lunes, 27 de mayo de 2019

IV. PRISIONEROS DE LAS PROFUNDIDADES (8)



IV. PRISIONEROS DE LAS PROFUNDIDADES



8


Al salir del pasadizo habían ido a caer sobre el suelo de una habitación en la que, afortunadamente, no había nadie. Permanecieron un rato tumbados, recuperando el aliento tras aquella traumática experiencia. Cuando Kevin se sintió capaz de moverse de nuevo, se alzó y ayudó a levantarse a Alda, comprobando que ella también estaba bien. Después se sacudieron los restos de arena de encima y comprobaron que sus disfraces no hubiesen sufrido ningún desperfecto durante el viaje. 

La habitación a la que habían ido a parar era muy similar a la que habían encontrado en la prisión, tanto que parecía una réplica en todos los detalles. La disposición de los elementos era la misma que tenía la sala del subsuelo, incluido el pedestal en la parte central, aunque en este no había ninguna vasija decorada. Sin embargo, la habitación parecía estar algo descuidada, como si no hubiese entrado nadie en ella desde hacía mucho tiempo. 

Kevin se fijó en el suelo y comprobó que el lugar por donde habían entrado ellos estaba completamente tapado de arena. Viendo aquello, nadie podría intuir nunca que allí hubiese un pasaje secreto. Se agachó y toco la arena con la mano, para comprobar si aquel acceso funcionaba en ambas direcciones. Cuando entró en contacto con la tierra, inmediatamente tuvo que retirar el brazo, al sentir como este era succionado al interior. Al parecer, aquel misterioso pasadizo también podía ser utilizado para ir hasta la prisión desde aquella sala. En cualquier caso, no tenía ninguna intención de volver allá abajo pasase lo que pasase, con lo que no merecía la pena seguir analizando el funcionamiento de aquella entrada. 

Pensó que debían ponerse en marcha inmediatamente y proceder a buscar el lugar donde los Djin hubiesen guardado la flauta. 

Se acercó a la puerta de la habitación y la abrió un poco, lo justo como para poder ver el exterior sin abandonar la sala. Reconoció el sitio. Estaban en un edificio que daba a la plaza donde se encontraba la fuente. Había pasado tantas veces por allí que se sabía la configuración de aquel lugar casi de memoria. Vio que el exterior estaba lleno de Djin, caminando de un sitio a otro, actuando como siempre, sin reparar demasiado los unos en los otros. Tras confirmar donde se encontraban, cerró la puerta de nuevo y repasó el plan con Alda. 

Saldrían de allí juntos, intentando no llamar la atención, a ser posible sin que nadie se diese cuenta de que venían de aquella puerta que al parecer nadie usaba. Y después recorrerían la ciudad en busca de comportamientos sospechosos, comentarios que pudiesen delatar la ubicación del instrumento, o si veían a algún miembro del consejo le seguirían hasta donde fuese. Discutieron la posibilidad de separarse para buscar el viento de Kalen. Les pareció lógico pensar que tendrían más posibilidades de encontrarlo si buscaban por sitios distintos. Pero descartaron la idea pronto, ninguno de ellos quería arriesgarse a perder de vista al otro y que volviesen a verse en una situación de peligro estando solos. 

Ya en las calles, se dieron cuenta de que no era frecuente que dos Djin caminasen juntos, por lo que tuvieron que distanciarse el uno del otro un poco, para no llamar la atención. Trataron de imitar los movimientos de los Djin, su forma de andar, su velocidad y sus gestos. Se detenían a contemplar las mismas cosas que los demás habitantes de la ciudad y se interesaban por los mismos lugares. De aquel modo, pudieron recorrer la ciudad libremente. 

Todo el día caminaron de un lado a otro, buscando alguna pista que les llevase en la dirección adecuada, pero no vieron nada fuera de lo común. Al final no les quedó más remedio que arriesgarse un poco más y acercarse al área donde estaba la sala del trono, lugar por donde, sin duda, los miembros del consejo pasarían con más frecuencia. 

Cuando estuvieron lo bastante cerca a la puerta que daba acceso a la sala del trono, se sentaron en una zona donde había un grupo de Djin contemplando el paisaje y comiendo frutos. Desde aquella posición tenían una posición ideal para ver toda la actividad que tenía lugar allí. Cuando alguien entraba o salía de aquella estancia, ellos lo sabían. 

