domingo, 30 de junio de 2019

IV. PRISIONEROS DE LAS PROFUNDIDADES (10)



IV. PRISIONEROS DE LAS PROFUNDIDADES



10


La reacción de Iblis no se hizo esperar y enseguida pidió una explicación de lo que acababa de presenciar. 

—¿Qué está pasando aquí? —exigió saber el viejo rey—. ¿Por qué estaba Efreet libre? ¿Dónde está Agní? Humano, más vale que me digas la verdad de lo que ha ocurrido, o si no, ni siquiera tu posición como maestro del viento de Kalen te salvará. 

Entre Kevin y Alda le explicaron a Iblis todo lo que había pasado desde que habían escapado de la prisión. Le dijeron que, al principio, habían seguido a Agní hasta una puerta que estaba cerrada y, pensando que podrían convencer a Efreet para que les abriese la puerta, habían ido en su busca a la sala del trono. Le explicaron que habían sido sorprendidos por Agní, y para salvar su vida no habían tenido más remedio que liberar a Efreet, quien parecía tener sus propios problemas con el miembro del consejo y era más capaz de pelear contra él. Le contaron que ambos Djin habían peleado a muerte y al final había ganado Efreet, reduciendo a Agní a cenizas. 

—Y solo unos instantes después habéis aparecido todos vosotros por la puerta— concluyó Kevin la explicación. 

—Ya veo. Lamento haber dudado de tu lealtad —se excusó Iblis—. Es culpa mía, no debí haberme retrasado tanto. Es una lástima no haber podido acabar con Agní con mis propias manos, pero lo importante es que ha muerto y ahora puedo recuperar mi trono. En cuanto a Efreet…, por ahora dejaré que sufra en esa botella y más tarde ya decidiré qué hacer con él. 

Pasado aquel momento de tensión, Kevin pudo respirar por fin con tranquilidad. Todo había acabado y finalmente podría regresar a casa, a su mundo, el de los seres humanos. Este pensamiento le hizo fijarse en el pequeño ejército de Iblis, que estaba compuesto por todos los seres humanos que vivían en el subsuelo. Supuso que la situación de aquellas personas cambiaría para mejor a partir de ahora. Consideró la posibilidad de llevárselos con él, al mundo al que pertenecían, pero descartó la idea. Aunque esos humanos fuesen parecidos a él, estaban adaptados al mundo de los Djin, llevaban incontables generaciones allí. Era cierto que no habían vivido de la mejor forma posible, pero estaba convencido de que a partir de entonces, con el nuevo soberano de la ciudad Djin, se trataría a los humanos con más respeto y ya no serían esclavos o mascotas. 

De todas formas, quería calmar estas preocupaciones preguntándole a Iblis. De no hacerlo no podría volver tranquilo a su mundo. Su único problema era que no sabía cómo sacar el tema sin ofender al soberano de los Djin. 

—De modo que el ejército del que hablabas eran los humanos de la prisión —le dijo al Djin. 

—Así es. Siempre he sentido un aprecio especial por estas criaturas y he pensado que era hora de que tuviesen su lugar junto a mí. Aquí están todos los que estaban prisioneros allá abajo. Aunque no todos ellos son humanos. Ha sido una sorpresa para mí. La verdad es que pensaba que todos los demás visitantes de otros mundos habrían muerto ya, pero resulta que estaba equivocado. 

—¿Qué quieres decir? —preguntó Alda intrigada. 

—Es bastante curioso que el único superviviente fuese el primero que llegó aquí. ¿Recordáis la historia que os conté? Os dije que cuando mi gente empezó a viajar clandestinamente entre los mundos, por las grietas que todavía estaban abiertas, Agní me trajo un regalo, una criatura de otro lugar. Resulta que ese ser sobrevivió, fue el único que lo hizo y lo he encontrado vagando por los túneles mientras reunía a los humanos. 

—¿Es un hijo de los altos linajes, como nosotros? ¿A qué raza pertenece? —quiso saber la Fane. 

Kevin intuyó inmediatamente a qué se debía el interés de su compañera, ella tenía la esperanza de que aquel ser fuese de su propia especie, que por algún milagro se hubiese salvado, y no ser así la última superviviente de toda su raza. Era algo muy poco probable de que ocurriese y no quería que Alda se llevase una decepción. 

