lunes, 15 de junio de 2020

VII. LA REVELACIÓN (7)



VII. LA REVELACIÓN



7


No tardaron mucho en llegar a la casa. Una vez allí, Kevin fue directamente hasta la cama, sacó de debajo todas sus cosas y las puso dentro de la mochila. Solo quedaba la botella que contenía al Djin.

—¿Qué vas a hacer conmigo? —quiso saber Efreet, al darse cuenta de que se disponía a marcharse—. No puedes dejarme aquí. Si la vieja me descubre, no quiero pensar en lo que me hará.

—No te preocupes. Ya había decidido llevarte conmigo.

—¿En serio?¿Por qué? —preguntó el genio con incredulidad.

—Tal como yo lo veo, para bien o para mal, eres mi responsabilidad. No me parece justo dejarle esa carga a nadie más.

—Realmente te lo agradezco. Nunca hubiese pensado que…

—No te emociones tanto —le interrumpió—. Mi opinión sobre ti no ha cambiado, y si encuentro un modo seguro de deshacerme de ti, no dudaré un instante en hacerlo.

El Djin se calló, tal vez temiendo que si decía otra palabra, pudiese buscarse la ruina.

—¿Estás seguro de eso? —le preguntó Alda—. Podríamos llevarlo al lago antes de que utilices la flauta. Si hundimos la botella, no es probable que pueda escaparse.

—Pero existiría la posibilidad. No puedo asumir ese riesgo. Las Sídhe nos han tratado excepcionalmente bien a ambos, y si el Djin quedase en libertad, no tardaría nada en convertir a todos los seres de este mundo en sus esclavos. Es culpa mía que esta criatura esté encerrada en esa botella, del mismo modo que es mi culpa haberlo traído hasta aquí. Por ese motivo, yo mismo debo encargarme personalmente de que Efreet nunca pueda salir de su prisión y hacer daño a alguien.

Alda estuvo de acuerdo con él y no intentó disuadirle de nuevo. Así pues, Kevin puso la botella también en el interior de la mochila, la cerró y finalmente se la colgó a la espalda.

Con esto, ya lo había recogido todo y estaba preparado para irse. Sacó la flauta de su funda, la cual se había colgado en la cintura, y la dejó a su lado, lista para utilizarla en cuanto se hubiese despedido adecuadamente de su amiga.

Sin embargo, antes de hacer nada, la chica le propuso ir a algún otro lugar antes de utilizar el viento de Kalen. Le preguntó si no preferiría que su último recuerdo de aquel mundo fuese en algún sitio más interesante, más bonito, que el interior de una casa.

Lo cierto es que a Kevin no le importaba demasiado el lugar donde lo hiciese. Pero, teniendo en cuenta que aquellos eran sus últimos momentos con Alda, quiso satisfacer los deseos de la chica y dejó que ella le llevase a un sitio más adecuado.

Al salir de la casa, Kevin vio que justo en ese instante el sol se estaba ocultando, lo cual quería decir que todos los habitantes del poblado estarían reunidos en la plaza, a punto de iniciar la celebración. Se preguntó si la anciana comunicaría las malas noticias a su gente esa misma noche o lo haría en otra ocasión.

En cualquier caso, al menos no se cruzarían con nadie mientras salían del poblado. Y, además, Alda estaría lejos de las Sídhe en el momento de su intoxicación.

Kevin cayó en la cuenta de algo que no había pensado hasta entonces. Sí la chica ya no iba a cumplir con su promesa y no iba a ser la madre de las Sídhe, ya no había ningún motivo para que los hombres estuviesen obligados a esperarse a la madurez de Alda para intentar “cortejarla”. Aquello no tenía por qué ser un problema, siempre que su amiga siguiese evitando las horas complicadas del día. Durante el resto del tiempo, cualquier intento de aquellos seres por acercarse a ella, sería de forma racional, sin pretender forzar la voluntad de la chica. De modo que si Alda se negaba a cualquier tipo de proposición, no pensaba que nadie fuese a forzarla. Aun así, si la chica iba a estar viviendo allí, era posible que finalmente acabase encontrando a alguien con quien se sintiese más a gusto. Sería lógico pensar que ella, a lo largo de su vida, pudiese tener más de una relación con varias personas del poblado. Era algo normal, que podía ocurrir y probablemente lo haría.

