IV. PRISIONEROS DE LAS PROFUNDIDADES
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Fueron detrás de dos hombres, harapientos y barbudos, que difícilmente llegarían a los cuarenta años. Caminaban unos pocos metros por detrás ellos, lo bastante como para no molestarles.
Kevin estaba seguro de que aquellos individuos habían reparado en su presencia, aunque no parecía importarles el hecho de tener una compañía poco frecuente. Vieron que las personas a las que perseguían iban cargados con lo que parecían ser dos grandes cestas cada uno, curiosamente hechas de algo parecido al mimbre, un dato bastante extraño, ya que, desde que habían llegado a aquel mundo, no había visto nada orgánico que no fuesen aquellos humanos, los Djin, o los frutos del desierto. Se le ocurrió entonces que quizás allá abajo creciese algo a lo que solo aquellas gentes tuviesen acceso, y si eso era verdad, habría sido todo un acierto iniciar aquella persecución.
Era remarcable la forma en que aquellas personas eran capaces de orientarse por los túneles subterráneos. Se movían velozmente, sin pararse a pensar en qué camino debían de tomar, casi de forma instintiva. Ese detalle, puede que en otro lugar no le hubiese llamado tanto la atención a Kevin, pero allí dentro, en un sitio que sabía por experiencia que no dejaba de cambiar y de moverse, que los pasajes estaban un momento allí y al siguiente no, en semejante lugar, la habilidad de orientación de esa gente le parecía extraordinaria.
Hicieron dos paradas por el camino, en los dos casos por el mismo motivo, para evitar introducirse en los pasajes que estaban a punto de ser cubiertos. Los humanos lo predijeron incluso antes de sentir el temblor.
Parecía obvio pensar que, al haber vivido toda la vida en aquel entorno, se habrían agudizado los sentidos de esas personas. Era como si se hubiesen adaptado a esas condiciones adversas, hasta el punto en que la situación en que se encontraban había dejado de ser un problema para ellos. Pensar en esto hizo que Kevin se plantease más cosas sobre aquellas gentes. No se había percatado hasta el momento, pero de repente se había dado cuenta de algo importante. El único alimento de esos seres humanos eran las mismas frutas que tanto Alda como él habían estado comiendo, una comida que había resultado ser letal y los había intoxicado, haciendo que sus vidas corriesen un gran peligro. Pero aquellas personas, que debían estar consumiendo esas frutas desde siempre, no parecía que sufriesen los efectos del veneno, ni siquiera los más leves. La única explicación que se le ocurría a tal fenómeno, teniendo en cuenta que no pensaba que todos ellos hubieran recibido el antídoto, debía ser que, al igual que los Djin, con el paso del tiempo habían desarrollado la inmunidad al veneno.
Pensar en todas esas cuestiones le resultaba fascinante. Era asombroso como una misma especie podía tener resultados tan distintos y estar sometida a todos esos cambios. Tanto la gente de las cavernas como él mismo, eran humanos, pero completamente diferentes. Estaba absorto en estos pensamientos cuando notó que Alda tiraba de su ropa.
—Mira —le dijo la Fane, mientras señalaba con el dedo hacia delante.
Lo que vio Kevin fue el árbol más grande que había visto en toda su vida, y con toda seguridad el mayor que vería nunca.
Se encontraban en una caverna enorme, la más grande de todas por las que habían pasado, de hecho era tan inmensa que podría rivalizar con el sitio donde estaban los suburbios de los Djin en el nivel superior. En el centro de aquella cámara, ocupando todo su campo visual, crecía un tronco tan robusto que hubiesen hecho falta cincuenta personas cogidas de las manos para poder rodearlo por completo. Un gran número de raíces salían del suelo, retorciéndose en las más complicadas formas y haciendo difícil el acceso. Pero lo más impresionante era la parte superior del árbol, donde las ramas parecían fundirse con el techo, extendiéndose por toda la parte más alta de la caverna.
Los dos hombres a los que habían estado siguiendo se aproximaron a la parte central, esquivando los obstáculos, para adentrarse en aquel entramado de raíces. Una vez se encontraron junto a la corteza del árbol, se inclinaron y comenzaron a recoger fruta del suelo.
Al parecer, aquel árbol producía los frutos que habían estado comiendo, lo cual quería decir que, en efecto, éstos procedían de algún sitio y no se originaban sin más entre la arena del desierto.
Era solo una teoría, pero a Kevin se le ocurrió que las ramas más altas del árbol, las que se introducían en el techo, quizás fuesen muchísimo más grandes de lo que parecía y produjesen aquella fruta directamente en la arena. Después, los frutos se desprenderían y acabarían moviéndose de un lado al otro, enterrados entre la arena a tan solo unos pocos metros bajo la superficie.
No creía que un solo árbol pudiese producir fruta para todo un desierto, con lo que posiblemente habría más cavernas como aquellas repartidas por distintos sitios. Y lo cierto es que tenía sentido que los Djin hubiesen elegido construir su ciudad junto a su fuente principal de alimentos, al igual que las antiguas civilizaciones de su mundo se asentaban junto a los ríos.