—Alda —le dijo a la chica, antes de que Iblis le respondiese—. Sé que es duro, pero es muy difícil que sea… —no sabía cómo continuar la frase, no estaba bien que destrozase las esperanzas de su amiga. 

—No te preocupes. Sé que es una posibilidad remota —admitió ella—, pero por pequeña que sea, tengo que saberlo. 

Iblis le hizo un gesto a una de las personas que había entre la multitud para que se acercase al frente. De entre los humanos, salió una anciana con la piel de color violáceo que caminaba muy despacio y ligeramente encorvada. 

—Kevin —dijo Alda— ¿Puedes preguntarle quién es? Seguramente podrás hablar en su idioma, gracias al viento de Kalen. 

—Claro, no hay problema. 

Entonces Kevin se acercó hasta la mujer y le preguntó cuál era su nombre y de dónde procedía. Como de costumbre, no se percataba de si estaba hablando un idioma distinto o no, ya que a él todo le sonaba en su propia lengua, pero debió de haber hecho lo correcto porque la anciana reaccionó a sus palabras, respondiendo a la pregunta. 

—Mi nombre es Velenna y soy una Sídhe. 

No hizo falta que le tradujese la contestación a Alda, ella lo había entendido todo, porque el lenguaje de la mujer era uno de los que la Fane conocía gracias a sus estudios. La sorpresa fue enorme para los dos. Habían llegado a aquel mundo desértico por accidente, precisamente mientras buscaban indicios sobre el mundo de las Sídhe, y ahora, cuando se habían olvidado de ello, se encontraba cara a cara con uno de esos seres. 

Kevin quiso confirmar con Alda que aquella mujer pertenecía a la especie que habían estado buscando, quienes se suponía que habían tenido buena relación con los Fane en el pasado y que podrían proporcionarle a ella un nuevo hogar. 

La chica asintió con la cabeza. 

—Tan solo existen unos hijos de los altos linajes que reciban el nombre de Sídhe. —aclaró Alda—. Además, las características de la mujer, así como el tono de morado de su piel, se corresponden con la descripción que tengo sobre esa raza. 

Aquello eran buenas noticias, quizás todo se había solucionado mejor de lo que cualquiera de ellos pudiese haber esperado. Era posible que no solo él pudiese volver a su propio mundo, sino que Alda también hubiese encontrado un nuevo mundo al que llamar hogar. 

Kevin le preguntó a la anciana si el lugar del que ella provenía sería apto para una Fane, y la mujer confirmó este dato, diciéndole, además, que allí sería recibida con los brazos abiertos, especialmente si ambas iban juntas. Su gente consideraría a Alda una heroína por haber traído de vuelta a una de los suyas después de tanto tiempo. Lo siguiente que le preguntó por lo tanto a la Sídhe fue si sabía cómo hacer para que la flauta les llevase hasta allí, pero la respuesta de la anciana fue negativa. 

—Pero sí que puedo volver a abrir temporalmente la grieta por la que me trajeron aquí —añadió la mujer. 

Con aquella revelación quedó resuelto el problema. Iblis no tuvo ningún inconveniente en dejar marchar a la Sídhe, siempre y cuando esta se asegurase de que nadie más podría volver a utilizar aquella grieta entre mundos. 

Organizaron una expedición por el desierto. Un pequeño grupo de humanos acompañaría a la anciana y a Alda hasta el lugar apropiado, para que la mujer abriese la grieta y ambas pudiesen irse. Mientras tanto, Kevin se quedaría un par de días en la ciudad Djin, hablando con Iblis y negociando las condiciones de su retorno en un futuro. 

Kevin no quería volver a aquel mundo nunca más, pero si tenía que mentir durante un rato al soberano Djin para que dejase marchar a su amiga, estaba dispuesto a hacerlo. Al fin y al cabo, Iblis no tenía ningún modo de saber si iba a cumplir con su palabra. 

Al día siguiente asistieron a la coronación. El consejo de los Djin fue abolido, el drenaje de sangre paralizado, y el pueblo acogió con los brazos abiertos a su nuevo gobernante, quien había regresado tras de una larga ausencia. 

