lunes, 25 de junio de 2018

II. EL DESIERTO DE FUEGO (1)



II. EL DESIERTO DE FUEGO



1

Por un momento, Kevin temió haber viajado solo. No obstante, no tardó en comprobar que no era ese el caso. Alda estaba a su lado, también tumbada en la arena, respirando con pesadez. Ambos habían aterrizado en medio de un inmenso desierto, un entorno que distaba mucho de aquellos verdes y frondosos bosques como del que provenía su compañera y que, de hecho, era lo que Kevin hubiese esperado encontrar en aquel nuevo mundo. 

Notó que se ahogaba, le ardía la garganta y no podía respirar bien. Se puso de rodillas y comenzó a toser sin parar. De su boca no dejaba de salir arena, la cual Kevin suponía que se la debía haber tragado al llegar, y ahora luchaba fatigosamente por sacarla de su organismo. 

Cuando finalmente sintió que ya no había ningún cuerpo extraño en su tracto respiratorio, inspiró profundamente, como para tratar de resarcirse por esos pocos momentos en que no había podido tomar aire con naturalidad, pero al instante se arrepintió de ello. Cada bocanada de aire era como engullir una ardiente lengua de fuego. La temperatura en aquel desierto era insoportablemente elevada, tanto que, incluso al respirar, Kevin tenía la sensación de estar quemándose desde el interior de su propio cuerpo, haciendo sus mismísimas entrañas de combustible. 

No tenía la menor idea de dónde habían ido a parar, pero, ya fuese este el mundo de las Sídhe o algún otro, Kevin sabía que no sobrevivirían mucho tiempo si no encontraban una sombra donde cobijarse. 

—Alda, ¿estás bien? —le preguntó a la chica, al ver que ella permanecía tirada en la arena. 

Su pregunta no recibió ninguna contestación. Preocupado, Kevin corrió hacia el lugar donde estaba tumbada la Fane y comprobó que estaba inconsciente. Por un instante le entró el pánico. Pensó que la caída la había matado. Pero entonces, al ver el movimiento en su pecho, supo que seguía con vida. La llamó por su nombre varias veces y después la agitó con suavidad, hasta que finalmente Alda abrió los ojos. En ese momento, Kevin vio que ella daba una bocanada y emitía un sonido seco con la garganta, se estaba asfixiando. 

Al igual que le había ocurrido a él mismo, su compañera había tragado una gran cantidad de arena al llegar, y ahora se le habían empezado a bloquear las vías respiratorias. Kevin le dio la vuelta, haciéndola girar sobre la arena para que mirase hacia abajo, y después le dio algunas palmadas en la espalda, intentando ayudarla a que expulsase la arena, pero ella ni siquiera era capaz de toser. No sabía qué hacer, pensó en la maniobra que se suponía que uno debía hacer cuando alguien se estaba atragantando, lo había visto en las películas, pero no sabía hacerlo, nunca se había encontrado en ninguna situación donde hubiese sido necesario. Kevin temía que obrar sin estar seguro de lo que hacía podía ser un riesgo. Si se equivocaba, igual perjudicaba a su compañera todavía más. Sin embargo, si no hacía nada, la chica podía morir asfixiada. 

Kevin ayudó a Alda a incorporarse. Después, la sujetó por detrás de la espalda y la rodeó con los brazos colocando las manos bajo sus costillas. Entonces presionó varias veces, esperando no estar cometiendo un error potencialmente catastrófico que terminase con alguna costilla rota, o algún daño más grave, en un lugar donde no era posible contar con una ambulancia o cualquier otro servicio medico de urgencias. 

Alda comenzó a toser. 

La arena fue saliendo por la boca de la Fane hasta que, finalmente, pudo respirar con normalidad. 

Tras el esfuerzo, ella permaneció un poco más de tiempo tumbada en la arena, respirando profundamente, agotada y con la piel cubierta de sudor. Kevin se mantuvo a su lado, aliviado de que no le hubiese pasado nada a la chica. Recordó que en la mochila llevaba una botella de agua. Buscó por el suelo y encontró la bolsa no muy lejos de ellos. Se apresuró a recuperar la botella y se la ofreció a Alda, para que bebiese inmediatamente y se aliviase. Ella bebió con avidez, acabando de un solo trago con la mitad del contenido del recipiente. 

—Gracias, parece que no dejo de ser un estorbo. Has vuelto a salvarme la vida —le dijo Alda, todavía sofocada. 

—Cualquiera en mi lugar hubiese hecho lo mismo —respondió Kevin, pensando que en realidad, sin saber lo que estaba haciendo, había sido un milagro que la chica no hubiese acabado asfixiada. 

—Puede ser, pero aun así, mi deuda contigo es ahora todavía mayor. 

—No tienes ninguna deuda, solo me alegro de que estés bien —Kevin dijo esto último de todo corazón, pues tenía que reconocerse a sí mismo que por un momento se había asustado. 

Estuvieron un rato más sin moverse y sin decir nada, reponiéndose. Sin embargo, Kevin sabía que, aunque habían superado aquel mal trago, ni mucho menos había pasado lo peor. Se encontraban en gran peligro, y habría sido en vano salvar a la chica de la asfixia solo para que pudiesen morir ambos un poco más tarde, victimas del abrasador desierto. 

—Tenemos que movernos —le dijo Kevin a su compañera—. Si nos quedamos aquí, bajo el sol… 

Vio que ella se ponía en pie y miraba hacía el horizonte, en todas direcciones. Parecía que se acababa de dar cuenta del lugar en el que se hallaban. 

—Este sitio, este desierto, no es Emain Ablach. Las Sídhe no serían capaces de sobrevivir en este clima, en eso se parecen mucho a nosotros, los Fane —explicó Alda—. No reconozco este mundo, pero, si permanecemos mucho tiempo aquí, me iré deteriorando rápidamente, hasta tener el mismo aspecto que cuando me encontraste moribunda en Nemet. 

—Entonces es como temía, nos hemos equivocado de mundo. 

—Sin lugar a dudas. 

—En ese caso, puede que tengamos problemas. Este desierto parece ser infinito, no hay nada en la distancia que no sea arena. Y el sol sigue en la misma posición desde que he abierto los ojos, con lo que es posible que los días sean mucho más largos aquí que de donde yo vengo —explicó Kevin, manifestando así en voz alta todas las observaciones y temores que habían estado cruzando por su mente sin descanso en los últimos minutos—. Si eso es verdad, tendríamos que permanecer bajo este calor durante vete tú a saber cuánto tiempo. Y lo peor de todo son las provisiones, solo tenemos un par de sándwiches y media botella de agua, lo cual no será suficiente como para que podamos sobrevivir en estas condiciones más de un par de días, en el mejor de los casos. 

—Te estás alarmando innecesariamente, no tienes más que volver a utilizar el viento de Kalen y llevarnos de vuelta al mundo de los seres humanos. Seguro que recuerdas cómo era la melodía, si no, a mí no se me ha olvidado. 

—¡Claro! ¡Mira que soy estúpido! —exclamó Kevin, con alivio y sintiéndose más relajado—. Todavía no me acostumbro a esto de las dimensiones paralelas. Volveremos a mi mundo y nos pondremos a investigar otra vez, para no volver a equivocarnos. Un momento y… 

Kevin palpó con la mano la funda de la flauta, pero esta estaba blanda al tacto, no había nada en su interior. No recordaba haber vuelto a introducir el instrumento en su funda después de haberlo tocado para llegar a aquel lugar. Había pasado de tener la boquilla entre sus labios a despertarse en medio de la arena. Eso solo podía querer decir que la flauta se debía haber caído cuando habían llegado al desierto. 

Completamente desesperado, Kevin se tiró al suelo y comenzó a escarbar por todos lados, en busca del instrumento. No se veía por ninguna parte, lo cual quería decir que debía estar enterrado en la arena. Al ver su conducta, la chica debió darse cuenta de cuál era el problema y, acto seguido, le imitó y se puso a buscar también. 

Ambos estuvieron despejando arena durante un buen rato, hasta que por fin fue Alda quien rompió el silencio con un grito de júbilo: 

—Lo he encontrado —dijo, mientras agitaba la flauta triunfalmente en su mano. 

En ese momento, Kevin sintió como si le quitasen un gran peso de encima. Realmente había llegado a pensar que el instrumento se había perdido para siempre y sus vidas iban a acabar en aquella tumba de arena, en medio de ningún sitio, sin que nadie supiese jamás qué había sido de ellos. 

Alda se acercó a él y le entregó la flauta, para que pudiesen salir de allí. Entonces, sin pensárselo un solo segundo, Kevin empezó a soplar a través del instrumento. No tuvo ningún problema para recordar la canción, sus dedos se movían perfectamente al ritmo de la melodía. La única pega estaba en que la flauta no estaba emitiendo ningún sonido. Por más que Kevin soplase, el viento de Kalen estaba completamente enmudecido. 

Al parecer, el instrumento había sido víctima del mismo mal que les había afectado a los dos viajeros al caer sobre la arena, sus conductos estaban totalmente obstruidos. 

Kevin sopló todo lo fuerte que pudo, hasta quedarse sin aliento, para intentar expulsar la arena que bloqueaba el interior de la flauta. Pero el aire no llegaba a pasar al otro lado del cilindro. Aquello era inútil, tendría que pensar en otra cosa. 

