IV. PRISIONEROS DE LAS PROFUNDIDADES
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Aquel lugar no era lo que Kevin pudiese haber imaginado, se alejaba totalmente de su concepto de una prisión. No había celdas ni guardias, tampoco había matones en busca de pelea, solo una profunda sensación de desesperación y soledad. La única luz provenía de unas antorchas colocadas en las paredes, que proyectaban sombras siniestras con el movimiento constante de sus llamas, pero que, por lo menos, le permitían ver lo que había allí abajo.
Se acababa de despertar y todavía se sentía algo mareado. El golpe que se había dado al alcanzar el suelo había sido tan fuerte que le había hecho perder el conocimiento durante no sabía cuánto tiempo. Se llevó la mano a la cabeza y notó que tenía un arañazo, ahora cubierto por un montón de sangre seca que se cuarteaba entre sus cabellos al tocarla con los dedos. No podía estar seguro del todo, pero en principio no parecía que la herida fuese demasiado grave, aunque le preocupaba que sí que hubiese sido suficiente como para hacer que se desmayase. De cualquier modo, no podía hacer nada al respecto, dudaba mucho que hubiese algún medico cerca para poder consultarle acerca de una posible concusión.
Una vez hubo decidido que estaba bien, su próximo pensamiento fue Alda. Estaba seguro de que la chica había caído junto a él, con lo que no podía andar muy lejos. Esperaba que ella no se hubiese golpeado también con algo, resultando herida, tal vez peor de lo que lo estaba él.
Se puso en pie para ir a buscarla y entonces notó que se mareaba, lo que hizo que tuviese que apoyarse un momento en la pared, para no caerse al suelo. Fue solo cuestión de segundos, hasta que se recobró y se sintió con seguridad para caminar. Después, se separó de la pared y volvió a moverse.
No tardó en encontrar a la Fane, estaba un par de metros por delante, tumbada en un rincón. Pudo ver, aún con la distancia que les separaba, que la chica estaba llena de arañazos y moratones. Ella se encontraba en el suelo, hecha un ovillo, sujetándose las piernas con los brazos, y no dejaba de temblar.
Al ver a Alda en aquella situación, Kevin se preguntó qué sabía en realidad de ella. En su mente tenía una imagen de los Fane como seres libres y desinhibidos, naturistas y contadores de historias. Pero lo cierto es que nunca se había preocupado por averiguar nada más sobre la especie de su compañera. Había estado tan obsesionado por deshacerse de ella y regresar a la normalidad que ni siquiera había mostrado el más mínimo interés por su vida.
Desde que se sus caminos se cruzaron por primera vez, habían hablado de muchas cosas, pero nunca sobre ellos mismos. Con el paso de los días, habían pasado por mucho en muy poco tiempo, habían compartido experiencias y habían salido airosos de las más difíciles situaciones, ayudándose el uno al otro. Sin embargo, Kevin tenía la sensación de que no se conocían en absoluto. Para él, Alda no había sido más que un ser de otro mundo, y para ella suponía que había ocurrido lo mismo, y lo veía simplemente como a un humano.
Si tuviese la ocasión, le gustaría cambiar las cosas y llegar a conocer a la persona con la que había compartido tantas cosas, aunque se preguntaba si ella querría conocerlo también a él, o quizás su interés se limitase únicamente al hecho de que era el propietario del viento de Kalen. Después de todo, qué le importaría a Alda que no fuese capaz de encontrar un empleo, que se hubiese ido de su casa dejando todo lo que conocía atrás, solo para acabar dependiendo de la generosidad de su tío, o que sus amigos de toda la vida fuesen unas personas cada vez más distantes… ¿Sería ella capaz de entender todas esas cosas, o consideraría los problemas de él tonterías triviales?
Se aproximó a la chica para asegurarse de que ella se encontraba bien, pero, poco antes de llegar, se tropezó con una piedra que casi le hizo perder el equilibrio.
Al escuchar aquel ruido, Alda se incorporó inmediatamente.
—¿Quién anda ahí? —preguntó la Fane.
—Tranquila, soy yo.
