda que se detuviesen un rato.

Pararon allí mismo, en la caverna en que se encontraban en aquel momento, y se sentaron en el suelo, en una parte de arena blanda en la que no se estaba nada incomodo. El cansancio y el hambre le recordaron a su anterior caminata por el desierto. En aquella ocasión habían tenido mucha suerte, encontraron una fuente de alimento justo en el momento de mayor necesidad. Era verdad que aquellos alimentos habían estado envenenados, pero aun así les había mantenido vivos. En cualquier caso, aquello había sido muy duro, ambos habían estado al borde de la muerte y no quería tener que volver a pasar por lo mismo.

—Supongo que si excavamos aquí no encontraremos ningún fruto —le comentó Kevin a su compañera, compartiendo sus pensamientos con ella.

—No perdemos nada por intentarlo.

—Vaya, no lo decía en serio. No creo que haya nada aquí. Pero quién sabe, quizás deberíamos probar, solo por si acaso.

Ambos se pusieron a cavar durante un rato, pero su búsqueda no dio ningún resultado. Hicieron dos agujeros profundos, de donde solo extrajeron arena y rocas. Finalmente se dieron por vencidos. Estaba claro que no había ningún alimento enterrado bajo sus pies, en esta ocasión tendrían que confiar en sufrir algún otro golpe de suerte.

Cuando Kevin se sintió algo mejor para reanudar la marcha, se levantaron y emprendieron de nuevo el camino.

El paisaje era monótono, y estar constantemente rodeados de tierra por todos lados provocaba cierta claustrofobia a la que uno no se acostumbraba nunca del todo. Por lo menos tenían la luz de aquella antorcha que no parecía ser normal. Kevin no sabía de qué estaba hecha, pero nunca se apagaba, su llama se mantenía siempre, constante e imperecedera.

Hablaban a menudo para romper con el lúgubre silencio que rondaba por aquellas cámaras, aunque no decían nada realmente importante, solo discutían posibles métodos de huida, hacían planes por si encontraban a alguien y cosas así. Kevin todavía no había conseguido reunir el valor para preguntarle a la chica sobre su vida, aunque era una conversación que quería tener con ella antes de que fuese demasiado tarde y se viesen envueltos en alguna otra situación que se desbordase de sus manos. No quería tener que arrepentirse de nuevo por no haber aprovechado la oportunidad de conocer a aquella extraña criatura que se había cruzado en su camino, cambiando su vida para siempre.

De pronto, un sonido rompió el silencio. Escucharon un murmullo en la distancia, proveniente de, tal vez, una sala más adelante.

Alda y él se miraron al instante. Sabían que había llegado el momento que habían estado esperando y temiendo. A lo lejos parecía haber más gente, manteniendo algún tipo de discusión que, por la distancia, no podían entender. Si seguían caminando hacia allí, no tardarían en reunirse con aquellas personas.

Vacilaron por un momento, ya que no sabían qué tipo de prisioneros habría allí o cuáles serían los crímenes que habrían cometido para acabar en aquella prisión. Si los Djin eran tan “justos” con todos los demás como lo habían sido con ellos dos, entonces era incluso posible que las gentes que encontrasen no fuesen tan malas y hubiesen sido encarceladas por alguna tontería. Pero también era posible que allá estuviese la peor calaña de entre los Djin, y si los supuestamente buenos ya les habían tratado como lo habían hecho, qué no serían capaces de hacer los no tan buenos.

No eran capaces de tomar una decisión, intercambiaban miradas y se preguntaban el uno al otro sobre su opinión, sin atreverse a seguir avanzando.

Aquello hubiese continuado para siempre, pero entonces comenzó el temblor, lo que hizo que se encontrasen en una situación de “ahora o nunca”. Si no continuaban, el túnel se cerraría y podrían tardar una eternidad en volver a encontrar a alguien.

Antes de darse cuenta, Kevin estaba corriendo en dirección a las voces, librándose por un segundo de la avalancha de arena, mientras el túnel iba sellándose. No tuvieron tiempo de prepararse, no pudieron discutir lo que iban a decir, ni cómo actuar, y, pese a ello, tampoco podían dejar de mover las piernas lo más rápidamente posible, porque habían esperado demasiado tiempo y la arena avanzaba inexorablemente en su dirección para enterrarlos vivos.

SIGUIENTE