lunes, 16 de julio de 2018

II. EL DESIERTO DE FUEGO (3)


II. EL DESIERTO DE FUEGO



3


Fue el calor lo que le despertó, el agobiante e insoportable calor. Kevin había estado tan agotado el día anterior que había dormido durante toda la noche de un tirón, casi tan cómodo como si hubiese estado en su propia cama. Pero ahora, sudando bajo aquella cobertura de arena, le vinieron de golpe a la cabeza todos los males que había padecido en aquel desierto junto a su acompañante y pensó en las penurias que todavía tendrían por delante. 

Alda todavía estaba dormida. Kevin notaba cada exhalación de su compañera golpear en su cara, debido a lo cerca que se encontraban el uno del otro. Afortunadamente, la mochila había cumplido con su propósito y les había protegido durante la noche, con lo que ninguna partícula de arena voladora había ido a parar dentro de aquella cubierta improvisada. 

No fue hasta ese momento, con la lucidez que le aportaba la mañana, y después de haber descansado, que Kevin se percató de la intimidad de la situación en que se encontraba. Su cabeza estaba completamente pegada a la de Alda y, de aquella forma, todo lo que podía ver era la tela que les protegía y el rostro de la chica, todavía con los ojos cerrados y los labios, ahora ligeramente agrietados, entre abiertos, respirando suavemente a escasos centímetros de él. Además, por si eso fuese poco, se dio cuenta de las consecuencias de la rapidez con la que había obrado la noche anterior. No había planificado bien todo el asunto del agujero, y ahora se sentía algo incómodo y avergonzado. Su cuerpo estaba completamente pegado al de la chica, ambos acalorados, sudorosos y cubiertos de arena. Su piel rozaba la de ella con cada ligero movimiento, y no tenía muy claro si el calor que sentía se debía al clima o al rubor que le encendía el rostro cada vez que notaba el contacto de alguna de las partes más suaves y tiernas de la joven. 

No obstante, estaba lejos de empezar a tener fantasías nada apropiadas para una situación de supervivencia. Se sentía muy incómodo, debido a la arena, el calor, el sudor, y un mal regusto en la boca, debido probablemente al líquido de dudosa procedencia que había estado ingiriendo antes de acostarse. Así pues, decidió que era momento de despertar a su compañera y salir de aquel hoyo. 

Primero fue moviendo los brazos hacia arriba hasta que pudo desenterrarlos. Una vez con las extremidades libres, usó las manos para apartar la mochila que les cubría las cabezas. Tuvo que cerrar los ojos inmediatamente para que el sol no le cegase y, pese a hacerlo, la luz era tan potente que se filtraba incluso a través de sus parpados, haciéndole ver puntitos de colores. Fue en ese instante, probablemente también causado por el súbito cambio de iluminación, cuando se despertó Alda. 

—¿Qué pasa? ¿Se ha hecho de día? —le preguntó ella, con confusión y los ojos todavía cerrados. 

Acto seguido, Kevin notó como la Fane se retorcía dentro de la arena, cambiando de posición, como si buscase una nueva postura donde el sol no la molestase, para poder seguir durmiendo. La chica quedó de lado, con el rostro enfocado en su dirección, pegándose todavía más a él. Sintió que los pechos de ella se aplastaban contra su torso y, del sobresalto que esto le provocó, Kevin se levantó súbitamente, con tal fuerza que logró liberarse completamente, de una sola vez, de toda la arena que le había estado sepultando. 

El movimiento hizo que Alda terminase también de despertarse, llevándose rápidamente la mano sobre los ojos para paliar un poco el exceso de luz. 

—He sobrevivido para ver un nuevo día —dijo la Fane, como si no se lo terminase de creer. 

—¿No recuerdas lo que ocurrió anoche? —le preguntó Kevin, pensando que, debido a su estado, quizás ella hubiese olvidado la explicación que le dio antes de enterrarla. 

—Lo último que recuerdo fue que me cargabas sobre tu espalda para continuar caminando. Después de aquello no hay nada, supongo que me desmayé. 

—La verdad es que ambos lo hicimos. Pero en algún momento, mientras estábamos inconscientes, se escondió el sol. Te expliqué todo esto ya anoche.

—Lo siento, no me acuerdo. ¿Podrías volver a contármelo? 

