lunes, 20 de agosto de 2018

II. EL DESIERTO DE FUEGO (5)


II. EL DESIERTO DE FUEGO



5


Al llegar la mañana, se despertaron temprano y emprendieron la marcha, del mismo modo en que lo habían estado haciendo hasta entonces, con independencia de los hechos que habían tenido lugar la noche anterior. 

A lo largo del camino, estuvieron hablando de la situación. Los dos estaban de acuerdo en que no tenían más opción que continuar caminando en la misma dirección, incluso a pesar de que ello significase tener que cruzarse con más de aquellas criaturas de fuego. A partir de ese momento, no dejarían de aparentar ser ama y sirviente, por si estaban siendo observados en secreto, ya que su mejor baza estaba en el desconocimiento de los Djin de la realidad. 

No podían estar seguros de que el tal Efreet no les hubiese hablado a los suyos de aquel encuentro, aunque Alda creía que no lo habría hecho. Ella pensaba que aquel individuo querría guardarse el secreto para sí mismo, de manera que si podía sacar algún provecho, no tuviese que compartirlo con nadie más. 

Su plan de acción, por lo tanto, consistiría en llegar hasta el grupo de Djin que habían estado viendo en la distancia, esperando encontrar algún tipo de civilización, o al menos un campamento. Alda le había contado a Kevin que, tradicionalmente, los Djin eran seres egoístas que solo miraban por ellos mismos. Por ello creía que, tal vez, si se encontraban entre un grupo de ellos, éstos se volviesen los unos contra los otros, dándoles así tiempo a localizar algún objeto con el que reparar el instrumento. Y he aquí el punto más importante de todo el plan: por ningún motivo deberían dejar que los Djin averiguasen que él era el portador del viento de Kalen, porque entonces nada impediría que quisiesen obtener semejante poder. 

La mayor parte de este plan fue idea de Alda. A Kevin le parecía que era todo muy complicado y que dejaba demasiadas cosas al azar, pero de todos modos aceptó dejar que ella continuase al mando ya que, después de todo, de entre los dos, su compañera era la única que tenía la menor noción sobre cuál era la autentica envergadura de la amenaza con la que estaban tratando. 

La tensión se palpaba en el aire. Ambos estaban constantemente alerta ante cualquier señal que indicase la presencia de alguien más observándoles, y esperaban que en cualquier momento regresase el visitante de la noche anterior. Sin embargo, el día pasó sin sobresaltos. No fueron importunados por nadie, ni durante la mañana ni durante la noche. Las luces continuaban estando en la distancia, pero ninguna de ellas se acercó en esta ocasión. 

El día siguiente pasó del mismo modo y también el día después de este. En vista de la situación y de la falta de nuevas sorpresas, comenzaron a relajarse. Kevin pensó que quizás habían estado un poco paranoicos después de todo y habían pensado mal del extraño injustamente. La verdad es que, si tomaba como veraz la historia de Alda, la división de los mundos fue hace muchísimo tiempo y las especies, especialmente si son inteligentes, evolucionan y cambian con el tiempo. Sería entonces posible que los Djin no fuesen ya esos seres maquiavélicos y egoístas, sino individuos civilizados, no muy distintos a ellos. 

Pero dos noches después, cuando ya se había convencido a sí mismo de que su precaución podía haber sido algo excesiva, todo cambió y se acabó la tranquilidad. Durmieron del mismo modo de siempre, pero al abrir los ojos, con los primeros rayos de luz que se filtraban por su pequeña tienda improvisada, había algo distinto e inesperado que hizo que Kevin se sobresaltase. Una sombra se movía de un lado a otro detrás de la capa de tela que constituía su mochila. 

El susto fue tal que, ante el inminente peligro, se puso en pie de un salto, venciendo incluso la resistencia que suponía toda la arena que cubría su cuerpo. Su compañera se despertó también en ese momento, con la violencia de aquellos movimientos, y se puso también en pie al notar la causa de semejante acción. 

Un rostro sonriente les miraba atentamente mientras salían de su refugio en la arena. Era la cara de Efreet, el misterioso extraño al que habían querido evitar a toda costa. Al parecer, había llegado a su campamento en algún momento durante la noche y había estado esperando desde entonces a que despertasen. Su pose no dejaba entrever ninguna actitud maliciosa, pero, desde luego, el hecho de que hubiese permanecido allí de pie, observándolos mientras dormían, resultaba sumamente inquietante. 

