II. EL DESIERTO DE FUEGO
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En los días posteriores a su conversación, Kevin y Alda caminaron en la dirección acordada, sin variar su rutina. Todavía se enterraban por la noche, y continuaban bebiendo de aquellos frutos del desierto, aunque supiesen que estaban sufriendo una intoxicación causada por éstos. La única variación que hubo en su comportamiento fue que empezaron a hablar más a menudo, así estaban constantemente al corriente de la situación del otro. Si uno de ellos sufría algún tipo de alucinación, inmediatamente se lo contaba a su compañero. De esta forma podían saber si estaban empeorando o si la afección no iba a más, porque aun siendo así, no podían permitirse el lujo de abandonar la bebida y morir de deshidratación.
Todas las noches, antes de acostarse, los dos se quedaban esperando que apareciesen las luces. Lo hacían con la esperanza de que esas bolas brillantes fuesen una señal de que había una civilización cercana. Pero también las observaban con temor, vigilando que no fuesen peligrosas u hostiles.
Durante una de sus vigilias nocturnas, se repitió el incidente que Kevin había experimentado unos días atrás. En un momento dado, una de las luces se distanció del resto y comenzó a avanzar hacia ellos a gran velocidad.
En vista de la inminente colisión, Alda se asustó, reaccionando del mismo modo en que su acompañante lo había hecho la última vez que aquello había ocurrido, y se llevó las manos a la cara protegiéndose, en un acto reflejo.
Al ver la reacción de su compañera, Kevin cerró los ojos. Pero no lo hizo por el temor al choque con la bola de fuego, la cual esperaba que volviese a sobrevolarlos sin siquiera tocarles, sino porque sabía que cuando la Fane se asustaba las consecuencias podían ser desastrosas, ya que las visiones que ella provocaba eran mucho más aterradoras y caóticas que aquellas que sufría por los efectos de los frutos del desierto. En vista de lo que se le venía encima, prefirió no mirar, pensando que así evitaría el mecanismo de defensa de su extraña compañera.
Lo que ocurrió fue totalmente inesperado. Todavía con los ojos cerrados, escuchó que la chica dejaba escapar de su boca una exclamación de sorpresa. Esto le hizo abrir los parpados, con curiosidad, para ver así cuál era la causa de la reacción de la joven. Entonces vio algo tan inaudito que dudó por un instante si aquello era real o era de nuevo producto de su imaginación.
A pocos metros de donde estaba Alda, alumbrado por una luz que parecía emanar de su propio cuerpo, se encontraba detenida la primera persona que habían visto desde que habían aterrizado en aquel desierto. Era un hombre alto, con un tono de piel muy bronceado, y cubierto por unas ropas holgadas de tonos marrones y rojizos con adornos dorados. El pelo, negro y alborotado, le llegaba a la altura de los hombros, y además algo de vello facial cubría su rostro, a modo de perilla.
Por sus rasgos, Kevin hubiese podido pensar que era un ser humano. Pero no se dejó engañar por la primera impresión que tuvo del recién llegado, pues sabía de primera mano que había más seres en el universo con la misma apariencia. Por eso continuó escrutándolo con la mirada hasta que localizó algo fuera de lo común.
Podría haber sido solo un reflejo, o un engaño por la distancia a la que todavía se encontraban el uno del otro, pero sabía que aquel no era su mundo y cualquier cosa era posible. Quizás por ese motivo no le resultó tan extraño el detalle que descubrió, como lo hubiese hecho antes de empezar a usar la flauta y conocer la existencia de los hijos de los altos linajes. El individuo tenía el iris de color rojo, y no era una tonalidad que pasase desapercibida, sino que sus ojos estaban impregnados con un matiz carmesí tan intenso que recordaba a la sangre.
Kevin podía apreciar en la expresión del extraño una sorpresa mayor que la que se había llevado él mismo, expresión que se transformó repentinamente en una sonrisa, dedicada a Alda y a él. Esto le provocó un repentino escalofrío, desconfiando de las intenciones de aquel hombre y su muestra de alegría. No dejaba de pensar que aquella sonrisa le resultaba siniestra por algún motivo, aunque pareciese genuina y para nada forzada.
—¡Maravilloso! Eso ha sido simplemente maravilloso —exclamó el hombre de los ojos rojos—. Cuando creía haberlo visto todo, me llevo tan grata sorpresa. Amigos míos, no os hacéis la menor idea de lo feliz que soy en estos momentos.
