lunes, 16 de septiembre de 2019

V. ENTRE LEYENDAS (2)



V. ENTRE LEYENDAS



2


Kevin se dio la vuelta y se quedó mirando el teléfono, con curiosidad, extrañado ante aquel fenómeno. No cabía duda de que se trataba de una simple coincidencia. No podía ser más que una simple casualidad que alguien llamase a una cabina en medio de la calle justo en el momento en que él pasaba por allí. Era algo curioso que, a fin de cuentas, no le concernía. Al final, el aparato dejó de sonar, y él se rió por dentro, pensando en cómo las cosas más tontas podían todavía sorprenderle después de todo lo que había visto en los últimos días.

Se giró una vez más para retomar la misión que tenía entre manos y… 

Justo en ese instante el teléfono comenzó a sonar de nuevo, indicándole que quizás aquello era algo más que una mera coincidencia.

Volvió a acercarse hasta la cabina y dudó por un momento. Pensó que igual estaba siendo víctima de algún tipo de broma, era posible que algún crío le estuviese viendo desde una ventana y estuviese divirtiéndose a su costa, haciéndole pasar un mal rato. Pero tenía el presentimiento de que aquello no era ninguna broma, en su interior sabía que la llamada era para él.

Descolgó el auricular y se lo aproximó al oído. No dijo nada, simplemente esperó a que pasase algo. Entonces alguien le habló desde el otro lado de la línea.

—No temas —dijo la voz—. Estoy de tu lado.

—¿Quién eres?

—Creo que ya sabes quién soy. Hemos hablado en varias ocasiones con anterioridad.

Kevin se quedó pensando un momento en aquellas palabras. No creía conocer a nadie que pudiese… De pronto reconoció la voz, le había costado un poco porque sonaba algo distinta a través de aquel aparato, distorsionada y menos nítida, a diferencia que cuando le había hablado directamente en el interior de su cabeza, telepáticamente o como quiera que lo hiciese.

Supo quién era, era la misma persona que le había estado ayudando en varias ocasiones ya, el propietario de una voz que, al principio, había creído ser un producto de su imaginación o una manifestación de su propio subconsciente, pero que había resultado ser muy real. Sin embargo, hablar con esta persona en su propio mundo y por un medio de comunicación tan mundano como aquel, le hacía asumir por completo la existencia de aquel individuo, algo que hasta el momento no había sido capaz de hacer.

—Me has salvado la vida muchas veces —admitió Kevin—. Creo que debería agradecértelo, aunque no nos hayamos visto antes, ni sepa cómo ni por qué haces esto.

—En realidad sí que nos hemos visto antes. Pero eso no es importante en este momento, ya habrá tiempo en un futuro para las presentaciones. Lo que de verdad debería importarte ahora es que tienes que tomar una decisión de carácter trascendental.

—¿Una decisión?

—Así es, y de lo que elijas dependerá no solo tu futuro sino el de muchos.

—No entiendo lo qué quieres decir. Yo solo estaba buscando la manera de volver a casa.

—Lo sé, ¿pero has pensado si eso es lo que realmente deseas? Si de verdad hubieses querido regresar a tu casa, cuando tocaste la melodía que te trajo de regreso a nuestro mundo, hubieses aparecido directamente en tu hogar. Pero no fue así, en lugar de eso, has aparecido en un país extranjero por un motivo que desconoces, pero que ha servido de guía para que el viento de Kalen te condujese hasta dónde estás ahora.

—Eso no es posible, lo único que quiero es volver a mi pueblo y continuar con mi vida, es lo que he querido hacer desde que todo esto empezó.

—Estas luchando contra ti mismo. Creo que en el fondo sabes que tu viaje no ha terminado, pero no quieres aceptarlo, no eres capaz de admitir que tu vida ya no volverá a ser la misma. Es normal que estés asustado, cualquier persona en su sano juicio lo estaría si hubiese vivido tus experiencias. Por eso te he dicho que debes tomar una decisión.

—¿Y qué decisión sería esta, si puede saberse? —preguntó Kevin, con un tono de descaro, ante aquel desconocido que creía conocerle mejor de lo que se conocía a sí mismo.

—Es fácil, debes decirme si quieres volver a tu país o si lo que quieres hacer es seguir tu verdadera voluntad. Si lo que decides es regresar a tu hogar, a tu pueblo, tengo los medios para hacerte llegar el billete de avión y algo de dinero para cubrir tus necesidades hasta que llegues al aeropuerto. Podrías tenerlo en tan solo unos minutos. Sin embargo, si decides que ese no es tu camino, también puedo ayudarte, aconsejándote sobre la mejor forma de actuar. Ahora lo que realmente debes preguntarte antes de decidir es: ¿En qué estabas pensando cuando tocaste la flauta? ¿Fue en volver a tu casa o en algo distinto?

Kevin tuvo que pensar sobre ello y, aunque su sentido común y su cordura le pedían que aprovechase aquella oportunidad para dejar atrás toda la locura que se había introducido en su vida sin que él lo hubiese pedido, en el fondo sabía que esa persona tenía razón. Cuando había tocado la flauta en la ciudad Djin había estado nervioso y atemorizado por lo que pudiese pasarle, muchas cosas habían pasado por su cabeza, pero en el momento de la verdad, en lo que había estado pensando no había sido en regresar a su casa, sino en Alda. Había estado profundamente preocupado por la chica, queriendo saber si al final ella habría conseguido llegar al mundo de las Sídhe o la habían hecho cautiva. No podía olvidarlo todo y retomar su vida sin asegurarse de que la chica estuviese bien. Desde que la había llevado con él, sacándola de aquel bosque, se había sentido responsable de ella, aunque luego la Fane le hubiese explicado que todo había pasado a causa del viento de Kalen. No había salvado a Alda para luego dejarla a merced de unos seres que no sabía cómo la tratarían, ya fuesen los Djin o las Sídhe. Tenía que saber la verdad, tenía que volver a ver a Alda y comprobar que ella estuviese a salvo, solo entonces podría regresar a casa con la conciencia tranquila.

—¿Has tomado tu decisión? —preguntó la voz al otro lado del auricular.

—Sí, lo he hecho. Tengo que encontrar a Alda y asegurarme de que escapó de los Djin.

—¿Solo eso? Si es lo único que quieres saber, yo mismo te puedo confirmar que, en efecto, la Fane ya no se encuentra en aquel mundo desértico.

—Me alegro, pero no es suficiente. Tengo que verla, hablar con ella y asegurarme de que está bien.

—Eso requerirá que vuelvas a viajar a un nuevo mundo. ¿Estás dispuesto a ello?

—Lo estoy —dijo Kevin con decisión.

—Muy bien, entonces te ayudaré a encontrar a tu amiga. Como te he dicho, hay una razón por la que el viento de Kalen te ha traído hasta ese lugar, eso es porque cerca del sitio en el que te encuentras hay alguien que conoce la canción que abre el camino hacia el mundo de las Sídhe. Lo único que tienes que hacer es encontrar a esta criatura y convencerla para que te enseñe la melodía.

—¿Una criatura? Quieres decir que no es de este mundo —adivinó Kevin.

—No, no es un ser humano. Es un ser originario del mundo de las Sídhe, que llegó al nuestro por accidente hace muchos años y ha permanecido aquí desde entonces.

—¿Cómo lo encontraré?

—Habla con todo el que puedas, aprende las leyendas locales, y las historias te guiarán en la dirección adecuada. Yo mismo podría decirte en este instante qué es lo que andas buscando, pero necesitas aprender el idioma, y la única forma de que el instrumento te ayude a hacerlo es que entres en contacto con la gente. Lo único que puedo hacer es adelantarte algo de información para orientarte en la dirección adecuada. Te daré dos pistas: la primera es que deberás viajar hacia el norte y la segunda es que muchos más van tras esta esquiva criatura.

—¿No podrías decirme nada más concreto?

La pregunta de Kevin no obtuvo respuesta, ya no escuchó más palabras de aquella voz misteriosa, solo un pitido intermitente que le indicaba que la comunicación se había cortado. Ahora todo dependía de él, tendría que seguir adelante por su cuenta, guiándose únicamente por esos escasos fragmentos de información, algo crípticos, que le habían proporcionado.

Según el hombre con quien había hablado por teléfono, su punto de partida debía ser la gente de los alrededores. Tenía que entrar en contacto con personas y hablar con ellos. Como no conocía el lugar, pensó que podía regresar a las ruinas del castillo, aquello estaba repleto de turistas y, siendo un punto donde las visitas serían frecuentes, estaría durante un rato en compañía. Se puso en camino, por la misma calle por la que había llegado hasta la cabina telefónica, volviendo sobre sus pasos.

De repente, cuando había recorrido más o menos la mitad de la distancia que le separaba de su objetivo, escuchó una especie de chillido agudo que provenía de algún punto por encima de él. Levantó la vista y vio a un ave sobrevolándole. Le pareció que era un águila o un halcón, no hubiese sabido decirlo con certeza, pero lo realmente sorprendente fue que, justo cuando estuvo por encima suyo, dejó caer algo.

Se acercó al objeto que había aterrizado en el suelo a sus pies, se agachó y lo recogió, comprobando que se trataba de una pequeña bolsita. Abrió el paquete y en su interior encontró cinco billetes y un papel doblado. Extrajo el papel, lo extendió y comprobó que tenía algo escrito: “Espero que este pequeño obsequio te ayude a encontrar tu camino”. El mensaje le daba a entender que la bolsa no había caído allí por accidente, sino que alguien se la había hecho llegar, y por el contenido de la nota intuía que se trataba de la persona con quien había estado hablando hacía tan solo unos minutos. Después de leer el mensaje, sacó los billetes y los contó, el regalo consistía en un total de cien libras, un dinero con el que, si bien no podría hacer gran cosa si su búsqueda se prolongaba, le serviría para no pasar hambre.