Se quitó el suéter, algo que, por cierto, debía de haber hecho nada más llegar y que había pasado por alto al negarse a aceptar la realidad de la situación. De este modo, al menos, se sintió ligeramente menos acalorado. Después, se quitó también la camiseta, con lo que la piel de su torso quedó expuesta a los penetrantes rayos de sol, los cuales amenazaban con provocar terribles quemaduras si les daba la ocasión. Así, con la camiseta entre las manos, enrolló el extremo de una manga, apretando con fuerza para darle una forma alargada, y trató de introducirlo por el extremo de la flauta. El invento fue bastante ingenioso, pero inútil. La camiseta era demasiado gruesa y no pudo pasar por el conducto. 

Tras su fracaso, lo intentó Alda. La chica hizo poco más que él, sopló con fuerza y le dio golpes con la mano al instrumento. No cayó ni un solo grano de arena del interior. Entonces, Kevin vio que ella se recogía la melena de la espalda, se la pasaba sobre los hombros e intentaba usar un mechón de su cabello para hacerlo pasar por dentro de la flauta. Sin embargo, el pelo era demasiado blando y no tenía fuerza suficiente como para lograr eliminar el atasco. Finalmente, a la Fane no le quedó más remedio que darse también por vencida. 

Kevin se volvió a poner la camiseta, para evitar quemarse, y a continuación, sintiéndose completamente abatido y derrotado, se sentó en la arena, dejándose caer sin más, siendo incapaz de encontrar una solución y sin saber qué hacer. Alda se acercó y se sentó a su lado, apoyando la cabeza sobre su hombro, al parecer habiendo afectado también a su estado de ánimo aquel inconveniente que les impedía abandonar el desierto, y sintiéndose tan fracasada como él. 

Estaban atrapados en medio de la nada, en un entorno hostil y desolado. Sus únicas opciones eran quedarse allí sentados, expectantes por ver quién de ellos sería el primero en sucumbir a la sed, el hambre o el calor; o bien podían ponerse a caminar en busca de algún milagro, o hasta caer exhaustos. Ninguna de esas ideas era demasiado apetecible, pero, aparentemente, uno de esos destinos era lo único que el futuro les tenía deparados. 

Kevin maldijo la hora en que se había llevado aquella flauta en sueños. Si no la hubiese cogido, ahora no estaría en ese lugar, sino caminando de puerta en puerta, a la búsqueda de un empleo. Cómo echaba de menos las pequeñas y mundanas cosas que solo unas pocas horas atrás parecían aburridas y rutinarias. Añoraba un mundo donde la perseverancia terminaba por llevar a uno a buen puerto, donde estaba seguro que, si no se rendía, conseguiría sus objetivos. 

Entonces se dio cuenta del terrible error que estaba cometiendo al venirse abajo ante la primera dificultad. Si en su mundo no se hubiese rendido con tanta facilidad, no tenía porque hacer lo mismo aquí. Se levantarían y emprenderían el camino, hacia donde fuese, en busca de ayuda o de una salida. Había muchas posibilidades de que no consiguiesen sobrevivir, pero si debía morir, al menos quería irse luchando. 

Kevin separó la cabeza de la chica de su hombro, se puso en pie y le tendió la mano a ella para ayudarla a levantarse también. 

—Alda —le dijo—. Nos vamos. 

—Como desees, sabes que mi vida te pertenece. 

—No hables en un tono tan fatalista, todavía no está todo dicho —intentó animarla—. Sé que no estamos donde debíamos haber ido a parar pero ¿sabes algo de este sitio? 

—No sabría decir. Hay muchos mundos que tienen condiciones similares a este, la mayor parte de ellos plagados de criaturas tan peligrosas como los habitantes con los que comparten el planeta. 

—¿Quieres decir que no sabes de ninguna especie hospitalaria que viva en mundos desérticos? 

—No. ¿Recuerdas la historia que te conté, cómo en el pasado había algunas razas que esclavizaron a otras? Pues muchas de ellas preferían los climas cálidos y secos. 

—Parece que lo tenemos todo en contra —tuvo que reconocer Kevin, para, a continuación, tratar de restarle peso al asunto inmediatamente, intentando no perder su recientemente recobrado espíritu de lucha—. De cualquier modo, no creo que nos encontremos con nadie. 

—En realidad hay muchas posibilidades. Tienes que considerar que este planeta, aun en otra dimensión, sigue siendo el mismo que el tuyo, eso quiere decir que es igual de grande. El viento de Kalen, como ya te expliqué, funciona con una memoria almacenada en el propio instrumento. De modo que, si nos ha traído aquí, a este preciso lugar, de entre toda la extensión de la Tierra, es porque cuando se grabó la melodía de este mundo fue en algún sitio cercano a este. Eso quiere decir que habrá alguna civilización cerca, la misma con la que el propio Kalen se relacionó mucho tiempo atrás. 

—Entonces no está todo perdido —dijo Kevin, sintiéndose más animado—. Si los encontramos, podrían ayudarnos. 

—Si no son hostiles… 

—No tienen por qué serlo. Como tú has dicho, el propio Kalen, el inventor de la flauta, tuvo que haberse relacionado con ellos, y no le ocurrió nada porque siguió viajando después. Seguro que nos ayudan. 

—Tal vez tengas razón… —acabó cediendo ella, sin demasiada seguridad. 

—De acuerdo. Pues pongámonos en marcha. 

Dicho esto, Kevin se colgó la mochila a la espalda y comenzó a caminar hacia su nuevo destino, en línea recta y sin ningún motivo en concreto para elegir una dirección y no otra. Alda le siguió inmediatamente, andando unos pasos por detrás, a su derecha.

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lunes, 18 de junio de 2018

I. UN CLARO EN EL BOSQUE (11)


I. UN CLARO EN EL BOSQUE



11


Un artículo del año 1981 hablaba de un anciano al que la policía había encontrado en la calle gritando la palabra “Sídhe”. El viejo, de origen irlandés, decía haberse encontrado con unos seres que concedían deseos, hadas según él. Al parecer, la noticia solo había trascendido a la prensa porque el hombre había agredido a los agentes que habían intentado tranquilizarlo, después había salido corriendo y había acabado tirándose desde un puente, falleciendo en la caída.

Kevin podría haber interpretado esta información como los delirios de un viejo borracho, pero lo que llamó su atención, consiguiendo que no descartase el artículo inmediatamente, fue la cercanía del evento. Aquello había ocurrido a tan solo unos pocos kilómetros de donde se encontraban, en el pueblo vecino. Kevin no era alguien que por lo general pensase en cosas como el karma, el destino, o la magia; pero desde luego tampoco era alguien que hubiese creído en la existencia de mundos paralelos y de seres con la capacidad de crear ilusiones. Sin embargo todas sus creencias se habían venido abajo una tras otra en las horas previas. Pensó que, siendo esa la única pista que tenían, bien valía la pena investigar el lugar donde habían encontrado a aquel anciano, aunque el incidente hubiese sido tantos años atrás.

Con esta nueva información, pensó que probablemente lo mejor sería retornar a casa y preparar algunas cosas para ir de excursión hasta el pueblo vecino, en busca del lugar que mencionaba el artículo de prensa. Además, el sitio estaba lejos, así que cogería la bicicleta. Sería un esfuerzo mayor que el de costumbre, al tener que llevar también a Alda, pero seguro que sería mejor que tener que ir caminando.

Por el camino de regreso, la chica estuvo contándole sobre todas las cosas que había visto en los cuentos. Alda le dijo lo mucho que le habían gustado las historias de dragones y princesas, pero explicó que las que más le habían gustado habían sido las fabulas, donde aparecían animales con características y comportamientos humanos.

—He aprendido mucho —confesó la Fane—. He visto más de 60 libros y creo que ya conozco bastantes palabras de tu idioma.

A Kevin le costaba creer semejante afirmación, pero, por otro lado, no estaba hablando con una mujer convencional y no sabía cuáles eran las capacidades reales de los Fane, quizás también tuviesen un ritmo de aprendizaje más rápido.

Ya en la casa, mientras Alda volvía a quedarse embelesada mirando el televisor, Kevin estuvo preparando una mochila con algunos sándwiches y una botella de agua para el camino. Al acabar, cuando ya lo tenía todo listo, se disponía a volver al salón para reunirse con la joven cuando, al darse la vuelta, se la encontró justo detrás de él.

—Ten —le dijo Alda, mientras le daba un extraño objeto hecho de piel—. Es una funda para que puedas llevar seguro el viento de Kalen. Cuando nos hemos ido antes no lo llevabas contigo y sería recomendable que lo mantuvieses siempre cerca.

—Gracias —respondió Kevin, mientras estudiaba aquella funda que por algún motivo le resultaba familiar—. ¿Pero de dónde has sacado los materiales para hacer…?

De repente Kevin reconoció el tejido y empezó a sentirse mareado. Salió disparado hacia el salón mientras se repetía a sí mismo una y otra vez: “Que no sea, que no sea…” Pero, al llegar, perdió el color de la cara al comprobar que, en efecto, aquel tejido provenía de donde pensaba. La chica había destrozado el sofá de cuero de su tío y, con los trozos que había arrancado, le había fabricado aquella cosa.

—¡Mierda! —exclamó, al comprobar el estropicio—. Mi tío me va a matar. No era suficiente con estar aprovechándome de su hospitalidad, encima voy y me cargo un sofá que costará más de lo que yo haya podido ganar jamás.

—¿He hecho algo malo? —preguntó Alda tras él, al ver su reacción.

—Sí, algo terrible —esta vez, Kevin no se sentía con la paciencia como para comprender que ella venia de otro sitio y que no había tenido malas intenciones—. No puedes entrar en las casas de otras personas y cargártelo todo —le gritó.

—Lo siento, yo solo quería darte algo. Habías sido tan amable…

—Pues tendrías que haber pensado un poco antes de hacer nada.