El tiempo pasaba pero ninguno de los miembros del consejo parecía abandonar la sala. Las personas que atravesaban la puerta eran simples ciudadanos que difícilmente sabrían nada sobre el viento de Kalen. Si aquello continuaba así, caería la noche y no conseguirían averiguar a tiempo dónde estaba la flauta. 

Los Djin que se hallaban a su lado habían empezado a retirarse, signo de que ya era tarde. Y si ellos no se iban también pronto de allí, su conducta acabaría por resultar sospechosa. Kevin se puso en pie, con la intención de volver a la habitación donde estaba el pasadizo secreto, para esperar allí a que llegase Iblis. Pensó que quizás fuera mejor esperar al antiguo gobernante con su ejército —o lo que fuera que entendía por ejército—, y volver a buscar el instrumento cuando la trifulca hubiese finalizado. No era su mejor idea, pero no veía que pudiesen hacer ya nada quedándose ahí. 

Alda no tardó en seguir su ejemplo y se incorporó también. Pero, cuando estaban a punto de irse, la puerta se abrió y por esta apareció el propio Agní, en solitario y actuando de forma misteriosa, mirando de un lado a otro, como si quisiese evitar que nadie le siguiese. 

Esto les resultó muy extraño, ¿por qué un gobernante como Agní actuaba de ese modo? Entonces Kevin se dio cuenta de la razón, era por el instrumento. Pensó que quizás el Djin no quería compartir con el resto de los miembros del consejo toda la información que disponía, era posible que les estuviese ocultando la existencia de la flauta. Por lo que sabía de los Djin, eso era algo más que posible. Aquellas eran criaturas egoístas que siempre querían tener más poder que los demás. Si estaba en lo cierto, la actitud de Agní se debería a que, en aquel momento, se dirigía a comprobar el estado de la flauta y no quería que ningún otro miembro del consejo le descubriese. 

Lo único que tenían que hacer era seguirle, claro que, no sería fácil ir tras alguien que estaba precisamente intentando evitar que fuesen tras él. Ellos eran dos y el Djin solo uno. Kevin pensó que tenía que haber algún modo de utilizar eso a su favor en la persecución. 

Kevin se acercó a Alda y le susurró al oído su idea. 

—Vamos a turnarnos para seguirle —explicó en voz baja—. Así, aunque sospeche, si se gira a mirar, siempre verá a alguien distinto. 

No obstante, pensó que tendrían que aumentar la distancia entre ellos, lo que quería decir que podían acabar perdiéndose. Para que eso no ocurriese, le propuso a la Fane ir dejando un rastro que pudiesen seguir hasta que llegase el momento de turnarse para ir tras el Djin. 

El plan no era particularmente complejo, y ellos actuaron de forma bastante torpe, sin dejar el rastro, acercándose demasiado a su objetivo y olvidándose constantemente a quién le correspondía el turno para perseguir. Pero, por suerte para ellos, Agní no volvió a mirar hacia atrás. El Djin parecía demasiado ansioso por llegar a su destino como para preocuparse de nada mas, su único temor había sido que lo siguiese algún miembro del consejo y no temía que un ciudadano corriente fuese tras él, porque sabía que la gente le tenía miedo. Gracias a ello, no tardaron en dar con su escondrijo. 

Agní estuvo mucho rato en el interior de un recinto oculto en un callejón solitario. En todo ese tiempo, Kevin y Alda no se atrevieron a acercarse más al lugar, o a intentar escuchar pegando la oreja a la puerta, por si el Djin salía de repente y le sorprendía en el acto. 

Esperaron pacientemente, ocultos detrás de una esquina, hasta que finalmente Agní salió de nuevo a la calle y se fue por otro camino, adentrándose en la ciudad. Convencidos de que el lugar de donde había salido el miembro del consejo era donde debía estar oculta la flauta, se acercaron para recuperarla inmediatamente. Pero en ese momento otro grupo de Djin entró en el callejón, con tan mala suerte que dos de ellos se tropezaron, iniciando una discusión como las que Kevin ya había contemplado antes, un duelo de miradas que parecía no acabar nunca. 

Ante aquel desafortunado acontecimiento, en vista de que ya era tarde, Kevin le propuso su compañera regresar a la habitación del pasadizo secreto y esperar a que se apagaran las luces de la ciudad antes de ir a recuperar el instrumento, lo que en realidad había sido el plan inicial que había propuesto Iblis. Por la noche les resultaría más fácil moverse, sin que hubiese ninguna posibilidad de que nadie se interpusiese en su camino. 

Se marcharon por donde habían venido, con la intención de volver más tarde. Se aseguraron de que nadie les viese entrar a la casa abandonada y se sentaron a esperar a que se apagasen las luces. 

