domingo, 30 de diciembre de 2018

III. LA CIUDAD SUBTERRÁNEA (9)


III. LA CIUDAD SUBTERRÁNEA



9


Kevin esperó unos segundos, esperando que ocurriese algo que le indicase que todo había salido bien o que, por el contrario, había errado el pinchazo. No ocurrió nada. 

Abrió los ojos, con temor por si era asaltado por una nueva alucinación, pero lo único que encontró fue la más absoluta oscuridad. La habitación estaba tranquila y en silencio. Las imágenes horrorosas habían cesado, y ambos, Alda y él, seguían estando en la misma posición que al principio, excepto por un detalle, su mano se encontraba firmemente sujetando todavía la jeringuilla, ahora vacía, pero clavada en el lugar donde había ido a parar. 

Kevin siguió el recorrido realizado con el brazo hasta el final, palpó la jeringuilla y continuó avanzando hasta que se encontró con la piel de la Fane. Había tenido suerte y la aguja había ido a parar al vientre de la chica. Lo cual quería decir que, en ese mismo instante, la sangre Djin debía estar ya actuando por su corriente sanguínea, reparando el daño del veneno. 

No había pensado con claridad con el estrés que le había producido aquel súbito torrente de visiones. Si hubiese fallado y la jeringuilla hubiese ido a parar a algún montón de ropa o, peor aún, si la hubiese estrellado contra el suelo, rompiéndola, habría perdido el único modo de traer a Alda de vuelta. Agradeció por ello la costumbre de la Fane de no llevar demasiadas prendas por encima, ya que, de haberlo hecho, posiblemente la aguja no hubiese acabado en su piel. 

Pasó el tiempo y la chica seguía sin moverse, algo que no parecía un buen presagio. Kevin recordaba su propia reacción cuando se inyectó aquella sustancia, desde el insoportable dolor hasta el cambio en el color de sus ojos. Cuando él había pasado por aquello, no había parado de moverse de un lado a otro de la habitación. Pero ella estaba completamente quieta, incluso había vuelto a cerrar los parpados, como si se hubiese quedado dormida. 

Temió haber llegado demasiado tarde, tal vez el antídoto había sido inefectivo y el veneno había acabado por… No quería pensar en algo tan horrible, no después de todo lo que había tenido que pasar para llegar hasta allí. Ella tenía que seguir viva, seguramente solo estaba durmiendo. Igual la sangre Djin actuaba de forma distinta en cada organismo y no hubiese efectos secundarios para los Fane. Pero a oscuras, como se hallaban, era difícil comprobar el estado de la chica. 

Para asegurarse de que Alda todavía respiraba, Kevin llevó su mano hasta el pecho de ella. Dio gracias cuando notó que había movimiento, era rítmico y leve, indicando que en efecto ella todavía estaba viva. No fue lo único que notó, también se dio cuenta que su deducción anterior había sido correcta, la joven estaba durmiendo completamente desnuda, algo que al parecer también era un instinto innato Fane. Kevin se ruborizó y retiró rápidamente la mano del cuerpo de ella, que había estado directamente en contacto sobre sus pechos y, ahora que la chica parecía estar fuera de peligro, no tenía razón alguna para prologar innecesariamente el contacto sin sentir que se aprovechaba de la situación. 

Se encontraba cansado y le estaba entrando sueño, pero debía permanecer alerta, para poder estar preparado en el momento en que ella se recuperase, de forma que pudiesen salir de allí rápidamente. Si se dormía, cabía la posibilidad de que amaneciese y algún Djin acudiese en su busca. Era consciente de todo eso, pero los ojos se le cerraban solos, no podía evitarlo. Estar así, en la oscuridad, sin nada que hacer salvo esperar, le producía un profundo sopor contra el que le resultaba extremadamente difícil luchar. 

Notó que alguien le movía, empujándole con las manos en el costado. 

—Kevin, Kevin —le llamaba alguien—. Despierta, deprisa. 

Kevin abrió los ojos de inmediato, al darse cuenta de lo que aquello significaba, se había quedado dormido. Quien le llamaba era Alda, quien aparentemente estaba en plena forma y había recuperado la memoria. Al principio se sintió confuso, pero después se fue relajando, al darse cuenta de que las luces todavía estaban apagadas. No debía haberse dormido tanto rato como temía, aun era por la noche y por lo tanto aun tenían tiempo. 

—Estoy despierto —respondió—. Dime, ¿te encuentras bien? ¿No has tenido efectos secundarios? 

—Sí, estoy bien, no te preocupes por eso ahora. Lo recuerdo todo, y ese es precisamente el problema. Sin querer he hecho algo terrible. 

—¿Qué quieres decir? 

—Después de que vinieses a la habitación unas horas antes, cuando todavía estaba confusa y no recordaba quien eras, salí y le conté a un Djin todo lo que había pasado. Le hablé de tu visita y de lo que me habías dicho. 

Kevin se incorporó de golpe, haciendo que se encendiesen las luces de la habitación. Pensó rápidamente en todo lo que le había dicho a Alda en aquella visita, y según iba haciendo memoria, su cuerpo empezaba a temblar, porque recordaba perfectamente todas las palabras que habían salido por su boca. 

—Cuando dices que se lo contaste todo —quiso aclarar Kevin, esperando equivocarse en su asunción—, ¿quieres decir que también le hablaste de…? 

—Sí, le hablé de la flauta. 

—Lo temía. Tenemos que darnos prisa. Si todavía no ha venido nadie a comprobar tu historia, igual todavía estamos a tiempo. 

—De acuerdo. ¿Has conseguido reparar el viento de Kalen? Toca la flauta y sácanos de aquí. 

—Sí que lo he arreglado, pero… no lo llevo conmigo. Está escondido en mi habitación. 

—Te dije que debías llevarlo siempre contigo. 

—Lo sé, pero no podía dejar que los Djin viesen que lo tenía. Vamos a tener que ir a mi habitación para poder utilizar el instrumento. Si nos apresuramos y llegamos hasta allí antes de que se enciendan las luces, creo que estaremos a salvo. 

—Ya estoy vestida y preparada, solo tienes que guiarme. 

—Muy bien, sígueme. 

Rápidamente, salieron del dormitorio de Alda y emprendieron el regreso hasta el dormitorio de Kevin. Como continuaban estando a oscuras, la chica iba sujetándole la ropa con la mano mientras él iba delante, palpando las paredes. 

En poco tiempo llegaron hasta el pasillo donde se encontraba la habitación de Kevin. Sin embargo, vieron con sorpresa que había más luz de la que esperaban en aquel lugar. Había una zona iluminada en la lejanía, justo en el sitio a donde ellos se dirigían. 

Kevin intentó recordar si era posible que se hubiese dejado la luz encendida y la puerta abierta, con las prisas, al salir del dormitorio. Pero no creía haber sido tan descuidado, además que, después de haber estado tanto tiempo fuera de allí, las luces tendrían que haberse apagado por sí mismas. 

Procurando no hacer ruido, se fueron acercando hasta la puerta de la habitación, la cual estaba entornada, quedando solo una pequeña grieta por donde se escapaba no solo luz, sino también el sonido de dos voces hablando entre sí. Una de las voces pertenecía al miembro del consejo que había estado buscándole por la mañana, la otra voz era la de Efreet. 

—No te imaginas cuál ha sido mi sorpresa cuando he escuchado tu nombre, y además viniendo de semejante fuente. Lo que desde luego no esperaba era encontrarte en tan lamentable estado —decía el miembro del consejo. 

—Es mentira, no sé qué te han contado, pero no es cierto —respondió Efreet, intentando negar las acusaciones—. Por favor, Agní, juro que no he hecho nada. 

—¿Qué no has hecho nada? Esa sí que es buena —dijo el otro Djin entre risas—. Dices que no has hecho nada, después de mancillar a mi familia, profanar a los muertos y revelarte contra nosotros. 

—Fue un error, un accidente. 

—Y te dimos una oportunidad de redimirte, una oportunidad que desaprovechaste, huyendo de la ciudad a nuestras espaldas. 

—¡Asesinaste a mi hijo! 

—Fue un acto misericordioso. Era impuro. 

—Maldito bastardo. ¡Acabaré contigo! ¿Me escuchas? Te juro que te mataré. 

—Ja, ja, ja —se rió Agní—. Tus amenazas suenan algo vacías desde esa pequeña prisión en la que te encuentras, ¿no crees? 

—Pero saldré de aquí y entonces… 

—¡Basta! —ordenó el miembro del consejo—. Esta conversación ya me aburre. Teníamos un castigo preparado para cuando diésemos contigo, pero creo que el destino que has corrido ha sido mucho más duro que lo que cualquiera de nosotros pudiese haber ideado. Tu castigo será permanecer para siempre en ese contenedor, debajo de mi trono, en la sala del consejo, para que nunca olvides tus crímenes. 

—No puedes hacer eso. Va en contra de las normas. 

—Te olvidas de que las normas las hago yo. Y ahora, hablemos de cosas más interesantes. Cuéntame, qué es esta flauta y para qué sirve. 

—No sé nada. 

