lunes, 10 de febrero de 2020

VI. NOCHES EN EMAIN ABLACH (5)



VI. NOCHES EN EMAIN ABLACH



5


La visita continuó y Alda fue contándole durante todo el camino curiosidades sobre el pueblo y las costumbres de la gente, dando detalles bastante mundanos, nada que llamase especialmente su atención. 

Únicamente hubo un lugar que volvió a despertar el interés de Kevin. En un momento dado, se detuvieron frente a un edificio que era distinto a todos los demás, estaba también formado por las ramas de los árboles pero, a diferencia de las casas, este lugar estaba al nivel de suelo. Los árboles de alrededor se inclinaban sobre un mismo punto, haciendo que pareciese que las ramas eran brazos, protegiendo una misma zona. 

Según le dijo Alda, aquel edificio era conocido como el lecho de la madre, debido a que en la antigüedad era el lugar donde tenían lugar todos los nacimientos de las Sídhe. En la actualidad, el lugar era un templo, donde los habitantes del poblado iban a dar gracias por todos los bienes de los que disponían y a rezar por su buena salud y la de sus familias. 

—¿A qué se debe ese cambió? —le preguntó Kevin a la Fane— ¿Por qué ya no tiene la misma función que tenía antes? 

—La sociedad Sídhe también ha estado sometida a muchos cambios, al igual que sus habitantes —respondió ella—. Sin embargo, hay una cosa que todavía permanece igual: Las Sídhe sienten una gran devoción por la figura de la madre, son un pueblo donde se reverencia a la mujer y su capacidad para concebir. 

Kevin tuvo la sensación de que Alda no había contestado a su pregunta y se había andado con rodeos, pero lo peor de todo es que intuía que lo había hecho a propósito. Además, la respuesta de la chica le hacía volver a preguntarse el motivo por el cual no se veían apenas mujeres Sídhe. No entendía cómo en un lugar donde se tienen en tan alta estima a las mujeres era imposible ver a ninguna, a parte de las ancianas a las que había conocido el día anterior. 

El día fue pasando y la Fane le indicó que había llegado el momento de comer. Según le explicó la chica, las Sídhe únicamente hacían dos comidas a lo largo del día, una de ellas poco antes de que se pusiera el sol, y la otra unos momentos antes del amanecer. Lo cual quería decir que estaba a punto de anochecer. 

Kevin se asombró por haber aguantado tanto tiempo sin llevarse nada a la boca. Había estado tan entretenido, viendo todo lo que aquel lugar tenía que ofrecer, que no había llegado ni siquiera a tener hambre. Aunque ahora que le habían mencionado el asunto de la comida, su estomagó se había despertado y rugía con furia, pidiendo ser alimentado. Alda le dijo que se acercarían a la plaza central del pueblo, donde se encontraba la estatua de Leannan, y allí las Sídhe expondrían las mejores piezas que se habían cazado durante la mañana. Entonces, desde el balcón superior, las ancianas decidirían qué animales eran los que tenían mejor aspecto, y esos serán los que se cocinarían y se compartirían con el resto de los habitantes, para que todo el mundo pudiese disfrutar del banquete, mientras que le resto de piezas se utilizarían para otros propósitos, sin desperdiciar nada. 

Ante las palabras de su compañera, Kevin recordó el aspecto que tenía el mono que había cazado Alda al poco de encontrarse con ella, y no estaba muy seguro de querer degustar la carne de un animal como aquel. Estaba claro que en realidad no sabía cómo sabía la carne de aquella criatura, pero, aun sin haberlo probado nunca, no le parecía demasiado apetecible. 

Pese a sus reticencias, no puso ninguna objeción, pensó que sería de mala educación rechazar una comida que le estaban ofreciendo de buen grado, sin que él hubiese tenido que hacer nada. Si iba a aprovecharse del fruto del esfuerzo de las cazadoras Sídhe, lo menos que podía hacer era aceptar la comida. De todas formas, sus dudas iniciales se pasaron en cuanto vio la cantidad de gente que estaba reunida en la plaza, con lo que no tardó en introducirse en el ambiente de aquel ritual. 