—Me gustaba subir a los árboles —dijo de repente Alda. 

—¿Qué? —preguntó Kevin desconcertado. 

—Trepaba a la rama más alta y era capaz de ver todo el bosque desde allá arriba. En aquel momento me sentía realmente bien, como si formase parte de la naturaleza. 

—No entiendo qué estás diciendo. 

—Estoy respondiendo a tu pregunta. Me preguntaste qué cosas me gustaba hacer, algo que fuese solo mío y no de todos los Fane. No hemos tenido ocasión de volver a hablar desde entonces, siempre ha habido algo que nos lo ha impedido. 

—Ya veo, gracias por compartir ese recuerdo conmigo. 

—Quería hacerlo. He estado pensando mucho en lo que me dijiste, en que tendríamos que conocernos el uno al otro, y me he dado cuenta de que yo también quiero conocerte. En mi mundo tenía contacto con mucha gente, hablaba con ellos, tuve relaciones físicas con algunos, y sin embargo nadie me inspiró nunca la confianza que me inspiras tú. Nunca antes me había cruzado con nadie que quisiese conocerme más allá de lo que salta a la vista. 

—No hace falta que le des tanta importancia. Entre los humanos es bastante normal que, si pasas tiempo con alguien, quieras saber más de esa persona. 

—De todas formas, agradezco tu interés y quisiese que pudiésemos seguir hablando en un futuro. Como te he dicho, a mí también me gustaría saber más de ti. 

—Cuenta con ello. Cuando por fin hayamos salido de aquí y encontremos un momento de tranquilidad, retomaremos esa conversación —Kevin zanjó así el tema por el momento, siendo consciente de que, de haberlo querido, como tenían tiempo podían haber continuado hablando. Pero la situación en la que estaban, con todo lo que había en juego, le resultaba demasiado tensa como para poder mantener una conversación con naturalidad. 

Poco después anocheció, y con las calles vacías, pudieron volver a salir al exterior para regresar al callejón donde estaba el lugar en el que creían que se hallaba la flauta. No les costó mucho encontrar el camino y, cuando por fin llegaron, fueron directamente a la puerta por la que había salido anteriormente Agní. Para su sorpresa, estaba cerrado a cal y canto, no había manera de entrar. 

—¡Maldición! —exclamó Kevin. 

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó la Fane a su lado. 

Kevin meditó durante unos momentos, miró la puerta y se dio cuenta de que era similar a la habitación cerrada donde estaban los Djin a los que extraían sangre. La última vez que había pasado por una puerta como esa lo había hecho con la ayuda de Efreet y, en aquella ocasión, este le había dicho que solo la llama de un Djin puede abrir esas cerraduras, y solo si conoce la combinación. Por lo tanto era inútil que intentasen pasar por la puerta por sí mismos, y no creía que fuesen capaces de convencer a nadie para que les abriese. Entonces recordó las palabras de Agní, cuando Kevin lo había espiando en el dormitorio antes de que les capturasen, y supo lo que tenían que hacer. 

—Tenemos que ir a la sala del trono —le dijo a Alda. 

Por lo que había escuchado decir al miembro del consejo, parte del castigo de Efreet iba ser permanecer dentro de la botella en que estaba encerrado, debajo del trono de Agní, junto al resto de los miembros del consejo. Si el Djin había cumplido con sus amenazas, y Kevin creía que sí, Efreet estaría todavía allí, y estaba seguro de que podría convencerlo para que les abriese la puerta con tal de que lo sacasen también a él de la ciudad. 

Aunque había algo que le preocupaba, y es que tal vez el genio no supiese la combinación de esa puerta y no pudiese sintonizar su llama para abrirla. Ahora, después de escuchar la historia de Iblis, sabía que si Efreet había podido abrirle la otra habitación, había sido porque él mismo era el científico que había ideado aquella terrible sala, pero quizás no supiese como acceder al sitio donde necesitaban entrar. De todas formas, en aquel momento Efreet era su única esperanza, si el genio no podía ayudarles, no creía que hubiese otro modo de recuperar el instrumento. 

—¿Kevin? ¿En qué estás pensando? —Alda repitió la pregunta, después de haber estado unos segundos sin obtener respuesta de Kevin, quien había estado perdido en sus propios pensamientos. 

—Sí, lo siento. La sala del trono, creo que allí encontraremos a Efreet. Él debería ser capaz de abrir la puerta, quizás… 

—¿Crees que el Djin nos ayudará? 

