IV. PRISIONEROS DE LAS PROFUNDIDADES
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Frente a ellos había aparecido un Djin. Iba vestido con majestuosas prendas, más todavía que sus congéneres del nivel superior. Era el Djin más grande que habían visto hasta el momento, alto y corpulento. El rostro estaba surcado por marcas que hacían pensar que tenía una edad bastante avanzada. Sus ojos eran tan rojos como los del resto de su especie, pero más intensos, tanto que su penetrante mirada resultaba aterradora. Tenían a esta imponente figura frente a ellos y no tenían ningún sitio por donde huir, estaban a merced de aquella criatura.
—¿Qué sabéis de Efreet? —preguntó el Djin con una voz potente y atronadora.
Ninguno de ellos respondió a la pregunta, estaban demasiado aterrorizados como para decir nada. Kevin notaba que le temblaban las rodillas. Ya había estado en otras situaciones de peligro antes, pero aquella vez era distinto, el ser que había aparecido delante de él le intimidaba de forma especial. Quería hablar, sabía que el Djin estaba esperando una contestación, pero temía que, si decía lo que no debía, sería su final.
—Os he hecho una pregunta —dijo el Djin, impacientándose—. Sé que conocéis a Efreet porque os he escuchado pronunciar su nombre. No me gusta que me hagan esperar. Si sabéis lo que os conviene, me diréis lo que quiero saber inmediatamente.
—Es un Djin —contestó Kevin, casi tartamudeando—. Uno de los tuyos, quiero decir. Intentó matarnos en el desierto y acabamos encerrándolo en una botella, por accidente.
—¿Una botella? —repitió el Djin, sin saber a lo que se refería. Aunque su expresión se había relajado ligeramente, pasando a mostrar más bien curiosidad.
—Sí, es un objeto como ese recipiente de allí —aclaró Kevin, mientras señalaba la vasija—. Pero transparente y de un material más blando.
El Djin se quedó en silencio, pensando para sí mismo, como si estuviese asimilando aquella información, y de pronto comenzó a reírse sonoramente.
Alda y Kevin intercambiaron miradas, extrañados por aquella reacción. Quizás aquella persona no fuese tan amenazadora después de todo. Claro que, también podía ser que este fuese otro individuo más al que Efreet hubiese conseguido cabrear.
—Un castigo bien merecido —dijo el Djin, todavía sonriendo—. Tengo que admitirlo, me habéis alegrado el día. Pensar que había estado a punto de abrasaros sin daros tiempo de hablar…, qué desgracia hubiese sido perderme esta información tan suculenta.
Con comentarios como aquel, a Kevin le resultaba muy difícil poder relajarse. Estaba claro que aquel Djin no era alguien a quien tomarse a la ligera. Por ese motivo, a pesar de las risas, tanto su compañera como él continuaban todavía pegados a la pared, en el mismo rincón, sin atreverse a moverse o a decir nada más. El Djin notó sus nervios y les animó a abandonar su posición.
—No temáis —les aseguró—. No osaría poner las manos encima de dos criaturas que me han hecho un favor tan grande. Por un momento pensé que erais amigos de ese bastardo, pero ya veo que me había equivocado. Tenéis mi palabra de que no os haré ningún daño. Por lo que a mí respecta estoy en deuda con vosotros.
Habiendo ganado algo de confianza con aquel comentario, finalmente se decidieron a aproximarse más al Djin y relajarse un poco. Quizás aquel providencial encuentro resultaba ser mucho más provechoso de lo que habían imaginado. Por primera vez estaban frente a un Djin que no solo no quería matarles, sino que decía que les debía un favor. Valía la pena indagar más sobre el asunto, tal vez aquella persona pudiese serles de ayuda.
—¿Quién eres? —preguntó Kevin.
—¿Y qué haces aquí abajo? —añadió Alda.
—Esas son dos preguntas que llevo haciéndome a mí mismo desde hace muchísimo tiempo. Creo que ya no tengo una respuesta que me satisfaga, si la tuviese habría vuelto al nivel superior y hubiese luchado por recuperar lo que es mío.
—¿Qué quieres decir con recuperar lo que es tuyo? —quiso saber Kevin, intrigado.
—Ya no importa, nada importa.
—¿Tiene Efreet algo que ver en todo eso?