El pueblo entero parecía estar presente, rodeando la estatua de Leannan, y habían amontonado una cantidad impresionante de animales a los pies de la figura de piedra. Las piezas de menor categoría, las más pequeñas o con peor aspecto, estaban simplemente apelotonadas, pero aquellas que habían sido el orgullo de las cazadoras que las habían conseguido, se encontraban expuestas para que todo el mundo pudiese contemplarlas, especialmente las ancianas, que estaban asomadas al palco del edificio principal. La gente hablaba y se contaban anécdotas unos a otros, casi todos los comentarios estaban relacionados con la forma en que habían perseguido y dado alcance a los animales que habían atrapado. Había mucho ambiente y todo el mundo parecía estar contento y satisfecho con el resultado de la cacería. 

De pronto, se escuchó un canto en la distancia, algo producido por muchas voces a la vez, que procedía de un lugar más allá del poblado, puede que incluso más lejos que los limites del bosque de Emain Ablach. Este fenómeno coincidió con los últimos momentos de la puesta de sol, y cuando el sonido comenzó, mientras la luz del día se iba extinguiendo poco a poco, se hizo el silencio más absoluto en el poblado. Pese al murmullo que había habido solo unos momentos antes, cuando Kevin había llegado a la plaza, en aquel instante nadie decía una sola palabra. Todas las Sídhe permanecían inmóviles, mirando el cielo en la distancia. 

Fueron unos largos e intensos minutos que hicieron que Kevin se sintiese emocionado por la maravilla de aquel acontecimiento. Todo era una magistral obra visual y sonora, los cantos, los cambios de luz… Era algo único que, sin embargo, le hizo plantearse su propio estilo de vida. Aquel era un mundo distinto al suyo, pero los seres humanos también podían ser testigos de espectáculos naturales como aquel. ¿Cuántas veces se había quedado mirando una puesta de sol en su mundo? Sabía que la respuesta a esa pregunta podía contarse con los dedos de una sola mano. En cuanto a aquellas criaturas, hacían ese mismo ritual a diario, y a pesar de estar acostumbrados, daba la impresión de que todavía lo vivían con gran intensidad. 

El último rayo de luz desapareció finalmente en el horizonte, pero las Sídhe no dijeron nada todavía, aguardaban, esperando algo más. Entonces comenzaron a aparecer pequeñas luces entre los árboles, por el suelo, y volando por el cielo. En principio fueron solo unos puntitos de colores dispersos, pero en cuestión de segundos se multiplicaron drásticamente, y todos los insectos que todavía no habían hecho acto de presencia aparecieron súbitamente al mismo tiempo, brillando con toda la fuerza que podían. Justo en ese momento, se escuchó una exclamación que sonó de forma unísona entre los habitantes del poblado. Todos juntos dijeron un claro: “¡Ooooh!”, impresionados, como si fuese la primera vez que contemplaban los colores de la noche. 

El retorno de las voces de las Sídhe fue la señal para iniciar la fiesta. Empezó a escucharse el sonido de varios instrumentos de cuerda desde varios puntos de la plaza y la gente comenzó a moverse al ritmo de la melodía. Las únicas que permanecían inmóviles eran las cazadoras, todavía junto a sus presas, esperando el veredicto. 

Kevin miró en dirección al balcón y vio que las ancianas comentaban algo entre ellas. Acto seguido, Velenna levantó el brazo e indicó con el dedo extendido varios puntos del suelo de la plaza, donde se encontraban los animales expuestos. Eso quería decir que la comida de aquella noche había sido elegida. Después de la decisión de las ancianas, varias Sídhe recogieron las presas que habían sido señaladas y las llevaron hasta el lugar que tenían preparado para cocinarlas, en la periferia de la plaza, donde se encontraban unas hogueras que no tardaron en ser encendidas. 

