lunes, 6 de abril de 2020

VII. LA REVELACIÓN (1)



VII. LA REVELACIÓN



1


Desde el primer momento en que había entrado en contacto con los residentes de aquel lugar, Kevin había experimentado cierto recelo hacia ellos. Tal vez se debiese a sus malas experiencias con la última civilización ajena a su propio mundo con la que había tratado. Pero su instinto le decía que había algo más. Estaba convencido de que aquellos seres estaban ocultando algo importante. Además, intuía que no eran los únicos que se estaban guardando información, tenía la certeza de que también había algo que Alda no le estaba contando, y pensaba que a ello se debía el comportamiento extraño de la chica desde que se habían reencontrado.

Esos eran los pensamientos de Kevin en aquel momento, mientras permanecía en silencio, junto a Alda, sentados en una barca que flotaba sobre las aguas del lago. No sabía cómo sacar el tema sin que su compañera se pusiese a la defensiva, pero tarde o temprano iban a tener que hablar de ello. 

Había llegado a ese mundo para asegurarse de que todo fuese bien y, sin embargo, hasta el momento no lo tenía nada claro. De hecho, empezaba a estar convencido de que su amiga se encontraba en algún tipo de apuro del que no le hablaba, quizás para no involucrarle. 

Estaba enfadado con la chica por no sincerarse con él. Eso había provocado que unas pocas horas antes casi acabase abandonando ese mundo sin aclarar las cosas entre ellos. Si no hubiese sido por el mono que le había robado la luna salvaje, lo más probable es que se hubiese marchado sin más, una decisión de la que quizás hubiese tenido que arrepentirse más tarde. 

Cuando había visto al animal desaparecer por la ventana de la habitación de Alda, había salido inmediatamente es su busca para recuperar el colgante. A pesar de estar molesto con las Sídhe y su secretismo, eso no hubiese justificado perder la posesión más valiosa del pueblo. No hubiese estado bien dejar que el mono se escapase sin intentar al menos detenerlo. 

Había salido de la casa apresuradamente y había seguido al bicho gracias a los sonidos que este emitía, chillando al mismo tiempo que corría en dirección al puente, para regresar al bosque. Era la segunda vez que tenía que ir tras uno de esos animales, los cuales parecían tener afición por agenciarse cosas que no les pertenecían. Aunque intuía que en esta ocasión el robo se debía a que el colgante había quedado impregnado de alguna sustancia que había atraído al mono hasta el poblado. Lo cual, en realidad era culpa suya, ya que recordaba haber tenido que limpiar la luna salvaje en su ropa, después de que se le cayese en aquel charquito amarillento del bosque. 

La última vez había que había perseguido a uno de esos bichos, había fracasado en el intento por recuperar su mochila, y la hubiese perdido de no ser porque Alda había aparecido en el último momento. Esta vez estaba él solo, y lo prefería. No quería que la chica tuviese que ayudarle de nuevo, no después de lo que había pasado aquella noche. Pensó que la ayuda de la Fane hubiese sido algo muy incomodo para él en aquel momento. 

No obstante, no tuvo mucha suerte en cuanto a sus deseos de no encontrarse con Alda. Al llegar a la altura del puente, se dio cuenta de que la chica había estado siguiéndole desde que él había salido de la casa. Al parecer, ella le había visto alejarse a toda prisa y había ido tras él. 

Debido a su lentitud para cruzar hasta el otro lado del precipicio, la Fane terminó de alcanzarle y le preguntó el motivo de aquella carrera. Él le explicó lo que había pasado, sin utilizar más palabras de las necesarias, y solo porque no se le ocurría ninguna excusa que decirle. A diferencia de su compañera, él no era capaz de ocultarle las cosas con tanta facilidad. 

Al saber que el colgante había sido robado, Alda le instó a regresar al poblado, le dijo que no era tan importante como para ir al bosque a buscarlo en mitad de la noche. La chica le dijo que podían explicarle la situación a Velenna y que la anciana lo entendería y mandarían una partida de Sídhe para recuperar el objeto. Pero Kevin no hizo caso de las palabras de Alda, no quería deberle nada a aquellas criaturas. Además, era su responsabilidad guardar ese objeto, se había comprometido a ello. 

La Fane acabó cediendo a los deseos de él, de salir tras el mono. Pero no le dejó ir solo, sino que la única opción que le dio fue acompañarle y ayudarle en todo lo que pudiese. Si hubiese tenido tiempo de discutir con ella, lo hubiese hecho. No quería su ayuda, pero no podía hacer nada para evitar que ella se uniese a la persecución. 

Afortunadamente, pudieron seguir el ritmo del animal a lo largo de todo el bosque. Esto se debió a la facilidad que tenía Alda para trepar a los árboles, de manera que, tanto si la bestia estaba en tierra, como en las ramas, siempre había alguien por detrás. De aquel modo, finalmente pudieron darle alcance. 

