lunes, 28 de mayo de 2018

I. UN CLARO EN EL BOSQUE (5)


I. UN CLARO EN EL BOSQUE



5


Fue la corriente de aire frío lo que le despertó. Se había quedado dormido sobre la cama con la ropa puesta y no se había acordado de cerrar la ventana. Kevin se levantó y caminó hacia la ventana, la cerró y bajó la persiana. 

La pierna todavía le dolía, supuso que a esas alturas ya tendría toda la zona amoratada. Se seguía encontrando cansado, el día había sido realmente agotador y, tal como estaba, no creía que fuese capaz de repetir lo mismo a la mañana siguiente. Definitivamente había decidido quedarse en casa, dejar la pierna reposar y replantearse su plan de búsqueda de trabajo, ya que, obviamente, del modo en que lo estaba haciendo no estaba encontrando nada. Tenía que cambiar de estrategia. Pero de todo eso ya se encargaría al día siguiente. 

Se acercó al despertador y miró la hora. Eran las 4:35. Por algún motivo tenía la mala costumbre de despertarse siempre a la misma hora. Tenía problemas para dormir toda una noche del tirón. 

En lugar del acaloramiento febril de la noche anterior, esta vez lo que estaba era destemplado. Una ducha fría estaba fuera de la cuestión, pero un buen baño caliente se le antojaba de lo más tentador. Además, como se había dormido tal y como había llegado de la calle, no se había lavado ni para quitarse la suciedad de la piel después de haberse caído. Haría eso, se daría un baño y luego volvería a dormirse. 

Fue hasta el segundo cuarto de baño de la casa, el más grande. Puso el tapón en la bañera y dejó que el agua fuese llenando el receptáculo. Mientras tanto, se quitó toda la ropa y miró lo maltrecha que había quedado. Cualquiera que viese las prendas pensaría que la caída había sido mucho más aparatosa de lo que en realidad había sido. El pantalón había quedado inservible y la camisa, aunque conservaba su integridad, estaba muy sucia, hasta tal punto que no estaba del todo convencido de que aquellas manchas pudieran quitarse al lavarla. Pensó que era una lástima. Esas prendas eran las más formales que tenía, las que se ponía para dar buena impresión. Durante los próximos días, si le llamaban para alguna entrevista de trabajo o algo así, tendría que tomar prestada ropa de su tío. 

Kevin se dio cuenta de que no había cogido ropa para ponerse después del baño. Así que regresó hasta su habitación en busca de un pijama. No llevaba nada puesto encima y el frío le estaba dejando la piel de gallina, de modo que trató de apresurarse para coger la ropa y volver cuanto antes al cuarto de baño, donde la temperatura era más agradable gracias al radiador. Avanzó rápido hasta el dormitorio, el armario estaba al fondo, y dentro, en uno de los cajones, tenía varios pijamas limpios. 

Sin molestarse en encender la luz, fue en dirección hasta el mueble y entonces se tropezó con algo, cayendo de bruces al suelo. 

Amortiguó la caída con las manos y afortunadamente no se hizo mucho daño. Pero no dejaba de maldecirse por lo patoso que estaba siendo durante ese día. Primero lo de la bicicleta y ahora una caída tonta por culpa de algún trasto que había dejado por en medio y que no había visto por ir moviéndose por la casa con las luces apagadas. 

Se levantó del suelo y fue hasta donde se encontraba el interruptor de la luz. Presionó el botón y entonces se encendió la bombilla que se encontraba en la parte central del techo de la habitación. 

Al iluminarse el cuarto, Kevin pudo ver de forma inmediata cuál había sido la causa de su tropiezo. Allí, tirado en el suelo junto a su cama, se encontraba el maltrecho cuerpo desnudo de la mítica criatura a la que había rescatado en su sueño. Solo que, lo que estaba viendo, no era un sueño en absoluto. Los sucesos de los últimos días le estaban causando graves problemas para distinguir la realidad y la ficción. Aparentemente la fantasía ya no era tal y cualquier cosa era posible. 

La confusión causada por el choque de aquella imposible visión fue más de lo que Kevin pudo soportar. Sentía su mente dividida y tratando de buscar alguna explicación al hecho de ver parte de su sueño dentro de la realidad, dentro de su propia habitación. Puede que fuese una alucinación o que todavía estuviese durmiendo. Si era así, quería despertarse ya, quería olvidar toda esa locura y regresar a un mundo donde todo era más convencional y aburrido, donde su única preocupación era la de encontrar un empleo digno. Apretó los ojos con fuerza, esperando que al abrirlos no hubiese ningún rastro de aquella alucinación. Pero fue en vano, levantó los parpados y descubrió que aquel cuerpo moribundo continuaba en el mismo lugar. Kevin estaba atónito, era incapaz de reaccionar y no se atrevía a moverse del sitio. 

Entonces un quejido rompió su estupefacción. La mujer todavía estaba viva. Kevin escuchó que ella estaba produciendo algún tipo de sonido que, debido a su debilidad, apenas era perceptible. Tuvo que acercarse para poder oírla. La claridad de lo que escuchó le sorprendió todavía más, ya que, de forma totalmente inteligible, pudo distinguir la pronunciación de la palabra “agua”. 

Kevin salió corriendo hacia la cocina. Cogió un vaso de cristal y lo llenó con agua del grifo. Después volvió hasta el dormitorio y, con cuidado de no derramar el agua, se agachó junto al cuerpo de la chica. Le acercó el vaso, inclinándolo con delicadeza sobre los labios entre abiertos de ella, quien se fue tragando el líquido poco a poco, hasta que no quedó ni una sola gota. 

De repente, ella abrió los ojos y se le quedó mirando. Al sentir la mirada de la chica, a Kevin le entró un súbito ataque de vergüenza, recordando que no llevaba nada de ropa puesta, ya que no había llegado a coger el pijama después de haberse tropezado. Se levantó, fue hasta la cómoda, y cogió al menos unos bóxer y una camiseta interior que poder ponerse por encima. Se vistió con ambas prendas, tratando de mantenerse alejado de la mirada de ella, y después regresó junto al cuerpo de la elfa. No, elfa no, la voz que Kevin había escuchado durante su primer encuentro con la criatura le había dicho que ella era una Fane. 

—Más agua —susurró la chica. 

—Sí, claro. Te traeré otro —contestó él, mientras recogía el vaso del suelo. 

—No, eso no. Agua en el cuerpo. 

—¿Quieres que te tire agua por encima? —le preguntó Kevin con extrañeza. 

—Sí. 

Kevin pensó que podía llevarla a la bañera que ya había empezado a preparar para él unos instantes antes. Y entonces recordó que había dejado el grifo abierto. “Oh mierda”, pensó. 

Salió corriendo hacia el baño y se encontró con que el agua estaba a punto de salirse por el borde de la bañera. Cerró la llave del agua y quitó el tapón del fondo para desalojar un poco de líquido y evitar que se desbordase al introducir el cuerpo de la mujer, después volvió a colocar el tapón. 