—No estoy aquí abajo por su culpa, si es lo que quieres saber, aunque sí que tuvo un papel importante en mi desgracia.
—¿Por qué? ¿Qué hizo?
—Si realmente lo queréis saber os lo diré, pero es una historia bastante larga.
—Bueno, estamos atrapados aquí —le indicó Kevin al Djin, mirando en dirección a la salida cubierta de tierra—. Así que tampoco es que tengamos nada mejor que hacer.
—De acuerdo, os lo contaré. Me enfrentaré una vez más con los recuerdos que tanto me atormentan. Tomad asiento por favor.
Hicieron caso al Djin y se sentaron encima de la cama, preparados para escuchar cualquier cosa que aquel misterioso ser tuviese que decirles, esperando encontrar un aliado en la melancólica criatura.
“Antaño, la nuestra era una gran civilización”, comenzó a narrar el genio. “Los Djin éramos criaturas poderosas, temidas y respetadas. Con el tiempo, amasamos una gran cantidad de riquezas, subyugamos a las civilizaciones más débiles y fuimos temibles conquistadores.
Eso fue antes de la separación de los mundos, un tiempo que yo no conocí en persona, pero que mi padre sí tuvo la ocasión de vivir y del que más adelante me hablaría, con la esperanza de que algún día pudiésemos recuperar nuestro poder.
Mi padre fue sin duda un Djin extraordinario, fundador de Jahanam, la capital del reino, y fue, además, uno de los miembros originales de los altos linajes, lo que me convertiría a mí, más tarde, en la primera generación de hijos de los altos linajes. Yo soy el legado de mi padre, un legado que tenía que conducir a los Djin de nuevo hacia la grandeza. Me fue concedido el nombre de Iblis, el mismo nombre que tenía el primer Djin de la historia, el nombre de un todopoderoso soberano Djin, con el objetivo de infundir respeto y admiración.
Mi tarea no fue fácil, pues, cuando ascendí al trono, el mundo había cambiado. Nuestra especie había quedado aislada y ya no teníamos sobre quién gobernar. Solo quedaban algunos resquicios de lo que habíamos sido una vez. Mi gente empezó a competir entre sí. Se enfrentaron los unos a los otros, lo que acabó en una horrible guerra civil, donde realmente no había bandos, era más bien una batalla campal, donde todos querían quedar por encima.
Mientras todo se desmoronaba, yo era todavía joven e inexperto. Mi padre había fallecido y yo no estaba preparado para hacer frente a la situación. Aun así, sabía que aquel momento era crucial y que si escapaba de mis deberes, perdería para siempre el respeto de mi pueblo. De modo que reuní a la gente que todavía me era leal y me dirigí al campo de batalla, para reafirmar mi poder y apaciguar los conflictos. Fue una masacre, había cuerpos calcinados por todas partes. Pero mis orígenes eran fuertes, descendía de una poderosa estirpe de Djin y, a pesar de mi juventud, resulté victorioso.
El rumor se extendió por todo el planeta. Se contaban historias extraordinarias sobre el calor abrasador de mis llamas. Algunas de esas historias eran verdaderas, pero la mayoría eran falsas, inventadas por algunos de entre los míos, aquellos a quienes más adelante les otorgaría el titulo del Consejo Djin.
Estos consejeros consideraron que, para mantener mi posición y evitar que se repitiese otra revuelta como aquella, era importante que la gente supiese que si alguien intentaba algo parecido, sería calcinado inmediatamente. No me parecía bien que mi reinado se basase en el temor que pudiese despertar entre los míos, pero tuve que admitir que el plan funcionó y se logró un periodo de estabilidad y prosperidad.
Por supuesto, aquello no hizo que olvidásemos el problema principal. Habíamos perdido mucho con la separación de los mundos y había que adaptarse a un nuevo medio de vida.
Una de las primeras cosas que hice fue eliminar cualquier recuerdo de otros mundos que pudiese ocasionar una disputa de poder. De hecho, la mayor fuente de conflictos durante la guerra se había debido a la posesión de los esclavos humanos que todavía conservábamos, por ello me pareció que lo más lógico era decirles a los míos que los esclavos habían muerto y que ya no quedaba ninguno.
Es cierto que pude haber matado a los humanos entonces, pero no quise hacerlo. La verdad es que era tan avaricioso como todos los demás Djin y, aunque sabía que no podían ser vistos públicamente, quise conservar a los humanos, por si alguna vez los necesitaba, o tal vez fue solo un capricho.