Kevin supuso que la chica no estaba en condiciones de atender a nada la primera vez que le contó lo que había ocurrido. De modo que no tuvo ningún inconveniente en volver a hablarle de ello. Le dijo cómo se había despertado con una misteriosa voz de su subconsciente que le había sugerido que cavase. Le explicó todo acerca de sus descubrimientos sobre la arena del desierto, que estaba cálida durante la noche, protegiéndoles del frío, y sobre los extraños frutos enterrados que estaban rellenos de lo que parecía ser una especie de agua con un sabor algo dulce. Le contó que había usado esa agua sobre ella para mantenerla hidratada, y después se habían enterrado ambos en aquel agujero en el que habían pasado la noche, el mismo agujero donde todavía permanecía tumbada ella. 

Antes de continuar con su camino, recogieron todas las cosas para volver a meterlas en la mochila, donde añadieron además algunos frutos que extrajeron del suelo, para poder tener así una buena reserva de líquidos durante el trayecto. 

Esta vez les resultó mucho más sencillo avanzar que el día anterior. El hecho de tener bebida a su disposición cada vez que lo necesitaban suponía una gran diferencia y, aunque el clima continuaba siendo altamente perjudicial para Alda, por lo menos ahora la chica era capaz de seguir el ritmo sin desmayarse y sin que se le quebrase la piel. Sin embargo, Alda se mostraba extremadamente silenciosa. Kevin imaginó que su compañera estaba en aquel estado, algo ausente, haciendo un esfuerzo por usar sus energías únicamente en su supervivencia, dejando de lado todo lo demás. 

No tardaron en necesitar también algo de alimento que llevarse a la boca y los sándwiches no habían durado apenas. Finalmente, no les quedó más remedio que hacer un uso extensivo de los frutos del desierto y no solo beber de su interior sino, además, masticar y tragarse su carne, por amarga que esta estuviese. 

El alimento no era el mejor, pero al menos les ayudaba a mantenerse con vida. El único problema fue que, tras las primeras ingestas, sus estómagos no se tomaron muy bien aquel cambio de alimentación y comenzaron a rugir sonoramente. A la Fane no le afectó la toma de aquellos vegetales más allá de aquellos ruidos extraños. Pero a Kevin le provocó tener que alejarse en más de una ocasión del lugar, pidiéndole por favor a la chica que mirase en otra dirección, para poder hacer de vientre, resistiendo el peor de los dolores. 

Pese a las dificultades iniciales, una vez se hubieron acostumbrado a su nueva dieta, y a las consecuencias que ello produjo en sus aparatos gástricos, pudieron seguir avanzando. 

Así pasaba un día tras otro, por la mañana caminando y por la noche durmiendo enterrados, sin encontrar rastro alguno de civilización. Hasta que perdieron la cuenta de los días que llevaban allí atrapados.

Una noche, mientras preparaba el refugio en la arena, a Kevin le pareció ver una luz anaranjada y muy brillante a lo lejos. Se dijo a sí mismo que probablemente sería algún reflejo provocado por el sol al haberse ocultado en el horizonte. Pero cuando vio que el punto luminoso parecía estar parpadeando, dudó sobre su teoría. De cualquier modo, aquello no duró más que unos pocos minutos y solo él lo había visto, ya que Alda se había dormido unos instantes antes, con lo que la chica no pudo confirmar si la visión era real o una alucinación provocada, quizás, por el aislamiento. 

Lo cierto era que la monotonía del paisaje y aquel silencio constante y abrumador estaban empezando a hacer mella en él. Sabía que se sentiría mejor con algo de conversación, necesitaba ese contacto con otro ser humano… o con otro ser inteligente, teniendo en cuenta que solo estaba Alda disponible. Pero sabía que ella estaba sufriendo a cada paso y no quería molestarla con problemas tan nimios como los suyos. Lo mejor que podía hacer era ayudarla a que no se fatigase más de lo imprescindible y ofrecerle bebida cada vez que veía que su condición física empeoraba. 

Conforme pasaban los días, Kevin cada vez dudaba más de su salud mental. Con frecuencia se encontraba hablando consigo mismo, teniendo alucinaciones y viendo, cada vez más a menudo, luces distantes en la noche. 

Empezaba a actuar de forma extraña y a hacer cosas nada normales. Lo peor de todo era que trataba de disimular lo que le estaba ocurriendo delante de Alda. Aunque estaba llegando a un punto en que si ella no se había dado cuenta debía ser por pura casualidad, y si había notado el cambio en su conducta no le había dicho nada. Ni siquiera la posibilidad de estar perdiendo el juicio había logrado que su compañera saliese de su mutismo. 

