lunes, 19 de noviembre de 2018

III. LA CIUDAD SUBTERRÁNEA (5)


III. LA CIUDAD SUBTERRÁNEA



5


El lugar estaba tan solitario como la noche anterior, lo cual tranquilizó a Kevin, ya que eso facilitaría su tarea, al poder llegar hasta la puerta sin ser descubierto por nadie. 

Fue un corto paseo hasta que alcanzó su destino. Sin embargo, el problema seguía siendo el mismo, estaba ante una puerta cerrada y, por mucho que el genio le dijese, Kevin no veía de qué modo este iba a ser capaz de abrir la puerta. 

Antes de hacer nada más, la curiosidad pudo con él y no pudo evitar querer echar un nuevo vistazo al interior de la estancia. Se agachó y acercó el ojo a la cerradura para encontrarse de lleno con el mismo escenario dantesco de la noche anterior. 

Una gran cantidad de Djin están sentados en unas sillas a las que permanecían atados con correas, mientras algún tipo de maquina les extraía sangre incesantemente. Todo para que el “sistema eléctrico” pudiese funcionar un día más, al menos para la clase privilegiada. 

—¿Qué hacemos? —preguntó Kevin, susurrando para que nadie más les escuchase. 

—Solo acerca la botella a la cerradura —le indicó Efreet. 

Kevin hizo lo que el Djin le pidió e, inmediatamente, la botella comenzó a brillar con gran intensidad. La luz que emitía el genio iba cambiando entre tonalidades anaranjadas y rojizas, hasta que la llama cambió drásticamente a un color verde pálido. Cuando apareció este ultimo color fantasmagórico, se escuchó un sonido proveniente de la puerta, algo parecido a un “clic”. En ese momento la puerta se abrió con suavidad, como si nunca hubiese estado cerrada. 

—¿Era tan fácil? —dijo Kevin con asombro. 

—No, no lo era. Ningún Djin hubiese podido pensar que alguien pudiese convencer a uno de los suyos para que le abriesen la puerta. Y aun así, los Djin podemos crear más de mil variaciones en el tono e intensidad de nuestra llama. La cerradura está sintonizada con una combinación muy precisa, de modo que incluso para nosotros, si no se conoce la combinación exacta, es virtualmente imposible adivinarla. 

—Eso quiere decir que has estado aquí antes. 

—Sí, pero no es momento de contar historias. Haz lo que has venido a hacer. 

Entraron en la habitación y Kevin cerró de nuevo la puerta tras él. Una vez en el interior, la escena le pareció todavía más macabra. Estar rodeado de todos esos seres indefensos, mirando mientras les drenaban la vida y se debilitaban cada vez más, era algo abrumador. Por si no fuera suficiente con aquella visión, la habitación tenía un aspecto terrible, se veía sucia y descuidada. En aquella estancia no existía el brillo que había visto hasta el momento en el resto de la ciudad Djin. Todo era color tierra y las superficies estaban salpicadas con unas manchas fosforescentes de aspecto gelatinoso. Aunque lo peor era el olor, este era profundamente desagradable e intenso, algo que Kevin ni siquiera era capaz de describir, pues nunca antes había olido nada parecido. 

Era como si estuviese teniendo la peor de las pesadillas, solo que sabía que aquello era real. De repente sintió nauseas, su cuerpo no resistía estar en aquella situación y reaccionó en consecuencia. Sin embargo, se tuvo que contener las ganas de vomitar, no podían dejar ninguna prueba de su paso por allí. 

Junto a los reclusos, sobre una repisa, vio que había todo tipo de instrumental. Supuso que, con estos aparatos, los Djin que estaban a cargo, se ocupaban de iniciar la extracción de sangre a sus congéneres. 

Entre las herramientas pudo ver que había una jeringuilla, lo único que podía utilizar para su propósito. No le gustaba nada la idea de introducirse aquella aguja en la piel, no tanto por el dolor, sino por el lugar donde la había encontrado, en aquellas condiciones tan poco higiénicas y habiendo sido utilizada, sin lugar a dudas, con más de un sujeto. Pero no había nada más a su alcance, la situación era desesperada y no estaba en condiciones de ponerse quisquilloso. Cogió la jeringuilla y se acercó a uno de los Djin, el que tenía más cerca. 

El individuo al que se aproximó tenía un aspecto tan deplorable como los demás de la habitación. Parecía estar en coma o exhausto, al borde de la muerte. Aquello le parecía completamente inhumano, aunque, por otro lado, aquellos seres no eran humanos. De cualquier modo, no podía evitar luchar una batalla interna consigo mismo. Iba a utilizar la sangre de una criatura indefensa, de la que otros ya habían abusado suficiente, cuando él había sido el primero en condenar semejante conducta. Aquello iba en contra de todo en lo que creía, pero sabía que tenía que hacerlo si quería sobrevivir. 