Construí una cámara subterránea en los niveles más bajos de la ciudad, un lugar oculto al que tan solo yo mismo y los miembros del consejo tendríamos acceso. Ese lugar serviría de escondite para los humanos, sería su hogar y un lugar privado donde podría observarlos desarrollarse y crecer. Supongo que en cierto grado consideré a aquellas criaturas como si fuesen mis mascotas. De vez en cuando bajaba hasta el subterráneo y pasaba tiempo con los humanos. Les obligaba a divertirme, les alimentaba y experimentaba con ellos. Pasaba grandes periodos de tiempo allí abajo, hasta el punto en que mandé construir una sala privada, llena de lujos, para hacer mi estancia más agradable.
Podría parecer monstruoso, pero lo cierto es que nunca consideré a los humanos criaturas inteligentes. Hasta entonces, solo habían sido bestias de carga. Con lo que, desde mi punto de vista, incluso les estaba haciendo un favor, tratándolos mejor de lo que ningún Djin los había tratado.
Eran tiempos tranquilos, donde todo lo que buscábamos eran modos de divertirnos, de mantenernos ocupados con nuevos entretenimientos, que supliesen las antiguas reyertas y conquistas. Pero los Djin somos un pueblo belicoso, y aquella paz no podía durar eternamente.
No es que de la noche a la mañana volviese el caos, fue más bien un murmullo, un rumor entre la gente. Empezó a escucharse que había algunos Djjin que habían conseguido encontrar un método para moverse entre los mundos, unas grietas que podían usar para ir a otros lugares y convertirse en sus amos o traerse cosas de vuelta con ellos.
Al principio obvié aquellos comentarios. Pensé que era pura palabrería, una manera que tenía la gente de aliviar su frustración por no poder volver a los viejos tiempos. Pero estaba equivocado. Un día, el rumor se hizo carne ante mis propios ojos. Una de mis personas de confianza, uno de los miembros del consejo, había hecho uso de aquellas grietas y se había llevado algo con él.
El miembro del consejo me había traído una criatura de otro mundo. La acercó frente al trono, tirándola al suelo y me dijo que era un obsequio. Aquello era una muestra de que, efectivamente, se podía viajar entre los mundos, me dijo el miembro del consejo, y por lo tanto podíamos volver a nuestras raíces, volver a gobernar sobre todos los hijos de los altos linajes.
Aquel astuto Djin dijo conocer el camino, y me propuso compartir esa información, a cambio de que aumentase su poder y privilegios. Quería dejar de formar parte del consejo y pasar a ser mi mano derecha, con poder para tomar decisiones y tener control sobre el pueblo.
La oferta era tentadora por muchos motivos, pero la rechacé de todas formas. Yo también quería la gloria que hubiese supuesto conquistar otra civilización, pero todo aquello me daba mala espina. Además, me había empezado a acomodar a mi nueva forma de vida, y no quería dejar de lado todos mis lujos para meterme en una encarnizada batalla. Por ese motivo, prohibí al miembro del consejo volver a viajar a ningún otro mundo, de igual modo que le hice prometer no volver a hablar del tema, bajo pena de calcinamiento. En cuanto a la criatura que me había obsequiado, hice lo único que podía hacer con ella, la arrojé en la cámara subterránea, junto a los humanos, para que nadie la viese.
Desgraciadamente, aquel no fue un incidente aislado. De vez en cuando volvía a aparecer algún ser de otro mundo y tenía que tomar mediadas. Impedí que los rumores se siguiesen difundiendo, mientras arrojaba a seres a las profundidades y ejecutaba a los responsables de que hubiesen ido a parar a este mundo.
Con el tiempo, mis actividades dejaron de pasar desapercibidas. Los Djin se dieron cuenta de que, con frecuencia, su soberano abría el suelo y tiraba a algún individuo al interior. Nadie sabía que esos pobres infelices eran en realidad seres de otra especie, y la gente pensó que eran criminales. Así fue como la vivienda que había construido en un principio para los seres humanos pasó a ser conocida como la Prisión Djin.
