7
—Esta mañana me vas a acompañar a cazar —le dijo Alda a Kevin poco después de que se hubiesen despertado.
—¿Estás segura de que quieres que vaya contigo?¿No te molestaré?
—Para nada. La caza va a ser otra parte de mi vida, así que he supuesto que te gustaría verlo. Además, de este modo tendrás la oportunidad de poder ver el bosque durante la mañana.
—De acuerdo, iré contigo entonces.
—Perfecto. Lo primero será que te cubras tú también con pieles, para pasar desapercibido entre los animales.
La chica se fue hasta su cuarto y al poco regresó cargada con varias pieles de animales. Después dejó a Kevina solas para que pudiese vestirse adecuadamente, y cuando estuvieron preparados, se fueron hacia la puerta.
—Espera —dijo Kevin antes de salir, al ocurrírsele una idea—. Podría coger la mochila. Nos podría ser útil para cargar algunas piedras para tu honda, y además podríamos llevar algo de agua por si nos entra sed. Seguro que estar dando vueltas por el bosque en busca de animales es una tarea agotadora, y poder refrescarnos la garganta de vez en cuando nos vendría bien.
—No es mala idea —admitió ella—. Aunque acuérdate de sacar a ya sabes quien de dentro y dejarlo aquí, no queremos que nos ahuyente las presas.
—Claro, no pensaba llevarlo con nosotros.
—Oh, ya veo —dijo Efreet, al darse cuenta de que hablaban de él—. Me vais a abandonar aquí otra vez, dejándome solo durante todo el día. Muy bien, pero quizás quieras sacar de la mochila los frasquitos que te di.
—¿Por qué razón habría de hacer eso? —le preguntó Kevin al genio, aun siendo consciente de que estaba entrando en su juego—. No te veía como el tipo de persona que pudiera tener esa clase de pataletas infantiles. Como no te llevo a ti, tampoco puedo llevar nada tuyo, ¿es eso?
—Haz lo que quieras entonces, estúpido humano. —insultó el Djin, sintiéndose ofendido—. Solo estaba intentando hacerte un favor.
—Espero que te des cuenta de la cantidad de cosas que están mal en lo que acabas de decir, empezando por el hecho de que ambos sabemos que tú nunca me harías un favor.
—Kevin —le llamó Alda, quien todavía esperaba junto a la puerta—. Tenemos que irnos. No podemos perder el tiempo discutiendo con él.
—Perdóname, tienes razón —pidió disculpas a su amiga.
Decidió ignorar las palabras de Efreet, independientemente de lo que este dijese, y seguir con el plan que tenían para el día. Se colgó la mochila al hombro, después de haber sacado la botella del genio, y se dio media vuelta, encarando la puerta para marcharse.
—De acuerdo —le dijo el Djin, al darse cuenta de que Kevin se iba—. Sí que tengo una razón para ayudarte. Estando aquí, me he dado cuenta de que puede que tenga que pasar mucho tiempo encerrado en este recipiente, dependiendo de ti. Solo quiero demostrar que puedo ser de utilidad, para que no tengas que dejarme siempre escondido en algún rincón, donde me muera del aburrimiento.
Antes de marcharse, Kevin se quedó parado un momento, pensando en las palabras del Djin. No podía confiar en aquella criatura, por muchísimas razones, pero tenía que admitir que, dentro de la naturaleza egoísta de Efreet, lo que había dicho tenía cierto sentido. De modo que, si había algo de verdad en su petición, quizás debería escuchar sus razones, solo por si ignorarlo le ponía en algún tipo de peligro que pudiese haber sido evitado.
—Si tienes algo que decir, habla rápido —dijo—. Tenemos que irnos ya.
—Sí, es sobre los frascos que contienen el líquido de las tiendas de arena —aclaró el genio—. No debéis dejar que la vieja los vea.
—¿Te refieres a Velenna? ¿Por qué razón debería ocultárselos?
—Digamos que podría traerle malos recuerdos —dijo Efreet con voz maliciosa—. Especialmente teniendo en cuenta que la creación de esa sustancia fue únicamente posible gracias a los experimentos en los que se utilizó su sangre.
—¡Por dios! —exclamó Kevin—. Parece que no hay nada que respetes… No tienes ética ninguna.
—Es cierto, admito que cometí muchos errores en nombre de la ciencia. Pero no hay nada que pueda hacer ahora para cambiarlo.
