lunes, 7 de enero de 2019

III. LA CIUDAD SUBTERRÁNEA (10)


III. LA CIUDAD SUBTERRÁNEA



10


Aunque no sabían hacia dónde dirigirse, lo primero y más importante era alejarse de allí. Así pues, empezaron a moverse por el pasillo en la dirección en que habían venido. 

Kevin seguía en cabeza, marcando el camino a seguir, hasta que llegaron a una intersección, y entonces notó que Alda le tiraba de la ropa, indicándole que quería que la siguiese a ella. Al parecer, la chica tenía una idea de dónde podían ir. Ante esto, Kevin optó por hacerle caso a su compañera, con la esperanza de que ella les condujese a algún lugar seguro. 

No aflojaron el paso en ningún momento, por temor a que algún Djin que hubiese salido en su busca les diese alcance. La huida era desesperada y su destino incierto. 

En aquel momento se encendieron las luces. En tan solo un instante pasaron de la mayor oscuridad a estar completamente expuestos ante la iluminación procedente de todas las paredes a su alrededor. Los Djin no tardarían en salir a la calle y, cuando eso ocurriese, sería el fin. Si solo hubiesen estado más preparados, quizás hubiesen podido llevar suficientes prendas como para disfrazarse y pasar desapercibidos del mismo modo en que lo había hecho él durante el día anterior. Pero ninguno de ellos hubiese podido imaginar que los acontecimientos iban a desenvolverse de aquel modo. 

Mientras Kevin seguía teniendo estos pensamientos desesperanzadores, Alda continuaba moviéndose sin parar, como si supiese exactamente a dónde se dirigía. Giraron varias esquinas, metiéndose por pasillos cada vez más estrechos, hasta que llegaron a lo que parecía ser un callejón sin salida. 

—¿Qué hacemos ahora? —le preguntó Kevin a la chica. 

—Sé un lugar donde poder ocultarnos, está por aquí —contestó Alda, mientras palpaba las paredes como si buscase algo. 

—Yo no veo na… 

De repente, Kevin vio que la mano de la Fane se introducía en la pared, accionando algún tipo de resorte. Entonces se abrió una grieta de forma rectangular frente a ellos. Aparentemente, Alda había descubierto un pasaje secreto, oculto en aquel remoto lugar. 

—¿Cómo has sabido que eso estaba ahí? 

—Lo encontré durante la primera noche. Me di cuenta en seguida que la actividad de los Djin se reducía al apagarse las luces, creo que porque en ese momento se dirigen al exterior de la ciudad, y decidí investigar un poco. Fue algo completamente accidental. Como estaba tan oscuro, iba tocando las paredes para orientarme y entonces se abrió esta puerta. 

—Veo que no fui el único que estuvo metiendo las narices donde no le llamaban. 

—No pensarías que iba a quedarme de brazos cruzados mientras estábamos cautivos. Lamentablemente, no contaba con que el veneno me hiciese olvidar las cosas. 

—Y pensar que había estando dudando de ti. 

—¿Dudaste de mí? 

—Olvídalo. Lo importante es que por fin estamos juntos y que ambos queremos escapar de aquí. ¿Sabes a dónde lleva este pasaje? 

—Sí, la última vez entré solo un momento, para comprobar qué había al otro lado. Jamás te imaginarías lo que encontré. 

—¿Una sala llena de Djin moribundos a los que les extraían la sangre para alimentar las luces de la ciudad? 

—¡Por los creadores! Por supuesto que no. Cómo has podido pensar semejante barbaridad. 

—Digamos que no eres la única que descubrió cosas que no debía. De cualquier modo, ¿qué es lo que vamos a encontrar al otro lado de la puerta? 

—Sígueme y lo comprobarás por ti mismo. 

Se introdujeron por aquella apertura que se había formado en el callejón y avanzaron varios metros por un estrecho pasaje, hasta que llegaron al final, donde había otra puerta, esta vez perfectamente visible. 

—¿Está abierta? —preguntó Kevin, recordando la última puerta misteriosa que había visto. 

—La última vez lo estaba. Prueba a abrirla. 

Kevin tiró del pomo y la puerta cedió inmediatamente, sin ofrecer ninguna resistencia. Al mirar al otro lado de la apertura, no pudo evitar abrir la boca de par en par. Alda estaba en lo cierto, nunca hubiese podido imaginarse algo así, ni siquiera después de las cosas que ya había visto en aquella ciudad. 