Kevin introdujo la aguja en la piel del Djin y le sustrajo una pequeña cantidad de aquel líquido luminiscente. Solo tomó lo absolutamente imprescindible, y aun así le dolió en el alma. Por ese motivo, antes de marcharse, se acercó al rostro del mismo Djin al que le había pinchado y le susurró al oído: “Os sacaré de aquí, lo prometo”. 

Efreet no escuchó sus palabras, o al menos eso pensó Kevin, porque el genio no tardó en pedirle que se apresurase y dejase en paz al pobre bastardo. 

Salieron del lugar y cerraron la puerta. Efreet volvió a usar su luz para poner el cerrojo y, de aquel modo, lo dejaron todo igual que lo habían encontrado. Acto seguido, se apresuraron a regresar al dormitorio, donde Kevin fue directamente a sentarse en la cama. Estaba agotado y el corazón le iba a mil por hora. Aquella experiencia le había dejado huella, no podía quitarse de la cabeza al grupo de Djin moribundos. Pero lo había hecho, la operación había sido un éxito, y ahora tenía que asegurarse de que todo aquello hubiese valido la pena. Lo que restaba por hacer era, relativamente, lo más sencillo y sin embargo le aterraba la idea. 

Puso la jeringuilla, ahora llena, sobre la cama, a su lado, y se quedó mirándola, tratando de hallar el valor suficiente en sí mismo para inyectarse el líquido. Veía como aquella sangre tenía vida propia, brillaba y se movía por el interior del recipiente con suavidad, hacia delante y hacia atrás. Estaba claro que la sangre no era ordinaria, ya lo sabía de antes, pero verla tan de cerca era una cosa completamente distinta, algo que le hacía darse cuenta de lo real que era aquella sustancia. 

—¿Qué ocurrirá cuando me inyecte esta sangre? —le preguntó Kevin al genio. 

—Nada fuera de lo común, simplemente ganarás la inmunidad al veneno. 

—¿Y no hay posibilidad de contagio? 

—Los Djin no enfermamos, ninguna bacteria o virus podría residir en nuestro organismo. Nuestra temperatura puede llegar a ser demasiado alta. 

—Entonces es seguro, ¿verdad? 

—Totalmente. 

Kevin sabía que realmente no podía confiar en Efreet, pero aun así le hizo estas preguntas para ganar algo de seguridad, para quedarse más tranquilo antes de hacer la locura que estaba a punto de cometer. Recogió la jeringuilla de encima de la cama y apuntó la aguja en dirección a su brazo. Fue aproximando cada vez más el instrumento, hasta que este estuvo casi en contacto con su piel, y entonces Efreet le detuvo. 

—Recuerda no inyectártelo todo —le recordó el genio. 

—¿Por qué? ¿No decías que era seguro? 

—Claro, pero necesitarás la otra mitad para tu amiga. 

Kevin se sintió confuso. No sabía de qué amiga le estaba hablando el Djin. Miró a la jeringuilla y pensó en el momento en que había extraído la sangre. Había sacado solamente la cantidad necesaria, pero ahí había probablemente suficiente para dos dosis. ¿Por qué había sacado tanta sangre? Le dolió la cabeza. Sabía que aquello se debía al veneno del Zaqum, estaba volviendo a perder la memoria. Se esforzó en recordar, se concentró todo lo que pudo en hallar la solución a su pregunta. ¿Por qué había tanta sangre en la jeringuilla? De repente notó un dolor punzante en la pierna. 

Había comenzado a experimentar los efectos más avanzados del veneno. Primero le había dolido la pierna, pero solo había sido un aviso, porque inmediatamente después se le paralizó por completo la extremidad. Era incapaz de mover la pierna. Dio gracias por haber estado sentado en aquel instante, de no haber sido así, se hubiese caído al suelo de golpe. Entonces recordó una caída anterior, había sido en el desierto, mientras cargaba con Alda. 

¡Eso era! Alda, cómo había podido olvidarla de nuevo. 

Ahora que su mente se había esclarecido, sabía que solo debía inyectarse la mitad del contenido de la jeringuilla, la otra mitad debería llevársela a la Fane, quien no sabía hasta qué punto estaba en peligro. 