Mientras la carne se iba haciendo lentamente en el fuego, la fiesta continuaba por toda la plaza. Las Sídhe bailaban al ritmo de la música, dejándose llevar por aquellos melodiosos sonidos que salían de los instrumentos que tocaban otras de sus compañeras. Kevin se fijó en los instrumentos y vio que eran algo parecido a las arpas, pero con una caja de resonancia de gran tamaño por detrás, con un agujero por donde la persona que hacia vibrar las cuerdas introducía la mano para poder tener más rango de movimiento. Era otra novedad desconocida por él, algo que, si existía en su propio mundo, no creía haberlo visto antes, y que daba lugar a una amplia gama de sonidos distintos. 

Cuando la comida estaba preparada, la carne era cortada en porciones y servida en grandes cuencos, para que los habitantes pudiesen acercarse hasta allí y servirse ellos mismos un trozo, el cual se comían cogiéndolo con las manos, sin ningún tipo de utensilios. 

Alda llevó a Kevin hasta donde se estaba poniendo la carne cocinada, se hizo con una porción para ella y le instó a que él también cogiese algo. 

Kevin tuvo que admitir que la comida desprendía un olor muy agradable, despertando todavía más el apetito que ya iba sintiendo desde hacía un rato, y, viendo la forma en que estaba aquello preparado, la carne tenía el mismo aspecto que la que hubiese tenido la de cualquier otro animal en su mundo. Lo único que tenía que hacer era apartar de su mente la imagen del mono e imaginarse que estaba comiendo pollo, si lo hacía así, podría comer aquello sin sentir ninguna aversión. 

Escogió un trozo que tenía un fragmento de hueso sobresaliendo y se lo llevó a la boca, sujetándolo por esa parte rígida, mientras intentaba convencerse a sí mismo de que aquello era un muslo de pollo, nada más que eso. No obstante, su estrategia no funcionó, porque el sabor de aquella carne era muy distinto al de cualquier ave de corral. Pero, aun fallando en su intento por engañar a su cerebro, no dejó de comer, porque el mono era más sabroso que cualquier otra carne que hubiese degustado antes en su mundo. Tenía una textura fibrosa, pero era fácil de masticar, y el sabor era imposible de describir. 

Se dio cuenta de que, a medida que las Sídhe se iban alimentando, la celebración se iba volviendo más salvaje. La música adquirió un tono veloz y furioso, al que los habitantes acompañaron con sus bailes, al compás de los instrumentos. 

En ese momento, Alda le pidió que la siguiese y se dirigieron hacia las escaleras que daban acceso a la esfera del árbol central. Ascendieron para ir al encuentro de las ancianas, quienes todavía se encontraban en el balcón, observando todo lo que ocurría en la plaza. 

Cuando llegaron hasta lo alto, Velenna abandonó a sus compañeras, dejándolas en el palco, mientras ella volvía al interior de las sala para recibir a los recién llegados. 

—Buenas noches y gloriosa caza —les saludó la anciana. 

—Buenas noches y gloriosa caza para ti también —respondió Kevin, pensando que aquel era algún tipo de saludo tradicional para ese momento del día. 

—Alda, no deberías haber apurado tanto para subir —le dijo Velenna a la Fane. 

—Lo sé, pero tenía todo bajo control. Solo quería que Kevin pudiese ver y ser partícipe del espíritu de nuestro pueblo. 

La Sídhe asintió con la cabeza, dando a entender que lo comprendía. Pero a Kevin le pareció como si la anciana hubiese regañado a su amiga por un motivo que él desconocía. Todo ese secretismo estaba empezando a molestarle, así que esta vez no se contuvo y preguntó directamente por el significado de aquel intercambio de palabras. 

—Alda, ¿qué ha querido decir con eso de que has apurado? —le preguntó a la chica. 