Apenas hubo terminado de pronunciar esta última palabra Kevin cuando la chica se levantó rápidamente y corrió hasta él, abrazándole fuertemente.
—Estaba tan asustada. No dejaba de llamarte, una y otra vez, pero no contestabas —decía Alda mientras las lágrimas le corrían por la cara—. Busqué y te vi tirado en el suelo, sin moverte y con la cabeza llena de sangre. Pensé que estabas muerto. Pensé que me había vuelto a quedar sola, que todas las personas que me importaban se habían ido una vez más.
Ella no dejaba de llorar y todo lo que pudo hacer Kevin fue consolarla, decirle que todo estaba bien, que solo se había desmayado por el golpe. Pasó un buen rato hasta que la chica se tranquilizó y pudieron hablar con más calma.
—¿Cómo estás tú? ¿No te has hecho nada con la caída? —preguntó Kevin, para asegurarse que ella no hubiese corrido su misma suerte al caer.
—No, nada importante. Solo tengo algunos arañazos.
—Menos mal. Al menos, aunque estemos aquí abajo, estamos juntos y conservamos la salud.
—Sí, ¿pero durante cuánto tiempo?
—Este sitio tampoco parece tan peligroso. Hemos salido de cosas peores. Ten fe, creo que sobreviviremos. Aquel Djin asumió, cuando nos arrojó aquí, que seguiríamos vivos dentro de unos meses, así que debe haber comida aquí abajo —explicó Kevin, recordando las palabras de Agní.
—También dijo que para entonces estaríamos al borde de la muerte.
—Admito que la situación no es la mejor del mundo, pero ya no tiene remedio. Lo mejor que podemos hacer es tratar de sobrellevarlo lo mejor posible.
—Tienes razón. Si sobrevivimos en el desierto, seguro que podremos hacerlo aquí.
—Muy bien. Entonces, lo siguiente que deberíamos hacer es pensar cuál será nuestro próximo paso.
Tras pensar en ello un poco más y discutirlo, decidieron que, antes de poder hacer nada y para poder hacerse una idea de cuál era su situación real, debían explorar aquella prisión en profundidad. Recorrerían los pasillos subterráneos en busca de alimentos, otros recursos que pudiesen utilizar y más prisioneros. Su objetivo inicial era sobrevivir, pero no debía ser su única meta, también tenían que averiguar la forma de escapar de allí, para lo cual necesitarían información. Kevin pensó que tal vez alguien allí abajo conociese alguna vía de escape, aunque no le parecía probable porque, de ser así, ¿por qué no habrían escapado ellos? Aun así, su encarcelamiento acababa de empezar y no era momento de descartar ninguna opción.
Comenzaron a moverse por la prisión, con cautela y prestando atención a cada recoveco. El lugar estaba constituido un sinfín de túneles, y cámaras de arena y roca que se conectaban las unas con las otras. En algunos puntos del camino disponían de la luz de las antorchas, pero otros lugares estaban completamente a oscuras. Así que decidieron que lo más práctico sería llevarse una de las antorchas con ellos, para iluminar el camino cuando fuese necesario.
Al principio no encontraron nada, y la sensación que les acompañaba era similar a estar en un gigantesco hormiguero abandonado. No obstante, no tardaron en hallar el primer signo de que no estaban solos allí abajo.
En uno de los túneles vieron un trozo de tela en el suelo, lo que interpretaron como una señal de que había más prisioneros deambulando por el subsuelo. Aunque había formado parte del plan inicial el encontrar a más gente, cuando por fin se encontraron con la revelación de que, en efecto, eso era posible, Kevin tuvo que pensar si realmente les convenía un encuentro con alguien más. Temía que alguien que hubiese estado demasiado tiempo atrapado en aquella prisión no fuese a ser una persona muy amigable, y tal vez ni siquiera estuviese en sus cabales.
Después de caminar un poco más, vislumbraron en el horizonte un lugar que parecía estar mucho más iluminado que el resto de sitios por los que habían pasado. Al ver esto, apretaron el paso para llegar hasta allí y descubrir qué podía ser aquello. Pero no tuvieron suerte, porque, de repente, ocurrió algo completamente inesperado.