—Lo siento mucho.

Kevin tomó aire y se tranquilizó. Sabía que ella lo había hecho de buena fe, y que no sabía que estaba haciendo algo malo, pero no dejaba de pensar que, al final, quien iba a pagar el plato, cuando regresase su tío, sería él. Pero enfadarse ahora mismo no le servía de nada. Lo mejor que podía hacer era dejarlo estar por el momento y averiguar la manera de sacar a la Fane de este mundo al que no pertenecía, antes de que causase algún desastre más. Cuando llegase el momento, ya se inventaría alguna excusa para su tío, le diría que habían entrado a robar o algo así. No le gustaba tener que mentir, pero siempre sería aquello más creíble que decirle que había invitado a su casa a una criatura de otro mundo, y que esta le había roto el sofá para darle un regalo.

Una vez lo tuvo todo preparado y sin querer demorarse más, Kevin se colgó la flauta en el cinturón, metida dentro de su nueva funda de cuero de sofá, y salieron a la calle de nuevo. Le indicó a Alda cómo debía colocarse en la bicicleta para que no se cayesen ambos al iniciar la marcha, y entonces comenzó a pedalear, al principio con más dificultad por la carga extra y la falta de estabilidad que provocaba la chica. Pero en cuanto hubo cogido un buen ritmo, la marcha se volvió mucho más rápida.

Recordando su último accidente con la bicicleta, Kevin trató de no llevar un paso demasiado acelerado, ya que esta vez, siendo dos los implicados, una caída podría ser mucho peor. El esfuerzo que le suponía el camino, le hizo lamentar más de una vez no disponer de otro tipo de vehículo, uno motorizado preferiblemente. Lo que hubiese dado por una moto o un coche en aquellos momentos, pero no podía permitirse semejantes lujos, del mismo modo en que no podía pagarse su propio alquiler, ni comprar un sofá nuevo…

Tras un buen rato de pedaleo, entraron en el pueblo que indicaba el artículo que Kevin había leído en la biblioteca. Era el mismo pueblo al que había ido recientemente a buscar trabajo y del que se había vuelto con las manos vacías, a excepción de aquel endemoniado instrumento musical que no había dejado de traerle problemas.

Cuando pasaron por delante de la tienda de antigüedades, Kevin trató de ir algo más rápido para evitar encontrarse con el propietario. Su último encuentro con el viejo no había sido precisamente agradable y no le hubiese gustado tener que repetir la experiencia.

En un momento dado, Kevin escuchó a Alda a sus espaldas, pidiéndole que se detuviese un instante. Se apartó a un lado y detuvo el pedaleo, mientras presionaba lentamente el freno con la mano.

—Me gusta este sitio —le dijo ella—. Huele como en casa.

Pero todo lo que Kevin vio fue un enorme caserón abandonado y hecho pedazos. Un edificio que probablemente estarían a punto de demoler y que, hasta que el ayuntamiento se decidiese a tirarlo abajo, estaría lleno de ocupas.

—De verdad que tienes un gusto único —le replicó a la chica.

—¿No lo encuentras fascinante? Se siente como si flotase la magia en el aire.

—Yo lo único que noto en el aire es una mezcla de olores nada agradable, cada uno peor que el anterior.

Ella no dijo nada, simplemente miraba a la casa con inusitada atención, como si aquella decadente obra la tuviese completamente hipnotizada. Viendo que su compañera podría pasarse el día entero allí plantada mirando al edificio, Kevin decidió tomar la iniciativa y le dijo que debían seguir adelante, ante lo cual ella no respondió, simplemente asintió con la cabeza. Así que, sin más demora, reanudaron la marcha, en dirección a aquella misteriosa esquina en la que había aparecido el viejo que decía haber visto hadas.

Cuando llegaron al lugar que andaban buscando, se encontraron con que no había nada, ni esquina ni nada. Todo lo que quedaba de lo que allí hubiese habido en 1981 era un solar con algunos escombros y con malas hierbas creciendo aquí y allá.

Fue toda una decepción. Kevin esperaba haber encontrado allí la respuesta a sus problemas, tal vez no un letrero rotulado: “Por aquí albergue para Fane huérfanas”, pero sí algo que hubiese podido servirles de ayuda. Kevin dejó la bicicleta a un lado y se adentró en el solar, esperando que hubiese algo que pudiese haber pasado por alto. Aunque lo cierto era que tampoco sabía muy bien qué estaba buscando. De cualquier modo, si se quedaban cruzados de brazos seguro que no llegarían a ningún sitio.

Lo que más le molestaba de todo aquello era que el único que parecía estar interesado en encontrar ese portal a otro mundo, o lo que fuese, era él, mientras que su compañera prácticamente no se había alejado de la bicicleta desde que habían llegado. Kevin se volvió cara a ella para pedirle que le ayudase, y entonces vio que la chica estaba actuando de forma extraña, más de lo habitual.

La Fane se encontraba de pie junto al solar, balanceándose de un lado a otro con los ojos cerrados, como si estuviese bailando.

Intrigado, Kevin se acercó a Alda para preguntarle qué era lo que estaba haciendo. Según se iba aproximando a ella, iba escuchando un murmulló que provenía de la boca de la joven.

—¿Puedes oírla? Es maravillosa —le dijo la chica al notar su presencia.

—No oigo nada. ¿A qué te refieres?

—La música. Es como si viniese de todas partes a la vez. Cierra los ojos, así la escucharás mejor.

Kevin le hizo caso y cerró los ojos, pero no cambió nada. Escuchaba el sonido de algunos coches en la distancia, el viento, a Alda moviéndose a su lado, los latidos de su propio corazón y… Entonces le pareció percibir algo más, algo que estaba enmascarado detrás de todos los otros sonidos, como si formase parte de estos y al mismo tiempo fuese algo distinto.

Intentó concentrarse solo en este último sonido y, de pronto, empezó a escucharlo con total claridad. Era una melodía, una música que siempre había estado allí y que, ahora que era capaz de percibirla, ya no le dejaba escuchar nada más. Abrió los ojos de nuevo, y a pesar de ello comprobó que todavía podía escuchar la música.

Vio que Alda movía los labios tratando de reproducir el sonido, mientras tanto continuaba moviéndose, solo que ya no se limitaba a balancearse con suavidad, ahora danzaba de un lado para otro, como si estuviese hechizada por la melodía. 

Antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo, Kevin había empezado a moverse también, balanceando la cabeza de un lado a otro despacio. Dejó caer los parpados, dejándose llevar, mientras su mano, que parecía haber cobrado vida propia, se iba acercando hasta la funda de la flauta. Extrajo el instrumento, se lo acercó a la boca y sintió el irresistible impulso de acompañar a aquella misteriosa canción.

Al igual que le había ocurrido con anterioridad, Kevin sintió que su cuerpo era poseído por el viento de Kalen y se movía solo, haciendo que la flauta imitase la música a la perfección.

De pronto, comenzó a acalorarse. Se puso a sudar por cada poro de su piel. Y entonces perdió el equilibrio. Sintió que caía a gran distancia, envuelto por una deslumbrante luz ambarina, hasta que finalmente se estrelló sobre una superficie blanda y cálida.

La música paró de golpe y, antes si quiera de abrir los ojos, Kevin supo que había vuelto a abandonar su mundo, adentrándose en lo desconocido una vez más.

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I. UN CLARO EN EL BOSQUE (10)


I. UN CLARO EN EL BOSQUE



10


Después de reflexionar un rato, Kevin pensó que tal vez había que conocer los lugares a los que querías ir antes de poder abrir un portal, y como él nunca había estado en el mundo de las Sídhe le era imposible desplazarse hasta allí. Si esto era así, era posible que si investigaba lo bastante sobre aquel lugar, haciéndole preguntas a Alda y leyendo cualquier tipo de información que pudiese haber en los libros, igual entonces el resultado sería distinto. Era solo una conjetura, pero no se le ocurría nada más, excepto quizás…

—¿No hay ningún otro modo de viajar entre los mundos? Quiero decir que, ¿no es posible que todavía queden caminos ocultos? —quiso saber Kevin, pensando en la historia que le había contado la chica.

—Claro que es posible, pero yo no conozco dichos caminos. Si los viese, si pasase cerca, creo que podría reconocerlos.

—Ya, y no es que podamos ponernos a recorrer todo el planeta hasta encontrar algún camino…

—¿Por qué no? —pregunto Alda, con ingenuidad.

—No me hagas caso, solo pensaba en voz alta.

—Tu gente también debe tener leyendas y cuentos, si los escucho pueden darme pistas sobre esos lugares —sugirió la Fane—. Donde haya portales tienen que haberse producido encuentros.

—Sí, aunque sería difícil diferenciar entre encuentros reales y las fantasías de alguien que quiere llamar la atención. Te sorprendería saber la cantidad de personas como estas últimas que existen.

—No veo que tengamos más alternativas.

—Tienes razón —admitió Kevin, dándose cuenta de que todo aquel asunto paranormal se escapaba a sus conocimientos—. Habrá que intentarlo. Entonces el primer paso sería ir a la biblioteca, y buscar en periódicos noticias de encuentros extraños. También podríamos leer algún libro de cuentos o leyendas, a ver si reconoces alguna que pueda pertenecer al mundo de las Sídhe.

Con este plan en mente, Kevin se incorporó, dispuesto a poner rumbo a la biblioteca del pueblo. Vio que eran las 17:00, todavía era temprano, de modo que igual dispondrían de algunas horas antes de que la biblioteca cerrase.

No había ido nunca a aquel lugar, pero había pasado por delante en alguna ocasión, al regresar a casa. Por ese motivo, tenía una idea aproximada de dónde se encontraba el local, aunque no estaba seguro del todo.