Se acercó de nuevo la aguja y se la clavó en el brazo, allá donde podía ver con más claridad una de sus venas. Apenas le dolió y fue rápido, introduciendo en su corriente sanguínea la cantidad justa. Extrajo la jeringuilla y suspiró aliviado. Lo peor ya había pasado, ahora solo tenía que esperar que, en efecto, aquella sustancia hiciera que se curase, dejando de tener alucinaciones y pérdidas de memoria. Se sentía bien, al parecer Efreet no le había engañado y no tenía que haber temido ningún efecto adverso. Se tumbó en la cama para dejar que el antídoto recorriese todo su cuerpo. Pero, lamentablemente, su estado de relajación no duró demasiado. 

Tuvo que alzarse de golpe cuando empezaron los efectos secundarios, aquellos efectos que Efreet había negado que existiesen. Le ardía toda la piel intensamente y maldijo la hora en la que había usado aquella jeringuilla, pero era demasiado tarde para lamentaciones. 

Se convulsionaba, se retorcía y se iba pegando contra las paredes. No podía dejar de moverse, pues incluso las plantas de los pies le ardían demasiado como para apoyarlas. Tuvo que quitarse toda la ropa como pudo, desesperadamente, para evitar el roce de las prendas con su piel. Pero nada de aquello sirvió, el dolor no cesaba. Gritó, maldijo a Efreet, insultó al aire y, finalmente, cayó agotado al suelo. 

Jadeaba y notaba como le faltaba la respiración. Parecía que aquel suplicio no iba a terminar nunca, pero entonces comenzó a sentirse mejor. No dejó de dolerle, sin embargo el dolor se hizo más tolerable. 

Se puso de nuevo en pie, con la intención de tumbarse en la cama para estar más cómodo mientras aquello se le pasaba, si es que se le pasaba. En ese momento, tuvo una nueva sensación, fue como si todo el dolor que le recorría el cuerpo fuese avanzando rápidamente hasta la zona de la cabeza, abandonando el resto de áreas. Pero aquello no acabó ahí. El dolor no se limitó a la cabeza, se focalizó en la zona de los ojos, ahora eran éstos los que le ardían. Corrió hacia una de las paredes que parecían espejos y se miró a la cara. Llegó justo a tiempo para presenciar como los ojos le cambiaban de color, adquiriendo la misma tonalidad rojiza que poseían los Djin.

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lunes, 12 de noviembre de 2018

III. LA CIUDAD SUBTERRÁNEA (4)


III. LA CIUDAD SUBTERRÁNEA



4


Recorrieron multitud de pasillos y estancias. Kevin se sintió asombrado con la extraordinaria belleza de las edificaciones Djin, que aunque no podían verse en conjunto como edificios, suplían esta carencia con unas maravillosas fachadas llenas de adornos y grabados. El brillo de las calles era cegador, tanto que era fácil olvidar que se hallaban bajo tierra y, de hecho, resultaba extraño caminar durante tanto tiempo sin llegar a ver nunca la luz del sol. Todo llamaba la atención de Kevin, desde las doradas paredes cubiertas de piedras preciosas, hasta los telares donde se confeccionaban, a la vista de todo aquel que pasase por delante, las magnificas vestimentas que cubrían los cuerpos de los Djin. Pero sin duda, el punto álgido de la visita, aquello que más le cautivó, fue la fuente de la plaza, sencilla en su construcción, pero no en su contenido, ya que de ella emanaba constantemente un torrente de gemas de todos los colores.

Fue al llegar a la fuente que su guía le obsequió con una pequeña bolsita de tela para que la llenase.

—Para nosotros estas piedras son meramente decorativas, pero sabemos que para los humanos poseen un gran valor. Por ese motivo, al consejo le ha parecido un gesto apropiado regalarte una gran cantidad de gemas que puedas llevarte de regreso a tu mundo.

“Mi mundo”, pensó Kevin, y tuvo que recordar que él venía de otro lugar y que en realidad llevaba solo unos pocos días en aquella ciudad. Entonces tuvo la sensación de que algo no iba bien. ¿Cómo había llegado allí y cuáles eran sus motivos?, y más importante todavía: ¿por qué iba a querer marcharse?

El resto del día transcurrió del mismo modo, paseando de un lado a otro, siempre en compañía del algún Djin. Cuando su guía inicial estuvo cansado y se fue, otro tomó su lugar.

Antes de darse cuenta, Kevin estaba de regreso en su habitación, agotado de caminar, pero feliz y satisfecho con la visita. Se tumbó en la cama sonriendo despreocupadamente, listo para dormir y descansar apaciblemente, cuando algo interrumpió su tranquilidad, rompiendo el silencio con una voz socarrona y descarada.