—No te creo, ibas a ayudarles a escapar a cambio de tu libertad. Sabemos que les indicaste cómo anular los efectos del veneno. Dime cuál es el secreto de este instrumento o haré que nuestro mejor científico idee algún modo de drenar tu sangre mientras permaneces encerrado en ese recipiente, bueno —se corrigió—, el segundo mejor científico. 

Alda y Kevin consideraron que ya habían escuchado suficiente. La situación era peor de lo que podían haber imaginado. La flauta estaba en posesión de los Djin y, por si fuera poco, habían capturado a Efreet, quien sin duda les daría toda la información que quisiesen a cambio de alterar su condena. A pesar de todo, Kevin lo lamentaba por el genio, quien al parecer tenía sus propios motivos para estar en contra del gobierno de los Djin. Sin embargo, no podían hacer nada por ayudarle en aquel momento. Lo primero era cuidar por su propia seguridad, la cual peligraba tremendamente mientras continuasen allí parados junto a la puerta. Tenían que salir de allí cuanto antes. El problema es que se encontraban en territorio enemigo y no había ningún lugar seguro para ellos. En poco tiempo se encenderían las luces y entonces se encontrarían rodeados de Djin. Estaban atrapados entre la espada y la pared.

SIGUIENTE

domingo, 23 de diciembre de 2018

III. LA CIUDAD SUBTERRÁNEA (8)


III. LA CIUDAD SUBTERRÁNEA



8


Kevin pasó por los edificios más emblemáticos de la ciudad, las fachadas decoradas, la fuente… Y terminó en los jardines, donde finalmente encontró a la persona que andaba buscando. 

Alda se encontraba en un rincón, comiendo algo de fruta junto a un estanque repleto de algún tipo de sustancia azulada y viscosa que hacía las veces de agua. Sabía que los Djin tomaban ese líquido también para saciar su sed. Kevin lo había bebido con cada comida y, solo ahora que se hallaba en pleno uso de sus facultades, se daba cuenta de ello. Supuso que, fuese lo que fuese que contenía el estanque, también llevaría su buena dosis de veneno. La Fane bebía de aquella cosa, llenando un pequeño cuenco que sostenía entre las manos, sin ser consciente del peligro que implicaba ingerir nada en aquel mundo. 

Kevin vio que la chica estaba sola, aunque no por completo, ya que había más Djin en los jardines. Pero no había nadie a su lado, lo que le daba a él la oportunidad de aproximarse. Comenzó a caminar hacia ella, cuando, del lado opuesto, aparecieron las dos personas que debían ser su escolta. De modo que, antes de poder hacer nada, ya había perdido la primera y única oportunidad que había tenido en todo el día. 

Las mujeres Djin se alejaron del lugar, junto con Alda, para dirigirse a un nuevo destino. Eso solo le dejaba a Kevin una opción: tendría que seguirlas. 

Trató de mantener una distancia de seguridad lo suficientemente grande como para que no le detectasen, pero sin alejarse tanto como para perderlas de vista. Hicieron varias paradas más en el camino, y en ningún momento volvieron a dejar sola a la Fane. 

La escolta Djin le estaba poniendo las cosas muy complicadas a Kevin para poder actuar, y el tiempo iba pasando. Si la cosas seguía así, antes de darse cuenta, llegaría la noche, se apagarían las luces y acompañarían a la chica hasta su… Entonces cayó en la cuenta de que eso era precisamente lo que más le convenía. Aunque hubiese podido abordar a Alda a lo largo del día, no llevaba la jeringuilla con él y, de haber hablado con la chica, ella ni siquiera lo hubiese reconocido. Pero si seguía a aquella comitiva hasta la habitación de la chica, podría recordar cómo llegar hasta el lugar, para poder volver, mejor preparado, unas pocas horas después, cuando ya no hubiese nadie por las calles. 

Su plan salió como lo había previsto y, cuando ya era bastante tarde, las Djin acompañaron a Alda hasta una habitación, que, para sorpresa de Kevin no quedaba demasiado lejos del lugar donde se alojaba él mismo. Pensó que, siendo así, lo tendría mucho más fácil de lo que había esperado para llegar hasta ella sin que nadie se diese cuenta. Ahora solo tenía que regresar a su dormitorio a por el antídoto para la chica. Pero antes de hacerlo, quería asegurarse de que, en efecto, aquella era la habitación de ella y no alguna otra parada arbitraria. 

Cuando las acompañantes de la Fane se hubieron ido, Kevin se aproximó hasta la puerta, con la intención de abrirla solo un poco, lo suficiente como para comprobar que aquella era la habitación de Alda. Pero cuando empujó la puerta, se encontró con un obstáculo que impedía el avance de la misma, se había apresurado demasiado y casualmente había ido a chocarse con la chica, que todavía permanecía junto a la puerta, al otro extremo. 

Al sentir el golpe, ella dio un pequeño salto, sorprendida por la visita. La Fane retrocedió un poco, permitiendo el movimiento de la puerta, y terminó de abrirla para encontrarse cara a cara con Kevin. 

—¿Quién eres? —le preguntó ella—. ¿Pensaba que ya había terminado la visita? Me disponía a acostarme. 

—Lo siento —se excusó Kevin—. No te molestaré mucho. ¿De verdad que no me recuerdas? 

—Lo cierto es que mi cabeza no está muy centrada últimamente y me cuesta memorizar las cosas. Supongo que es por estar en un lugar nuevo, con tantos rostros poco familiares y tantos nombres que aprender. Es abrumador. 

—Escúchame atentamente. Lo que te ocurre no tiene nada que ver con lo que tú piensas, la realidad es que te han envenenado y tus problemas de memoria se deben a ello. 

—Qué tontería. No sabía que los Djin también tuvieseis sentido del humor, es agradable aprender más cosas sobre tu gente. Aunque, ahora que lo pienso —dijo ella mirándole fijamente—, no te pareces mucho al resto de los tuyos. 

—Eso es porque yo no soy un Djin, soy un humano. Tienes que hacer un esfuerzo por recordar. Vinimos aquí gracias a la flauta, pero ninguno de nosotros pertenece a este mundo. 

—No sé de qué estas halando. Sea como sea, estoy agotada, si no te importa continuar esta conversación tan divertida por la mañana, me gustaría ir a dormir ya. 

Kevin la miró con tristeza, dándose cuenta de que su esfuerzo era inútil, en la situación actual no podía hablar con ella. Le haría caso y se marcharía, pero solo para regresar en un rato, con la sangre Djin. 

—No te preocupes, ya me voy —accedió—. Pero volveré en unas horas con el antídoto que me ha ayudado a conseguir Efreet. 

—¿Efreet? 

—Olvídalo —dijo Kevin, sin pensar en que probablemente ella lo olvidaría de todos modos, aunque él no se lo pidiese—. No es importante. Nos vemos luego. 

Tras lo cual, Kevin se marchó, sin esperar a que ella se despidiese. La memoria de la Fane estaba realmente mal, era imposible hacerla entrar en razón solo hablando con ella. Se apresuró a volver a su dormitorio para recoger la jeringuilla con la que poder curar a su compañera y poder explicarle la situación, el peligro en el que se encontraban, y todas las cosas que había descubierto sobre los habitantes de la ciudad. 

Durante el camino, comprobó que la mayoría de los Djin se habían retirado ya. Todas las zonas empezaban a verse mucho más despejadas de gente, quedando solo unos cuantos individuos diseminados por los lugares donde normalmente había más actividad. Calculó que, en poco más de una hora, las calles serían suyas para actuar a placer, pudiendo ir al encuentro de Alda sin que nadie le viese moverse por allí. 

Ya en su habitación, Kevin recogió la jeringuilla y esperó un buen rato, hasta estar seguro de que podía salir sin peligro. 

—Estate preparado —le dijo a Efreet, quien seguía oculto en la botella, bajo la cama—. En un rato volveré aquí con Alda y entonces escaparemos. 

—Todavía no veo cómo vamos a conseguir realizar esa increíble huida, pero aquí estaré esperando. No es que pueda ir muy lejos de todos modos, ¿verdad? 

Kevin respiró hondo y abandonó el dormitorio para adentrarse en aquellas sombrías y solitarias calles. 

Estaba todo completamente a oscuras, pero estaba preparado para lo que se iba a encontrar y por eso había memorizado el camino, de modo que palpando a tientas pudiese volver sobre sus pasos y reunirse con la Fane. El camino fue largo, más de lo que recordaba, y es que le resultó mucho más complicado de lo que había previsto moverse por la ciudad sin nada de luz para orientarse. Aun así, al final consiguió encontrar la habitación de la chica. 

Cuando entró en el habitáculo, vio que el lugar estaba tan a oscuras como el resto de la ciudad. Ella ya debía estar durmiendo, ya que por la noche las luces de las habitaciones solo se apagaban cuando no detectaban movimiento durante un rato. 

Fue acercándose con cautela hasta el centro de la habitación, que siendo similar a la suya propia, sabía que era el lugar donde encontraría la cama. Tenía que ir con cuidado de no hacer ningún movimiento brusco que hiciese que se encendiese la luz. Procuraría no despertar a la chica y así podría inyectarle el antídoto con más facilidad. Avanzó muy despacio, hasta que llegó a la altura de la cama. Se inclinó hacia delante y entonces estuvo lo bastante cerca como para comprobar, con sus ojos adaptados a la oscuridad, que ella no estaba donde se suponía que tenía que estar. 