Regresó al dormitorio y, del mismo modo que había hecho en el claro, levantó a la Fane pasándole los brazos por detrás de la espalda. La cargó hasta el cuarto de baño y, con suavidad, la fue sumergiendo en la bañera hasta que solo quedó su cabeza por encima del agua. 

—Gracias —dijo ella mientras cerraba los ojos. 

Al parecer, la chica se había quedado dormida. Kevin vio que ella respiraba rítmicamente mientras el agua se volvía turbia, al ir desprendiéndose las costras que se habían formado sobre el cuerpo de la criatura. 

Dudó entre quedarse y esperar a que ella despertase o dejarla descansar tranquila. Si la dejaba allí, sin supervisión, ella podría ahogarse. Pero, por otro lado, era la extraña elfa quien había pedido el agua, con lo que debía saber lo que se hacía. Finalmente, Kevin decidió regresar al dormitorio y esperar allí. 

Se tumbó en la cama. Estaba exhausto, todavía no había descansado nada y su cuerpo empezaba a notarlo. Todo el tiempo que creía haber estado durmiendo y soñando en realidad había estado viajando a otra dimensión u otro mundo. Pensó que no pasaría nada por descansar un poco mientras la mujer hacía lo mismo. Después de todo, en el estado en que ella se encontraba, no creía que pudiese ir muy lejos. Sin poder evitarlo, los parpados se le fueron cerrando. 

“Solo un poco”, se dijo a sí mismo. Se quedaría tumbado un rato y luego iría al baño a comprobar que ella estuviese bien. 

Para cuando Kevin se quiso dar cuenta, ya había amanecido. Se había quedado dormido al poco de tenderse en la cama. Se incorporó con pesadez. Tal como había esperado, tenía la pierna algo amoratada y el dolor permanecía, molestándole. 

Se puso en pie y trató de reconstruir los acontecimientos del día anterior. Esta vez no volvió a cometer el error de pensar que todo había sido un sueño, no hubiese podido de todas formas. El desorden de la habitación delataba todo lo que había ocurrido allí unas horas antes. 

Sabía que debía ir hasta el baño para ver qué había sido de la mujer, pero temía hacerlo. Le asustaba pensar que aquella criatura de dientes afilados hubiese muerto en su bañera mientras él dormía, y ahora se encontrase allí todavía, sin vida y comenzando a descomponerse. Pero no podía demorarse más, independientemente de lo que hubiese pasado. Tarde o temprano iba a tener que ir, y, de haber ocurrido lo peor, sería preferible si lo descubría cuanto antes. 

Kevin entró al cuarto de baño, pero no vio a nadie allí. La bañera estaba vacía, no contenía ningún cuerpo moribundo o muerto, ni siquiera quedaba agua dentro, a pesar de que el tapón continuaba puesto. El único rastro visible era una enorme mancha de suciedad de color marrón oscuro que había quedado cubriendo el fondo del receptáculo.

SIGUIENTE

I. UN CLARO EN EL BOSQUE (4)


I. UN CLARO EN EL BOSQUE



4

Había vuelto a tener otro extraño sueño y, como resultado de ello, de nuevo se despertó con malestar y sintiéndose incómodo. Kevin abrió los ojos y se quedó mirando el techo por unos segundos, solo que no era el techo de su dormitorio lo que veía, sino un montón de ramas secas y desprovistas de hojas que cubrían el espació que tenía a varios metros sobre su cabeza.

Se incorporó de golpe y descubrió que se encontraba tumbado en tierra, la flauta se hallaba tirada junto a su lado. Ambos, el instrumento y él, estaban en el centro de una especie de depresión del terreno, rodeados de tierra árida por todas partes excepto por arriba, donde se apreciaba la luz del atardecer entrando por entre las ramas de los árboles.

Los hechos de la noche anterior no habían sido un sueño, tampoco estaba soñando ahora. Algo le había ocurrido y todo había sido a causa de aquella flauta.

Kevin pensó que todo aquello era una locura. Pero no quería dejarse llevar por el pánico. Lo primero que tenía que hacer era encontrar el modo de salir de allí y regresar a casa. Después ya se encargaría de intentar encontrar una explicación racional a todo lo que le había pasado.

Recogió la flauta del suelo, se la llevó a la boca y comenzó a soplar, esperando que los dedos volviesen a moverse solos por arte de magia, como había ocurrido la última vez. Pero no ocurrió nada, el instrumento solo emitió un montón de pitidos molestos. Pensó que tal vez requiriese más tiempo. Repitió todo lo que había hecho la noche anterior, tanto los ensayos como la canción de cumpleaños. Pero la flauta no reaccionó, no hubo magia alguna, y Kevin permaneció sentado en la misma posición sobre la tierra.

No sabía dónde estaba, pero dudaba que fuese un lugar donde alguien pudiese acudir a rescatarle. Así que solo tenía dos opciones: seguir esperando que la flauta volviese a funcionar o buscar algún otro medio de volver. Nunca había sido el tipo de persona que se queda cruzada de brazos sin hacer nada, de modo que optó por la última opción, buscaría otra salida.

Se puso en pie y, al reparar en sí mismo, agradeció haberse acostado con la ropa puesta. Aunque tuviese los pantalones rotos, siempre era mejor que tener que deambular por vete tú a saber dónde con el pijama de rayas azules. Se acercó hasta uno de los laterales del hoyo en el que se hallaba e intentó subir por él arrastrándose, pero la tierra estaba en tan mal estado que se desprendía haciéndole resbalar hasta el fondo constantemente.

Tras pensar un poco, se le ocurrió que podía intentar subir dándose algo de impulso. Se fue hasta el extremo contrario de la depresión, se preparó y salió corriendo hacia delante, cogiendo carrerilla. Ascendió rápidamente, colocando los pies uno de tras del otro sin darles tiempo a resbalarse, hasta que se encontró fuera del agujero.

Al salir, Kevin reconoció el lugar inmediatamente. Estaba en el mismo sitio de su sueño, el claro rodeado por árboles del que apenas había logrado escapar la última vez. Pero todo había cambiado. El lugar había perdido toda la belleza que tenía la primera vez que lo visitó. El muro de árboles que rodeaba la zona era igualmente impenetrable, pero los árboles, antes llenos de vida, ahora parecían estar completamente muertos. Las ramas ya no tenían hojas en ellas que bloqueasen la visión del cielo. Y el manantial había desaparecido, se había secado, dejando así aquella triste depresión de tierra de la que Kevin acababa de salir con algo de esfuerzo.

Si aquello era todo, estaba perdido, no había salida posible. Jamás sería capaz de atravesar la barrera de árboles, daba igual lo secos que estuviesen, seguían siendo demasiado grandes y robustos como para poder trepar por ellos.

Desanimado, Kevin se sentó sobre el borde del agujero, sin saber qué hacer. ¿Probar de nuevo con la flauta, quizás? No tenía muchas más opciones, por no decir ninguna.