Todo comenzó a temblar, el suelo, las paredes y el techo. Entonces, el pasaje que tenían delante fue cerrándose rápidamente, rellenándose de arena, y cortándoles el paso. Aunque lo peor estaba por llegar, porque la cosa no acabó ahí. La arena seguía avanzando en dirección hacia ellos, incesantemente, como si de una riada se tratase.
Salieron corriendo al instante, en dirección contraria al torrente de arena y volviendo por la dirección por la que habían venido, para evitar ser sepultados. Fueron todo lo rápido que sus piernas se lo permitieron, llevándole la delantera a aquel desastre geológico, tan solo por unos pocos metros de distancia, hasta que finalmente el temblor cesó y la arena dejó de pisarles los talones.
Todo volvió a la tranquilidad, como si nada hubiese ocurrido.
Miraron hacia atrás para descubrir lo poco que había faltado para ser aplastados, y luego a su alrededor, para ver dónde habían ido a parar.
El lugar en el que se hallaban era una de las muchas cámaras que habían atravesado durante su camino, justo antes de entrar en aquel túnel que había resultado ser tan mortífero. Pero lo curioso del asunto era que aquel sitio parecía ser distinto. La configuración de las entradas y salidas había cambiado por completo. No solo se había cerrado el túnel por el que acababan de escapar milagrosamente, sino que también había desaparecido el del extremo opuesto por el que llegaron la primera vez. A pesar de los cambios, no estaban atrapados, porque sustituyendo a los dos accesos que se habían desvanecido, ahora había tres túneles nuevos que antes no estaban allí.
Kevin esperaba estar equivocado, pero empezaba a hacerse una idea de cuál era el problema con aquella prisión y el por qué los Djin esperaban que se volviesen locos allí abajo. Al parecer, se encontraban en un laberinto, pero no uno convencional, sino uno que cambiaba constantemente su configuración, manteniendo las mismas salas, pero moviendo los pasajes que iban entre ellas. Si aquello era verdad, tratar de encontrar un punto concreto allí dentro podía ser una tarea particularmente complicada.
Le comentó su teoría a Alda y ella coincidió con él, a la chica también se le había pasado la misma idea por la cabeza. Sin embargo, decidieron esperar un poco más antes de sacar conclusiones. Pese a no estar todavía convencidos del todo de que los túneles estuviesen cambiando, decidieron no pasar demasiado tiempo en los pasajes entre estancias, apresurándose por llegar de una caverna a otra lo más rápido posible, para que no se repitiese el mismo incidente.
Continuaron explorando la prisión, con más cautela que antes, por si les aguardaba alguna otra sorpresa oculta más. Y así, no tardaron en confirmar que sus suposiciones eran correctas, el lugar estaba en movimiento.
La segunda vez que ocurrió el temblor de tierra, sabían qué era lo que iba a ocurrir a continuación. Por ese motivo se lanzaron a correr inmediatamente, sin esperarse a comprobarlo, poniéndose a salvo en esta ocasión mucho más rápido que la última vez.
Aquello parecía un problema realmente importante, pero al menos ahora sabían cómo funcionaba. El cambio en los túneles siempre estaba precedido por un temblor de tierra, y la arena que rellenaba los pasadizos empezaba a brotar desde el centro hasta los extremos, lo que suponía que, dependiendo de en qué punto del túnel se encontrasen cuando empezase la vibración, deberían correr en una dirección o en la contraria.
Ambos estaban de acuerdo en que el mecanismo era peligroso incluso conociendo su funcionamiento, pero no tenían más remedio que seguir avanzando si querían tener alguna posibilidad de supervivencia, porque hasta el momento no habían encontrado ni alimentos, ni bebida, ni indicio alguno de cómo escapar de aquel lugar.
Llegó un momento en que Kevin se sintió demasiado cansado como para continuar y tuvo que pedirle a Alda que se detuviesen un rato.