Le entró el pánico. Pensó que todo lo que había hecho no había servido para nada. Tal vez con su anterior visita la había asustado y ella había huido de aquella habitación. O, al caminar sin luz, se había metido en el cuarto equivocado. 

Abatido por aquella decepción, Kevin se sentó en la cama y dio un resoplido. Estaba seguro de haberse orientado bien en la oscuridad, no entendía cómo podía haberse confundido de aquella forma. La chica tenía que haber estado durmiendo en la cama… 

Entonces se dio cuenta de su error. No podía estar en la cama, porque a ella no le gustaba dormir en camas. Aunque hubiese perdido la memoria, sus instintos debían seguían siendo los mismos. Estaba convencido de que estaba en lo cierto, no cabía duda de que la chica se encontraba en la habitación durmiendo, pero no donde él había esperado, sino que debía estar en algún lugar del suelo. 

Se agachó y empezó a avanzar a gatas por la estancia, con mucho cuidado para no tropezar con Alda. De esta manera, no tardó mucho en encontrarla. La chica estaba echa un ovillo en el lado opuesto por el que él había entrado, junto a la cama. 

Ahora venía la parte más delicada, introducirle la aguja en la piel con rapidez para que ella no se despertase antes de tiempo. Si la chica se despertaba inoportunamente y comenzaba a chillar o algo parecido, podría ponerles a ambos en un terrible compromiso, terminando así con toda posibilidad de huida. Aunque, por otro lado, recordando cuál había sido su reacción al antídoto, Kevin le preocupaba que la reacción de ella pudiese ser demasiado violenta si le inyectaba la sangre sin previo aviso. Era todo un dilema el que tenía entre manos, pero tampoco podía quedarse pensando en ello para siempre, el tiempo del que disponían era muy limitado. 

Al final optó por no demorar más aquello y pasar el mal trago cuanto antes. Con la mano libre, cogió el brazo de la Fane suavemente para no despertarla y le dio la vuelta colocándolo en la posición que le era más conveniente para administrarle el antídoto. 

De repente las luces se encendieron, pero no solo provenían de las paredes, había luces por todas partes. El suelo, el techo… todo estaba iluminado. Y lo peor de todo era que Kevin ya no estaba sosteniendo el brazo de una chica, sino una serpiente enorme, con aspecto de estar a punto de morderle. 

Al ver aquello, se asustó y abrió la mano, dejando caer inmediatamente a aquel animal peligroso. Pero, apenas hubo hecho esto, se dio cuenta de lo estúpido que había sido. Tenía que haber estado preparado mentalmente para aquello. Había vuelto a ser víctima de las alucinaciones provocadas por la Fane, al parecer su mecanismo de defensa funcionaba incluso cuando ella estaba durmiendo. El problema era que lo que había soltado de golpe no era una serpiente, sino el brazo de la chica y, en consecuencia, ella se había despertado. 

Alda le miraba confusa, intentando comprender la situación, aunque sin alarmarse. Kevin esperaba que la chica empezase a gritar en cualquier momento, pero nada de eso ocurrió, ella hacía poco más que mover la cabeza. 

El veneno estaba más avanzado de lo que había supuesto, porque parecía que la chica era incapaz de moverse. La Fane empezó a asustarse debido a lo que le estaba ocurriendo, lo que ocasionó lo que se podría considerar una explosión en su sistema de defensa. Comenzó a lanzar visiones a discreción, intercalando unas imágenes con otras. Para no sobresaltarse con lo que veía, Kevin tuvo que cerrar los ojos. Si no hacía algo rápido, la cosa podía ponerse todavía mucho peor. Sin pensárselo dos veces, descargó el brazo que sostenía la jeringuilla hacia delante, sobre el cuerpo de la chica. Rezó, con la esperanza de haber dado en el blanco, y entonces presionó el embolo, vaciando así todo el contenido en lo que esperaba fuese el organismo de la Fane.

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lunes, 10 de diciembre de 2018

III. LA CIUDAD SUBTERRÁNEA (7)


III. LA CIUDAD SUBTERRÁNEA



7


“No lo hagas”, dijo una voz dentro de su cabeza. 

La voz empezaba a resultarle familiar a Kevin, porque ya la había escuchado en diversas ocasiones. Tenía un tono grave y parecía guiarle siempre en la dirección adecuada. Asociaba esta voz con su instinto de supervivencia, aquel que llevaba oculto en lo más profundo de su subconsciente, y no creía que fuese prudente no hacerle caso. Al escuchar estas palabras, se detuvo y se quedó con el brazo en alto, sin introducirlo en el líquido, mientras esperaba más instrucciones. Estaba expectante a que su instinto le volviese a dar algún consejo, una alternativa, pero la voz no le hablaba. Tomó aire y recapacitó. Quizás le estaba dando demasiada importancia a aquellas palabras, era posible que fuesen solo un producto de las dudas y el temor a que no funcionase lo que iba a hacer. Tenía que ser valiente y terminar con lo que había empezado, pasase lo que pasase. Así que cerró los ojos y continuó acercando la mano a la superficie del líquido. 

“¡Espera!” 

Esta vez la voz sonó como un grito desesperado y, al escucharla, Kevin no solo se detuvo, sino que se retiró inmediatamente hacia atrás, alejándose de la bañera. 

“No se dañará, pero perderá la memoria, volviendo a su estado original.” 

Le pareció que nada de aquello tenía sentido, no entendía lo que le estaba diciendo la voz, ¿Qué quería decir con que perdería la memoria? Y la voz interrumpió sus pensamientos una vez más. 

“Si el viento de Kalen lo olvida todo, también se perderán las canciones. No será diferente a cualquier otra flauta. Por lo tanto, no serás capaz de viajar.” 

Estaba claro que aquella no era su propia voz. No cabía duda de que alguien le estaba hablando, aunque el sonido viniese del interior de su propia cabeza. Hasta el momento, aquella persona, o lo que fuese, nunca se había equivocado y siempre había obrado a su favor. Por lo tanto, Kevin decidió que debía creer lo que le estaba diciendo la voz. Le preguntó a su mente qué debía hacer, qué alternativa tenía, pero nadie contestó. 

No iba a seguir adelante con aquello, de manera que tendría que pensar en alguna otra cosa, aparentemente por sí mismo, sin ayuda de voces misteriosas. Volvió a guardar el instrumento en su funda y salió de la sala, para volver a su habitación a continuar pensando en la manera de solucionar el asunto. 

Por el camino de vuelta, se detuvo delante de la puerta cerrada. Se lo ocurrió que quizás, entre todo el instrumental que había dentro de aquella estancia, podría encontrar algo que le ayudase a desatascar la flauta. Se acercó a la puerta y miró a través de la cerradura. Era difícil ver con claridad desde aquella posición y no podía localizar nada útil. Si quería buscar adecuadamente, iba a tener que entrar una vez más allí. No obstante, sabía que no podía hacerlo solo. No quería involucrar al genio en todo aquello, tenía la certeza que si Efreet descubría lo del viento de Kalen ocurriría algo terrible, pero le necesitaba para abrir la puerta. Pensó que tendría que darle alguna excusa al Djin para que le ayudase a entrar en la habitación cerrada, de forma que este no supiese realmente cuál era su propósito. Con esta idea en mente, continuó caminando hasta que estuvo de regreso en su dormitorio. 

Antes de hacer nada, escondió la flauta debajo de una almohada. Después sacó la botella de debajo de la cama, se la acercó a la cara y le habló al genio. 

—Necesito tu ayuda —dijo Kevin—. Tienes que volver a abrirme la puerta donde le sacan sangre a los Djin. 

—¿Por qué iba a hacer semejante estupidez? 

—Porque quieres escapar de aquí y quieres que te lleve conmigo. 

—¿Qué tiene que ver una cosa con la otra? 

—Hay algo dentro de esa habitación que necesito para llevar a cabo mi plan. 

—No veo qué podrías utilizar de ahí dentro. 

—Vas a tener que confiar en mí, de momento no te puedo decir nada más. 

—No me gusta nada esto. Tengo la sensación de que estás intentado dejarme de lado. No voy a ayudarte para que luego me abandones a mi suerte. 

—Si no me ayudas, ninguno tendremos ninguna posibilidad. 

—Bien, entonces, si me descubren, al menos me regocijaré escuchando cómo te torturan. Mi suplicio será menor cuando piense en el tuyo. 

—No te dejaré atrás. Prometo llevarte con nosotros cuando huyamos. 

El genio se lo pensó durante unos instantes. Mientras tanto, Kevin le miraba fijamente con ojos suplicantes. Necesitaba su ayuda, lo suficiente como para hacérselo ver a Efreet, incluso aunque ello supusiese que este pensase que tenía el control de la situación. Además, mientras se guardase para sí la información más importante, continuaría teniendo un as en la manga, que en el caso de que las cosas fuesen mal y el Djin intentara hacer algo, podría usar, sin importarle qué promesas le hiciese. 

—Muy bien, te abriré la puerta —accedió finalmente el genio—. Pero deberás cumplir tu promesa y llevarme contigo cuando llegue el momento. 

—Trato hecho. ¿Nos ponemos en marcha? 

—Llévame hasta allí. 

