IV. PRISIONEROS DE LAS PROFUNDIDADES
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Iblis hizo una pausa en su historia, no porque hubiese acabado de hablar, sino porque la habitación había comenzado a temblar, de forma que la vibración hacía que no pudiese ser escuchado correctamente. Cuando acabó el movimiento de tierra, el túnel por el cual habían accedido a la sala Alda y Kevin se había abierto de nuevo, haciendo que pudiesen salir de allí.
Los dos se quedaron mirando en dirección a la salida y, al verlos, el Djin les preguntó qué era lo que querían hacer.
—Se ha abierto la salida —indicó Iblis—. No tardará en cerrarse, y puede pasar bastante rato hasta que se abra de nuevo. Si queréis marcharos ahora, sois libres de hacerlo.
—Tú decides —le concedió la chica a Kevin.
—Creo que quiero seguir escuchando la historia de Iblis, si te parece bien.
—Esperaba que dijeses eso —confirmó la Fane—. Yo también quiero saber como acaba el relato.
—De acuerdo, Iblis, no nos importa esperar un poco más antes de irnos —le explicó Kevin al Djin—. Sigue contándonos tu historia, por favor. Tengo curiosidad por saber cómo encaja Efreet en todo esto.
—Sí, por supuesto, Efreet… Estaba a punto de llegar al momento en que él entra en escena —dijo Iblis antes de continuar con la historia.
“Como he dicho, fue en aquel momento cuando todo empezó a ir mal. De la noche a la mañana, pasé de tener grandes planes a perderlo todo.
Tras la última visita de Kalen, ya había comenzado a temer lo peor. Era plenamente consciente de la fragilidad de la vida humana, yo mismo había observado cómo mis humanos nacían y morían constantemente, su ciclo de vida era muy corto en comparación con el de los Djin. Pero aun así, pese a saberlo, ver envejecer a mi amigo era algo que me dolía en lo más profundo.
En aquel encuentro, Kalen mostraba un gran deterioro, la edad estaba haciendo estragos en su cuerpo, y ni siquiera nuestro fluido revitalizante era capaz de revertir el daño en sus tejidos. Con el tiempo, habíamos llegado a tener muy buena relación. Por eso, cuando vi la forma en la que mi amigo se hallaba, traté de contenerme y no mencionar nada al respecto. Hablamos tanto como siempre y después volvió a su mundo. La única diferencia es que intuía que nunca volvería a verle. No me equivocaba, pasó el tiempo y Kalen no regresó. Supuse que habría fallecido.
Lamenté la perdida de mi amigo, pero pese a su ausencia siempre me quedarían los recuerdos y todas las historias que habíamos compartido. Me había dado el mayor de los regalos, una gran fuente de conocimiento que había ido poniendo en práctica con los años.
Mi hija estaba prácticamente lista para ascender al trono y la ciudad brillaba con luz propia, gracias al trabajo que habían realizado mis científicos con la información que yo les había ido facilitando, información que provenía de otros mundos.
Mi mayor error fue confiar en alguien que no era de mi propia familia. Todos los Djin somos, por naturaleza, criaturas sedientas de poder, y el jefe de mis científicos no era menos. El investigador había estado llevando a cabo sus propios experimentos en secreto, utilizando no solo a los humanos y el resto de criaturas que se hallaban en la prisión, sino también a miembros de nuestra propia especie. Como resultado de esos experimentos, la mayoría de los prisioneros de los subterráneos murieron, alguno de ellos entre horribles sufrimientos.
Me encaré directamente con aquel loco oportunista que había estado actuando a mis espaldas, para descubrir que estaba más cuerdo de lo que parecía. Todo lo que había estado haciendo el científico, lo había estado haciendo para impresionar al consejo y ganarse un puesto entre ellos. Y desgraciadamente para mí, tuvo éxito en su propósito.
El investigador había descubierto un modo de hacer que la luz recorriese las cámaras de las zonas más ricas de la ciudad. Para ello había diseñado un aparato que drenaba la sangre de los Djin y la aceleraba por unos tubos situados en las paredes, de modo que producían un potente fulgor. La sola idea me pareció una aberración y me opuse inmediatamente, pero el consejo de los Djin llevaba demasiado tiempo haciéndose cargo de los asuntos de la ciudad y veían la invención como un salto al futuro. No estaban dispuestos a permitir que una vieja reliquia como yo se interpusiese en semejante avance.