Decidió que, ya que estaban allí, probablemente sería buena idea recoger también algunas frutas solo parea ellos dos, en el caso de que quisiesen continuar moviéndose por aquellos túneles, sin tener que estar exclusivamente recluidos en la cueva donde se encontraban todos los humanos. Si tenían su propio alimento, no dependerían de nadie más y tendrían libertad para hacer lo que quisiesen. Aunque continuarían estando algo limitados, porque una vez se les acabase la comida era poco probable que consiguieran volver hasta el árbol por sus propios medios, sin perderse por el camino.
Para poder cargar con los suministros, como ni Alda ni Kevin tenían ninguno de aquellos recipientes de mimbre, los cuales ahora sabían que eran fabricados con las ramas más pequeñas que se desprendían del árbol, tuvieron que ingeniar otro sistema que les permitiese transportar la fruta. Kevin se quitó una de las prendas que cubrían su torso, un trozo de tela que de todos modos era innecesario y no dejaba expuesta su piel si se desprendía de él, siendo solo una parte meramente decorativa de la indumentaria Djin. Puso toda la fruta que pudieron recolectar sobre el trozo de tela extendido en el suelo, y después ató las cuatro esquinas con un nudo en el centro, de modo que formase un saco que consiguiese conservar la fruta en su interior, además de ser óptimo para su transporte.
Por su parte, sus guías habían terminado también con su labor de recolección y ahora, con las cestas llenas, estaban listos para salir de allí y volver la caverna donde estaban todos los demás reunidos. Una vez más, fueron detrás de aquellas personas, para regresar ellos también a la otra estancia por el momento y, allí, pensar en lo próximo que harían.
El camino de regreso no fue muy distinto al que habían hecho para llegar hasta el árbol, aunque obviamente no era el mismo, ya que los túneles seguían cambiando. Pero la orientación de sus guías era infalible, con lo que no debían preocuparse demasiado por perderse o por quedar atrapados en algún lugar. La única variación importante durante el trayecto fue que el viaje de regreso se estaba haciendo mucho más largo que cuando habían venido en un principio. Al parecer, la nueva configuración del laberinto les había obligado a tener que tomar un gran rodeo.
Llegó un momento en que Kevin notó que el saco de tela empezó a pesarle en el hombro, y sentía cómo el nudo se le clavaba, haciéndole daño. Interpretó el malestar como un signo de que había cargado demasiado tiempo la bolsa en el mismo hombro, así que se lo cambio al hombro contrario, para que la parte del cuerpo adolorida pudiese descansar un poco. Sin embargo, el camino era largo y todavía no llegaban a su destino, con lo que, al rato, volvió a sentir malestar y se tuvo que detener un instante a volver a cambiar el saco de posición. Al ver las dificultades que tenía, su compañera se detuvo también para ayudarle.
—Deja que lo lleve yo durante un rato —se ofreció Alda.
—¿Estás segura? Pesa bastante —Kevin quería ser caballeroso, pero estaba agotado, y si la chica quería aligerarle la carga, aunque fuese durante un rato, no iba a discutírselo.
—Pásame el saco —confirmó ella mientras le tendía el brazo—. Soy más fuerte de lo que parece.
Dicho y hecho, Kevin se descolgó la bolsa para pasársela a la chica. Pero cuando se la acercó, el nudo se deshizo repentinamente y todas las frutas cayeron a tierra, desparramándose por el suelo del túnel.
—¡Mierda! —maldijo Kevin—. Creí haber atado bien ese nudo. Se debe haber ido aflojando al estar cambiando la bolsa de brazo todo el tiempo.
—No te preocupes, entre los dos no tardaremos nada en recoger las frutas.
Se agacharon en el suelo y comenzaron a recoger todo lo que se había caído del saco. Alda tenía razón, solo tardaron unos pocos segundos en tener la fruta reunida sobre la tela y atar de nuevo el nudo, esta vez con más fuerza. Sin embargo, el tiempo que tardaron, sin ser mucho, fue lo suficiente como para ampliar la distancia entre ellos y sus guías, quienes habían salido corriendo no mucho antes, en previsión de lo que estaba a punto de ocurrir.
Kevin miró a lo lejos, en la dirección en que habían estado caminando, en un intento de localizar a los dos hombres recolectores, pero por algún motivo no podía distinguirlos. Aquello le pareció extraño, ya que no pensaba que hubiesen tardado tanto como para que la distancia entre ellos fuese tan grande. Pensando que podían perderse, le entró el pánico por un momento y tanto Alda como él empezaron a correr para darles alcance. Si solo hubiesen sido un poco más rápidos, quizás hubiesen conseguido volver junto a sus guías. Pero ya era demasiado tarde, porque entonces comenzó el temblor, el motivo por el que los otros dos humanos debían haber acelerado el paso.
Todo comenzó a moverse y, casi al instante, la zona central del pasaje empezó a llenarse de arena. Aquello ya les había ocurrido antes y habían sorteado el obstáculo sin problemas, solo tenían que ser mas rápidos que la arena. El problema era que en esta ocasión estaban en el extremo contrario del túnel en el que estaban sus guías.
Siendo la situación ya inevitable, no les quedó más remedio que dar media vuelta y salir corriendo en dirección contraria.
Al haber reaccionado con rapidez, pudieron salvarse del desprendimiento a tiempo. Sin embargo, el túnel ahora estaba cerrado y habían perdido a los recolectores, lo cual quería decir que estaban de nuevo perdidos en el laberinto.
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