Kevin vio que Alda le hacía un gesto de asentimiento con la cabeza, esto quería decir que, tal como habían hablado con anterioridad, a partir de ese momento deberían seguir el plan que habían acordado por si volvían a encontrarse con el Djin. A partir de ahora Alda tomaría el control de la situación, siguiendo con la farsa que habían iniciado en el primer encuentro con el extraño, con lo que él tendría que adoptar la sumisa actitud de sirviente que correspondía con el papel que le había tocado interpretar. Realmente no sabía si aquella representación serviría de algo, o si podrían disuadir al Djin de cualquiera que fuesen sus verdaderas intenciones, pero sentía que no podía hacer otra cosa en aquel mundo desconocido y hostil. Lo peor del plan era que, mientras estuviesen en presencia de Efreet, no podría comunicarse con su compañera con naturalidad, con lo que si alguno de ellos pensaba en algún curso de acción diferente, sería imposible llevarlo a cabo sin ser descubiertos. 

—Amigos míos, parece que volvemos a encontrarnos —saludó el Djin. 

—Sin duda es una grata coincidencia —le respondió Alda. 

—¡Oh! Claro que no. No hay coincidencia en este encuentro. Me he reunido aquí con vosotros deliberadamente. Desde la última vez que nuestros caminos se cruzaron, estuve pensando en el asunto y no me pareció correcto abandonaros a vuestra suerte en el desierto. 

—No tiene importancia. Hasta el momento, mi sirviente y yo nos hemos desenvuelto bastante bien. 

—Eso es lo de menos. Sería una grosería por mi parte dejar que los primeros emisarios de otro mundo que tenemos desde hace siglos viajasen por esta región sin escolta. 

—Eres muy amable y agradecemos la hospitalidad, pero me temo que no podemos aceptar ese privilegio. Mi gente no vería con muy buenos ojos el hecho de que perturbásemos de algún modo la vida de los habitantes de este mundo. Creo que lo más adecuado sería que continuases con tus actividades habituales sin preocuparte por nuestra presencia. 

—Entiendo tu punto de vista, pero los míos tampoco aprobarían mi conducta si no tratase bien a nuestros invitados. Por lo tanto, tengo que insistir. Si no queréis una escolta, al menos yo mismo debería acompañaros. No aceptaré un “no” por respuesta. 

Kevin se dio cuenta de que el Djin había sido más astuto que Alda y le había ganado la mano a esta. Habían estado jugando a un complicado juego de estrategia en el que los dos trataban de aparentar y guardar las formas, cuando ambos sabían que el otro individuo estaba ocultando algo. Sin embargo, Efreet había demostrado una mayor pericia y había sabido adelantarse a las respuestas de la Fane. 

Habían rechazado una escolta, con la excusa de no causar más molestias de las debidas, y eso había sido exactamente lo que el Djin pretendía desde el principio, ya que ello le permitía integrarse al grupo en solitario, sin tener que preocuparse por la presencia de otros miembros de su especie. El extraño podría hacer cualquier cosa que tuviese planeada, y ahora era demasiado tarde para volver atrás y aceptar una mayor escolta, si lo hiciesen es probable que su tapadera quedase al descubierto. 

El silencio de Alda le daba a entender que ella se estaba planteando las mismas cuestiones que él. Probablemente, la chica estaría buscando una respuesta adecuada o una manera de zafarse del Djin, pero no parecía ocurrírsele nada. 

—Dadas las circunstancias, aceptamos de buen grado tu compañía —se resignó Alda. 

—Encantado de poder viajar con vosotros. Créeme, no encontrarás mejor guía que un servidor. Cualquier duda que tengas sobre mi tierra, solo tienes que preguntar. 

—Así lo haré, muchas gracias. 

—Muy bien, supongo que querréis continuar el viaje. En cuanto estéis preparados, también lo estoy yo. Aunque, igual me puedes responder un par de preguntas antes de que nos pongamos en movimiento, si no es mucha molestia, claro está. 

—Pregunta primero y después decidiré si es oportuno responderte. 

—De acuerdo. ¿Durante el camino únicamente debo dirigirme a ti?, ¿tu sirviente no habla? 

—En efecto, lo más conveniente es que solo me hables a mí. Mi sirviente puede hablar, pero se lo tengo prohibido. Después de dirigirse a ti sin permiso, tras nuestro primer encuentro, fue duramente castigado. Antes le dejábamos expresarse, pero debido a su incesante verborrea, tuvimos que amenazarle con cortarle la lengua si volvía a pronunciar una palabra fuera de lugar. 

—Entiendo. Un castigo sin duda justo y bien merecido. En ese caso, seguiré tus deseos y solo me comunicaré contigo. 

—¿Hay alguna otra cosa que quieras saber? 

—Solo una más. ¿Hacia dónde os dirigís? La primera vez que nos encontramos pensé que ibais hacia la ciudad, pero hoy estáis más lejos de lo que lo estabais en aquella ocasión. 