La gente tenía miedo, pensaban que si hacían algo indebido serían llevados a la prisión, donde serían olvidados para siempre. La conducta del pueblo cambió drásticamente. Los Djin se volvieron huraños, dejaron de relacionarse los unos con los otros, siempre que ello no fuese estrictamente necesario. Nadie contaba nada porque todos estaban asustados de irse de la lengua y que otra persona les denunciase por haber cometido algún tipo de transgresión.
Es cierto que continuó habiendo paz, pero era muy distinta a la que yo había querido conseguir para mi gente. Nunca quise que mi reinado se basase en el miedo y, sin embargo, había ido tomando una serie de malas decisiones que habían llevado a ello. Empezaba a dudar de mi capacidad como gobernante y yo mismo me aislé, como todos los demás. Cuando no estaba en mis aposentos privados, me encontraba en las cámaras subterráneas, con mis humanos. De los asuntos del gobierno comenzó a responsabilizarse, cada vez con más frecuencia, el Consejo Djin. Mientras tanto, yo me fui distanciando de mis obligaciones poco a poco.
Pasó el tiempo y, un día, escuché el rumor de que ya no era posible usar las grietas para acceder a otros mundos. Como siempre, no hice mucho caso al principio, pero acabé por darme cuenta de que aquella información debía ser cierta, porque dejaron de aparecer noticias de visitantes de otros mundos, del mismo modo en que dejé de verme obligado a arrojar a nadie a la prisión.
El asunto que había provocado que mi gente desconfiase de mí había quedado atrás, pero ya era tarde y había perdido el respeto del pueblo. Lejos quedaban ya las historias de mis hazañas durante la guerra. Me di cuenta de que los Djin se sentían más a gusto tratando sus asuntos con los miembros del consejo, antes que con su soberano. Con lo que fui derivando cada vez más mis responsabilidades sobre el consejo.
Pude vivir tranquilamente, sin presiones, libre para hacer lo que quisiese. En aquel tiempo fue cuando conocí a la que sería mi esposa. Tuvimos una ardiente relación, que años más tarde dio como fruto una preciosa niña Djin.
Fueron momentos felices. Mi familia hizo que olvidará todos los problemas y la forma en que no había sabido cumplir con los deseos de mi padre, sin poder unir al pueblo Djin. También durante estos años, dejé de visitar la prisión, abandoné a mis mascotas humanas cuando tuve algo más importante en lo que pensar.
Mi hija era mi orgullo y siempre pensé que, aunque yo hubiese fracasado como soberano, ella podría tener éxito y ser el gran gobernante que el pueblo necesitaba. Pero aquellos pensamientos eran mucho más difíciles de llevar a cabo en la realidad que en mi mente. No tenía la menor idea sobre cómo criar a una hija, solo conocía la forma en que mi propio padre me había educado a mí, una forma que había probado ser ineficaz. No quería educar a mi descendiente con historias de guerra, que no le hubiesen servido en tiempos de paz, pero no conocía nada más.
Entonces apareció Kalen y cambió para siempre mi forma de ver las cosas.
Lo trajeron a mí, debido a mi petición de que cualquier desconocido fuese llevado inmediatamente ante mi presencia. Había pasado muchísimo tiempo desde que había aparecido el último extranjero y temí que aquello fuese un signo de que las grietas habían vuelto a abrirse y la gente iba a empezar a viajar de nuevo. Yo me había distanciado del gobierno, pero seguía siendo el soberano, y aquel era un problema que no podía eludir. Podría haberlo arrojado a la prisión directamente, pero quería saber cómo había llegado a nuestro mundo, con la esperanza de así impedir que nadie más usase el mismo camino. La idea era sacarle la información al extranjero fuese como fuese, pero quería interrogarle en privado, lejos de los oídos del resto de los Djin, quienes estaban ansiosos por volver a la época de las conquistas.
Me llevé al visitante a una habitación privada y me quedé a solas con él. No tenía muy claro cómo podría averiguar si aquel individuo sabía algo, pero era necesario que obtuviese dicha información. Pensando que la barrera de idiomas con aquel ser, claramente inferior, sería un problema, empecé a gesticular con los brazos, en un intento de hacerle comprender lo que quería decir. Pero, para mi sorpresa, cuando me vio hacer aquello, el extranjero empezó a reírse. No obstante, eso no fue lo más extraordinario de todo. Lo que realmente terminó de desorientarme, fue cuando el humano empezó a hablar, y no en cualquier idioma, sino en el mío, el idioma de los Djin.