Todo el fenómeno fue muy extraño, se preguntaba cómo era posible que aquel desconocido hubiese podido hacer llegar a un pájaro con un paquete para él hasta su posición exacta, y de una forma tan extraordinariamente rápida y eficaz. Claro que, podía esperar cualquier cosa de alguien que era capaz de hablarle incluso desde el interior de su cabeza. El solo pensamiento de que existiese alguien con tanto poder en su mundo le parecía inquietante. No sabía qué clase de criatura era el extraño, pero esperaba que no tuviese algún oscuro propósito, como los Djin. De ser así, sería un adversario realmente temible. Al menos, por ahora, sabía que aquel hombre estaba de su lado y eso era bueno, pero no cometería de nuevo el error de confiar demasiado rápido en alguien potencialmente peligroso.

SIGUIENTE

lunes, 9 de septiembre de 2019

V. ENTRE LEYENDAS (1)



V. ENTRE LEYENDAS



1


Alguien le estaba hablando, de eso estaba seguro. El problema era que no entendía lo qué le estaban diciendo.

Kevin abrió los ojos y se encontró con la cara de un hombre mayor que él. Le pareció que el rostro del desconocido mostraba preocupación. Además, no dejaba de emitir unos sonidos que le costaba entender. No era la primera vez que había tenido un problema como aquel desde que había iniciado su viaje. La flauta le había concedido la habilidad de entender todas las lenguas. Sin embargo, eso solo ocurría cuando Kalen, el antiguo propietario del instrumento, había estado en contacto con los seres que hablasen la lengua en cuestión. Aparentemente no había regresado a su mundo, sino que había ido a parar a algún otro lugar, un sitio al que ni siquiera el propio Kalen había viajado nunca.

Miró a su alrededor y vio que estaba tumbado en la hierba, al lado de las ruinas de un castillo. Todavía se sentía algo mareado por el viaje. Por un momento había creído que no iba a poder escapar a tiempo de Iblis, pero todo había salido bien, más o menos. Aunque estuviese en un mundo extraño, al menos no estaba en ningún peligro inmediato.

La persona que estaba observándole parecía bastante normal para lo que había estado viendo últimamente. El hombre vestía con unos pantalones color caqui y una robusta chaqueta impermeable. Además llevaba una cámara de fotografiar colgada del cuello…

¿Una cámara?

Kevin se incorporó y se fijó mejor en el entorno. Había más gente dando vueltas por el lugar, todos ellos de apariencia normal, sin ningún detalle extravagante, ni rasgos físicos poco convencionales. Muchos de ellos llevaban cámaras y se hacían fotografías unos a otros. Escuchó con atención y descubrió que era capaz de reconocer unas palabras que había dicho alguien de los que deambulaba por las ruinas. La gente estaba hablando distintos idiomas, pero él había conseguido identificar una de las lenguas como inglés.

Se puso en pie, ignorando al hombre que había estado observando su reacción, y se dio cuenta de que si miraba a lo lejos podía distinguir una carretera y dos autobuses. Eso solo podía querer decir que su primera impresión había sido errónea, sí que estaba de regreso en su mundo y las personas que estaban junto a él no eran de otra especie, sino turistas.

Estaba de regreso, pero no reconocía el paisaje. Intuía que había ido a parar a un lugar distinto del que salió. Todos aquellos extranjeros y la diferencia en el tiempo, siendo aquí mas frío y húmedo que en el pueblo donde vivía, eran un indicativo de que estaba bastante lejos de casa, tal vez incluso en un país extranjero. Era una contrariedad, pero nada importante ahora que estaba entre seres humanos. Lo primero que tenía que hacer era averiguar exactamente a dónde había ido a parar y, cuando lo hubiese hecho, pensaría en la manera de volver a su pueblo.

Lo más fácil hubiese sido preguntarle a alguien, pero aunque hablaba algo de inglés, no creía ser capaz de poder usar la lengua con la bastante fluidez como para explicar su situación. Le resultaba extraño que el viento de Kalen no funcionase, haciéndole entender las lenguas. Después de todo, debería funcionar con humanos. Pese a ello, no tenía sentido insistir en algo a lo que no podía darle explicación. Lo mejor que podía hacer era buscar en las cercanías alguna señal, mapa, o cualquier otro tipo de información que revelase cuál era su posición.

Se dirigió hacia la salida de las ruinas y encontró un cartel en el que estaba escrito el nombre del lugar. Podía leer que en letras grandes ponía: “Inverlochy Castle”. Debajo había un dibujo de cómo debía ser el castillo cuando todavía estaba en pie, y a los laterales había una especie de descripción histórica. Desgraciadamente, su nivel de comprensión no era tan elevado como para sacar mucha información de aquel texto, aunque sí le pareció entender algo así como que el castillo era de construcción tipo inglesa. ¿Se encontraría en algún lugar del Reino Unido?

Salió a la carretera y se puso a caminar. A los laterales encontró casas bajas, de blancas fachadas, y coches aparcados con matriculas de color amarillo. Sin duda sus suposiciones eran correctas, estaba en el extranjero. Fue un poco más adelante, cuando vio en el escaparate de un comercio un maniquí masculino vistiendo una falda de cuadros, que pudo hacerse una idea más aproximada de su posición. Estaba en Escocia.

Conociendo su ubicación, ahora lo único que tenía que hacer era averiguar la manera de volver a su país. Entonces se dio cuenta de algo, estaba en el extranjero y no tenía dinero encima, ni tarjeta bancaria, ni tan siquiera tenía su identificación con él. La única manera de regresar a España era cogiendo un avión. Y sabía que aunque pudiese encontrar un vuelo barato, no podía permitirse pagarlo. No podía comunicarse bien con la gente y, aun habiendo podido, tenía que recordarse que se encontraba entre seres humanos, y la gente no te ayuda así por las buenas. Era un inmigrante ilegal y sin papeles que estaba a un paso de tener que tirarse en medio de la calle a pedir dinero.

Ya no tenía tan claro que su situación fuese tan buena como había pensado en un principio. La alegría por escapar de los Djin se había pasado. Tenía un nuevo problema entre manos. Podía imaginarse siendo arrestado por la policía, quienes le interrogarían, queriendo saber cómo se había colado en el país, mientras que él no podría contarles la verdad, para que no lo tomasen por loco.

Pensaba que por lo menos su situación podría haber sido mucho peor, tenía que dar las gracias por estar vivo. Si lo pensaba lo suficiente, seguro que daba con una solución a su problema. Igual, si conseguía solo unas monedas, podría llamar a alguien de su país, a un familiar o amigo, que le ayudasen de algún modo. “Ves, no es todo tan negro como lo estabas pintando”, se dijo. Todo debería serle más fácil aquí. Después de todo, había sobrevivido a un temible desierto interminable, a la ira de un gobernante con poderes sobrenaturales, y había escapado de una prisión inexpugnable.

Decidió que empezaría por buscar una cabina de teléfono, intentaría hacer una llamada a cobro revertido y, si no se aclaraba, le pediría unas monedas a alguien que pasase. Era un plan simple y no pensaba que le costase demasiado. Todo saldría bien…

—¡Hey! ¿Qué ha pasado? —dijo una voz a su espalda.

Se giró rápidamente, pensando que había encontrado a alguien a quien podía entender, alguien que hablaba su mismo idioma y que tal vez pudiese ayudarle. Pero cuando se dio la vuelta no vio nada más que una calle completamente desierta. Estaba completamente solo, no había ninguna persona que pudiese haber dicho nada.

Se preguntó si habría sido su imaginación. Aunque, a decir verdad, aquella voz en particular le resultaba familiar.

Entonces se dio cuenta de un detalle que había olvidado, debido a la prisa con la que había huido de la ciudad Djin. Se quitó la mochila de la espalda, la abrió y miró al interior, comprobando así que no había viajado solo. En el interior de la bolsa se encontraba todavía la botella que contenía a Efreet, exactamente en la misma posición en que él mismo la había dejado. Había llevado la botella consigo cuando había ido a ver a Iblis, para que este se la quedase antes de marcharse, pero como luego las cosas se habían descontrolado, al final no se había deshecho del genio

—¿Cómo es que estás vivo? —preguntó Efreet—. Lo escuché todo, pensaba que a estas alturas Iblis te habría dejado carbonizado. Tengo que admitir que tengo curiosidad por saber en qué agujero de la ciudad nos has metido para que ese rey loco no nos encuentre.

Aquello fue una desagradable sorpresa, Kevin no esperaba tener que volver a ver a un Djin nunca más durante el resto de su vida y, sin embargo, allí estaba posiblemente el peor de ellos, hablando con él como si tal cosa. Realmente no quería responder a la pregunta del genio, no le apetecía nada hacerlo, pero aun así pensó que, quizás, si lo hacía, aquel ser dejase de molestarle durante un rato.

—No estamos en la ciudad —le contestó.

—¿Has conseguido subir al desierto por tu cuenta entonces?

—No.

Dicho esto, sacó la botella de la mochila y la levantó sobre su cabeza, dejando que el Djin viese por sí mismo el paisaje del lugar en que se hallaban.

—¿Qué es esto? —preguntó sorprendido Efreet—. No conozco ningún lugar en mi mundo que sea así.

—Eso es porque no estamos en tu mundo, sino en el mío.

No tardó en arrepentirse de haberle dicho la verdad al genio, ya que a partir de ese momento la criatura no paró de hablarle y hacerle preguntas. Ante la verborrea de su inesperado compañero de viaje, lo que hizo fue guardar la botella de nuevo en la mochila y esperar que, eventualmente, el Djin se callase.

El hallazgo le planteaba un nuevo dilema. Nunca sería capaz de pasar por la seguridad de un aeropuerto cargando con aquella botella de plástico, y no podía abandonarla en cualquier sitio. Si tiraba al Djin, alguien podría encontrarlo y dejarlo en libertad accidentalmente, permitiendo que la criatura dejase un rastro de destrucción por allá donde pasase, quizás esclavizando a la humanidad entera. Podría enterrar la botella en algún sitio, pero eso tampoco le garantizaba que no la fuesen a encontrar algún día, no al cien por cien. Kevin era responsable de haber traído al genio a este mundo y, por lo tanto, tenía que hacerse cargo de la criatura. Pensó que podría meterlo dentro de una maleta y facturar el equipaje, quizás así pudiese llevárselo en el avión, pero eso quería decir que tenía que hacer un gasto más, porque, obviamente, no tenía una maleta con él.