—Entonces es toda una suerte que nos hayas encontrado, porque en efecto queríamos llegar hasta alguna ciudad. Debemos habernos equivocado en algún momento y hemos alterado nuestra dirección. 

—Es comprensible. Los Djin conocemos el desierto a la perfección al habernos criado en él, pero puedo entender cómo alguien ajeno a las arenas pueda confundir un paisaje en apariencia tan monótono para un ojo poco entrenado. 

—¿Serías tan amable de indicarnos el camino? 

—Por supuesto. Para eso me he ofrecido a acompañaros después de todo. Muy bien, alzaré el vuelo y guiaré vuestros pasos desde el aire, solo tenéis que seguirme. 

Acto seguido, el Djin volvió a convertirse en una brillante bola de fuego, se elevó unos veinte metros en el aire y se mantuvo flotando, ligeramente delante de ellos, indicándoles el camino a tomar. 

—Muchacho —llamó Alda a Kevin, mientras comenzaba a caminar—. No te quedes rezagado, aprieta el paso. 

Kevin no le respondió nada a la chica, sabía que todo era parte de la actuación y debía seguirle el juego a su compañera. No obstante, pese a saber que ella estaba aparentando delante del Djin, no podía evitar sentirse algo molesto con el trato algo despectivo que estaba recibiendo. El colmo de todo es que le daba la impresión que Alda disfrutaba con ello, al menos una pequeña parte de ella lo hacía. El hecho de que le diese órdenes con frecuencia, siempre remarcando la palabra “muchacho”, o las florituras con que había adornado su historia, como por ejemplo con aquello de que los suyos habían amenazado con cortarle la lengua, todo aquello le parecía algo excesivo. Sin embargo, tampoco podía discutirlo con la chica, ya que ahora estaban siendo observados en todo momento. 

Intuía que el comportamiento de Alda podía tener algo que ver con la necesidad de tener algo de control en la situación. Después de todo, desde que la había sacado de su mundo, ella había estado indefensa, siempre dependiendo de él. Quizás a ella le gustase que por un tiempo se intercambiasen lo papeles y, por ese motivo, se estaba dejando llevar un poco por el papel que estaba representando. 

En un momento en que Efreet se alejó un poco más en el cielo, Alda aprovechó para hacerle un gesto con la mano, indicándole que se acercase. 

—No digas nada —le dijo la chica—. Intenta caminar más cerca de mí y así podré hablarte en los momentos en que el Djin parezca no prestarnos atención. Sé que cabe la posibilidad de que nos escuche de todos modos, por eso hablaré en mi lengua natal. Debido a la flauta, tú no notarás la diferencia, supongo que no te habrás dado ni siquiera cuenta de que ahora vuelvo a hablar el idioma de los Fane y no el de los Djin. Estoy bastante segura de que él no conoce mi lengua, así que podré comunicarte lo que quiera sin que él lo entienda. Aun así, parecería raro que estuviese hablándote todo el rato, por eso solo lo haré si es imprescindible. De este modo, al menos puedo comentarte mis ideas o los inconvenientes que surjan. 

Kevin le hizo un gesto a la chica para confirmarle que había entendido lo que quería decir. Pensó que no era un mal método para engañar a su guía, siempre y cuando la asunción de que este no conocía el idioma Fane fuese correcta. Una vez más, no le quedaba más remedio que resignarse y confiar en el buen juicio de su compañera, esperando que ella fuese más inteligente que el Djin y pudiese mantenerles a ambos fuera de peligro el tiempo suficiente, hasta que pensasen en algún modo de salir de aquel mundo. 

Durante los primeros kilómetros, Efreet no supuso ningún problema, por lo general se mantenía flotando en el cielo por delante de ellos. Era casi como si estuviesen solos, la única variación era la visión de aquella luz anaranjada que iba orientándoles. Aproximadamente cada dos horas, su guía bajaba de los cielos y se aparecía de nuevo ante ellos para asegurarse de que estaban bien y podían continuar caminando. Durante estas pausas, el genio también aprovechaba para tratar de sonsacarles información de forma discreta. Fueron interrogados acerca del motivo de su viaje, de la forma en la que habían llegado hasta allí, sus orígenes, y otras tantas cuestiones que, de haber recibido una respuesta sincera, podrían haber sido potencialmente peligrosas para ellos. Afortunadamente, Alda se mantenía siempre alerta e interceptaba rápidamente estas preguntas, inventándose las contestaciones o evitando responder cuando lo creía conveniente. 

Kevin estaba maravillado con la agudeza de la mente de su compañera. Le sorprendía la facilidad con la que conseguía engañar al Djin y pensó que, de haber sido él quien hubiese tenido que hacerlo, el resultado hubiese sido muy distinto y hubiesen sido delatados con solo pronunciar las primeras palabras. 