Entonces, se fijó en un bulto extraño que había en el suelo, junto a los árboles. Había algo debajo de uno de los montones de hojas desprendidas que poblaban el claro.

Kevin se puso en pie y fue acercándose lentamente, hasta que descubrió un pie asomando bajo las quebradizas hojas marrones. Recordó la criatura que había encontrado en su sueño, la hilera de dientes afilados como cuchillas, y, temiendo que el ser saliese de repente de su escondite para atacarle, retrocedió de un salto hacia atrás.

Esperó, en tensión, preparado para el ataque de la criatura. Pero nada se movió bajo las hojas. El pie se asomaba en la misma posición, sin que hubiese ningún cambio perceptible en él.

Decidió superar su miedo y acercarse un poco más. Pensó que era posible que el monstruo estuviese tan muerto como el resto de elementos del claro. Se agachó con precaución junto al bulto y, cuidadosamente, fue retirando las hojas que tapaban el cuerpo del ser. En poco tiempo dejó el cuerpo de la mujer completamente expuesto. La elfa había perdido toda la sensualidad de su primer encuentro, estaba tan marchita como los árboles. Kevin vio que el ser tenía la piel seca y cuarteada, haciendo que pareciese estar cubierta de escamas. Su cuerpo, antes terso y brillante, ahora estaba polvoriento y agrietado. El pelo había perdido su color y su rostro no transmitía ni erotismo ni amenaza, únicamente compasión.

Prestando atención, se dio cuenta de que la mujer no estaba muerta, el movimiento del pecho indicaba que todavía respiraba, aunque con dificultad. Kevin no sabía qué debía hacer. No tenía modo alguno de ayudarla, y, de poder hacerlo, no sabía si era una sabia decisión, ya que una criatura como aquella podía acabar con su vida en un instante si así lo deseaba. No obstante, tenía la convicción de que el ser había acabado encerrado en el interior del circulo de árboles por culpa suya. No sabría explicar el por qué, pero creía firmemente que él había sido el causante del estado actual de la elfa, y por lo tanto era responsable de ella.

Supuso que no podía juzgar mal a una criatura cuyos hábitos no conocía, menos aún cuando se había introducido furtivamente en el territorio de ella y le había robado una de sus posesiones. Era posible que aquello que Kevin había interpretado como un gesto de amenaza, cuando ella le mostró los afilados dientes, no fuese tal. Quizás la elfa solo se estaba defendiendo ante una posible agresión.

Un sonido interrumpió sus pensamientos. Era un murmullo apenas inaudible pero que claramente tarareaba una melodía que Kevin ya había escuchado antes. Aquella música era la misma que emitió la flauta cuando había sido transportado al claro.

Buscó el lugar del que procedía la melodía, pero no consiguió identificarlo inmediatamente. Fue unos instantes después cuando Kevin se dio cuenta de que el sonido provenía de los mortecinos labios de la chica. Al parecer, la criatura estaba intentando indicarle algo. Tal vez le estaba dando la clave para volver a su mundo. A pesar de haberla dejado en aquel estado, ¿era posible que el ser quisiese ayudarle a regresar? Puede que lo único que tuviese que hacer para que la flauta obrase su magia fuese tratar de reproducir la melodía. Así pues, Kevin pensó que no perdía nada por intentarlo.

Se llevó la flauta a los labios y comenzó a soplar por ella. Al principio el efecto fue el mismo que antes, solo salieron pitidos. Pero poco a poco fue como si el instrumento se fuese sincronizando con la cancioncilla que murmuraba la moribunda criatura que yacía en el suelo, entre las hojas. Entonces volvió a ocurrir el milagro de la noche anterior. Los dedos de Kevin comenzaron a moverse solos, incesantemente, produciendo aquella bella melodía, la misma que la última vez. Al poco tiempo comenzó a ver la luz blanca, que iba creciendo, solo que esta vez no venía de todas direcciones, sino de la apertura que se estaba formando entre el muro de árboles. Kevin continuó tocando hasta que consideró que el portal era lo suficientemente grande como para atravesarlo sin problemas, y entonces separó el instrumento de sus labios. Al hacerlo, la luz no desapareció, permaneció en el mismo sitio, como si estuviese aguardando que él la atravesara.

Esperó unos momentos, asegurándose de que el portal era estable, y entonces se dirigió hacia los árboles, con la intención de regresar a casa. Llegó hasta la luz y se dispuso a cruzar, pero en el último momento de detuvo.

Kevin miró hacia atrás y vio a la elfa tendida en el suelo, apunto de exhalar su último aliento. No podía dejarla allí abandonada a su suerte, no estaba bien, incluso aunque aquel ser estuviese a punto de morir. Dudó unos instantes. No sabía qué hacer. Quizás debiese esperar algo más de tiempo, permanecer junto a ella hasta el final y después darle un entierro digno. Pero no sabía cuánto tiempo continuaría abierto el portal, y si este se cerraba no sabía si sería capaz de volver a abrirlo sin ayuda.

De repente se escuchó un estruendo. Las ramas superiores de los árboles habían comenzado a caerse al suelo. La tierra comenzó a temblar y los árboles empezaron a tambalearse de un lado a otro. El lugar entero estaba a punto de colapsarse. El claro no solo había muerto, también estaba al borde de la desaparición, en poco tiempo sería como si nunca hubiese existido.

Entonces Kevin tomó su decisión. Probablemente estaba cometiendo un error, pero no estaba en su naturaleza dejar a la gente abandonada, incluso aunque no fuesen humanos. Regresó hasta donde se encontraba la mujer, sorteando las ramas, cada vez más pesadas, que caían sobre su cabeza. Se inclinó sobre ella y le pasó los brazos por detrás de la espalda para poder levantarla. Se sorprendió de lo poco que pesaba la criatura, era tan ligera que una simple brisa de aire podría habérsela llevado volando. Ese leve peso que le quedaba, era probablemente lo único que la mantenía todavía anclada a este mundo.

Así, con la elfa en brazos, Kevin comenzó a correr hasta el portal, el cual estaba empezando a cerrarse. Mientras iba hacia la luz, escuchaba como el bosque de sus sueños iba desmoronándose tras él, perdiéndose para siempre en el recuerdo. Finalmente llegó hasta el resplandor y, con una nueva sensación de mareo, se sintió arrastrado hacia el infinito.

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jueves, 24 de mayo de 2018

I. UN CLARO EN EL BOSQUE (3)


I. UN CLARO EN EL BOSQUE



3

De repente, Kevin recordó el sueño de la noche anterior. Había estado teniendo el mismo sueño desde que se había mudado a la casa de su tío. No ocurría todas las noches, pero, cuando lo hacía, el sueño siempre era el mismo: Se encontraba en un bosque enorme y muy antiguo, andando sin rumbo pero fascinado con todo cuanto veía. No obstante, aquella última noche el sueño había sido distinto. En esta ocasión, había llegado a un claro siguiendo el sonido producido por un instrumento musical, y en el claro se había encontrado con que la música procedía de una flauta. 

