martes, 28 de enero de 2020

VI. NOCHES EN EMAIN ABLACH (4)



VI. NOCHES EN EMAIN ABLACH



4


Kevin pudo contemplar el aspecto del pueblo bajo la luz del día. Era una visión completamente distinta, sin las lucecitas multicolores de los insectos, pero igualmente maravillosa. 

A simple vista, estaban en un bosque como cualquier otro, lleno de árboles por todas partes. Pero si uno prestaba atención veía los detalles que lo hacían distinto. Había escaleras en los troncos, camufladas al ser de la misma madera que el resto del árbol. Si levantaba la cabeza, podía ver las estructuras que se creaban en lo alto, esferas y otras formas ovaladas, que estaban conformadas por las ramas de los árboles y coronadas por una densa capa de verdes hojas. A nivel del suelo todo parecía muy caótico en principio, pero, tras caminar un rato, se podía apreciar que, en realidad, había una composición y podían distinguirse calles y plazas, solo que no eran igual que lo que hubiese encontrado en su mundo. Todo era mucho más sutil, todo estaba perfectamente integrado con el paisaje, de forma que nada desentonaba. 

Fueron a pasear por la aldea. Comenzaron su recorrido por la zona más residencial y luego fueron acercándose al centro. A Kevin le sorprendió no ver apenas gente durante el trayecto. Le dio la impresión de que había más actividad la noche anterior que a esas horas. 

—¿Cómo es que no hay nadie por las calles? —le preguntó a Alda. 

—La mayoría de las Sídhe están ahora realizando sus tareas diarias. Hay quienes se han ido de caza o recolección, mientras que otras están dentro de los edificios, haciendo otras labores. 

—¿Todas tienen un trabajo fijo? ¿Hacen lo mismo todos los días? 

—No, la función de las Sídhe va cambiando de vez en cuando. De ese modo nadie se cansa de una tarea. Por esa razón, toda la gente del poblado tiene que ser capaz de participar en cualquier actividad, cada individuo debe estar instruido en todas las artes. 

—¿Y qué hay de ti? 

—De momento solo estoy aprendiendo. Aunque, obviamente, debido a que carezco de las habilidades de las Sídhe, habrá cosas que no seré capaz de hacer. Pero ellas son conscientes de mis limitaciones y no me van a forzar a hacer algo que esta fuera de mis posibilidades. 

—Parece razonable —admitió Kevin—. Aunque da la impresión de que lo único que hacen las Sídhe es trabajar. Habrá otras cosas además de eso, ¿no? 

—Desde luego. Lo que ves ahora es solo una parte del día de las habitantes del poblado. Por la mañana las Sídhe trabajan, pero por la noche se divierten como nadie. Cuando se oculta el sol, tienen lugar todo tipo de espectáculos, hay canciones y bailes. Lo cierto es que las Sídhe son una especie de hábitos más bien nocturnos, y es en ese momento del día cuando se las puede ver en su verdadero estado, llenas de energía y con ganas de divertirse. 

—¿Acaso no duermen? 

—Apenas. A diferencia de nosotros dos, las Sídhe solo necesitan descansar un par de horas al día, el resto del tiempo siempre lo tienen ocupado con alguna actividad. 

—¿Eso no te ha supuesto un problema, tener que acostumbrarte a un ritmo de vida tan dinámico? 

—No, aunque la gente me considere una más de ellos, saben que no pertenezco a su especie. Las Sídhe son criaturas bastante cultas, tienen mucha información sobre los hijos de los altos linajes. Además, tienen una historia pasada con los Fane, con lo que están acostumbradas a tratar con gente de otros mundos, como el mío. Nunca me pedirían que les siguiese el ritmo cuando saben que eso no es posible. 

—Pero eso quiere decir que tienes que renunciar a una parte del día para poder descansar. Si trabajas no puedes divertirte y a la inversa. 

—Te equivocas. Mi horario está configurado de forma especial, de modo que pueda tener tiempo durante los dos periodos del día. 

—Ya veo. 

—Tengo la impresión de que estás buscando algo en contra de las Sídhe con tus preguntas —se dio cuenta la chica. 

—No es eso. Es simplemente que me cuesta confiar en ellas. Solo quiero asegurarme de que estarás bien aquí, eso es todo. 

—¿Por qué te preocupa tanto mi bienestar? 

—No sé qué quieres decir. Te considero una amiga y me preocupo por ti. 

—Pero ya has comprobado que estoy bien. Sin embargo sigues aquí, como si estuvieses buscando a propósito algo que te diga lo contrario. ¿No confías en mi palabra? 

—¿Quieres que me vaya? —le preguntó Kevin a su compañera, que parecía alterada por algún motivo. 

—Claro que no. Ya sabes que disfruto con tu compañía y siempre ha sido mi misión la de protegerte a ti y al viento de Kalen. 

—Entonces no te preocupes tanto. Solo estaré aquí un par de días más, después volveré a mi mundo. 

—Muy bien. Continuemos con la visita entonces. 

Continuaron caminando y Alda le enseñó los sitios más importantes dentro del poblado. Uno de los lugares que más destacaban, y que por lo visto tenía una gran importancia para las Sídhe, era una plaza donde se hallaba la estatua de la fundadora de la aldea. 

—Esta es la estatua de Leannan —explicó Alda—. Se dice que fue ella la que construyó el primer poblado en el bosque de Emain Ablach, y la que inició el modo de vida de las Sídhe. Se la tiene en muy alta estima entre la gente, no solo por todo lo que hizo, sino porque además fue miembro de los altos linajes originales, antes de la separación de los mundos. 

Kevin se quedó mirando la figura con admiración, asombrado de que se hubiese mantenido en tan buen estado durante todo aquel tiempo. La estatua parecía estar tallada en roca, de un modo muy meticuloso y lleno de detalles, hasta el punto que daba la impresión de que aquella mujer fuese a moverse en cualquier momento. El rostro de Leannan parecía estar muy conseguido, dejando ver la gran belleza que debía haber poseído aquella Sídhe cuando estaba viva. Sin embargo, al seguir estudiando la talla, reparó en un detalle que le dejó algo desconcertado. No sabía si lo que había visto era la norma entre los habitantes o algún tipo de representación simbólica, pero desde luego era algo que tenía que preguntarle a su compañera inmediatamente. 

—¿Cómo de exacta es la representación de Leannan en esta figura? —le preguntó a Alda. 

—Según tengo entendido, el parecido es muy preciso. ¿Por qué lo dices? 

—No sé muy bien como decirlo, pero… —le daba algo de vergüenza preguntar—. ¿Son todas las Sídhe así? —dijo señalando un punto concreto de la estatua. 

—¡Ah! —exclamó Alda al darse cuenta de cuál era la duda de Kevin—. Has reparado en que Leannan poseía ambos sexos. No, el resto de la gente del poblado no es hermafrodita. Al parecer solo las Sídhe originales, las primeras, eran de esa forma. El tiempo y la evolución, así como varias mutaciones, fue cambiando su aspecto físico. 

—Eso es… algo extraño. 

—¿Lo es? ¿Acaso no poseen los seres humanos apéndices dentro del cuerpo sin función alguna? Es un caso parecido, las especies cambian con el tiempo, y aunque muchas veces no seamos capaces de entender los cambios, éstos no son por ello más extraños. 

—Sí, bueno. Supongo que esto explicaría tus palabras de ayer, cuando hablabas de las diferencias entre géneros. 

—No lo había pensado, pero, en efecto, este es un buen ejemplo de ello. De hecho, la persona que comenzó a referirse a la especie Sídhe con el género femenino exclusivamente fue la propia Leannan. 

—Tiene sentido. Aunque, entonces ¿qué era Leannan, hombre o mujer? 

—Ambos obviamente, ¿no lo ves? 

—No es eso lo que quería decir. Me refiero al asunto de la concepción. Quiero decir, ¿todas las Sídhe podían tener hijos unas con otras? 

—Ya entiendo qué es lo que quieres saber. No, lo cierto es que Leannan no podía albergar vida en su vientre. 

—Pero entonces, ¿cómo es que tuvo descendencia? Si las Sídhe no podían reproducirse, tendrían que haberse extinguido con el tiempo. 

—No necesariamente. Eso es de lo que hablábamos antes, evolución. Las especies se adaptan a las necesidades. 

La respuesta no dejó a Kevin del todo convencido, intuía que había algo más en aquel asunto. Sabía que los cambios físicos en los seres vivos ocurrían, pero lo hacían lentamente y a lo largo de varias generaciones, no era algo que ocurriese de forma espontanea en un momento dado porque un solo individuo lo necesitase. Todo aquello le parecía muy confuso, pero también era posible que ni siquiera Alda supiese la verdad de aquella criatura. Después de todo, la tal Leannan había vivido mucho tiempo atrás, y de ella, en la actualidad, solo quedarían las historias. 

Seguía intrigado por aquella figura histórica, pero no tuvo tiempo de preguntar nada más porque, entonces, Alda le arrastró a otro lugar del poblado. 

Se movieron rápidamente por las calles, las cuales empezaban a cobrar vida, ahora con más gente que antes. Al parecer, las partidas de caza estaban regresando y se las podía ver andando con presas muertas colgadas a los hombros y cargando sus rudimentarias armas, de entre las cuales las más sofisticadas eran arcos con flechas y las menos, simples hondas. 

Nadie les detuvo ni les siguió como la noche pasada, cada una de las Sídhe continuó con sus cosas, manteniendo las distancias, aunque sí que se escuchaban comentarios distantes referidos a ellos de alguna de las personas con las que se cruzaban. Kevin pensó que esto se debería a la recomendación que había hecho la anciana desde el palco, y como nadie quería molestarle durante su estancia, la gente prefería pasar de largo y guardarse las ganas de hacer ninguna pregunta. Esto le llamó la atención porque él había esperado que lo inundasen con preguntas a la menor oportunidad. De hecho, estaba preparado para ello, ya que le había prometido a Velenna que contestaría a cualquier duda de los habitantes. Pero nadie tuvo el valor de acercarse hasta a él, y tuvo que admitir que lo prefería de aquel modo, al menos hasta que se hubiese acostumbrado al lugar. Quizás más tarde, cuando estuviese más a gusto en el poblado, él mismo se aproximase hasta alguna Sídhe para entablar conversación con las gentes del lugar. 