Kevin había conseguido convencer a Efreet, pese haberle tenido que mentir. Lo cierto es que no tenía ninguna intención de llevárselo con ellos una vez hubiesen arreglado la flauta. Si hubiese hecho una promesa a cualquier otra persona, la hubiese respetado hasta el final, pero no podía tratar del mismo modo a aquel ser que había intentado asesinarle. Aunque fuese en contra de su sistema de valores, aquella era una promesa que daba por hecho que rompería. 

En breve, se encontró de vuelta en la habitación cerrada. Le parecía inverosímil el hecho de que, pese sentir tanta repulsión por aquel lugar, no dejase de acudir a la sala. 

No perdió el tiempo. Apenas hubo pisado el interior de la estancia, sin siquiera molestarse en entornar la puerta, fue inmediatamente hasta los estantes y comenzó a rebuscar con el fin de encontrar algo de utilidad. Registró todo a conciencia y, justo cuando empezaba a perder la esperanza, encontró lo que necesitaba detrás de un montón de tubos de goma. Allí, oculto, había un fino utensilio de metal que tenía uno de los extremos acabado en punta y el otro extremo una especie de algodón u otro tipo de material blando. Pensó que era perfecto, primero desatascaría la flauta con la parte dura y después, con la otra, terminaría de limpiarlo. 

Esperó que Efreet le preguntase sobre lo que acababa de recoger, pero el genio no dijo nada, le dejó actuar sin hacer preguntas. El comportamiento del Djin hizo que Kevin se preguntase sobre hasta qué punto estaría este asustado, o desesperado, como para querer que él cumpliese su parte del trato y le sacase de la ciudad. 

Volvieron al dormitorio y, tras volver a esconder la botella, se puso manos a la obra. Con mucha suavidad, introdujo aquel metal en el orificio de la flauta y fue presionando poco a poco, girando la muñeca mientras empujaba, hasta que finalmente el atasco empezó a ceder. Primero solo cayeron unos granos de arena, después, su utensilio consiguió llegar hasta el otro lado del instrumento, y finalmente cayó todo lo que había estado atascando la flauta. 

Para acabar con el trabajo, Kevin usó la parte blanda de su herramienta y trató de eliminar cualquier resto de arena que pudiese estar todavía dentro del viento de Kalen. Así, tras poco más de media hora de trabajo, estuvo listo para comprobar el resultado de su esfuerzo. Se llevó la boquilla a los labios y sopló ligeramente para no hacer mucho ruido. La flauta emitió un leve pitido, indicando que volvía a estar operativa y en pleno funcionamiento. Ahora sí que estaba listo para emprender la huida. 

—¿Qué ha sido ese ruido? —preguntó inmediatamente Efreet. 

—Una buena señal para los dos —respondió Kevin alegremente, aunque consciente de que sus palabras sonaban algo crípticas. 

Afortunadamente, el genio no le inquirió más acerca del significado de todo aquello, por lo que Kevin no necesitó recurrir a ninguna mentira o explicación falsa. 

El siguiente paso era localizar a Alda e inyectarle el antídoto. 

Kevin pensó en salir inmediatamente en busca de la Fane, pero ahora que las cosas empezaban a ir bien no debía apresurarse y arriesgarse a echarlo todo al traste. No era buena idea empezar a vagar por los pasillos sin rumbo, en busca de alguien que podía estar en cualquier estancia. Si entraba en la habitación errónea, podía encontrarse en una situación bastante desagradable cuando le interrogasen por sus motivos para estar allí, con un Djin en una botella en una mano y una jeringuilla con sangre en la otra. Lo más prudente sería intentar encontrar la habitación de Alda por la mañana y reunirse con ella a la noche siguiente, una vez ya supiese dónde tenía que ir. 

Decidió que, por el momento, aquel día había dado ya mucho de sí, resultando plenamente productivo, y lo mejor sería acostarse y descansar para estar preparado para el día siguiente, con suerte el último día que tendría que pasar en aquella ciudad sepultada por la arena del desierto. 

Al amanecer, o más bien con el encendido de las luces de la mañana, Kevin se levantó inmediatamente, lleno de energía y sintiéndose preparado para recuperar su libertad y la de su compañera Fane. Había llegado el momento de la verdad. 

Esta vez quería ponerse en movimiento antes de que nadie viniese en su busca o le saliesen al paso, interceptándole para hacer otra visita de la ciudad. Tenía que intentarlo, aunque sospechaba que sus movimientos estaban vigilados constantemente por todos los Djin que poblaban las calles y, en cuanto le viesen aparecer, alguien se le acercaría proponiéndole algo que lo mantuviese ocupado. Tendría que pensar en un modo de dar esquinazo a quien sea que le acompañase en esta ocasión, todo ello manteniendo la farsa y haciendo pensar a los Djin que todavía sufría los efectos del veneno. 

Salió del dormitorio y avanzó con sigilo hasta una esquina, desde donde se asomó al pasillo principal. Por el momento nadie le había asaltado, pero si se exponía al tumulto de gente que iba arriba y abajo por aquella calle, no tardarían en salirle al paso. No podía pasar por allí sin más. 

Entonces se fijó en las vestimentas de la gente. Algunos Djin iban completamente cubiertos con sus prendas, hasta el punto en que la tela les tapaba completamente el rostro, dejando ver solo sus ojos. Se le ocurrió que, si se disfrazaba como ellos, tendría más fácil el paso y quizás pudiese moverse libremente por la ciudad, solo tendría que procurar no mirar a nadie directamente para que no se diesen cuenta de que sus ojos no eran rojos. Con el mismo cuidado con el que había salido, regresó a la habitación, añadió varias prendas a su indumentaria y se miró en el espejo. Comprobó su aspecto y pensó que podría pasar perfectamente como un Djin más. 

Se dirigió una vez más a la calle principal, esta vez atreviéndose a moverse por ella. Cada vez que se cruzaba con alguien, se ponía nervioso, pensando que le reconocerían y le harían variar su rumbo. Pero eso no ocurrió, los Djin le ignoraban por completo. 

Bajo aquel disfraz, pudo ver un aspecto completamente distinto de los Djin, quienes habían abandonado aquella fachada amable, que aparentemente solo mostraban cuando estaba él presente. Entre sí, los Djin se trataban fríamente, evitando el contacto entre ellos, salvo cuando alguno se sentía ofendido, momento en el cual se iniciaba una especie de competición silenciosa de miradas furiosas, hasta que alguno de ambos abandonaba y seguía su camino. Kevin procuró no tropezarse con nadie, para evitar aquel tipo de enfrentamientos. 

Las calles estaban repletas y los establecimientos llenos de gente, pero no veía por ningún lado a la persona a quien estaba buscando. No tenía la menor idea de por dónde empezar a buscar. Aunque había hecho ya varias visitas a la ciudad, seguía sin tener claro cuál era su configuración. 

La región donde se encontraba Kevin en esos momentos parecía ser un área de ocio. También había recorrido algún tramo que parecía más bien comercial. Pero lo que él necesitaba era encontrar zonas residenciales, donde pudiese estar alojada la Fane. 

Todo lo que podía hacer era deambular de un lado a otro, con la esperanza de tener un golpe de suerte. 

De repente, vio un rostro conocido unos metros más adelante, entre la multitud. No era Alda, sino el del mismo miembro del consejo que había acudido a buscarle a su habitación el día anterior. El Djin no dejaba de mirar de un lado a otro, como si estuviese buscando algo, y Kevin intuía que a quien buscaba era a él. Supuso que el miembro del consejo habría acudido a su encuentro por la mañana y, al no encontrarle en sus aposentos, habría salido en su busca. 

Kevin trató de mantener la calma y no parecer sospechoso. Giró la cabeza y continuó caminando en línea recta, hasta que hubo abandonado la línea de visión del Djin. No estaba dispuesto a permitir que estropeasen sus planes, esta vez no. 

Pasaron las horas y seguía sin haber rastro de Alda. Aunque, afortunadamente, tampoco volvió a tropezarse con el miembro del consejo. Estaba empezando a desesperarse, ya solo le quedaba empezar a gritar el nombre de la chica al aire, con la esperanza de que ella acudiese a su llamada. Por supuesto no iba a hacer semejante estupidez, pero el pensamiento pasó fugazmente por su cabeza. 

Trató de cambiar el enfoque de las cosas, tenía que mirar el problema desde un ángulo distinto. ¿Cómo podía encontrar a alguien que podía estar en cualquier lado en aquella ciudad? 

Posiblemente le estaban dando a la chica el mismo trato que le habían dado a él. Ella estaría desorientada y los Djin la irían llevando de un lado a otro, visitando todos los días los mismos sitios y dándole de comer los mismos alimentos, hasta que ella acabase por sucumbir. Entonces un pensamiento lúgubre pasó por su cabeza: ¿y si Alda ya estaba paralizada y se encontraba en la última fase del envenenamiento? Rápidamente apartó esa idea de su mente, no podía permitirse pensar así, no ahora que estaban tan cerca de escapar. Cuando la había visto el día anterior, ella parecía encontrarse bien, pese a no reconocerle, y no creía que el veneno hubiese actuado con tanta rapidez en solo unas pocas horas. 