No obstante, el primer problema surgió con la caída de la noche. Llegó el momento de acampar y ninguno de ellos se fiaban de su nuevo acompañante, con lo que trataron de retrasar el momento de detenerse todo lo que pudieron. Kevin estaba tiritando de frío, aunque intentaba disimularlo. 

—Muchacho —le llamó Alda—. Es hora de levantar el campamento. 

Kevin se acercó hasta ella y entonces la chica le habló en voz baja en el idioma Fane. 

—Vamos a tener que detenernos a dormir —le indicó ella—. No sé cuáles son las intenciones de ya sabes quién, pero temo que intente algo durante la noche, por eso he estado retrasando el momento de detenernos, con la esperanza de que llegásemos a la ciudad. Sin embargo, parece que seguimos en medio del desierto y el frío empieza a ser insoportable. 

—Lo sé —contestó Kevin—. Llevo un buen rato temblando. 

—No deberías estar hablándome, podríamos estar siendo escuchados y… 

—Efreet no está. Parece que se ha ido. No sé si simplemente se ha adelantado, pero hace unos minutos que no lo veo. 

Alda levantó la vista hacia el cielo y buscó con los ojos, tratando de localizar esa luz anaranjada que ya había comenzado a resultarles tan familiar. Pero después de mirar en todas direcciones, se dio por vencida. 

—Tienes razón —dijo la chica—. Parece que por el momento estamos solos. No me había dado cuenta de que el Djin se había alejado tanto. Me pregunto cuál será el motivo de su ausencia. 

—¿Crees que podría estar preparándonos algún tipo de trampa para más adelante? 

—Quizás. Pero lo dudo. Si hubiese querido atacarnos directamente, creo que ya lo hubiese hecho. Es posible que la única razón por la que todavía no ha hecho nada sea por temor a las visiones que yo le pueda provocar. Sin embargo, debe ser consciente que durante la noche somos más vulnerables. 

—Entonces, ¿qué deberíamos hacer ahora? 

—Lo mismo que todas las noches. Preparar nuestro refugio como siempre. Si no variamos nuestro modo de actuar, le demostraremos que no tenemos nada que temer. Eso quizás pueda disuadirle de atacarnos mientras dormimos. 

—Muy bien. Empecemos a cavar entonces. 

—Respecto a eso… Creo que solo deberías cavar tú. De cara al Djin, eres mi sirviente. Si te ayudo, empezará a tener sudas sobre lo que le hemos contado. 

—¿Estás segura de que esa es la única razón por la que no quieres ayudar? —preguntó Kevin, ya algo cansado del trato que estaba recibiendo. 

—¿Qué quieres decir? 

—Nada, no importa —lo dejó estar. En realidad no pensaba que ella estuviese actuando fuera de lugar, simplemente se sentía algo frustrado por la situación—. Comenzaré a hacer el hoyo. 

Dicho esto, Kevin se inclinó en el suelo con la intención de comenzar su tarea, cuando, en ese preciso instante, percibió que se creaba una sombra a sus pies. Este suceso estaba causado, por supuesto, por la luz que descendía desde el cielo a gran velocidad, indicándoles que Efreet había regresado después de su misteriosa desaparición. 

—Lamento la ausencia, compañeros —se excusó el Djin—. Pero, mientras iba sobrevolando el desierto, caí en la cuenta de que el sol estaba a punto de ponerse y pensé en lo precario de vuestro refugio. De modo que me adelanté hasta la ciudad y traje conmigo tiendas de arena. 

—Parece que no dejamos de abusar de tu hospitalidad —contestó Alda—. Aunque nunca he visto una tienda de arena, y no veo que lleves nada contigo. De modo que te agradecería una explicación. 

—Desde luego. No dejo de olvidar que desconocéis estas tierras, así como la cultura Djin. Podría explicarte en qué consiste una tienda de arena, pero lo mejor es que lo compruebes por ti misma. 

El genio sacó un diminuto frasco de cristal de entre sus vestiduras y se lo mostró a ambos durante unos segundos. El recipiente contenía un líquido de color rojizo que parecía algo más denso que el agua. Efreet quitó el corcho que taponaba el frasco y dejó caer una gota del misterioso líquido a sus pies. En el preciso momento en que la sustancia alcanzó el suelo, la arena comenzó a reaccionar adquiriendo primero el mismo color que el líquido del frasco, para inmediatamente después comenzar a agitarse y removerse. Entonces, como por arte de magia, las partículas de arena empezaron reordenarse y alzarse, creando una estructura que a Kevin le recordaba a los iglús de los esquimales. 