Su próxima parada fue frente a otro tipo de monumento, aunque esta vez era algo distinto. Lo que tenía delante no se trataba de una roca estática, sino que era algo así como una columna de hojas de color verde, flotando en el aire sobre un pedestal. Aquella extraña forma mediría unos cinco metros de altura y se encontraba en constante movimiento. Las hojas no estaban levitando sin más, sino que era como si danzasen unas con otras en el interior de un recipiente cilíndrico invisible. 

Al principio, Kevin pensó que quizás se tratase de algún tipo de contenedor hecho del mismo material que el puente, algo que no podía percibir a simple vista, pero que estaba allí y era tangible. Extendió el brazo para intentar poner la mano sobre lo que fuese que mantenía las hojas de árbol en su interior, pero no encontró ningún obstáculo. Cuando quiso darse cuenta de que no había nada que impidiese el avance de su mano, ya estaba en contacto con las hojas danzarinas, las cuales pasaban entre los dedos de su mano, haciéndole cosquillas con el roce. Al notar aquello, apartó la mano inmediatamente, pensando que alguien le regañaría por haber hecho aquello. Pero cuando miró en dirección a Alda, vio que ella no le decía nada. La chica no parecía estar enfadada, sino todo lo contrario, estaba sonriente, como si su reacción le hubiese parecido divertida. 

—¿He hecho algo malo? —preguntó Kevin—. Creía que habría algo que no me dejaría llegar hasta las hojas. Si hubiese sabido que no había nada de por medio, no las hubiese tocado. 

—No te preocupes —le tranquilizó Alda—. Yo hice lo mismo el día que llegué, tampoco pude contenerme al ver las hojas moviéndose. Al igual que tú, también estaba convencida de que alguien se enfadaría por ello. Incluso pensé que me iban a echar de su mundo por ofenderles, cuando apenas acababa de llegar. Pero no ocurrió nada de aquello. Resultó que es una costumbre de las Sídhe, la de introducir la mano en el torbellino de hojas. 

—¿El torbellino de hojas? 

—Así es como lo llaman. 

—Dices que es una costumbre, ¿sabes por qué? 

—Más o menos. Como ya te he dicho, las Sídhe nacen con una habilidad que les permite interactuar con la naturaleza. El torbellino de hojas es una representación de esa habilidad. Fue diseñado por Leannan, aunque desde entonces las hojas de su interior se han cambiado ya muchísimas veces. Pero lo más interesante no es eso, sino que se dice que la forma de las hojas reacciona con el contacto de los seres vivos. 

—Yo no he visto que haya habido ningún cambio cuando lo he tocado. 

—Eso es lo que se supone que tiene que ocurrir. El torbellino solo cambia de forma en determinadas situaciones. 

—No lo entiendo. Entonces las Sídhe lo tocan con frecuencia por si ocurre algo… 

—No exactamente. Para ser más precisos, lo hacen para demostrar al pueblo, públicamente, su tranquilidad espiritual. 

—Todo eso suena demasiado místico para mi gusto. ¡Ya sé! Toca las hojas y me demuestras como funciona. 

—Muy bien, pero no creo que eso te aclare su funcionamiento. Si toco yo el torbellino ocurrirá lo mismo que ha pasado contigo. 

Entonces Alda se acercó hasta la columna de hojas flotante e introdujo la mano en el interior. 

—¿Ves como no…? —la chica enmudeció a media frase. 

Las hojas comenzaron a reaccionar, volando y removiéndose con más fuerza, pegándose entre sí. De pronto la forma cilíndrica había desaparecido, dando lugar a otra construcción. Duró solo unos pocos segundos, porque la Fane retiró la mano ante aquella aparición, haciendo que el torbellino recobrase su forma original. 

Kevin no estaba del todo seguro de lo que había visto, pero le resultó familiar. La forma que habían cobrado las hojas le había parecido una especie de persona con la cabeza grande. Algo bastante desconcertante, especialmente porque se suponía que no tenía que haber ocurrido nada. 

—¿Qué ha sido eso? —le preguntó a Alda—. ¿No decías que no iba a pasar nada? 

—No lo sé —reconoció la chica—. Es la primera vez que veo algo así. Yo tampoco estaba muy segura de que las hojas pudiesen cambiar de forma, pero parece que esto lo demuestra. 

—¿Te has fijado en cuál ha sido la figura que ha aparecido? 

—No, la verdad es que no. Me ha sorprendido tanto que no he prestado atención. 

—Podrías probar otra vez, para ver si pasa lo mismo. Igual esta vez podemos distinguirlo mejor. 

—No creo que sea muy buena idea. Sería mejor preguntarles a las ancianas primero. 

—Pero si habías dicho que era normal tocarlo. 

—Y lo es. Pero antes de hacerlo de nuevo, quisiera saber si lo que ha ocurrido significa algo. 

—Bueno, si piensas que es lo mejor… Tú eres la que vive aquí después de todo. Luego se lo preguntaremos a Velenna, cuando la veamos por la noche. 

—Sí, no te preocupes, ya hablaré yo con ella —le prometió la Fane, zanjando así la conversación. 

La cantidad de sucesos extraños empezaban a acumularse. Todo ello, sumado a las reacciones de su amiga, hacía que Kevin estuviese empezando a preocuparse. Cada vez la sensación de que había algo que no estaba bien era mayor. Su temor no venía dado porque pensase que hubiese algún peligro desconocido, sino que era algo más… Ni él mismo sabía cómo explicarlo. Lo único que podía hacer era mantener los ojos abiertos, por si veía alguna otra cosa que no le pareciese normal.

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lunes, 27 de enero de 2020

VI. NOCHES EN EMAIN ABLACH (3)



VI. NOCHES EN EMAIN ABLACH



3


La chica guió a Kevin por las calles, en esta ocasión sin que nadie caminase detrás de ellos, hasta que se pararon frente a uno de los muchos árboles de aspecto similar que había en la zona. La Fane le indicó que habían llegado a su destino. Subieron por unas escaleras hasta lo alto, donde se encontraba la vivienda, mucho más baja que la esfera del árbol central donde se habían reunido con las ancianas. Y una vez allí, le invitó a pasar al interior. 

Todo parecía estar construido por las ramas del árbol que sustentaba la vivienda, aunque no de forma artificial. Era como si el árbol hubiese hecho que sus propias ramas se curvasen y se dividiesen de la forma precisa para configurar todo lo que había allí dentro. Kevin podía distinguir claramente tres estancias diferenciadas, donde todo eran tonos marrones y lo único que destacaba, por ser distinto a las superficies de madera, eran varias pieles de animales que se encontraban repartidas por algunos lugares de la casa, de forma decorativa. Había pieles como cortinas en las ventanas, y también había pieles sobre lo que parecían ser las camas. Lo que no vio fue nada que le hiciese pensar que se encontraba en una sociedad moderna. No había tecnología, luz eléctrica, ni cualquier tipo de ingenio parecido. En parte, eso le pareció buena señal. Después de todo, los Djin disponían de semejantes avances y los habían conseguido de formas terribles. 

Alda le enseñó toda la casa, su habitación y aquella donde dormiría él. También le mostró el cuarto de baño, que curiosamente tenía algo que hacía las funciones de retrete y también una bañera. Aunque, por el momento, Kevin no quería ponerse a pensar en el funcionamiento de aquellas cosas, que también estaban hechas de la misma madera que todo lo demás. 

Le hubiese gustado seguir hablando con la Fane, ponerse al día y que ella continuase hablándole de su vida en aquel mundo. Pero se encontraba muy cansado, tanto que los ojos habían empezado a cerrársele solos y no podía dejar de bostezar. Se daba cuenta ahora, estando en un lugar algo más acogedor, de que llevaba demasiado tiempo sin dormir. Había iniciado el viaje a altas horas de la noche, cuando estaba todavía en el lago Ness, y habían pasado muchas horas desde entonces. Alda se dio cuenta de su estado, le dijo que no se preocupase y le pidió que se fuese a descansar. La chica le prometió que podrían hablar al día siguiente sin interrupciones. Después, ella le acompañó hasta la cama de la habitación que le había cedido y le dio las buenas noches antes de irse a su propio cuarto. 

Kevin se dejó caer con precaución sobre la superficie tapada con pieles que se suponía que era su cama. Esperaba encontrarse algo rígido, con ramas que se le clavasen por todas partes, pero no fue así. Descubrió que aquello era en realidad muy cómodo, era imposible que la cama estuviese hecha también de madera. Su curiosidad le hizo mirar por debajo de las pieles que separaban su cuerpo del material del que estaba compuesto el colchón, y descubrió que se trataba del mismo tipo de fibra de la que estaba hecho el puente colgante. Eran varios cables de aquella sustancia elástica y cálida. Estaban entrelazados firmemente, conformando la superficie sobre la que estaba tumbado él. Le parecieron sorprendentes las múltiples funciones que tenía esa cosa, y pensó que quizás por la mañana pudiese ver más lugares donde usasen el mismo material. 

Fue cerrando los ojos mientras intentaba imaginar lo que le depararía el día siguiente, relajándose hasta que el sueño le venció finalmente. 

Al llegar la mañana, Kevin se despertó de forma natural, sintiéndose descansado y de buen humor. Era una experiencia desconocida por él hasta ese momento, abrir los ojos con los primeros rayos de sol filtrándose entre las ramas de los árboles mientras se escuchaban los cantos de los pájaros y los diferentes sonidos del bosque. 

Se levantó de la cama y vio que Alda se encontraba tumbada en el suelo de la habitación, había pasado mucho tiempo desde que la había visto hacer aquello. Recordó la primera noche que pasaron juntos, después de salvarla de aquel claro. Entonces, ella había hecho lo mismo y había abandonado su habitación en mitad de la noche para acabar durmiendo en el suelo junto a él. Ver que la Fane seguía actuando de la misma forma que siempre le hacía pensar que todo estaba bien y que no tenía nada de lo que preocuparse. 