De pronto tuvo un momento de inspiración. Se dio cuenta de que si se había encontrado con la Fane aquella vez, había sido precisamente porque había estado visitando el mismo lugar al que le habían llevado a él. Eso quería decir que, en realidad, sí que sabía los sitios donde ella podía estar, los había visitado todos varias veces. Se puso en marcha con la intención hacer aquello que pensaba que no iba a volver a hacer más, empezó de nuevo el recorrido turístico por la ciudad.

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lunes, 3 de diciembre de 2018

III. LA CIUDAD SUBTERRÁNEA (6)


III. LA CIUDAD SUBTERRÁNEA



6


Cuando todo hubo terminado, Kevin respiró aliviado, ya que al menos, a pesar de aquella extraña transformación, el dolor había cesado por completo. 

—Si te hubiese dicho lo que iba a ocurrir, no lo hubieses hecho —aclaró Efreet, adelantándose a cualquier posible represalia. 

Kevin estaba furioso. Si no fuese porque necesitaba al genio, en aquel mismo momento hubiese tirado la botella al pasillo o, mejor aún, la hubiese abandonado en la sala cerrada para que lo convirtiesen en otra de aquellas fuentes de luz biológicas. Afortunadamente para el Djin, tenía demasiado sentido común como para dejarse llevar por la rabia. Se tranquilizó, fue hasta la botella que contenía a Efreet y le habló, intentando sonar amenazador, para que el genio entendiese que su vida dependía de lo que respondiese en ese momento. 

—¿Qué me has hecho? 

—Nada, lo prometo. Esa era la reacción normal. Solo has experimentado un pequeño efecto secundario. 

—Habías dicho que no habría ninguna reacción adversa. 

—Puede que haya dicho algo así, pero no te he mentido. Ya estás bien, ¿verdad? No te quedarán secuelas perjudiciales. 

A Kevin no le gustaba nada como se estaba desarrollando todo aquello. Sabía que no podía fiarse de las palabras del genio, ya había intentado matarle en una ocasión y aquello debería haber sido suficiente para no confiar, pero lo que acababa de ocurrir lo confirmaba. Además, algo en sus palabras le resultaba sospechoso. No le gustaba la forma en que le había asegurado que no le quedarían secuelas, porque en realidad no lo había negado, solo había dicho que las secuelas no serían perjudiciales. 

—¿Qué hay de mis ojos? Han cambiado de color. 

—En unas pocas horas volverán a la normalidad. No tienes nada que temer, ya he visto esta reacción antes... en una ocasión. Solo quiere decir que has asimilado la esencia de los Djin y que esta se está integrando en tu organismo. Es solo una muestra de que, lo que has hecho, ha surtido efecto. Ahora sabemos sin ninguna duda que te recuperarás del envenenamiento. 

—¿Quieres decir que cabía la posibilidad de que no funcionase? 

—Bueno… no se han hecho tantas pruebas en realidad. Comprenderás que no recibimos muchos visitantes de otros mundos. 

—Maldito hijo de puta. 

—No sé de qué te quejas, todo ha salido bien. Deberías estar contento. 

—Tú también. Deberías alegrarte de que todavía te necesite. 

No hablaron más. Kevin estaba demasiado cansado por la experiencia por la que acababa de pasar, su cuerpo estaba resentido y necesitaba echarse a dormir. Lamentaba tener que posponer su conversación con Alda, pero no se sentía capaz de dar un solo paso, mucho menos podría haber sido capaz de encontrarla en aquel estado. Además, si alguien le hubiese encontrado deambulando por ahí con los ojos de color rojo, inmediatamente hubiesen adivinado lo que había ocurrido y entonces todo el plan se hubiese echado a perder. Tendría que esperar a que su cuerpo volviese a la normalidad antes de hacer nada más. Aquello, además, tendría sus ventajas, ya que, para entonces, el veneno habría desaparecido y podría pensar de nuevo con claridad. Ya había perdido demasiado tiempo y no le gustaba tener que desaprovechar más horas en iniciar su fuga, pero cuando se pusiese en marcha, no pensaba dejar que nadie se interpusiese entre la libertad y él. 

Se quedó dormido rápidamente y pudo descansar, en esta ocasión sin sueños perturbadores o pesadillas infernales. 

Cuando abrió los ojos ya había amanecido. Tenía la sensación de haber estado muchísimo tiempo durmiendo y se sentía descansado. Lo primero que hizo fue ir rápidamente a mirarse en el espejo. Comprobó así que esta vez Efreet no le había engañado, los ojos habían recobrado su color normal. 

Ahora estaba preparado. El siguiente paso era encontrar a Alda y darle también a ella el antídoto. Le sabía mal tener que hacer pasar a la Fane por aquella terrible experiencia, pero era el único modo de que ambos pudiesen escapar de allí. 

Kevin se disponía a salir por la puerta, cuando se paró en seco. No podía actuar de forma impulsiva ahora, tenía que planificarlo todo mejor, para que no surgiesen problemas imprevistos. Si simplemente iba en busca de Alda y entonces intentaban darse a la fuga sin más, estaba claro que no iban a llegar muy lejos. Además, tenía que valorar cuál era su mejor opción para escapar. Podía preguntarle a Efreet si había alguna salida que pudiesen utilizar, o podría hacer algo mucho mejor y que no se le había ocurrido hasta el momento a causa del veneno que había recorrido su organismo unas horas antes. Si reparaba la flauta, todos sus problemas estarían solucionados. No tendría más que encontrar a la Fane, tocar el instrumento, y estarían fuera de allí antes de que los Djin se diesen cuenta de lo que había ocurrido. Decidió que ese sería el mejor plan de acción. Ahora solo tenía que averiguar cómo hacer que la flauta funcionase de nuevo. 

—Deberías salir de la habitación —le dijo Efreet—. Si no sales, empezarán a sospechar que algo no va bien y vendrán a buscarte. 

—Lo sé, pero estoy pensando en cómo escapar de aquí. 

—Planees lo que planees, no podrás hacer nada hasta que no caiga la noche. Por el día te será imposible pasar desapercibido. 

—Si todo sale bien y consigo lo que necesito, no importará que sea de día o de noche. Todo ocurrirá muy rápido, demasiado como para que los Djin puedan hacer nada al respecto. 

—¿Piensas decirme en qué consiste ese plan tan maravilloso tuyo? 

En realidad, Kevin no quería hablarle al genio sobre el instrumento. Sabía que aquella era información poderosa y que Efreet podría traicionarle, utilizando dicha información para ganarse un indulto. Lo mejor sería mantenerle a oscuras hasta que hubiese resuelto todos los detalles. Además, todavía no había decidido si se llevarían al Djin con ellos, ni siquiera había pensado en ello. Era cierto que Efreet le había ayudado a curarse, pero también lo había hecho por su propio interés. Y estaba la cuestión de no querer liberar a un pirómano homicida en otro mundo, mucho menos en el suyo. 

—Por ahora no, te lo contaré cuando llegue el momento —dijo finalmente Kevin, tras pensar en ello. 

—No te culpo por ello. Posiblemente haces bien desconfiando, no te debes fiar de nadie mientras estemos en la ciudad. Pero, solo por precaución, quizás deberías tener un plan alternativo por si las cosas no salen como tú esperas. 

—¿Alguna sugerencia? 

—Hay un camino que podríamos utilizar para regresar al desierto sin ser detectados. Puede que sea difícil para vosotros, pero creo que podría salir… —Efreet no terminó la frase que estaba diciendo—. Deprisa, escóndeme debajo de la cama, viene alguien. 

Kevin ocultó rápidamente la botella y se sentó, intentando actuar con disimulo. La puerta se abrió y apareció un Djin, era uno de los miembros del consejo. 

—Buenos días. ¿Cómo nos encontramos hoy? —preguntó el recién llegado. 

—Estupendamente, tratando de decidir qué debería hacer con mi tiempo libre. 

—Fantástico. Como no abandonabas tus aposentos, uno de tus vecinos estaba empezando a preocuparse y me ha avisado. De cualquier modo, es bueno saber que no hay ningún problema. 

“Sí, claro”, pensó Kevin, “probablemente solo ha venido hasta aquí para comprobar si el veneno me había dejado ya completamente paralizado”. Tenía que recordarse que, a partir de ahora, mientras estuviese en compañía Djin tendría que actuar como si estuviese bajo los efectos del Zaqum. 

—Iba a salir ahora mismo. 

—¿Te ha enseñado alguien la ciudad? Yo mismo podría acompañarte a dar una vuelta, y después podríamos degustar algunos manjares, preparados especialmente para la ocasión. 

—Parece buena idea, tenía ganas de ver un poco la ciudad —mintió, sabiendo que ya había realizado la visita el día anterior, intentando demostrar síntomas de amnesia. 

De modo que no tuvo más remedio que realizar de nuevo el mismo recorrido que ya había hecho. Pasaron por los mismos sitios, vieron las mismas fachadas y terminaron su paseo en la fuente de gemas, donde, una vez más, el Djin que le acompañaba le obsequió con una bolsa llena de piedras preciosas. 

Ante todo esto, Kevin procuró intentar sorprenderse y parecer igual de agradecido por el regalo que el día anterior. 