Independientemente de la solución que decidiese, el plan no había variado tanto. Necesitaba llamar a alguien que pudiese hacerle llegar dinero, o un billete de avión, lo antes posible.

Tras seguir caminando un poco por la calle, encontró una cabina. Se acercó al aparato y buscó alrededor, tratando de localizar algún tipo de instrucciones que indicasen cómo hacer una llamada a cobro revertido, nunca había hecho aquello y no tenía la menor idea de si era posible en su situación. No encontró nada parecido a lo que necesitaba. Había unas instrucciones pero no fue capaz de identificarlas, aunque sí reconoció el prefijo que tenía que marcar para llamar a España. Ahora solo necesitaba algunas monedas para hacer la llamada.

Pensó que podría probar suerte en los comercios, tal vez en algún local alguien hablase su idioma, o tuviesen bastante paciencia con él para poder hacerles entender su situación. No le gustaba tener que depender de la generosidad de la gente, pero era eso o quedarse allí en medio de un país extranjero, cruzado de brazos, esperando un milagro que no llegaría nunca. Sin más dilación, decidió que lo mejor sería ponerse en marcha cuanto ante. No sabía cuál era el horario comercial de la zona, y si se le pasaba la hora y cerraban los locales, tendría muchísimas más dificultades para conseguir la ayuda que necesitaba.

Comenzó a alejarse del teléfono público y entonces ocurrió algo extraño, escuchó cómo el aparato que dejaba tras él empezaba a sonar, indicando que alguien estaba llamando.

SIGUIENTE

domingo, 30 de junio de 2019

IV. PRISIONEROS DE LAS PROFUNDIDADES (10)



IV. PRISIONEROS DE LAS PROFUNDIDADES



10


La reacción de Iblis no se hizo esperar y enseguida pidió una explicación de lo que acababa de presenciar. 

—¿Qué está pasando aquí? —exigió saber el viejo rey—. ¿Por qué estaba Efreet libre? ¿Dónde está Agní? Humano, más vale que me digas la verdad de lo que ha ocurrido, o si no, ni siquiera tu posición como maestro del viento de Kalen te salvará. 

Entre Kevin y Alda le explicaron a Iblis todo lo que había pasado desde que habían escapado de la prisión. Le dijeron que, al principio, habían seguido a Agní hasta una puerta que estaba cerrada y, pensando que podrían convencer a Efreet para que les abriese la puerta, habían ido en su busca a la sala del trono. Le explicaron que habían sido sorprendidos por Agní, y para salvar su vida no habían tenido más remedio que liberar a Efreet, quien parecía tener sus propios problemas con el miembro del consejo y era más capaz de pelear contra él. Le contaron que ambos Djin habían peleado a muerte y al final había ganado Efreet, reduciendo a Agní a cenizas. 

—Y solo unos instantes después habéis aparecido todos vosotros por la puerta— concluyó Kevin la explicación. 

—Ya veo. Lamento haber dudado de tu lealtad —se excusó Iblis—. Es culpa mía, no debí haberme retrasado tanto. Es una lástima no haber podido acabar con Agní con mis propias manos, pero lo importante es que ha muerto y ahora puedo recuperar mi trono. En cuanto a Efreet…, por ahora dejaré que sufra en esa botella y más tarde ya decidiré qué hacer con él. 

Pasado aquel momento de tensión, Kevin pudo respirar por fin con tranquilidad. Todo había acabado y finalmente podría regresar a casa, a su mundo, el de los seres humanos. Este pensamiento le hizo fijarse en el pequeño ejército de Iblis, que estaba compuesto por todos los seres humanos que vivían en el subsuelo. Supuso que la situación de aquellas personas cambiaría para mejor a partir de ahora. Consideró la posibilidad de llevárselos con él, al mundo al que pertenecían, pero descartó la idea. Aunque esos humanos fuesen parecidos a él, estaban adaptados al mundo de los Djin, llevaban incontables generaciones allí. Era cierto que no habían vivido de la mejor forma posible, pero estaba convencido de que a partir de entonces, con el nuevo soberano de la ciudad Djin, se trataría a los humanos con más respeto y ya no serían esclavos o mascotas. 

De todas formas, quería calmar estas preocupaciones preguntándole a Iblis. De no hacerlo no podría volver tranquilo a su mundo. Su único problema era que no sabía cómo sacar el tema sin ofender al soberano de los Djin. 

—De modo que el ejército del que hablabas eran los humanos de la prisión —le dijo al Djin. 

—Así es. Siempre he sentido un aprecio especial por estas criaturas y he pensado que era hora de que tuviesen su lugar junto a mí. Aquí están todos los que estaban prisioneros allá abajo. Aunque no todos ellos son humanos. Ha sido una sorpresa para mí. La verdad es que pensaba que todos los demás visitantes de otros mundos habrían muerto ya, pero resulta que estaba equivocado. 

—¿Qué quieres decir? —preguntó Alda intrigada. 

—Es bastante curioso que el único superviviente fuese el primero que llegó aquí. ¿Recordáis la historia que os conté? Os dije que cuando mi gente empezó a viajar clandestinamente entre los mundos, por las grietas que todavía estaban abiertas, Agní me trajo un regalo, una criatura de otro lugar. Resulta que ese ser sobrevivió, fue el único que lo hizo y lo he encontrado vagando por los túneles mientras reunía a los humanos. 

—¿Es un hijo de los altos linajes, como nosotros? ¿A qué raza pertenece? —quiso saber la Fane. 

Kevin intuyó inmediatamente a qué se debía el interés de su compañera, ella tenía la esperanza de que aquel ser fuese de su propia especie, que por algún milagro se hubiese salvado, y no ser así la última superviviente de toda su raza. Era algo muy poco probable de que ocurriese y no quería que Alda se llevase una decepción. 

—Alda —le dijo a la chica, antes de que Iblis le respondiese—. Sé que es duro, pero es muy difícil que sea… —no sabía cómo continuar la frase, no estaba bien que destrozase las esperanzas de su amiga. 

—No te preocupes. Sé que es una posibilidad remota —admitió ella—, pero por pequeña que sea, tengo que saberlo. 

Iblis le hizo un gesto a una de las personas que había entre la multitud para que se acercase al frente. De entre los humanos, salió una anciana con la piel de color violáceo que caminaba muy despacio y ligeramente encorvada. 

—Kevin —dijo Alda— ¿Puedes preguntarle quién es? Seguramente podrás hablar en su idioma, gracias al viento de Kalen. 

—Claro, no hay problema. 

Entonces Kevin se acercó hasta la mujer y le preguntó cuál era su nombre y de dónde procedía. Como de costumbre, no se percataba de si estaba hablando un idioma distinto o no, ya que a él todo le sonaba en su propia lengua, pero debió de haber hecho lo correcto porque la anciana reaccionó a sus palabras, respondiendo a la pregunta. 

—Mi nombre es Velenna y soy una Sídhe. 

No hizo falta que le tradujese la contestación a Alda, ella lo había entendido todo, porque el lenguaje de la mujer era uno de los que la Fane conocía gracias a sus estudios. La sorpresa fue enorme para los dos. Habían llegado a aquel mundo desértico por accidente, precisamente mientras buscaban indicios sobre el mundo de las Sídhe, y ahora, cuando se habían olvidado de ello, se encontraba cara a cara con uno de esos seres. 

Kevin quiso confirmar con Alda que aquella mujer pertenecía a la especie que habían estado buscando, quienes se suponía que habían tenido buena relación con los Fane en el pasado y que podrían proporcionarle a ella un nuevo hogar. 

La chica asintió con la cabeza. 

—Tan solo existen unos hijos de los altos linajes que reciban el nombre de Sídhe. —aclaró Alda—. Además, las características de la mujer, así como el tono de morado de su piel, se corresponden con la descripción que tengo sobre esa raza. 

Aquello eran buenas noticias, quizás todo se había solucionado mejor de lo que cualquiera de ellos pudiese haber esperado. Era posible que no solo él pudiese volver a su propio mundo, sino que Alda también hubiese encontrado un nuevo mundo al que llamar hogar. 

Kevin le preguntó a la anciana si el lugar del que ella provenía sería apto para una Fane, y la mujer confirmó este dato, diciéndole, además, que allí sería recibida con los brazos abiertos, especialmente si ambas iban juntas. Su gente consideraría a Alda una heroína por haber traído de vuelta a una de los suyas después de tanto tiempo. Lo siguiente que le preguntó por lo tanto a la Sídhe fue si sabía cómo hacer para que la flauta les llevase hasta allí, pero la respuesta de la anciana fue negativa. 

—Pero sí que puedo volver a abrir temporalmente la grieta por la que me trajeron aquí —añadió la mujer. 

Con aquella revelación quedó resuelto el problema. Iblis no tuvo ningún inconveniente en dejar marchar a la Sídhe, siempre y cuando esta se asegurase de que nadie más podría volver a utilizar aquella grieta entre mundos. 

Organizaron una expedición por el desierto. Un pequeño grupo de humanos acompañaría a la anciana y a Alda hasta el lugar apropiado, para que la mujer abriese la grieta y ambas pudiesen irse. Mientras tanto, Kevin se quedaría un par de días en la ciudad Djin, hablando con Iblis y negociando las condiciones de su retorno en un futuro. 

Kevin no quería volver a aquel mundo nunca más, pero si tenía que mentir durante un rato al soberano Djin para que dejase marchar a su amiga, estaba dispuesto a hacerlo. Al fin y al cabo, Iblis no tenía ningún modo de saber si iba a cumplir con su palabra. 

Al día siguiente asistieron a la coronación. El consejo de los Djin fue abolido, el drenaje de sangre paralizado, y el pueblo acogió con los brazos abiertos a su nuevo gobernante, quien había regresado tras de una larga ausencia. 