Alda abrió los ojos unos minutos después, reaccionando al movimiento de Kevin, que ya se había puesto en pie. La chica le saludó y se alzó también, para poder indicarle cómo funcionaba todo en el cuarto de baño por si quería asearse. 

La bañera y el retrete parecían de mentira, como si simplemente estuviesen esculpidos por las ramas del árbol pero no tuviesen una función utilitaria. Sin embargo, Kevin pronto descubrió que todo estaba en perfecto funcionamiento, lo que resultaba en realidad algo inquietante. Si se presionaban con los dedos ciertas partes de las ramas, están reaccionaban, cobrando vida, y moviéndose de la forma adecuada. El retrete funcionaba formando un agujero donde las ramas creaban un movimiento continuo que desalojaba cualquier cosa hacia abajo, mediante un extraño sistema que hacía que los residuos acabasen bajo tierra, llegando a las raíces. En cuanto al agua de la ducha, era como si el árbol reorientase todo el rocío de la mañana a través de su tronco para salir por un punto determinado a bastante presión. En esencia, todo funcionaba porque el ser vivo en el que habitaban lo permitía. Esto le hacía preguntarse si el árbol era consciente o si sus movimientos se debían a reflejos automáticos. 

Al igual que las fibras elásticas del puente y la cama, la forma en que funcionaba aquel hogar viviente, era algo que a Kevin le interesaba profundamente y sobre lo que quería saber más. Pensó que aquello sería una de las primeras cosas que le preguntaría a Alda antes de salir de casa para visitar el poblado. 

—¿Qué está haciendo esto aquí? —preguntó la Fane alarmada desde la habitación. 

Kevin salió del cuarto de baño para ver a qué se refería Alda y descubrió que la chica se refería a la botella de Efreet, la cual sostenía entre las manos. 

—¿Por qué has traído al Djin contigo? —quiso saber Alda. 

—Fue un accidente. Cuando escapé de Iblis no recordé que todavía llevaba la botella en la mochila, de modo que acabé regresando a mi mundo cargando con el Djin. Después de aquello, consideré que era mi responsabilidad vigilarlo para que no se escapase y pudiese hacer daño a alguien. 

—Ya veo. No tendremos más remedio que esconder su existencia. No creo que las Sídhe vayan a ser demasiado amigables con alguien de la especie que mantuvo prisionera a una de las suyas. 

—Ahora os avergonzáis de mí —interrumpió Efreet—. Después de todo lo que he hecho por vosotros… 

—Ignóralo —le aconsejó Kevin a la chica—. Le gusta montar numeritos como ese de vez en cuando. Supongo que es su forma de aliviar la frustración que siente por estar ahí dentro. 

—¿No crees que sería mejor que encontrásemos una forma de deshacernos de él? —sugirió la Fane. 

—Ya había pensado en ello. Pero no puedo asumir el riesgo. No podemos tirarlo en algún rincón y abandonarlo, porque alguien podría encontrarlo y dejarlo en libertad. 

—No está bien que habléis de deshaceros de mí mientras estoy delante. ¿Nadie os ha enseñado modales? —continuó metiéndose Efreet en la conversación. 

—Pero llevarlo siempre contigo también parece bastante peligroso —dijo Alda, sin hacer caso a las palabras del genio. 

—Lo sé, pero por el momento no veo que tenga otra opción. 

—Muy bien, siempre que sepas lo que estás haciendo. Aunque deberías dejar aquí la botella, escondida en la casa. De ese modo las Sídhe no lo descubrirán. 

—De acuerdo. Lo pondré debajo de la cama. 

Después de aquello, Kevin se agachó para esconder la botella. Pensó que probablemente aquello sería lo mejor. Si llevase consigo a Efreet y el genio comenzase a hablar en un mal momento, podría causarles problemas. Por muy amistosas que fuesen las Sídhe, no pensaba que pudiesen entender sus razones para no buscar el modo de acabar con una criatura tan vil como había demostrado ser el Djin. 

Alda le indicó que estaban listos para salir de la casa y hacer el recorrido que le había prometido el día anterior. No obstante, antes de hacerlo, Kevin recordó que había unas cosas que quería preguntarle primero a la chica. 

—¿Puedo preguntarte algo? —le dijo a Alda. 

—Claro, ¿qué es lo que quieres preguntar? 

—Es sobre los materiales que utilizáis. Me han llamado la atención varias cosas, como estas fibras elásticas que tiene la cama, o la forma en que están construidas las casas. 

—Sobre los componentes de la cama, la verdad es que no sé qué decirte. Al parecer son orgánicos, eran la excreción de algún tipo de criatura. Aunque las Sídhe no me han dicho de cual, solo me han contado que es de unos animales que ya no existen por aquí. 

—¿Eso no te ha parecido extraño, que no quisiesen contarte más? 

—Para nada, he sido yo la que no he preguntado. También tengo curiosidad por conocer la procedencia de esos materiales, pero por el momento todavía me estoy adaptando a vivir aquí y no me parecía bien asaltarles con preguntas como esas todavía. 

—Entonces preguntaré yo la próxima vez que veamos a Velenna. Así saldremos de dudas los dos. ¿Y qué me dices de las casas? 

—Esa es una pregunta más fácil de contestar. Las casas, como habrás visto por su aspecto, son en realidad una parte del propio árbol que las sustenta. Pero esto no ocurre por accidente, sino que se debe a la habilidad innata de las Sídhe. 

—¿Habilidad innata? 

—Sí. Las Sídhe tienen una conexión especial con la naturaleza. Si entran en contacto con un árbol y se concentran lo suficiente, pueden hacer que el árbol cambie su forma para adaptarla a sus necesidades. Además, pueden conseguir que varios elementos de la naturaleza recuerden instrucciones y las ejecuten con el comando adecuado. 

—Como ocurre en el cuarto de baño. 

—Eso es. El agua de la ducha cae porque tocas en el punto preciso, el lugar en que la Sídhe que construyó la casa dejó preparado para tal efecto. 

—Pero, creía que tú habías construido esta casa —dijo Kevin, al recordar lo que le había contado Alda cuando se habían reencontrado en el bosque. 

—Eso sería imposible. Solo alguien que haya nacido Sídhe tiene sus habilidades, no es algo que se pueda aprender. ¿Por qué pensabas que la había hecho yo? 

—Por lo que dijiste ayer. Cuando nos vimos me contaste que, a cambio de permanecer con ellas, las Sídhe te habían pedido que aprendieses a cazar y hacerte tu casa entre otras cosas. 

—¿Dije eso? —respondió Alda como si no lo recordase—. Lo entenderías mal, o me expresaría yo mal por la sorpresa de haberte encontrado. Yo no hice esta casa, pertenecía a otra persona y me la han cedido temporalmente. 

—¿Temporalmente? 

La Fane no respondió inmediatamente, lo cual a Kevin le pareció sumamente sospechoso. Era como si su amiga estuviese pensando en la contestación adecuada para una pregunta que era en realidad muy simple. 

—Sí, hasta que alguien me pueda ayudar a hacer mi propia casa, claro está —tras la aclaración, Alda le apresuró para que se marchasen ya—. De todos modos, deberíamos salir ahora que todavía es temprano. Si no, no te dará tiempo a verlo todo. 

—Muy bien —accedió. Aunque se había dado cuenta de que la chica había cambiado de tema intencionadamente, al igual que lo había hecho el día anterior cuando la anciana Sídhe había estado hablando de lo buena que había sido la llegada de Alda al poblado. 

Kevin siguió a su compañera hasta el exterior de la casa, mientras el Djin se quedaba dentro, quejándose de que le estaban abandonando y se iba a perder la diversión.

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martes, 21 de enero de 2020

VI. NOCHES EN EMAIN ABLACH (2)



VI. NOCHES EN EMAIN ABLACH



2


—Ya casi estamos —adelantó Alda cuando llevaban algún rato andando entre los árboles—. Ten cuidado ahora y detente cuando te lo pida. 

Kevin asintió con la cabeza, haciéndole ver a su compañera que había entendido las instrucciones, y continuó avanzando con más cautela, aunque sin ser consciente de la razón para ello. 

De pronto, la Fane le indicó que se parase, haciéndole un gesto con la mano. Kevin hizo lo que Alda le pedía y se detuvo, a tiempo para ver el sobrecogedor paisaje que había aparecido repentinamente. El bosque había acabado de forma abrupta. Ya no había más árboles, en lugar de ello había una pendiente vertical que marcaba el comienzo de una brecha en la tierra de unos cincuenta metros de longitud. Más allá del barranco, al otro lado, la tierra volvía a estar a la misma altura, otra vez cubierta con árboles y con lo que parecían ser unas estructuras construidas sobre los árboles. Kevin supuso que lo que veía en la distancia era el poblado de las Sídhe, aunque no podía imaginarse de qué forma iban a sortear el precipicio y llegar hasta allí, no sin descender antes hasta el fondo rocoso que se veía por debajo. 

—¿Cómo se supone que vamos a llegar hasta al otro lado? —le preguntó a la chica. 

—Mira hacia allí —le indicó ella, señalando con el dedo un punto en medio de la grieta. 

Ahora que habían salido de entre la densa vegetación, Kevin era capaz, por primera vez, de ver el cielo nocturno. Había una gran luna en lo alto y las estrellas brillaban con fuerza, logrando en conjunto que la visibilidad no fuese del todo mala a pesar de la oscuridad. Aun así, por más que miraba a un lado y a otro, no veía forma alguna de cruzar por aquel precipicio. 

—Alda, no veo nada que… 

—¿Confías en mi? —le interrumpió la chica. 

—Sí, claro. No hace falta ni que lo preguntes. 

—Entonces fíjate con atención y lo acabarás viendo. 

Kevin se concentró fijamente en el punto que le había indicado la Fane. Al principio no vio que hubiese nada fuera de lo común allí, solo tenía la misma brecha por delante. Entonces se dio cuenta de que había algo distinto, por alguna razón había una parte del abismo, en medio del aire, que brillaba. No se había dado cuenta antes porque había pensado que el brillo se debía simplemente a que algunos de esos insectos luminiscentes estaban volando por ahí. Ahora se percataba de que, en efecto, había insectos, pero no estaban moviéndose, sino que estaban quietos, como si estuvieran posados sobre alguna superficie. 