El miedo de Kevin a estar perdiendo el juicio había empezado con la primera vez que había visto la luz parpadeante por la noche, pero aquello había sido solo el principio. Durante sus caminatas diurnas, había estado viendo cosas que no estaban allí. Muchas veces se olvidaba de dónde estaba y se imaginaba caminando entre los edificios de su mundo, en busca de un lugar donde pudiesen contratarle. En una ocasión, le había parecido que tenía su bicicleta al lado, como si se la hubiese llevado con él a aquel mundo, y olvidándose de la realidad, había intentado montarse en el aparato a pedalear un rato. En consecuencia, había acabado cayéndose al suelo. A la chica le dijo que se había tropezado, prefería mentirle antes que hacer que se preocupase con una tontería como esa. Al fin y al cabo, lo que le estaba ocurriendo no podía ser muy grave, sería tal vez uno de esos espejismos que aparecían en las películas, causados por haber estado demasiado tiempo bajo el sol del desierto. 

Cada noche, Kevin siempre era el último en acostarse, así lo dejaba todo preparado para el día siguiente y buscaba algunos frutos. Aunque en su interior sabía que la realidad era otra. Su nocturnidad tenía un motivo mucho menos pragmático que el de estar preparados para partir temprano por la mañana. La verdad era que se quedaba despierto, hasta que ya no aguantaba más el frío, porque, ahora que estaba viendo las luces anaranjadas todas las noches, había tomado el momento de su aparición como su propio espectáculo particular. Veía esos puntos luminosos danzar a lo lejos, brillando con intensidad y moviéndose como si le saludasen desde la distancia. No le había dicho nada a su acompañante, pero desde que había empezado a tener aquella alucinación nocturna, había alterado la ruta que tomaban diariamente, para dirigirse al origen de la luz, incluso cuando estaba bastante seguro de que los fuegos fatuos no eran más que un producto de su imaginación. Por eso todas las noches los esperaba y, antes de enterrarse, ponía una señal que indicase el lugar en el que habían aparecido las luces, para al día siguiente caminar en esa dirección. 

Al final, una noche pensó haber terminado de perder la cabeza cuando, de repente, mientras observaba una vez más danzar a las luces a lo lejos, una de esas bolas brillantes comenzó a hacerse cada vez más grande, aproximándose a gran velocidad al lugar donde estaban ellos. Presa del pánico, Kevin se llevó las manos a la cara para protegerse del inminente choque de lo que fuese aquella cosa. Pero no ocurrió nada, no hubo ningún estallido ni nada parecido. A través de los dedos entre abiertos en su mano, pudo observar como la bola de fuego cambiaba de dirección en el último instante, elevándose en el aire, sobrevolándolos a ambos y siguiendo su rumbo en la oscuridad. Todo ocurrió tremendamente rápido, tanto que, unos instantes después, cuando todo hubo acabado, no estaba seguro de que aquello hubiese pasado de verdad. Como de costumbre, Alda estaba dormida y no podía confirmar los hechos, con lo que sus preocupaciones acerca de su equilibrio psíquico aumentaron drásticamente tras aquella noche. Lo que había creído ver era increíble, un fenómeno fantástico y sobrenatural, y sin embargo parecía real, mucho más que sus alucinaciones habituales. 

La mañana siguiente a aquel fenómeno, Kevin dudó sobre si contárselo a Alda o no. Aunque no quería importunarla, si realmente estaba perdiendo la cabeza, era posible que se volviese peligroso, para sí mismo o para ella, con lo que quizás lo mejor sería poner a su compañera en sobre aviso, por si acaso ocurriese algo peor que unas cuantas alucinaciones inofensivas. Pero, al final, le pareció más oportuno esperar hasta la puesta de sol, cuando acampasen. Pensó que probablemente sería mejor hacerlo entonces, cuando estuviesen más relajados y con la mente más despejada, al no tener que estar soportando el calor. 

Pasó el día y, cuando finalmente se detuvieron a descansar, Kevin decidió que aquel era el mejor momento para desvelarle a su compañera la realidad sobre su situación. De modo que se acercó a Alda, quien había empezado a cavar el hoyo donde pasar la noche, y se disponía a hablarle cuando fue ella quien rompió el silencio que había mantenido durante los pasados días. 

—Vas a hablarme de las alucinaciones, ¿verdad? —adivinó Alda. 