La flauta de su sueño era idéntica a la que se exponía en el escaparate que Kevin tenía frente a sus ojos. 

El instrumento y las heridas de su pecho eran dos cosas que no deberían estar ahí, pertenecían al mundo de los sueños, de donde se supone que nada debería salir. Sin embargo, el dolor sobre su piel era tan real como la visión de la flauta tras el cristal. Se preguntó cómo era posible que hubiese soñado con algo que no había visto hasta ese mismo instante en la realidad. Nunca había pasado por ese pueblo hasta ese día, de forma que no pudo haber memorizado aquel objeto de forma subconsciente ni nada parecido. Todo aquello le resultaba muy extraño, pero también se sentía profundamente intrigado. Quería sostener la flauta entre sus manos y asegurarse de que era real, no una alucinación producida por un golpe que se hubiese dado en la cabeza al caer de la bicicleta. 

Entró en la tienda y avanzó hasta el fondo, hasta un mostrador tras el cual se encontraba un hombre mayor limpiando una pequeña estatuilla. El anciano estaba distraído y parecía realmente atareado. Kevin no quería distraerle, pero la única forma que tenía de salir de dudas era preguntando. 

—Disculpe —dijo Kevin, intentando llamar la atención del hombre. 

El viejo continuó con su trabajo durante unos segundos, como si no le hubiese oído, después dejó la estatuilla sobre el mostrador y levantó la mirada hasta encontrarse con sus ojos. 

—¿Qué es lo que quieres? ¿No ves que estoy ocupado? —preguntó el anciano, con tono malhumorado. 

—Es sobre la flauta del escaparate. 

—¿Qué flauta? 

—La que tiene allí fuera expuesta —aclaró Kevin, señalando el escaparate con el dedo—. ¿Me podría decir desde cuando la tiene? 

—Déjame en paz chaval, no sé de qué me estás hablando. Vete a tomarle el pelo a otra persona. 

—¿No me puede decir al menos el precio? 

El hombre soltó una especie de gruñido, después salió del mostrador y se dirigió hacia la parte delantera de la tienda, en dirección al escaparate. 

—No sé qué es lo que crees haber visto, pero te puedo asegurar que aquí no hay ninguna flauta. Nunca he tenido ninguna flauta y no tengo ninguna intención de empezar a venderlas ahora —se inclinó sobre el escaparate y continuó con el sermón—. ¿Ves como no hay nada que…? ¿Pero qué demonios…? 

El anciano alargó la mano y alcanzó el objeto central de entre los que estaban expuestos. Se quedó mirando por unos instantes el instrumento, examinándolo por todos lados, con extrañeza. Entonces se lo dio a Kevin con brusquedad, poniéndoselo a la fuerza sobre sus manos. 

—Casi me tenías engañado por un momento. Ya veo, has visto que podías gastarle una broma pesada al vejete de la tienda de trastos ¿eh? Pues te ha salido mal. Sé reconocer mi mercancía, está todo perfectamente catalogado. Y esa cosa —dijo, señalando el instrumento—. Eso no me pertenece. 

—Pero yo… 

—Lárgate antes de que llame a la policía, no quiero volver a verte por aquí trasteando con mi mercancía. Y llévate esa maldita flauta de juguete contigo si no quieres que te la rompa en la cabeza. 

Kevin no dijo nada más. No se atrevió a contradecir a aquel hombre, que se había agitado en extremo, hasta tal punto que parecía que estuviese al borde del infarto. Simplemente cogió la flauta y salió de allí. 

Aquello había sido definitivamente lo más raro que le había ocurrido en toda su vida. Pero no tenía sentido darle demasiadas vueltas en aquel instante, el tiempo seguía pasando y él no se encontraba más cerca de casa. Dejó la flauta en la cesta de la bicicleta, junto a la carpeta con sus datos, se sentó sobre el sillín y se puso a pedalear, tratando de no correr demasiado, en dirección a su casa. Aunque había dejado de llover, el suelo continuaba estando mojado y Kevin no quería arriesgarse a sufrir otra caída. 

Tardó un buen rato, pero finalmente consiguió llegar. Completamente agotado, subió hasta el piso, fue hasta su habitación, dejó las cosas tiradas sobre el escritorio y se dejó caer sobre la cama. No pensaba ni quitarse la ropa, eso hubiese requerido demasiado esfuerzo. Simplemente se dormiría así mismo, tal cual estaba. 

Antes de darse cuenta, los parpados se le habían cerrado y había comenzado a sumirse en un estado de completa relajación. 

“La dejaste.” 

Una voz despertó a Kevin súbitamente. Había sonado tan clara como si hubiese tenido a alguien hablándole al oído. Pero allí no había nadie. Él era la única persona que había en la casa y la voz no había sido más que un vívido sueño, quizás producido por el profundo agotamiento que le había causado el poco fructífero día de búsqueda de trabajo. Lo peor de todo era que, a pesar de todo el esfuerzo, no había conseguido encontrar nada y al día siguiente tendría que volver a repetir la búsqueda, esta vez en algún otro pueblo cercano. La sola idea de tener que darse otro palizón igual al de aquel día le hacía sentirse tres o cuatro veces más cansado. Pensó que tal vez debiese cogerse el día libre, descansar y dejar que se le pasase el dolor de la pierna. La verdad es que había sido un día de lo más completo: la apresurada entrevista a primera hora, los rechazos, la caída, la flauta… 

Se acordó del instrumento. Cuando llegó a casa había estado tan cansado que ni siquiera se había parado a pensar en ello. Kevin había dejado la flauta en un rincón, junto al resto de sus cosas, sin haberla examinado al menos. 

Se levantó y se dirigió al escritorio del dormitorio. Por un momento pensó que la flauta ya no estaría allí, que habría desaparecido del mismo modo misterioso en que llegó. Pero sí que estaba ahí. Se encontraba exactamente en el mismo lugar en que él la había dejado un rato antes. Un perfecto instrumentó tallado en piedra, de color mate y cubierto de indescifrables filigranas. 

Kevin no entendía mucho de música, pero supuso que, a simple vista y dejando a un lado la decoración, no parecía muy distinta al tipo de flautas que había usado en el colegio en la clase de música, solo que aquellas eran de plástico. 

Hacía mucho tiempo desde que había tocado ningún instrumento y no recordaba nada de nada: ni las notas, ni la disposición del pentagrama, ni la posición en que se tenían que poner los dedos. Pero, aún así, cogió la flauta y se la llevó a los labios, en un intento de producir alguna melodía. 

En cuanto Kevin sopló por el extremo del tubo se hizo patente su inexperiencia. La mayor parte de los sonidos que salieron del instrumento fueron unos pitidos insoportables, fruto de la mala colocación de los dedos. Eso no le hizo rendirse. Tras un rato, y después de numerosos intentos fallidos, consiguió que sonase algo similar a la melodía de “Cumpleaños feliz”. Sin embargo, lograr reproducir esa música no le reportó ninguna satisfacción. No creyó que sonase de forma distinta a la que lo hubiese hecho en cualquier otra flauta y se sintió decepcionado. La música que había tocado había sonado mecánica, sin alma, no como la magistral melodía que había escuchado en sueños. 