Todo fueron alabanzas, la gente estaba ansiosa por comenzar una nueva etapa ahora que se habían desecho del antiguo tirano. Hicieron una gran fiesta, hubo comida y bebida, pero eso no fue lo único, lo que más llamó la atención de Kevin fue que por primera vez vio a los Djin relajados, capaces de reírse de forma natural, sin tensión entre ellos. Incluso hubo quienes bailaron al son de la música que provocaban con las llamas de sus propios cuerpos. La celebración duró todo el día y toda la noche, todo el mundo lo pasó en grande, tanto los Djin como los humanos. 

Así, acabó también ese día. Y con la llegada de la mañana llegó el momento de la despedida. 

Kevin no sabía muy bien qué decirle a Alda, había sido todo muy repentino. Solo unas horas antes, pensaban que iban a estar mucho más tiempo juntos, y habían estado hablando sobre su conversación inacabada. Ahora ya no podrían llegar a conocerse, como ambos habían querido. Pero estaba seguro de que aquello era para bien, la chica iría a un lugar donde estaría a salvo, un sitio que, según la descripción de la Sídhe, se parecía mucho al mundo del que ella procedía. 

No hubo muchas palabras entre ellos. Se dijeron que se alegraban de haberse encontrado el uno al otro y compartieron un último abrazo. Kevin hubiese querido decirle a su amiga que volverían a verse, que quizás entonces pudiesen volver a hablar. Pero en el fondo sabía que no era verdad, y por lo tanto no podía pronunciar esas palabras, no podía mentir a Alda. De modo que, antes de darse cuenta, la Fane se había marchado, rodeada por su pequeña escolta de humanos. 

Sintió un nudo en el estomago, porque a pesar de que se alegraba por la persona que había sido su compañera de aventuras, y también estaba contento por poder regresar a casa, tenía la sensación de que habían quedado muchas cosas por decir. 

Kevin pasó dos días más en la ciudad Djin, conversando con Iblis y contándole todos los entresijos de su viaje. Podría haber adelantado el momento de su regreso, pero antes de irse quería esperarse a que volviese la comitiva que había acompañado a Alda y a la Sídhe, para asegurarse de que hubiesen alcanzado su destino. Así que cuando finalmente vio que los humanos habían regresado del desierto y le comunicaban a Iblis que la grieta había quedado cerrada de nuevo, entonces decidió que era el momento de volver él también a su mundo. Se marcharía el día siguiente. 

Entró en la sala del trono y vio que Iblis le saludaba amistosamente desde el fondo, como siempre hacía cada vez que le veía llegar. Se acercó a donde se sentaba el soberano y le comunicó su decisión de irse aquel mismo día. Le agradeció la amabilidad que había mostrado, pero le dijo que ya era hora de que regresase a casa y descansase un poco después de tantas emociones. Ya iba cargado con la mochila con sus posesiones, y con la botella con Efreet para devolvérsela al rey antes de irse. Así, en cuanto el Djin se despidiese de él, podría utilizar el instrumento y marcharse al momento. 

Fue toda una sorpresa cuando Iblis se negó a dejar que se fuese. 

—No es posible —dijo el soberano Djin—. Todavía tenemos que discutir muchos asuntos. 

—Pero podemos hacer eso a mi regreso, como habíamos acordado —replicó Kevin, con incredulidad. 

—Podría dejarte marchar y quizás volvieses, pero entonces se repetiría la historia. El tiempo pasaría, envejecerías, y un día ya no serias capaz de volver. He estado pensando mucho sobre ello y he llegado a la conclusión de que cometí un error. Mi padre quería que uniese al pueblo Djin y yo intenté hacerlo, pero de un modo que iba en contra de nuestros instintos. Me he dado cuenta de que eso no es posible. Solo hay una única manera de recuperar la grandeza del pueblo Djin: utilizar todos los medios que a nuestro alcance para volver a ser los conquistadores que una vez fuimos. 

—No puedes estar hablando en serio, después de todo lo que ha pasado. Todos los problemas que habéis tenido han sido por vuestra ambición y por el ansia de poder. 

—En absoluto. El problema ha sido más bien la falta de ambición. Pero eso va a cambiar a partir de ahora. Usaremos el viento de Kalen para dominar a todos los hijos de los altos linajes, volveremos a ser temidos y respetados. 

—No puedo dejar que hagas eso. 

—Solo tienes una alternativa, puedes ser un esclavo o mi mano derecha, la decisión es tuya. 

Kevin se puso pálido, todavía no se podía creer lo que estaba pasado, había sido traicionado de nuevo por un Djin. Se dio cuenta de que jamás debía haber confiado en nadie de aquella raza. Y lo peor de todo era que ahora estaba solo, Alda no estaba a su lado para ayudarle. La situación se le escapaba de las manos. Solo se le ocurrió hacer una cosa: salir corriendo. 

Antes de que el soberano pudiese reaccionar, Kevin salió disparado hacia la puerta de la sala del trono. Podía escuchar el ruido de los humanos de Iblis persiguiéndole, y podía notar el calor de una llama acercándose. Pero, a pesar de que todo estaba en su contra, no se detuvo. Continúo hacia delante, forzando a sus piernas a seguir corriendo, hasta que salió de la habitación y cerró la puerta tras él. 

Tiró del pomo para que no pudiesen abrir la puerta desde el otro lado, pero no era lo bastante fuerte. No sabía cuántas personas estaban tras aquella pared intentando atraparle, pero se daba cuenta de que no podría resistir mucho. 

En un acto desesperado, se llevó una mano a la mochila y extrajo la flauta de su funda. Intentó tocar el instrumento, pero no había manera, era incapaz de hacerlo con una sola mano. Tenía que hacer algo rápido. Miró a su alrededor y se le ocurrió una idea, se quito una prenda de las que estaba vistiendo y la enrolló, haciendo una pequeña cuerda. Después usó esta cuerda improvisada para atar el pomo de la puerta a un saliente cercano. No creía que aquel invento fuese a resistir más que unos segundos, pero esperaba que fuese tiempo suficiente para tocar una pequeña canción. 

Contó hasta tres y soltó el pomo de golpe, dejando que la tela mantuviese la puerta cerrada. Rápidamente se llevó la flauta a los labios y comenzó a tocar. Con solo pensar en su mundo le vino a la cabeza la canción de regreso y, como ya había pasado antes, sus dedos comenzaron a moverse solos, componiendo la melodía adecuada. En breve estaría de regreso, solo tenía que tocar un poco más. 

Estaba concentrado en la labor que tenía entre manos, pero a la vez no pudo evitar que otros pensamientos se cruzasen por su mente. No había juzgado adecuadamente a Iblis, y al final había resultado ser tan temible como el resto de los Djin. El soberano le había engañado, y lo que le preocupaba en aquel momento era que, si le había mentido al decirle que podía regresa a su mundo, podría haberle mentido en otras cosas también. De pronto le entraron dudas, se preguntó si Alda realmente habría llegado a irse al mundo de las Sídhe o si, tal vez, estaría atrapada en alguna otra prisión subterránea. Estos pensamientos hicieron que su melodía cambiase, la canción seguía siendo la misma, pero parecía tener un tono más enigmático de fondo. 

En aquel momento, la prenda de ropa que sujetaba el pomo se rasgó y la puerta se abrió de golpe, dejando pasar a un Djin furioso que incineró a todos cuantos le rodeaban, debido a la frustración que sintió al comprobar que había llegado demasiado tarde y Kevin ya había desaparecido.

SIGUIENTE

lunes, 10 de junio de 2019

IV. PRISIONEROS DE LAS PROFUNDIDADES (9)



IV. PRISIONEROS DE LAS PROFUNDIDADES



9


El miembro del consejo no parecía tan sorprendido con su huida como cabría esperar. En su lugar, sonreía y les miraba fijamente, con los rasgos de su cara estáticos, mientras iba avanzando en dirección hacia ellos.

—Deberíais haber escapado mientras pudisteis hacerlo —les dijo Agní—. Supongo que si no os habéis ido directamente, es porque necesitabais esto —levantó la mano, sosteniendo en ella la mochila de Kevin abierta, viéndose en su interior la funda de la flauta.

Al parecer, el Djin había regresado al callejón por la noche, los había visto y les había seguido hasta allí sin que se diesen cuenta. Estaban en problemas, si Agní era tan poderoso como parecía serlo, no había nada que pudiesen hacer contra él. El miembro del consejo arrojó la mochila al suelo de la sala, frente a ellos y les gritó con tono amenazador.

—¡Se acabo el juego! ¿Cuál es el secreto de esa flauta?

No le contestaron, en lugar de eso dieron unos pasos hacia atrás, intentando poner distancia con el Djin. Agní parecía estar perdiendo la paciencia y se estaba enfureciendo. Vieron como este cambiaba y se envolvía en una bola de fuego, a punto de atacarles. El fuego del Djin se avivaba cada vez más. Mientras, ellos iban retrocediendo, hasta que eventualmente su espalda dio con una de las paredes de la sala. Estaban acorralados.

—Déjame salir. Estoy seguro de que puedo con él —propuso Efreet desde el interior de la botella.

—Sabes que no puedo hacer eso —le respondió Kevin, con voz dubitativa.

—No os voy a dejar tirados —aseguró el genio—. Tengo cuentas pendientes con Agní y, ahora que estamos a solas, es mi oportunidad de cobrarme mi venganza. Si no me dejas salir, nos matará a todos. Soy vuestra única esperanza de sobrevivir.

Kevin buscó a Alda con la mirada, esperando que ella le dijese qué hacer. Pero al poner los ojos sobre la chica no encontró el cuerpo de una mujer, sino un extraño amasijo de serpientes retorciéndose y lanzando mordiscos al aire. Tuvo que retirar la vista de su compañera al instante, para evitar la alucinación. Si la Fane estaba creando esas imágenes de forma involuntaria era porque su mecanismo de defensa se había puesto en marcha, lo que indicaba que estaba demasiado asustada como para poder ayudarle a tomar aquella decisión.