Me dijo que era un sabio, un investigador que intentaba conocer a los habitantes de todos los mundos. Solo quería que le hablase de nuestra forma de vida y nuestras costumbres, después se iría por donde había venido y no volveríamos a saber de él.
Era fascinante poder hablar con un humano, yo nunca había podido mantener una conversación con los míos y por eso no los había considerado inteligentes, pero aquel ser me había hecho ver que había estado equivocado. Despertó mi interés e hizo que quisiese saber yo de los humanos tanto como él quería saber sobre los Djin. Hubiese accedido inmediatamente a iniciar un dialogo con él, pero había algo que me seguía preocupando, una cuestión de seguridad. Y es que necesitaba saber cómo había llegado el humano hasta allí y si era posible que alguien más hiciese lo mismo.
Los dos queríamos ganarnos la confianza del otro, e hicimos un gran esfuerzo por ambas partes para poder entendernos. Me hizo prometer que no podría revelar a nadie lo que iba a contarme y yo, por mi lado, le tuve que pedir que, mientras permaneciese en este mundo, no se dejase ver por nadie más que por mí. Ambos accedimos de buen gusto a las peticiones del otro, ansiosos por todo lo que pudiésemos aprender.
Supe que su nombre era Kalen y que había entrado en el mundo Djin gracias a un artefacto de su propia creación, una flauta que le abría caminos entre los mundos y que le ayudaba a entender las lenguas que en ellos se hablaban. Aquello me dio algo más de tranquilidad, porque eso quería decir que las grietas no se habían vuelto a abrir y nadie más podía hacer aquellos viajes si no poseía aquel instrumento. Kalen aseguró que él era el único que podía hacer que el Viento, nombre que le dio a la flauta, sonase, ya que su material hacía que solo lo pudiesen tocar los seres humanos sin correr peligro. Aquello quería decir que, aunque alguno de mis congéneres Djin descubriesen el instrumento, no podrían hacer nada con él.
Nuestra conversación duró mucho tiempo. Yo le hablé sobre los tiempos antiguos, mi ascenso al poder, los conflictos entre el pueblo y cómo habíamos tenido que cambiar nuestras costumbres, adaptándonos a la nueva forma de vida. Kalen me contó cómo había progresado la civilización humana. Me explicó que habían olvidado la historia de la creación y habían adoptado otros dioses, que su historia estaba también repleta de conflictos, pero que, en su opinión, los seres humanos también llegarían a encontrar algo de estabilidad. También me habló de otros mundos que había visitado, pero solo un poco, porque, para cuando nos quisimos dar cuenta, habíamos estado hablando durante varios días seguidos y Kalen tenía que regresara a su mundo.
No quería que Kalen se fuese, me había abierto los ojos a nuevas posibilidades, y me había dado lo que había estado buscando, un sinfín de historias que contar a mi hija, sobre civilizaciones capaces de convivir sin guerras. Le pedí que se quedase, pero me dijo que no era posible, que su viaje solo había empezado y tenía que visitar muchos más lugares, pero que, antes de hacerlo, debía descansar. Llegué a suplicarle, casi con lágrimas en los ojos. Estaba desesperado, había visto un rayo de esperanza, una posibilidad de volver a encontrar un buen futuro para el pueblo Djin, y sentía que estaba a punto de perder todo eso.
Kalen, viendo mi estado, se compadeció de mí. El extranjero entendía mi necesidad de conocimiento, porque era la que él mismo había sentido cuando creó el instrumento. Y, aunque se tuvo que marchar de todos modos, me prometió que volvería a visitarme y me contaría mas cosas sobre los habitantes de los otros mundos.
Nuestra amistad duró muchos años, durante los cuales Kalen me vistió una decena de veces. Gracias a ello, utilicé todo lo que aprendía de estas vistas para educar a mi hija de la forma en que había pretendido, preparándola para ser la nueva reina Djin cuando llegase el momento. No quería esperar a morir para ceder el trono. En cuanto considerase que mi hija podía estar preparada, haría un comunicado oficial y le daría todo mi poder para gobernar.
Entonces todo se torció, mis planes se vinieron abajo y empezó mi declive. De repente, una serie de acontecimientos ocurrieron de golpe, haciendo que, en consecuencia, al final yo mismo acabase encarcelado en mi propia prisión.”
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