Todo fueron alabanzas, la gente estaba ansiosa por comenzar una nueva etapa ahora que se habían desecho del antiguo tirano. Hicieron una gran fiesta, hubo comida y bebida, pero eso no fue lo único, lo que más llamó la atención de Kevin fue que por primera vez vio a los Djin relajados, capaces de reírse de forma natural, sin tensión entre ellos. Incluso hubo quienes bailaron al son de la música que provocaban con las llamas de sus propios cuerpos. La celebración duró todo el día y toda la noche, todo el mundo lo pasó en grande, tanto los Djin como los humanos. 

Así, acabó también ese día. Y con la llegada de la mañana llegó el momento de la despedida. 

Kevin no sabía muy bien qué decirle a Alda, había sido todo muy repentino. Solo unas horas antes, pensaban que iban a estar mucho más tiempo juntos, y habían estado hablando sobre su conversación inacabada. Ahora ya no podrían llegar a conocerse, como ambos habían querido. Pero estaba seguro de que aquello era para bien, la chica iría a un lugar donde estaría a salvo, un sitio que, según la descripción de la Sídhe, se parecía mucho al mundo del que ella procedía. 

No hubo muchas palabras entre ellos. Se dijeron que se alegraban de haberse encontrado el uno al otro y compartieron un último abrazo. Kevin hubiese querido decirle a su amiga que volverían a verse, que quizás entonces pudiesen volver a hablar. Pero en el fondo sabía que no era verdad, y por lo tanto no podía pronunciar esas palabras, no podía mentir a Alda. De modo que, antes de darse cuenta, la Fane se había marchado, rodeada por su pequeña escolta de humanos. 

Sintió un nudo en el estomago, porque a pesar de que se alegraba por la persona que había sido su compañera de aventuras, y también estaba contento por poder regresar a casa, tenía la sensación de que habían quedado muchas cosas por decir. 

Kevin pasó dos días más en la ciudad Djin, conversando con Iblis y contándole todos los entresijos de su viaje. Podría haber adelantado el momento de su regreso, pero antes de irse quería esperarse a que volviese la comitiva que había acompañado a Alda y a la Sídhe, para asegurarse de que hubiesen alcanzado su destino. Así que cuando finalmente vio que los humanos habían regresado del desierto y le comunicaban a Iblis que la grieta había quedado cerrada de nuevo, entonces decidió que era el momento de volver él también a su mundo. Se marcharía el día siguiente. 

Entró en la sala del trono y vio que Iblis le saludaba amistosamente desde el fondo, como siempre hacía cada vez que le veía llegar. Se acercó a donde se sentaba el soberano y le comunicó su decisión de irse aquel mismo día. Le agradeció la amabilidad que había mostrado, pero le dijo que ya era hora de que regresase a casa y descansase un poco después de tantas emociones. Ya iba cargado con la mochila con sus posesiones, y con la botella con Efreet para devolvérsela al rey antes de irse. Así, en cuanto el Djin se despidiese de él, podría utilizar el instrumento y marcharse al momento. 

Fue toda una sorpresa cuando Iblis se negó a dejar que se fuese. 

—No es posible —dijo el soberano Djin—. Todavía tenemos que discutir muchos asuntos. 

—Pero podemos hacer eso a mi regreso, como habíamos acordado —replicó Kevin, con incredulidad. 

—Podría dejarte marchar y quizás volvieses, pero entonces se repetiría la historia. El tiempo pasaría, envejecerías, y un día ya no serias capaz de volver. He estado pensando mucho sobre ello y he llegado a la conclusión de que cometí un error. Mi padre quería que uniese al pueblo Djin y yo intenté hacerlo, pero de un modo que iba en contra de nuestros instintos. Me he dado cuenta de que eso no es posible. Solo hay una única manera de recuperar la grandeza del pueblo Djin: utilizar todos los medios que a nuestro alcance para volver a ser los conquistadores que una vez fuimos. 

—No puedes estar hablando en serio, después de todo lo que ha pasado. Todos los problemas que habéis tenido han sido por vuestra ambición y por el ansia de poder. 

—En absoluto. El problema ha sido más bien la falta de ambición. Pero eso va a cambiar a partir de ahora. Usaremos el viento de Kalen para dominar a todos los hijos de los altos linajes, volveremos a ser temidos y respetados. 

—No puedo dejar que hagas eso. 