—Eso no justifica tus acciones. Ya decía yo que esa forma de manipular la naturaleza que usan las Sídhe era muy parecida al modo en que aparecían las tiendas de arena. Muy bien, siendo ese el caso, tienes razón. Lo más prudente será que deje los frascos aquí escondidos.
Entonces sacó de la mochila los frasquitos que les había dado el Djin en el desierto y los metió bajo la cama, junto a la botella de Efreet. Luego se dirigió hacia Alda, para ponerse en marcha de una vez por todas.
—¿No vas a darme las gracias? —preguntó Efreet.
Pero Kevin no dijo nada, en lugar de eso miró a Alda y le hizo un gesto con la cabeza, dándole a entender que le dejaba el asunto a ella. Después salió de la casa, dejando detrás a la chica, quien le dio al genio la respuesta que estaba buscando, antes de salir ella también al exterior.
—Una sola buena acción egoísta no es suficiente para enmendar todo el daño que has infringido a tantas razas —sentenció la Fane, haciéndole entender al Djin que ninguno de ellos tenía nada que agradecerle.
Cuando abandonaron el poblado, después de cruzar el puente pero antes de adentrarse en el bosque, tuvieron una breve conversación respecto a lo que había ocurrido con el Djin. La chica le preguntó a Kevin si había reconsiderado la opción de deshacerse de Efreet, a lo que él le respondió que estaba de acuerdo. Le dijo a la Fane que en cuanto encontrase un modo seguro de desprenderse de la botella, definitivamente lo haría.
Tras esto, ella le indicó varias reglas que tendría que seguir durante la cacería. Le pidió que procurase no hacer ningún ruido ni pronunciar palabra alguna mientras estuviesen moviéndose entre los árboles. Se comunicarían con gestos, y dado que Kevin no era capaz de trepar a los árboles con habilidad, permanecería en el suelo, agazapado unos metros por detrás de Alda, quien avanzaría desde lo alto. Su objetivo aquella mañana era regresar a la aldea habiendo capturado como mínimo dos piezas, las mejores que fueran capaces de encontrar.
Kevin fue siguiendo a su compañera, con mucho cuidado de no interponerse en su camino o hacer algo que pudiese espantarle la caza. Al moverse de aquel modo por el bosque era más fácil encontrar todo tipo de animales. No solo vio monos como el que había visto al poco de llegar a aquel mundo, también había unas bestias peludas parecidas a jabalís, y criaturas mucho más grandes, similares a los osos.
Las armas de Alda no eran precisamente poderosas, con lo que Kevin dudaba que hubiesen podido enfrentarse a uno de esos animales peligrosos. Sin embargo, la chica parecía empeñada en buscar una presa grande. Suponía que las Sídhe tenían una ventaja que su amiga no tenia, y es que gracias a su control sobre la naturaleza podrían usar raíces u otros elementos parecidos para retener a los animales más difíciles de abatir, para después rematarlos con flechas. En cuanto a ellos, no se imaginaba cómo iban a poder coger nada más grande que un mono a base de pedradas.
Kevin no tardó en darse cuenta de que había subestimado la destreza de Alda. La chica no solo era ágil y veloz, pudiéndose desplazar con gran rapidez sobre las ramas de los árboles, además era increíblemente creativa. Su compañera no poseía las habilidades de una Sídhe, pero compensaba esa carencia preparando complicadas trampas.
La primera víctima de la honda de Alda fue un mono, pero no era la presa que ella quería conseguir. La razón por la que abatió a ese animal fue para usarlo de cebo con algo mayor. La Fane iba tras unos de aquellos grandes bípedos, con la altura de un oso erguido, colmillos que salían retorciéndose de su boca y pelaje de color verduzco.
Habían cubierto un desnivel del terreno para usarlo como foso y que el animal que se pusiese encima cayese dentro. Para que la trampa fuese eficaz, Alda colocó, colgado de una rama, el cadáver del mono que había matado antes, justo en la parte superior del agujero. Lo que ella pretendía era atraer al “oso” hasta allí, que la bestia acabase en el interior del agujero, y después rematarla dándole un buen golpe en la cabeza. A Kevin el plan le parecía una locura, pero su amiga parecía saber lo que estaba haciendo, de modo que no protestó, solo siguió las instrucciones que ella le daba, tal y como le había prometido antes de iniciar la cacería.
Localizaron al animal que buscaban no muy lejos de la trampa, lo que en teoría les facilitaría el trabajo. El oso se estaba rascando la espalda contra la corteza de un árbol. Estaba tan distraído que no reparó en su presencia mientras se iban acercando, agazapados.