El extraño no dejaba de adularles y de decirles cómo aquel encuentro debía de ser obra divina, mientras tanto continuaba avanzando hacia ellos.
A primera vista, no parecía hostil. Pero, la forma en que había aparecido, justo después de la bola de fuego, era extremadamente sospechosa, además de conveniente, y hacía dudar a Kevin de sus intenciones. Por ese motivo, aunque no impidió el avance del desconocido, se mantuvo alerta en todo momento.
—Por favor, ¿seriáis tan amables de decirme cómo habéis llevado a cabo semejante proeza? —preguntó el hombre.
Alda y Kevin se miraron el uno al otro, preguntándose con los ojos si alguno de los dos tenía alguna idea de la “proeza” a la que se refería el extraño, pero ninguno de ellos tenía respuesta a la pregunta.
—¿Quién eres y qué quieres decir con proeza? —le preguntó Kevin al recién llegado.
—¡Oh! Qué modales los míos. Permitidme que me presente, mi nombre es Efreet, morador de los fuegos del Oeste. Me disculpo por lo abrupto de mi pregunta, cuando ni siquiera habíamos cumplido con las formalidades más básicas. ¿Con quién tengo el placer de hablar?
Con la intención de responder al desconocido, Kevin dio un paso adelante para decir su nombre. Pero, antes de tener la oportunidad de abrir la boca, Alda le empujó hacia atrás con la mano y tomó a la fuerza su lugar en la conversación.
—En mi mundo se me conoce como Alda, la viajera. Soy una Fane de los frondosos bosques de Nemet. El humano que se encuentra tras de mí es mi sirviente, le llamo “Muchacho”.
Completamente atónito, Kevin sintió la urgencia de replicar, ante semejante cúmulo de patrañas. Pero antes de hacerlo, vio que su compañera volvía la cabeza para mirarle con la cara muy seria, tratando de indicarle algo. La conocía desde hacía muy poco tiempo, pero sabía que aquel comportamiento no era el habitual de la chica. Debía haber algún motivo para que ella actuase de aquella manera, de modo que se refrenó y dejó que Alda continuase con aquella representación. Entonces, la joven le guiñó un ojo a Kevin, aquel que quedaba fuera del campo visual del visitante, indicándole con ese gesto de complicidad que, en efecto, se llevaba algo entre manos.
—Una Fane y un Humano, esto sí que es toda una sorpresa —admitió Efreet—. No se escuchaban nombres como esos por estas tierras desde hace siglos. Aunque, por supuesto, eso explicaría la columna de agua que ha aparecido interrumpiendo mi vuelo. Al parecer he sido testigo de una de las famosas visiones inducidas por los de tu especie.
—No te equivocas —le confirmó Alda—. Tu espectáculo de luces sobresaltó a mi humano y te provoqué esa alucinación para captar tu atención. Verás, el chico se asusta con facilidad y no quería que dejase caer nuestro equipaje.
—Mis más sinceras disculpas, nunca hubiese osado causarle ninguna dificultad a una criatura tan hermosa como tú.
—Quedas disculpado, al fin y al cabo no ha habido daño alguno. Ahora, si nos disculpas, nos gustaría continuar con nuestro camino, no interrumpiremos tu vuelo durante más tiempo.
El misterioso personaje pareció dudar durante un instante. Daba la impresión de estar repasando en su cabeza todas las palabras que la Fane le había dicho, intentando buscar algo en estas que no estuviese bien. Finalmente, el individuo que decía llamarse Efreet, pareció darse por vencido.
—Ha sido un placer. Os deseo una grata travesía por mi país. Tal vez volvamos a encontrarnos más adelante.
Dicho esto, el hombre se convirtió de repente en una especie de bola de fuego y se elevó hacia el cielo, desapareciendo rápidamente de la vista de ambos, para perderse en la oscuridad de la noche.
Pasaron unos minutos sin que nadie dijese nada. Querían asegurarse de que el extraño se hubiese ido definitivamente antes de hablar sobre lo que acababa de ocurrir. No obstante, tras semejante incidente, resultaba difícil volver a sentirse lo suficientemente seguros, sin saber a ciencia cierta si aquel visitante llameante podía estar todavía observándoles desde algún lugar oculto.
El frío comenzaba a ser molesto, de manera que, todavía en silencio, iniciaron la rutina habitual de cada noche, excavando en la arena, recogiendo los frutos para el día siguiente y preparando el hoyo en el que enterrarse.