—Así que te habías dado cuenta… 

—Más que eso. Diría que yo empecé a padecerlas antes que tú, la única diferencia es que yo lo he ocultado mejor. 

—¿Cómo? ¿Lo sabías durante todo este tiempo y me has dejado creer que estaba loco? 

—No, no es eso. Dime, ¿por qué motivo no has querido decirme nada hasta ahora? 

—Porque no quería te preocupases, ya estabas soportando bastante. 

—Lo mismo ha sido en mi caso. Mi problema con el calor y la dependencia del agua estaba siendo un lastre. No quería añadir otro problema cuando empecé a ver cosas que no estaban ahí. Pero después noté que tú también estabas actuando de forma extraña, aunque no quería mencionarlo hasta estar segura —confesó Alda—. Lo he estado pensando, y no ha sido difícil concluir que debe haber una razón por la cual puede estar ocurriéndonos lo mismo a ambos. 

—Entonces, ¿sabes por qué estamos teniendo alucinaciones? 

—Solo lo sospecho, pero creo que nos estamos intoxicando diariamente cada vez que bebemos de los vegetales que sacamos de la arena. 

Kevin se quedó meditando la posibilidad durante unos instantes y entonces se sintió realmente estúpido por no haberlo pensado él mismo antes. En su propio mundo había muchas plantas del mismo tipo con propiedades alucinógenas. No obstante, cuando encontraron aquellos frutos, había sido algo tan milagroso que, al no haber sentido ningún efecto extraño al principio, había desechado la idea de que su consumo pudiese ser nocivo. 

Saber que estaban ingiriendo algo que estaba teniendo semejantes efectos en su organismo era malo, pero, aun así, se sintió aliviado al saber que no era él solo el afectado. No había perdido el juicio. Aunque, de todos modos, había algo más de lo que quería asegurarse, aquello que le había estado obsesionando noche tras noche. 

—¿Tú también has visto luces o puntos brillantes moviéndose a lo lejos? —le preguntó a Alda, esperando que ella lo confirmase. 

—¿Luces? No nada de eso —negó ella—. La mayor parte de mis visiones eran más solidas. Creía estar de nuevo en mi mundo rodeada de árboles. 

—Supongo que entonces ha sido diferente para los dos. Pero, solo por estar seguros… —quiso comprobar Kevin, al ver que empezaba a haber movimiento en el horizonte, por detrás de la chica—. Dime si ves algo allí —le dijo señalando a lo lejos. 

Alda se giró y se quedó mirando en la dirección que él le había indicado, pero no descubrió en ella el rostro indiferente que esperaba, en cambio, la chica tenía la boca abierta de par en par, aparentemente sorprendida. 

—¿Qué pasa? —quiso saber Kevin de inmediato—. ¿Tú también ves las luces? 

—Sí, las veo. Tres puntos anaranjados y brillantes. Es como si estuviesen bailando. 

—¡Vaya! Eso nos plantea un nuevo problema. No sabemos qué son o si son peligrosas, pero te tengo que confesar que hemos estado caminando en dirección a ellas desde hace ya varios días. 

Entonces Kevin le dijo a la Fane cómo cada noche se había quedado despierto hasta más tarde de lo habitual, para observar las luces y marcar la dirección en la que se hallaban. Después le contó cómo una de esas bolas de fuego había pasado por encima de ellos volando la noche anterior. 

Alda admitió que también estaba intrigada por el fenómeno y llegó a la conclusión de que probablemente sería preferible caminar en dirección hacia un objetivo que andar sin rumbo por el desierto y, aunque no estaba del todo convencida de lo de la bola de fuego voladora, cosa que atribuyó a una mezcla de la realidad con las alucinaciones habituales, ambos acordaron continuar avanzando hacia las luces, al menos mientras estas no pareciesen ser peligrosas.

SIGUIENTE

lunes, 2 de julio de 2018

II. EL DESIERTO DE FUEGO (2)


II. EL DESIERTO DE FUEGO



2


Caminar por el desierto era una ardua tarea. La arena era blanda e inestable, acumulándose en elevados montículos que se formaban sobre la superficie terrestre. Ello hacía que, a cada paso, los caminantes tuviesen que realizar un gran esfuerzo para levantar el pie y apoyarlo de nuevo, todo ello tratando de no perder el equilibrio. En más de una ocasión se encontraron en la situación de tener que rodear alguna duna sobre la cual eran incapaces de ascender, estando la arena demasiado suelta. En aquellos casos resultaba imposible avanzar sin resbalar, volviendo inmediatamente hacia atrás, arrastrados por la pendiente, sin ganar distancia.