Al acabar en la plaza, su acompañante, quien ya no era el miembro del consejo que había acudido a su habitación a primera hora, sino otro Djin distinto que le había relevado al poco de comenzar la visita, le indicó que a continuación se dirigirían a los jardines a comer algunos de los mejores alimentos que podían encontrarse en la ciudad. Kevin sabía que aquella oferta era una mera excusa para continuar envenenándole, ya que toda la comida de aquellos seres contenía la misma sustancia nociva que los frutos del desierto. Pero ahora ya no debía temer la ingesta, ya que se suponía que era inmune al veneno. Aun así, no le hacía demasiada gracia consumir veneno conscientemente, con inmunidad o sin ella. 

Iba siguiendo a su acompañante, de camino a los jardines, cuando se cruzaron con otra pequeña comitiva caminando en dirección contraria. Tres individuos regresaban precisamente del lugar al que ellos se dirigían. El grupo lo componían dos mujeres Djin y otro ser distinto al que iban escoltando, por supuesto, se trataba de Alda. 

Kevin hubiese esperado una reacción por parte de ella cuando pasó por su lado. Pero le decepcionó ver que la chica ni tan siquiera le miró, continuó con la vista al frente, sin siquiera reparar en su presencia. Quiso decirle algo, avisarla del peligro, contarle su plan para escapar, pero tuvo que contenerse y pasar de largo. No podía delatar su coartada, se suponía que no debía reconocerla, ya que su memoria no funcionaba bien, o al menos eso era lo que tenía que hacer pensar a los Djin. 

El encuentro con la chica le había cogido por sorpresa, no había estado preparado para ello y durante el resto del día no pudo sacarse de la cabeza la forma en que ambos habían pasado por al lado con indiferencia. Aquello era una muestra más de lo urgente que era escaparse de allí. Tomó la decisión de no perder un momento más. Aquella noche, cuando regresara a la habitación, no cesaría en su empeño hasta que hubiese hallado la manera de arreglar la flauta, aunque ello supusiese pasar toda la noche en vela. Si todo iba bien, al día siguiente habrían abandonado aquel mundo infernal. 

El resto del tiempo que pasó acompañado, Kevin estuvo ausente, asintiendo a todo lo que le decían y dejándose llevar de un lado a otro, cuando la verdadera actividad estaba teniendo lugar dentro de su cabeza. No dejaba de pensar en maneras para intentar desatascar el instrumento. Así pues, cuando por fin le dejaron de vuelta en sus aposentos, no tardó ni un instante en acercarse a la cama y sacar la mochila que estaba guardada debajo. Eso sí, solo extrajo la mochila, la botella que contenía a Efreet la dejó oculta. No quería que el genio le viese manipular la flauta, cuanto más tiempo desconociese su existencia sería mejor. 

—¿Qué estás haciendo? ¿Forma eso parte de tu plan? —preguntó el Djin desde su escondite. 

Pero Kevin no tenía intención de responder a ninguna pregunta. Estaba concentrado, pensando en cómo resolver el problema que tenía entre las manos. A partir de aquel momento, por lo que a él respectaba se encontraba solo en la habitación, y por más que Efreet insistiese, este no obtendría ninguna contestación. 

Sacó la flauta de su funda y miró las aperturas en ambos extremos, tratando de localizar la obstrucción. La luz no pasaba de un lado al otro, lo que indicaba que, en efecto, había algo en el interior del cilindro, arena con toda seguridad. Le dio algunos golpes en los extremos para ver si así caía la arena, pero no salió ni una sola partícula. Estaba claro que así no iba a conseguir nada, tenía que pensar alguna otra cosa, algo que todavía no hubiese intentado. Miró por todas partes de la habitación, buscando con los ojos algo que le diese una idea, pero fue en vano. Si había algún modo de reparar el instrumento, no parecía que fuese a hallarlo en aquella estancia, tendría que salir fuera. 

Lo primero que le vino a la cabeza fue llevar la flauta a los baños, para sumergirla en aquella sustancia parecida al agua. Aunque temía que, haciéndolo, pudiese dañar el instrumento de forma irreversible. Buscó mentalmente alternativas, pero no se lo ocurrió nada más, así que terminó por dirigirse hasta la habitación de la bañera, con la esperanza de encontrar algo allí, o para, en el caso de no ser así, sumergir la flauta como último recurso. 

Llegó a su destino, pero allí tampoco encontró nada. No quería arrojar la flauta en aquella sustancia, pero no veía otra opción. Se acercó junto a la bañera e introdujo la mano en su interior para comprobar que el estado del líquido era el mismo de siempre. Aquel fluido tenía propiedades curativas, algo que ya había podido comprobar previamente en sus propias carnes, pero dudaba del efecto que pudiese tener en algo que estaba hecho de un material inorgánico, de origen desconocido. No estaba seguro de aquello y vacilaba. Si se equivocaba, sería su perdición y estarían allí atrapados para siempre, o hasta que los Djin decidiesen acabar con sus vidas. Pensó en Alda, en su encuentro con ella en el pasillo, y entonces se decidió, tenía que arriesgarse por el bien de ambos. Sosteniendo la flauta en la mano, fue inclinando el brazo hacia delante con la intención de sumergirlo cuidadosamente dentro de la bañera, con la esperanza de que aquello funcionase.

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lunes, 19 de noviembre de 2018

III. LA CIUDAD SUBTERRÁNEA (5)


III. LA CIUDAD SUBTERRÁNEA



5


El lugar estaba tan solitario como la noche anterior, lo cual tranquilizó a Kevin, ya que eso facilitaría su tarea, al poder llegar hasta la puerta sin ser descubierto por nadie. 

Fue un corto paseo hasta que alcanzó su destino. Sin embargo, el problema seguía siendo el mismo, estaba ante una puerta cerrada y, por mucho que el genio le dijese, Kevin no veía de qué modo este iba a ser capaz de abrir la puerta. 

Antes de hacer nada más, la curiosidad pudo con él y no pudo evitar querer echar un nuevo vistazo al interior de la estancia. Se agachó y acercó el ojo a la cerradura para encontrarse de lleno con el mismo escenario dantesco de la noche anterior. 

Una gran cantidad de Djin están sentados en unas sillas a las que permanecían atados con correas, mientras algún tipo de maquina les extraía sangre incesantemente. Todo para que el “sistema eléctrico” pudiese funcionar un día más, al menos para la clase privilegiada. 

—¿Qué hacemos? —preguntó Kevin, susurrando para que nadie más les escuchase. 

—Solo acerca la botella a la cerradura —le indicó Efreet. 

Kevin hizo lo que el Djin le pidió e, inmediatamente, la botella comenzó a brillar con gran intensidad. La luz que emitía el genio iba cambiando entre tonalidades anaranjadas y rojizas, hasta que la llama cambió drásticamente a un color verde pálido. Cuando apareció este ultimo color fantasmagórico, se escuchó un sonido proveniente de la puerta, algo parecido a un “clic”. En ese momento la puerta se abrió con suavidad, como si nunca hubiese estado cerrada. 

—¿Era tan fácil? —dijo Kevin con asombro. 

—No, no lo era. Ningún Djin hubiese podido pensar que alguien pudiese convencer a uno de los suyos para que le abriesen la puerta. Y aun así, los Djin podemos crear más de mil variaciones en el tono e intensidad de nuestra llama. La cerradura está sintonizada con una combinación muy precisa, de modo que incluso para nosotros, si no se conoce la combinación exacta, es virtualmente imposible adivinarla. 

—Eso quiere decir que has estado aquí antes. 

—Sí, pero no es momento de contar historias. Haz lo que has venido a hacer. 

Entraron en la habitación y Kevin cerró de nuevo la puerta tras él. Una vez en el interior, la escena le pareció todavía más macabra. Estar rodeado de todos esos seres indefensos, mirando mientras les drenaban la vida y se debilitaban cada vez más, era algo abrumador. Por si no fuera suficiente con aquella visión, la habitación tenía un aspecto terrible, se veía sucia y descuidada. En aquella estancia no existía el brillo que había visto hasta el momento en el resto de la ciudad Djin. Todo era color tierra y las superficies estaban salpicadas con unas manchas fosforescentes de aspecto gelatinoso. Aunque lo peor era el olor, este era profundamente desagradable e intenso, algo que Kevin ni siquiera era capaz de describir, pues nunca antes había olido nada parecido. 

Era como si estuviese teniendo la peor de las pesadillas, solo que sabía que aquello era real. De repente sintió nauseas, su cuerpo no resistía estar en aquella situación y reaccionó en consecuencia. Sin embargo, se tuvo que contener las ganas de vomitar, no podían dejar ninguna prueba de su paso por allí. 

Junto a los reclusos, sobre una repisa, vio que había todo tipo de instrumental. Supuso que, con estos aparatos, los Djin que estaban a cargo, se ocupaban de iniciar la extracción de sangre a sus congéneres. 

Entre las herramientas pudo ver que había una jeringuilla, lo único que podía utilizar para su propósito. No le gustaba nada la idea de introducirse aquella aguja en la piel, no tanto por el dolor, sino por el lugar donde la había encontrado, en aquellas condiciones tan poco higiénicas y habiendo sido utilizada, sin lugar a dudas, con más de un sujeto. Pero no había nada más a su alcance, la situación era desesperada y no estaba en condiciones de ponerse quisquilloso. Cogió la jeringuilla y se acercó a uno de los Djin, el que tenía más cerca. 

