II. EL DESIERTO DE FUEGO
7
Pero el golpe no llegó.
Pasaron unos minutos y no ocurrió nada. En un momento dado, Kevin había sentido el infernal calor que desprendía la criatura, como si hubiese estado a punto de atravesarle. Pero después la sensación térmica había desaparecido y había regresado a la normalidad. Estaba vivo y no entendía el por qué, pero estaba demasiado asustado como para abrir los ojos y comprobar la situación. Se planteó la posibilidad de que hubiese sido la Fane la que le hubiese salvado de algún modo en el último instante, pero descarto rápidamente la idea, ya que, de haber sido así ella, ya le habría dicho algo y no le hubiese dejado con aquella incertidumbre.
Empezó a tranquilizarse, el corazón volvió a latirle con normalidad y sus músculos se relajaron. Entonces se dio cuenta de algo que le había pasado desapercibido hasta aquel momento, sentía una extraña calidez en las manos que no era acorde con la temperatura del resto de su cuerpo. Pudiese ser que el plástico de la botella que todavía sostenía hubiese empezado a fundirse cuando el Djin lo había atacado. Pero, de ser así, creía que el tacto sería bien distinto, y la botella continuaba conservando la misma forma de siempre.
Fue la curiosidad sobre el misterio de la botella de plástico lo que hizo que finalmente volviese a abrir los ojos. Esperaba que al mirar hacia delante se encontraría de nuevo con los ojos rojos y la sonrisa burlona del Djin, pero no fue así. No había nadie observándole, solo podía ver la arena del desierto.
Todo aquello resultaba muy extraño. Se preguntaba dónde habría ido a parar su enemigo, a quien no era capaz de ver por ninguna parte. Entonces se acordó de Alda y corrió en dirección hacia donde ella permanecía todavía tumbada. Se inclinó sobre la chica y la llamó por su nombre, esperando que, si ella se encontraba bien, pudiese responderle.
La Fane se movió. Al parecer el golpe no le había causado daño alguno. Kevin vio que ella se incorporaba sobre la arena y sacudía la cabeza como si todavía estuviese algo desorientada. Entonces la chica abrió los ojos y alzó la mirada como para decir algo, pero sus ojos nunca llegaron a encontrarse con los de Kevin, sino que se quedaron a medio camino, abiertos de par en par, con asombro.
Ambos se quedaron de piedra al descubrir lo ocurrido. No había sido un milagro lo que les había salvado, sino el puro azar y la buena fortuna.
Debido a la preocupación por su compañera de viaje, Kevin había olvidado por completo que todavía sujetaba la botella de plástico en la mano, como consecuencia de su infructífero intento por apagar las llamas de Efreet; y fue la mirada de Alda lo que le hizo reparar de nuevo en el recipiente.
La botella no estaba tan vacía como debía haber estado después de verter todo su contenido, sino que brillaba con una luz inusitada, procedente de la esfera anaranjada que se movía haciendo círculos en el interior. Daba la impresión de tratarse de un insecto atrapado que luchaba desesperadamente por salir, sin conseguirlo, y que cada vez se encontraba más cansado.
No tardaron mucho en atar cabos y entender que lo que estaban viendo se trataba del mismísimo genio que, de algún modo, había acabado metiéndose accidentalmente en la botella de plástico. No daba la impresión de que la lucecita fuese a poder escapar, pero, aun así, Kevin se apresuró a recuperar el tapón y cerrar la botella. Después de todo, no quería volver a estar a merced de aquel peligroso ser si este conseguía salir del recipiente.
Kevin entendió por fin el motivo de la reacción de Efreet cuando le había amenazado con arrojarle el agua. La razón por la cual parecía que que el genio se había asustado por un instante, no había sido por el líquido, sino por el propio recipiente. Cuando el Djin se había dado cuenta de que en realidad su contrincante no sabía lo que estaba haciendo, se había confiado y le había atacado apresuradamente, sin pensar que la botella pudiese ser una autentica amenaza. Pero había resultado que tanto Kevin como el genio se habían olvidado de la existencia de aquel recipiente en el momento crucial, de modo que Efreet se había estrellado contra la botella justo en el instante en que Kevin la había alzado cubriéndose la cara.
Había sido un accidente inesperado, pero todo un golpe de suerte para los dos viajeros, quienes se habían deshecho de la amenaza más reciente.
—¿Y ahora qué? —preguntó Kevin, cuando se dio cuenta que ya no tenían por qué seguir la ruta que les había estado marcando el Djin.
