III. LA CIUDAD SUBTERRÁNEA
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Recorrieron multitud de pasillos y estancias. Kevin se sintió asombrado con la extraordinaria belleza de las edificaciones Djin, que aunque no podían verse en conjunto como edificios, suplían esta carencia con unas maravillosas fachadas llenas de adornos y grabados. El brillo de las calles era cegador, tanto que era fácil olvidar que se hallaban bajo tierra y, de hecho, resultaba extraño caminar durante tanto tiempo sin llegar a ver nunca la luz del sol. Todo llamaba la atención de Kevin, desde las doradas paredes cubiertas de piedras preciosas, hasta los telares donde se confeccionaban, a la vista de todo aquel que pasase por delante, las magnificas vestimentas que cubrían los cuerpos de los Djin. Pero sin duda, el punto álgido de la visita, aquello que más le cautivó, fue la fuente de la plaza, sencilla en su construcción, pero no en su contenido, ya que de ella emanaba constantemente un torrente de gemas de todos los colores.
Fue al llegar a la fuente que su guía le obsequió con una pequeña bolsita de tela para que la llenase.
—Para nosotros estas piedras son meramente decorativas, pero sabemos que para los humanos poseen un gran valor. Por ese motivo, al consejo le ha parecido un gesto apropiado regalarte una gran cantidad de gemas que puedas llevarte de regreso a tu mundo.
“Mi mundo”, pensó Kevin, y tuvo que recordar que él venía de otro lugar y que en realidad llevaba solo unos pocos días en aquella ciudad. Entonces tuvo la sensación de que algo no iba bien. ¿Cómo había llegado allí y cuáles eran sus motivos?, y más importante todavía: ¿por qué iba a querer marcharse?
El resto del día transcurrió del mismo modo, paseando de un lado a otro, siempre en compañía del algún Djin. Cuando su guía inicial estuvo cansado y se fue, otro tomó su lugar.
Antes de darse cuenta, Kevin estaba de regreso en su habitación, agotado de caminar, pero feliz y satisfecho con la visita. Se tumbó en la cama sonriendo despreocupadamente, listo para dormir y descansar apaciblemente, cuando algo interrumpió su tranquilidad, rompiendo el silencio con una voz socarrona y descarada.
—Bien, ¿cuál es el plan? —dijo la voz desde debajo de la cama.
—¿Quién…? —comenzó a preguntar Kevin, cuando se dio cuenta de que eso no era necesario—. Efreet, ya me había olvidado de ti.
—Claro que lo habías hecho, el veneno recorre tu cuerpo y empiezas a sufrir los efectos más dañinos —explicó el genio en la botella—. Primero son las alucinaciones, después los problemas de memoria. Estos ya los conoces. Pero si la cosa sigue así, y lo hará, todavía empeorarás más. Los siguientes síntomas del envenenamiento son fallos musculares, parálisis y finalmente la muerte.
—No te creo, solo intentas que te deje en libertad para poder vengarte. Pero no me vas a engañar, ya intentaste matarme una vez…
Pero la verdad es que Kevin dudaba sobre esta afirmación. No sabía cuándo había ocurrido aquello de lo que estaba hablando. ¿Había sido antes de llegar a la ciudad? No estaba seguro de ello.
—Te equivocas al desconfiar. Ahora mismo soy el único en quien puedes confiar, porque mis intereses son los mismos que los tuyos. Hazme caso, sabes que algo no va bien, tú mismo dudas de tus propias palabras y pensamientos.
—No, solo quieres confundirme. Ha pasado mucho tiempo desde que bebimos agua de aquellas frutas.
Kevin se dio cuenta de que estaba hablando en plural y no sabía por qué. Había llegado allí con alguien más, pero le costaba aclarar su mente. Cerró los ojos e intentó concentrarse, pero en la oscuridad de su subconsciente solo encontró unos ojos rojos y llameantes que buscaban abrasarle. El miedo de aquella visión hizo que volviese a abrir los parpados al instante. Pero aquel ejercicio no fue en vano, pues entonces recordó el perturbador sueño de la noche anterior, las mujeres Djin seduciéndole en su cama antes de carbonizarlo vivo. Esto provocó una reacción en cadena y de repente todo regresó a su memoria: el paseo nocturno, la habitación cerrada y el sadismo de los Djin para con su propia especie. Recordó haberse levantado por la mañana con la intención de hablar con Alda, pero nunca había llegado a encontrarse con ella, en lugar de ello, solo había hecho turismo por la ciudad.
Efreet tenía razón, había algo que estaba terriblemente mal. Pero, para desgracia de Kevin, estaba solo en todo aquello. Únicamente podía contar con la ayuda del genio, y dudaba que las intenciones de este fuesen del todo honestas.
Pensó en aprovechar ese momento de lucidez para completar la tarea que no había podido llevar a cabo unas horas antes, salir al exterior de la habitación e ir en busca de la Fane. Sin embargo, no estaba muy seguro de sí mismo y no creía que fuese capaz de encontrar a Alda antes de que la memoria le fallase de nuevo. Temía que no sería capaz de poder hacer nada en absoluto si no expulsaba antes el veneno de su cuerpo. Suponía que Efreet conocería el antídoto, pero, si se lo pedía directamente, sería como darle todo el poder y estaría a su merced, con lo que este no dudaría en pedirle la libertad a cambio, tras lo que probablemente huiría sin ayudarle antes. Así pues, tendría que convencerlo de alguna manera, aunque no sabía cómo.
—Se me ha ocurrido un plan —dijo Kevin.
—Te escucho.
—Podría crear una distracción y aprovechar entonces para escapar entre la confusión.
—¿De qué clase de distracción estamos hablando? —preguntó Efreet intrigado.
