III. LA CIUDAD SUBTERRÁNEA
9
Kevin esperó unos segundos, esperando que ocurriese algo que le indicase que todo había salido bien o que, por el contrario, había errado el pinchazo. No ocurrió nada.
Abrió los ojos, con temor por si era asaltado por una nueva alucinación, pero lo único que encontró fue la más absoluta oscuridad. La habitación estaba tranquila y en silencio. Las imágenes horrorosas habían cesado, y ambos, Alda y él, seguían estando en la misma posición que al principio, excepto por un detalle, su mano se encontraba firmemente sujetando todavía la jeringuilla, ahora vacía, pero clavada en el lugar donde había ido a parar.
Kevin siguió el recorrido realizado con el brazo hasta el final, palpó la jeringuilla y continuó avanzando hasta que se encontró con la piel de la Fane. Había tenido suerte y la aguja había ido a parar al vientre de la chica. Lo cual quería decir que, en ese mismo instante, la sangre Djin debía estar ya actuando por su corriente sanguínea, reparando el daño del veneno.
No había pensado con claridad con el estrés que le había producido aquel súbito torrente de visiones. Si hubiese fallado y la jeringuilla hubiese ido a parar a algún montón de ropa o, peor aún, si la hubiese estrellado contra el suelo, rompiéndola, habría perdido el único modo de traer a Alda de vuelta. Agradeció por ello la costumbre de la Fane de no llevar demasiadas prendas por encima, ya que, de haberlo hecho, posiblemente la aguja no hubiese acabado en su piel.
Pasó el tiempo y la chica seguía sin moverse, algo que no parecía un buen presagio. Kevin recordaba su propia reacción cuando se inyectó aquella sustancia, desde el insoportable dolor hasta el cambio en el color de sus ojos. Cuando él había pasado por aquello, no había parado de moverse de un lado a otro de la habitación. Pero ella estaba completamente quieta, incluso había vuelto a cerrar los parpados, como si se hubiese quedado dormida.
Temió haber llegado demasiado tarde, tal vez el antídoto había sido inefectivo y el veneno había acabado por… No quería pensar en algo tan horrible, no después de todo lo que había tenido que pasar para llegar hasta allí. Ella tenía que seguir viva, seguramente solo estaba durmiendo. Igual la sangre Djin actuaba de forma distinta en cada organismo y no hubiese efectos secundarios para los Fane. Pero a oscuras, como se hallaban, era difícil comprobar el estado de la chica.
Para asegurarse de que Alda todavía respiraba, Kevin llevó su mano hasta el pecho de ella. Dio gracias cuando notó que había movimiento, era rítmico y leve, indicando que en efecto ella todavía estaba viva. No fue lo único que notó, también se dio cuenta que su deducción anterior había sido correcta, la joven estaba durmiendo completamente desnuda, algo que al parecer también era un instinto innato Fane. Kevin se ruborizó y retiró rápidamente la mano del cuerpo de ella, que había estado directamente en contacto sobre sus pechos y, ahora que la chica parecía estar fuera de peligro, no tenía razón alguna para prologar innecesariamente el contacto sin sentir que se aprovechaba de la situación.
Se encontraba cansado y le estaba entrando sueño, pero debía permanecer alerta, para poder estar preparado en el momento en que ella se recuperase, de forma que pudiesen salir de allí rápidamente. Si se dormía, cabía la posibilidad de que amaneciese y algún Djin acudiese en su busca. Era consciente de todo eso, pero los ojos se le cerraban solos, no podía evitarlo. Estar así, en la oscuridad, sin nada que hacer salvo esperar, le producía un profundo sopor contra el que le resultaba extremadamente difícil luchar.
Notó que alguien le movía, empujándole con las manos en el costado.
—Kevin, Kevin —le llamaba alguien—. Despierta, deprisa.
Kevin abrió los ojos de inmediato, al darse cuenta de lo que aquello significaba, se había quedado dormido. Quien le llamaba era Alda, quien aparentemente estaba en plena forma y había recuperado la memoria. Al principio se sintió confuso, pero después se fue relajando, al darse cuenta de que las luces todavía estaban apagadas. No debía haberse dormido tanto rato como temía, aun era por la noche y por lo tanto aun tenían tiempo.
—Estoy despierto —respondió—. Dime, ¿te encuentras bien? ¿No has tenido efectos secundarios?
—Sí, estoy bien, no te preocupes por eso ahora. Lo recuerdo todo, y ese es precisamente el problema. Sin querer he hecho algo terrible.
—¿Qué quieres decir?
—Después de que vinieses a la habitación unas horas antes, cuando todavía estaba confusa y no recordaba quien eras, salí y le conté a un Djin todo lo que había pasado. Le hablé de tu visita y de lo que me habías dicho.
Kevin se incorporó de golpe, haciendo que se encendiesen las luces de la habitación. Pensó rápidamente en todo lo que le había dicho a Alda en aquella visita, y según iba haciendo memoria, su cuerpo empezaba a temblar, porque recordaba perfectamente todas las palabras que habían salido por su boca.