—¿Qué es eso? ¿Cómo es que esos insectos están flotando? —le preguntó Kevin a su compañera. 

—Ven, vamos a acercarnos hasta allí y te darás cuenta. 

Avanzaron por el borde del precipicio hasta ponerse justo delante del sitio donde comenzaban a verse lucecitas. Una vez hubieron llegado hasta allí, Kevin todavía no lograba discernir cuál era el truco. ¿Había algo invisible quizás?, se preguntó a sí mismo. Entornó los ojos y fue cambiando el ángulo de la cabeza, buscando un punto de referencia que revelase lo que estaba oculto. Al final, gracias a un reflejo causado por las luces, le pareció distinguir una forma, no invisible, sino transparente. Sin embargo, no estaba del todo seguro. Para terminar de comprobar su teoría, se le ocurrió que podía adelantarse un poco y tocar la estructura que creía haber visto. Dio unos pasos hacia el borde y extendió la mano hacia delante, todo ello procurando no mirar hacia abajo, para no asustarse con la altura. Antes de llegar a tocar nada, se detuvo un momento, pensando que igual estaba a punto de cometer una imprudencia. 

—¿Puedo tocarlo? —dijo, pidiéndole permiso a Alda. 

—Adelante, ya verás lo que pasa. 

Lo hizo, aproximó un poco más la mano hasta que tocó algo. Era una especie de cuerda o cable de bastante grosor, no era rígido del todo ya que presentaba cierta elasticidad. Dio un golpecito e hizo vibrar lo que estaba tocando. Al hacerlo, todos los insectos que estaban posados sobre la estructura transparente salieron volando de golpe. Entonces, entre la vibración y las luces en movimiento, Kevin pudo por fin ver con claridad lo que tenía delante de él. 

Era un puente colgante, todo construido con cuerdas de aquel translucido material, que, al estar completamente parado y por la noche, hacía que no pudiese ser percibido a simple vista. A Kevin le pareció que debía ser un método bastante efectivo de mantener alejados tanto a los animales como a visitantes no deseados. Aunque no podía evitar preguntarse de qué estaría fabricado aquel ingenio, ya que la textura no era parecida a ningún material que conociese, estaba caliente al tacto y era suave. 

Alda le confirmó que para llegar hasta el poblado primero tendrían que cruzar por aquel puente. 

Al estar la chica más acostumbrada a pasar por allí, ella fue delante y Kevin la siguió de cerca, intentado pisar todo el rato en el mismo sitio en el que Alda ponía sus pies. Sentía que toda la estructura temblaba y se balanceaba en el aire, haciendo que el corazón le latiese a mil por hora. El puente parecía estable pero, aun así, estar pisando unos cables transparentes que le permitían ver el profundo abismo que tenia a sus pies, no era algo que le transmitiese demasiada seguridad. El camino se le hizo eterno, procuraba no mirar hacia abajo, pero no podía controlar a sus ojos, que se inclinaban constantemente de forma involuntaria. La experiencia fue terrible. Nunca antes había tenido miedo a las alturas, pero aquello había sido distinto, la sensación de estar flotando en el aire, a punto de precipitarse al vacío, era demasiado intensa. 

Finalmente, cuando llegaron al otro lado a salvo, Kevin se alejó inmediatamente del borde del precipicio, buscando terreno firme. Se sentó en el suelo, dejando que su cuerpo se tranquilizase y sus rodillas parasen de temblar. 

Tras descansar brevemente, cuando se hubo sentido mejor, se puso en pie y le dijo a Alda que estaba liso para continuar. La chica volvió a marcar el paso, caminando por delante, para llevarle hasta el poblado. No tuvieron que andar mucho más, ya que solo unos metros más adelante comenzaron a ver las primeras edificaciones. 

Los edificios de las Sídhe era cabañas en lo alto de los árboles, solo que no estaban construidas, sino más bien daba la impresión de que las ramas hubiesen crecido dando forma a esos habitáculos. Cada vivienda tenía puerta, ventanas, y una escalera para subir hasta lo alto, pero nada de ello parecía hecho a mano, todo era natural, como si el mismísimo bosque les hubiese creado expresamente a aquellas criaturas todo cuanto necesitaban. 

Al principio vieron solo unas pocas casas diseminadas aquí y allá. Después comenzaron a aparecer agrupadas y en mayor numero, cada vez con más frecuencia, hasta que los árboles dejaron de parecer árboles, dando la impresión de que habían dejado el bosque atrás y se habían adentrado en una bulliciosa urbe, solo que, en vez de tener los tonos grises del hormigón y el cemento habituales, estaba coloreada de marrones y verdes. 

Aquel no fue el único cambio en el paisaje, conforme se fueron adentrando en el poblado empezaron a cruzarse con quienes debían ser las Sídhe. Kevin reconoció a las criaturas porque todas tenían el mismo color violáceo de piel que ya había visto antes en la anciana del mundo de los Djin. Sin embargo, había algo que no le terminaba de encajar, cuando Alda le había hablado de esos seres, siempre lo había hecho refiriéndose a ellos en femenino, pero fijándose en todos con los que se cruzaban, Kevin se dio cuenta de que únicamente veía hombres. Pensó que quizás ello se debiese a que las mujeres estaban en las casas o bien se encontraban en el bosque cazando. Hasta que no tuviese más información sobre las Sídhe, no podría conocer el motivo de aquel desequilibrio. 

—¿Pasa algo? —le preguntó Alda, quien debía haberse dado cuenta de que estaba extrañado por algo. 

—No, nada. Había esperado que las Sídhe fuesen mujeres. Ya sabes, como siempre me has hablado de ellos… de ellas, en femenino. Supongo que me ha resultado algo desconcertante ver que estaba equivocado. 

—Piénsalo de este modo —le pidió Alda—. A los seres humanos se les denomina en masculino y, sin embargo, no sois todos hombres. 

—Supongo que tienes razón —tuvo que admitir Kevin ante tan aplastante argumento—. Es solo que no estoy acostumbrado y me hago un lío con el género, nada más. 

—Lo entiendo. Es cierto que la mayoría de los hijos de los altos linajes también denominan a su especie con el género masculino, unos pocos usan el femenino y, en menor cantidad todavía, hay quienes usan ambos. También hay sociedades asexuales donde, por razones obvias, no necesitan el género. La denominación de estas últimas sí que puede resultar bastante confusa. 

Kevin se rió ante el comentario de la chica, pero ella le miró con seriedad, como si no entendiese su reacción. 

—¿He dicho algo divertido? —quiso saber Alda, al no saber el motivo del repentino ataque de risa. 

—No, lo siento —se disculpó Kevin—. Es que creía que habías hecho una broma. 

—Oh, ya veo. Todavía hay muchas cosas que no entiendo de tu forma de ver el mundo. 

Kevin se sintió mal por haberse reído, pero por un momento había olvidado con quién estaba hablando y había pensado que la Fane había intentado agregar un comentario gracioso durante su explicación. Tuvo que recordarse que no estaba hablando con otro ser humano. Le vino a la cabeza el recuerdo de Hannah, ella hubiese sido capaz de usar ese sentido del humor mordaz, pero Alda era demasiado seria cuando hablaba sobre determinados asuntos. Tomó nota mental de eso, esperando no volver a meter la pata en un futuro. La próxima vez que la Fane le contase algo como aquello, tendría más cuidado para no tomarse a broma una información que fuese simplemente un dato curioso. 

Notó que la gente había comenzado a seguirles, al principio habían sido solo unos pocos individuos, pero llegó un momento en que había una gran multitud caminando tras ellos, a su mismo ritmo. Le comentó aquello a Alda y ella le dijo que las Sídhe únicamente sentían curiosidad por saber quién era el recién llegado. 

—Son demasiado educadas como para molestar a otra persona sin permiso —explicó la chica—. No pueden simplemente acercarse y preguntarnos. Probablemente esperaran a que nosotros les digamos algo. 

—¿Y cuándo vamos a hacerlo? 

—Pronto responderemos a sus preguntas. Pero antes deberías hablar con las ancianas de la aldea. Son las personas más sabias por aquí y el resto de habitantes les tienen un gran respeto, ellas nos indicarán la mejor manera de actuar. Además, cuando llegué les tuve que contar parte de nuestro viaje, con lo que ya saben algo de ti y del viento de Kalen. Estoy segura de que las ancianas también estarán ansiosas por conocerte. 

—¿Es eso prudente? ¿Haberles hablado de la flauta? 

—No te preocupes. Esta gente no es como los Djin, podemos confiar en ellas. 

Kevin fue guiado por Alda a través del poblado, hacia la zona central. Allí se alzaba la mayor construcción de todas, se trataba de un conjunto de tres árboles, completamente pegados entre sí, cuyas ramas se iban entrelazando hacia arriba, formando una gran esfera en lo alto. Según indicó Alda, aquel se trataba del hogar de las ancianas. Era el lugar donde acudían las Sídhe en busca de la sabiduría de sus mayores y, además, cumplía las funciones de templo, donde los habitantes podían reunirse para alcanzar una mayor unión con la naturaleza. 

A Kevin todo aquello le pareció espectacular. Solo podía comparar con lo que había en su propio mundo y lo que había visto en la ciudad Djin, pero sin lugar a dudas la arquitectura de las Sídhe era la que más le gustaba, por ser la que parecía menos artificial, sin por ello perder encanto o tener que ser más modesta. 

Continuó con la Fane por una escalera que ascendía rodeando los troncos centrales de la estructura. Vio que todos los curiosos que les habían estado siguiendo se quedaron abajo. Eso le produjo cierto alivio, no le gustaba la sensación de tener a alguien detrás constantemente, vigilando todos sus movimientos. 