Durante todo lo que duró este trabajo, Kevin no dejó de mirar esporádicamente a lo alto, en dirección al cielo, con temor de que volviera a aparecer otra bola de fuego. Pero aquel inquietante individuo no regresó, con lo que el ambiente de tensión fue suavizándose cada vez más, hasta que, por fin, dio por hecho que estarían a salvo el resto de la noche.
Se enterraron y cubrieron sus cabezas con aquella improvisada tienda de lona en que transformaba su mochila cuando la cremallera estaba completamente abierta. Fue entonces, en ese pequeño espacio de intimidad que les proporcionaba su cobertura, cuando Kevin decidió preguntarle a su compañera sobre lo que había ocurrido con el visitante.
—¿Tu sirviente? ¿De qué iba todo eso?
—Solo he dicho lo necesario para mantenernos a salvo. Ha sido por precaución —aclaró Alda enigmáticamente–. Estamos en grave peligro.
—Creo que llevamos en grave peligro desde hace días. Admito que igual no es la mejor idea del mundo fiarse de un desconocido en un lugar como este, pero necesitamos ayuda. Al menos podíamos haberle pedido direcciones.
—Dudo que te hubiese gustado el lugar al que ese Djin nos hubiese guiado.
—¿Djin?
—Sí, al encontrarnos con él, he comprendido por fin en qué mundo hemos ido a parar. Nos encontramos en un lugar conocido como “el desierto de fuego”. Este mundo es un desierto casi en su totalidad y sus habitantes son los Djin, espíritus del fuego, también conocidos vulgarmente como Genios.
—Supongo que no serán los mismos genios que conceden deseos…
—Es cierto, recuerdo que leí un cuento en la biblioteca de tu mundo donde aparecía un genio. Diría que esas historias están, en efecto, basadas en los Djin. Sin embargo, la realidad dista mucho de aquellos escritos.
—Intuyo que te estás refiriendo a algo más, aparte del la cuestión de los deseos.
—Así es. ¿Te acuerdas de lo que te conté sobre la creación de los mundos y de cómo había algunas especies de entre los altos linajes que esclavizaron a los humanos? Los Djin estaban entre ellos.
—Por eso has dicho que yo era tu sirviente.
—Sí, ha sido un intento de protegerte. En primer lugar, le he hecho creer que yo ya me encontraba en mi madurez y que podía controlar la creación de ilusiones. De ese modo se lo pensará dos veces antes de intentar nada contra nosotros. Las imágenes de un Fane adulto pueden ser muy poderosas. Además, le he tenido que dejar claro que me pertenecías y que eras absolutamente imprescindible, así no intentará apropiarse de ti ni proponer algún intercambio.
—Ya veo, muy ingeniosa. Es increíble la rapidez con la que has actuado en esa situación.
—Ha sido algo puramente instintivo. De todos modos, creo que con esas mentiras solo hemos ganado algo de tiempo. Este mundo es muy grande y no debe ser frecuente que dos personas se crucen por casualidad, pero aun así…
—Él dijo que podríamos encontrarnos más adelante.
—Eso es lo que me preocupa. No creo que lo dijese de forma accidental. Puede que me equivoque, pero estoy segura de que nuestros caminos no tardarán en cruzarse de nuevo. Deberíamos estar preparados para cuando eso ocurra, sean cuales sean las intenciones del Djin.
—Haremos lo que creas conveniente. Después de todo, eres tú la que más sabe de esa criatura.
—Sí, pero mi conocimiento se basa también en historias y, aunque la lengua de los Djin se encuentra entre las que he aprendido, eso no quiere decir que lo sepa todo de su especie. Y si lo que sé ya resulta alarmante, no quiero ni imaginarme lo que no sé.
—Y yo que creía que ya no podían empeorar más las cosas después de días vagando por el desierto. Sea como sea, ya es tarde y deberíamos dormir unas horas si mañana queremos seguir avanzando.
—Tienes razón, aunque mañana deberíamos discutir sobre si todavía queremos ir en dirección a las luces.
La conversación acabó así. Sin embargo, antes de dormirse, Kevin no pudo evitar pensar en las últimas palabras de su compañera. Si cada luz era uno de esos Djin y continuaban caminando en la misma dirección, tarde o temprano se encontrarían con ellos. ¿Pero qué alternativa tenían?
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