V. ENTRE LEYENDAS
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Alguien le estaba hablando, de eso estaba seguro. El problema era que no entendía lo qué le estaban diciendo.
Kevin abrió los ojos y se encontró con la cara de un hombre mayor que él. Le pareció que el rostro del desconocido mostraba preocupación. Además, no dejaba de emitir unos sonidos que le costaba entender. No era la primera vez que había tenido un problema como aquel desde que había iniciado su viaje. La flauta le había concedido la habilidad de entender todas las lenguas. Sin embargo, eso solo ocurría cuando Kalen, el antiguo propietario del instrumento, había estado en contacto con los seres que hablasen la lengua en cuestión. Aparentemente no había regresado a su mundo, sino que había ido a parar a algún otro lugar, un sitio al que ni siquiera el propio Kalen había viajado nunca.
Miró a su alrededor y vio que estaba tumbado en la hierba, al lado de las ruinas de un castillo. Todavía se sentía algo mareado por el viaje. Por un momento había creído que no iba a poder escapar a tiempo de Iblis, pero todo había salido bien, más o menos. Aunque estuviese en un mundo extraño, al menos no estaba en ningún peligro inmediato.
La persona que estaba observándole parecía bastante normal para lo que había estado viendo últimamente. El hombre vestía con unos pantalones color caqui y una robusta chaqueta impermeable. Además llevaba una cámara de fotografiar colgada del cuello…
¿Una cámara?
Kevin se incorporó y se fijó mejor en el entorno. Había más gente dando vueltas por el lugar, todos ellos de apariencia normal, sin ningún detalle extravagante, ni rasgos físicos poco convencionales. Muchos de ellos llevaban cámaras y se hacían fotografías unos a otros. Escuchó con atención y descubrió que era capaz de reconocer unas palabras que había dicho alguien de los que deambulaba por las ruinas. La gente estaba hablando distintos idiomas, pero él había conseguido identificar una de las lenguas como inglés.
Se puso en pie, ignorando al hombre que había estado observando su reacción, y se dio cuenta de que si miraba a lo lejos podía distinguir una carretera y dos autobuses. Eso solo podía querer decir que su primera impresión había sido errónea, sí que estaba de regreso en su mundo y las personas que estaban junto a él no eran de otra especie, sino turistas.
Estaba de regreso, pero no reconocía el paisaje. Intuía que había ido a parar a un lugar distinto del que salió. Todos aquellos extranjeros y la diferencia en el tiempo, siendo aquí mas frío y húmedo que en el pueblo donde vivía, eran un indicativo de que estaba bastante lejos de casa, tal vez incluso en un país extranjero. Era una contrariedad, pero nada importante ahora que estaba entre seres humanos. Lo primero que tenía que hacer era averiguar exactamente a dónde había ido a parar y, cuando lo hubiese hecho, pensaría en la manera de volver a su pueblo.
Lo más fácil hubiese sido preguntarle a alguien, pero aunque hablaba algo de inglés, no creía ser capaz de poder usar la lengua con la bastante fluidez como para explicar su situación. Le resultaba extraño que el viento de Kalen no funcionase, haciéndole entender las lenguas. Después de todo, debería funcionar con humanos. Pese a ello, no tenía sentido insistir en algo a lo que no podía darle explicación. Lo mejor que podía hacer era buscar en las cercanías alguna señal, mapa, o cualquier otro tipo de información que revelase cuál era su posición.
Se dirigió hacia la salida de las ruinas y encontró un cartel en el que estaba escrito el nombre del lugar. Podía leer que en letras grandes ponía: “Inverlochy Castle”. Debajo había un dibujo de cómo debía ser el castillo cuando todavía estaba en pie, y a los laterales había una especie de descripción histórica. Desgraciadamente, su nivel de comprensión no era tan elevado como para sacar mucha información de aquel texto, aunque sí le pareció entender algo así como que el castillo era de construcción tipo inglesa. ¿Se encontraría en algún lugar del Reino Unido?
Salió a la carretera y se puso a caminar. A los laterales encontró casas bajas, de blancas fachadas, y coches aparcados con matriculas de color amarillo. Sin duda sus suposiciones eran correctas, estaba en el extranjero. Fue un poco más adelante, cuando vio en el escaparate de un comercio un maniquí masculino vistiendo una falda de cuadros, que pudo hacerse una idea más aproximada de su posición. Estaba en Escocia.
Conociendo su ubicación, ahora lo único que tenía que hacer era averiguar la manera de volver a su país. Entonces se dio cuenta de algo, estaba en el extranjero y no tenía dinero encima, ni tarjeta bancaria, ni tan siquiera tenía su identificación con él. La única manera de regresar a España era cogiendo un avión. Y sabía que aunque pudiese encontrar un vuelo barato, no podía permitirse pagarlo. No podía comunicarse bien con la gente y, aun habiendo podido, tenía que recordarse que se encontraba entre seres humanos, y la gente no te ayuda así por las buenas. Era un inmigrante ilegal y sin papeles que estaba a un paso de tener que tirarse en medio de la calle a pedir dinero.
Ya no tenía tan claro que su situación fuese tan buena como había pensado en un principio. La alegría por escapar de los Djin se había pasado. Tenía un nuevo problema entre manos. Podía imaginarse siendo arrestado por la policía, quienes le interrogarían, queriendo saber cómo se había colado en el país, mientras que él no podría contarles la verdad, para que no lo tomasen por loco.