Pensó que si se asomaba al balcón quizás pudiese orientarse antes de bajar a la calle. Descorrió las cortinas, que todavía seguían cerradas después del incidente con la Fane a primera hora de la mañana, y descubrió con horror un cielo ennegrecido y cubierto de nubes de tormenta que ya habían comenzado a dejar caer las primeras gotas de lluvia. El tiempo no acompañaba, y Kevin sabía que aunque en ese momento solo había comenzado a llover, dentro de nada estaría cayendo el agua a raudales.

En vista de las circunstancias, no le quedaba más remedio que esperar a que el tiempo se despejase, aunque, por la hora que era, suponía que ya no podrían ir a la biblioteca hasta el día siguiente. De todas formas, si lo pensaba bien, tampoco estaba seguro de que abriesen por la tarde.

Le explicó la situación a Alda y le dijo que su plan para documentarse tendría que esperar hasta el día siguiente. La idea sería ir a primera hora de la mañana a la biblioteca, dividirse las fuentes de información y buscar entre ambos hasta dar con algo que pudiese serles de utilidad. De momento no podían hacer mucho más.

Kevin pasó el resto de la tarde respondiendo un sinfín de preguntas que la chica tenía en referencia a la televisión. Al parecer, el aparato la tenía altamente intrigada, no solo en cuanto a su funcionamiento, sino también por el tipo de programación que se emitía. La Fane encontraba alarmante el hecho de que se contasen un número tan grande de historias que en apariencia no aportaban nada en absoluto, no tenían moraleja ni enseñanza alguna, eran simplemente una representación de cosas que parecía agradar a los humanos, no solo porque quisiesen ser como esos personajes. Lo que más molestaba a Alda era que, según ella, era como si los humanos disfrutasen viendo el sufrimiento ajeno, tanto el real en las noticias, como el ficticio en las películas.

Kevin trató de responder lo mejor que pudo a todas las preguntas de la chica, pero lo cierto era que no tenía la respuesta ni de la mitad de las dudas que ella le planteó. Eso le hizo reflexionar a él mismo sobre la naturaleza de toda aquella ficción innecesaria a la que estaban expuestos cada día. Pero tampoco quiso darle demasiadas vueltas y no tardó en apartar aquellas ideas de su cabeza.

Al llegar la noche, Kevin se encontraba exhausto. La joven tenía una gran energía y no habían dejado de hablar de una u otra cosa sin parar. Ella saltaba de un tema a otro con gran velocidad y, en ocasiones, él había llegado incluso a perder el hilo de la conversación. Así que, en cuanto tuvo la oportunidad, Kevin dio por finalizado el día y se retiró a su habitación a dormir. En cuanto a Alda, a ella le ofreció la cama de su tío para acostarse, ya que las únicas opciones eran esa o el sofá, y Kevin pensó que la chica estaría mucho más cómoda en una cama, aunque, como ella le dijo: “No estaba acostumbrada a esas superficies inusualmente blandas”.

La noche transcurrió sin más sobresaltos, y Kevin logró dormir con más facilidad de la que hubiese podido esperar. De hecho, cuando los primeros rayos de luz rozaron sus parpados, se despertó con más naturalidad y con una mayor sensación de reposo de lo que lo había hecho antes durante toda su vida.

No obstante, en cuanto se incorporó en la cama, a Kevin se le terminó la paz y normalidad que por un instante había podido saborear. Descubrió que su nueva compañera de piso se había colado durante la noche en la habitación y se había quedado durmiendo en el suelo, junto a su cama.

La chica se despertó también en ese instante, sonriendo, como si no fuera consciente de lo extraño de su conducta. En el poco tiempo que habían compartido, Kevin ya había visto a aquel espécimen de otro mundo hacer tantas cosas raras que difícilmente debería sorprenderse. Por encima de todo, era consciente de que la Fane no conocía el mundo al que había ido a parar y no podía juzgarla por ello, lo único que podía hacer era tratar de integrarla en las costumbres humanas y razonar con ella, explicándole las cosas cuando hacía algo… inesperado.

Así pues, sin prestar demasiada atención a la actividad nocturna de la chica, Kevin continuó como si nada con el plan que habían trazado el día anterior. Se vistió, se arregló y le pidió a la Fane que hiciese lo mismo. Ella se puso las mismas ropas grandes que él le había dejado y, mientras tanto, Kevin les preparó a ambos algo para desayunar, pensando que sería buena idea empezar el día preparándose con la suficiente energía como para afrontar cualquier eventualidad que pudiese surgir.

Mientras tomaban el desayuno, Kevin no pudo evitar preguntarle a Alda la razón por la que había pasado la noche en el suelo junto a su cama. Ella le contestó que la cama no terminaba de gustarle y prefería dormir en una superficie algo más estable. Además, no quería separarse demasiado de él, ni de la flauta, por precaución.

A Kevin le pareció que la chica estaba exagerando un poco con lo de la precaución, porque, al fin y al cabo, nadie más conocía la existencia del instrumento, ni mucho menos que era él quien lo tenía. Pero tampoco quiso discutir más el asunto, así que no insistió en ello.

Por un instante había temido que continuase el mal tiempo, pero su miedo fue infundado. En cuanto salieron a la calle fueron recibidos por la cegadora luz de un enorme sol que brillaba con fuerza sobre ellos.

Kevin se había asegurado de salir lo suficientemente temprano como para no tener que encontrarse con demasiadas personas por la calle. Por un lado esto lo había hecho para no llamar demasiado la atención con su compañera. Pero, por otra parte, y esta era mucho más importante, quería evitar cualquier posibilidad de que el mecanismo de defensa de los Fane se pusiese en marcha, y que algún crío que estuviese jugando por ahí, o alguna persona que hubiese salido a correr temprano, se encontrasen de repente con algún demonio horripilante de dos metros que escupiese fuego por la boca en dirección hacia ellos. Lo peor de todo es que no creía exagerar en absoluto, él mismo se había llevado más de una sorpresa desagradable debido a las terribles visiones que podía provocar Alda si se asustaba.

Se pusieron en marcha y, para sorpresa de Kevin, descubrió que su destino se encontraba mucho mas cerca de lo que en principio había pensado. Esto le hizo preguntarse si quizás sí que deberían haber hecho la visita el día anterior, a pesar del mal tiempo. En cualquier caso ahora ya no tenía remedio, todo lo que podían hacer era pasar al interior e intentar aprovechar al máximo el tiempo para resolver el problema y encontrarle hogar a la Fane lo antes posible.

La biblioteca no era particularmente grande. Por es motivo, Kevin dudaba respecto a la posibilidad de encontrar cualquier obra de utilidad que les interesase a ellos, pero no por ello debían dejar de intentarlo.

Al poco de entrar, Kevin guió a la chica al extremo más apartado de la estancia, un rincón en la zona infantil, tras un par de estanterías donde había una mesa y algunas sillas. Esperaba que, desde esta posición, ella estuviese a salvo de las miradas de algún curioso que pudiese venir. Después de buscar las primeras referencias, le dejó un par de libros a Alda para que fuese investigando y, mientras tanto, él comenzó a realizar una búsqueda mucho más exhaustiva.

Sacó libros de leyendas, de canciones populares de origen desconocido y de fenómenos misteriosos sin explicación. Leyó algunos fragmentos de estas obras rápidamente, con la esperanza de localizar alguna pista, pero no había nada en ellos que les pudiese servir.

Encontró historias que tenían muchos matices similares a las historias que le había contado la Fane sobre la creación del mundo, pero ninguna de ellas contenía ningún detalle revelador sobre como acceder a otros mundos. Pensó que si fuese tan sencillo viajar entre dimensiones paralelas, entonces ese debía ser un hecho de conocimiento público y la gente lo haría a diario. Estaba claro por lo tanto que, de existir algo que pudiese indicarles el camino, tenía que ser mucho más sutil, algo apenas perceptible salvo para quien supiese exactamente qué es lo que debía buscar.

Varias horas después, lo único que Kevin había conseguido sacar en claro era que el término “Sídhe” parecía provenir de algunas leyendas irlandesas, y en ocasiones ni siquiera conseguía interpretar si hablaban de un ser o de un lugar. En algunas historias se hablaba de ellas como hadas y en otras como espíritus con características malignas. Unos escritos contradecían a otros, y aunque hubiese algo de realidad en ellos, le resultaba imposible poder discriminarlos.

Decidió que necesitaba descansar la vista un rato, así que regresó a la mesa de la zona infantil a ver si a Alda le había ido mejor que a él.

Cuando llegó junto a la chica, se encontró con que ella no estaba leyendo los libros que le había dejado, sino que se había agenciado unos cuentos de la estantería más cercana y estaba contemplando los dibujos con gran interés.

—¿No has encontrado nada en los otros libros? —le preguntó a la joven, intentando no alzar mucho la voz.

—No he podido leerlos —aclaró ella—. Recuerda que no hablo tu idioma. No sé descifrar los símbolos de las páginas.

Como por lo general Kevin era capaz de hablar con ella a la perfección, se le había olvidado por completo que la única razón por la que se entendían era que, siendo el propietario de la flauta, el instrumento le había concedido la habilidad de comunicarse con los seres de otros mundos, pero esto no funcionaba a la inversa.

—Lo lamento, lo había olvidado –se excusó Kevin.

—No te preocupes, no he estado sin hacer nada. Yo también he estado buscando y he encontrado estos fantásticos libros que sí que puedo entender. Es una manera estupenda de contar historias mediante imágenes, así se puede llegar a todo el mundo sin problemas.