Ya en lo alto, se introdujeron en el interior de la esfera, donde Kevin descubrió que el recinto no se trataba de una única estancia, sino que había distintas salas diferenciadas. Continuaron avanzando, dejando atrás paredes hechas de ramas, hasta que entraron en una habitación pequeña aunque acogedora, donde se encontraban reunidas tres Sídhe ancianas. Una de las mujeres era la misma a la que habían conocido en la ciudad Djin, y que había acompañado a Alda hasta aquel mundo. 

—¡Ah! El portador del viento de Kalen —exclamó la anciana cuando les vio entrar—. Mis hermanas y yo estábamos esperando tu visita. 

—¿Sabías que iba a venir? —preguntó Kevin. 

—Desde luego. Desde el momento que nos conocimos supe que estábamos destinados a encontrarnos de nuevo. Después de todo, tu misión como guardián del instrumento es la de viajar por los mundos y aprender de ellos para que su historia no se pierda. 

—Pero yo solo he venido para comprobar que Alda hubiese llegado a salvo. 

—Quizás sea así, puede que ese fuese tu propósito inicial, pero el caso es que estás aquí. Aunque no haya sido de forma intencionada, estás cumpliendo con tu misión. 

—No entiendo todo lo que me estas contando. La verdad es que es que este ha sido mi último viaje, cuando deje este mundo no volveré a utilizar la flauta. 

—Veo que todavía te resistes. No importa, eres joven y acabas de empezar a descubrir que hay más en ti mismo de lo que jamás hubieses imaginado. Es posible que te lleve algún tiempo, pero acabarás aceptando tu destino. 

Kevin no dijo nada más sobre el tema, se dio cuenta de que aquella era una discusión que no iba a ganar, de modo que lo mejor que podía hacer era dejar estar el asunto. Su compañera debió darse cuenta de que estaba pasando un apuro por las preguntas de la anciana, con lo que decidió tomar la iniciativa y redirigir la conversación. 

—Hemos venido para que decidáis la mejor manera de presentar a Kevin al pueblo —explicó Alda—. Y para que podáis enseñarle más cosas sobre vosotras. 

—Sobre “nosotras”, querida —corrigió la anciana—. Deberías decir sobre nosotras. Ahora eres una de las nuestras. 

—Lo siento —se disculpó la Fane—. Tienes razón. Le he traído para que pueda aprender más sobre nosotras. 

Aquel pequeño incidente le resultó extraño a Kevin, no sabía muy bien a qué se debía, pero no terminaba de gustarle la forma en que había sonado todo eso. Sin embargo, era sorprendente la facilidad con la que las Sídhe habían adoptado a Alda, aun perteneciendo ella a un mundo distinto con el que no habían mantenido contacto desde hacía quizás milenios. 

—Es agradable ver la rapidez con la que habéis aceptado a Alda —comentó Kevin, expresando sus pensamientos en voz alta. 

—No podía ser de otro modo. Tu amiga no solo me ayudó a regresar con mi gente, sino que su presencia aquí representa una bendición para todo nuestro pueblo. 

—¿Una bendición? 

—Como mínimo. La llegada de Alda puede ser lo que nos dé nueva vida. Las Sídhe estaremos para siempre en deuda por su… 

Entonces la Fane interrumpió súbitamente las palabras de la anciana, sin dejarla terminar la frase. 

—Velenna por favor, no sigas. Si continuas halagándome me voy a ruborizar —pidió Alda a la anciana. 

La Sídhe sonrió y después asintió con la cabeza, dando a entender que no continuaría embarazando a Alda de aquel modo. A Kevin aquello le pareció más raro todavía. Su amiga no era el tipo de persona que sintiese vergüenza con facilidad, más bien parecía que la interrupción se debía a que la chica quería evitar que la anciana dijese algo. Quizás se estaba imaginando cosas, pero de todos modos, pensó que intentaría indagar sobre aquella cuestión más adelante, cuando estuviese a solas con Alda. 

La anciana cambió de tema y les dijo que de forma inmediata abordaría el problema con el que habían acudido a ellas. Después, la mujer abrió una puerta que había en la habitación y les pidió que la siguiesen al exterior. Aquella salida daba a un balcón situado en el borde de la esfera, un lugar que les daba un punto de vista privilegiado de todo el poblado, de los árboles que conformaban las casas y de los habitantes. 

Desde allí, Kevin miró hacia abajo y vio que las Sídhe que les habían seguido continuaban en el mismo lugar donde las habían dejado al subir los escalones, aunque el grupo era todavía mayor. Todos los habitantes estaban mirando hacia lo alto, en dirección al sitio donde se hallaban ellos, de forma expectante. Sin embargo, todas aquellas personas no tuvieron que esperar demasiado, puesto que enseguida la anciana comenzó a hablar en voz alta, dirigiéndose a todas las Sídhe. 

—Hermanas mías —comenzó Velenna—. Me dirijo a vosotras para hablaros de los nuevos acontecimientos que han tenido lugar. Como todas sabéis, recientemente fui rescatada de los Djin gracias a la ayuda de nuestra apreciada Alda, pero ella no realizó sola esa tarea, fue ayudada por el joven humano que tengo a mi lado. 

Se escucharon algunos murmullos y comentarios provenientes de entre la muchedumbre. Aunque, desde donde se encontraban, era difícil entender lo que decían. Parecía que la gente estaba emocionada con la llegada de Kevin y querían que les contasen más sobre su papel en el poblado. 

—Supongo que habréis escuchado rumores —continuó la anciana—. Tengo que deciros que probablemente lo que hayas oído sea verdad. Este ser humano es el nuevo portador del viento de Kalen. 

Cuando la mujer dijo esto, la gente empezó a aplaudir y a lanzar gritos de alabanza. Kevin no sabía la razón de todo ello, no podía creerse que todas aquellas personas estuviesen así de contentas simplemente porque él se encontrase allí. Quizás estaban esperando demasiado de él, o pensasen que iba a ser algún tipo de héroe. Lamentaba tener que decepcionar a todas aquellas criaturas, pero su propósito no había cambiado, en cuanto estuviese seguro de que aquel era el lugar idóneo para su amiga, volvería a casa y trataría de olvidar todo el asunto. En su futuro no había sitio para viajes a mundos extraños y encuentros con seres fantásticos, aunque la anciana Sídhe pensara lo contrario. 

—Por favor, escuchadme —rogó la Sídhe—. Nuestro invitado va a permanecer un tiempo junto a nosotras, su nombre es Kevin y seguramente no le importará responder a cualquier pregunta que queráis hacerle, siempre y cuando lo hagáis respetuosamente y de forma comedida. Queremos que se sienta a gusto en nuestro poblado, eso dependerá de cómo obremos, por ello os pido vuestra cooperación para que el portador del viento de Kalen se lleve una buena impresión de las habitantes del antiguo bosque de Emain Ablach. 

Tras estas palabras, los aplausos se hicieron más fuertes que la vez anterior, lo cual duró unos pocos minutos. Cuando el ruido cesó, todas las Sídhe comenzaron a dispersarse poco a poco, volviendo a su rutina habitual, algunas de ellas en pequeños grupos, seguramente comentando el discurso. 

—Un asunto resuelto. Ya no tendréis que preocuparos por la curiosidad de mis hermanas. Ahora que te he presentado oficialmente al pueblo, te tratarán con cortesía y no te molestarán durante tu estancia —les explicó Velenna—. A cambio, lo único que tendrás que hacer es ser amigable con mi gente y responder a sus dudas. Seguramente querrán conocerte a ti y a tu mundo. 

—Muchas gracias —dijo Kevin—. Intentaré estar a la altura de tu generosidad y de la del resto de las Sídhe. Y, desde luego, si alguien siente interés sobre mi persona o el lugar de donde vengo, intentaré responderles lo mejor que pueda. 

—Una respuesta digna del portador del instrumento. Puede que estés dando los primeros pasos en el camino para aceptar tu destino. 

—Quién sabe —respondió Kevin vagamente, para eludir una nueva discusión—. En cualquier caso, ¿dónde me alojaré mientras permanezca aquí? —preguntó, cambiando de tema. 

—Tienes varias opciones. Hay algunas estancias libres en este mismo edificio, tenemos una casa vacía a las afueras del poblado, o si lo prefieres puedes quedarte en la casa de tu amiga, ella también tiene espacio suficiente para alojarte. En mi opinión, lo mejor que podrías hacer sería escoger la casa de las afueras, allí estarías tranquilo y nadie te molestaría. Aunque, si lo que quieres es conocer la nueva vida de Alda, imaginó que optarás por permanecer junto a ella. 

—Así es —admitió Kevin—. Hemos pasado por muchas cosas juntos y creo que me sentiría más cómodo alojándome con alguien en quien confío plenamente, antes que haciéndolo por mi cuenta, en un lugar que no conozco. 

—Perfectamente comprensible. Muy bien, entonces creo que podemos dar nuestro encuentro por finalizado de momento. Tienes aspecto de estar agotado y me imagino que querrás descansar. Dejaremos que Alda te lleve hasta su casa. Mañana podrás visitar el poblado y por la noche tendremos la ocasión de hablar de nuevo, para que me cuentes tus impresiones. 

Kevin se despidió de las tres ancianas, agradeciéndoles su hospitalidad, y se fue de allí, siguiendo a Alda una vez más.

SIGUIENTE

lunes, 20 de enero de 2020

VI. NOCHES EN EMAIN ABLACH (1)



VI. NOCHES EN EMAIN ABLACH



1


Esta vez el viaje no fue tan accidentado como lo había sido en sus anteriores experiencias, Kevin ni siquiera se mareó. En un momento estaba en un lugar y unos segundos después había ido a parar a otro radicalmente distinto.

Se encontraba de pie, rodeado de altos y frondosos árboles. El escenario le produjo una ligera sensación de déjà vu. Recordó su primera visita en sueños al mundo de Alda y pensó que el bosque en el que había aparecido era muy similar a aquel donde había conocido a la chica. Aquello era un buen augurio, de momento parecía ser verdad que el mundo de las Sídhe guardaba parecido con el de los Fane.