Decidió no darle más vueltas a aquellas ideas. Tenía que empezar a asumir que estaba a punto de regresar a su propio mundo, y solo debía preocuparle lo que ocurriese allí. Los asuntos de Emain Ablach no le concernían, no era su lugar. Pasase lo que pasase en el futuro de su amiga, ella era capaz de tomar sus propias decisiones, decisiones que él no estaría allí para ver. Además, por más que le costase admitirlo, aunque el aspecto de la chica llevase a engaño, lo cierto era que Alda tenía muchos más años que él, y ello le daba cierta sabiduría que había dejado entrever en varias ocasiones. Su amiga tenía el cuerpo de una adolescente, pero no lo era, debía dejar de tratarla como tal.

Para cuando Kevin se quiso dar cuenta, habían llegado a la salida del poblado. Alda le dijo que el lugar al que se dirigían no estaba muy lejos, pero era preciso pasar al otro lado del barranco y adentrarse un poco en el bosque. De modo que comenzaron a cruzar el puente invisible. Kevin se dio cuenta de que aquella sería la última vez que tendría que pasar por encima de aquel abismo y se alegró de ello. El puente no le gustaba nada, y aunque ahora estuviese más acostumbrado a este que la primera vez que pasaron por ahí, seguía sin ser capaz de mirar hacia abajo sin sentir pavor. La sensación de cruzar aquella estructura transparente era como estar flotando en el aire, pero a punto de caer en cualquier momento. Eso sería, sin duda, algo que no echaría de menos. Aunque tenía que admitir que la sustancia de la que estaba hecho el puente había sido todo un hallazgo, algo que había podido llevarse con él, para experimentar por su cuenta.

De pronto, cuando estaban llegando al otro extremo del barranco, alguien les gritó a sus espaldas.

—¡Deteneos! —les exigió una voz familiar desde la distancia.

Se dieron la vuelta y vieron que se trataba de Aengus, la Sídhe que les había bloqueado el paso la noche anterior, acompañada de otra persona. Los dos hombres estaban cruzando también el puente, avanzando rápidamente en dirección hacia ellos.

Kevin intuyó que los recién llegados habían ido en busca de ellos inmediatamente después de comer, lo que quería decir que no estarían en plenas facultades mentales. Anticipando que no tenían buenas intenciones, Kevin dio un paso al frente, con la intención de plantarles cara si intentaban algo. Pero Alda le puso la mano sobre el pecho, deteniéndole. La chica le susurró al oído que le dejase a ella encargarse de la situación, y después se adelantó un par de pasos para hablar con las Sídhe que se acercaban.

—Aengus, Lug. ¿Por qué estáis aquí? ¿Hay algún problema? —les preguntó Alda a los dos hombres.

—Eso parece —respondió Aengus—. Me ha dicho Lug que le habías comunicado a Velenna que no ibas a cumplir con tu promesa. ¿No es así Lug?

—Sí, lo escuché todo desde detrás de la puerta. No puedes negarlo —confirmó la otra Sídhe.

—No creo que a Velenna le guste que la espíen —dijo Alda—. De todos modos, la decisión ya está tomada y las ancianas os lo comunicarán a todos lo antes posibles.

—¿No fue ayer mismo cuando me aseguraste que no te ibas a echar atrás? —le recordó Aengus a la chica.

—Tienes razón, no te mentí. En aquel momento todavía no había tomado esta decisión. Entiendo que estéis decepcionados, pero no os estamos dejando en la estacada. Velenna ha llegado a un acuerdo con el portador del viento de Kalen, para que este os busque nuevas madres para vuestra especie.

—¡Oh! Ya veo. Siendo así, le estaríamos muy agradecidos. Pero, ¿sabes qué? Creo que tu amigo no va a hacer nada de eso. Creo que va a volver a su mundo, te va a llevar con él, y nos vais a dejar aquí para que nos pudramos.

Kevin hubiese podido entrar en la discusión y negar aquellas acusaciones, pero no todo lo que les estaban echando en cara era falso. Lo único en lo que se habían equivocado era al afirmar que se iba a llevar a Alda con él.

—Me parece que no tenéis más remedio que confiar en él. Si no se va de aquí, no tendrá la oportunidad de seguir viajando entre los mundos y daros lo que necesitáis —intentó razonar con ellos la chica.

—Estás en lo cierto. Aunque pensemos que nos está mintiendo y no va a regresar, nuestra única opción es dejarle marchar —admitió Aengus—. Tú, por otro lado…

—Hemos pensado que deberás resarcirnos por los daños que nos has causado —intervino Lug—. Ya sabes, al privarnos de nuestra futura descendencia.