—Solo tienes una alternativa, puedes ser un esclavo o mi mano derecha, la decisión es tuya. 

Kevin se puso pálido, todavía no se podía creer lo que estaba pasado, había sido traicionado de nuevo por un Djin. Se dio cuenta de que jamás debía haber confiado en nadie de aquella raza. Y lo peor de todo era que ahora estaba solo, Alda no estaba a su lado para ayudarle. La situación se le escapaba de las manos. Solo se le ocurrió hacer una cosa: salir corriendo. 

Antes de que el soberano pudiese reaccionar, Kevin salió disparado hacia la puerta de la sala del trono. Podía escuchar el ruido de los humanos de Iblis persiguiéndole, y podía notar el calor de una llama acercándose. Pero, a pesar de que todo estaba en su contra, no se detuvo. Continúo hacia delante, forzando a sus piernas a seguir corriendo, hasta que salió de la habitación y cerró la puerta tras él. 

Tiró del pomo para que no pudiesen abrir la puerta desde el otro lado, pero no era lo bastante fuerte. No sabía cuántas personas estaban tras aquella pared intentando atraparle, pero se daba cuenta de que no podría resistir mucho. 

En un acto desesperado, se llevó una mano a la mochila y extrajo la flauta de su funda. Intentó tocar el instrumento, pero no había manera, era incapaz de hacerlo con una sola mano. Tenía que hacer algo rápido. Miró a su alrededor y se le ocurrió una idea, se quito una prenda de las que estaba vistiendo y la enrolló, haciendo una pequeña cuerda. Después usó esta cuerda improvisada para atar el pomo de la puerta a un saliente cercano. No creía que aquel invento fuese a resistir más que unos segundos, pero esperaba que fuese tiempo suficiente para tocar una pequeña canción. 

Contó hasta tres y soltó el pomo de golpe, dejando que la tela mantuviese la puerta cerrada. Rápidamente se llevó la flauta a los labios y comenzó a tocar. Con solo pensar en su mundo le vino a la cabeza la canción de regreso y, como ya había pasado antes, sus dedos comenzaron a moverse solos, componiendo la melodía adecuada. En breve estaría de regreso, solo tenía que tocar un poco más. 

Estaba concentrado en la labor que tenía entre manos, pero a la vez no pudo evitar que otros pensamientos se cruzasen por su mente. No había juzgado adecuadamente a Iblis, y al final había resultado ser tan temible como el resto de los Djin. El soberano le había engañado, y lo que le preocupaba en aquel momento era que, si le había mentido al decirle que podía regresa a su mundo, podría haberle mentido en otras cosas también. De pronto le entraron dudas, se preguntó si Alda realmente habría llegado a irse al mundo de las Sídhe o si, tal vez, estaría atrapada en alguna otra prisión subterránea. Estos pensamientos hicieron que su melodía cambiase, la canción seguía siendo la misma, pero parecía tener un tono más enigmático de fondo. 

En aquel momento, la prenda de ropa que sujetaba el pomo se rasgó y la puerta se abrió de golpe, dejando pasar a un Djin furioso que incineró a todos cuantos le rodeaban, debido a la frustración que sintió al comprobar que había llegado demasiado tarde y Kevin ya había desaparecido.

SIGUIENTE

lunes, 10 de junio de 2019

IV. PRISIONEROS DE LAS PROFUNDIDADES (9)



IV. PRISIONEROS DE LAS PROFUNDIDADES



9


El miembro del consejo no parecía tan sorprendido con su huida como cabría esperar. En su lugar, sonreía y les miraba fijamente, con los rasgos de su cara estáticos, mientras iba avanzando en dirección hacia ellos.

—Deberíais haber escapado mientras pudisteis hacerlo —les dijo Agní—. Supongo que si no os habéis ido directamente, es porque necesitabais esto —levantó la mano, sosteniendo en ella la mochila de Kevin abierta, viéndose en su interior la funda de la flauta.

Al parecer, el Djin había regresado al callejón por la noche, los había visto y les había seguido hasta allí sin que se diesen cuenta. Estaban en problemas, si Agní era tan poderoso como parecía serlo, no había nada que pudiesen hacer contra él. El miembro del consejo arrojó la mochila al suelo de la sala, frente a ellos y les gritó con tono amenazador.

—¡Se acabo el juego! ¿Cuál es el secreto de esa flauta?