—Nada, es solo que le había prometido que te traería aquí un poco antes y se me ha pasado la hora —le contestó ella. 

—¿Es eso verdad? —preguntó Kevin, esta vez mirando en dirección a la anciana, al no quedar convencido con la respuesta de su compañera. 

Velenna no contestó inmediatamente, como si dudase por un momento. La Sídhe abrió la boca para decir algo, pero no lo hizo, giró la cabeza y miró hacia Alda, después volvió a poner sus ojos en Kevin y esta vez sí que le respondió. 

—Sí, claro —dijo la anciana—. Ayer le pedí que te trajese a primera hora de la noche, para que me pudieses decir tu opinión del poblado. Todavía hay mucho más que ver antes de que tengáis que retiraros a descansar. De manera que, cuanto antes hablemos, antes podrás seguir descubriendo nuestro modo de vida. 

Tras aquellas palabras, la Sídhe sujetó la mano de Kevin y tiró de él con delicadeza, para llevarle hasta la otra punta de la habitación, donde había varias sillas donde podrían sentarse. 

Kevin se dejó guiar, aunque no había quedado satisfecho con lo que le habían dicho. Mientras andaban por la sala, pudo pegar un breve vistazo en dirección al balcón donde se encontraban las otras dos ancianas, pudiendo mirar la plaza por un momento, desde aquella altura. Desde allí, la fiesta parecía estar en su máximo apogeo, los bailes continuaban y la gente estaba… Le pareció que los habitantes estaban actuando de un modo algo sexual, vio que muchas de las Sídhe se besaban apasionadamente, mientras otras frotaban sus cuerpos entre sí, sin ningún tapujo. Le llamó la atención, ya que sabía que absolutamente todas las Sídhe que había allá abajo eran hombres. Conociendo, por lo que le había contado Alda sobre los orígenes de las Sídhe, no era de extrañar que en aquella sociedad tuviesen una orientación sexual menos rígida que como lo era ocasionalmente en su mundo. Aunque le avergonzaba pensar que se sentía algo incómodo con aquella demostración tan abierta que parecía estar teniendo lugar en la plaza. Solo vio aquello durante un momento, mientras pasaba por delante del balcón, pero fue suficiente como para que, cuando llegó hasta la silla, tardase un poco en reaccionar a lo que le estaban diciendo. 

—Y bien, ¿qué te ha parecido? —le preguntó alguien. 

—¿Qué? ¿Quién? —respondió Kevin, todavía confuso por lo que acababa de ver. 

—Te estaba preguntando qué te había parecido nuestro poblado —repitió Velenna. 

—Bueno… —comenzó—. Lo cierto es que he visto cosas bastante interesantes, otras que me han hecho pensar y hacerme preguntas, y también ha habido cosas que no eran tan diferentes a mi propio mundo. 

—¿Te importaría explicarme un poco más todo eso? 

—Desde luego. Por poner un ejemplo, me ha llamado mucho la atención la arquitectura. En mi mundo, prácticamente todo es artificial, hecho de distintos materiales manufacturados. Aquí da la impresión de que habéis sabido integraros con el medio ambiente, sin perturbar nada, haciendo que todo parezca muy natural. 

—Esa es la base de la filosofía de vida de nuestra especie. Somos parte de la naturaleza y por ello debemos respetarla, sin dañarla ni tomar de ella más de lo que necesitamos. A cambio, la tierra nos concede dones para facilitar nuestra vida y hacer esta labor de preservación mucho más sencilla. 

—Alda ya me había contado algo de eso, y la vedad es que me parece increíble. Ojalá en mi mundo se tuviese más en cuenta el efecto que nuestras acciones tienen sobre el planeta. No tienes ni idea de las catástrofes que han surgido a lo largo de nuestra historia por ese problema. 

—Es cierto, me resulta difícil imaginar un mundo como el que describes. Aunque para eso estamos hoy aquí reunidos, para aprender el uno del otro. 