—Bien, ¿cuál es el plan? —dijo la voz desde debajo de la cama.

—¿Quién…? —comenzó a preguntar Kevin, cuando se dio cuenta de que eso no era necesario—. Efreet, ya me había olvidado de ti.

—Claro que lo habías hecho, el veneno recorre tu cuerpo y empiezas a sufrir los efectos más dañinos —explicó el genio en la botella—. Primero son las alucinaciones, después los problemas de memoria. Estos ya los conoces. Pero si la cosa sigue así, y lo hará, todavía empeorarás más. Los siguientes síntomas del envenenamiento son fallos musculares, parálisis y finalmente la muerte.

—No te creo, solo intentas que te deje en libertad para poder vengarte. Pero no me vas a engañar, ya intentaste matarme una vez…

Pero la verdad es que Kevin dudaba sobre esta afirmación. No sabía cuándo había ocurrido aquello de lo que estaba hablando. ¿Había sido antes de llegar a la ciudad? No estaba seguro de ello.

—Te equivocas al desconfiar. Ahora mismo soy el único en quien puedes confiar, porque mis intereses son los mismos que los tuyos. Hazme caso, sabes que algo no va bien, tú mismo dudas de tus propias palabras y pensamientos.

—No, solo quieres confundirme. Ha pasado mucho tiempo desde que bebimos agua de aquellas frutas.

Kevin se dio cuenta de que estaba hablando en plural y no sabía por qué. Había llegado allí con alguien más, pero le costaba aclarar su mente. Cerró los ojos e intentó concentrarse, pero en la oscuridad de su subconsciente solo encontró unos ojos rojos y llameantes que buscaban abrasarle. El miedo de aquella visión hizo que volviese a abrir los parpados al instante. Pero aquel ejercicio no fue en vano, pues entonces recordó el perturbador sueño de la noche anterior, las mujeres Djin seduciéndole en su cama antes de carbonizarlo vivo. Esto provocó una reacción en cadena y de repente todo regresó a su memoria: el paseo nocturno, la habitación cerrada y el sadismo de los Djin para con su propia especie. Recordó haberse levantado por la mañana con la intención de hablar con Alda, pero nunca había llegado a encontrarse con ella, en lugar de ello, solo había hecho turismo por la ciudad.

Efreet tenía razón, había algo que estaba terriblemente mal. Pero, para desgracia de Kevin, estaba solo en todo aquello. Únicamente podía contar con la ayuda del genio, y dudaba que las intenciones de este fuesen del todo honestas.

Pensó en aprovechar ese momento de lucidez para completar la tarea que no había podido llevar a cabo unas horas antes, salir al exterior de la habitación e ir en busca de la Fane. Sin embargo, no estaba muy seguro de sí mismo y no creía que fuese capaz de encontrar a Alda antes de que la memoria le fallase de nuevo. Temía que no sería capaz de poder hacer nada en absoluto si no expulsaba antes el veneno de su cuerpo. Suponía que Efreet conocería el antídoto, pero, si se lo pedía directamente, sería como darle todo el poder y estaría a su merced, con lo que este no dudaría en pedirle la libertad a cambio, tras lo que probablemente huiría sin ayudarle antes. Así pues, tendría que convencerlo de alguna manera, aunque no sabía cómo.

—Se me ha ocurrido un plan —dijo Kevin.

—Te escucho.

—Podría crear una distracción y aprovechar entonces para escapar entre la confusión.

—¿De qué clase de distracción estamos hablando? —preguntó Efreet intrigado.

—Fácil. Podría dejar en libertad a alguien a quien estuviesen buscando el resto de los Djin. Y mientras le persiguiesen, estarían demasiado ocupados como para reparar en mí.

—¡No serías capaz! —se alarmó Efreet, al darse cuenta de que hablaba de él—. ¡Nunca funcionaría!

—No lo sabré hasta que no lo intente.

—Te lo ruego, no lo hagas. Es una imprudencia, solo conseguirás que nos maten a los dos. Piensa en otra cosa. Te ayudaré con lo que sea, pero no dejes que sepan que estoy aquí.

De esta manera, Kevin pudo hacerse una idea de hasta qué punto Efreet no deseaba ser capturado por los de su especie. Ahora estaba convencido de que el genio haría cualquier cosa que le pidiese con tal de que no le entregaran. Ese era el momento de pedirle lo que realmente quería.

—Pero no puedo pensar en nada más. No mientras el veneno recorre mi organismo. Podría perder de nuevo la memoria en cualquier momento.

—Entonces dejarme libre y yo te ayudaré.

—Tienes razón.

—¿En serio?