No le contestaron, en lugar de eso dieron unos pasos hacia atrás, intentando poner distancia con el Djin. Agní parecía estar perdiendo la paciencia y se estaba enfureciendo. Vieron como este cambiaba y se envolvía en una bola de fuego, a punto de atacarles. El fuego del Djin se avivaba cada vez más. Mientras, ellos iban retrocediendo, hasta que eventualmente su espalda dio con una de las paredes de la sala. Estaban acorralados.

—Déjame salir. Estoy seguro de que puedo con él —propuso Efreet desde el interior de la botella.

—Sabes que no puedo hacer eso —le respondió Kevin, con voz dubitativa.

—No os voy a dejar tirados —aseguró el genio—. Tengo cuentas pendientes con Agní y, ahora que estamos a solas, es mi oportunidad de cobrarme mi venganza. Si no me dejas salir, nos matará a todos. Soy vuestra única esperanza de sobrevivir.

Kevin buscó a Alda con la mirada, esperando que ella le dijese qué hacer. Pero al poner los ojos sobre la chica no encontró el cuerpo de una mujer, sino un extraño amasijo de serpientes retorciéndose y lanzando mordiscos al aire. Tuvo que retirar la vista de su compañera al instante, para evitar la alucinación. Si la Fane estaba creando esas imágenes de forma involuntaria era porque su mecanismo de defensa se había puesto en marcha, lo que indicaba que estaba demasiado asustada como para poder ayudarle a tomar aquella decisión.

Miró a Agní, esperando que las visiones de Alda le hubiesen afectado también, pero el Djin no parecía sentirse impresionado con lo que fuese que estaba contemplando en su mente. El genio ardía cada vez con más fuerza.

No tenía más remedio que acceder a la petición de Efreet. Llevó la mano hasta el tapón de la botella y, esperando no tener que arrepentirse de su decisión, lo desenroscó, poniendo al genio en libertad.

Una nube de humo se interpuso entre ellos y Agní. La masa gaseosa fue tomando forma y en su interior apareció Efreet.

—¡Tu! —exclamó Agní, al ver que su prisionero había sido liberado.

—Te dije que te haría pagar por lo que habías hecho. Ha llegado la hora de que cumpla con mi palabra —amenazó Efreet.

—¿Vas a elegir a esos seres por encima de tu propia raza? Ya veo que has perdido el poco honor que pudieses conservar.

—No te equivoques, no me estoy poniendo del lado de nadie. Tú asesinaste a mi familia, a mi único hijo y a la mujer que amaba. Tienes que responder por tus crímenes.

—¿Mis crímenes? Eso tiene gracia. ¿Qué hay de tus crímenes? El papel de moralista no te pega Efreet. ¿Ya te has olvidado de aquel científico sediento de poder que no se detuvo ante nada por conseguir lo que quería? Es cierto que lo que te ocurrió fue una tragedia, pero fue algo que tú mismo provocaste.

—Eso no es cierto. Yo no maté a nadie.

—¿No, eh? No creo que los familiares de todos aquellos Djin con los que jugueteaste en tus experimentos opinen lo mismo.

—Aquello fue un accidente, el sistema todavía no estaba perfeccionado, no podía haber sabido lo qué ocurriría.

—Claro que no, sigue diciéndote eso a ti mismo. Es hora de que dejes de actuar. La única persona que te ha importado nunca has sido tú mismo. Apuesto a que, en el fondo, ni siquiera te importó la muerte de tu hijo. Después de todo, no era más que otro método de alcanzar tus objetivos.

La conversación entre los dos Djin se estaba calentando cada vez más, no solo en el tono de las palabras, sino de una forma más bien literal. Alda y Kevin seguían pegados a la pared, contemplando la escena, y podían sentir en su propia piel la temperatura que irradiaban aquellas dos criaturas que tenían delante. Efreet había encendido su llama después del último comentario de su adversario, y parecía estar a punto de saltar sobre él en cualquier momento.

—¡Retira lo que has dicho! —exigió Efreet.

—Sabes que es la verdad. Su sangre está en tus manos y tu única preocupación es que no podrás usar sus restos para seguir experimentando.