—Y eso, amigos míos, es lo que llamamos una tienda de arena —dijo el Djin cuando el espectáculo hubo finalizado. 

Después de esto, el genio invitó a Alda a probar el refugio. La chica se introdujo en la extraña tienda que acababa de crearse y salió unos segundos después, maravillada por lo acogedora que resultaba. La Fane invitó a su “criado” a probar también aquella maravilla arquitectónica y así Kevin pudo comprobar por sí mismo el ingenio aquel. 

El interior se sentía tan cálido como cuando se enterraban con la arena, protegiéndole así del frío. Además, aquella tienda tenía otras ventajas que no tenía el refugio que se construían cada noche. Al ser un recinto cerrado, se evitaba el problema de tener que cubrirse las cabezas para no respirar arena, ya que las partículas del interior del recinto no se desprendían. Pero las bondades de la tienda iban más allá de lo puramente práctico. El suelo en el interior tenía una textura blanda que se adaptaba a la forma del cuerpo, como el mejor de los colchones que Kevin pudiese haber encontrado en su propio mundo. 

Cuando ambos hubieron comprobado el interior de la tienda por ellos mismos, Efreet extrajo de nuevo el frasquito y arrojó otra gota en el suelo. 

Kevin asumió que la nueva tienda sería para el Djin, indicando que, tal como habían temido, pasaría la noche junto a ellos. Sin embargo, estaba equivocado, las intenciones del genio eran bien distintas. 

—He observado que con vuestro equipamiento debías dormir ambos con una proximidad inaceptable para una relación de señora y sirviente —explicó Efreet—. A partir de ahora eso ya no será un inconveniente y podrás descansar en la intimidad de tu propia tienda, lejos de tu criado —esto último iba dirigido a Alda. 

En cualquier otra situación, la supuesta amabilidad del Djin habría sido bien recibida, pero tanto él como Alda sabían que había un gran inconveniente en aquella nueva disposición que les ofrecía el genio. De aquel modo, la distancia entre ellos aumentaría todavía más y la ficción que habían creado para engañar al desconocido se estaba convirtiendo en realidad poco a poco. A partir de ahora tampoco podrían comunicarse durante la noche, con lo que tendrían más dificultades para elaborar cualquier plan. Kevin intuía que aquellas eran las autenticas intenciones del Djin, quien, en su opinión, continuaba receloso respecto a las mentiras que le habían contado. 

—Aceptamos de buen grado este obsequio y, personalmente, me haces un gran favor al devolverme la privacidad que no había podido mantener durante las últimas noches —respondió Alda al Djin—. Pero veo que solo hay dos tiendas, ¿dónde pasaras tú la noche? 

—He considerado que lo mejor será que os abandone durante la noche y regrese con la primera luz del día. Aunque ya existe bastante confianza entre nosotros, creo que preferiríais estar a solas durante las horas de oscuridad. Después de todo, todavía somos desconocidos en más de un sentido. 

—Muy considerado por tu parte. Pero si decides quedarte en nuestro campamento durante este tiempo, tampoco sería un problema. 

Kevin supuso que Alda dijo esto último, de nuevo, para no levantar las sospechas del Djin y que este no pudiese pensar que tramaban algo. Ella debía estar tirándose un farol, tenía que ser así, porque lo contrario supondría que estaba empezando a confiar en su nuevo compañero y eso podía ser un error. Hubiese querido preguntarle a la chica al respecto, pero era imposible mientras estuviesen en compañía, y si además empezaban a dormir separados tampoco sabía si tendría la ocasión de comentarle a ella sus dudas. 

—Eso no será necesario, os dejaré a solas por ahora y volveremos a encontrarnos en la mañana —se reafirmó el genio. 

—Que así sea entonces. Sin embargo, antes de marcharte, podrías adelantarnos cuántas jornadas faltan hasta alcanzar nuestro destino. 

—Desde luego. Si continuáis caminando al mismo ritmo que hasta el momento, diría que en dos días habremos alcanzado la ciudad. 

La conversación se quedó ahí, pero el Djin no se marchó hasta que ambos se hubiesen retirado cada uno al interior de sus tiendas. Siendo así, Kevin no tuvo ocasión de hablar con su compañera sobre los últimos acontecimientos. Es cierto que podría haber salido durante la noche y acercarse a la tienda de ella para hablar de todo lo que le estaba dando vueltas por la cabeza y de sus temores acerca de las intenciones que parecía tener el Djin, distanciándolos, algo que parecía estar logrando. Pero no iba a salir hasta que se hiciese de día. Temía que el genio estuviese fuera, esperando que él hiciese precisamente eso, para actuar, o para hacer cualquier cosa que tuviese planeada. 

