lunes, 10 de junio de 2019

IV. PRISIONEROS DE LAS PROFUNDIDADES (9)



IV. PRISIONEROS DE LAS PROFUNDIDADES



9


El miembro del consejo no parecía tan sorprendido con su huida como cabría esperar. En su lugar, sonreía y les miraba fijamente, con los rasgos de su cara estáticos, mientras iba avanzando en dirección hacia ellos.

—Deberíais haber escapado mientras pudisteis hacerlo —les dijo Agní—. Supongo que si no os habéis ido directamente, es porque necesitabais esto —levantó la mano, sosteniendo en ella la mochila de Kevin abierta, viéndose en su interior la funda de la flauta.

Al parecer, el Djin había regresado al callejón por la noche, los había visto y les había seguido hasta allí sin que se diesen cuenta. Estaban en problemas, si Agní era tan poderoso como parecía serlo, no había nada que pudiesen hacer contra él. El miembro del consejo arrojó la mochila al suelo de la sala, frente a ellos y les gritó con tono amenazador.

—¡Se acabo el juego! ¿Cuál es el secreto de esa flauta?

No le contestaron, en lugar de eso dieron unos pasos hacia atrás, intentando poner distancia con el Djin. Agní parecía estar perdiendo la paciencia y se estaba enfureciendo. Vieron como este cambiaba y se envolvía en una bola de fuego, a punto de atacarles. El fuego del Djin se avivaba cada vez más. Mientras, ellos iban retrocediendo, hasta que eventualmente su espalda dio con una de las paredes de la sala. Estaban acorralados.

—Déjame salir. Estoy seguro de que puedo con él —propuso Efreet desde el interior de la botella.

—Sabes que no puedo hacer eso —le respondió Kevin, con voz dubitativa.

—No os voy a dejar tirados —aseguró el genio—. Tengo cuentas pendientes con Agní y, ahora que estamos a solas, es mi oportunidad de cobrarme mi venganza. Si no me dejas salir, nos matará a todos. Soy vuestra única esperanza de sobrevivir.

Kevin buscó a Alda con la mirada, esperando que ella le dijese qué hacer. Pero al poner los ojos sobre la chica no encontró el cuerpo de una mujer, sino un extraño amasijo de serpientes retorciéndose y lanzando mordiscos al aire. Tuvo que retirar la vista de su compañera al instante, para evitar la alucinación. Si la Fane estaba creando esas imágenes de forma involuntaria era porque su mecanismo de defensa se había puesto en marcha, lo que indicaba que estaba demasiado asustada como para poder ayudarle a tomar aquella decisión.

Miró a Agní, esperando que las visiones de Alda le hubiesen afectado también, pero el Djin no parecía sentirse impresionado con lo que fuese que estaba contemplando en su mente. El genio ardía cada vez con más fuerza.

No tenía más remedio que acceder a la petición de Efreet. Llevó la mano hasta el tapón de la botella y, esperando no tener que arrepentirse de su decisión, lo desenroscó, poniendo al genio en libertad.

Una nube de humo se interpuso entre ellos y Agní. La masa gaseosa fue tomando forma y en su interior apareció Efreet.

—¡Tu! —exclamó Agní, al ver que su prisionero había sido liberado.

—Te dije que te haría pagar por lo que habías hecho. Ha llegado la hora de que cumpla con mi palabra —amenazó Efreet.

—¿Vas a elegir a esos seres por encima de tu propia raza? Ya veo que has perdido el poco honor que pudieses conservar.

—No te equivoques, no me estoy poniendo del lado de nadie. Tú asesinaste a mi familia, a mi único hijo y a la mujer que amaba. Tienes que responder por tus crímenes.

—¿Mis crímenes? Eso tiene gracia. ¿Qué hay de tus crímenes? El papel de moralista no te pega Efreet. ¿Ya te has olvidado de aquel científico sediento de poder que no se detuvo ante nada por conseguir lo que quería? Es cierto que lo que te ocurrió fue una tragedia, pero fue algo que tú mismo provocaste.

—Eso no es cierto. Yo no maté a nadie.

—¿No, eh? No creo que los familiares de todos aquellos Djin con los que jugueteaste en tus experimentos opinen lo mismo.

—Aquello fue un accidente, el sistema todavía no estaba perfeccionado, no podía haber sabido lo qué ocurriría.

—Claro que no, sigue diciéndote eso a ti mismo. Es hora de que dejes de actuar. La única persona que te ha importado nunca has sido tú mismo. Apuesto a que, en el fondo, ni siquiera te importó la muerte de tu hijo. Después de todo, no era más que otro método de alcanzar tus objetivos.