Durante todo el camino, trataron de mantener la misma dirección, sin desviarse en ningún momento. Esta decisión era totalmente arbitraria, y lo único que les guiaba eran sus propios instintos. En realidad, solo los de Kevin, la chica simplemente le seguía sin decir una palabra.

La verdad es que Kevin empezaba a estar realmente preocupado por Alda. A ella se la veía cada vez más pálida y su paso se había ido volviendo más lento y pesado. Estaba visiblemente agotada, pero a pesar de ello se estaba guardando su estado para sí misma, sin quejarse. Sin embargo, aunque no le dijese nada, hacía ya algún tiempo que Kevin había estado apreciando esta pérdida de vitalidad en su compañera. Temía que, si no ocurría algún tipo de milagro pronto, Alda no tardaría en caer exhausta al suelo, siendo así, de ambos, la primera en sucumbir.

Luchar contra el terreno ya hubiese sido una tarea extremadamente complicada por sí misma, pero además estaba el factor del calor, lo que convertía la travesía en una insufrible e interminable tortura. Kevin trataba de aguantar sin desfallecer, pero se sentía mareado y cada vez más sediento. Escuchaba a cada paso el sonido que hacía el agua al moverse de un lado a otro en el interior de la botella que llevaba en la mochila, y el sonido le estaba volviendo loco. No podía dejar de pensar en agua, deseaba sacar la botella, llevársela a los labios y pegar un largo trago, saboreando cada gota de aquel delicioso néctar celestial. Pero todavía no había perdido el juicio y es por eso que resistía la tentación. Sabía que en cuanto se terminase la poca agua de la que disponían, sería el fin para ellos. Y, cuanto más observaba el cambio gradual que estaba experimentando su compañera, más seguro estaba de que probablemente ella necesitaría el agua mucho más que él.

Miraba al sol, el cual todavía permanecía en la misma posición, y le acudía a la cabeza la historia de Ícaro. Casi hubiese jurado ver cómo una masa ardiente caía envuelta en llamas, precipitándose a gran velocidad al vacío, sin duda porque se había acercado demasiado al sol. Él también sentía como si se hubiese acercado demasiado al sol, sin necesidad de levantar los brazos y volar hacia lo alto.

En un momento dado, se tambaleó, se le nubló la vista y estuvo a punto de caerse. Pero, en el último instante, recobró la compostura. Así, habiéndose asegurado de que todavía era capaz de caminar, dio un paso hacia delante para continuar, aunque ello fuese en contra de los límites de la resistencia humana. Sin embargo, no hubo apoyado apenas el pie en tierra cuando escuchó un sonido seco detrás de él.

Se giró y comprobó que Alda se había desplomado sobre la arena. Rápidamente, se dirigió hacia la chica, que permanecía boca abajo. Debía darle la vuelta para evitar que volviese a tragar arena accidentalmente. Llegó hasta ella y se dejó caer de rodillas, al lado de su cuerpo. Después, la hizo rotar sobre el suelo hasta que quedó con la cara apuntando hacia el cielo. La joven parecía incapaz de abrir los ojos y, si no fuese por el leve movimiento que hacía su pecho de forma rítmica, cualquiera hubiese pensado que estaba muerta.

Puede que todavía siguiese viva, pensó Kevin, pero aun así, difícilmente podría seguir caminando.

En vista de aquel nuevo suceso, Kevin se encontraba ante tres posibilidades. Podía abandonar a la Fane allí y seguir su camino para intentar encontrar agua, una salida o algo así. Pero, si cuando todavía no conocía a Alda, no había sido capaz de abandonarla, mucho menos lo iba a hacer ahora. Otra opción era que ambos se quedasen allí a esperar la muerte, que sin duda no tardaría en llegar. Lo cual iría totalmente en contra a sus creencias y todavía no estaba dispuesto a rendirse. Eso solo le dejaba una última opción: cargar con la chica y seguir caminando. Él mismo tampoco se encontraba en la mejor de las condiciones, también había estado a punto de desplomarse varias veces, pero no veía ninguna otra salida. Tal como estaban las cosas, era lo único que podía hacer, continuar hasta que ya no pudiese más.