Ante ellos había una caverna enorme, un espacio vacío más grande de lo que su capacidad visual les permitía abarcar, siendo incapaces, por tanto, de poder conocer la verdadera amplitud de aquel lugar. Estaba mucho más oscuro que en la ciudad, la única iluminación provenía de unos puntos luminosos que se movían de un lado a otro al nivel del suelo y en el techo. 

Si se fijaba con atención, Kevin podía distinguir varias estructuras artificiales en el interior de aquel misterioso lugar. En el suelo había tiendas como en las que Alda y él habían pasado la noche durante los últimos días de su estancia en el desierto. Estas construcciones de arena eran similares a las que ya conocían, aunque parecían algo más grandes y espaciosas, siendo capaces de contener a varias personas que se encontrasen de pie. 

En el techo de la caverna había unas estructuras ovaladas gigantescas que colgaban como estalactitas, solo que parecían estar conformadas también de arena y su superficie estaba llena de agujeros, dentro de alguno de los cuales se encendían llamas de forma esporádica. 

El panorama que tenían frente a ellos era desolador, pero lo peor no era la estructura en sí misma, sino la gente que moraba por allí dentro. Las luces que habían visto al principio eran producidas por los propios Djin, quienes hacían arder alguna parte de sus propios cuerpos para poder orientarse. Los habitantes de aquella región no se parecían en nada a aquellos que se encontraban en la parte brillante de la ciudad. Estos Djin no vestían con vistosas y relucientes prendas, sino con harapos sucios y descoloridos. Tampoco se veían grandes banquetes, de hecho, aquellos seres estaban delgados y parecían débiles y desnutridos. 

Kevin se dio cuenta de la realidad de aquella sociedad. La ciudad Djin, como tantos lugares en su propio mundo, tenía dos clases sociales claramente diferenciadas. Estaban los privilegiados, rodeados de lujo y comodidades, y después estaban los pobres, tirados en aquel rincón oscuro, sobreviviendo a duras penas hasta que los ricos necesitasen sus cuerpos para proporcionarles electricidad. 

De repente escucharon un sonido procedente del pasaje que acababan de recorrer para llegar hasta allí, alguien más había entrado por la puerta oculta. 

Pensando que finalmente los Djin les habían localizado, se apresuraron a adentrarse en los suburbios, esperando que la errática configuración estructural de la zona les sirviese para ocultarse. Corrieron todo lo que pudieron, cruzándose con los pobres, quienes, curiosamente, ignoraban su presencia y continuaban con sus propios asuntos, ajenos a la persecución. Se alejaron bastante del lugar por donde habían entrado y se escondieron detrás de una de las tiendas de arena, lugar que les pareció bueno para poder observar lo que ocurría sin ser detectados. 

Desde su posición, Kevin pudo oír la voz de uno de los Djin que habían entrado al lugar tras ellos. Estaba gritando un anuncio para que todos los habitantes de la región pudiesen escucharle. 

—¡Atención! —proclamó el Djin—. ¡Tenemos razones para pensar que dos intrusos acaban de acceder al área! ¡Si alguno de vosotros los ha visto, que lo diga inmediatamente! 

Nadie dijo nada, por lo que su perseguidor cambió de estrategia. 

—¡Cualquiera de vosotros que nos ayude a encontrar a los intrusos será generosamente recompensado! 

Se empezó a escuchar un murmullo en el aire. Los residentes de los suburbios se estaban poniendo nerviosos y la promesa de una recompensa parecía estar picando su curiosidad. 

Kevin y Alda se miraron el uno al otro, temiendo que en cualquier momento las cosas se iban a poner muy feas. Kevin estaba realmente asustado e instintivamente sujetó la mano de su compañera, quien hizo lo mismo con la de él, apretándola fuertemente. 

—¡La recompensa para quien nos indique la posición de los intrusos será un indulto que prohibirá que vosotros o cualquiera de vuestros descendientes sea drenado por la ciudad superior! 

—¡Por allí, por allí! —dijeron varias voces entre la multitud. 

—¡Además, quien los capture para nosotros, recibirá alimentos para una semana! 

La última proclama, recibió silbidos y gruñidos de los Djin que lo habían escuchado, quienes, de repente, como si de bestias salvajes se tratase, salieron en estampida para intentar capturar a los intrusos. Algunos corrían, otros miraban a su alrededor, buscando detrás de cada montón de arena, y otros, los más fuertes, tenían incluso suficiente energía como para convertirse en bolas de fuego y elevarse por el cielo en busca de una mejor perspectiva. Fueron precisamente los Djin voladores los que dieron con ellos primero, desde su posición no tardaron mucho en identificarles, e inmediatamente se lanzaron en picado, rodeándoles. 