—Deberíamos retomar nuestro camino —le respondió Alda.
—Estoy de acuerdo. Pero, si continuamos en esa dirección y en efecto existe una ciudad, nos encontraremos con más de estos seres…
—Es cierto, pero todavía creo que ninguno de ellos osaría atacarnos mientras haya varios juntos. Además —añadió Alda—, ahora conocemos la forma de librarnos de ellos, o por lo menos de asustarles.
Kevin se disponía a añadir algo más a lo que le había dicho ella, pero no pudo hacerlo, porque una tercera voz se unió a la conversación, una voz que había llegado a hacerse demasiado familiar.
—Jamás podréis salir vivos de aquí. Los míos os convertirán en carbón antes de que podáis si quiera reaccionar.
La voz era la de Efreet, quien había recuperado parte de su forma y les hablaba desde dentro de la botella. En esos momentos, podían ver como el Djin volvía a tener una apariencia humanoide, aunque siendo diminuto y con cierto brillo, como si de una luciérnaga se tratase. Ya no parecía para nada amenazador y, si no hubiese estado a punto de matarlos unos instantes antes, es posible que incluso hubiesen sentido lástima por él. Pero todo esto no cambiaba el hecho de que sabían que aquel ser era tan despiadado como mentiroso, no había ninguna razón en el mundo que pudiese llevarles a creer una sola palabra que el genio les dijese desde su prisión de plástico.
Es cierto que escuchar al Djin, hablando con el mismo tono de voz que antes de estar atrapado, les resultaba algo perturbador, pero aun así una mirada entre Kevin y Alda fue suficiente para hacerse entender el uno al otro, sabían que lo que debían hacer era ignorarlo.
Por un momento, pensaron en hacer un agujero bien profundo y enterrar la botella, dejando allí abandonado al genio. Pero finalmente, por algún motivo que no tuvo nada que ver con la compasión, decidieron llevarlo con ellos. Pensaron que tal vez podría serles útil en un futuro, no podían imaginar de qué forma, pero aun así parecía un desperdicio dejar algo tan valioso abandonado.
No obstante, eventualmente llegarían a la ciudad de los Djin, si es que en efecto había una allá donde resplandecían las luces por la noche, y de hacerlo, no quedaría muy bien que se presentasen en aquel sitio mostrando a uno de su especie en cautiverio. Así pues, les pareció que lo más indicado sería guardar la botella en la mochila y no volver a sacarla a menos que fuese imprescindible. Esto era posible ahora que ya no necesitaban sacar el contenido de la bolsa cada noche, porque, pese a las malas intenciones de Efreet, sí que era cierto que les había hecho un gran obsequio dándoles el líquido para hacer tiendas de arena, lo que les brindaba un refugio adecuado donde pasar la noche, sin tener que hacer arreglos poco efectivos. Guardar la botella en la mochila tenía además otro propósito, y este era el de acallar el incesante parloteo del Djin, quien desde que se había quedado atrapado, no dejaba de dirigirles amenazas y frases desmotivadoras, ya fuese con la esperanza de que le dejasen salir o simplemente para confundirles y vengarse por el destino que había sufrido.
—Os dirigís en dirección a mi trampa —decía entre risas Efreet, haciéndose oír incluso a través del plástico y la tela que le rodeaban—. Me alegra, porque me había pasado mucho tiempo preparándola y se iba a echar a perder.
Hacía un buen rato que Kevin había dejado de prestar atención al Djin. La malévola criatura llevaba horas sin callarse y había llegado a sonar repetitivo. Al principio, a Kevin le había hecho gracia la forma en que el genio actuaba con desesperación, pero ahora solo resultaba tedioso. Pensó que quizás ese fuese el nuevo plan de Efreet, hablar incesantemente hasta que acabasen hartos de él. Le pareció curioso pensar en cómo esta parte la omitían en las historias de genios atrapados en lámparas. Sin embargo, tenía sentido pensar que si un ser está todo el día encerrado en el mismo sitio, este llegaría a aburrirse y tendría la necesidad de hablar con alguien, con cualquiera que estuviese escuchando al otro lado de su diminuta prisión. ¡Qué fortuna la suya!, descubría que las leyendas sobre los genios eran ciertas y, sin embargo, la parte donde estos concedían deseos, la única parte que hubiese merecido la pena, era un fraude. El único deseo que este genio podría conceder, si quedaba en libertad, sería el de proporcionarles una muerte rápida, o tal vez ni siquiera eso, seguramente estaba tan cabreado que querría verles sufrir por lo que le habían hecho, aunque fuese de forma accidental y en defensa propia.