Pararon allí mismo, en la caverna en que se encontraban en aquel momento, y se sentaron en el suelo, en una parte de arena blanda en la que no se estaba nada incomodo. El cansancio y el hambre le recordaron a su anterior caminata por el desierto. En aquella ocasión habían tenido mucha suerte, encontraron una fuente de alimento justo en el momento de mayor necesidad. Era verdad que aquellos alimentos habían estado envenenados, pero aun así les había mantenido vivos. En cualquier caso, aquello había sido muy duro, ambos habían estado al borde de la muerte y no quería tener que volver a pasar por lo mismo.
—Supongo que si excavamos aquí no encontraremos ningún fruto —le comentó Kevin a su compañera, compartiendo sus pensamientos con ella.
—No perdemos nada por intentarlo.
—Vaya, no lo decía en serio. No creo que haya nada aquí. Pero quién sabe, quizás deberíamos probar, solo por si acaso.
Ambos se pusieron a cavar durante un rato, pero su búsqueda no dio ningún resultado. Hicieron dos agujeros profundos, de donde solo extrajeron arena y rocas. Finalmente se dieron por vencidos. Estaba claro que no había ningún alimento enterrado bajo sus pies, en esta ocasión tendrían que confiar en sufrir algún otro golpe de suerte.
Cuando Kevin se sintió algo mejor para reanudar la marcha, se levantaron y emprendieron de nuevo el camino.
El paisaje era monótono, y estar constantemente rodeados de tierra por todos lados provocaba cierta claustrofobia a la que uno no se acostumbraba nunca del todo. Por lo menos tenían la luz de aquella antorcha que no parecía ser normal. Kevin no sabía de qué estaba hecha, pero nunca se apagaba, su llama se mantenía siempre, constante e imperecedera.
Hablaban a menudo para romper con el lúgubre silencio que rondaba por aquellas cámaras, aunque no decían nada realmente importante, solo discutían posibles métodos de huida, hacían planes por si encontraban a alguien y cosas así. Kevin todavía no había conseguido reunir el valor para preguntarle a la chica sobre su vida, aunque era una conversación que quería tener con ella antes de que fuese demasiado tarde y se viesen envueltos en alguna otra situación que se desbordase de sus manos. No quería tener que arrepentirse de nuevo por no haber aprovechado la oportunidad de conocer a aquella extraña criatura que se había cruzado en su camino, cambiando su vida para siempre.
De pronto, un sonido rompió el silencio. Escucharon un murmullo en la distancia, proveniente de, tal vez, una sala más adelante.
Alda y él se miraron al instante. Sabían que había llegado el momento que habían estado esperando y temiendo. A lo lejos parecía haber más gente, manteniendo algún tipo de discusión que, por la distancia, no podían entender. Si seguían caminando hacia allí, no tardarían en reunirse con aquellas personas.
Vacilaron por un momento, ya que no sabían qué tipo de prisioneros habría allí o cuáles serían los crímenes que habrían cometido para acabar en aquella prisión. Si los Djin eran tan “justos” con todos los demás como lo habían sido con ellos dos, entonces era incluso posible que las gentes que encontrasen no fuesen tan malas y hubiesen sido encarceladas por alguna tontería. Pero también era posible que allá estuviese la peor calaña de entre los Djin, y si los supuestamente buenos ya les habían tratado como lo habían hecho, qué no serían capaces de hacer los no tan buenos.
No eran capaces de tomar una decisión, intercambiaban miradas y se preguntaban el uno al otro sobre su opinión, sin atreverse a seguir avanzando.
Aquello hubiese continuado para siempre, pero entonces comenzó el temblor, lo que hizo que se encontrasen en una situación de “ahora o nunca”. Si no continuaban, el túnel se cerraría y podrían tardar una eternidad en volver a encontrar a alguien.
Antes de darse cuenta, Kevin estaba corriendo en dirección a las voces, librándose por un segundo de la avalancha de arena, mientras el túnel iba sellándose. No tuvieron tiempo de prepararse, no pudieron discutir lo que iban a decir, ni cómo actuar, y, pese a ello, tampoco podían dejar de mover las piernas lo más rápidamente posible, porque habían esperado demasiado tiempo y la arena avanzaba inexorablemente en su dirección para enterrarlos vivos.
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