Todo esto, de por sí, era ya bastante malo, pero a ello se añadía un hecho que también resultaba bastante perturbador. Pocos días antes había estado convencido que las luces que veían cada noche apuntaban la dirección de la ciudad, pero desde que el Djin les había dicho que estaban caminando en la dirección equivocada, habían alterado el rumbo y ahora volvían a alejarse de las luces. Es cierto que no podían estar seguros que las luces fuesen lo que ellos pensaban. Pero de ser así, y Efreet estuviese llevándolos a otro lugar, cabría preguntarse dónde se dirigían y con qué propósito.

SIGUIENTE

lunes, 6 de agosto de 2018

II. EL DESIERTO DE FUEGO (4)


II. EL DESIERTO DE FUEGO



4


En los días posteriores a su conversación, Kevin y Alda caminaron en la dirección acordada, sin variar su rutina. Todavía se enterraban por la noche, y continuaban bebiendo de aquellos frutos del desierto, aunque supiesen que estaban sufriendo una intoxicación causada por éstos. La única variación que hubo en su comportamiento fue que empezaron a hablar más a menudo, así estaban constantemente al corriente de la situación del otro. Si uno de ellos sufría algún tipo de alucinación, inmediatamente se lo contaba a su compañero. De esta forma podían saber si estaban empeorando o si la afección no iba a más, porque aun siendo así, no podían permitirse el lujo de abandonar la bebida y morir de deshidratación. 

Todas las noches, antes de acostarse, los dos se quedaban esperando que apareciesen las luces. Lo hacían con la esperanza de que esas bolas brillantes fuesen una señal de que había una civilización cercana. Pero también las observaban con temor, vigilando que no fuesen peligrosas u hostiles. 

Durante una de sus vigilias nocturnas, se repitió el incidente que Kevin había experimentado unos días atrás. En un momento dado, una de las luces se distanció del resto y comenzó a avanzar hacia ellos a gran velocidad. 

En vista de la inminente colisión, Alda se asustó, reaccionando del mismo modo en que su acompañante lo había hecho la última vez que aquello había ocurrido, y se llevó las manos a la cara protegiéndose, en un acto reflejo. 

Al ver la reacción de su compañera, Kevin cerró los ojos. Pero no lo hizo por el temor al choque con la bola de fuego, la cual esperaba que volviese a sobrevolarlos sin siquiera tocarles, sino porque sabía que cuando la Fane se asustaba las consecuencias podían ser desastrosas, ya que las visiones que ella provocaba eran mucho más aterradoras y caóticas que aquellas que sufría por los efectos de los frutos del desierto. En vista de lo que se le venía encima, prefirió no mirar, pensando que así evitaría el mecanismo de defensa de su extraña compañera. 

Lo que ocurrió fue totalmente inesperado. Todavía con los ojos cerrados, escuchó que la chica dejaba escapar de su boca una exclamación de sorpresa. Esto le hizo abrir los parpados, con curiosidad, para ver así cuál era la causa de la reacción de la joven. Entonces vio algo tan inaudito que dudó por un instante si aquello era real o era de nuevo producto de su imaginación. 

A pocos metros de donde estaba Alda, alumbrado por una luz que parecía emanar de su propio cuerpo, se encontraba detenida la primera persona que habían visto desde que habían aterrizado en aquel desierto. Era un hombre alto, con un tono de piel muy bronceado, y cubierto por unas ropas holgadas de tonos marrones y rojizos con adornos dorados. El pelo, negro y alborotado, le llegaba a la altura de los hombros, y además algo de vello facial cubría su rostro, a modo de perilla. 

Por sus rasgos, Kevin hubiese podido pensar que era un ser humano. Pero no se dejó engañar por la primera impresión que tuvo del recién llegado, pues sabía de primera mano que había más seres en el universo con la misma apariencia. Por eso continuó escrutándolo con la mirada hasta que localizó algo fuera de lo común. 

Podría haber sido solo un reflejo, o un engaño por la distancia a la que todavía se encontraban el uno del otro, pero sabía que aquel no era su mundo y cualquier cosa era posible. Quizás por ese motivo no le resultó tan extraño el detalle que descubrió, como lo hubiese hecho antes de empezar a usar la flauta y conocer la existencia de los hijos de los altos linajes. El individuo tenía el iris de color rojo, y no era una tonalidad que pasase desapercibida, sino que sus ojos estaban impregnados con un matiz carmesí tan intenso que recordaba a la sangre. 