—Sí, bueno, esa es la idea. Esos libros los hacen para los niños. Los dibujos suelen ilustrar lo que está escrito al lado, supongo que eso les ayuda cuando están empezando a leer.

—Parece un buen método para que vuestras crías comiencen a introducirse en la cultura. Mejor que el de mi especie, que nos hacían memorizar todas las historias.

—Puede ser, pero aun así no creo que nos ayuden mucho a buscarte una casa.

—Pero he encontrado muchas imágenes que me recuerdan a las historias de mi gente y las de otros de los hijos de los altos linajes. Quizás si pudiese interpretarlas mejor sea capaz de…

—No, no lo creo —negó Kevin inmediatamente, pensando que la chica perdía el tiempo por aquel camino—. Debes tener en cuenta que la gente que ha escrito esos cuentos suelen ser personas con una gran imaginación, que han cogido detalles de varios sitios y los han puesto todos juntos para darle forma a la historia. No solo eso, sino que además la gente que hace los dibujos no suele ser ni siquiera los mismos que escriben. No quiero desanimarte con esto, pero es muy difícil que encuentres nada en una ilustración de alguien que, posiblemente, solo esté dándole color a las palabras de otro.

—Entiendo. Es una pena, creí que había dado con algo —respondió Alda, con tristeza.

—No te disculpes. Es normal que hayas pensado eso si has visto algo que te ha resultado familiar, si no sabías la forma en que se escriben aquí los libros. Lo cierto es que la mayoría de nuestras historias suelen ser inventadas.

—¿Y las cosas que han pasado de verdad no las contáis?

—Si, en los libros de historia. Pero nunca he oído de ninguno que hable de fenómenos paranormales, al menos ninguno que se considere veraz. Aunque puedo intentar buscar algo desde esa perspectiva…

—Como no puedo ayudar leyendo, ¿te importa que continúe aquí, con los libros de cuentos?

—Claro que no. Si me necesitas estaré por allí —dijo Kevin, señalando hacia el lugar de la biblioteca que contenía la sección de historia.

Tras esa breve e infructífera pausa, Kevin regresó a la búsqueda. Esta vez, tal como le había recomendado Alda, se propuso buscar en otro tipo de fuentes. En libros de historia convencionales no iba a encontrar nada, eso lo sabía de antemano, pero quizás en algo que estuviese a medio camino entre lo real y lo ficticio el resultado fuese más satisfactorio.

Buscó en libros con nombres de lo más estrambótico. Títulos como “Misterios de lo cotidiano” o “Conocidos fenómenos paranormales” recorrieron sus manos sin lograr otro efecto que el de hacerle perder toda esperanza.

Finalmente, Kevin decidió pasar a la tarea más tediosa, la que había dejado para el final, la visita a la hemeroteca.

En otro rincón de la misma biblioteca había una zona con varios ordenadores que permitían acceder a un amplio archivo de periódicos que se remontaba hasta muchos años atrás.

Kevin esperaba que la búsqueda fuera imposible, la típica aguja en el pajar. No obstante, se sorprendió al comprobar la facilidad con la que se podían introducir ciertos parámetros en el sistema para acotar lo que quería encontrar uno. Aunque lo más sorprendente fue que encontró un resultado de lo más alentador solo introduciendo el término: “Sídhe”.

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lunes, 11 de junio de 2018

I. UN CLARO EN EL BOSQUE (9)


I. UN CLARO EN EL BOSQUE



9


“Existen un gran número de mundos, todos ellos superpuestos sobre el mismo planeta. Así crearon el mundo los primigenios y así ha sido desde entonces. Tal configuración de la existencia permitía que las razas viviesen sin conocimiento las unas de las otras y sin interferir en asuntos ajenos. Pero había quien, de entre las distintas especies, todavía recordaba a sus antiguos vecinos y añoraba la forma en que sus diferencias se manifestaban.

En todos los mundos comenzaron a surgir grandes estudiosos del universo y sus misterios, día y noche buscaban la respuesta a sus inquietudes, buscaban la manera de volver a reunirse.

Finalmente tuvieron éxito, cada uno por su cuenta logró descubrir los caminos que habían permanecido ocultos, pues cuando el tejido mismo de la existencia es desgarrado, por más que se remiende, siempre quedan grietas. Poco a poco, se fueron hallando más y más portales, portales que solo unos pocos conocían y usaban exclusivamente para intercambiar conocimientos en sus breves y secretas visitas.

Pero el conocimiento es algo difícil de contener y el rumor de la existencia de dichos caminos fue extendiéndose más allá de los eruditos, de forma que las sendas ocultas llegaron a oídos de cualquiera que escuchase con la suficiente atención. No todos buscaban a las otras razas por sabiduría, había quien recordaba los conflictos de antaño y no había querido dejarlos en el pasado, y también había quien recordaba una vida más fácil en la que un sinfín de seres humanos estaban a su servicio. Ello supuso que los caminos ocultos comenzasen a ser recorridos con fines egoístas y algunas veces incluso destructivos.

Ante la amenaza que suponían estos viajeros para la seguridad de los distintos mundos, las razas buscaron la forma de cerrar los caminos o, al no ser del todo posible, bloquearlos. Los mundos que lograron sellar los portales consiguieron sobrevivir y volver a sus antiguas tradiciones, mientras que los mundos cuyos caminos permanecieron abiertos acabaron siendo destruidos o sus habitantes fueron esclavizados. En cualquier caso, dejó de haber viajeros y los caminos dejaron de ser transitables. Si bien es cierto que es posible que todavía quedasen algunas grietas, nadie supo de su existencia y finalmente todos olvidaron que alguna vez existieron otros mundos, pasando esas historias y sus habitantes a las leyendas.

Es en esas leyendas donde se habla de Kalen, un ser humano, uno de los primeros estudiosos y viajeros. Se dice que Kalen, previendo la catástrofe y anticipándose al cierre de los portales, investigó un nuevo medio de viajar por los mundos, uno que no requiriese caminos ya formados, sino que fuese capaz de crear grietas temporales. En sus estudios, descubrió que cada unos de los mundos tienen una armonía única y que si se hallaba la forma de hacer vibrar la existencia con dicha armonía, era posible aprovechar la resonancia para moverse hasta su lugar de origen.

Al principio, Kalen trató de viajar usando su propia voz para encontrar las melodías adecuadas, pero era imposible alcanzar los tonos correctos, y mucho menos era capaz de memorizarlos. Pero en unos de los mundos, no mucho antes de que los caminos fuesen sellados, encontró un material con unas propiedades especiales que lo hacían perfecto para su investigación. El material era similar a la piedra, pero se podía tallar con facilidad, además era muy sensible al uso que se hacía de él, de modo que memorizaba cada acción. De esa roca fue de donde Kalen talló una flauta, que más tarde se conocería entre los mundos como el viento de Kalen. Y este instrumento resultó ser mucho más eficaz de lo que hubiese podido imaginar.

Kalen viajó por los mundos, incluso cuando ya nadie más podía hacerlo, procurando mantener su presencia oculta salvo para aquellos que eran de confianza. Se cuenta que aprendió de los habitantes de todas las regiones y que todo el conocimiento que acaparó fue a parar al instrumento. Pero de nuevo los rumores se extendieron, y pronto el viento de Kalen fue un objeto codiciado por los más perversos de entre los hijos de los altos linajes. Muchos trataron de arrebatarle la flauta a su creador, sin embargo el instrumento solo parecía funcionar con manos humanas.

Viendo que ya era viejo y su fin estaba próximo, Kalen decidió que, antes de morir, debía guardar en un lugar seguro su obra, para evitar que alguna de las especies hallase el modo de utilizarla para el mal. Solo había un mundo cuyas condiciones eran letales para cualquiera que no fuese un habitante del mismo o humano, y es aquí donde Kalen buscó asilo, sabiendo que ningún hijo de los altos linajes podría seguirle hasta allí sin perecer en el intento. 

El mundo en que Kalen pasó sus últimos días era conocido por el nombre de Nemet y estaba habitado por unos seres que se hacían llamar Fane. Fue a ellos a quien Kalen confió su preciado instrumento, para que lo custodiasen y, si algún día aparecía un humano noble y digno de utilizarlo, le cediesen la flauta, para que este permitiese que los seres de los mundos pudiesen volver a comunicarse entre ellos.

El tiempo pasó y los Fane desarrollaron su cultura en torno al viento de Kalen, de modo que en cada generación uno de ellos era elegido guardián del instrumento. Los ancianos debían contar las historias que les habían sido transmitidas para que el conocimiento de Kalen no se olvidase jamás. Pero, aunque se hizo de ese modo durante muchos siglos, las historias se convirtieron en cuentos que solo los más jóvenes eran capaces de apreciar, pasaron a ser un mito al igual que el mismo origen de las tradiciones Fane. Nunca nadie acudió a Nemet a reclamar la flauta, donde todavía permanece custodiada hoy.”

—Donde todavía permanece custodiada hoy —concluyó Alda el relato.

—Bueno, supongo que esto último ya no es cierto —adivinó Kevin.

—No, el viento de Kalen ya no está a salvo en mi mundo y ha elegido un nuevo dueño humano.

—¿Cómo que ha elegido? Yo no he aceptado nada, creí que estaba soñando, ni siquiera sabía lo que hacía.

—Eso fue en parte culpa mía. Yo utilicé el instrumento, pero al no ser humana, su poder solo trajo parte de ti, aquella parte no corpórea que estaba durmiendo.

—Pero, entonces, no tengo más que devolverte la flauta y ya está.