Kevin se encogió de hombros. No podía asegurarlo, pero no se le ocurría nada más que pudiesen intentar. 

Así que, una vez más, tuvieron que irse de allí con las manos vacías. Dieron media vuelta y pusieron rumbo hacia la sala del trono. 

El camino fue largo y no era fácil moverse en la oscuridad por aquellas calles, pero a pesar de las dificultades, acabaron por llegar a su destino. 

Estaban frente a la puerta que daba acceso a la sala del trono, el lugar donde se reunía el consejo Djin. Entonces le entraron dudas a Kevin, no se le había ocurrido la posibilidad de que aquella puerta estuviese también cerrada. De estarlo, todo aquel viaje habría sido en vano y además no tendrían ninguna alternativa para entrar a la habitación donde supuestamente estaba el viento de Kalen. Cerró los ojos y llevó la mano hasta la puerta, para después empujar hacia el interior. Con alivio, comprobó que la puerta se abría instantáneamente, sin ofrecer resistencia. 

Entraron en la sala, cuyo interior estaba tan oscuro como el resto de la ciudad. Recordaba, por su anterior visita a aquella estancia, que los asientos de los miembros del consejo estaban situados al fondo y que el lugar era bastante grande, pero sin demasiados obstáculos por el camino. Lo único que tenían que hacer era andar en línea recta hasta el final y después buscar debajo del trono de Agní. Kevin cogió a Alda de la mano para no separarse y empezó a andar hacia delante lentamente, paso a paso, para no tropezarse con nada. Con cuidado, fueron avanzando, hasta que finalmente se chocaron contra una pared. 

Aquello extrañó a Kevin. Habían llegado al final pero no se habían cruzado con los tronos. Al caminar en la oscuridad, debían de haber ido alterando su trayectoria sin darse cuenta. Lo malo era que ahora tampoco sabía de dónde habían venido. Le preguntó a Alda si ella estaba mejor ubicada, pero la chica también se había desorientado. Estaban perdiendo demasiado tiempo, y si no se daban prisa Iblis aparecería en cualquier momento para llevar a cabo su golpe de estado, algo que no estaba precisamente entusiasmado por contemplar. Pensó en el problema y de repente le vino a la cabeza una solución, algo tan simple que se sintió tonto por no haber pensado antes en ello. 

—¡Efreet! —llamó Kevin, intentando no alzar demasiado la voz. 

Al instante, una pequeña luz se encendió a lo lejos, en otro punto de la sala que quedaba a su derecha. Caminaron rápidamente hasta el lugar y vieron que el brillo, muy tenue, estaba casi a ras del suelo, debajo de uno de los tronos y tras unas telas. Kevin se agachó y recogió la botella que contenía al Djin, la cual había estado escondida exactamente donde habían esperado que estaría. 

—Esta sí que es una sorpresa —dijo Efreet sorprendido—. No sé cómo habéis escapado de la prisión, pero he de admitir que es toda una hazaña. 

—Deprisa, tenemos que marcharnos —le indicó Kevin. 

—¿Por qué habéis vuelto a por mí? 

—Te hice una promesa, tú me ayudabas y yo te llevaba conmigo cuando escapásemos. 

—Ya veo… —el genio no terminaba de creerse lo que le habían dicho—. Así que necesitas que te ayude una vez más. 

Efreet había adivinado en seguida sus intenciones, con lo que a Kevin no le quedó más remedio que admitir la verdad y esperar que el Djin todavía estuviese dispuesto a ayudarles. Le contó, brevemente y omitiendo las partes innecesarias, que habían escapado y que habían localizado el lugar donde tenían su flauta, que era lo que necesitaban para huir, pero que la puerta estaba cerrada y no podían acceder al interior. 

—Estáis de suerte —dijo el genio—. La primera vez que Agní entró en esa habitación, para guardar los objetos que te había quitado, aún no me había dejado aquí tirado, y me llevaba con él. Le vi entrar por la puerta, así que sé lo que tengo que hacer para abrirla. 

—Entonces, ¿nos ayudarás? 

—Sí, pero con las mismas condiciones que antes. Tienes que sacarme de la ciudad. 

De aquella forma, teniendo a Efreet de su parte, se apresuraron a regresar al callejón, esperando que aquella fuese la última vez que tuviesen que ir a aquel lugar. Pero nunca llegaron a la puerta de salida de la sala del trono. Antes de poder hacerlo, las luces de la estancia se encendieron de repente, la puerta se abrió y tras esta apareció la imponente figura de Agní.

SIGUIENTE