El mono se detuvo al llegar a la orilla de un gran lago. Ya no le quedaban árboles a los que encaramarse y se le notaba claramente estresado al haber quedado acorralado. Kevin vio que el bicho se movía de un lado a otro, sin saber dónde meterse. Al comprobar que el ladrón no tenía escapatoria posible, los dos fueron acercándose hasta él, cada uno por un lado, para que no les esquivase en el último momento. Pero, por supuesto, las cosas no iban a ser tan sencillas. Cuando casi habían alcanzado al mono, quedando solo un par de metros de distancia separándoles de él, fueron víctimas de otro golpe de mala suerte de la forma más inesperada. 

El agua del lago comenzó a agitarse. Entonces, junto a la orilla, emergió la cabeza de uno de los monstruos que Kevin ya había visto con anterioridad. Se trataba de un caballo de agua. 

Recordando las advertencias de Kelpie sobre el resto de miembros de su especie, Kevin se puso en alerta, esperando un ataque de aquel descomunal ser. Sin embargo, el monstruo ni siquiera reparó en él, la criatura estaba más interesada en la presa que tenía más cerca. El caballo de agua lanzó su alargada cabeza hacia delante y apresó con las mandíbulas al mono al que habían estado persiguiendo. Todo ocurrió tan rápido que el pequeño animal peludo no tuvo tiempo de reaccionar y evitar el mordisco. 

Tanto Alda como él no tuvieron más remedio que permanecer parados, contemplando la grotesca imagen, mientras el caballo de agua masticaba y engullía al mono. 

Para cuando quisieron darse cuenta, el peligro había pasado y la bestia acuática había vuelto a desaparecer en el lago, alejándose en la distancia. Desgraciadamente para ellos, el banquete del monstruo había consistido en algo más que un suculento animalillo peludo, también se había tragado la luna salvaje, ya que el mono no había soltado el colgante en ningún momento, ni siquiera mientras movía sus patas desesperadamente, luchando por su vida. 

En aquel momento, Alda volvió a rogar que diesen marcha atrás y que volviesen al poblado. 

Pero Kevin no estaba dispuesto a desistir en su empeño. No estaba seguro de cuál era la autentica razón por la que estaba actuando con semejante testarudez. Sabía que ninguno de ellos tenía ninguna posibilidad de salir victoriosos enfrentándose a uno de esos caballos de agua. Sin embargo, se negaba a dejar pasar el asunto. Estaba dispuesto a arriesgar su propia vida, si era necesario, con tal de recuperar el colgante. 

Cerca de la orilla encontraron un embarcadero, y en este había una barca que, pese a tener aspecto de que no había sido utilizada en mucho tiempo, todavía parecía ser apta para navegar. No era gran cosa, como máximo hubiesen cabido tres personas sentadas, pero Kevin pensó que sería suficiente para adentrarse en las aguas del lago, en busca de la criatura que se había tragado la luna salvaje. 

—No tienes por qué venir —le dijo a Alda—. Esto ha sido culpa mía y por lo tanto es mi responsabilidad hacer cuanto esté en mi poder para arreglarlo. 

—Quizás sea así —le respondió ella—. Pero en ese caso, dado que yo soy la razón de que tú estés aquí, es mi responsabilidad la de protegerte. 

No discutieron el asunto por más tiempo, ya que ambos sabían que ninguno de ellos iba a ceder. Kevin se introdujo en la barca y Alda subió detrás de él. Después, cada uno cogió un remo y pusieron rumbo en la misma dirección en que se había alejado el caballo de agua. 

Pasaron horas flotando en aquella barca, sin encontrar rastro alguno del monstruo, y durante todo ese tiempo no intercambiaron una sola palabra. 

Kevin sabía que tendrían que hablar de lo que había ocurrido aquella noche en presencia de la anciana Sídhe. Pensándolo bien, le pareció que el hecho de que los dos estuviesen allí, en medio de la nada, sin poder ir a ninguna parte, podía jugar a su favor. Se dio cuenta de que probablemente aquel era el mejor momento para que la chica se sincerase con él. La tenía acorralada, y si la presionaba lo suficiente, ella tendría que dejar de ocultarle lo que fuese que se había estado guardando durante todo ese tiempo. 

—¿Me vas a decir lo que pasa? —le preguntó a Alda—. Sé que hay algo que no me estás contando. 

—No lo entenderías. Si te lo dijese, te pondrías, injustamente, en contra de las Sídhe. 

—¿Pero no puedes ver que de esta manera solo consigues preocuparme? Puedes decirme lo que sea, te prometo que haré mi mejor esfuerzo por entenderlo antes de sacar ninguna conclusión. 

—Muy bien —accedió finalmente ella—. Pero vas a tener que prometerme que antes de decir nada dejarás que termine de hablar, sin interrumpirme. 