Uno de los miembros del consejo en concreto me había guardado rencor desde hacía mucho tiempo, Agní, aquel Djin que una vez trató de obsequiarme con un ejemplar de otro mundo y al que prohibí volver a mencionar el tema. Fue esta persona quien dio el primer paso y convenció a los demás miembros del consejo de que era el momento de que el poder cambiase de manos.
Más tarde supe que fue el propio Agní quien, desde un principio, había orquestado la traición de aquel científico, para poder conseguir lo que siempre había querido, tener el control absoluto de la ciudad.
Aquellos que una vez habían sido los Djin en quien más confiaba se volvieron contra mí y, en cuestión de segundos, fui rodeado y reducido. Solo me dieron dos opciones: la muerte para mí y toda mi familia, o pasar el resto de mis días en el interior de una vasija que habían preparado para la ocasión. Si hubiese sido únicamente mi vida la que corría peligro, hubiese preferido que acabasen conmigo en aquel mismo momento, pero, por el bien de mi hija y mi mujer, decidí quedar recluido en aquel contenedor.
Después de encerrarme, llevaron la vasija hasta la prisión y me colocaron en el centro de la que había sido mi habitación en el subterráneo, donde permanecería el resto de mis días hasta que llegase mi hora.
Gracias al nuevo gobierno formado por los miembros del consejo y a las innovaciones de aquel científico que me había traicionado, la ciudad entró en un nuevo periodo, repleto de avances tecnológicos y lujos antes inimaginables. El nombre del investigador que cambió para siempre el aspecto de la ciudad Djin era Efreet, pero aquello fue solo el inicio de mi odio hacia él. Lo peor todavía estaba por llegar.
Mi mujer conocía caminos secretos hasta la cámara subterránea de la prisión donde me habían encerrado y, con frecuencia, me visitaba y me ponía al tanto de lo que ocurría en la ciudad. En más de una ocasión me propuso escapar, recoger a nuestra hija y desaparecer los tres de allí para no volver. Pero yo me negaba siempre, temía que, de hacer semejante osadía, acabasen pagando ellas el precio con su vida. Mi amada llegó incluso a retirar el tapón de la vasija que impedía mi salida, haciendo que me fuese posible abandonar el contenedor si así lo deseaba, pero aun así preferí permanecer en el interior, respetando la decisión que había tomado, por el bien de mi familia.
En el nivel superior, las cosas no estaban yendo tan bien como Agní había planeado. El pueblo todavía era reticente a aceptar aquel nuevo cambio de gobierno, porque, aun cuando habían llegado a temer a su soberano, había muchos que seguían respetando la línea sucesoria de los Djin, y por lo tanto no estaban dispuestos a admitir que reinase sobre ellos alguien que no pertenecía a la familia real.
Ante aquel problema, Agní solo vio una solución viable, tomar como pareja a mi hija, de modo que aumentase su credibilidad. Su plan funcionó y, con aquella estratagema, se vio reforzada su situación de control sobre el pueblo Djin.
En teoría, el gobierno era del consejo pero, por encima de todos ellos, la palabra de Agní y las decisiones que este tomase, pesaban más que las de los otros miembros del consejo.
El nuevo gobernante fue lo peor que pudo pasarle nunca a mi pueblo. Agní solo quería poder y no tenía ninguna intención de lograr unificar a las gentes. Se dio cuenta de que ya había sido demasiado difícil conseguir el apoyo solo de esta ciudad, con lo que le resultaría imposible hacer que el resto de los Djin dispersados por el planeta le aceptasen. Su solución fue declarar la independencia de las naciones, cada ciudad tendría su propio gobierno, siempre y cuando no se traspasasen las fronteras.