Miró a Agní, esperando que las visiones de Alda le hubiesen afectado también, pero el Djin no parecía sentirse impresionado con lo que fuese que estaba contemplando en su mente. El genio ardía cada vez con más fuerza.

No tenía más remedio que acceder a la petición de Efreet. Llevó la mano hasta el tapón de la botella y, esperando no tener que arrepentirse de su decisión, lo desenroscó, poniendo al genio en libertad.

Una nube de humo se interpuso entre ellos y Agní. La masa gaseosa fue tomando forma y en su interior apareció Efreet.

—¡Tu! —exclamó Agní, al ver que su prisionero había sido liberado.

—Te dije que te haría pagar por lo que habías hecho. Ha llegado la hora de que cumpla con mi palabra —amenazó Efreet.

—¿Vas a elegir a esos seres por encima de tu propia raza? Ya veo que has perdido el poco honor que pudieses conservar.

—No te equivoques, no me estoy poniendo del lado de nadie. Tú asesinaste a mi familia, a mi único hijo y a la mujer que amaba. Tienes que responder por tus crímenes.

—¿Mis crímenes? Eso tiene gracia. ¿Qué hay de tus crímenes? El papel de moralista no te pega Efreet. ¿Ya te has olvidado de aquel científico sediento de poder que no se detuvo ante nada por conseguir lo que quería? Es cierto que lo que te ocurrió fue una tragedia, pero fue algo que tú mismo provocaste.

—Eso no es cierto. Yo no maté a nadie.

—¿No, eh? No creo que los familiares de todos aquellos Djin con los que jugueteaste en tus experimentos opinen lo mismo.

—Aquello fue un accidente, el sistema todavía no estaba perfeccionado, no podía haber sabido lo qué ocurriría.

—Claro que no, sigue diciéndote eso a ti mismo. Es hora de que dejes de actuar. La única persona que te ha importado nunca has sido tú mismo. Apuesto a que, en el fondo, ni siquiera te importó la muerte de tu hijo. Después de todo, no era más que otro método de alcanzar tus objetivos.

La conversación entre los dos Djin se estaba calentando cada vez más, no solo en el tono de las palabras, sino de una forma más bien literal. Alda y Kevin seguían pegados a la pared, contemplando la escena, y podían sentir en su propia piel la temperatura que irradiaban aquellas dos criaturas que tenían delante. Efreet había encendido su llama después del último comentario de su adversario, y parecía estar a punto de saltar sobre él en cualquier momento.

—¡Retira lo que has dicho! —exigió Efreet.

—Sabes que es la verdad. Su sangre está en tus manos y tu única preocupación es que no podrás usar sus restos para seguir experimentando.

El genio no pudo aguantar por más tiempo aquella provocación, todo su cuerpo se convirtió en una bola de fuego y se lanzó hacia su rival. Al verlo, Agní hizo lo mismo y salió disparado también hacia delante para encontrarse con Efreet en el centro de la estancia. Los dos Djin retomaron parte de su forma al estrellarse el uno contra el otro, pero sin apagar el fuego que cubría sus cuerpos. Cada uno de ellos puso las manos sobre los hombros de su adversario y empezaron a empujarse, gritando fuertemente.

La batalla era distinta a cualquier cosa que Kevin hubiese visto en su mundo, era una violencia distinta a la que él conocía. Prácticamente no había movimiento entre aquellos dos contendientes, y sin embargo parecía mucho más agresiva que si hubiesen estado pegándose.

Vio que los cuerpos de los Djin iban cambiando de color mientras sus llamas se avivaban cada vez más, hasta que le fue imposible seguir viendo lo que ocurría. Solo había una gran bola de luz en el centro de la estancia. Si intentaba mirar hacia delante, notaba como le ardían los ojos. El calor era abrasador y, a pesar de que había bastante distancia separándoles de los Djin, notaba la ferocidad del encuentro en su propia carne. Estaba sudando copiosamente, le costaba respirar e incluso mantenerse en pie. Pensó que si aquello seguía así, acabaría por perder el conocimiento. Era peligroso permanecer en la sala del trono en aquel momento, mientras aquellos dos seres continuasen midiendo sus fuerzas.

Llegó a la conclusión de que lo mejor que podían hacer era salir de la estancia lo antes posible. Podrían aprovechar la distracción para llegar hasta la puerta, bordeando la sala para no acercarse al centro, donde estaba teniendo lugar la batalla, recoger la mochila que contenía la flauta del suelo, y escapar sin quedarse a ver el resultado de la contienda.

Tomó a Alda de la mano y tiró de ella, indicándole que le acompañase. Avanzaron con presteza, pegados a las paredes, hasta el lugar donde había ido a caer la mochila. Una vez allí, Kevin recogió sus posesiones y se colgó la bolsa a la espalda. Después se orientaron en dirección a la puerta, para abandonar la habitación, pero antes de poder hacerlo el brillo que procedía de la pelea aumentó drásticamente, hasta un punto en que la luz consumió por completo la habitación, haciendo que no pudiesen ver nada más.

Al instante se escuchó una especie de chasquido y luego la luz volvió a la normalidad, regresando rápidamente a su fuente de origen en el centro de la habitación, donde ahora solo permanecía una figura en pie.

El ganador había apagado sus llamas y estaba erguido sobre un montón de cenizas que debían ser los restos de su contrincante. El Djin les miraba con aspecto triunfal, sin mostrar siquiera signos de cansancio.

—Acercaos —les pidió Efreet—. Quiero daros las gracias, no habría podido vengarme sin vuestra ayuda.

Kevin dudó por un momento. A pesar de todo, seguía sin confiar en el genio. Este acababa de obtener aquella gran victoria, había derrotado a su enemigo y estaba de buen humor. No pensaba que Efreet fuera a hacerles ningún daño, al menos no mientras continuase en aquel estado de euforia. De modo que, concediéndole su deseo al Djin, se acercaron hasta el centro de la estancia, esperando que, como les había dicho, su único propósito fuese el de agradecerles haberle liberado, dándole la oportunidad de enfrentarse a Agní.

—Muchísimas gracias. No tenéis ni idea de cuánto tiempo he esperado para poder ajustar cuentas con Agní. —les dijo Efreet cuando finalmente hubieron llegado junto a él.

—No hay de qué —respondió Kevin—. Después de todo, habíamos prometido ayudarnos mutuamente.

—Es cierto, pero he de admitir que los Djin somos desconfiados por naturaleza y nuca pensé que fueses a mantener tu palabra. Es probable que yo mismo hubiese acabado por traicionarte si la situación hubiese sido a la inversa.

—Eso no tiene importancia ahora. Lo que importa es que todo ha salido bien y podemos regresar a nuestro mundo, sin causar más problemas aquí —diciendo esto, quería darle a entender al Djin que no querían dilatar más su estancia en aquel mundo.

—Claro, lo comprendo. Por cierto, en vista del cambio en la situación, ya no hace falta que mantengas nuestro acuerdo. No tienes que llevarme con vosotros ahora que la ciudad se ha librado de su cruel gobernante. De hecho, es posible que, en vista de que yo he sido el que ha acabado con Agní, los Djin decidan ponerme a mí al mando, con lo que ya no tengo ningún motivo para querer marcharme.

—No te preocupes, es lógico que quieras permanecer con los tuyos.

—Muy bien. No os entretengo más, podéis marcharos cuando queráis.

—Gracias a ti también por ayudarnos. Pese a nuestras diferencias iníciales, has resultado ser un gran aliado. En fin, es hora de ponernos en marcha.

Después de despedirse, se dieron la vuelta y se fueron en dirección hacia la puerta, con la intención de buscar algún rincón tranquilo en la ciudad, donde poder tocar la flauta para salir de allí. Pero apenas hubieron dado dos pasos cuando la voz de Efreet les interrumpió de nuevo.

—Por otro lado —dijo el genio—. ¿Qué clase de gobernante sería si dejase que dos intrusos de otro mundo, que han causado tantos problemas en mi ciudad, se fuesen libremente?

Kevin había temido que algo como eso pudiese ocurrir y por eso había estado tan ansioso por abandonar la estancia cuanto antes, pero no habían sido lo bastante rápidos.

—No voy a tener más remedio que eliminaros —prosiguió Efreet—. No es nada personal, podría serlo después de que me encerraseis en aquel recipiente, pero eso ya está perdonado. Sin embargo, que sigáis con vida no me haría quedar muy bien ante el resto de los Djin.

—Nadie lo sabrá nunca —respondió Alda—. Estamos solos aquí.

—No te molestes —le dijo Kevin a la chica—. Fíjate en su cara. Tenía esto planeado desde el principio. Él mismo lo ha dicho: si la situación hubiese sido a la inversa nos habría traicionado.

—Cuánta razón tienes —admitió el Djin—. No tiene sentido seguir negándolo. Es cierto, voy a mataros porque me apetece, no porque quiera ser un buen soberano. Aunque sí que es verdad que os estaré eternamente agradecido. De cualquier modo, acabemos con esto.

Efreet prendió fuego a su cuerpo nuevamente, pero esta vez para usar sus llamas contra ellos, y no contra un Djin que hubiese podido defenderse. El genio estaba a punto de lanzarse hacia donde estaban, con la intención de acabar con sus vidas, cuando de pronto se abrió la puerta, apareciendo tras ella un gran grupo de personas.

Los recién llegados serían unos cincuenta seres humanos, a cuya cabeza iba un Djin de porte real y gran envergadura, se trataba de Iblis, quien había reunido su ejército y había llegado finalmente hasta la sala del trono.

—¡Efreet! —gritó el antiguo soberano en cuanto vio la escena.

Ante aquellos nuevos acontecimientos, Efreet frenó su ataque y se paró en seco, apagando sus llamas. Se le veía claramente nervioso, buscando con los ojos una vía de escape. Pero era inútil, estaba atrapado y lo sabía.