Intentó recordar el sonido de las notas de la música de su sueño. Era tan hermosa que no creía que alguien como él fuese capaz de reproducirla. Pero entonces ocurrió algo. Sus dedos comenzaron a moverse solos sobre los agujeros de la flauta, como si estuviesen hechizados. 

Se quedó asombrado con el misterioso fenómeno. Kevin no era el tipo de persona que creyese en lo paranormal y, a pesar de todo, no podía más que admitir que ahí estaba ocurriendo algo con cierto cariz mágico. Puede que solo fuese un movimiento reflejo, algún espasmo en las manos y que aquello no tuviese nada del misticismo que le estaba otorgando. Solo tenía una forma de averiguarlo. Acercó la boca a la flauta y comenzó a soplar. 

En ese momento las notas cobraron vida y se transformaron en una canción. La música era tan hermosa como la que había escuchado en el bosque, pero no era la misma. La melodía que tocaba Kevin tenía un tono más trágico, un trasfondo que hacía que se le encogiese el corazón con nostalgia y añoranza de un lugar que jamás visitaría puesto que ya no existía. Los sentimientos que tenía no eran suyos, de algún modo parecían provenir del propio instrumento, que no solo guiaba sus manos, sino que además parecía introducirse en lo más profundo de su mente. 

Entonces, mientras tocaba, comenzó a sentirse mareado. Una luz que parecía no provenir de ningún sitio y de de todas partes a la vez comenzó a rodearle, hasta que quedó completamente sumergido en el resplandor. La experiencia le hizo sentir un vértigo repentino que, en última instancia, le hizo perder el equilibrio y caer al suelo. 

Se desmayó.

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martes, 22 de mayo de 2018

I. UN CLARO EN EL BOSQUE (2)


I. UN CLARO EN EL BOSQUE



2


Kevin se despertó súbitamente, empapado en sudor. La cama estaba mojada bajo su cuerpo. A lo largo de la noche había arrojado al suelo tanto la manta como la almohada. Ahora, sobre el colchón solo quedaban él y una sabana hecha una pelota a sus pies. 

Era otoño, casi invierno, los días estaban siendo especialmente fríos y, sin embargo, la habitación parecía una caldera al rojo vivo. El calor provenía de su propio cuerpo, mientras dormía había hecho subir la temperatura del entorno febrilmente. 

Se encontraba incómodo y pegajoso. Bebió un trago de agua de la botella que conservaba junto a la cama por las noches y después la volvió a dejar en su sitio, ahora vacía después de haberse saciado. Alargó la mano y palpó a tientas hasta tropezarse con el despertador. Pulsó el botón de iluminación del aparato y miró la hora. Eran las 4:31 de la madrugada, todavía quedaban unas horas para que amaneciese, pero, tal como estaba en ese momento, sabía que no sería capaz de volver a conciliar el sueño. 

Se levantó y se dirigió hacia el cuarto de baño. Necesitaba darse una buena ducha si quería poder dormirse de nuevo. 

Abrió la llave del agua y dejó que esta corriese mientras él se quitaba el sudado pijama. Para cuando se introdujo en el interior del receptáculo, el agua ya había cogido algo de temperatura. En principio había pensado que, dada la estación del año en que se encontraba, qué menos que calentar un poco el agua antes de que esta entrase en contacto con su piel. Pero, a pesar de que el líquido estaba solo levemente templado, su cuerpo le pedía menos grados. Volteó por completo la llave del agua hasta la posición de frío y solo entonces empezó a sentir que su cuerpo volvía a su estado natural, refrescándose con el incesante chorro a presión. 

Cuando salió de la ducha se sentía mucho mejor. Regresó a su dormitorio, se puso un pijama limpio y cambió las sabanas del la cama. Ahora eran las 5:12. Todavía podría dormir un rato, al fin y al cabo no tenía que levantarse temprano. 

Se tumbó y se tapó con varias mantas al sentir, ahora sí, el frío acorde con la época cuasi invernal a la que pertenecía ese inicio del mes de Noviembre. Solo esperaba no soñar de nuevo. 

No volvió a despertarse hasta las diez de la mañana. No había tenido problemas para volver a conciliar el sueño y había dormido el resto de la noche de un tirón y sin soñar nada. Aun así, se notaba cansado, pero no tenía más remedio que levantarse a causa de la insoportable urgencia que le provoca a una persona beberse una botella de litro y medio de agua a media noche. Se fue directamente hasta el cuarto de baño antes de hacer nada más. 

Una vez hubo vaciado la vejiga, regresó a la habitación, descorrió las cortinas de la ventana y se preparó para afrontar el nuevo día. Hoy tendría que patear de nuevo las calles, del mismo modo en que llevaba haciéndolo cada día durante las dos semanas anteriores. 

La búsqueda de trabajo estaba resultando mucho más ardua de lo que en un principio había pensado que sería. No había tantos lugares donde poder dejar su currículum, y en los pocos donde lo dejaba nunca le llamaban para entrevistarlo. Pero tenía que esforzarse al máximo. Si no encontraba trabajo no podría permitirse el alquiler de un piso y, por lo tanto, no sería capaz de dejar de comportarse como un parásito para su tío, quien le había estado acogiendo en su casa durante más de tres meses. 

Abrió el armario y seleccionó de entre su vestuario las prendas que mejor se adaptaban a la situación. Necesitaba ir cómodo si iba a estar caminando de un lado a otro durante horas, pero también tenía que tener un aspecto lo suficientemente pulcro y formal como para causar buena impresión a cualquiera que estuviese dispuesto a coger su currículum. Pensaba que las posibilidades de que le llamasen serían mayores si lograba que su potencial empleador tuviese un buen recuerdo de su imagen. 

Cuando consideró que su aspecto era el adecuado, se acercó al escritorio de madera situado en un rincón de su dormitorio y recogió la carpeta negra que reposaba sobre la superficie. Dicha carpeta estaba rellena de documentos con la descripción de su experiencia profesional, todos ellos protegidos por fundas de plástico, para poder ser entregados en mano cuando fuese necesario. A pesar del tiempo que había estado buscando el trabajo, solo en dos locales habían aceptado coger su currículum, por consiguiente todavía le quedaban ocho copias impresas más, listas para distribuir. 

Esta vez tendría que ir más lejos. Ya se había recorrido todo el pueblo, de modo que debería extender su radio de búsqueda hasta las localidades colindantes. No disponía de vehículo a motor, y de haberlo hecho no hubiese podio permitirse el gasto de la gasolina, de modo que, para poder ir de un lado a otro, tendría que usar la maltrecha bicicleta que había sido su fiel compañera durante más de diez años. Ahora el aparato le quedaba algo pequeño, teniendo que flexionar demasiado sus largas piernas al pedalear. Pero no tenía dinero como para comprarse una bici nueva, la suya tendría que aguantar todavía algún tiempo más, años quizás, si las cosas continuaban tan mal como hasta el momento. 