Lo único que consiguió con aquello fue que los Djin se dispersasen todavía más y se perdiese el contacto y la unidad que tanto tiempo y esfuerzo me había costado conseguir. Era cierto que la ciudad estaba en todo su esplendor, pero también lo era el hecho de que nos habíamos quedado solos, que las diferencias sociales cada vez se agudizaban más, los recursos comenzaban a escasear con un único árbol Zaqum creciendo bajo nosotros, y la gente se volvía cada vez más hostil al darse cuenta de lo que ocurría. No había nadie con el valor suficiente para hacer o decir nada sobre el nuevo gobierno, todos estaban demasiado asustados desde que se hizo de conocimiento público en qué consistía el sistema de iluminación de la ciudad.
Desde el punto de vista de Agní, las cosas no iban del todo mal, había conseguido todo lo que quería y no había nadie que se opusiese a él. Sin embargo, había algo con lo que Agní no contaba, la misma ambición que había usado en su favor en una ocasión, estaba a punto de volverse en su contra. Y es que Efreet todavía no estaba satisfecho con el estatus que le habían concedido y había estado actuando en secreto una vez más, solo que esta vez no estaba a las ordenes de nadie, sino que trabajaba para sí mismo.
Debido a sus investigaciones, Efreet tenía acceso a ciertos recursos a los que nadie más podía acceder, tenía contacto diario con los restos de los Djin que habían fallecido. Esto que en principio no parece nada grave, en realidad es una gran ofensa entre mi raza, porque la propia supervivencia de la especie depende de un hecho en apariencia tan trivial.
A diferencia de los humanos, los Djin solo podemos tener descendencia una sola vez a lo largo de nuestra existencia, y no en cualquier momento. Nosotros nacemos estériles y solo somos capaces de reproducirnos cuando absorbemos la esencia de uno de los nuestros que haya muerto con anterioridad. Con este sistema, el número de Djin es siempre el mismo y no hay variaciones en la cantidad de individuos dentro de la población. Una muerte equivale a un nacimiento, invariablemente.
Al principio de nuestra historia, para ganarse el derecho a procrear, los Djin peleaban entre sí hasta la muerte. El ganador de esas batallas hacia arder su llama junto a las cenizas del perdedor y así absorbía su esencia, con lo que, desde ese momento, podía elegir pareja con la que concebir.
Con el paso del tiempo, aquel sistema arcaico fue dejándose atrás. Los Djin ya no peleaban entre sí y la muerte solo llegaba por causas naturales o cuando un individuo decidía poner fin a su propia existencia. Siendo así, ya no había ningún vencedor que se ganase el derecho de reproducción, por lo tanto era cada vez más común que existiese un acuerdo entre las familias, de modo que el primer difunto dejase su esencia en herencia a su propio hijo. De aquel modo, el ritual fue convirtiéndose desde una tradición, hasta una norma que todos los Djin debían cumplir, algo que iba más allá de la ley y que, de no respetarse, constituía la mayor afrenta posible contra la especie, un crimen que se castigaba con la muerte.
Ahora bien, durante mi reinado, aquella tradición siempre se respetó, pero con la subida al poder del consejo Djin, las cosas cambiaron. Por un lado, Agní quería mantener controlada a la población, con lo que proclamó una nueva ley según la cual la esencia Djin solo podría ser pasada bajo la supervisión y autorización del consejo Djin, los cuales pocas veces daban el visto bueno, salvo que recibiesen el soborno adecuado o alguien les hubiese hecho un favor. Por otra parte, estaba el problema de que al crear su sistema de iluminación, muchos Djin fallecían durante el proceso de drenaje. Aquella no era la intención inicial de Efreet, quien solo pretendía extraerles una gran cantidad de sangre, pero no tanta como para acabar con ellos. Sin embargo, el método todavía no estaba perfeccionado y hubo más bajas de las previstas. Agní nunca hubiese admitido un error, por lo tanto negó a las familias el derecho a reclamar la esencia de sus difuntos. Se quedó los restos, alegando que, al morir prematuramente, no habían cumplido con sus obligaciones, debían haber resistido el drenaje por el bien de la ciudad. Como resultado de aquella decisión, se encontró con una cantidad de restos Djin almacenados sin ninguna utilidad, con lo que decidió usarlos para investigar. Le dio los restos a Efreet, esperando obtener del científico nuevos descubrimientos revolucionarios.
No me cabe duda de que Efreet experimentó con los restos de los Djin, pero no con todos ellos. Uno se lo guardó para sí, absorbió su esencia en secreto, sin autorización, convirtiéndose en un espécimen fértil sin que nadie lo supiese. Este hecho que no parece muy importante, fue el detonante de todo lo que ocurrió a continuación.