Kevin podía apreciar en la expresión del extraño una sorpresa mayor que la que se había llevado él mismo, expresión que se transformó repentinamente en una sonrisa, dedicada a Alda y a él. Esto le provocó un repentino escalofrío, desconfiando de las intenciones de aquel hombre y su muestra de alegría. No dejaba de pensar que aquella sonrisa le resultaba siniestra por algún motivo, aunque pareciese genuina y para nada forzada. 

—¡Maravilloso! Eso ha sido simplemente maravilloso —exclamó el hombre de los ojos rojos—. Cuando creía haberlo visto todo, me llevo tan grata sorpresa. Amigos míos, no os hacéis la menor idea de lo feliz que soy en estos momentos. 

El extraño no dejaba de adularles y de decirles cómo aquel encuentro debía de ser obra divina, mientras tanto continuaba avanzando hacia ellos. 

A primera vista, no parecía hostil. Pero, la forma en que había aparecido, justo después de la bola de fuego, era extremadamente sospechosa, además de conveniente, y hacía dudar a Kevin de sus intenciones. Por ese motivo, aunque no impidió el avance del desconocido, se mantuvo alerta en todo momento. 

—Por favor, ¿seriáis tan amables de decirme cómo habéis llevado a cabo semejante proeza? —preguntó el hombre. 

Alda y Kevin se miraron el uno al otro, preguntándose con los ojos si alguno de los dos tenía alguna idea de la “proeza” a la que se refería el extraño, pero ninguno de ellos tenía respuesta a la pregunta. 

—¿Quién eres y qué quieres decir con proeza? —le preguntó Kevin al recién llegado. 

—¡Oh! Qué modales los míos. Permitidme que me presente, mi nombre es Efreet, morador de los fuegos del Oeste. Me disculpo por lo abrupto de mi pregunta, cuando ni siquiera habíamos cumplido con las formalidades más básicas. ¿Con quién tengo el placer de hablar? 

Con la intención de responder al desconocido, Kevin dio un paso adelante para decir su nombre. Pero, antes de tener la oportunidad de abrir la boca, Alda le empujó hacia atrás con la mano y tomó a la fuerza su lugar en la conversación. 

—En mi mundo se me conoce como Alda, la viajera. Soy una Fane de los frondosos bosques de Nemet. El humano que se encuentra tras de mí es mi sirviente, le llamo “Muchacho”. 

Completamente atónito, Kevin sintió la urgencia de replicar, ante semejante cúmulo de patrañas. Pero antes de hacerlo, vio que su compañera volvía la cabeza para mirarle con la cara muy seria, tratando de indicarle algo. La conocía desde hacía muy poco tiempo, pero sabía que aquel comportamiento no era el habitual de la chica. Debía haber algún motivo para que ella actuase de aquella manera, de modo que se refrenó y dejó que Alda continuase con aquella representación. Entonces, la joven le guiñó un ojo a Kevin, aquel que quedaba fuera del campo visual del visitante, indicándole con ese gesto de complicidad que, en efecto, se llevaba algo entre manos. 

—Una Fane y un Humano, esto sí que es toda una sorpresa —admitió Efreet—. No se escuchaban nombres como esos por estas tierras desde hace siglos. Aunque, por supuesto, eso explicaría la columna de agua que ha aparecido interrumpiendo mi vuelo. Al parecer he sido testigo de una de las famosas visiones inducidas por los de tu especie. 

—No te equivocas —le confirmó Alda—. Tu espectáculo de luces sobresaltó a mi humano y te provoqué esa alucinación para captar tu atención. Verás, el chico se asusta con facilidad y no quería que dejase caer nuestro equipaje. 

—Mis más sinceras disculpas, nunca hubiese osado causarle ninguna dificultad a una criatura tan hermosa como tú. 

—Quedas disculpado, al fin y al cabo no ha habido daño alguno. Ahora, si nos disculpas, nos gustaría continuar con nuestro camino, no interrumpiremos tu vuelo durante más tiempo. 

El misterioso personaje pareció dudar durante un instante. Daba la impresión de estar repasando en su cabeza todas las palabras que la Fane le había dicho, intentando buscar algo en estas que no estuviese bien. Finalmente, el individuo que decía llamarse Efreet, pareció darse por vencido. 

—Ha sido un placer. Os deseo una grata travesía por mi país. Tal vez volvamos a encontrarnos más adelante. 

Dicho esto, el hombre se convirtió de repente en una especie de bola de fuego y se elevó hacia el cielo, desapareciendo rápidamente de la vista de ambos, para perderse en la oscuridad de la noche. 

Pasaron unos minutos sin que nadie dijese nada. Querían asegurarse de que el extraño se hubiese ido definitivamente antes de hablar sobre lo que acababa de ocurrir. No obstante, tras semejante incidente, resultaba difícil volver a sentirse lo suficientemente seguros, sin saber a ciencia cierta si aquel visitante llameante podía estar todavía observándoles desde algún lugar oculto. 