Habían reanudado la marcha, continuando como si nunca hubiesen encontrado al genio, en la misma dirección en la que habían estado andando días antes. Todo parecía igual que siempre, pero Efreet había dejado huella en ellos, y a pesar de que en el momento decisivo habían tratado de defenderse el uno al otro, la confianza entre ambos se había visto mermada. Kevin todavía no estaba seguro de si la Fane llegó a caer en las redes del Djin en algún momento, y todavía se sentía algo enfadado con que ella hubiese tardado tanto en reaccionar cuando el genio había amenazado con matarle. Tampoco ayudaba mucho a recuperar la confianza pensar en la forma en que había sido tratado por su compañera últimamente. No podía evitar guardarle algo de rencor a la chica por todo el asunto del sirviente. Además, en su fuero más interno seguía echándole a ella la culpa por todo lo que había ocurrido, desde encontrar la flauta, hasta haber acabado cayendo en aquel desierto. Sabía que Alda no era responsable de todo aquel infortunio, pero aun así necesitaba alguien a quien hacer responsable y allí solo estaban ellos dos, si no contaban con el diminuto genio que cargaba a sus espaldas.
La interacción entre los dos compañeros de viaje había cambiado notablemente. Sus conversaciones no eran las mismas y había pequeñas cosas que, sin ser importantes, pesaban mucho, como resultaba el hecho de que ahora sonreían menos. Estaban tensos constantemente y raramente se dirigían la palabra durante la noche, simplemente creaban las tiendas y se retiraban a dormir hasta que llegaba la mañana y continuaban caminando.
En realidad, no parecía que a ninguno de los dos les gustase la situación, pero tampoco querían admitir que existía un problema. Kevin no quería hablar del tema porque tenía miedo de estar en lo cierto y que su compañera hubiese llegado a traicionarle en un momento dado, de haberse dado las circunstancias. En cuanto a Alda, sabía que ella también estaba al tanto de la situación, pero desconocía los motivos por los que la chica no había mencionado nada de lo ocurrido. Después del incidente con el Djin, debieron haber aclarado todo, pero no lo hicieron en su momento y ahora, con el paso de los días, esas cosas que se estaban guardando para sí mismos empezaban a pesar.
—Habéis estado alimentándoos día y noche de guislin, los frutos del Zaqum, y no tardareis en morir.
La última amenaza del Djin, y la que más estaba repitiendo últimamente, se refería a los frutos del desierto, que habían sido alimento y bebida de ambos viajeros desde que habían encontrado el primero de forma accidental. Sabían que eran venenosos y, al parecer, Efreet quería asustarles con ese conocimiento, haciéndoles pensar que, si seguían comiendo aquello, podían llegar a ingerir una dosis letal. La solución, según el genio, era que le dejasen en libertad para poder ir a traerles un antídoto.
Las palabras del Djin hubiesen tenido el mismo poco efecto que todas las anteriores que había ido soltando, pero en esta ocasión era distinto. Realmente habían estado sintiéndose peor últimamente. Era posible que de verdad necesitasen algún tipo de antídoto, pero liberar a Efreet no era una opción a tener en cuenta. Lo único que podían hacer era acelerar el paso e intentar llegar cuanto antes a la ciudad, donde tal vez pudiesen agenciarse algo que les ayudase, o visitar a algún médico que pudiese tratarles. Por supuesto, todo ello solo sería posible si podían confiar en los Djin, cosa que no parecía muy probable.
Kevin se sentía agotado, tanto física como anímicamente. La victoria sobre el Djin debía de haberles hecho sentirse mejor, con más ganas de seguir adelante, pero el cansancio les estaba ganando la partida.
Los días transcurrían y las luces volvían a estar cada vez más cerca, hasta que llegó un momento en el que Kevin se aventuró a predecir que llegarían a su destino en poco tiempo. Tampoco se sentía alegre por este hecho, temía lo que fuesen a encontrar al llegar a donde se dirigían, y estaba convencido de que no hallarían nada bueno.
Al caer la noche se llevaron una nueva sorpresa, ya que en aquella ocasión las luces no hicieron acto de presencia. El cielo estaba completamente despejado, y deberían haber sido capaces de vislumbrar aquellas bolas brillantes que supuestamente debían estar ya tan cerca. No obstante, lo único que podían ver era las estrellas.