Era de noche, pero no se encontraba a oscuras, un millar de luces iluminaba el entorno con múltiples colores fosforescentes. La luz provenía de diversos tipos de insectos, algunos posados sobre los troncos de los árboles y otros volando arriba y abajo. Todo ello convertía la visión del bosque en algo único, un espectáculo vibrante que hacía que Kevin se sintiese como si fuese el protagonista en un cuento de hadas. Además, el clima no podía ser mejor, podía pasar perfectamente sin la chaqueta, porque allí no hacía nada de frío, a diferencia del lugar del que venía, pero tampoco hacía calor, la temperatura era simplemente ideal. El aire era puro, inhalar profundamente era todo un placer, eso hacía que se sintiese enérgico y dispuesto para cualquier cosa.

Ahora que por fin había llegado a su destino, su próximo paso era encontrar a Alda. El único problema era que no sabía por dónde empezar a buscar y no quería terminar vagando sin rumbo por aquel bosque, del mismo modo en que lo había hecho por el desierto. Por lo que sabía del viento de Kalen, el instrumento procuraba llevarle siempre cerca de la población con la que su anterior dueño tuvo contacto en el pasado y, además, el lugar exacto variaba en función de los deseos de la persona que tocase la música. Cuando Kevin había utilizado la flauta, reproduciendo la canción que le había enseñado Kelpie, lo había hecho pensando en Alda, con la esperanza de que, de aquel modo, aparecería al instante donde se encontrase la chica. Sin embargo, a su alrededor solo veía árboles y no había ninguna señal de que hubiese nadie más en la zona.

De repente algo se agitó entre las ramas que tenía sobre su cabeza. Kevin levantó la vista y vio una sombra moverse rápidamente. Todo su cuerpo se puso tenso, preparándose para actuar en caso de que estuviese en peligro. Aquello que le había pasado por encima bien podía ser un animal salvaje, tenía que estar listo para un ataque, en cuyo caso lo único que podría hacer sería salir corriendo.

Volvió a percibir otro movimiento, seguido de dos más. Fuese lo que fuese lo que había ahí arriba, no estaba solo, había más de una criatura. Kevin empezó a girar sobre sí mismo, mirando en todas direcciones, ya que sentía que estaban acechándole.

—Déjame salir y yo me encargo de ello —sugirió el Djin.

—¿Eso sería antes o después de encargarte también de mí? —le respondió Kevin, sin abandonar su estado de alerta.

—Es increíble lo poco que confías en mí.

—Lo verdaderamente increíble es que no me deshiciese de ti cuando tuve la oportunidad. De todos modos, no hay por qué asumir que estas criaturas sean hostiles.

—Claro que no. Ya tendrás tiempo de asumirlo cuando estén devorándote vivo. Espero estar en un sitio con buena visibilidad cuando eso ocurra, realmente me encantaría verte agonizar mientras te destripan.

—¡Cállate! Necesito concentrarme —le pidió Kevin al Djin, al darse cuenta de que este le estaba distrayendo y no lograba ver con claridad el movimiento de las criaturas que le habían rodeado.

Entonces, una figura salió corriendo de entre los árboles, moviéndose rápidamente hasta su posición. Antes de poder reaccionar, Kevin sintió que la criatura le arrancaba la mochila de la espalda y se alejaba en dirección contraria emitiendo agudos chillidos. Había sido una especie de mono, no era un animal particularmente peligroso en apariencia, pero, aun así, había conseguido crearle un problema considerable.

—¿Qué está pasando? ¿Por qué nos movemos tan rápido? —preguntaba la voz de Efreet cada vez más lejana.

El mono le había robado sus posesiones a Kevin. Dentro de aquella mochila llevaba todos los víveres, el agua, el resto de su ropa, el líquido para hacer tiendas de arena, la botella que contenía al genio y, lo más importante de todo, el viento de Kalen.

Inmediatamente, salió corriendo en persecución de aquel animal para recuperar sus cosas. No tenía ninguna intención de volver a quedarse atrapado en otro mundo por una tontería como aquella. Avanzaba todo lo deprisa que podía, pero el suelo estaba lleno de obstáculos y no dejaba de tropezarse. Mientras tanto, el animal le sacaba cada vez más distancia.

Al final, sin aliento, Kevin tuvo que detenerse bruscamente, sintiendo que se estaba ahogando. Se maldijo a sí mismo por no haber sido más rápido, pensando que había perdido al mono. Pero, cuando ya prácticamente había perdido la esperanza de recuperar su mochila, escuchó un sonido que venía solo de unos metros por delante de él. El animal al que había estado persiguiendo estaba allí, se había parado y gritaba alegremente, quizás pensando que había despistado a su perseguidor.

Kevin vio que el peludo ladrón estaba en el suelo, jugando con su recién adquirido tesoro. El bicho tenia la mochila cogida por una de las asas y la agitaba en el aire de un lado a otro.

Pensó que, si le asustaba, el animal saldría corriendo de nuevo, y tal vez en esta ocasión se subiese a los árboles, quedando entonces fuera de su alcance. Al menos mientras el mono continuase en el suelo, a su altura, tenía una oportunidad de capturarlo. Su única baza sería cogerlo por sorpresa. Tendría que ir acercándose con mucho cuidado, escondiéndose tras las troncos, y cuando estuviese lo suficientemente cerca, saltar hacia delante para intentar usar todo su cuerpo para placarlo y evitar que el animal pudiese moverse.

Así pues, Kevin inició su plan y fue acercándose, caminando con muchísimo cuidado y procurando no pisar alguna ramita u hoja seca que pudiese hacer ruido y delatar su posición.

De pronto, el mono se quedó quieto y levantó la cabeza, husmeando a su alrededor. Al parecer, el animal se había percatado de algo y se había puesto en alerta.

Kevin dejó de moverse y contuvo la respiración, esperando que el mono volviese a relajarse antes de seguir avanzando. Unos breves instantes después, su presa bajó de nuevo la cabeza y continuó con lo que estaba haciendo, arrastrado la mochila con entusiasmo.

Finalmente, Kevin llegó hasta un lugar que consideró apropiado. Pensó que si intentaba acercarse más el animal se daría cuenta. Ahora solo quedaba esperar hasta que el mono le diese la espalda y entonces saltaría sobre él antes de que supiese lo que había pasado. No debería ser muy difícil, suponía que si el mono se veía en peligro optaría por soltar la mochila y salvar su propia vida.

Tomó aire, contó hasta tres y saltó desde su escondite hasta el animal, con los brazos hacia delante para atraparlo. Pero fracasó, falló por unos escasos centímetros, los cuales el mono aprovechó rápidamente para volver a darse a la fuga.

Desde el suelo, tirado en la posición en que había caído, Kevin vio que su presa se alejaba hacia el árbol más cercano, con la intención de escalar hasta la copa y desaparecer para siempre, llevándose con él todas sus pertenencias. Pero cuando el mono estaba a punto de comenzar a trepar, un objeto apareció volando desde lo alto y golpeó al animal en la cabeza, dejándolo inconsciente al instante.

Después de aquello, una persona cubierta de pieles bajó hasta el suelo, descendiendo de uno de los troncos cercanos, fue hasta al cuerpo del mono y recogió tanto el animal como la mochila. Hecho esto, se acercó hasta donde estaba Kevin, todavía tumbado en el suelo, extendió el brazo y le acercó la mochila, para que pudiese recuperarla.

Kevin recogió sus cosas, tomándolas de la mano del desconocido. Estaba a punto de agradecerle el gesto, cuando la otra persona se le adelantó.

—Creí haberte dicho que no debías separarte nunca de la flauta —le dijo Alda, mientras se retiraba la capucha de pieles que le cubría la cara, revelándole así su identidad.

Al reconocerla, Kevin se levantó de un salto y corrió a abrazar a su amiga, a lo que ella respondió devolviéndole el gesto.

—¿Qué haces aquí? ¿De dónde has salido? —le preguntó a la chica, todavía sorprendido con su oportuna aparición.

—Eso debería preguntártelo yo a ti. Cuando nos separamos en la ciudad Djin, pensé que no volvería a verte.

—Sí, bueno. Las cosas se torcieron bastante, hasta el punto que llegué a preguntarme si habrías llegado hasta aquí a salvo.

—¿Qué quieres decir?

Entonces, Kevin le contó a la Fane todo lo que había pasado desde que se despidieron. Le habló de la traición de Iblis y de su apresurada huida de aquel mundo. Le dijo que por ese motivo había estado dudando sobre la seguridad de ella, porque pensaba que era posible que los Djin hubiesen actuado también en su contra. Además, no se había quedado tranquilo sin comprobar que el lugar al que había ido sería de su agrado. Después, le habló de cómo había ido a una parte distinta de su propio mundo y de cómo allí había tenido que buscar a un monstruo legendario, que al final se le había aparecido con la forma de un niño y le había ayudado a abrir el portal adecuado.

Le contó toda la historia con minucioso detalle, pero, por algún motivo, omitió su encuentro con Hannah. No se sentía cómodo hablándole a Alda de aquella chica inglesa y lo que había ocurrido entre ellos.

—Me alegro de volver a verte —admitió Alda—. Aunque no tenías que haberte tomado tantas molestias. Ya te he causado suficientes problemas. Como puedes ver, no tienes de qué preocuparte. No podría estar mejor en este mundo, se parece mucho al lugar de donde yo vengo. Aquí tengo altos árboles a los que trepar, puedo disfrutar de la naturaleza como lo hacía antes y, además, las Sídhe son muy agradables y se han portado fenomenalmente conmigo.

—Eso es estupendo. Pero, ya que estoy aquí, ¿no te importa que me quede un poco más y lo compruebe por mí mismo? Solo para asegurarme de que no hay ningún peligro oculto ni nada parecido.

—Me halaga tu preocupación y aprecio lo que haces, aunque no creo que sea necesario. De todos modos, por supuesto que puedes quedarte por aquí todo el tiempo que quieras.

—Bien, pues aclarado el asunto, estaría bien que me enseñases el lugar y todo eso —sugirió Kevin.

—Claro, ven conmigo y te llevaré hasta el poblado.

—Iré justo detrás de ti. Por cierto, aun no me puedo creer la casualidad de que aparecieses justo cuando lo has hecho.