Kevin se dio cuenta de que, si algo iba mal, quien estaba en mayor peligro era él mismo, ya que Alda permanecía siempre en lo alto, fuera del alcance de aquella criatura. Este pensamiento le hizo ponerse nervioso. Tenía confianza en su compañera, pero aun así la visión de aquel monstruoso animal, tan cerca, con aquellos colmillos… Sin pensar en lo que estaba haciendo, retrocedió un paso hacia atrás.
Antes de darse cuenta de lo que había pasado, ya era tarde, había cometido un error descomunal. No había mirado donde ponía el pie y había chafado un montón de hojas secas, las cuales, al poner el pie encima, crujieron sonoramente.
El oso levantó la cabeza y se quedó mirando en su dirección. Los ojos de Kevin se encontraron con los del animal, ambos habían notado la presencia del otro y esperaban a ver quién daba el primer paso.
Kevin no esperó para ver si la bestia decidía ignorarlo. El miedo se apoderó de su cuerpo y salió corriendo en dirección contraria, sin pensar ni siquiera si estaba yendo en dirección a la trampa o si Alda seguía por encima de él.
Corrió rápidamente, con desesperación. No importaba que hubiese estado cara a cara con peligros mayores, lo único que le importaba en aquel instante era el miedo que sentía. Vio un árbol que tenía una de las ramas más baja que las demás, estaba prácticamente a su altura, y pensó que si se subía ahí podría ascender un poco más, por encima de las otras ramas, hasta llegar a un lugar en el que estuviese a salvo. Trepó rápidamente, con relativa facilidad, y continuó subiendo hasta encontrarse a unos cinco metros de altura, lo suficiente como para que ningún animal pudiese llegar hasta él.
Se tumbó sobre la rama, agarrándose a esta fuertemente para no caerse, y se quedó muy quieto. Tenía la vista clavada en el suelo, esperando que el oso apareciese por allí en cualquier momento.
El tiempo pasó y su pulso fue recobrando su ritmo normal. Se tranquilizó, dándose cuenta de que, después de todo, el animal no le había seguido. Se sintió como un estúpido. Había actuado como el mayor de los cobardes, cuando ni siquiera había estado en autentico peligro, y lo peor de todo es que había dejado a Alda sola, estropeando el plan de la chica para capturar a la bestia.
Empezó a descender con cuidado de no caerse, sorprendiéndose de que bajar era más difícil de lo que le había resultado subir. Estaba a dos ramas del punto más bajo cuando, de repente, perdió el equilibrio. Se resbaló y estuvo a punto de caerse del árbol. Afortunadamente, sus reflejos le salvaron en el último segundo. Quedó colgando de una rama, agarrado únicamente por las manos. Miró hacia abajo y vio que la caída no era muy grande, pero si se soltaba, sí que había suficiente altura como para hacerse daño. Empezó a balancearse hacia delante y hacia atrás, cogiendo impulso, hasta que sus pies alcanzaron la siguiente rama que estaba un poco más baja. De aquel modo, con otro punto de apoyo, pudo pasar por debajo del lugar al que estaba sujeto, dar la vuelta, y volver a colocarse en una posición estable y segura.
El resto de la bajada fue mucho más sencilla, llegó al suelo sin mayores complicaciones y sin haberse hecho un solo arañazo.
Estaba a punto de marcharse para ir al encuentro de Alda cuando vio un objeto brillando en el suelo, pegado al árbol del que acababa de bajar. Se acercó y comprobó que se trataba de la luna salvaje. Al parecer, cuando había perdido el equilibrio, el colgante se había desprendido de su cuello y había ido a parar allí. Había sido una suerte que se hubiese dado cuenta a tiempo, antes de irse. De no haber sido así, hubiese sido imposible volver a dar con aquel preciso lugar para recuperar el objeto. No quería ni pensar en lo terrible que podría haber sido perder la posesión más preciada de las Sídhe. Algo así hubiese sido una afrenta terrible contra toda aquella especie, especialmente cuando había prometido guardar y proteger la perla.
Se agachó y recogió el colgante del suelo, encontrándose, al hacerlo, que estaba algo pegajoso. Se fijó en el punto del suelo donde lo había recogido y vio que había un pequeño charquito de color ocre. La luna salvaje había ido a caer justo sobre la orina de algún animal del bosque. Secó el colgante contra su ropa, con un poco de asco, y se lo volvió a poner en el cuello. Pensó que podría haber sido mucho peor, pero al fin y al cabo solo se había manchado un poco, por lo menos no lo había perdido.