El individuo al que se aproximó tenía un aspecto tan deplorable como los demás de la habitación. Parecía estar en coma o exhausto, al borde de la muerte. Aquello le parecía completamente inhumano, aunque, por otro lado, aquellos seres no eran humanos. De cualquier modo, no podía evitar luchar una batalla interna consigo mismo. Iba a utilizar la sangre de una criatura indefensa, de la que otros ya habían abusado suficiente, cuando él había sido el primero en condenar semejante conducta. Aquello iba en contra de todo en lo que creía, pero sabía que tenía que hacerlo si quería sobrevivir. 

Kevin introdujo la aguja en la piel del Djin y le sustrajo una pequeña cantidad de aquel líquido luminiscente. Solo tomó lo absolutamente imprescindible, y aun así le dolió en el alma. Por ese motivo, antes de marcharse, se acercó al rostro del mismo Djin al que le había pinchado y le susurró al oído: “Os sacaré de aquí, lo prometo”. 

Efreet no escuchó sus palabras, o al menos eso pensó Kevin, porque el genio no tardó en pedirle que se apresurase y dejase en paz al pobre bastardo. 

Salieron del lugar y cerraron la puerta. Efreet volvió a usar su luz para poner el cerrojo y, de aquel modo, lo dejaron todo igual que lo habían encontrado. Acto seguido, se apresuraron a regresar al dormitorio, donde Kevin fue directamente a sentarse en la cama. Estaba agotado y el corazón le iba a mil por hora. Aquella experiencia le había dejado huella, no podía quitarse de la cabeza al grupo de Djin moribundos. Pero lo había hecho, la operación había sido un éxito, y ahora tenía que asegurarse de que todo aquello hubiese valido la pena. Lo que restaba por hacer era, relativamente, lo más sencillo y sin embargo le aterraba la idea. 

Puso la jeringuilla, ahora llena, sobre la cama, a su lado, y se quedó mirándola, tratando de hallar el valor suficiente en sí mismo para inyectarse el líquido. Veía como aquella sangre tenía vida propia, brillaba y se movía por el interior del recipiente con suavidad, hacia delante y hacia atrás. Estaba claro que la sangre no era ordinaria, ya lo sabía de antes, pero verla tan de cerca era una cosa completamente distinta, algo que le hacía darse cuenta de lo real que era aquella sustancia. 

—¿Qué ocurrirá cuando me inyecte esta sangre? —le preguntó Kevin al genio. 

—Nada fuera de lo común, simplemente ganarás la inmunidad al veneno. 

—¿Y no hay posibilidad de contagio? 

—Los Djin no enfermamos, ninguna bacteria o virus podría residir en nuestro organismo. Nuestra temperatura puede llegar a ser demasiado alta. 

—Entonces es seguro, ¿verdad? 

—Totalmente. 

Kevin sabía que realmente no podía confiar en Efreet, pero aun así le hizo estas preguntas para ganar algo de seguridad, para quedarse más tranquilo antes de hacer la locura que estaba a punto de cometer. Recogió la jeringuilla de encima de la cama y apuntó la aguja en dirección a su brazo. Fue aproximando cada vez más el instrumento, hasta que este estuvo casi en contacto con su piel, y entonces Efreet le detuvo. 

—Recuerda no inyectártelo todo —le recordó el genio. 

—¿Por qué? ¿No decías que era seguro? 

—Claro, pero necesitarás la otra mitad para tu amiga. 

Kevin se sintió confuso. No sabía de qué amiga le estaba hablando el Djin. Miró a la jeringuilla y pensó en el momento en que había extraído la sangre. Había sacado solamente la cantidad necesaria, pero ahí había probablemente suficiente para dos dosis. ¿Por qué había sacado tanta sangre? Le dolió la cabeza. Sabía que aquello se debía al veneno del Zaqum, estaba volviendo a perder la memoria. Se esforzó en recordar, se concentró todo lo que pudo en hallar la solución a su pregunta. ¿Por qué había tanta sangre en la jeringuilla? De repente notó un dolor punzante en la pierna. 

Había comenzado a experimentar los efectos más avanzados del veneno. Primero le había dolido la pierna, pero solo había sido un aviso, porque inmediatamente después se le paralizó por completo la extremidad. Era incapaz de mover la pierna. Dio gracias por haber estado sentado en aquel instante, de no haber sido así, se hubiese caído al suelo de golpe. Entonces recordó una caída anterior, había sido en el desierto, mientras cargaba con Alda. 

¡Eso era! Alda, cómo había podido olvidarla de nuevo. 

Ahora que su mente se había esclarecido, sabía que solo debía inyectarse la mitad del contenido de la jeringuilla, la otra mitad debería llevársela a la Fane, quien no sabía hasta qué punto estaba en peligro. 

Se acercó de nuevo la aguja y se la clavó en el brazo, allá donde podía ver con más claridad una de sus venas. Apenas le dolió y fue rápido, introduciendo en su corriente sanguínea la cantidad justa. Extrajo la jeringuilla y suspiró aliviado. Lo peor ya había pasado, ahora solo tenía que esperar que, en efecto, aquella sustancia hiciera que se curase, dejando de tener alucinaciones y pérdidas de memoria. Se sentía bien, al parecer Efreet no le había engañado y no tenía que haber temido ningún efecto adverso. Se tumbó en la cama para dejar que el antídoto recorriese todo su cuerpo. Pero, lamentablemente, su estado de relajación no duró demasiado. 

Tuvo que alzarse de golpe cuando empezaron los efectos secundarios, aquellos efectos que Efreet había negado que existiesen. Le ardía toda la piel intensamente y maldijo la hora en la que había usado aquella jeringuilla, pero era demasiado tarde para lamentaciones. 

Se convulsionaba, se retorcía y se iba pegando contra las paredes. No podía dejar de moverse, pues incluso las plantas de los pies le ardían demasiado como para apoyarlas. Tuvo que quitarse toda la ropa como pudo, desesperadamente, para evitar el roce de las prendas con su piel. Pero nada de aquello sirvió, el dolor no cesaba. Gritó, maldijo a Efreet, insultó al aire y, finalmente, cayó agotado al suelo. 

Jadeaba y notaba como le faltaba la respiración. Parecía que aquel suplicio no iba a terminar nunca, pero entonces comenzó a sentirse mejor. No dejó de dolerle, sin embargo el dolor se hizo más tolerable. 

Se puso de nuevo en pie, con la intención de tumbarse en la cama para estar más cómodo mientras aquello se le pasaba, si es que se le pasaba. En ese momento, tuvo una nueva sensación, fue como si todo el dolor que le recorría el cuerpo fuese avanzando rápidamente hasta la zona de la cabeza, abandonando el resto de áreas. Pero aquello no acabó ahí. El dolor no se limitó a la cabeza, se focalizó en la zona de los ojos, ahora eran éstos los que le ardían. Corrió hacia una de las paredes que parecían espejos y se miró a la cara. Llegó justo a tiempo para presenciar como los ojos le cambiaban de color, adquiriendo la misma tonalidad rojiza que poseían los Djin.

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lunes, 12 de noviembre de 2018

III. LA CIUDAD SUBTERRÁNEA (4)


III. LA CIUDAD SUBTERRÁNEA



4


Recorrieron multitud de pasillos y estancias. Kevin se sintió asombrado con la extraordinaria belleza de las edificaciones Djin, que aunque no podían verse en conjunto como edificios, suplían esta carencia con unas maravillosas fachadas llenas de adornos y grabados. El brillo de las calles era cegador, tanto que era fácil olvidar que se hallaban bajo tierra y, de hecho, resultaba extraño caminar durante tanto tiempo sin llegar a ver nunca la luz del sol. Todo llamaba la atención de Kevin, desde las doradas paredes cubiertas de piedras preciosas, hasta los telares donde se confeccionaban, a la vista de todo aquel que pasase por delante, las magnificas vestimentas que cubrían los cuerpos de los Djin. Pero sin duda, el punto álgido de la visita, aquello que más le cautivó, fue la fuente de la plaza, sencilla en su construcción, pero no en su contenido, ya que de ella emanaba constantemente un torrente de gemas de todos los colores.

Fue al llegar a la fuente que su guía le obsequió con una pequeña bolsita de tela para que la llenase.

—Para nosotros estas piedras son meramente decorativas, pero sabemos que para los humanos poseen un gran valor. Por ese motivo, al consejo le ha parecido un gesto apropiado regalarte una gran cantidad de gemas que puedas llevarte de regreso a tu mundo.

“Mi mundo”, pensó Kevin, y tuvo que recordar que él venía de otro lugar y que en realidad llevaba solo unos pocos días en aquella ciudad. Entonces tuvo la sensación de que algo no iba bien. ¿Cómo había llegado allí y cuáles eran sus motivos?, y más importante todavía: ¿por qué iba a querer marcharse?

El resto del día transcurrió del mismo modo, paseando de un lado a otro, siempre en compañía del algún Djin. Cuando su guía inicial estuvo cansado y se fue, otro tomó su lugar.

Antes de darse cuenta, Kevin estaba de regreso en su habitación, agotado de caminar, pero feliz y satisfecho con la visita. Se tumbó en la cama sonriendo despreocupadamente, listo para dormir y descansar apaciblemente, cuando algo interrumpió su tranquilidad, rompiendo el silencio con una voz socarrona y descarada.