Kevin recordó la última vez que había visto semejante interés en otra criatura, había sido con Iblis, y al final el Djin había resultado tener motivos ocultos. Por esta razón, quiso aclarar con la Sídhe cuál era el propósito de aquel intercambio. 

—Ahora que lo dices, eso es algo que me preocupa —dijo Kevin—. Yo sé el motivo por el que quiero conocer tu pueblo, es básicamente para estar seguro de que Alda vivirá bien entre vosotras. Sin embargo, no sé cuál es el motivo de tu interés por mi mundo. Tienes que entender que la última vez que compartí ese tipo de información fue con alguien que quería aprovecharse de esos conocimientos para ganar poder. 

—Puedes estar tranquilo en ese aspecto. Te aseguro que las Sídhe no tenemos ambiciones como esas. Para nosotras todo el conocimiento es bueno, otra manera de entender el mundo que nos rodea. Y en cuanto al bienestar de tu amiga, entre nosotras tendrá una buena vida, será reverenciada y recordada durante generaciones. 

—Quiero creerte, me gustaría hacerlo, de verdad. Pero desde que empecé a viajar con la flauta no he dejado de atravesar un peligro detrás de otro, es por ese motivo que me cuesta confiar. 

—Lo entiendo perfectamente. Es por ello que estamos hablando ahora, si nos conocemos mejor, podrás llegar a ver el tipo de personas que somos. Pero puedo ver que no estás preparado, quizás debería dejarte otro día más, para que puedas relacionarte con mi gente, antes de conformarte una opinión. 

—Puede que eso ayude. 

—Que así sea entonces —confirmó Velenna—. Pero aun así, no quiero que te vayas ahora pensando que nuestra breve charla ha sido en vano. Por eso quiero que tengas esto —le dijo mientras se levantaba y se acercaba a un armario que estaba tras ella. 

Kevin vio que la Sídhe abría el mueble y sacaba algo del interior. Luego se acercó hasta él y le puso un objeto en las manos. 

—¿Qué es esto? —quiso saber. 

—¿Te has fijado en la estatua de Leannan? —preguntó la anciana—. La talla fue representada con un colgante alrededor del cuello. Tú estás sosteniendo ahora el colgante real, que fue la inspiración para el que lleva la estatua. Esta joya perteneció a Leannan, quien se dice que no se la quitó ni un solo día de su vida. 

—¿Por qué me la das a mi? 

—El colgante es conocido con el nombre de “La luna salvaje” entre las Sídhe, y es nuestra posesión más preciada, un objeto que representa el orgullo y los valores de nuestra especie. Te cuento esto para que entiendas la autentica valía de este gesto. Voy a permitir que guardes el colgante contigo, como un signo de confianza. Mientras lo tengas junto a ti, nuestras dos razas serán amigas y aliadas. 

—Parece algo demasiado importante como para que lo tenga yo. No puedo aceptarlo. 

—Debes hacerlo. Es un paso decisivo para que podamos confiar el uno en el otro. Aceptando guardar y proteger la luna salvaje, te convertirás en la primera persona no Sídhe que ha tocado el colgante. 

Kevin no sabía qué hacer, se suponía que aquello era un símbolo de que las Sídhe depositaban su confianza en él. No obstante, le pareció que le estaban imponiendo una pesada carga. Pensó que rechazar el colgante podría ser entendido como una afrenta hacia el pueblo, de modo que, aunque realmente no quería hacerlo, no le quedó más remedio que aceptar llevar la luna salvaje con él, al menos por el momento, mientras permaneciese en aquel mundo. 

—Muy bien. Lo llevaré conmigo entonces —accedió—. Prometo que lo mantendré a salvo mientras esté en mi poder. Pero antes de que regrese a mi mundo te lo devolveré. 

—De acuerdo. Conserva la luna salvaje mientras permanezcas con nosotras. Será un gran honor para todo el poblado. 