Antes de salir de casa, Kevin se quedó un momento mirando su reflejo en el espejo del recibidor. Si no encontraba trabajo estaba claro que no era debido a su aspecto. Era alto, en torno al metro noventa. Estaba en buena forma, gracias al frecuente uso de la bicicleta que le había fortalecido, especialmente sus extremidades inferiores. Tenía el pelo oscuro, casi negro, corto pero sin estar rapado y siempre iba bien peinado, con algo de fijador para que el viento al pedalear no lo estropease. Sus ojos, verdes oscuros, transmitían seguridad y confianza, un detalle que, sin duda, quien lo contratase sabría valorar. Su piel morena, del tiempo que pasaba bajo el sol, indicaba que no era una persona ociosa, sino alguien que se movía de un lado a otro, incansablemente, para lograr sus objetivos. Sabía todo esto de sí mismo al mirarse, solo esperaba que los demás también fuesen capaces de darse cuenta de su potencial. 

Salió a la calle y se encontró con una mañana triste y gris. El cielo estaba completamente cubierto de nubes, la densidad era tal que no dejaban pasar ni un solo atisbo de luz solar. Todo apuntaba a que acabaría lloviendo, pero mientras el tiempo aguantase tendría que continuar con su misión. 

Antes de pensárselo dos veces y acabar por volver a la comodidad de su hogar, empezó a pedalear frenéticamente, para alejarse cuanto antes de allí y no caer en la tentación. 

Tardó dos horas en alcanzar el pueblo más cercano. Las calles estaban desiertas, pese a ser un día laborable como cualquier otro. Kevin supuso que el frío y la posibilidad de lluvia habían disuadido a aquellos que realizan su actividad profesional al aire libre, mientras que el resto de la gente no tenía ninguna razón particular para abandonar sus establecimientos o domicilios. Pensó que al menos así, con las calles vacías, tendría más libertad de movimiento y no tendría que ir esquivando a gente con la bicicleta. 

Pasó frente al letrero de un pequeño negocio situado en la primera planta de un edifico de tres alturas. Era una empresa dedicada a la distribución de productos de papelería. Pensó que era un sitio tan bueno como cualquier otro para probar suerte. 

La única experiencia laboral de Kevin hasta la fecha había sido en puestos de tipo administrativo (más cerca de chico de los cafés que de administrativo), y la verdad es que no creía estar capacitado para nada más con su nivel, más bien básico, de estudios. Por supuesto, podría haberse dedicado al sector hostelería, pero ya lo había intentado en alguna ocasión y había descubierto que era un absoluto negado para ese tipo de labores, por más esfuerzo e interés que pusiese en la tarea. 

Pulsó el botón del interfono de la calle y a los pocos segundos escuchó una voz saliendo del altavoz. 

“Papsitu Distribuciones. ¿En qué puedo ayudarle?”, preguntó una voz masculina. 

—Sí, verá, venía de dejar un currículum… —empezó a decir Kevin sin demasiada seguridad. 

Estaba tan acostumbrado a que ni siquiera le abriesen que sus palabras no salían con toda la confianza que hubiese deseado. 

Ya estaba dispuesto a darse la vuelta y buscar otro sitio, cuando le sobresaltó el sonido del zumbido de la puerta, permitiéndole así la entrada. Inmediatamente empujó la puerta y accedió al interior de la finca. Como la empresa estaba en la primera planta, no se molestó en utilizar el ascensor, subió por las escaleras. 

La puerta estaba abierta y en el interior se encontraba un hombre de unos cincuenta años vestido con un traje chaqueta algo arrugado por el uso, y aparentemente estaba esperando a Kevin. 

—Buenos días —le saludó el hombre, tendiéndole la mano—. Así que estás buscando trabajo. Me puedes comentar cuál es tu experiencia previa. 

Todo estaba ocurriendo de forma tan repentina que Kevin se sentía algo confuso. Le pareció extraña la forma en que había sido recibido por aquel hombre, iniciando una entrevista así por las buenas, frente a la entrada y sin hacerle pasar al despacho o sin invitarle a tomar asiento. 

—Sí, claro —se apresuró a decir, mientras sacaba unos de los documentos que llevaba en la carpeta y se lo entregaba al empresario—. He trabajado en dos empresas como auxiliar administrativo, están todos los datos en el currículum. No estuve mucho tiempo en la última, ya que tuve que dejar el trabajo debido a un cambio de domicilio. Sin embargo, si habla con ellos, estoy seguro de que le darán buenas referencias. 

—La verdad, chico, es que llegas en el momento apropiado. Estaba a punto de poner un anuncio buscando a alguien. Dime una cosa, emmm… —miró hacia la hoja que le había entregado en busca de su nombre—. Kevin, ¿te importaría hacer también labor comercial? 

—Nunca lo he hecho, pero siempre estoy dispuesto a hacer cosas nuevas y aprendo con facilidad. 

—Estupendo. ¿Tienes vehículo propio? 

—No exactamente… Normalmente me muevo a todas partes andando o en bicicleta. 

—Entiendo… —la expresión del rostro del hombre cambió, pasando a hacerse más seria—. Entonces, lamento decirte que no podemos utilizarte. El puesto comercial requiere que la persona se desplace frecuentemente grandes distancias para contactar con los posibles clientes. Y actualmente no me puedo permitir alguien que sea simplemente administrativo… De todas formas, me quedaré tu currículum y, si en un futuro la cosa cambia y necesito más gente, puede que te llame. 

—De acuerdo. Muchas gracias por su tiempo —le dijo Kevin, intentando no mostrar su decepción, mientras volvía a estrecharle la mano despidiéndose. 

Cabizbajo, descendió por las escaleras de vuelta a la calle. Esa había sido la vez que más cerca había estado de conseguir un trabajo, y al final el hecho de no tener coche le había hecho perder un puesto. 

El resto de la jornada no fue mejor. En los sitios donde le abrían la puerta cogían sus datos con frialdad y sin muestra alguna de interés. En la mayoría de lugares ni siquiera tenía la oportunidad de presentarse. 

A medio día se detuvo en un local a comer un bocadillo, para recuperar fuerzas y enfrentarse a la tarde. Al acabar de comer, antes de continuar, se le ocurrió llamar a una antigua amiga, para saludarla y de paso olvidarse un rato de la búsqueda de empleo. Intentó llamarla un par de veces pero ella no contestó al teléfono. Al final Kevin desistió, llegando a la conclusión de que estaría ocupada. 

Lo cierto es que echaba en falta a sus amigos. En los últimos años todos se habían ido marchando de la ciudad donde habían crecido juntos, hasta que él fue el último que quedó, y después la relación se había ido enfriando. Cada vez hablaba menos con ellos y se preguntaba si al elegir su nuevo destino, después de abandonar la casa de sus padres, no debería haber ido a la ciudad de alguno de sus antiguos amigos. Quizás así lo hubiese tenido más fácil. 