Antes de ponerse de nuevo en movimiento, se quedó mirando a Alda. La piel de la chica se estaba agrietando, como si estuviese cubierta por una capa de pintura vieja o algo parecido. Estaba claro que necesitaba agua urgentemente, de modo que, sin pensárselo dos veces, sacó la botella de la mochila, desenroscó el tapón y acercó la apertura a los labios de la moribunda Fane.

Ella no tardó en reaccionar ante el contacto del líquido e inmediatamente comenzó a beber con desesperación. Con cada trago, la piel de la joven recuperaba algo de color. Sin embargo, el agua se agotaba rápidamente y no parecía que hubiese suficiente como para devolverle completamente la vitalidad.

Kevin era consciente de que él también necesitaba beber si debía seguir caminando, pero le sabía mal arrebatarle la botella a Alda, viendo el estado tan deplorable en el que se encontraba. De manera que estaba dispuesto a permitir que ella se terminase todo el contenido de la botella si eso la ayudaba a reponerse, aunque fuese solo un poco.

Veía como el translucido fluido iba extinguiéndose del interior del recipiente de plástico. Apenas quedaba un dedo de agua cuando Alda se detuvo bruscamente, abrió los ojos y se quedó mirando la botella, como si acabase de darse cuenta de lo que estaba pasando.

—Deberías beberte tú el resto —le dijo ella, al ver que había agotado casi todas sus reservas.

—Pero a ti todavía te hace falta, no tienes buen aspecto…

—No te preocupes, aguantaré de momento. Tú no has bebido nada desde que hemos llegado y debes estar al borde de la deshidratación. No sería bueno que nos desmayásemos los dos a la vez, ¿no crees?

Kevin se dio cuenta de que a su compañera no le faltaba razón, realmente necesitaba reponer algo de líquido en el organismo. Finalmente cedió, cogió la botella de las manos de la chica y se terminó el contenido. Ya no les quedaba ni una gota de agua. De ahora en adelante, la situación se volvía dramáticamente desesperada.

Por más que Alda quiso esforzarse en ponerse en pie y continuar caminado, no pudo hacerlo. De modo que, como había previsto, Kevin tuvo que cargar con ella para poder seguir adelante. Se agachó en la arena y le pidió a la Fane que se apoyase sobre su espalda. Después, la sujetó por detrás de las rodillas y se alzó, llevándola a cuestas.

La marcha se volvió todavía más lenta y fatigosa, aunque afortunadamente la chica no pesaba mucho. De hecho, un efecto que parecía producir la falta de agua en el cuerpo de su compañera, era que la volvía casi tan ligera como una pluma.

Cada paso que daba Kevin parecía que iba a ser el último. Le dolían los músculos y le ardían todas las zonas de la piel que habían estado expuestas al sol. Se había quemado hasta el punto donde uno necesita buscar urgentemente una sombra, para no gritar cada vez que un grano de arena choca contra la piel desnuda. Una ráfaga de viento se estrelló contra su enrojecida cara y ese mísero contacto fue suficiente como para que los ojos se le empañasen con lágrimas, las cuales retenía para no perder todavía más líquidos.

Se detuvo un momento al sentir que se atragantaba. Empezó a toser sin parar, con un sonido seco, mientras la arena bajó él se manchaba con las gotas de sangre que salían de su boca. Nunca antes había sentido nada parecido, nunca había llegado a tal extremo de deshidratación.

Su visión se volvió borrosa, las imágenes no paraban de dar vueltas. Tanto era así que dejó de saber si seguía caminando en línea recta o si estaba haciendo eses. El suelo se acercaba y se alejaba con cada latido de su pupila. Finalmente todo se detuvo. Sintió que se caía y no podía hacer nada para evitarlo. Perdió las pocas fuerzas que le quedaban y, sin querer, soltó a Alda, quien cayó hacia atrás, mientras Kevin hacía lo propio hacia delante. Después no vio nada más que oscuridad.

“Si quieres sobrevivir, vas a tener que cavar.”

Kevin pudo escuchar la voz con tanta claridad como si tuviese al interlocutor al lado, y fue ese repentino sonido el que hizo que se despertase de golpe.

Seguía estando en el mismo lugar donde se había desmayado. Su compañera también estaba allí, inmóvil. La única diferencia es que ahora no había luz, todo estaba a oscuras. Finalmente había anochecido.