—Sí, ha sido todo un golpe de suerte. La verdad es que ni siquiera te había visto hasta que he derribado al Sun.

—¿Quieres decir el mono?

—¿Así lo llamas tú? —le preguntó Alda, levantando con la mano al animal que todavía llevaba sujeto por el rabo.

Kevin se quedó mirando el cuerpo de aquel ser con más atención y se dio cuenta de que, lo que le había parecido un mono, era algo distinto de los que él conocía de su mundo. Este animal, aunque compartía ciertos rasgos con los monos, tenía otras características que le indicaban que era una especie distinta. El detalle más destacable era una especie de trompa alargada, en el lugar de la nariz, que el bicho llevaba enrollada por el cuello, como si fuese una bufanda.

—Así llamamos en mi mundo a los animales que son parecidos a este —explicó Kevin—. Aunque no es del todo igual. En cualquier caso, ¿qué hacías golpeando a un animal con piedras desde los árboles?

—Eso es debido a mi entrenamiento. Como te he dicho, los habitantes de este mundo me han acogido como si este fuese mi hogar, pero bajo una condición, y es que tengo que aprender sus costumbres y tengo que ser capaz de poder subsistir por mi cuenta, al igual que lo hacen ellos. Eso quiere decir, entre otras cosas, que tengo que construir mi propia casa y cazar comida para contribuir con el resto del pueblo.

—¿No es eso un poco duro para una recién llegada?

—No, para nada. En realidad, este era el primer día que me dejaban ir de caza. Desde que llegué, me han estado enseñando sobre las distintas plantas de la zona, los animales y otras cosas. No es que me hayan lanzado en medio del bosque por las buenas, sin preparación.

—¿Y esas pieles que llevas por encima? ¿Creía que no te gustaba ir demasiado cubierta?

—Oh, ¿esto? —dijo ella, mirándose hacia las prendas que llevaba puestas—. Es camuflaje, así puedes coger a los Sun sin llamar la atención. Además, las pieles están impregnadas con el olor de los animales, para que les cueste más detectar mi presencia.

—Vaya. Parece que te estás adaptando rápidamente a este mundo —dijo Kevin, sorprendido.

—Hago lo que puedo —respondió la chica con modestia, aunque con algo de rubor en las mejillas.

Continuaron hablando un poco más, mientras caminaban en dirección al poblado de las Sídhe. Casi toda la conversación versó sobre el nuevo modo de vida de la Fane y cómo le habían recibido las gentes. Al parecer, tal como había dicho la anciana a la que sacaron de la prisión Djin, los residentes de aquel mundo sí que trataron a Alda como a una heroína, haciéndole una gran fiesta cuando llegó y agradeciéndole haberle devuelto a un respetado miembro de su comunidad. Ella no había tenido ningún problema para integrarse y todo el mundo la trataba como si fuese uno más de ellos y no una criatura de otra especie. Kevin se sintió mal cuando pensó en ello, porque se daba cuenta de que él sí que le había dado un trato distinto a la Fane del que le hubiese dado a otro ser humano. Eso le hacía pensar que, después de todo, era posible que el mundo de las Sídhe sí que fuese el mejor lugar para Alda. Allí nadie la juzgaría simplemente por ser ella misma.

SIGUIENTE

martes, 14 de enero de 2020

V. ENTRE LEYENDAS (7)



V. ENTRE LEYENDAS



7


Cuando cayó la noche, Kevin eligió un sitio donde acampar y se detuvo. Por el momento no había tenido suerte en su búsqueda y comenzaba a pensar que tendría que hacer algo más, aparte de pasear, si quería encontrar a la criatura.

Se acercó a la orilla del lago y se sentó allí, mirando a lo lejos. El agua estaba todavía más oscura por la noche y el pensamiento de que pudiese haber algo por allí abajo, acechando, le producía escalofríos. 

Entonces se le ocurrió una idea. Tal vez pudiese tirar la botella al lago y que fuese el genio quien buscase al monstruo, con la luz de su llama. Se rió con la disparatada ocurrencia. Obviamente no iba a hacer esto. No porque no estuviese tentado, sino porque realmente no creía que aquello fuese a funcionar. Aunque sí que podía asustar a Efreet comentándole su idea. Después de todo, tenía que vengarse por la última jugarreta del Djin. Sacó la botella de la mochila y la puso delante suyo, de forma que el genio pudiese ver el agua. 

—¿Ves eso Efreet? Son las aguas del lago Ness. 

—¡Oh, que maravilla! —dijo el genio sarcásticamente, burlándose de Kevin—. No sé cómo he podido vivir todos estos años sin haber visto ese montón de agua estancada. 

—No, creo que te equivocas. No te lo estoy enseñando para que puedas disfrutar de las vistas. Lo hago porque se me ha ocurrido cómo puedo deshacerme de ti de una vez por todas. 

—Sabes que no puedes tirarme al lago, me acabarían encontrando. 

—Ahí es donde te equivocas. Por lo que he escuchado, la parte más profunda del lago Ness tiene varios cientos de metros de profundidad. Si pongo un peso en la botella y la hundo, acabarías en el fondo, y por más que brillases nadie podría verlo, porque las aguas del lago son demasiado oscuras como para que una pequeña lucecita abajo del todo pueda atravesarlas. 

Al parecer, aquello hizo que Efreet se asustase y tuviese que replantearse su conducta. 

—Vamos, ¿no hablarás en serio? Si sigues enfadado porque no te dejé copular con aquella humana, tienes que saber que fue solo una broma, no lo hice con mala intención —el Djin estaba gimoteando con nerviosismo ante la posibilidad de acabar bajo el agua. 

—No te preocupes, no te voy a tirar de momento. Pero si continuas haciendo cosas que puedan ponerme en situaciones difíciles de explicar, al final no me dejarás más remedio. 

—Admito que sabes negociar, pero ya se invertirán los papeles un día de estos y entonces… 

Kevin empezó a palpar el suelo, como si estuviese buscando algo. 

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Efreet. 

—Buscar una buena piedra para poder hundir la botella —mintió Kevin. 

—De acuerdo, de acuerdo. He recibido el mensaje —le dijo el genio, alarmado—. Intentaré comportarme mejor a partir de ahora. 

—Eso es lo que quería oír —respondió Kevin, habiendo ganado la batalla—. Ahora será mejor que descansemos. 

Y dicho esto, Kevin se dio media vuelta y se introdujo en el interior de la tienda de tierra que había alzado ya un rato antes. Su intención era la de dormirse cuanto antes, pero, por segunda noche consecutiva, se encontraba inquieto e incapaz de conciliar el sueño, y esta vez no había ninguna botella de vino cerca que le noquease al instante. 

Al final, acabó por volver al exterior a que le diese el aire. 

Hacía tanto frío como los días anteriores, pero al menos no estaba lloviendo. Volvió a acercarse hasta la orilla del lago y se quedó mirando el agua. Si no pensaba en algún modo de llamar la atención de monstruo, estaba claro que no iba a ser capaz de encontrarlo, y pasaría los días dando vueltas por la zona, esperando algún tipo milagro, como muchos otros cazadores de monstruos habían hecho antes que él. 

Pensó en las palabras que le había dicho la voz misteriosa por teléfono y recordó que esta había dado por hecho que no tendría ninguna dificultad en dar con la criatura. Sus pistas solo le habían servido para llegar hasta el lago, pero a partir de ese punto no le había dicho qué más hacer, o al menos no creía que aquel hombre le hubiese dado ningún otro tipo de información entre líneas. 

Tenía que haber un motivo por el cual él, de entre todas las personas, pudiese conseguir lo que tantos otros habían intentado, fracasando estrepitosamente. La solución a su problema por lo tanto tenía que estar en la siguiente pregunta: ¿Qué tenía él que los demás no tuviesen? Si lo pensaba de ese modo, la respuesta estaba clara, lo que tenía era el viento de Kalen. Quizás pudiese usar el instrumento de alguna forma para llamar la atención del monstruo Pero no sabía cómo hacerlo, todavía no controlaba bien el funcionamiento de la flauta, y si se equivocaba, igual acababa viajando a algún otro lugar por accidente. 

Kevin regresó al interior de la tienda, para recoger la flauta y experimentar un poco con ella. Se llevó a los labios el instrumento y sopló, produciendo una nota solitaria, intentando no pensar en ninguna canción. Haciéndolo así, la flauta no reaccionó mandándole a ningún lugar, solo emitió el típico pitido, al igual que lo hubiese hecho cualquier otro instrumento sin propiedades mágicas. Viendo que aquella prueba había salido bien, decidió repetirla, para comprobar que, en efecto, podía tocar la flauta sin consecuencias. Si podía hacerlo, quizás pudiese utilizarla para llamar a la criatura, si encontraba el lugar apropiado. Volvió a acercarse el instrumento a la boca para seguir practicando, y entonces fue interrumpido. 

—Detente, por favor. No quiero volver —dijo una voz que parecía ser la de un niño. 

Kevin bajó la flauta inmediatamente y la guardó, para después buscar cuál había sido el origen de la voz. Miró a su alrededor pero no vio a nadie. La verdad es que estaba empezando a cansarse de escuchar voces misteriosas, parecía que todo lo raro del mundo le ocurriese a él. 

—¿Quién ha dicho eso? —preguntó al aire. 

Pero nadie contestó. En lugar de ello, unas ondas comenzaron a formarse en la superficie del agua. Al ver el fenómeno, Kevin se asustó y cerró los ojos, pensando que estaba a punto de ver emerger al monstruo a una distancia muy corta y nada segura. 

Esperó un poco, pero no ocurrió nada, hasta que, finalmente, reunió el valor suficiente como para volver a levantar los parpados. 