La conversación entre los dos Djin se estaba calentando cada vez más, no solo en el tono de las palabras, sino de una forma más bien literal. Alda y Kevin seguían pegados a la pared, contemplando la escena, y podían sentir en su propia piel la temperatura que irradiaban aquellas dos criaturas que tenían delante. Efreet había encendido su llama después del último comentario de su adversario, y parecía estar a punto de saltar sobre él en cualquier momento.

—¡Retira lo que has dicho! —exigió Efreet.

—Sabes que es la verdad. Su sangre está en tus manos y tu única preocupación es que no podrás usar sus restos para seguir experimentando.

El genio no pudo aguantar por más tiempo aquella provocación, todo su cuerpo se convirtió en una bola de fuego y se lanzó hacia su rival. Al verlo, Agní hizo lo mismo y salió disparado también hacia delante para encontrarse con Efreet en el centro de la estancia. Los dos Djin retomaron parte de su forma al estrellarse el uno contra el otro, pero sin apagar el fuego que cubría sus cuerpos. Cada uno de ellos puso las manos sobre los hombros de su adversario y empezaron a empujarse, gritando fuertemente.

La batalla era distinta a cualquier cosa que Kevin hubiese visto en su mundo, era una violencia distinta a la que él conocía. Prácticamente no había movimiento entre aquellos dos contendientes, y sin embargo parecía mucho más agresiva que si hubiesen estado pegándose.

Vio que los cuerpos de los Djin iban cambiando de color mientras sus llamas se avivaban cada vez más, hasta que le fue imposible seguir viendo lo que ocurría. Solo había una gran bola de luz en el centro de la estancia. Si intentaba mirar hacia delante, notaba como le ardían los ojos. El calor era abrasador y, a pesar de que había bastante distancia separándoles de los Djin, notaba la ferocidad del encuentro en su propia carne. Estaba sudando copiosamente, le costaba respirar e incluso mantenerse en pie. Pensó que si aquello seguía así, acabaría por perder el conocimiento. Era peligroso permanecer en la sala del trono en aquel momento, mientras aquellos dos seres continuasen midiendo sus fuerzas.

Llegó a la conclusión de que lo mejor que podían hacer era salir de la estancia lo antes posible. Podrían aprovechar la distracción para llegar hasta la puerta, bordeando la sala para no acercarse al centro, donde estaba teniendo lugar la batalla, recoger la mochila que contenía la flauta del suelo, y escapar sin quedarse a ver el resultado de la contienda.

Tomó a Alda de la mano y tiró de ella, indicándole que le acompañase. Avanzaron con presteza, pegados a las paredes, hasta el lugar donde había ido a caer la mochila. Una vez allí, Kevin recogió sus posesiones y se colgó la bolsa a la espalda. Después se orientaron en dirección a la puerta, para abandonar la habitación, pero antes de poder hacerlo el brillo que procedía de la pelea aumentó drásticamente, hasta un punto en que la luz consumió por completo la habitación, haciendo que no pudiesen ver nada más.

Al instante se escuchó una especie de chasquido y luego la luz volvió a la normalidad, regresando rápidamente a su fuente de origen en el centro de la habitación, donde ahora solo permanecía una figura en pie.

El ganador había apagado sus llamas y estaba erguido sobre un montón de cenizas que debían ser los restos de su contrincante. El Djin les miraba con aspecto triunfal, sin mostrar siquiera signos de cansancio.

—Acercaos —les pidió Efreet—. Quiero daros las gracias, no habría podido vengarme sin vuestra ayuda.

Kevin dudó por un momento. A pesar de todo, seguía sin confiar en el genio. Este acababa de obtener aquella gran victoria, había derrotado a su enemigo y estaba de buen humor. No pensaba que Efreet fuera a hacerles ningún daño, al menos no mientras continuase en aquel estado de euforia. De modo que, concediéndole su deseo al Djin, se acercaron hasta el centro de la estancia, esperando que, como les había dicho, su único propósito fuese el de agradecerles haberle liberado, dándole la oportunidad de enfrentarse a Agní.

—Muchísimas gracias. No tenéis ni idea de cuánto tiempo he esperado para poder ajustar cuentas con Agní. —les dijo Efreet cuando finalmente hubieron llegado junto a él.

—No hay de qué —respondió Kevin—. Después de todo, habíamos prometido ayudarnos mutuamente.

—Es cierto, pero he de admitir que los Djin somos desconfiados por naturaleza y nuca pensé que fueses a mantener tu palabra. Es probable que yo mismo hubiese acabado por traicionarte si la situación hubiese sido a la inversa.