Por la reacción de Efreet, estaba claro que, al contrario de lo que había ocurrido con Agní, no creía ser capaz de derrotar a aquel nuevo contendiente. El Djin se transformó en una bola de fuego y comenzó a volar por la habitación, tal vez nervioso, o simplemente intentando distraer la atención de todas las personas que estaban en el interior mientras pensaba en algo.

Efreet iba de un lado a otro, rebotando contra las paredes incontrolablemente. Al final, el genio fue a chocarse contra la botella de plástico que permanecía tirada en el suelo, donde la había arrojado Kevin antes de la batalla.

Como resultado de aquel golpe, Efreet acabó introduciéndose de nuevo en la botella. Puede que hubiese sido un accidente, o quizás el genio había pensado que estaría más seguro allí dentro, que al menos así no le matarían. Pero independientemente del motivo, el resultado de aquella acción fue que el Djin volvía a estar cautivo.

Al verlo, Kevin salió corriendo hacia la botella con el tapón en la mano y la cerró, guardándosela después en la mochila. No sabía muy bien por qué había hecho esto último, pero le había parecido buena idea quitar a Efreet de la vista por el momento, de modo que pudiesen explicarle a Iblis lo ocurrido, sin que este se dejase llevar por su odio hacia el que había sido su científico.

SIGUIENTE

lunes, 27 de mayo de 2019

IV. PRISIONEROS DE LAS PROFUNDIDADES (8)



IV. PRISIONEROS DE LAS PROFUNDIDADES



8


Al salir del pasadizo habían ido a caer sobre el suelo de una habitación en la que, afortunadamente, no había nadie. Permanecieron un rato tumbados, recuperando el aliento tras aquella traumática experiencia. Cuando Kevin se sintió capaz de moverse de nuevo, se alzó y ayudó a levantarse a Alda, comprobando que ella también estaba bien. Después se sacudieron los restos de arena de encima y comprobaron que sus disfraces no hubiesen sufrido ningún desperfecto durante el viaje. 

La habitación a la que habían ido a parar era muy similar a la que habían encontrado en la prisión, tanto que parecía una réplica en todos los detalles. La disposición de los elementos era la misma que tenía la sala del subsuelo, incluido el pedestal en la parte central, aunque en este no había ninguna vasija decorada. Sin embargo, la habitación parecía estar algo descuidada, como si no hubiese entrado nadie en ella desde hacía mucho tiempo. 

Kevin se fijó en el suelo y comprobó que el lugar por donde habían entrado ellos estaba completamente tapado de arena. Viendo aquello, nadie podría intuir nunca que allí hubiese un pasaje secreto. Se agachó y toco la arena con la mano, para comprobar si aquel acceso funcionaba en ambas direcciones. Cuando entró en contacto con la tierra, inmediatamente tuvo que retirar el brazo, al sentir como este era succionado al interior. Al parecer, aquel misterioso pasadizo también podía ser utilizado para ir hasta la prisión desde aquella sala. En cualquier caso, no tenía ninguna intención de volver allá abajo pasase lo que pasase, con lo que no merecía la pena seguir analizando el funcionamiento de aquella entrada. 

Pensó que debían ponerse en marcha inmediatamente y proceder a buscar el lugar donde los Djin hubiesen guardado la flauta. 

Se acercó a la puerta de la habitación y la abrió un poco, lo justo como para poder ver el exterior sin abandonar la sala. Reconoció el sitio. Estaban en un edificio que daba a la plaza donde se encontraba la fuente. Había pasado tantas veces por allí que se sabía la configuración de aquel lugar casi de memoria. Vio que el exterior estaba lleno de Djin, caminando de un sitio a otro, actuando como siempre, sin reparar demasiado los unos en los otros. Tras confirmar donde se encontraban, cerró la puerta de nuevo y repasó el plan con Alda. 

Saldrían de allí juntos, intentando no llamar la atención, a ser posible sin que nadie se diese cuenta de que venían de aquella puerta que al parecer nadie usaba. Y después recorrerían la ciudad en busca de comportamientos sospechosos, comentarios que pudiesen delatar la ubicación del instrumento, o si veían a algún miembro del consejo le seguirían hasta donde fuese. Discutieron la posibilidad de separarse para buscar el viento de Kalen. Les pareció lógico pensar que tendrían más posibilidades de encontrarlo si buscaban por sitios distintos. Pero descartaron la idea pronto, ninguno de ellos quería arriesgarse a perder de vista al otro y que volviesen a verse en una situación de peligro estando solos. 

Ya en las calles, se dieron cuenta de que no era frecuente que dos Djin caminasen juntos, por lo que tuvieron que distanciarse el uno del otro un poco, para no llamar la atención. Trataron de imitar los movimientos de los Djin, su forma de andar, su velocidad y sus gestos. Se detenían a contemplar las mismas cosas que los demás habitantes de la ciudad y se interesaban por los mismos lugares. De aquel modo, pudieron recorrer la ciudad libremente. 

Todo el día caminaron de un lado a otro, buscando alguna pista que les llevase en la dirección adecuada, pero no vieron nada fuera de lo común. Al final no les quedó más remedio que arriesgarse un poco más y acercarse al área donde estaba la sala del trono, lugar por donde, sin duda, los miembros del consejo pasarían con más frecuencia. 

Cuando estuvieron lo bastante cerca a la puerta que daba acceso a la sala del trono, se sentaron en una zona donde había un grupo de Djin contemplando el paisaje y comiendo frutos. Desde aquella posición tenían una posición ideal para ver toda la actividad que tenía lugar allí. Cuando alguien entraba o salía de aquella estancia, ellos lo sabían. 

El tiempo pasaba pero ninguno de los miembros del consejo parecía abandonar la sala. Las personas que atravesaban la puerta eran simples ciudadanos que difícilmente sabrían nada sobre el viento de Kalen. Si aquello continuaba así, caería la noche y no conseguirían averiguar a tiempo dónde estaba la flauta. 

Los Djin que se hallaban a su lado habían empezado a retirarse, signo de que ya era tarde. Y si ellos no se iban también pronto de allí, su conducta acabaría por resultar sospechosa. Kevin se puso en pie, con la intención de volver a la habitación donde estaba el pasadizo secreto, para esperar allí a que llegase Iblis. Pensó que quizás fuera mejor esperar al antiguo gobernante con su ejército —o lo que fuera que entendía por ejército—, y volver a buscar el instrumento cuando la trifulca hubiese finalizado. No era su mejor idea, pero no veía que pudiesen hacer ya nada quedándose ahí. 

Alda no tardó en seguir su ejemplo y se incorporó también. Pero, cuando estaban a punto de irse, la puerta se abrió y por esta apareció el propio Agní, en solitario y actuando de forma misteriosa, mirando de un lado a otro, como si quisiese evitar que nadie le siguiese. 

Esto les resultó muy extraño, ¿por qué un gobernante como Agní actuaba de ese modo? Entonces Kevin se dio cuenta de la razón, era por el instrumento. Pensó que quizás el Djin no quería compartir con el resto de los miembros del consejo toda la información que disponía, era posible que les estuviese ocultando la existencia de la flauta. Por lo que sabía de los Djin, eso era algo más que posible. Aquellas eran criaturas egoístas que siempre querían tener más poder que los demás. Si estaba en lo cierto, la actitud de Agní se debería a que, en aquel momento, se dirigía a comprobar el estado de la flauta y no quería que ningún otro miembro del consejo le descubriese. 

Lo único que tenían que hacer era seguirle, claro que, no sería fácil ir tras alguien que estaba precisamente intentando evitar que fuesen tras él. Ellos eran dos y el Djin solo uno. Kevin pensó que tenía que haber algún modo de utilizar eso a su favor en la persecución. 

Kevin se acercó a Alda y le susurró al oído su idea. 

—Vamos a turnarnos para seguirle —explicó en voz baja—. Así, aunque sospeche, si se gira a mirar, siempre verá a alguien distinto. 

No obstante, pensó que tendrían que aumentar la distancia entre ellos, lo que quería decir que podían acabar perdiéndose. Para que eso no ocurriese, le propuso a la Fane ir dejando un rastro que pudiesen seguir hasta que llegase el momento de turnarse para ir tras el Djin. 

El plan no era particularmente complejo, y ellos actuaron de forma bastante torpe, sin dejar el rastro, acercándose demasiado a su objetivo y olvidándose constantemente a quién le correspondía el turno para perseguir. Pero, por suerte para ellos, Agní no volvió a mirar hacia atrás. El Djin parecía demasiado ansioso por llegar a su destino como para preocuparse de nada mas, su único temor había sido que lo siguiese algún miembro del consejo y no temía que un ciudadano corriente fuese tras él, porque sabía que la gente le tenía miedo. Gracias a ello, no tardaron en dar con su escondrijo. 

Agní estuvo mucho rato en el interior de un recinto oculto en un callejón solitario. En todo ese tiempo, Kevin y Alda no se atrevieron a acercarse más al lugar, o a intentar escuchar pegando la oreja a la puerta, por si el Djin salía de repente y le sorprendía en el acto. 

Esperaron pacientemente, ocultos detrás de una esquina, hasta que finalmente Agní salió de nuevo a la calle y se fue por otro camino, adentrándose en la ciudad. Convencidos de que el lugar de donde había salido el miembro del consejo era donde debía estar oculta la flauta, se acercaron para recuperarla inmediatamente. Pero en ese momento otro grupo de Djin entró en el callejón, con tan mala suerte que dos de ellos se tropezaron, iniciando una discusión como las que Kevin ya había contemplado antes, un duelo de miradas que parecía no acabar nunca. 

Ante aquel desafortunado acontecimiento, en vista de que ya era tarde, Kevin le propuso su compañera regresar a la habitación del pasadizo secreto y esperar a que se apagaran las luces de la ciudad antes de ir a recuperar el instrumento, lo que en realidad había sido el plan inicial que había propuesto Iblis. Por la noche les resultaría más fácil moverse, sin que hubiese ninguna posibilidad de que nadie se interpusiese en su camino. 