—No puedes. El viento de Kalen nunca fue mío, yo solo lo custodiaba. Ahora te pertenece a ti y así será hasta el fin de tus días. Mientras tanto, todas tus experiencias serán guardadas en la memoria del instrumento, al igual que ocurrió con su dueño original.

—No, no, eso no tiene ningún sentido —negaba Kevin insistentemente, ya que su fascinación inicial por aquellos mágicos acontecimientos comenzaba a convertirse en algo que le sobrepasaba—. No voy a volver a usar la flauta, quédatela y encuentra a alguien más digno, como decía la historia. Yo solo quiero una vida normal.

—Lamento que esto haya ocurrido. Pero tu destino ya está escrito.

—No puedes obligarme a nada. Lo mejor será que vuelvas a tu mundo y te lleves la flauta contigo.

Al decir estas palabras, Kevin vio que una sombra de tristeza cruzaba por el rostro de la chica, y entonces recordó la destrucción del bosque de donde la trajo.

—Un momento. ¿Tu mundo era aquel de donde vinimos? —preguntó Kevin, temiendo la respuesta, la cual implicaba una gran falta de tacto por su parte.

—Así es —admitió Alda—. Mi mundo ha dejado de ser, al igual que el resto de mi pueblo. No tengo donde volver, ahora mi única razón de ser es la de continuar protegiendo el viento de Kalen.

—¿Cómo puede un mundo “dejar de ser”?

—Simplemente ocurrió. Fue poco a poco. Empecé a percibirlo poco después de ser nombrada guardiana del instrumento. Primero desaparecieron algunos de los Fane más antiguos, luego algunos de los jóvenes. Pregunté a mi gente, pero nadie se dio cuenta de nada, nadie era consciente de lo que ocurría, nadie salvo yo. Cuando alguien dejaba de ser, era como si se borrase todo rastro de su existencia, nadie recordaba haberles conocido jamás. Al final, desaparecieron todos los Fane, incluso nuestras edificaciones. Solo quedé yo en el bosque.

—¿Y a ti por qué no te afectó?

—Creo que el viento de Kalen me protegió de algún modo. Pero, aun así, noté que mi mundo también se estaba volviendo cada vez más pequeño, también iba a dejar de ser. Así que corrí hasta el lugar más sagrado de Nemet, el círculo de árboles, y allí intenté utilizar el viento de Kalen para huir. Pero fue en vano, no se abrió ninguna brecha entre los mundos. O al menos eso pensé. Me sumergí en el agua, para alejar de mi mente el resto de sonidos del entorno, tratando de recordar las antiguas canciones para reproducirlas con el instrumento. Me concentré hasta quedar sin aliento y entonces volví a la superficie.

—¿Fue entonces cuando…?

—Sí. En ese momento te encontré allí. Mi sorpresa fue tal que quedé paralizada. El instrumento había funcionado, pero no del todo. Te veía transparente, como si no estuvieses allí del todo. Pero aun así pudiste llevarte el viento de Kalen a tu mundo.

—No lo sabía —admitió Kevin, dándose cuenta de que tan solo había estado al tanto de su propio papel en aquellos acontecimientos.

—No debes preocuparte por ello, ya que no fue culpa tuya. La canción que yo toqué provenía de la memoria del instrumento, no era una melodía que yo conociese. Creo que fue el mismo instrumento el que te invocó a ese lugar y te eligió como su nuevo dueño. Por desgracia, cuando la flauta desapareció, aquello que me protegía también lo hizo y empecé a consumirme junto a lo poco que quedaba de mi mundo. Hasta que regresaste y me sacaste de allí. Es por ello que ahora mi lugar está junto a ti y junto al instrumento, mi vida te pertenece.

—Lo siento de veras —se disculpó Kevin, expresando así sus condolencias por la pérdida de la Fane—. Pero no te puedes quedar aquí conmigo, esta ni siquiera es mi casa y ya soy bastante estorbo para mi tío estando yo solo. ¿No hay ningún otro mundo en el que vivan otras especies que sean parecidas a los Fane? ¿No hay ningún lugar donde puedas ser bienvenida? —preguntó, intentando hallar una solución.

—No lo sé. Antaño los Fane tenían buenas relaciones con algunos de los otros hijos de los altos linajes, pero eso fue hace mucho tiempo.

—De acuerdo. Probemos entonces con ellos. Admito que, en parte, eres responsabilidad mía, de modo que te ayudaré a encontrar un nuevo mundo donde vivir. Pero después regresaré a mi vida normal, sin seres de otros mundos y sin flautas mágicas.

—Acepto tus condiciones y continuaré guardando el instrumento si así lo deseas. Pero debes tener en cuenta que, si el viento de Kalen te invocó una vez, tal vez lo haga de nuevo —advirtió Alda.

—Me arriesgaré —dijo Kevin, con tono desafiante, pues no terminaba de creerse que un trozo de roca tallada tuviese voluntad propia—. Muy bien, ¿por dónde empezamos?

—En primer lugar deberías coger el instrumento, ya que solo tú puedes utilizarlo —sugirió la chica.

—Vale, espera aquí.

Kevin regresó hasta su dormitorio y recogió la flauta de la mesa donde la había dejado al ordenar la habitación. Se quedó mirando el instrumento unos momentos, preguntándose cómo era posible que algo tan insignificante hubiese sido capaz de causar tantos problemas. De todas formas, pensó, si todo iba bien, dentro de un rato todo volvería a la normalidad y no tardaría en olvidarse de todo lo que había ocurrido en los últimos días.

Volvió al comedor y se llevó la flauta a la boca, esperando que el instrumento obrase su magia y les llevase a ambos a algún mundo apto para la Fane. Pero no ocurrió nada.

—Alda, no sé cómo hacer que esto funcione —reconoció Kevin, tras varios intentos fallidos—. La última vez me ayudaste tú.

—Las únicas canciones que conozco son las que sirven para viajar entre el mundo de los seres humanos y Nemet, y ambas canciones me las enseñó el instrumento. Supongo que deberás pedírselo a él.

—¿Y cómo lo hago?

—Prueba a pensar en el lugar donde quisieses viajar y después intenta tocar algo, a ver si el viento de Kalen te guía.

—De acuerdo. ¿Me dices algún mundo donde podamos probar suerte?

—Tal vez en Emain Ablach, donde residen las Sídhe. Creo que en algún momento tuvieron buenas relaciones con los Fane.

—Voy a intentarlo.

Kevin se acercó la flauta a la boca y se concentró en el lugar que le había dicho Alda. Pensó en el nombre de aquel mundo y en el nombre de sus habitantes. Entonces empezó a soplar. Desgraciadamente, no surgió ninguna melodía del instrumento. Lo intentó varias veces, y también le pidió a la Fane que se concentrase junto a él en aquel mundo. Pero todo fue inútil. Al parecer, el viento de Kalen resultaba bastante más complicado de manejar de lo que pudiesen haber imaginado ambos.

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I. UN CLARO EN EL BOSQUE (8)


I. UN CLARO EN EL BOSQUE



8


Por un instante, a Kevin le entró el pánico, pero entonces se dio cuenta de que nada de aquello había ocurrido de verdad. Alda continuaba sentada en el sofá, de una sola pieza, simplemente se había contraído un poco debido a la impresión.

—Creo que acabo de ser víctima de otra de tus ilusiones —le dijo a la chica.

—Lo siento, tu caja de imágenes debe de haber activado mi mecanismo de defensa.

—No te preocupes, ya sé que no es intencional. Me voy a hacer la comida. Si quieres cambiar de canal… ver otra cosa —aclaró Kevin—, aprieta los botones con números de esa cosa de ahí —indicó, señalando el mando a distancia.

—Muchas gracias, así lo haré.

Dicho esto, Kevin se dirigió hacia la cocina, con el corazón todavía acelerado por la visión que le había causado la Fane. Se dijo a sí mismo que tendría que tener cuidado con no provocarle más sobresaltos a la chica, si no quería continuar llevándose sustos él mismo.

Abrió la nevera y se quedó mirando su contenido. No tenía la menor idea de lo que podía preparar. A pesar de que la chica le hubiese dicho que podía comer cualquier cosa, no estaba muy seguro de que eso fuese cierto. Tal vez, si cogía el alimento equivocado, acabase envenenando a la Fane sin querer. Además, tampoco era muy buen cocinero y sus opciones eran bastante limitadas. Pensó en no complicarse y meter una pizza congelada en el horno, pero decidió no hacerlo. La verdad es que quería quedar bien con su invitada y tratar de sorprenderla con algo delicioso que ella no hubiese probado jamás, y quería que fuese algo preparado por él mismo, nada de conservantes artificiales y cosas de esas.

Cerró el frigorífico para mirar en otro sitio. Buscó entre los armarios de la cocina y encontró justo lo que buscaba, todavía le quedaban algunas porciones de la última bandeja que había hecho unos días antes, pero aquello no era más que un postre, aun necesitaba un plato principal.

Finalmente, Kevin se decidió por cocer algo de pasta, era fácil y solía salirle bastante bien. Puso a hervir agua y preparó al lado un paquete de macarrones. Volvió a la nevera y sacó un bote de salsa de tomate con especias, usar aquello iba un poco en contra de su intención inicial, pero, aunque aquella salsa estuviese ya preparada, todo lo demás lo estaba haciendo él. Sabía que el agua tardaría un poco en coger la temperatura adecuada, así que, mientras tanto, pensó que podía ir poniendo la mesa. Sacó un mantel, platos, cubiertos, dos vasos y un par de servilletas; y después fue llevándolo todo hasta la mesa del comedor.