Los Djin somos criaturas extremadamente fogosas, que nos dejamos llevar fácilmente por nuestros deseos. Cuando las mujeres de nuestra especie se sienten atraídas por un macho, se entregan rápidamente a la pasión, sabiendo que su amante es estéril y no pueden tener descendencia por un solo encuentro casual. Efreet lo sabía y debió haber estado planeando su golpe desde hacía bastante tiempo. Imagino que vio cómo Agní había aprovechado su relación con la familia real para alzarse con el poder, y el muy insensato pensó que podría hacer lo mismo.
Tras asimilar la esencia Djin, Efreet pasó a la segunda parte de su plan, sedujo a mi hija, quien fácilmente sucumbió a sus encantos, quizás en parte porque quería vengarse de Agní por haberla forzado a ser su pareja y haber encarcelado a su padre. En cualquier caso, el resultado fue un bebé Djin.
Aun habiendo sido fruto de engaños y artimañas, mi hija adoraba a aquel niño con todo su corazón, pero sabía que si Agní descubría el nacimiento de la criatura, su furia sería terrible. Por miedo a las consecuencias, ocultó al niño con la familia de Efreet, quienes vivían en los suburbios.
Pasaron los años y llegó el momento que Efreet había estado esperando. No sé porque tardó tanto en continuar con su plan, pero finalmente lo hizo. Proclamó ante toda la ciudad y el consejo Djin que él era el más adecuado para gobernar, ya que, a diferencia de Agní, él tenía un descendiente de sangre real.
Efreet esperaba que el pueblo se pusiese de su parte y que el consejo también le apoyase, pero no ocurrió así, la gente tenía demasiado miedo de Agní. Nadie movió un músculo cuando Agní, para vengarse de aquella humillación, asesinó sin piedad a mi hija delante de toda la ciudad, para que viesen lo que ocurría con aquellos que le traicionaban. Pero la cosa no acabó ahí, sus siguientes víctimas fueron todos los familiares de Efreet, por haber ocultado los hechos y por haber criado a un bastardo. Finalmente le llegó el turno al hijo de Efreet, que aun siendo todavía un niño pequeño, no recibió ningún tipo de compasión, siendo carbonizado frente a los ojos de su padre.
Efreet no pudo hacer nada para evitar la catástrofe, pero sí que fue lo bastante astuto como para zafarse de los Djin que le tenían apresado antes de que le llegase su turno de ser ejecutado. Antes de que nadie pudiese reaccionar, Efreet había salido volando, escapando de la ciudad por algún camino secreto que solo él conocía.
Los acontecimientos no tardaron en llegar hasta mis oídos, cuando mi esposa, desesperada, bajó al subterráneo para contarme el destino que había sufrido nuestra hija. Maldije a Efret y a Agní, y me prometí a mi mismo que me tomaría mi venganza contra ellos.
Estaba dispuesto a salir de la prisión en aquel mismo momento y hacer que pagasen por lo que habían hecho. Pero mi furia me impidió ver a tiempo lo que estaba ocurriendo frente a mis ojos. Mi mujer, incapaz de soportar la tristeza, había comenzado a hacer arder su llama más de los que nuestro organismo nos lo permite, de modo que acabó consumiéndose a sí misma. Cuando me di cuenta de lo que ella pretendía, ya no pude hacer nada, mi amada había empezado a descomponerse en cenizas.
Fue entonces cuando terminé de derrumbarme, las fuerzas me abandonaron y me sentí incapaz de moverme. Pensé que en realidad yo era el único responsable de que todo hubiese acabado así. Después de todo, yo había elegido al consejo, yo le había dado a Efreet permiso para iniciar sus investigaciones, y yo había vuelto la espalda a los asuntos de la ciudad. La venganza ya no tenía sentido ahora que me había quedado solo.
No tenía a nadie por quien luchar, por lo que no me sentí capacitado para hacer nada más que volver al interior de la vasija, de donde nunca más volví a salir hasta hace tan solo unos momentos, cuando vosotros me habéis despertado, recordándome el nombre de mis enemigos.”
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