Su cuerpo estaba parcialmente cubierto por arena, la cual se había ido depositando por encima suyo por la acción del viento. Es por ese motivo por el cual tardó un poco en ser consciente del súbito cambio de temperatura.

Al ocultarse el sol, la noche había traído consigo un frío tan intolerable como el calor que reinaba durante el día. El gélido viento que circulaba sin control por aquel desierto infinito era capaz de hacer que perdiese la sensibilidad en el cuerpo. No podía dejar de tiritar y se dio cuenta de que, pese a las primeras apariencias al haberse despertado, su situación no había mejorado nada en absoluto. Estaba convencido de que el frío que les amenazaba podía resultar incluso más letal que todo lo que habían soportado durante el tiempo diurno. Sin embargo, era una sensación curiosa, porque a pesar de la temperatura del ambiente, la arena que le rodeaba parecía continuar estando caliente, como si ésta fuese capaz de generar su propio calor.

Entonces rememoró la voz de su sueño, aquella voz que le resultaba tan familiar, y pensó que probablemente debería seguir la recomendación de su subconsciente y cavar. Si se cubría con aquella extraña arena, ni tan siquiera notaría el frío. Sería como estar tumbado en su cama, cubierto por un millar de mantas.

Alda estaba tumbada a su lado, todavía seguía con vida y al parecer estaba durmiendo, pero no muy plácidamente. Kevin vio que la chica no dejaba de temblar y se preguntó qué debía hacer. Sabía que los Fane aguantaban muy mal las altas temperaturas. No eran seres muy amigos del sol, el calor y los climas secos, pero no sabía cuál era su tolerancia al frío. Por lógica, si el calor dañaba a los Fane, deberían ser especialmente resistentes al frío. ¿O no? Si la cubría con arena, la protegería de las bajas temperaturas, pero igual no debía hacerlo, igual eso era bueno para ella. Pero si se equivocaba y la dejaba toda la noche al descubierto, quizás por la mañana se encontrase con que su compañera se había congelado.

Decidió que lo mejor sería que se cubriesen ambos con aquella arena. Aunque era consciente de que aquello no era más que un parche, un remedio temporal que solo prolongaría sus vidas un poco más. Seguramente no serían capaces, ninguno de los dos, de sobrevivir a otro caluroso día como el anterior. A pesar de todo, quedarse allí temblando de frío, mientras pensaba, tampoco solucionaba nada. De modo que empezó a cavar un hoyo en el que pudiesen enterrarse los dos.

Kevin cavaba todo lo rápido que sus fuerzas se lo permitían y, teniendo en cuenta su estado de agotamiento físico y mental, eso no era muy rápido. Poco a poco iba despejando la arena, que por lo menos era fácil de retirar, ya que no había ningún obstáculo en el suelo, únicamente una infinitésima cantidad de aquellas diminutas partículas que, en conjunto, conformaban el desierto en el que estaban atrapados.

De repente, su mano golpeó un objeto extraño y la sorpresa de aquel cambio en la textura le hizo sobresaltarse y retirar el brazo de inmediato. Recordaba haber visto en algún documental que hablaban de animales peligrosos que se enterraban en la arena de los desiertos. Podía encontrar serpientes venenosas, escorpiones y otros bichos igualmente desagradables. Con lo que, al tocar aquel cuerpo extraño, pensó que podía tratarse de alguna de esas criaturas, y dado que no quería recibir ningún mordisco o picotazo impregnados de algún potente veneno, se apartó rápidamente del lugar en el que había estado excavando.

Con precaución, miró hacia el agujero desde cierta distancia, pero la oscuridad no le permitía ver nada. Poco a poco fue ganando confianza y se fue acercando cada vez más, hasta que pudo, finalmente, tener una visión clara del objeto que le había sobresaltado.

Teniendo en cuenta que la única luz que le alumbraba era aquella que le proporcionaban las estrellas, no podía estar del todo seguro, pero aquello que había tocado parecía algún tipo de hortaliza o verdura. Era redondo como una cebolla y con un pequeño tallo en un extremo. En cuanto al color… le resultaba imposible identificarlo a oscuras.

Estando al fin convencido de que aquello no suponía ninguna amenaza, Kevin terminó de acercarse. Se agachó y recogió el objeto, para examinarlo más de cerca. En ese momento, se llevó la que fue la mayor alegría de toda su vida hasta la fecha. El sonido era inconfundible, el vegetal estaba repleto de líquido, lo que su sedienta mente interpretó en seguida como “agua”.