En pocos minutos se encontraron completamente rodeados de Djin de todas las formas y tamaños, mirándoles ansiosos, mientras iban cerrando el círculo que les cercaba. 

Kevin se dio cuenta de que ya no había nada que hacer, les habían capturado y ahora estaban a merced de aquellas criaturas para que hiciesen lo que quisiesen con ellos. Intentó ser fuerte y mantener la compostura, pero estaba paralizado de terror y lo único que hizo fue sujetar todavía más fuerte la mano de Alda. 

De pronto, todos los Djin se quedaron en silencio y dejaron de moverse. Entonces, de entre la multitud surgió una figura que Kevin reconoció inmediatamente. Estaba cara a cara frente a Agní, el miembro del consejo que le había acompañado durante su visita a la ciudad, el mismo que había encontrado la botella con Efreet y quien le había robado la flauta. 

—Comprenderéis mi decepción —dijo Agní, sin cambiar la expresión de su cara—. Tenía grandes planes para vosotros. Pero ahora me habéis puesto las cosas muy difíciles. Solo me quedan dos opciones, mataros o enviaros a algún agujero para que os pudráis. 

El Djin hizo una pausa en su discurso, como si estuviese esperando algún tipo de replica por parte de ellos, pero como ninguno de los dos dijo nada, siguió hablándoles con el mismo tono amenazador, aunque tranquilo, mostrando una frialdad escalofriante. 

—No os preocupéis, no voy a mataros, eso sería demasiado indulgente. Además, si acabase con vuestras vidas, tendría otro problema entre las manos y es que no podría resolver el enigma que representa este fascinante instrumento. 

Tras estas palabras, Agní extrajo de entre sus prendas la funda que contenía el viento de Kalen, sosteniéndola frente a ellos para que la contemplasen. 

—Con el paso de los años he descubierto que cada vez son menos cosas las que despiertan mi interés, incluso había llegado a creer que ya no encontraría nunca nada más digno de mi atención. Pero entonces descubro esta flauta en el sitio más inesperado. Sé que pensabais usar este instrumento musical para escapar, quiero saber cómo. 

—¿Por qué no lo pruebas por ti mismo? —respondió Alda inesperadamente. 

—¿Me tomas por estúpido? —replicó en seguida el Djin—. No pienso tocar este instrumento con mis propias manos. Por alguna razón todos los que han puesto sus dedos en contacto con la flauta han caído repentinamente enfermos, lo cual ha hecho que todo esto me resulte todavía más fascinante. Así que, adelante, ¿quién de los dos me ha decir qué es esta flauta y cómo puedo hacerla funcionar sin correr peligro? 

Ninguno de ellos dijo nada, ambos permanecieron callados. No estaban dispuestos a revelar ningún detalle sobre el viento de Kalen a aquel individuo. Kevin no sabía los motivos de la chica, quizás fuese honor, pero en cuanto a él, tenía la certeza de que en cuanto el Djin tuviese toda la información que quería, ya no tendría ningún impedimento en matarles. Por lo tanto, su mejor baza en aquel momento era mantener el silencio. 

—De acuerdo —se rindió finalmente Agní—. Que así sea. Quizás dentro de unos meses, cuando hayas perdido la cordura y os encontréis al borde de la muerte, estéis más predispuestos a hablar. ¡Arrojadlos a la prisión! 

Estas fueron las últimas palabras inteligibles que pudieron escuchar antes de que la multitud se abalanzase sobre ellos y fuesen arrastrados a golpes por los suburbios. Fueron separados a la fuerza, les dieron patadas, empujones y arañazos hasta que llegaron al lugar donde el gentío de Djin se detuvo finalmente. 

Vieron que alguien arrojaba en tierra un líquido de aspecto similar al que usaban para construir las tiendas de arena. Pero en lugar de crear un refugio, lo que hizo esa sustancia fue hacer que apareciese un enorme agujero en el suelo. 

Los golpes comenzaron de nuevo. 

Poco a poco, y pese a oponer resistencia, los Djin fueron empujándoles hasta que la caída fue inevitable. Lo último que vio Kevin fue como la oscuridad le engullía, mientras el círculo de luz por encima de él se iba haciendo cada vez más pequeño, hasta cerrarse por completo. Entonces se golpeó fuertemente la cabeza.

SIGUIENTE