Pensaba que por lo menos su situación podría haber sido mucho peor, tenía que dar las gracias por estar vivo. Si lo pensaba lo suficiente, seguro que daba con una solución a su problema. Igual, si conseguía solo unas monedas, podría llamar a alguien de su país, a un familiar o amigo, que le ayudasen de algún modo. “Ves, no es todo tan negro como lo estabas pintando”, se dijo. Todo debería serle más fácil aquí. Después de todo, había sobrevivido a un temible desierto interminable, a la ira de un gobernante con poderes sobrenaturales, y había escapado de una prisión inexpugnable.
Decidió que empezaría por buscar una cabina de teléfono, intentaría hacer una llamada a cobro revertido y, si no se aclaraba, le pediría unas monedas a alguien que pasase. Era un plan simple y no pensaba que le costase demasiado. Todo saldría bien…
—¡Hey! ¿Qué ha pasado? —dijo una voz a su espalda.
Se giró rápidamente, pensando que había encontrado a alguien a quien podía entender, alguien que hablaba su mismo idioma y que tal vez pudiese ayudarle. Pero cuando se dio la vuelta no vio nada más que una calle completamente desierta. Estaba completamente solo, no había ninguna persona que pudiese haber dicho nada.
Se preguntó si habría sido su imaginación. Aunque, a decir verdad, aquella voz en particular le resultaba familiar.
Entonces se dio cuenta de un detalle que había olvidado, debido a la prisa con la que había huido de la ciudad Djin. Se quitó la mochila de la espalda, la abrió y miró al interior, comprobando así que no había viajado solo. En el interior de la bolsa se encontraba todavía la botella que contenía a Efreet, exactamente en la misma posición en que él mismo la había dejado. Había llevado la botella consigo cuando había ido a ver a Iblis, para que este se la quedase antes de marcharse, pero como luego las cosas se habían descontrolado, al final no se había deshecho del genio
—¿Cómo es que estás vivo? —preguntó Efreet—. Lo escuché todo, pensaba que a estas alturas Iblis te habría dejado carbonizado. Tengo que admitir que tengo curiosidad por saber en qué agujero de la ciudad nos has metido para que ese rey loco no nos encuentre.
Aquello fue una desagradable sorpresa, Kevin no esperaba tener que volver a ver a un Djin nunca más durante el resto de su vida y, sin embargo, allí estaba posiblemente el peor de ellos, hablando con él como si tal cosa. Realmente no quería responder a la pregunta del genio, no le apetecía nada hacerlo, pero aun así pensó que, quizás, si lo hacía, aquel ser dejase de molestarle durante un rato.
—No estamos en la ciudad —le contestó.
—¿Has conseguido subir al desierto por tu cuenta entonces?
—No.
Dicho esto, sacó la botella de la mochila y la levantó sobre su cabeza, dejando que el Djin viese por sí mismo el paisaje del lugar en que se hallaban.
—¿Qué es esto? —preguntó sorprendido Efreet—. No conozco ningún lugar en mi mundo que sea así.
—Eso es porque no estamos en tu mundo, sino en el mío.
No tardó en arrepentirse de haberle dicho la verdad al genio, ya que a partir de ese momento la criatura no paró de hablarle y hacerle preguntas. Ante la verborrea de su inesperado compañero de viaje, lo que hizo fue guardar la botella de nuevo en la mochila y esperar que, eventualmente, el Djin se callase.
El hallazgo le planteaba un nuevo dilema. Nunca sería capaz de pasar por la seguridad de un aeropuerto cargando con aquella botella de plástico, y no podía abandonarla en cualquier sitio. Si tiraba al Djin, alguien podría encontrarlo y dejarlo en libertad accidentalmente, permitiendo que la criatura dejase un rastro de destrucción por allá donde pasase, quizás esclavizando a la humanidad entera. Podría enterrar la botella en algún sitio, pero eso tampoco le garantizaba que no la fuesen a encontrar algún día, no al cien por cien. Kevin era responsable de haber traído al genio a este mundo y, por lo tanto, tenía que hacerse cargo de la criatura. Pensó que podría meterlo dentro de una maleta y facturar el equipaje, quizás así pudiese llevárselo en el avión, pero eso quería decir que tenía que hacer un gasto más, porque, obviamente, no tenía una maleta con él.
Independientemente de la solución que decidiese, el plan no había variado tanto. Necesitaba llamar a alguien que pudiese hacerle llegar dinero, o un billete de avión, lo antes posible.
Tras seguir caminando un poco por la calle, encontró una cabina. Se acercó al aparato y buscó alrededor, tratando de localizar algún tipo de instrucciones que indicasen cómo hacer una llamada a cobro revertido, nunca había hecho aquello y no tenía la menor idea de si era posible en su situación. No encontró nada parecido a lo que necesitaba. Había unas instrucciones pero no fue capaz de identificarlas, aunque sí reconoció el prefijo que tenía que marcar para llamar a España. Ahora solo necesitaba algunas monedas para hacer la llamada.
Pensó que podría probar suerte en los comercios, tal vez en algún local alguien hablase su idioma, o tuviesen bastante paciencia con él para poder hacerles entender su situación. No le gustaba tener que depender de la generosidad de la gente, pero era eso o quedarse allí en medio de un país extranjero, cruzado de brazos, esperando un milagro que no llegaría nunca. Sin más dilación, decidió que lo mejor sería ponerse en marcha cuanto ante. No sabía cuál era el horario comercial de la zona, y si se le pasaba la hora y cerraban los locales, tendría muchísimas más dificultades para conseguir la ayuda que necesitaba.
Comenzó a alejarse del teléfono público y entonces ocurrió algo extraño, escuchó cómo el aparato que dejaba tras él empezaba a sonar, indicando que alguien estaba llamando.
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