—Cuando dices que se lo contaste todo —quiso aclarar Kevin, esperando equivocarse en su asunción—, ¿quieres decir que también le hablaste de…?
—Sí, le hablé de la flauta.
—Lo temía. Tenemos que darnos prisa. Si todavía no ha venido nadie a comprobar tu historia, igual todavía estamos a tiempo.
—De acuerdo. ¿Has conseguido reparar el viento de Kalen? Toca la flauta y sácanos de aquí.
—Sí que lo he arreglado, pero… no lo llevo conmigo. Está escondido en mi habitación.
—Te dije que debías llevarlo siempre contigo.
—Lo sé, pero no podía dejar que los Djin viesen que lo tenía. Vamos a tener que ir a mi habitación para poder utilizar el instrumento. Si nos apresuramos y llegamos hasta allí antes de que se enciendan las luces, creo que estaremos a salvo.
—Ya estoy vestida y preparada, solo tienes que guiarme.
—Muy bien, sígueme.
Rápidamente, salieron del dormitorio de Alda y emprendieron el regreso hasta el dormitorio de Kevin. Como continuaban estando a oscuras, la chica iba sujetándole la ropa con la mano mientras él iba delante, palpando las paredes.
En poco tiempo llegaron hasta el pasillo donde se encontraba la habitación de Kevin. Sin embargo, vieron con sorpresa que había más luz de la que esperaban en aquel lugar. Había una zona iluminada en la lejanía, justo en el sitio a donde ellos se dirigían.
Kevin intentó recordar si era posible que se hubiese dejado la luz encendida y la puerta abierta, con las prisas, al salir del dormitorio. Pero no creía haber sido tan descuidado, además que, después de haber estado tanto tiempo fuera de allí, las luces tendrían que haberse apagado por sí mismas.
Procurando no hacer ruido, se fueron acercando hasta la puerta de la habitación, la cual estaba entornada, quedando solo una pequeña grieta por donde se escapaba no solo luz, sino también el sonido de dos voces hablando entre sí. Una de las voces pertenecía al miembro del consejo que había estado buscándole por la mañana, la otra voz era la de Efreet.
—No te imaginas cuál ha sido mi sorpresa cuando he escuchado tu nombre, y además viniendo de semejante fuente. Lo que desde luego no esperaba era encontrarte en tan lamentable estado —decía el miembro del consejo.
—Es mentira, no sé qué te han contado, pero no es cierto —respondió Efreet, intentando negar las acusaciones—. Por favor, Agní, juro que no he hecho nada.
—¿Qué no has hecho nada? Esa sí que es buena —dijo el otro Djin entre risas—. Dices que no has hecho nada, después de mancillar a mi familia, profanar a los muertos y revelarte contra nosotros.
—Fue un error, un accidente.
—Y te dimos una oportunidad de redimirte, una oportunidad que desaprovechaste, huyendo de la ciudad a nuestras espaldas.
—¡Asesinaste a mi hijo!
—Fue un acto misericordioso. Era impuro.
—Maldito bastardo. ¡Acabaré contigo! ¿Me escuchas? Te juro que te mataré.
—Ja, ja, ja —se rió Agní—. Tus amenazas suenan algo vacías desde esa pequeña prisión en la que te encuentras, ¿no crees?
—Pero saldré de aquí y entonces…
—¡Basta! —ordenó el miembro del consejo—. Esta conversación ya me aburre. Teníamos un castigo preparado para cuando diésemos contigo, pero creo que el destino que has corrido ha sido mucho más duro que lo que cualquiera de nosotros pudiese haber ideado. Tu castigo será permanecer para siempre en ese contenedor, debajo de mi trono, en la sala del consejo, para que nunca olvides tus crímenes.
—No puedes hacer eso. Va en contra de las normas.
—Te olvidas de que las normas las hago yo. Y ahora, hablemos de cosas más interesantes. Cuéntame, qué es esta flauta y para qué sirve.
—No sé nada.
—No te creo, ibas a ayudarles a escapar a cambio de tu libertad. Sabemos que les indicaste cómo anular los efectos del veneno. Dime cuál es el secreto de este instrumento o haré que nuestro mejor científico idee algún modo de drenar tu sangre mientras permaneces encerrado en ese recipiente, bueno —se corrigió—, el segundo mejor científico.
Alda y Kevin consideraron que ya habían escuchado suficiente. La situación era peor de lo que podían haber imaginado. La flauta estaba en posesión de los Djin y, por si fuera poco, habían capturado a Efreet, quien sin duda les daría toda la información que quisiesen a cambio de alterar su condena. A pesar de todo, Kevin lo lamentaba por el genio, quien al parecer tenía sus propios motivos para estar en contra del gobierno de los Djin. Sin embargo, no podían hacer nada por ayudarle en aquel momento. Lo primero era cuidar por su propia seguridad, la cual peligraba tremendamente mientras continuasen allí parados junto a la puerta. Tenían que salir de allí cuanto antes. El problema es que se encontraban en territorio enemigo y no había ningún lugar seguro para ellos. En poco tiempo se encenderían las luces y entonces se encontrarían rodeados de Djin. Estaban atrapados entre la espada y la pared.
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