El genio no pudo aguantar por más tiempo aquella provocación, todo su cuerpo se convirtió en una bola de fuego y se lanzó hacia su rival. Al verlo, Agní hizo lo mismo y salió disparado también hacia delante para encontrarse con Efreet en el centro de la estancia. Los dos Djin retomaron parte de su forma al estrellarse el uno contra el otro, pero sin apagar el fuego que cubría sus cuerpos. Cada uno de ellos puso las manos sobre los hombros de su adversario y empezaron a empujarse, gritando fuertemente.

La batalla era distinta a cualquier cosa que Kevin hubiese visto en su mundo, era una violencia distinta a la que él conocía. Prácticamente no había movimiento entre aquellos dos contendientes, y sin embargo parecía mucho más agresiva que si hubiesen estado pegándose.

Vio que los cuerpos de los Djin iban cambiando de color mientras sus llamas se avivaban cada vez más, hasta que le fue imposible seguir viendo lo que ocurría. Solo había una gran bola de luz en el centro de la estancia. Si intentaba mirar hacia delante, notaba como le ardían los ojos. El calor era abrasador y, a pesar de que había bastante distancia separándoles de los Djin, notaba la ferocidad del encuentro en su propia carne. Estaba sudando copiosamente, le costaba respirar e incluso mantenerse en pie. Pensó que si aquello seguía así, acabaría por perder el conocimiento. Era peligroso permanecer en la sala del trono en aquel momento, mientras aquellos dos seres continuasen midiendo sus fuerzas.

Llegó a la conclusión de que lo mejor que podían hacer era salir de la estancia lo antes posible. Podrían aprovechar la distracción para llegar hasta la puerta, bordeando la sala para no acercarse al centro, donde estaba teniendo lugar la batalla, recoger la mochila que contenía la flauta del suelo, y escapar sin quedarse a ver el resultado de la contienda.

Tomó a Alda de la mano y tiró de ella, indicándole que le acompañase. Avanzaron con presteza, pegados a las paredes, hasta el lugar donde había ido a caer la mochila. Una vez allí, Kevin recogió sus posesiones y se colgó la bolsa a la espalda. Después se orientaron en dirección a la puerta, para abandonar la habitación, pero antes de poder hacerlo el brillo que procedía de la pelea aumentó drásticamente, hasta un punto en que la luz consumió por completo la habitación, haciendo que no pudiesen ver nada más.

Al instante se escuchó una especie de chasquido y luego la luz volvió a la normalidad, regresando rápidamente a su fuente de origen en el centro de la habitación, donde ahora solo permanecía una figura en pie.

El ganador había apagado sus llamas y estaba erguido sobre un montón de cenizas que debían ser los restos de su contrincante. El Djin les miraba con aspecto triunfal, sin mostrar siquiera signos de cansancio.

—Acercaos —les pidió Efreet—. Quiero daros las gracias, no habría podido vengarme sin vuestra ayuda.

Kevin dudó por un momento. A pesar de todo, seguía sin confiar en el genio. Este acababa de obtener aquella gran victoria, había derrotado a su enemigo y estaba de buen humor. No pensaba que Efreet fuera a hacerles ningún daño, al menos no mientras continuase en aquel estado de euforia. De modo que, concediéndole su deseo al Djin, se acercaron hasta el centro de la estancia, esperando que, como les había dicho, su único propósito fuese el de agradecerles haberle liberado, dándole la oportunidad de enfrentarse a Agní.

—Muchísimas gracias. No tenéis ni idea de cuánto tiempo he esperado para poder ajustar cuentas con Agní. —les dijo Efreet cuando finalmente hubieron llegado junto a él.

—No hay de qué —respondió Kevin—. Después de todo, habíamos prometido ayudarnos mutuamente.

—Es cierto, pero he de admitir que los Djin somos desconfiados por naturaleza y nuca pensé que fueses a mantener tu palabra. Es probable que yo mismo hubiese acabado por traicionarte si la situación hubiese sido a la inversa.

—Eso no tiene importancia ahora. Lo que importa es que todo ha salido bien y podemos regresar a nuestro mundo, sin causar más problemas aquí —diciendo esto, quería darle a entender al Djin que no querían dilatar más su estancia en aquel mundo.