Este misterioso suceso les pilló a ambos por sorpresa, ya que obviamente estaban esperando llegar pronto a su destino, pero la ausencia de los puntos luminosos que les habían acompañado durante cada noche hasta aquel momento había sido completamente inesperada. Era la primera vez que algo como aquello pasaba y Kevin supuso que debía haber un motivo, algo probablemente relacionado con ellos.
—¿Sabrán que llegamos? —le preguntó a Alda, después de tantos días de silencio.
—Estaba pensando lo mismo. Puede que estén preparándose para nuestra llegada.
—¿Y eso es bueno o malo?
—Habrá que esperar a ver qué pasa.
Aquella noche no se fueron a dormir, ni tan siquiera se molestaron en preparar las tiendas. Permanecieron alerta a la espera de que ocurriese algo, de que fuesen asaltados repentinamente o que algo se aproximase. Querían estar preparados para lo que fuese. Estaban bien despiertos, pero a pesar de ello estaban callados. Pese haber compartido unas pocas palabras y haber roto el silencio de los últimos días, seguía habiendo una brecha que parecía insalvable. Al final, se escuchó una voz en la noche, pero no fue la de ninguno de los dos. De nuevo era Efreet quien hablaba, aunque, curiosamente, lo hizo con un tono menos amenazador que el habitual.
—Salid corriendo mientras podáis —dijo el genio—. Sé que no tenéis ningún motivo para confiar en mí, pero creedme cuando os digo que no queréis llegar a la ciudad.
Hizo una pausa y, como nadie decía nada, continuó hablando, con una voz calmada, pero que dejaba entrever algo de miedo en las palabras. Parecía que el propio Djin no quería poner un pie en su ciudad, algo que a Kevin le pareció realmente extraño, después de haber escuchado tantas amenazas sobre lo que podría hacerles su gente.
—Lo mejor es que deis media vuelta y nos alejemos de aquí, si es que todavía estamos a tiempo —aconsejó Efreet—. La gente que hay ahí dentro es mucho más peligrosa de lo que podáis pensar, yo no soy nada en comparación. No estoy intentando engañaros. Si queréis, os digo de donde podéis obtener el antídoto para el veneno del Zaqum, sin trucos, no tenéis ni que sacarme de la botella. Puedo guiaros por el desierto hacia algún sitio más seguro, un lugar con agua de verdad.
Nadie le contestaba y el Djin sonaba cada vez más desesperado, hasta que llegó incluso a suplicar.
—Por favor. No me llevéis allí dentro, otra vez no. Me destrozarán y me torturarán. La última vez apenas pude escapar, no creo que sea capaz de hacerlo de nuevo —Efreet sonaba cada vez mas agitado, como si fuese consciente de que se acabase el tiempo del que disponía—. De acuerdo, supongo que no os importa lo que me pueda pasar a mí. Pero el trato para con vosotros será todavía peor. En el mejor de los casos os esclavizaran y os utilizaran de la forma más brutal que podáis imaginar. A ti —dijo dirigiéndose a Kevin—, te harán trabajar en las minas hasta que no aguantes más y entonces asaran tu carne y la servirán en algún banquete. A la chica la violarán, será utilizada para satisfacer los deseos de todos y cada uno de los miembros del consejo, y lo harán a diario, hasta que entre en la madurez y entonces, cuando ya no puedan utilizarla a causa de las visiones que pueda provocarles, la arrojarán en el rincón mas oscuro de la prisión y se olvidarán de ella, solo después de forzarla a revelarles la forma en la que habéis llegado a este mundo. Y podría ser peor, podría…
El Djin enmudeció de repente, dejó de hablar desde el interior de la botella en la mochila, y no terminó la frase que había comenzado. Kevin miró en la distancia, convencido de que cualquier cosa que fuese a ocurrir era ya inminente. Entonces notó la mano de Alda posarse sobre su hombro, giró la cabeza y vio que ella se encontraba detrás suyo, mirándole.
—Kevin, hay algo que quería decirte —comenzó la Fane—. Tendría que haber…
Pero no pudo continuar con lo que estaba diciendo, porque en ese momento se encendieron una decena de luces a tan solo unos pocos metros por delante, avanzando rítmicamente en dirección hacia ellos. Un comité de bienvenida Djin llegaba en aquel instante para escoltarles hasta la ciudad.
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