Después de comer, y tras abandonar el bar, continuó durante un rato con la búsqueda de negocios que quisiesen contratar a alguien como él. Pero el tiempo fue empeorando gradualmente hasta que, siendo ya bien entrada la tarde, empezó a llover. Pensó que lo mejor que podía hacer sería dejarlo estar por ese día y regresar a casa mientras todavía quedase algo de visibilidad. De modo que decidió emprender el camino de vuelta. 

Le costaba mantener la bicicleta recta. El suelo mojado le hacía perder la estabilidad del vehículo con frecuencia y, para no caerse, tenía que pedalear despacio y a un ritmo muy bajo. Si continuaba así, no llegaría a casa hasta bien entrada la noche. No es que hubiese nadie esperándole, su tío estaba en un viaje de negocios y todavía estaría un par de meses fuera, pero aun así no le parecía prudente ir por la calle solo, teniendo que atravesar algunos cruces peligrosos y sin luz. Si tenía un accidente no tendría a nadie a quien llamar. Así pues, decidió que sería mejor acelerar el paso un poco, para evitar tener que circular por la noche. 

Apenas hubo apretado la marcha cuando la rueda delantera se resbaló y le hizo girar el manillar de golpe. Kevin perdió el control de la bicicleta y se cayó al suelo con brusquedad. 

Se hizo daño en la pierna, pero nada grave. Sin mucha dificultad, se puso en pie de nuevo, recogió la bicicleta de en medio de la calle y se apartó a un lateral para comprobar los daños. 

Afortunadamente el vehículo estaba bien, ni siquiera se había salido la cadena. Al menos tenía suerte en algo, ya que si la bicicleta se hubiese estropeado, hubiese sido el fin de su único medio de transporte y las posibilidades de encontrar un empleo se hubiesen reducido drásticamente. Por desgracia su ropa había acabado bastante maltrecha. Estaba empapado, lleno de barro, y el camal izquierdo de los pantalones se había rasgado de lado a lado. Esos eran sus mejores pantalones, de hecho eran los únicos que tenía de aspecto más formal. Todo lo que le quedaba era consolarse al pensar que podría haber sido peor. 

El golpe haba sido bastante fuerte y la pierna le dolía al moverla. No se había roto nada, pero sabía que al día siguiente tendría un buen hematoma. También le escocía el pecho. No creía haberse dado contra nada en ese lugar, pero aun así le molestaba un poco. Miró hacia abajo, buscando alguna rotura en la camisa, pero no encontró nada. Se abrió los primeros botones de la camisa para revisar el lugar que le escocía en el pecho y descubrió un montón de arañazos en la superficie de la piel. Sin embargo, las marcas no parecían recientes, ya había comenzado a formarse una costra sobre ellas. Por más que lo intentó, no consiguió recordar haberse dado ningún otro golpe antes de lo de la bici, así que no sabía cómo podía haberse hecho aquello. Pensó que no tenía sentido seguir perdiendo el tiempo pensando en aquello y volvió a abotonarse la camisa, dispuesto a reanudar la marcha, esta vez con más cautela. 

Se montó en la bicicleta, puso un pie en el pedal y entonces se detuvo. Antes de ponerse en movimiento, algo llamó su atención. 

Al otro lado de la calle había una pequeña tienda de antigüedades. No se había fijado hasta ese momento, pero había algo extraño en aquel lugar. Se bajó de la bicicleta y, sosteniéndola por el manillar, avanzó andando hasta la tienda. Había un montón de baratijas expuestas en el escaparate, cosas inútiles y demasiado caras que nunca hubiesen despertado el interés de Kevin. Pero no todos los productos eran igualmente anodinos. Justo en el centro de la exposición había un objeto alargado tallado en piedra, una flauta.

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lunes, 21 de mayo de 2018

I. UN CLARO EN EL BOSQUE (1)


I. UN CLARO EN EL BOSQUE



1


Recorría un bosque, uno como ningún otro que hubiese visto antes en toda su vida, uno que nunca jamás hubiese sido capaz de imaginar. Los árboles eran altos, de gruesas cortezas, con protuberancias y raíces que la tierra no era capaz de contener. Cada uno de estos impresionantes monumentos vivientes se veía extremadamente viejo, pero no por ello marchito, sino todo lo contrario, tenían incontables ramificaciones y todas las ramas albergaban una frondosidad infinita. Era como estar cubierto por un techo de distintas tonalidades de verde y con una textura de hojas de todas las formas y tamaños.

Caminaba descalzo por el suelo, dejando unas marcas casi imperceptibles en la tierra. Avanzaba casi con remordimiento, consciente de que no debería estar allí. Era el único ser humano que había pisado esa tierra en mucho tiempo, estaba convencido de ello. El aire que respiraba estaba impregnado de intensos olores, fragancias naturales que despertaban sus sentidos y lo embriagaban. El dulce aroma de los árboles, las plantas y la tierra fértil, estaba acompañado de una sensación de profunda espiritualidad. Sentía que su sola presencia en este mágico paraje podría ser considerada como un sacrilegio ante la mismísima madre naturaleza.

Sus pasos no le dirigían en ninguna dirección determinada. Estaba demasiado maravillado con todo lo que veía y percibía como para preocuparse por llegar a algún sitio. No recordaba cómo había ido a parar hasta allí pero tampoco le importaba. No quería irse.

De pronto, un sonido rompió el silencio que le había acompañado hasta ese momento. Hasta entonces solo había escuchado el rumor del viento entre las hojas, y había creído que eso era más que suficiente. Pero ahora, al llegar hasta sus oídos tan hermosa melodía, se daba cuenta de cuán equivocado estaba. No imaginaba que pudiese existir nada en el mundo más bello que la música de aquel instrumento que no lograba identificar.

Dejó de caminar sin rumbo y orientó sus pasos en dirección al lugar del que parecían provenir las notas musicales.

Anduvo durante un largo periodo de tiempo y la música no paró en ningún momento. A pesar de la distancia, no se sintió cansado ni perdió las fuerzas. De algún modo, parecía flotar sobre el suelo. El sonido le empujaba a continuar, animándole con suavidad y avivando continuamente su ferviente deseo por hallar la fuente de la melodía.

Entonces la música cesó y, al hacerlo, él se detuvo. Se sumió en una profunda depresión. Pensó que ya nunca sería capaz de escuchar de nuevo nada tan hermoso. Pensó que, a partir de ese momento, estaría condenado por toda la eternidad a preguntarse sobre el origen de la música más bella que había escuchado jamás, y se lamentaría para siempre por no haber sido capaz de capturarla.

Pero un nuevo sonido le hizo salir de su turbación. Había escuchado el inconfundible chapoteo de una gran masa de agua al salpicar. Caminó hacía el origen del ruido y, solo unos pasos más adelante, se encontró con una extraña formación arbórea.