Se marcharon por donde habían venido, con la intención de volver más tarde. Se aseguraron de que nadie les viese entrar a la casa abandonada y se sentaron a esperar a que se apagasen las luces. 

—Me gustaba subir a los árboles —dijo de repente Alda. 

—¿Qué? —preguntó Kevin desconcertado. 

—Trepaba a la rama más alta y era capaz de ver todo el bosque desde allá arriba. En aquel momento me sentía realmente bien, como si formase parte de la naturaleza. 

—No entiendo qué estás diciendo. 

—Estoy respondiendo a tu pregunta. Me preguntaste qué cosas me gustaba hacer, algo que fuese solo mío y no de todos los Fane. No hemos tenido ocasión de volver a hablar desde entonces, siempre ha habido algo que nos lo ha impedido. 

—Ya veo, gracias por compartir ese recuerdo conmigo. 

—Quería hacerlo. He estado pensando mucho en lo que me dijiste, en que tendríamos que conocernos el uno al otro, y me he dado cuenta de que yo también quiero conocerte. En mi mundo tenía contacto con mucha gente, hablaba con ellos, tuve relaciones físicas con algunos, y sin embargo nadie me inspiró nunca la confianza que me inspiras tú. Nunca antes me había cruzado con nadie que quisiese conocerme más allá de lo que salta a la vista. 

—No hace falta que le des tanta importancia. Entre los humanos es bastante normal que, si pasas tiempo con alguien, quieras saber más de esa persona. 

—De todas formas, agradezco tu interés y quisiese que pudiésemos seguir hablando en un futuro. Como te he dicho, a mí también me gustaría saber más de ti. 

—Cuenta con ello. Cuando por fin hayamos salido de aquí y encontremos un momento de tranquilidad, retomaremos esa conversación —Kevin zanjó así el tema por el momento, siendo consciente de que, de haberlo querido, como tenían tiempo podían haber continuado hablando. Pero la situación en la que estaban, con todo lo que había en juego, le resultaba demasiado tensa como para poder mantener una conversación con naturalidad. 

Poco después anocheció, y con las calles vacías, pudieron volver a salir al exterior para regresar al callejón donde estaba el lugar en el que creían que se hallaba la flauta. No les costó mucho encontrar el camino y, cuando por fin llegaron, fueron directamente a la puerta por la que había salido anteriormente Agní. Para su sorpresa, estaba cerrado a cal y canto, no había manera de entrar. 

—¡Maldición! —exclamó Kevin. 

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó la Fane a su lado. 

Kevin meditó durante unos momentos, miró la puerta y se dio cuenta de que era similar a la habitación cerrada donde estaban los Djin a los que extraían sangre. La última vez que había pasado por una puerta como esa lo había hecho con la ayuda de Efreet y, en aquella ocasión, este le había dicho que solo la llama de un Djin puede abrir esas cerraduras, y solo si conoce la combinación. Por lo tanto era inútil que intentasen pasar por la puerta por sí mismos, y no creía que fuesen capaces de convencer a nadie para que les abriese. Entonces recordó las palabras de Agní, cuando Kevin lo había espiando en el dormitorio antes de que les capturasen, y supo lo que tenían que hacer. 

—Tenemos que ir a la sala del trono —le dijo a Alda. 

Por lo que había escuchado decir al miembro del consejo, parte del castigo de Efreet iba ser permanecer dentro de la botella en que estaba encerrado, debajo del trono de Agní, junto al resto de los miembros del consejo. Si el Djin había cumplido con sus amenazas, y Kevin creía que sí, Efreet estaría todavía allí, y estaba seguro de que podría convencerlo para que les abriese la puerta con tal de que lo sacasen también a él de la ciudad. 

Aunque había algo que le preocupaba, y es que tal vez el genio no supiese la combinación de esa puerta y no pudiese sintonizar su llama para abrirla. Ahora, después de escuchar la historia de Iblis, sabía que si Efreet había podido abrirle la otra habitación, había sido porque él mismo era el científico que había ideado aquella terrible sala, pero quizás no supiese como acceder al sitio donde necesitaban entrar. De todas formas, en aquel momento Efreet era su única esperanza, si el genio no podía ayudarles, no creía que hubiese otro modo de recuperar el instrumento. 

—¿Kevin? ¿En qué estás pensando? —Alda repitió la pregunta, después de haber estado unos segundos sin obtener respuesta de Kevin, quien había estado perdido en sus propios pensamientos. 

—Sí, lo siento. La sala del trono, creo que allí encontraremos a Efreet. Él debería ser capaz de abrir la puerta, quizás… 

—¿Crees que el Djin nos ayudará? 

Kevin se encogió de hombros. No podía asegurarlo, pero no se le ocurría nada más que pudiesen intentar. 

Así que, una vez más, tuvieron que irse de allí con las manos vacías. Dieron media vuelta y pusieron rumbo hacia la sala del trono. 

El camino fue largo y no era fácil moverse en la oscuridad por aquellas calles, pero a pesar de las dificultades, acabaron por llegar a su destino. 

Estaban frente a la puerta que daba acceso a la sala del trono, el lugar donde se reunía el consejo Djin. Entonces le entraron dudas a Kevin, no se le había ocurrido la posibilidad de que aquella puerta estuviese también cerrada. De estarlo, todo aquel viaje habría sido en vano y además no tendrían ninguna alternativa para entrar a la habitación donde supuestamente estaba el viento de Kalen. Cerró los ojos y llevó la mano hasta la puerta, para después empujar hacia el interior. Con alivio, comprobó que la puerta se abría instantáneamente, sin ofrecer resistencia. 

Entraron en la sala, cuyo interior estaba tan oscuro como el resto de la ciudad. Recordaba, por su anterior visita a aquella estancia, que los asientos de los miembros del consejo estaban situados al fondo y que el lugar era bastante grande, pero sin demasiados obstáculos por el camino. Lo único que tenían que hacer era andar en línea recta hasta el final y después buscar debajo del trono de Agní. Kevin cogió a Alda de la mano para no separarse y empezó a andar hacia delante lentamente, paso a paso, para no tropezarse con nada. Con cuidado, fueron avanzando, hasta que finalmente se chocaron contra una pared. 

Aquello extrañó a Kevin. Habían llegado al final pero no se habían cruzado con los tronos. Al caminar en la oscuridad, debían de haber ido alterando su trayectoria sin darse cuenta. Lo malo era que ahora tampoco sabía de dónde habían venido. Le preguntó a Alda si ella estaba mejor ubicada, pero la chica también se había desorientado. Estaban perdiendo demasiado tiempo, y si no se daban prisa Iblis aparecería en cualquier momento para llevar a cabo su golpe de estado, algo que no estaba precisamente entusiasmado por contemplar. Pensó en el problema y de repente le vino a la cabeza una solución, algo tan simple que se sintió tonto por no haber pensado antes en ello. 

—¡Efreet! —llamó Kevin, intentando no alzar demasiado la voz. 

Al instante, una pequeña luz se encendió a lo lejos, en otro punto de la sala que quedaba a su derecha. Caminaron rápidamente hasta el lugar y vieron que el brillo, muy tenue, estaba casi a ras del suelo, debajo de uno de los tronos y tras unas telas. Kevin se agachó y recogió la botella que contenía al Djin, la cual había estado escondida exactamente donde habían esperado que estaría. 

—Esta sí que es una sorpresa —dijo Efreet sorprendido—. No sé cómo habéis escapado de la prisión, pero he de admitir que es toda una hazaña. 

—Deprisa, tenemos que marcharnos —le indicó Kevin. 

—¿Por qué habéis vuelto a por mí? 

—Te hice una promesa, tú me ayudabas y yo te llevaba conmigo cuando escapásemos. 

—Ya veo… —el genio no terminaba de creerse lo que le habían dicho—. Así que necesitas que te ayude una vez más. 

Efreet había adivinado en seguida sus intenciones, con lo que a Kevin no le quedó más remedio que admitir la verdad y esperar que el Djin todavía estuviese dispuesto a ayudarles. Le contó, brevemente y omitiendo las partes innecesarias, que habían escapado y que habían localizado el lugar donde tenían su flauta, que era lo que necesitaban para huir, pero que la puerta estaba cerrada y no podían acceder al interior. 

—Estáis de suerte —dijo el genio—. La primera vez que Agní entró en esa habitación, para guardar los objetos que te había quitado, aún no me había dejado aquí tirado, y me llevaba con él. Le vi entrar por la puerta, así que sé lo que tengo que hacer para abrirla. 

—Entonces, ¿nos ayudarás? 

—Sí, pero con las mismas condiciones que antes. Tienes que sacarme de la ciudad. 

De aquella forma, teniendo a Efreet de su parte, se apresuraron a regresar al callejón, esperando que aquella fuese la última vez que tuviesen que ir a aquel lugar. Pero nunca llegaron a la puerta de salida de la sala del trono. Antes de poder hacerlo, las luces de la estancia se encendieron de repente, la puerta se abrió y tras esta apareció la imponente figura de Agní.

SIGUIENTE

lunes, 29 de abril de 2019

IV. PRISIONEROS DE LAS PROFUNDIDADES (7)



IV. PRISIONEROS DE LAS PROFUNDIDADES



7


Cuando Iblis terminó de contar su historia, se quedó en silencio, cabizbajo, como si estuviese rememorando aquellos duros momentos sobre los que hacía tiempo que no pensaba. 

Kevin también se sintió algo entristecido por todo lo que había pasado aquel Djin, aunque sin dejar de ver lo salvaje y peligrosa que era su sociedad, tanto la actual como la antigua. Entendía por qué Iblis tenía aquel rencor contra Efreet, lo hacía responsable directo de la muerte de su hija, pese a que el asesino no hubiese sido este sino Agní. 