—Fácil. Podría dejar en libertad a alguien a quien estuviesen buscando el resto de los Djin. Y mientras le persiguiesen, estarían demasiado ocupados como para reparar en mí.
—¡No serías capaz! —se alarmó Efreet, al darse cuenta de que hablaba de él—. ¡Nunca funcionaría!
—No lo sabré hasta que no lo intente.
—Te lo ruego, no lo hagas. Es una imprudencia, solo conseguirás que nos maten a los dos. Piensa en otra cosa. Te ayudaré con lo que sea, pero no dejes que sepan que estoy aquí.
De esta manera, Kevin pudo hacerse una idea de hasta qué punto Efreet no deseaba ser capturado por los de su especie. Ahora estaba convencido de que el genio haría cualquier cosa que le pidiese con tal de que no le entregaran. Ese era el momento de pedirle lo que realmente quería.
—Pero no puedo pensar en nada más. No mientras el veneno recorre mi organismo. Podría perder de nuevo la memoria en cualquier momento.
—Entonces dejarme libre y yo te ayudaré.
—Tienes razón.
—¿En serio?
—Sí, te liberaré y daré la voz de alarma. Es la única opción.
Se hizo el silencio. Los dos estaban midiendo sus fuerzas, haciendo un pulso de voluntades para saber si el otro se estaba echando un farol. Finalmente uno de ellos cedió.
—De acuerdo. Permaneceré en este maldito recipiente por el momento y te diré cómo puedes neutralizar el veneno —se rindió finalmente el genio.
—Estoy escuchando.
—Bien. El veneno que has ingerido proviene de los guislin, esas frutas enterradas en la arena. Para cualquier criatura resulta mortal a la larga, pero no para los Djin. Para nosotros el guislin es un manjar y, de hecho, todos nuestros alimentos están bañados en el néctar del fruto. Lo que quiere decir que…
—He seguido tomándolo —adivinó Kevin—. Cada vez que he comido algo de lo que me ofrecían en aquel banquete.
—Exacto. Como comprenderás, no soy el único que sabe lo dañino que pueden ser los frutos del Zaqum. De lo que podrás concluir que te han estado envenenando deliberadamente.
—¿Con qué propósito?
—Para hacerte bajar la guardia. Para que obedezcas ciegamente, sacarte información y, después, dejarte morir.
—Y entonces, ¿qué hago para detener el proceso? ¿Será suficiente con dejar de comer alimentos Djin?
—En teoría sí, esa sería la forma natural, pero no tenemos tiempo. Para que el organismo elimine toda esa cantidad de veneno se necesitan semanas, y para entonces sería demasiado tarde. Además, no puedes dejar de comer, porque entonces puede que ya no tengas que preocuparte por el veneno, pero sí por la desnutrición.
—Asumo pues que hay otra manera más rápida, ¿verdad?
—Así es. Como te he dicho, los Djin tenemos una resistencia innata al veneno del Zaqum, nuestro cuerpo produce una enzima que nos protege. Sabemos que dicha enzima puede ser transferida a otros seres vivos y no se necesita una gran cantidad. Lo que quiere decir que lo único que necesitas es una pequeña transfusión de sangre, apenas unas gotas, y en cuestión de horas no solo estarás recuperado, sino que serás tan inmune al veneno como nosotros.
Kevin reflexionó sobre lo que le había dicho Efreet, pero veía varias dificultades, y además seguía sin confiar en el genio. Puede que dijese la verdad, pero no sabía de dónde se suponía que iba a conseguir sangre de un Djin. Imaginaba lo que le iba a proponer este Djin en particular y empezaba a cansarse de escuchar la misma cantinela.
—Supongo que te estás ofreciendo amablemente como donante. Para ello solo tendría que dejarte libre.
—Sería la mejor opción y la más rápida, desde luego.
—Pero sabes que eso no va a pasar.
—Ya lo había supuesto. Por esa razón ya había pensado en una alternativa. Verás, hay un lugar donde podrías conseguir sangre Djin con relativa facilidad. Solo tienes que ir hasta…
Pero Kevin no necesita escuchar más, porque sabía cuál era el lugar del que el genio le estaba hablando. Era el mismo sitio que le había estado perturbando desde la noche anterior, al menos mientras todavía lo recordaba.
—La puerta cerrada —se adelantó Kevin, sin dejar que Efreet terminase de hablar.
—Vaya, veo que conoces el sitio. Parece ser que has estado fisgoneando un poco y te has encontrado con alguno de los oscuros secretillos de mi gente. Quisiera decirte que es lo peor que ocurre en esta ciudad, pero no lo es. Aunque eso no viene al caso ahora. De cualquier modo, si ya sabes a donde tienes que ir, estamos perdiendo el tiempo aquí.
—Sé donde está, pero no sé cómo entrar.
—Claro que no. Por esa razón es por la que me vas a llevar contigo, para que te abra la puerta.
Kevin dudó por un momento. ¿Sería otra estratagema del diminuto demonio de fuego?
—No seas tan desconfiado. No necesito salir de esta prisión en la que me has encarcelado para abrirte la puerta, solo tengo que estar cerca.
—Muy bien, te llevaré conmigo. Pero como intentes algo, dejaré la botella en medio del pasillo para que la encuentren tus amigos por la mañana.
—Entendido, me comportaré. Aunque he de admitir que me encantaría ver la cara de sorpresa de quien me encontrase allí en medio. Al menos podría reírme un poco antes de ser sentenciado.
—A mí también me gustaría verlo. Pero por el bien de los dos, será mejor que eso no pase.
Dicho esto, Kevin recogió la botella de debajo de la cama y, con ella entre las manos, salió al oscuro pasillo.
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