Estaba frente a una hilera de árboles que, de tan apegados que estaban los unos a los otros, parecían formar un impenetrable muro de corteza marrón oscura. Únicamente una hendidura permitía el paso al interior de tan increíble disposición natural del bosque. Para poder acceder era necesario hacerlo de perfil, dando pasos laterales hacia el interior.

Al llegar al otro lado se dio cuenta de que la estructura era mucho más inaudita de lo que en un principio pudiese haber imaginado. No era simplemente un muro. Los árboles estaban dispuestos de forma circular, rodeando un pequeño claro de bosque que contenía un manantial de aguas cristalinas, alumbrado por el único rayo de sol que había visto desde que había aparecido en el bosque, filtrándose entre la cúpula esmeralda que formaban las hojas. Era una imagen de cuento de hadas. Un lugar privado que se había formado por sí mismo, sin ayuda del hombre. Solo había una forma de acceder al claro y era por donde él lo había hecho.

No creyó que pudiese haber modo alguno de superar el deleite producido por su asombroso descubrimiento.

Al mirar con más atención al claro, se dio cuenta de que sobre una roca reposaba un extraño artefacto. Conforme se fue acercando a la roca, su júbilo fue incrementándose cada vez más, porque sabía que su instinto le había conducido hasta el origen de la música.

El instrumento que tenía ante sí era una especie de flauta tallada en piedra. Estaba pulida y grabada con unos delicados dibujos serpenteantes. Se preguntó cómo era posible que hubiese alguien tan irresponsable como para dejar tan esplendido instrumento abandonado en cualquier lugar. Pensó que solo había una cosa sensata por hacer: coger la flauta y llevársela consigo. Nunca había sido muy ducho para la música, pero estaba convencido que todo era cuestión de encontrar el instrumento adecuado. Después de todo, no pensaba que fuese posible que saliese una mala nota de aquel fascinante artefacto. Extendió la mano para hacerse con el objeto de su deseo, pero algo le frenó. Antes de alcanzar la flauta, volvió a escuchar el sonido del agua a su espalda.

Se volteó y se encontró con el cuerpo desnudo de una mujer saliendo del agua. Su belleza era tal que resultaba hipnótica. Tenía una larga cabellera de color castaño que le caía por la espalda, pegándose a su cuerpo por la acción del agua. Su rostro era anguloso, de labios carnosos y altos pómulos. Detrás de sus largas pestañas se ocultaban unos enormes e intensos ojos grises que se clavaban como agujas al devolver la mirada. Era delgada pero de estilizadas curvas. Su piel era muy clara, casi blanca, y muy tersa. Todo en ella reflejaba la voluptuosidad que solo otorga la juventud. Sus pechos, no muy grandes pero firmes, apuntaban hacia arriba con sus sonrosados pezones coronando la redondez de sus formas. Su vientre plano y liso brillaba con el resplandor de la luz del sol al reflejarse sobre su húmeda piel. Sus muslos, ligeramente separados, dejaban ver el contorno de su poblado sexo que, sin pudor alguno, no se molestaba en cubrir.

La visión de la mujer le dejó petrificado. No se atrevía a moverse. Ella continuaba en el mismo lugar, observándole, sin pronunciar palabra.

No podía apartar los ojos del cuerpo de la joven. Todos los rasgos de ella, la sensualidad que se desprendía de cada uno de sus rincones, era tal que provocaba que su corazón perdiese su ritmo con cada movimiento ocular.

Entonces descubrió algo en ella que le hizo sentir una fascinación todavía mayor, un detalle en el que no había caído hasta el momento, distraído con la desnudez de la mujer y aturdido por el acuciante deseo que había comenzado a arderle en el pecho. Vio que la forma de sus orejas no era la propia de un ser humano, sino que eran ligeramente más alargadas, estrechándose en la parte superior.

Pensó en todas las historias que conocía y se aventuró a conjeturar que el ser que tenía ante sí parecía ser de la fantástica raza de los elfos. Solo la ficción podría haber creado una criatura tan hermosa.

Quería acercarse a ella, quería explorar cada rincón de su cuerpo y fundirse en la pasión con aquel ser de leyenda. Dio un paso en dirección hacia ella y entonces la joven pareció sobresaltarse. La elfa permaneció inmóvil, pero con miedo en su mirada.

La insoportable atracción que estaba experimentando no le dejaba retroceder. Dio otro paso hacia delante. Pero ya no avanzó más, porque entonces algo le hizo detenerse repentinamente.

Una voz profunda e inquietante resonó dentro de su cabeza. Lo escuchó con claridad, pero no pudo identificarlo como uno de sus propios pensamientos.

“Necia criatura. No hay elfos, ni hadas ni dragones. Tus cuentos son solo historias para niños y mentes dóciles. En tu mundo la realidad se ha distorsionado para ocultar una verdad mucho más siniestra y compleja. No es un elfo lo que tienes frente a ti. La criatura pertenece a la raza de los Fane, es la última de su especie. No pretendo alarmarte pero, si quieres regresar a tu mundo, te sugiero que corras hacia la luz.”

La voz logró sacarle de su estupor. Sacudió la cabeza hacia los lados, tratando de centrarse en su propia persona. Esto alarmó a la Fane quien, repentinamente, abrió la boca enseñándole una hilera de amenazadores y afilados dientes con un brillo de color azulado.

Al ver aquello, se asustó y tropezó con la piedra que quedaba tras él, tirando el objeto que reposaba encima. No fue capaz de recuperar el equilibrio y cayó al suelo, junto a la flauta que le había hecho llegar hasta el claro en un principio.

Un zumbido empezó a resonar por todas partes del bosque, repitiéndose como un eco dentro de su cabeza. Miró hacia atrás, hacia la hendidura de los árboles, y le pareció ver que la grieta estaba estrechándose, haciendo cada vez más pequeña la blanquecina luz que se filtraba desde el otro lado. Eso le hizo recordar las palabras que acababa de escuchar. “Corre hacia la luz”, le había dicho alguien. Supo que tenía que hacerlo, que era su única oportunidad de salir de aquel lugar antes de que fuese demasiado tarde.

Recogió la flauta del suelo, se puso en pie y corrió hacia los árboles. Ni siquiera volvió la cabeza para comprobar si la criatura le perseguía.

Se introdujo en la hendidura y comenzó a avanzar con dificultad, pues efectivamente el hueco era mucho más estrecho que cuando había entrado. Los árboles le apretaban tanto el pecho que le costaba respirar. Sabía que si se detenía acabaría irremediablemente aplastado, formando parte del muro de troncos. La corteza rasgó su ropa y le hizo arañazos sobre la piel, pero al final consiguió salir.

Ya no había un bosque en el exterior, solo luz. El brillo era tan intenso que tuvo que cerrar los ojos para que no le doliesen. Entonces el zumbido cesó y la luz dejó de filtrarse entre sus parpados.

Todo quedó a oscuras y en silencio.

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