Auqnue había un dato que se escapaba a la comprensión de Kevin. Y es que, cuando el miembro del consejo había apresado a Efreet y le había quitado la flauta, había escuchado la conversación que habían mantenido, un dialogo donde estaba seguro que Efreet le recriminaba a Agní haber matado a su hijo. En aquella acusación había un odio pasional, un sentimiento autentico que Kevin no pensaba que pudiese ser fingido. Con lo que, si todo lo que había contado Iblis era cierto y Efreet solo había tenido ese hijo para ganar poder, ¿por qué parecía que la muerte del niño le hubiese afectado tanto? 

Pensó que quizás había algo más en aquella historia que no conocía. Pero decidió guardarse aquellas dudas para sí mismo. No quería que Iblis pensase que no estaban de su parte. 

—Ha pasado mucho tiempo —reconoció Iblis—. Pero ha llegado la hora de que asuma mi responsabilidad, reclame de nuevo el trono, y vengue por fin la muerte de mi hija. 

—¿Qué es lo que te ha hecho tomar esa decisión? —le preguntó Alda. 

—Vosotros —respondió el Djin—. Nuestro encuentro no ha sido un accidente. Es una señal de que grandes cosas están por venir y, cuando lleguen, no debo estar aquí abajo escondiéndome, tengo que tomar parte en la acción. 

—¿Qué quieres decir? —quiso saber Kevin. 

—Vosotros no pertenecéis a este mundo, habéis llegado recientemente. Sé cómo habéis venido hasta aquí. Y si estoy en lo cierto, creo que nuestras razas podrían ayudarse mutuamente. Mi relación con Kalen en el pasado es una prueba de que Djin y humanos podemos llegar a entendernos. 

Iblis proponía algún tipo de acuerdo entre ellos, quería que cooperasen, no solo para derrocar al gobierno actual de los Djin, sino en un futuro. El antiguo rey había adivinado que Kevin estaba en posesión del viento de Kalen. Había supuesto que era la única manera en que ellos podían haber llegado a aquel mundo y, recordando los buenos tiempo del pasado, esperaba poder retomar la relación que tuvo una vez con el primer propietario de la flauta. 

Lo cierto es que Kevin no tenía intención alguna de volver al mundo de los Djin una vez hubieran conseguido escapar. Lo único que quería era poder regresar a su propio mundo lo antes posible y olvidarse de que todos esos viajes inter-dimensionales habían ocurrido. Por lo tanto, mintió a Iblis, le dijo que, si les ayudaba, se comprometería a retomar la relación que había mantenido el Djin con Kalen, volvería de vez en cuando e intercambiaría información sobre el resto de mundos. 

Una vez cerrado el trato, el siguiente paso era encontrar la salida, para lo cual esperaban que Iblis pudiese ayudarles. 

—Yo mismo mandé construir esta prisión, por supuesto que conozco vías de escape —respondió orgullosamente el Djin cuando le preguntaron sobre la salida. 

—Entonces, ¿nos acompañarás? —quiso saber Kevin, esperando obtener la ayuda de Iblis para recuperar el instrumento. 

—Sí, iré con vosotros, pero antes debo prepararme. No podemos enfrentarnos directamente a Agní. En solitario creo que podría derrotarle, pero tiene demasiados seguidores. 

—¿Qué propones? —intervino Alda. 

—Reuniré mi propio ejército —le contestó Iblis—. Sé que el tiempo es fundamental para vosotros, si el instrumento está en manos de los miembros del consejo, pueden llegar a destruirlo si no consiguen averiguar cómo funciona. Aun así, estamos en ventaja. Como nunca comenté con nadie mis encuentros con Kalen, no saben que solo puede ser utilizado por un humano, con lo que estarán ocupados tratando de resolver el misterio. 

—Sí, pero tarde o temprano vendrán a intentar sacarnos a la fuerza la forma de utilizar la flauta —pensó Kevin en voz alta. 

—Por ese motivo vosotros os vais a adelantar a mí y empezareis a buscar la ubicación del viento de Kalen. No creo que lo tengan a la vista de cualquiera, estará en alguna habitación oculta. 

—Es imposible. Jamás podríamos pasar desapercibidos entre los Djin, mucho menos encontrar algo que parece ser que está tan bien escondido —replicó Kevin. 

—No debéis preocuparos por eso. Usad todas las prendas que hay en esta sala para disfrazaros. Si lo hacéis, pasareis desapercibidos por la ciudad sin problemas. Ellos creen que estáis aquí abajo, sin posibilidad de escapar. Y si no os están buscando, no repararán en vosotros. 

Kevin sabía que Iblis tenía razón, él mismo había utilizado ya esa estratagema con anterioridad y le había salido bien. Si además, en esta ocasión, contaban con el elemento sorpresa, sería muy difícil que alguien les reconociese. 

Subirían a la ciudad en cuanto se hubiesen vestido con las prendas Djin. Observarían todos los movimientos de la gente, en especial los de los miembros del consejo, y así quizás consiguiesen dar con el paradero de la flauta. Después, esperarían a la noche para recuperar el instrumento del lugar donde lo tuviesen guardado. La fase final del plan sería cuando Iblis se reuniese junto a ellos, y entre todos se enfrentasen a Agní. O al menos esa era la idea del Djin. Por su parte, Kevin tenía muy claro que si recuperaban el viento de Kalen, no esperarían a nada ni a nadie, escaparían en el acto. 

En cuanto su disfraz estuvo listo, Iblis confirmó que el atuendo era apropiado y que podrían pasar desapercibidos ante los ojos de cualquier habitante de la ciudad. Después de aquello, ya estaban preparados, con lo que Kevin le preguntó al Djin por la vía de escape de la prisión. 

—La salida está justo aquí al lado, la coloqué de este modo, de manera que tuviese acceso directo a esta habitación. Solo mi mujer y yo conocíamos ese pasaje secreto, con lo que estaréis completamente a salvo. 

—Muy bien. ¿Dónde tenemos que ir? 

—La principal razón de que nadie pudiese encontrar esa salida jamás es debido a su localización. Quiero decir que, habría que estar loco para intentar algo como lo que os voy a proponer si no conoces el resultado de antemano. Pero debéis confiar en mí. 

—No me gusta cómo suena esto… 

—No te preocupes, en realidad no hay ningún riesgo. Veréis, el pasaje esta justo en el túnel que da a esta habitación, sin embargo no está a plena vista. Lo que tenéis que hacer es lo siguiente: en el momento en que reaparezca el túnel, debéis situaros en el medio y esperar al próximo temblor. Cuando esto ocurra, la arena comenzará a inundar el túnel, bloqueándolo. En cualquier otro lugar de la prisión, si permanecieses en un pasillo cuando comenzase a enterrarse, no tardaríais en morir aplastados o asfixiados. Pero este túnel es especial y, si hacéis lo que os digo, la arena os llevará hacia arriba, donde iréis a salir en una de mis habitaciones privadas en la ciudad. El único inconveniente es que tendréis que aguantar la respiración unos segundos. 

Durante su estancia en aquel mundo, habían aprendido a no confiar en los Djin. Sin embargo, no podían permitirse el lujo de no hacerlo en esta ocasión. Si no aprovechaban esa oportunidad para escapar, quizás no consiguiesen salir nunca de allí. 

La idea de ser sepultados por una descomunal masa de arena era aterradora, tanto si funcionaba, como si no lo hacía. Tendrían que pasar por la experiencia de ser enterrados vivos si accedían a continuar con aquel plan. Kevin podía imaginarse cómo la luz se iba apagando poco a poco, con la arena entrando por sus fosas nasales mientras trataba de aguantar la respiración. Se veía esperando el momento en que ascendiese y saliese por aquel pasadizo secreto, solo para darse cuenta de que todo había sido un engaño y estaba a punto de morir. Pero no cedió al miedo. Era cierto que jamás podría confiar en uno de aquellos seres, pero tenía que admitir que, siendo Iblis una criatura tan imponente como parecía, si este hubiese querido matarles no habría hecho falta que recurriese a semejantes artimañas. Aceptaron seguir adelante, tomarían el riesgo si ello suponía conseguir la libertad. 

Esperaron a que el pasaje se abriese nuevamente e inmediatamente caminaron hacia el interior. Avanzaron paso a paso hasta que, a lo lejos, desde la habitación, Iblis les indicó que se detuviesen. Habían llegado al punto donde, en teoría, se abriría la salida. 

Tuvieron que permanecer allí de pie un rato, hasta que comenzó el temblor. Había llegado el momento, estaban a punto de saber si realmente había un pasadizo secreto o habían sido engañados. Se aproximaron el uno al otro, para asegurarse de que los dos acabasen en el lugar correcto. Alda se pegó todavía más a Kevin y le abrazó con fuerza. 

—Tengo miedo —le dijo ella, temblando. 

—Yo también —admitió Kevin, mientras rodeaba también a la chica con sus brazos. 

Entonces comenzó a caer arena sobra sus cabezas, a brotar de entre las paredes y bajo sus pies. 

Todo pasó muy rápido. Antes de que se diesen cuenta estaban completamente enterrados, notando el roce de la arena por todo su cuerpo. Después empezaron a moverse por el interior de la tierra, como si estuviesen en el interior de una corriente de agua. Iban ascendiendo a gran velocidad. Pese a no ver nada, la situación producía vértigo, daba la impresión de que en cualquier instante fuesen a estrellarse con algún obstáculo. Y no dejaban de acelerar. Kevin quería gritar, pero sabía que no podía, debía mantener la boca cerrada y seguir manteniendo la respiración hasta que todo acabase. Empezaba a notar que le faltaba oxigeno y su cuerpo se quejaba. No era un viaje agradable para ninguno de los dos. Sentía como Alda también estaba pasándolo mal, ella movía la cabeza de un lado a otro, mientras le apretaba cada vez más fuerte con los brazos. 

De repente todo acabó, Kevin dejó de sentir la presión de la arena a su alrededor y la impresión hizo que no pudiese contener la respiración por más tiempo. Abrió la boca y tomó una gran bocanada de aire. Descubriendo, con gran alivio, que efectivamente era aire lo que entraba en su cuerpo y no arena. Habían salido por fin de la tierra y estaban de regreso en la ciudad Djin.

SIGUIENTE