—Bien, ¿cuál es el plan? —dijo la voz desde debajo de la cama.

—¿Quién…? —comenzó a preguntar Kevin, cuando se dio cuenta de que eso no era necesario—. Efreet, ya me había olvidado de ti.

—Claro que lo habías hecho, el veneno recorre tu cuerpo y empiezas a sufrir los efectos más dañinos —explicó el genio en la botella—. Primero son las alucinaciones, después los problemas de memoria. Estos ya los conoces. Pero si la cosa sigue así, y lo hará, todavía empeorarás más. Los siguientes síntomas del envenenamiento son fallos musculares, parálisis y finalmente la muerte.

—No te creo, solo intentas que te deje en libertad para poder vengarte. Pero no me vas a engañar, ya intentaste matarme una vez…

Pero la verdad es que Kevin dudaba sobre esta afirmación. No sabía cuándo había ocurrido aquello de lo que estaba hablando. ¿Había sido antes de llegar a la ciudad? No estaba seguro de ello.

—Te equivocas al desconfiar. Ahora mismo soy el único en quien puedes confiar, porque mis intereses son los mismos que los tuyos. Hazme caso, sabes que algo no va bien, tú mismo dudas de tus propias palabras y pensamientos.

—No, solo quieres confundirme. Ha pasado mucho tiempo desde que bebimos agua de aquellas frutas.

Kevin se dio cuenta de que estaba hablando en plural y no sabía por qué. Había llegado allí con alguien más, pero le costaba aclarar su mente. Cerró los ojos e intentó concentrarse, pero en la oscuridad de su subconsciente solo encontró unos ojos rojos y llameantes que buscaban abrasarle. El miedo de aquella visión hizo que volviese a abrir los parpados al instante. Pero aquel ejercicio no fue en vano, pues entonces recordó el perturbador sueño de la noche anterior, las mujeres Djin seduciéndole en su cama antes de carbonizarlo vivo. Esto provocó una reacción en cadena y de repente todo regresó a su memoria: el paseo nocturno, la habitación cerrada y el sadismo de los Djin para con su propia especie. Recordó haberse levantado por la mañana con la intención de hablar con Alda, pero nunca había llegado a encontrarse con ella, en lugar de ello, solo había hecho turismo por la ciudad.

Efreet tenía razón, había algo que estaba terriblemente mal. Pero, para desgracia de Kevin, estaba solo en todo aquello. Únicamente podía contar con la ayuda del genio, y dudaba que las intenciones de este fuesen del todo honestas.

Pensó en aprovechar ese momento de lucidez para completar la tarea que no había podido llevar a cabo unas horas antes, salir al exterior de la habitación e ir en busca de la Fane. Sin embargo, no estaba muy seguro de sí mismo y no creía que fuese capaz de encontrar a Alda antes de que la memoria le fallase de nuevo. Temía que no sería capaz de poder hacer nada en absoluto si no expulsaba antes el veneno de su cuerpo. Suponía que Efreet conocería el antídoto, pero, si se lo pedía directamente, sería como darle todo el poder y estaría a su merced, con lo que este no dudaría en pedirle la libertad a cambio, tras lo que probablemente huiría sin ayudarle antes. Así pues, tendría que convencerlo de alguna manera, aunque no sabía cómo.

—Se me ha ocurrido un plan —dijo Kevin.

—Te escucho.

—Podría crear una distracción y aprovechar entonces para escapar entre la confusión.

—¿De qué clase de distracción estamos hablando? —preguntó Efreet intrigado.

—Fácil. Podría dejar en libertad a alguien a quien estuviesen buscando el resto de los Djin. Y mientras le persiguiesen, estarían demasiado ocupados como para reparar en mí.

—¡No serías capaz! —se alarmó Efreet, al darse cuenta de que hablaba de él—. ¡Nunca funcionaría!

—No lo sabré hasta que no lo intente.

—Te lo ruego, no lo hagas. Es una imprudencia, solo conseguirás que nos maten a los dos. Piensa en otra cosa. Te ayudaré con lo que sea, pero no dejes que sepan que estoy aquí.

De esta manera, Kevin pudo hacerse una idea de hasta qué punto Efreet no deseaba ser capturado por los de su especie. Ahora estaba convencido de que el genio haría cualquier cosa que le pidiese con tal de que no le entregaran. Ese era el momento de pedirle lo que realmente quería.

—Pero no puedo pensar en nada más. No mientras el veneno recorre mi organismo. Podría perder de nuevo la memoria en cualquier momento.

—Entonces dejarme libre y yo te ayudaré.

—Tienes razón.

—¿En serio?

—Sí, te liberaré y daré la voz de alarma. Es la única opción.

Se hizo el silencio. Los dos estaban midiendo sus fuerzas, haciendo un pulso de voluntades para saber si el otro se estaba echando un farol. Finalmente uno de ellos cedió.

—De acuerdo. Permaneceré en este maldito recipiente por el momento y te diré cómo puedes neutralizar el veneno —se rindió finalmente el genio.

—Estoy escuchando.

—Bien. El veneno que has ingerido proviene de los guislin, esas frutas enterradas en la arena. Para cualquier criatura resulta mortal a la larga, pero no para los Djin. Para nosotros el guislin es un manjar y, de hecho, todos nuestros alimentos están bañados en el néctar del fruto. Lo que quiere decir que…

—He seguido tomándolo —adivinó Kevin—. Cada vez que he comido algo de lo que me ofrecían en aquel banquete.

—Exacto. Como comprenderás, no soy el único que sabe lo dañino que pueden ser los frutos del Zaqum. De lo que podrás concluir que te han estado envenenando deliberadamente.

—¿Con qué propósito?

—Para hacerte bajar la guardia. Para que obedezcas ciegamente, sacarte información y, después, dejarte morir.

—Y entonces, ¿qué hago para detener el proceso? ¿Será suficiente con dejar de comer alimentos Djin?

—En teoría sí, esa sería la forma natural, pero no tenemos tiempo. Para que el organismo elimine toda esa cantidad de veneno se necesitan semanas, y para entonces sería demasiado tarde. Además, no puedes dejar de comer, porque entonces puede que ya no tengas que preocuparte por el veneno, pero sí por la desnutrición.

—Asumo pues que hay otra manera más rápida, ¿verdad?

—Así es. Como te he dicho, los Djin tenemos una resistencia innata al veneno del Zaqum, nuestro cuerpo produce una enzima que nos protege. Sabemos que dicha enzima puede ser transferida a otros seres vivos y no se necesita una gran cantidad. Lo que quiere decir que lo único que necesitas es una pequeña transfusión de sangre, apenas unas gotas, y en cuestión de horas no solo estarás recuperado, sino que serás tan inmune al veneno como nosotros.

Kevin reflexionó sobre lo que le había dicho Efreet, pero veía varias dificultades, y además seguía sin confiar en el genio. Puede que dijese la verdad, pero no sabía de dónde se suponía que iba a conseguir sangre de un Djin. Imaginaba lo que le iba a proponer este Djin en particular y empezaba a cansarse de escuchar la misma cantinela.

—Supongo que te estás ofreciendo amablemente como donante. Para ello solo tendría que dejarte libre.

—Sería la mejor opción y la más rápida, desde luego.

—Pero sabes que eso no va a pasar.

—Ya lo había supuesto. Por esa razón ya había pensado en una alternativa. Verás, hay un lugar donde podrías conseguir sangre Djin con relativa facilidad. Solo tienes que ir hasta…

Pero Kevin no necesita escuchar más, porque sabía cuál era el lugar del que el genio le estaba hablando. Era el mismo sitio que le había estado perturbando desde la noche anterior, al menos mientras todavía lo recordaba.

—La puerta cerrada —se adelantó Kevin, sin dejar que Efreet terminase de hablar.

—Vaya, veo que conoces el sitio. Parece ser que has estado fisgoneando un poco y te has encontrado con alguno de los oscuros secretillos de mi gente. Quisiera decirte que es lo peor que ocurre en esta ciudad, pero no lo es. Aunque eso no viene al caso ahora. De cualquier modo, si ya sabes a donde tienes que ir, estamos perdiendo el tiempo aquí.

—Sé donde está, pero no sé cómo entrar.

—Claro que no. Por esa razón es por la que me vas a llevar contigo, para que te abra la puerta.

Kevin dudó por un momento. ¿Sería otra estratagema del diminuto demonio de fuego?

—No seas tan desconfiado. No necesito salir de esta prisión en la que me has encarcelado para abrirte la puerta, solo tengo que estar cerca.

—Muy bien, te llevaré conmigo. Pero como intentes algo, dejaré la botella en medio del pasillo para que la encuentren tus amigos por la mañana.

—Entendido, me comportaré. Aunque he de admitir que me encantaría ver la cara de sorpresa de quien me encontrase allí en medio. Al menos podría reírme un poco antes de ser sentenciado.

—A mí también me gustaría verlo. Pero por el bien de los dos, será mejor que eso no pase.

Dicho esto, Kevin recogió la botella de debajo de la cama y, con ella entre las manos, salió al oscuro pasillo.

SIGUIENTE