—¿Qué queréis decir? —preguntó Alda, al mismo tiempo que retrocedía un paso hacia atrás.

—Hemos estado reprimiéndonos todo este tiempo, cumpliendo con la voluntad de las ancianas. Todo eso solo ha sido posible porque teníamos confianza en que llegaría el momento de recoger los frutos de nuestro esfuerzo —explicó Aengus.

—Ahora ya no tenemos nada por lo que esperar —aclaró la otra Sídhe.

—Lo que quiere decir que somos libres de poseerte esta misma noche si así lo deseamos —continuó Aengus—. Y créeme cuando te digo que realmente lo deseamos. No tienes ni idea de cuánto tiempo hace que no disfrutamos de los placeres de una mujer.

A Kevin no le gustaba nada la dirección que estaba tomando aquella conversación. Aquellos hombres parecían dispuestos a apoderarse de Alda por la fuerza. Teniendo en cuenta la situación, aunque la chica le hubiese pedido que dejase que ella se encargase del asunto, estaba claro que no la podía dejar sola. Tenía que hacer algo. Así, si las cosas se ponían feas, no dejaban de ser dos contra dos. Sin embargo, sus rivales parecían ser muy fuertes. La última vez, había podido reducir a Aengus porque le había tomado por sorpresa, pero en esta ocasión no estaba seguro de que pudiesen con ellos.

Pensó rápidamente en distintas opciones para solucionar aquella disputa. Podían correr hasta alcanzar el otro extremo del puente y cortar las fibras que mantenían la estructura en el aire, dejando que las Sídhe se cayesen. Pero no podía hacer algo así, no estaba dispuesto a matar a nadie, más aun cuando esas personas no estaban pensando con claridad.

Por lo general, ese era el momento en que normalmente Efreet le proponía que le dejase salir para que él se hiciese cargo de la amenaza, algo que esta vez el genio no hizo, quizás porque ya sabía de antemano que en ningún caso le iba a dejar en libertad. Sin embargo, eso le dio una idea. No podía liberar al Djin, pero podía amenazar a las Sídhe con hacerlo. Sin duda, aquellos hombres sabrían qué clase de criaturas eran los Djin y de lo que éstos eran capaces. Si veían a uno en su propio mundo, seguro que saldrían corriendo sin mirar atrás.

Le pareció que era un plan fantástico y decidió ponerlo en marcha sin perder un segundo. Kevin se llevó las manos hasta las asas de la mochila para descolgársela y sacar la botella de plástico. Pero no pudo llegar a hacerlo, porque en ese momento, dos gruesas raíces salieron a gran velocidad del suelo por detrás suyo, desde el borde del barranco, y se enrollaron en sus manos y en sus piernas, impidiéndole cualquier movimiento.

Kevin miró al frente y vio que el compañero de Aengus, Lug, tenía los brazos en alto. La Sídhe estaba en la misma postura que había visto durante la representación de teatro en el pueblo. Al parecer, aquel hombre había sido el causante de la repentina aparición de las raíces que le estaban reteniendo, haciendo uso su habilidad para controlar a la naturaleza. A continuación vio que volvía a bajar los brazos, cuando hubo terminado con su pequeño truco de magia.

Kevin estaba indefenso. Veía como las Sídhe sonreían, satisfechas consigo mismas por estar seguras de su victoria. Luchó por soltarse de sus ataduras, pero estas no cedieron ni un milímetro. Las raíces eran fuertes, y por más que se removiese, era imposible liberarse de ellas.

Ahora Alda estaba sola para hacer frente a aquellos hombres. Kevin temía por lo que le pudiese pasar a su amiga, porque no creía que la chica pudiese hacer mucho contra ellos. Pero Alda no parecía estar asustada, ya que no le había provocado ninguna alucinación, tampoco se la veía nerviosa. Su compañera seguía estando varios metros por delante de él, dándole la espalda y encarando a las Sídhe, como si estuviese preparada para plantarles cara.

—¡Alda! —llamó Kevin—. Sal corriendo, antes de que te alcancen.

—Tranquilízate, no va a pasar nada —le aseguró ella—. Te he dicho que yo me encargaba. Lo tengo todo bajo control.

A Kevin la situación no le parecía que estuviese para nada bajo control. Pero, aun así, había algo en las palabras de su amiga que le tranquilizaron. De algún modo, sabía que le estaba diciendo la verdad. Decidió confiar en la Fane y dejar que se ocupase de todo.

SIGUIENTE

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