—Sí, te liberaré y daré la voz de alarma. Es la única opción.

Se hizo el silencio. Los dos estaban midiendo sus fuerzas, haciendo un pulso de voluntades para saber si el otro se estaba echando un farol. Finalmente uno de ellos cedió.

—De acuerdo. Permaneceré en este maldito recipiente por el momento y te diré cómo puedes neutralizar el veneno —se rindió finalmente el genio.

—Estoy escuchando.

—Bien. El veneno que has ingerido proviene de los guislin, esas frutas enterradas en la arena. Para cualquier criatura resulta mortal a la larga, pero no para los Djin. Para nosotros el guislin es un manjar y, de hecho, todos nuestros alimentos están bañados en el néctar del fruto. Lo que quiere decir que…

—He seguido tomándolo —adivinó Kevin—. Cada vez que he comido algo de lo que me ofrecían en aquel banquete.

—Exacto. Como comprenderás, no soy el único que sabe lo dañino que pueden ser los frutos del Zaqum. De lo que podrás concluir que te han estado envenenando deliberadamente.

—¿Con qué propósito?

—Para hacerte bajar la guardia. Para que obedezcas ciegamente, sacarte información y, después, dejarte morir.

—Y entonces, ¿qué hago para detener el proceso? ¿Será suficiente con dejar de comer alimentos Djin?

—En teoría sí, esa sería la forma natural, pero no tenemos tiempo. Para que el organismo elimine toda esa cantidad de veneno se necesitan semanas, y para entonces sería demasiado tarde. Además, no puedes dejar de comer, porque entonces puede que ya no tengas que preocuparte por el veneno, pero sí por la desnutrición.

—Asumo pues que hay otra manera más rápida, ¿verdad?

—Así es. Como te he dicho, los Djin tenemos una resistencia innata al veneno del Zaqum, nuestro cuerpo produce una enzima que nos protege. Sabemos que dicha enzima puede ser transferida a otros seres vivos y no se necesita una gran cantidad. Lo que quiere decir que lo único que necesitas es una pequeña transfusión de sangre, apenas unas gotas, y en cuestión de horas no solo estarás recuperado, sino que serás tan inmune al veneno como nosotros.

Kevin reflexionó sobre lo que le había dicho Efreet, pero veía varias dificultades, y además seguía sin confiar en el genio. Puede que dijese la verdad, pero no sabía de dónde se suponía que iba a conseguir sangre de un Djin. Imaginaba lo que le iba a proponer este Djin en particular y empezaba a cansarse de escuchar la misma cantinela.

—Supongo que te estás ofreciendo amablemente como donante. Para ello solo tendría que dejarte libre.

—Sería la mejor opción y la más rápida, desde luego.

—Pero sabes que eso no va a pasar.

—Ya lo había supuesto. Por esa razón ya había pensado en una alternativa. Verás, hay un lugar donde podrías conseguir sangre Djin con relativa facilidad. Solo tienes que ir hasta…

Pero Kevin no necesita escuchar más, porque sabía cuál era el lugar del que el genio le estaba hablando. Era el mismo sitio que le había estado perturbando desde la noche anterior, al menos mientras todavía lo recordaba.

—La puerta cerrada —se adelantó Kevin, sin dejar que Efreet terminase de hablar.

—Vaya, veo que conoces el sitio. Parece ser que has estado fisgoneando un poco y te has encontrado con alguno de los oscuros secretillos de mi gente. Quisiera decirte que es lo peor que ocurre en esta ciudad, pero no lo es. Aunque eso no viene al caso ahora. De cualquier modo, si ya sabes a donde tienes que ir, estamos perdiendo el tiempo aquí.

—Sé donde está, pero no sé cómo entrar.

—Claro que no. Por esa razón es por la que me vas a llevar contigo, para que te abra la puerta.

Kevin dudó por un momento. ¿Sería otra estratagema del diminuto demonio de fuego?

—No seas tan desconfiado. No necesito salir de esta prisión en la que me has encarcelado para abrirte la puerta, solo tengo que estar cerca.

—Muy bien, te llevaré conmigo. Pero como intentes algo, dejaré la botella en medio del pasillo para que la encuentren tus amigos por la mañana.

—Entendido, me comportaré. Aunque he de admitir que me encantaría ver la cara de sorpresa de quien me encontrase allí en medio. Al menos podría reírme un poco antes de ser sentenciado.

—A mí también me gustaría verlo. Pero por el bien de los dos, será mejor que eso no pase.

Dicho esto, Kevin recogió la botella de debajo de la cama y, con ella entre las manos, salió al oscuro pasillo.

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