Mientras colocaba todo en la mesa, comprobó que Alda estaba completamente embelesada mirando el televisor. Vio que la chica se sobresaltaba con frecuencia con las imágenes que veía, pero no permanecía más que unos instantes con el mismo programa, cada minuto, aproximadamente, apretaba uno de los botones del mando y cambiaba de canal. Le pareció muy divertido ver como ella se sorprendía con los pequeños detalles que él había llegado a aborrecer, y pensó en lo abrumadora que debía ser la sensación de estar en un mundo distinto al propio, donde todo era nuevo y nada le resultaría ni remotamente familiar. A pesar de todo, le pareció que ella se adaptaba bastante bien a la situación y aprendía con gran rapidez.

Regresó a la cocina y descubrió que el agua ya estaba lista para introducir la pasta. De modo que abrió el paquete de macarrones y vació la cantidad suficiente en el agua. El resto de tiempo de cocción permaneció allí, para comprobar que la pasta no se le pasase. Unos minutos después la comida estaba lista para servir.

Invitó a Alda a sentarse en una de las sillas frente a la mesa del comedor, lo que ella hizo de buen gusto. Acto seguido trajo los platos de pasta para ambos.

En los momentos iniciales, Kevin percibió algo de duda en la joven, no estaba seguro si fue por el alimento en sí o por la forma de comerlo. Pero, al poco, la chica empezó a imitarlo a él y se puso a comer. La Fane devoró con ansia el contenido del plato y después se quedó mirándole mientras terminaba de comer.

—Estaba delicioso —reconoció Alda—. Las verduras la conocía, pero la sustancia blanquecina no la había probado antes. En mi pueblo nos alimentábamos fundamentalmente de carne de los animales de la zona y de las verduras que cultivábamos, pero las comidas nunca requerían mucha elaboración. La carne se asaba al fuego y las verduras las comíamos crudas.

—Me alegro que te haya gustado —dijo Kevin, terminando también con su plato.

—¿Cómo se llama lo que hemos comido?

—Pasta.

—Pasta —repitió ella, como si intentase memorizarlo—. Que nombre más peculiar. ¿Podrías enseñarme a prepararlo en alguna ocasión?

—Supongo que sí, no es complicado. Aunque, si te ha gustado eso, lo próximo te va a encantar. Espera un momento y vuelvo con el postre.

Dicho esto, Kevin se levantó de la silla y se fue hasta la cocina para recoger algo que pensaba que sería lo mejor que la chica habría probado en toda su vida. Sacó dos platos pequeños y colocó una porción en el centro de cada uno, después los llevó hasta la mesa y puso un plato frente a su invitada y otro frente a él mismo. Antes de llevarse ningún pedazo a la boca, se quedó mirando a la chica, expectante a su reacción. Vio que ella estaba intrigada, era obvio que la joven nunca había visto nada parecido a aquello.

—¿Qué es esto? —preguntó Alda antes de probar el postre.

—Se llama pastel de chocolate, es un dulce que se me da bastante bien hacer —contestó Kevin con orgullo.

—Otro nombre curioso. No parece animal ni vegetal, ¿de dónde procede?

—De ningún sitio, está hecho con varias cosas, vegetales y animales. Es chocolate en su mayoría.

—¿Chocolate? ¿Está bueno?

—¿Nunca has probado el chocolate? —le preguntó él, casi con sorpresa, aunque ya lo esperase—. Entonces, prepárate porque estás a punto de ver las estrellas.

Sin más preguntas, la chica se decidió a probar su postre. Kevin la vio cortar un trozó de la porción con el dorso del tenedor para, acto seguido, llevárselo a la boca. La cara que puso la joven fue de puro deleite, al parecer el sabor del nuevo alimento había sobrepasado sus expectativas. Antes de que él hubiese probado si quiera el suyo, ella ya había terminado y miraba el otro plato con deseo. Al ver la mirada de ella, Kevin le ofreció su propia porción diciéndole que de todas formas ya se sentía lleno. La chica no rechazó el gesto y se comió aquel pedazo con la misma avidez que había hecho antes con el suyo propio.

—Veo que te ha gustado —dijo Kevin, cuando vio que la Fane había acabado.

—Puedo decir, sin duda alguna, que es lo más delicioso que me he llevado al paladar en mis largos años de existencia. Sin embargo, intuyo que esto no es algo que deba ser degustado con mucha frecuencia, no puede haber algo tan bueno que no tenga una parte negativa.

—En eso tienes razón, en grandes cantidades y tomado de forma habitual acabaría por ser malo para la salud. Por eso solo se debe comer de vez en cuando, aunque esté muy bueno.

—Lo suponía, de todas formas tengo que darte las gracias de nuevo, en esta ocasión por descubrirme todos estos nuevos y maravillosos alimentos.

—No hay de qué. Y, ahora, si quieres, puedes ayudarme a recoger todo esto, antes de que sigas contándome ninguna historia más.

—Será todo un honor poder ayudarte —le contestó ella con amabilidad.

—De acuerdo, yo te indicaré donde va todo. Sígueme —le pidió mientras se dirigía a la cocina.

Entre los dos recogieron, limpiaron todo y devolvieron cada cosa a su sitio. Mientras tanto, Kevin no dejaba de pensar en lo bizarra que resultaba aquella situación, haciendo algo tan cotidiano como recoger la mesa, con un ser de otro mundo. Después de aquello, regresaron al salón y se sentaron, de la misma forma que antes, para continuar por donde lo habían dejado antes de la comida. Kevin estaba ansioso por saber qué le contaba la Fane a continuación. Pero, antes de que ella comenzase a narrarle nada, había una pregunta que quería hacerle a la chica y que llevaba un rato dándole vueltas en la cabeza.

—Antes has dicho algo así como “en mis largos años de existencia” —le recordó a la chica—. ¿Qué edad tienes? No aparentas tener más de 17 años, pero intuyo que ando bastante desencaminado.

—Ni yo misma sabría decirte mi edad exacta —admitió Alda—. Los Fane envejecemos de manera distinta a los humanos y los años siempre acaban por dejar de tener sentido para nosotros. Verás, nuestra especie no va creciendo de forma gradual como la vuestra, nosotros envejecemos por ciclos. Permanecemos un tiempo en una etapa determinada y cuando estamos preparados para pasar a la siguiente crecemos rápidamente. El tiempo que cada Fane permanece en un estado es diferente para cada individuo, ya que depende de su propio desarrollo madurativo. De ese modo, puede ocurrir que un Fane que todavía se encuentre en una etapa infantil cuente con varias décadas de edad, mientras que otro con los mismos años esté en una etapa adulta.

—Asombroso.

—Yo he pasado ya por varios ciclos y ahora me encuentro en la etapa en la que se produce el cambio hacia la madurez, aunque esto todavía no ha ocurrido —confesó Alda—. No puedo afirmarlo con seguridad, pero diría que he vivido cerca de un siglo, aunque he conservado esta apariencia durante unos 10 o 12 años.

—Quién hubiese dicho que, pareciendo tan joven, es posible que hayas vivido ya más tiempo que mi abuelo. Puede que tu edad sea incluso superior a la que tenga yo cuando me llegue la hora.

—¡Ah! La muerte, eso es algo que también nos diferencia ampliamente del ser humano. Vosotros podéis hacer una estimación aproximada del momento en el que falleceréis, y salvo que ocurra un accidente o una enfermedad, ese cálculo no suele distar mucho de la realidad. Nosotros, sin embargo, lo tenemos más difícil. Hay ancianos Fane que han vivido siendo físicamente viejos durante más de un milenio, y también los hay que murieron a los pocos días de convertirse en ancianos. Nuestra vida es difícil de predecir, y aunque eso pueda causarnos incertidumbre, también nos libera de la carga que supone ser conscientes de que se nos agota el tiempo. Ello nos hace, en cierto sentido, más libres para disfrutar de la vida.

—Pero, ¿quiere eso decir que podrías morir mañana mismo, sin previo aviso?

—Sería raro pasar por todos mis ciclos restantes en tan poco tiempo, pero sí, supongo que es algo que podría ocurrir.

—Eso es terrible —dijo Kevin, pensando en la lástima que sería que ella falleciese repentinamente cuando la acababa de salvar.

—No lo sé, podría ser peor. ¿Cuál es tu edad, Kevin?

—Cumplí veinticinco años hace un par de meses.

—Entonces, si mi información sobre los humanos es correcta, eso quiere decir que tal vez vivas unos treinta años más con una buena calidad de vida. Después te quedarían como mucho unos treinta años de deterioro constante. ¿No es peor tener este conocimiento, antes que no saber cuándo puede ocurrir, ni cómo serán tus últimos momentos?

—Dicho así… probablemente tengas razón —reconoció él, con cierta palidez en la cara, tras pensar que, según esos cálculos, puede que solo le quedasen dos tercios de vida saludable—. Por eso, a la mayoría de nosotros, no nos gusta pensar demasiado en nuestra propia muerte.

—Lamento si mis palabras te han incomodado —se disculpó ella, tal vez dándose cuenta del lúgubre cambio en la expresión de la cara de Kevin.

—No te preocupes por ello, es mi culpa por haber insistido en el tema. De todas formas, deberíamos continuar por donde nos habíamos quedado antes, el motivo por el que hemos viajado entre los mundos.

—De acuerdo, proseguiré pues. La siguiente historia que necesitas conocer habla de los viajeros —le adelantó ella—. Existen un gran número de mundos, todos ellos superpuestos…

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lunes, 4 de junio de 2018

I. UN CLARO EN EL BOSQUE (7)


I. UN CLARO EN EL BOSQUE



7


“En el principio, la Tierra era un lugar de gran desolación, una piedra flotando en la inmensidad estelar. Nada crecía en su árido suelo, no había agua, ni animales, pues aquel terreno era incapaz de sustentar vida alguna.