—Eso no tiene importancia ahora. Lo que importa es que todo ha salido bien y podemos regresar a nuestro mundo, sin causar más problemas aquí —diciendo esto, quería darle a entender al Djin que no querían dilatar más su estancia en aquel mundo.

—Claro, lo comprendo. Por cierto, en vista del cambio en la situación, ya no hace falta que mantengas nuestro acuerdo. No tienes que llevarme con vosotros ahora que la ciudad se ha librado de su cruel gobernante. De hecho, es posible que, en vista de que yo he sido el que ha acabado con Agní, los Djin decidan ponerme a mí al mando, con lo que ya no tengo ningún motivo para querer marcharme.

—No te preocupes, es lógico que quieras permanecer con los tuyos.

—Muy bien. No os entretengo más, podéis marcharos cuando queráis.

—Gracias a ti también por ayudarnos. Pese a nuestras diferencias iníciales, has resultado ser un gran aliado. En fin, es hora de ponernos en marcha.

Después de despedirse, se dieron la vuelta y se fueron en dirección hacia la puerta, con la intención de buscar algún rincón tranquilo en la ciudad, donde poder tocar la flauta para salir de allí. Pero apenas hubieron dado dos pasos cuando la voz de Efreet les interrumpió de nuevo.

—Por otro lado —dijo el genio—. ¿Qué clase de gobernante sería si dejase que dos intrusos de otro mundo, que han causado tantos problemas en mi ciudad, se fuesen libremente?

Kevin había temido que algo como eso pudiese ocurrir y por eso había estado tan ansioso por abandonar la estancia cuanto antes, pero no habían sido lo bastante rápidos.

—No voy a tener más remedio que eliminaros —prosiguió Efreet—. No es nada personal, podría serlo después de que me encerraseis en aquel recipiente, pero eso ya está perdonado. Sin embargo, que sigáis con vida no me haría quedar muy bien ante el resto de los Djin.

—Nadie lo sabrá nunca —respondió Alda—. Estamos solos aquí.

—No te molestes —le dijo Kevin a la chica—. Fíjate en su cara. Tenía esto planeado desde el principio. Él mismo lo ha dicho: si la situación hubiese sido a la inversa nos habría traicionado.

—Cuánta razón tienes —admitió el Djin—. No tiene sentido seguir negándolo. Es cierto, voy a mataros porque me apetece, no porque quiera ser un buen soberano. Aunque sí que es verdad que os estaré eternamente agradecido. De cualquier modo, acabemos con esto.

Efreet prendió fuego a su cuerpo nuevamente, pero esta vez para usar sus llamas contra ellos, y no contra un Djin que hubiese podido defenderse. El genio estaba a punto de lanzarse hacia donde estaban, con la intención de acabar con sus vidas, cuando de pronto se abrió la puerta, apareciendo tras ella un gran grupo de personas.

Los recién llegados serían unos cincuenta seres humanos, a cuya cabeza iba un Djin de porte real y gran envergadura, se trataba de Iblis, quien había reunido su ejército y había llegado finalmente hasta la sala del trono.

—¡Efreet! —gritó el antiguo soberano en cuanto vio la escena.

Ante aquellos nuevos acontecimientos, Efreet frenó su ataque y se paró en seco, apagando sus llamas. Se le veía claramente nervioso, buscando con los ojos una vía de escape. Pero era inútil, estaba atrapado y lo sabía.

Por la reacción de Efreet, estaba claro que, al contrario de lo que había ocurrido con Agní, no creía ser capaz de derrotar a aquel nuevo contendiente. El Djin se transformó en una bola de fuego y comenzó a volar por la habitación, tal vez nervioso, o simplemente intentando distraer la atención de todas las personas que estaban en el interior mientras pensaba en algo.

Efreet iba de un lado a otro, rebotando contra las paredes incontrolablemente. Al final, el genio fue a chocarse contra la botella de plástico que permanecía tirada en el suelo, donde la había arrojado Kevin antes de la batalla.

Como resultado de aquel golpe, Efreet acabó introduciéndose de nuevo en la botella. Puede que hubiese sido un accidente, o quizás el genio había pensado que estaría más seguro allí dentro, que al menos así no le matarían. Pero independientemente del motivo, el resultado de aquella acción fue que el Djin volvía a estar cautivo.

Al verlo, Kevin salió corriendo hacia la botella con el tapón en la mano y la cerró, guardándosela después en la mochila. No sabía muy bien por qué había hecho esto último, pero le había parecido buena idea quitar a Efreet de la vista por el momento, de modo que pudiesen explicarle a Iblis lo ocurrido, sin que este se dejase llevar por su odio hacia el que había sido su científico.

SIGUIENTE

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