Lo que vio le dejó asombrado, no había nada en absoluto, el agua había vuelto a la normalidad, como si aquellas ondas nunca hubiesen existido. Pensó que igual se lo había imaginado. Después de todo, la situación llamaba a precisamente a ver cosas que no estaban ahí. Estaba claro que se había dejado llevar por el miedo, se habían mezclado el cansancio, haber estado tocando aquella flauta en busca de monstruos, y la oscuridad del agua. Todo ello debía haber provocado que pensase que iba a emerger algo por delante suyo. O también podía haber sido un tronco que fuese flotando por las corrientes submarinas, esa era una buena explicación. Lo que estaba claro es que estar ahí, en mitad de la noche, estaba empezando a afectarle. Decidió que lo mejor que podía hacer era volver a su refugio y forzarse a dormir de una vez por todas. 

Se dio la vuelta para regresar a la tienda, pero al hacerlo se sorprendió de nuevo, porque que esta vez sí vio algo de verdad. Había un niño pequeño, de unos diez años, delante de él. 

El crío iba vestido como cualquier otra persona de su edad, aunque ignorando el frío de aquel lugar, llevaba una camiseta de manga corta, unos pantalones por la rodilla y calzaba unas zapatillas deportivas. Kevin se fijó en que el recién llegado estaba prácticamente temblando, y la expresión de su cara denotaba que estaba asustado. 

—Hola —saludó Kevin—. ¿Te has perdido? 

—No puedes llevarme de vuelta —respondió el niño, ignorando la pregunta que le habían hecho—. No quiero volver allí. 

—¿Volver a dónde? ¿Te has escapado de casa? 

—Ya sabes que no, que llegué por accidente. Pero ahora estoy mucho mejor aquí. Kalen, por favor… 

La suplica del niño dejó a Kevin de piedra, y en ese momento entendió lo que estaba pasando. Había estado buscando a un monstruo terrorífico, pero, al parecer, la criatura de otro mundo a la que quería encontrar era, en realidad, aquel niño asustado. Lo que no tenía muy claro era el motivo por el que tanta gente lo había confundido con un monstruo a lo largo de los años. 

—No temas. Yo no soy Kalen —le explicó al niño. 

—¿No lo eres? Pero tienes el viento de Kalen. 

—Sí, bueno, es una larga historia. Kalen murió hace ya muchos años y su flauta me eligió como su nuevo dueño de algún modo. 

—Entonces, ¿no has venido a llevarme de vuelta a mi mundo? 

—No, claro que no. Si estoy aquí es para pedirte que me ayudes. 

El niño se relajó por fin, cuando estuvo seguro de que su miedo era fundado, y se sentó en el suelo a escuchar la petición que le hacían. 

Kevin le contó a aquel ser una versión abreviada de todo lo que le había ocurrido, y que alguien le había indicado que él sería capaz de indicarle cómo llegar hasta el mundo de las Sídhe. El niño asintió con la cabeza, dándole a entender que efectivamente conocía la canción que abría el portal, y le dijo que estaba dispuesto a cantársela, siempre y cuando le dejase quedarse con los humanos. Kevin accedió, sin embargo, sentía curiosidad por conocer los motivos del “monstruo” para no querer regresar al lugar al que pertenecía. 

—¿Cómo iba a querer volver a un sitio donde nadie me conoce? —dijo el niño— Allí era tan solo un animal más, las Sídhe consideraban a los de mi especie como simples medios de transporte sin inteligencia. Luego llegué aquí y vi que todo era distinto, la gente me adoraba, contaban historias sobre mí y esculpían estatuas con mi aspecto. 

—Pero te tienen miedo. 

—Eso no es cierto. Soy una parte de las leyendas de esta tierra, no me tienen miedo, sino respeto. Además, saben que soy bueno para ellos, viene mucha gente al lago con la esperanza de poder verme, y eso hace que la gente de los alrededores gane dinero. Todo el mundo está feliz con que yo esté aquí. 

—Supongo que en eso tienes razón. Aunque, ¿cómo es que creen que eres un monstruo? 

—Eso es porque la forma que te estoy mostrando ahora es solo uno de los aspectos que puedo adoptar, el más reciente, que aprendí con los años, para poder jugar con los niños. 

—¿Qué otras formas tienes? 

—Seguro que has escuchado las leyendas. Es muy parecido a lo que cuentan. Dependiendo de cómo me hayan visto, han contado muchas historias y me han puesto muchos nombres. Aunque creo que el nombre que más me gusta de todos es Kelpie, quizás porque me describe mejor. 

—Un momento, ¿has dicho Kelpie? ¿No es ese el nombre de ese caballo que ahogaba niños en las aguas de los lagos? 

—Sí, esos cuentos están basados en mí. Pero nunca he ahogado a ningún niño, la historia se distorsionó porque alguna vez me han visto en mi forma terrestre, jugando con algún niño cerca del agua. 

—Entonces, entiendo que tu forma real es la de un caballo. 

—Actualmente puedo tomar tres aspectos distintos. Además del que estás viendo, también puedo tener una forma dentro del agua y otra en tierra. Estas dos tienen cierto parecido con los caballos que habitan entre los seres humanos. 

—Vaya —dijo Kevin, asombrado—. Nunca hubiese pensado que el monstruo del lago Ness pudiese resultar tan interesante. 

—Y yo nunca hubiese pensado que podía encontrar a un humano que tuviese la misma sana curiosidad que un niño. Me has caído bien. Por cierto, no me has dicho tu nombre. 

—Oh, sí. Me llamo Kevin. 

—Mucho gusto, Kevin. Espero que cuando hayas resuelto tus asuntos, puedas volver y jugar un poco conmigo. 

—Eso me gustaría. 

—Me alegra oírlo. Ahora, me imagino que querrás iniciar tu viaje. 

—Si eres tan amable de cantarme la canción para ir al mundo de las Sídhe. 

—En seguida, pero debes esperarte a tocarla con el viento de Kalen hasta que te hayas alejado un poco de este lugar. No me gustaría acabar viajando contigo por accidente. 

—Te prometo que no tocaré la canción mientras esté al lado del lago. 

—Muy bien. Ahora me introduciré en el lago y adquiriré mi forma original, la de caballo de agua, ya que solo puedo emitir los sonidos necesarios estando bajo el agua. 

Entonces, el niño se levantó y se fue hacia el borde del lago, dio un salto y se lanzó al interior, sumergiéndose en las profundidades. El agua comenzó a emitir un brillo verde pálido y se formaron ondas concéntricas en la superficie, cada vez más grandes, hasta que, de repente, del centro de aquellos círculos, emergió el cuerpo de una bestia de grandes proporciones. 

La criatura era, en verdad, bastante parecida a un caballo, quizás un poco más grande, aunque sin llegar a tener las dimensiones que contaban las historias de Nessie. Además, era de un color verdoso, sin pelo, y en vez de patas tenía unas grandes aletas. 

Kevin miró con admiración la nueva forma de Kelpie y no sintió nada de miedo. Lo que tenía delante suyo no era un ser terrorífico como había esperado, sino algo magnifico y maravilloso. 

El monstruo le hizo un gesto con la cabeza, indicándole que estaba a punto de empezar, y después se sumergió de nuevo en el agua. Al poco tiempo, empezaron a escucharse unos sonidos rítmicos provenientes de las profundidades del lago, componiendo una preciosa melodía que irradiaba sentimientos de añoranza y temor. 

Kevin empezaba a darse cuenta de que todas aquellas músicas tenían algo en común y es que, de algún modo, tenían la cualidad de quedar impregnadas con los sentimientos de la persona que las cantaba. 

Cuando la música hubo finalizado, supo que no podría olvidarla jamás, se le había quedado grabada en su mente para siempre. 

Después, Kelpie salió del agua, otra vez con su forma de niño, para despedirse de él. 

—Recuerda que me has prometido que volverías a jugar conmigo alguna vez —le dijo el niño. 

—No lo he olvidado. Siempre cumplo mis promesas. 

—Mejor será que lo hagas —entonces, el crío se quedó pensando un momento, y luego le hizo una advertencia—. Hay algo que deberías saber, solo por si acaso. Si en ese mundo te cruzas con algún otro caballo de agua, debes salir corriendo y no mirar atrás. Algunos de los míos pueden alcanzar mayor tamaño y también pueden llegar a ser muy agresivos. Si las Sídhe consideraban que no éramos seres inteligentes era porque en parte es verdad. Creo que el único motivo por el que yo soy distinto es porque vine a este mundo. Cuando adquirí mi forma humana, también aprendí a ser como los humanos. 

—¿Quieres decir que los otros de tu especie no pueden hablar? 

—Eso es, y pueden llegar a ser peligrosos, tenlo en cuenta. 

—Lo haré. Muchas gracias por la advertencia. 

Después de aquello, terminaron de despedirse. Kevin recogió todas sus cosas y comenzó a alejarse del lago, tal como le había prometido a Kelpie, para abrir el portal lo antes posible. Ahora que ya sabía la forma de llegar al mundo de las Sídhe, no tenía sentido que perdiese más tiempo, quería hacer el viaje inmediatamente. 

Cuando consideró que estaba a bastante distancia, abrió la mochila y sacó la flauta, para tocar la melodía que le había cantado el caballo de agua. Aunque antes de poder hacerlo, Efreet no pudo resistir la tentación de hacer un comentario sobre lo que había pasado. 

—¿Te das cuenta de que lo he escuchado todo? —dijo el genio—. Ahora ya sé cómo viajas entre los mundos, esa flauta abre portales. 

—Sí, eres muy listo —respondió Kevin, sin prestar demasiada atención al comentario de Efreet. 

—Pero tú debes ser bastante tonto. Ese niño te ha dicho que hay monstruos peligrosos en ese mundo, y aun así estas dispuesto a viajar allí, después de haber escapado por los pelos de mi ciudad y de la ira de Iblis. 

—¿Acaso tienes miedo? 

—Debes estar de broma. Soy un poderoso Djin, quien debería tener medo eres tú, humano insignificante. 

—Aun estoy a tiempo de tirarte al lago antes de irme —amenazó Kevin. 

El genio emitió un gruñido y cesó en su empeño por disuadirle de abrir el portal. De modo que, ahora que podía concentrarse, Kevin se puso el extremo de la flauta en los labios y comenzó a soplar, rememorando mientras lo hacía, la canción que le había interpretado Kelpie, el monstruo del lago Ness.

SIGUIENTE