El frío comenzaba a ser molesto, de manera que, todavía en silencio, iniciaron la rutina habitual de cada noche, excavando en la arena, recogiendo los frutos para el día siguiente y preparando el hoyo en el que enterrarse. 

Durante todo lo que duró este trabajo, Kevin no dejó de mirar esporádicamente a lo alto, en dirección al cielo, con temor de que volviera a aparecer otra bola de fuego. Pero aquel inquietante individuo no regresó, con lo que el ambiente de tensión fue suavizándose cada vez más, hasta que, por fin, dio por hecho que estarían a salvo el resto de la noche. 

Se enterraron y cubrieron sus cabezas con aquella improvisada tienda de lona en que transformaba su mochila cuando la cremallera estaba completamente abierta. Fue entonces, en ese pequeño espacio de intimidad que les proporcionaba su cobertura, cuando Kevin decidió preguntarle a su compañera sobre lo que había ocurrido con el visitante. 

—¿Tu sirviente? ¿De qué iba todo eso? 

—Solo he dicho lo necesario para mantenernos a salvo. Ha sido por precaución —aclaró Alda enigmáticamente–. Estamos en grave peligro. 

—Creo que llevamos en grave peligro desde hace días. Admito que igual no es la mejor idea del mundo fiarse de un desconocido en un lugar como este, pero necesitamos ayuda. Al menos podíamos haberle pedido direcciones. 

—Dudo que te hubiese gustado el lugar al que ese Djin nos hubiese guiado. 

—¿Djin? 

—Sí, al encontrarnos con él, he comprendido por fin en qué mundo hemos ido a parar. Nos encontramos en un lugar conocido como “el desierto de fuego”. Este mundo es un desierto casi en su totalidad y sus habitantes son los Djin, espíritus del fuego, también conocidos vulgarmente como Genios. 

—Supongo que no serán los mismos genios que conceden deseos… 

—Es cierto, recuerdo que leí un cuento en la biblioteca de tu mundo donde aparecía un genio. Diría que esas historias están, en efecto, basadas en los Djin. Sin embargo, la realidad dista mucho de aquellos escritos. 

—Intuyo que te estás refiriendo a algo más, aparte del la cuestión de los deseos. 

—Así es. ¿Te acuerdas de lo que te conté sobre la creación de los mundos y de cómo había algunas especies de entre los altos linajes que esclavizaron a los humanos? Los Djin estaban entre ellos. 

—Por eso has dicho que yo era tu sirviente. 

—Sí, ha sido un intento de protegerte. En primer lugar, le he hecho creer que yo ya me encontraba en mi madurez y que podía controlar la creación de ilusiones. De ese modo se lo pensará dos veces antes de intentar nada contra nosotros. Las imágenes de un Fane adulto pueden ser muy poderosas. Además, le he tenido que dejar claro que me pertenecías y que eras absolutamente imprescindible, así no intentará apropiarse de ti ni proponer algún intercambio. 

—Ya veo, muy ingeniosa. Es increíble la rapidez con la que has actuado en esa situación. 

—Ha sido algo puramente instintivo. De todos modos, creo que con esas mentiras solo hemos ganado algo de tiempo. Este mundo es muy grande y no debe ser frecuente que dos personas se crucen por casualidad, pero aun así… 

—Él dijo que podríamos encontrarnos más adelante. 

—Eso es lo que me preocupa. No creo que lo dijese de forma accidental. Puede que me equivoque, pero estoy segura de que nuestros caminos no tardarán en cruzarse de nuevo. Deberíamos estar preparados para cuando eso ocurra, sean cuales sean las intenciones del Djin. 

—Haremos lo que creas conveniente. Después de todo, eres tú la que más sabe de esa criatura. 

—Sí, pero mi conocimiento se basa también en historias y, aunque la lengua de los Djin se encuentra entre las que he aprendido, eso no quiere decir que lo sepa todo de su especie. Y si lo que sé ya resulta alarmante, no quiero ni imaginarme lo que no sé. 

—Y yo que creía que ya no podían empeorar más las cosas después de días vagando por el desierto. Sea como sea, ya es tarde y deberíamos dormir unas horas si mañana queremos seguir avanzando. 

—Tienes razón, aunque mañana deberíamos discutir sobre si todavía queremos ir en dirección a las luces. 

La conversación acabó así. Sin embargo, antes de dormirse, Kevin no pudo evitar pensar en las últimas palabras de su compañera. Si cada luz era uno de esos Djin y continuaban caminando en la misma dirección, tarde o temprano se encontrarían con ellos. ¿Pero qué alternativa tenían?

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