Entonces llegaron los primigenios, grandes creadores que disfrutaban del placer de dar forma y modelar la existencia. Estos seres incorpóreos viajaban a la deriva en busca de un lugar que sirviese de lienzo para su obra. Y en este planeta encontraron el sitio perfecto, una joya en bruto repleta de posibilidades, un paraje deshabitado que ellos se encargarían de llenar.

Fueron varios los primigenios que llegaron a la Tierra, cada uno especialista en un campo distinto. Uno de ellos creó las aguas, otro los vientos, otro se encargó de las plantas, otro de los seres imperceptibles para el ojo y otro de los animales.

El único problema se planteó cuando llegó el turno de la vida inteligente, especialidad de los gemelos. Estos hermanos primigenios eran muy distintos entre sí, uno metódico y perfeccionista, prefería ver el orden en las cosas; el otro, de naturaleza mas traviesa, adoraba el caos. Pasaba el tiempo y la creación no daba comienzo porque ambos eran incapaces de ponerse de acuerdo. Observaban el mundo y elaboraban esquemas sobre los seres que querían que poblasen el planeta. Pero cuando uno exponía sus intenciones al gemelo contrario, las ideas siempre eran desestimadas.

Finalmente, al ver que la creación había llegado a un punto muerto, el resto de los primigenios se aburrió y se marchó en busca de nuevos planetas sobre los que modelar. En la Tierra únicamente quedaron los gemelos, Caos y Orden, batallando por imponer cada unos sus propios deseos.

El tiempo siguió su curso y, aunque la disputa no finalizó, pudieron llegar a un acuerdo. Ambos podrían crear cada uno los seres que quisiesen, pero supeditado a las limitaciones que pusiese el otro. Y después de un tiempo, solo permanecería en la Tierra la creación de uno de los dos, la que hubiese conseguido imponerse de forma natural.

Así pues, Orden creó una gran cantidad de criaturas, todas ellas distintas, con increíbles detalles y asombrosas cualidades. Caos creó a un solo ser, que se reproducía rápidamente por el mundo. A los seres que creó Orden, más tarde, se les conocería como los altos linajes. Mientras que la creación de Caos acabaría recibiendo el nombre de seres humanos.

La única limitación que impuso Caos a su hermano fue que sus criaturas, aunque por lo general tuviesen una larga vida, tendrían problemas para reproducirse y engendrar hijos, siendo su descendencia muy limitada. Orden no vio ningún problema en el requisito exigido por su gemelo ya que, aunque ello significase que sus creaciones nunca alcanzarían grandes números, poseían habilidades muy superiores a los de los seres humanos.

Por otro lado, a Caos, le fue impuesto que sus criaturas tendrían un ciclo de vida muy corto, de esta forma se evitaría la masificación de unos seres que se expandían a gran velocidad.

Transcurrieron los siglos, y durante todo ese tiempo los gemelos simplemente se limitaron a observar la forma en que se desarrollaban los acontecimientos, prometiendo no intervenir en ningún caso.

Durante los primeros años en la Tierra, todas las razas convivieron pacíficamente. No había problemas e imperaba el respeto mutuo, cada uno entendiendo sus diferencias. Pero esto no duró. Cuando los altos linajes se dieron cuenta de la inferioridad del ser humano, pensaron que resultaría extremadamente sencillo utilizarlo para las tareas que ellos no querían realizar. El ser humano acabó convirtiéndose en esclavo de unos seres que adoraban como a deidades o como a demonios, a quienes no podían oponerse ya que poseían grandes poderes.

Orden se sintió muy complacido con aquel resultado, ya que ello era la prueba de la verdad que él ya conocía desde el principio: sus creaciones habían resultado ser muy superiores a la de su hermano, por lo tanto era justo que el ser humano fuese subyugado. Caos, sin embargo, no mostraba ningún signo de preocupación, simplemente continuaba observando, como si supiese de antemano lo que aguardaba el futuro y todavía no estuviese dicha la última palabra.

Los altos linajes gobernaban con mano de hierro. Cada raza tenía su propio grupo de seres humanos sirvientes. El problema era que los seres humanos seguían creciendo en número, hasta que llegó un momento en que comenzaron a invadir las fronteras de los territorios de las razas vecinas. Ninguno de los altos linajes estaba dispuesto a desembarazarse de ninguno de sus esclavos, de forma que empezaron los conflictos por el territorio. Al principio solo hubo unas pequeñas reyertas, pero todo terminó en una gran guerra.

El corazón de Orden se destrozaba al ver que sus creaciones se mataban las unas a las otras, sin que él pudiese hacer nada por evitarlo. Y entonces comprendió que ese había sido el propósito de su gemelo desde el principio.

Caos sabía que la superioridad numérica del ser humano acabaría jugando a su favor y, en el momento en que los altos linajes estuviesen debilitados, los humanos podrían tomar el control de la Tierra y seguir creciendo y extendiéndose por todo el planeta. Caos había creado una especie que no era capaz de ser controlada y que era proclive a la violencia, había ganado la partida pensando con anticipación.

Pero Orden se negaba a perder y ver cómo su creación era destruida, de modo que intentó adelantarse a los deseos de su hermano, quien, según lo acordado, sin duda le obligaría a destruir a los altos linajes en el momento en que quedase claro que no eran la raza superior.

Orden se abalanzó contra el cuerpo de su hermano mientras este estaba distraído regodeándose con la destrucción que estaba teniendo lugar en la Tierra, y peleó con él hasta que consiguió que ambos se fundiesen en un solo ser. Sabía que lo que acababa de hacer no tardaría en eliminar su personalidad por completo, creando una extraña aberración, pero tenía intención de aprovechar el poco tiempo del que disponía.

El poder combinado de ambos gemelos, Caos y Orden, era el poder de la destrucción y también de la creación. Así, la nueva entidad desgarró el tejido del universo y creó, dentro del mismo planeta Tierra, distintos mundos donde cada una de las razas pudiese vivir sin poner en peligro a ninguna de las otras. Los seres humanos permanecieron en el planeta Tierra original, ya que hubiese sido muy difícil mover a un número tan grande de individuos. Los altos linajes fueron separados y enviados a distintos mundos donde podrían residir en paz y prosperidad.

En cuanto al destino de los gemelos, nadie sabe lo que ocurrió con ellos. Algunos dicen que consiguieron separarse de nuevo y siguen esperando que haya un ganador, mientras que otros cuentan que se consumieron tras su último esfuerzo creativo. Lo que sí es cierto es que, independientemente de cuál fuese el resultado, su influjo continúa teniendo un gran peso en la historia de todos los mundos de su creación.”

—Su influjo continúa teniendo un gran peso en la historia de todos los mundos de su creación —la chica indicó que la historia había acabado haciendo un leve y gracioso gesto con el dorso de la mano, y después permaneció en silencio.

—Es un relato fascinante —le dijo Kevin—. Quiero decir que, en realidad es muy similar a otros que haya escuchado antes. La eterna rivalidad del orden y el caos, el bien y el mal, etc. Las historias que se cuentan en muchas de las civilizaciones humanas son muy similares, pero aun así, esta es de algún modo distinta.

—Sí, es lógico que todavía se conserve algún rastro de las historias primitivas entre los hijos de los seres humanos, pese a su naturaleza destructiva.

—Entonces, si lo he entendido bien, tú eres uno de esos altos linajes que viven en un mundo paralelo a este, pero hay muchos otros.

—Eso es, aunque los altos linajes eran las primeras razas que fueron creadas. Desde la separación de los mundos nos hacemos llamar los hijos de los altos linajes.

—Bueno, pues nosotros continuamos llamándonos simplemente seres humanos —aclaró Kevin, recordando que, en varias ocasiones, ella se había referido a él como hijo de los seres humanos.

—Entiendo.

—De todas formas, la historia solo revela la existencia de otros mundos, pero no explica la razón por la que tú estás aquí o por la que yo aparecí en el claro del bosque.

—Desde luego, pero esa era únicamente la historia de la creación, un punto de partida para que puedas empezar a entender la verdad del mundo en que vivimos. Todavía tengo más cosas que contarte. Sin embargo, creo que es el momento adecuado para hacer una pausa y aceptar tu anterior ofrecimiento de alimentos.

Kevin bajó la vista hasta el reloj de pulsera y se dio cuenta de que ya había pasado del medido día. La joven tenía razón, era una buena hora para comer, y en vista de que parecía que la conversación iba a durar mucho más, sería buena idea tomarse un descanso.

—De acuerdo —dijo Kevin, mientras se levantaba del sofá—. Voy a preparar algo de comer. ¿Hay alguna cosa que no puedas comer? Quiero decir, ¿eres vegetariana o tienes algún tipo de alergia que solo tienen los Fane?

—Cualquier alimento humano será adecuado, gracias por preguntar.

—Muy bien, pues voy un rato a la cocina y en seguida vuelvo. Puedes ver la televisión mientras tanto, si quieres —mientras decía esto último, apretó el botón de encendido del televisor.

El aparato se iluminó y apareció la escena de una explosión, todo ello acompañado de un gran estruendo, debido a que el volumen estaba muy alto.

Kevin pudo ver que la chica se asustó con lo súbito de aquella imagen y con el ruido que había salido del televisor. De repente, Alda comenzó a hincharse como si fuese un globo. Su piel se estiraba y se deformaba cada vez más, hasta que al final estalló, llenando todas las paredes de sangre y trozos de carne chamuscados.

SIGUIENTE