—Claro, lo comprendo. Por cierto, en vista del cambio en la situación, ya no hace falta que mantengas nuestro acuerdo. No tienes que llevarme con vosotros ahora que la ciudad se ha librado de su cruel gobernante. De hecho, es posible que, en vista de que yo he sido el que ha acabado con Agní, los Djin decidan ponerme a mí al mando, con lo que ya no tengo ningún motivo para querer marcharme.

—No te preocupes, es lógico que quieras permanecer con los tuyos.

—Muy bien. No os entretengo más, podéis marcharos cuando queráis.

—Gracias a ti también por ayudarnos. Pese a nuestras diferencias iníciales, has resultado ser un gran aliado. En fin, es hora de ponernos en marcha.

Después de despedirse, se dieron la vuelta y se fueron en dirección hacia la puerta, con la intención de buscar algún rincón tranquilo en la ciudad, donde poder tocar la flauta para salir de allí. Pero apenas hubieron dado dos pasos cuando la voz de Efreet les interrumpió de nuevo.

—Por otro lado —dijo el genio—. ¿Qué clase de gobernante sería si dejase que dos intrusos de otro mundo, que han causado tantos problemas en mi ciudad, se fuesen libremente?

Kevin había temido que algo como eso pudiese ocurrir y por eso había estado tan ansioso por abandonar la estancia cuanto antes, pero no habían sido lo bastante rápidos.

—No voy a tener más remedio que eliminaros —prosiguió Efreet—. No es nada personal, podría serlo después de que me encerraseis en aquel recipiente, pero eso ya está perdonado. Sin embargo, que sigáis con vida no me haría quedar muy bien ante el resto de los Djin.

—Nadie lo sabrá nunca —respondió Alda—. Estamos solos aquí.

—No te molestes —le dijo Kevin a la chica—. Fíjate en su cara. Tenía esto planeado desde el principio. Él mismo lo ha dicho: si la situación hubiese sido a la inversa nos habría traicionado.

—Cuánta razón tienes —admitió el Djin—. No tiene sentido seguir negándolo. Es cierto, voy a mataros porque me apetece, no porque quiera ser un buen soberano. Aunque sí que es verdad que os estaré eternamente agradecido. De cualquier modo, acabemos con esto.

Efreet prendió fuego a su cuerpo nuevamente, pero esta vez para usar sus llamas contra ellos, y no contra un Djin que hubiese podido defenderse. El genio estaba a punto de lanzarse hacia donde estaban, con la intención de acabar con sus vidas, cuando de pronto se abrió la puerta, apareciendo tras ella un gran grupo de personas.

Los recién llegados serían unos cincuenta seres humanos, a cuya cabeza iba un Djin de porte real y gran envergadura, se trataba de Iblis, quien había reunido su ejército y había llegado finalmente hasta la sala del trono.

—¡Efreet! —gritó el antiguo soberano en cuanto vio la escena.

Ante aquellos nuevos acontecimientos, Efreet frenó su ataque y se paró en seco, apagando sus llamas. Se le veía claramente nervioso, buscando con los ojos una vía de escape. Pero era inútil, estaba atrapado y lo sabía.

Por la reacción de Efreet, estaba claro que, al contrario de lo que había ocurrido con Agní, no creía ser capaz de derrotar a aquel nuevo contendiente. El Djin se transformó en una bola de fuego y comenzó a volar por la habitación, tal vez nervioso, o simplemente intentando distraer la atención de todas las personas que estaban en el interior mientras pensaba en algo.

Efreet iba de un lado a otro, rebotando contra las paredes incontrolablemente. Al final, el genio fue a chocarse contra la botella de plástico que permanecía tirada en el suelo, donde la había arrojado Kevin antes de la batalla.

Como resultado de aquel golpe, Efreet acabó introduciéndose de nuevo en la botella. Puede que hubiese sido un accidente, o quizás el genio había pensado que estaría más seguro allí dentro, que al menos así no le matarían. Pero independientemente del motivo, el resultado de aquella acción fue que el Djin volvía a estar cautivo.

Al verlo, Kevin salió corriendo hacia la botella con el tapón en la mano y la cerró, guardándosela después en la mochila. No sabía muy bien por qué había hecho esto último, pero le había parecido buena idea quitar a Efreet de la vista por el momento, de modo que pudiesen explicarle a Iblis lo ocurrido, sin que este se dejase llevar por su odio hacia el que había sido su científico.

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