Miró hacia los árboles que tenía alrededor y le pareció identificar, por las marcas del suelo, el sitio por el que había llegado hasta allí. Se encaminó en esa dirección, para reunirse de nuevo con Alda. Mientras andaba, intentaba pensar en la mejor forma de excusarse frente a la Fane. Decidió que lo mejor que podía hacer era decirle la verdad, que se había asustado y había perdido el control.
Conforme iba siguiendo el rastro que él mismo había dejado al correr, se iba dando cuenta de lo mucho que se había alejado. De una cosa podía estar seguro, el instinto de supervivencia que le hacía salir disparado en las situaciones de peligro, eso era algo con lo que siempre podía contar. A decir verdad, aunque en esa ocasión solo hubiese hecho el ridículo, de no haber sido por hacer eso mismo en la ciudad Djin, en aquel momento estaría muerto o sería un esclavo, con lo que tampoco tenía por qué avergonzarse tanto de su reacción. Era algo incontrolable. Al igual que Alda provocaba visiones a la gente cuando se asustaba, él salía corriendo. No era la mejor de las habilidades, pero era útil.
Mientras tenía esos pensamientos para intentar justificar sus actos y convencerse a sí mismo de que no había hecho nada malo, llegó al sitio desde donde había empezado a correr. El oso ya no se encontraba allí, en su lugar estaba Alda, plantada de pie entre los árboles, esperándole. Se acercó hasta ella, decidido a pedir perdón antes de que la chica tuviese la oportunidad de expresar su enfado con él. Pero no fue lo bastante rápido, la Fane habló antes.
—Lo siento mucho —se disculpó Alda—. No debí haber dejado que te acercases tanto hasta el animal. Menos mal que estás bien.
Kevin se quedó algo sorprendido por las palabras de la chica. Estaba esperando que ella le regañase por haber salido corriendo o por haber asustado al oso, pero en lugar de eso, actuaba como si quien hubiese cometido un error hubiese sido ella.
—No te disculpes —le dijo Kevin—. Ha sido culpa mía, he sido descuidado y te he estropeado el plan.
—No estés tan seguro de eso.
—¿Qué quieres decir?
—Cuando la bestia te vio, comenzó a perseguirte. Bajé a suelo para intentar ayudar, porque vi que el animal era más rápido que tu.
—Entonces sí que me persiguió… —pensó en voz alta, dándose cuenta de que el peligro había sido real y no había huido tontamente como había creído.
—Estuvo a punto de darte alcance. Vi como levantaba su zarpa para dejarla caer sobre tu espalda. Entonces me asusté muchísimo y en ese momento la bestia se detuvo, confusa. Creo que le provoqué una alucinación y eso le hizo desorientarse y olvidar lo que estaba haciendo, permitiendo así que tú pudieses escapar.
—Vaya. ¿Y qué pasó con el oso?
—¿Oso?
—El animal, quiero decir.
—Ven —le pidió la Fane—. Compruébalo por ti mismo.
Alda guió a Kevin por entre los árboles hasta un lugar donde se escuchaban rugidos lastimeros. Habían vuelto al sitio donde habían preparado la trampa. Kevin se inclinó hacia delante y comprobó que el oso había caído en el interior y se removía, incapaz de salir.
Según le dijo la chica, cuando la bestia se hubo recuperado de la alucinación, se había fijado en ella. Alda había subido a los árboles, para que no la atrapase, sin embargo, la criatura no había desistido, sino que la había perseguido desde el suelo. Dadas las circunstancias, ella había aprovechado la insistencia del oso para atraerlo hasta la trampa, donde este había caído irremediablemente. Después de aquello, había regresado al mismo punto del bosque donde se había separado de Kevin, esperando que él pudiese encontrar el camino de vuelta hasta allí.
Solo quedaba rematar al animal, algo que Alda se apresuró en hacer con la ayuda de la honda. Fue un golpe fuerte y preciso en el cráneo, suficiente como para hacer que dejase de gruñir para siempre.
Kevin vio que la chica estaba visiblemente orgullosa con el resultado de su cacería. Tenía las dos presas que quería, el mono y el oso, y una de ellas era de gran tamaño, más grande que cualquiera de las que habían visto la noche anterior, expuestas durante la celebración nocturna de las Sídhe.
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