—Por cierto, ¿por qué tiene ese nombre el colgante? 

—No estamos seguras del origen del nombre, aunque se piensa que se debe únicamente a su aspecto. 

Kevin se fijó en que aquel objeto se componía de una cadena hecha del misterioso material transparente que ya había visto en varias ocasiones, de la que pendía una talla de madera decorada, con una perla grande y blanca en el centro. Eso le hizo acordarse de otra de las cosas que quería preguntarle a la Sídhe. 

—Una cosa —dijo—, se lo he preguntado antes a Alda, pero ella no ha sabido decírmelo. ¿Me podrías decir de dónde procede este material? —preguntó indicándole la cadena del colgante. 

—Claro, no es ningún inconveniente. Antes teníamos muchas reservas de polvo de mar, pero se nos han ido agotando con el tiempo. Hace tiempo convivíamos con otras criaturas de este mundo, eran unos animales que nos eran de gran utilidad, además de hacernos compañía. El sudor de esas criaturas se petrificaba al entrar en contacto con el aire y se desprendía de su cuerpo, a eso es a lo que llamamos polvo de mar. Después, esta sustancia era calentada a fuego lento y se obtenía una pasta fácil de moldear. Esa es básicamente la procedencia del material que te interesa. 

—Después de todo, sí que tenéis un producto manufacturado, aunque únicamente lo calentéis. ¿Qué animal era ese que ya no está entre vosotras? 

—Lo llamábamos caballo de agua, era capaz de trasladarse tanto por medio acuático como terrestre. Sin embargo, su número fue reduciéndose por causas desconocida y los pocos que quedaron se desplazaron a otras zonas alejadas del poblado. Según nuestra filosofía de no interferir con la naturaleza, consideramos ese movimiento de la especie una señal de que no debíamos continuar utilizando esos animales, para no perjudicarlos. 

—¿Y todos los caballos de agua segregaban esa sustancia? –preguntó Kevin, pensando en la criatura que había conocido en Escocia. 

—Sí, todos ellos. ¿Por qué lo preguntas? 

—Por nada, simple curiosidad. Para entenderlo mejor. 

—Creo que ya es buena hora para que continúes con tu visita, no quiero distraeros más aquí por esta noche. No sería bueno que te perdieses los espectáculos para pasar el tiempo con una vieja como yo. Si no hay nada más que quieras saber, nos despedimos por el momento. 

Kevin se quedó pensando un momento. Había tenido tantas preguntas que hacerle a la anciana, pero con el compromiso en que ella le había puesto al entregarle la perla, todas sus dudas se le habían ido de la cabeza. Tenía la certeza de que todavía le quedaba algo importante por preguntar, pero en aquel momento no conseguía recordar qué era. Al final desistió. Llegó a la conclusión de que si lo que se le había olvidado era algo importante ya se acordaría más tarde. Después de todo, el día siguiente volvería a ver a la anciana y podría preguntarle entonces todo lo que hubiese quedado pendiente. 

Le dijeron adiós a Velenna y volvieron a encaminarse escaleras abajo, en dirección a la plaza. Kevin temía lo que iba a encontrar allí, teniendo en cuenta lo que había visto por la ventana. Si las cosas habían seguido el mismo curso, quizás apareciesen en medio de una orgía. Sin embargo, al llegar al suelo, vio que las Sídhe habían vuelto a actuar con normalidad, toda la extraña atracción que había visto desde el balcón había desaparecido. Ahora la gente actuaba del mismo modo que antes de que se hubiesen dirigido a lo alto del árbol central, seguía habiendo bailes, juegos y risas, aunque era una diversión moderada y sin excesos. Se dio cuenta de que ya no quedaba comida, y entonces se le ocurrió que la conducta de antes podía haber estado inducida, de algún modo, por la emoción de devorar una presa que habían cazado. Aquello era otra cosa que debería preguntarle a Velenna la próxima vez, siempre que no se le olvidase.

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