Pensó que aquello podía ser similar a los cactus de su mundo, una planta que almacena agua en su interior.

La pregunta era: ¿Estaban ya en una situación tan desesperada como para arriesgarse a llevarse a la boca el jugo de una planta desconocida? Y no le costó decidir que, en realidad, sí que habían llegado ya a ese extremo de necesidad.

Había decenas de razones por la que no debía hacer lo que estaba a punto de hacer. Pero, aun así, Kevin se llevó el objeto esférico a la boca y lo mordió. Tenía un sabor muy amargo, pero no era el exterior lo que le interesaba, de modo que lo escupió. Su intención era la de penetrar la cubierta externa del vegetal hasta alcanzar su contenido, algo que consiguió en tan solo dos mordiscos más. Había llegado el momento, no tenía más que acercarse el orificio que había creado a los labios y dejar caer el néctar para bebérselo, solo esperaba que el sabor no fuese tan malo como el resto de la planta. Cerró los ojos, rezó para no estar a punto de engullir una dosis letal de veneno, y dejó que el liquido inundara su boca y después su garganta.

Resultó que el líquido no sabía de forma tan terrible como había temido. De hecho, estaba incluso bueno, quizás hasta el punto en que no le costaba imaginarse a alguna compañía de su mundo comercializando el sabor en forma de refresco.

Pensó que ese nuevo descubrimiento lo cambiaba todo. Ya no tendrían que estar padeciendo mientras esperaban que la muerte les diese alcance o, por lo menos, ya no acabarían deshidratados.

Era cierto que Keivn todavía no sabía qué dirección tomar por el desierto para encontrar ayuda, pero ahora podía formarse un plan de viaje en la cabeza. Lo que harían a partir de entonces sería cubrirse de arena durante la noche, para no congelarse, y por el día caminarían con la mochila repleta de aquellos frutos, sin tener que estar controlando constantemente sus reservas de agua, ni teniendo que reprimir su necesidad.

El único problema que había con el plan era saber si sería tan fácil encontrar más de aquellas plantas, ya que podía haber encontrado la que acababa de beberse por pura casualidad. Para salir de dudas, Kevin se puso a cavar a su alrededor, y le llenó de júbilo comprobar la facilidad con la que aparecían los frutos del desierto si uno excavaba lo suficiente en la arena.

Con un problema resuelto, ahora lo que debía hacer era ocuparse del asunto más inmediato, refugiarse para aguantar el resto de la noche, durase lo que durase esta. Continuó haciendo más ancho y profundo su primer agujero, hasta que le pareció que tenía las dimensiones adecuadas. Después, vació el contenido de su mochila en el hoyo y se acercó a Alda para ayudarla a introducirse en el refugio.

La chica no se despertaba por más que la llamase, su estado era peor que nunca. Kevin pensó que ella debía encontrarse prácticamente en las últimas. Cogió unos de los frutos que había recogido, le hizo un agujero y se lo acercó a su moribunda compañera, quien a pesar de todo no reaccionó.

Empezó a sentirse asustado. Al parecer, en esta ocasión, ni siquiera la bebida conseguía traer de vuelta a la Fane. Recordó cómo la última vez que la había visto en tan mal estado, ella le había pedido que le arrojase agua por encima y, al introducirla en la bañera, la chica se había recuperado. En esta ocasión se las tendría que arreglar con darle una ducha de líquido de plantas de desierto. Así pues, agujereó el resto de los frutos que tenía y vertió su contenido sobre el cuerpo de su compañera quien, pocos segundos después, pudo por fin reaccionar y abrir los ojos.

Kevin hizo que Alda bebiese y le explicó cómo había encontrado aquella planta. Vio que ella quería decirle algo, pero no la dejó hablar, todavía no estaba recuperada y no quería que malgastase fuerzas tontamente. Ayudó a su compañera a introducirse en el agujero. Después se tumbó él al lado y comenzó a arrastrar la arena amontonada en los laterales para ir cubriendo el hoyo. Antes de terminar con la faena, puso la mochila abierta sobre las cabezas de ambos, para protegerse ante la posibilidad de que la arena pudiese cubrirles mientras dormían y acabasen asfixiándose.

De aquel modo, sintiéndose algo más seguro y con una nueva esperanza de supervivencia, Kevin dejó que la calidez de la arena del desierto le envolviese por completo y le arrullase hasta quedarse completamente dormido.

SIGUIENTE