—Por descontado, te lo prometo. 

—Independientemente de lo que escuches, ¿me prestarás atención y tratarás de comprender mis motivos? 

—Te he dicho que lo haría. Dime qué es lo que pasa, me estás haciendo temer lo peor. 

—De acuerdo. No es nada grave en realidad. Lo que ocurre es que desde que nos hemos conocido he visto que te resultaba bastante duro aceptar las diferencias en los modos de vida de los seres que no eran humanos. Especialmente en lo referente a ciertos asuntos. 

Alda le explicó Kevin que el motivo de que ella no le hubiese dicho nada hasta el momento era que temía su reacción. No había contado con que él visitase aquel mundo después de que se separaron en la ciudad Djin, y no había estado preparada para hablarle de todo lo que le había ocurrido desde entonces. Por ese motivo, las respuestas de ella no habían sido del todo sinceras. 

La raza de las Sídhe estaba próxima a la extinción, lo había estado desde hacía mucho tiempo, pero la situación empezaba a ser desesperada. Debido a las mutaciones que había sufrido aquella especie con el paso de los años, habían perdido la capacidad de tener descendencia. En la actualidad ya no quedaban hembras Sídhe en el poblado, con excepción de las tres ancianas que vivían en el árbol central. Esa era una situación que se extendía por todo el mundo, apenas había mujeres que todavía fuesen fértiles, y las pocas que había, en otros rincones del planeta, no podrían elevar el número de habitantes de forma significativa. Resultaba que todos los bebés que nacían entre las parejas Sídhe eran varones, sin excepción. 

Eso confirmaba las primeras impresiones que había tenido Kevin al entrar en el poblado la primera vez. Había estado preguntándose dónde estaban todas las mujeres, cuando resultaba que en realidad no había ninguna. Sin embargo, lo que le estaba diciendo su amiga le presentaba muchos interrogantes. Le había dado a entender que en algún momento habían nacido mujeres, él mismo había estado hablando con una de ellas en varias ocasiones. Todavía faltaba una pieza importante de información. Además, había otra cosa que le inquietaba, y es que no veía cómo aquella historia sobre la descendencia de las Sídhe podía tener algo que ver con el motivos por el que ella le había estado ocultando cosas. 

—Solo hay un modo por el cual un macho Sídhe puede llegar a tener una niña —dijo Alda. 

En ese momento Kevin terminó de encajar todas las piezas del puzzle y entendió lo que estaba pasando, así como la reticencia de la Fane a hablarle del tema. De repente todo tenía sentido. La razón por la que ya no se utilizaba el edificio donde tenían lugar los nacimientos era porque no había habido ningún nacimiento. 

Recordó la obra de teatro. En la representación, dos de los actores disfrazados de mujer tenían la piel pintada de otro color, la razón de ello era porque estaban aparentando ser de una raza distinta. Las Sídhe solo podían tener descendencia femenina cuando la madre no era de su misma especie, y por lo tanto no tenía el gen defectuoso que ellas acarreaban. Era un problema que habían arrastrado desde los tiempos en que dejaron de tener dos órganos sexuales distintos. Al principio, no fue un gran problema, porque todavía podían moverse entre los mundos y encontrar a madres dispuestas a vivir con ellos y tener a sus hijas, en una unión en la que, aparentemente, solo quedaban rasgos de Sídhe en el bebé. Pero cuando los portales se cerraron y solo quedaron unos pocos ocultos, impidiendo así que se pudiesen trasladar en busca de mujeres, tuvieron que depender exclusivamente de las hembras que todavía estaban con ellos. Con el paso del tiempo, pese a su gran longevidad, la población fue envejeciendo. Primero solo nacieron hombres, después dejó de haber nacimientos. 

Todo ello conducía a Kevin a una única conclusión: La razón por la que las Sídhe habían bienvenido a Alda de buen gusto era porque, como su amiga le había dicho en alguna otra ocasión, sus dos especies habían tenido buenas relaciones en el pasado. Los habitantes del poblado esperaban que la Fane fuese la nueva madre de sus hijas. 

—No tienes por qué hacerlo, ¿sabes? —le dijo Kevin a su amiga, dándole a entender que ya había inferido lo que estaba intentando decirle—. Nadie puede obligarte a hacer algo así si tú no quieres. 

—Me habías prometido que me dejarías terminar y que no me interrumpirías. 

—Lo sé, pero… —iba a replicar algo, pero vio la expresión en el rostro de la chica y decidió ser fiel a su palabra, permitiendo que ella continuase. 

—Accedí a ello —declaró Alda—. Nadie me ha obligado. No solo eso, sino que además yo misma me ofrecí voluntaria cuando me enteré del problema de la Sídhe. 

—¿Pero, por qué? 

—Me pareció lo mínimo que podía hacer. Era justo que yo les diese algo a cambio, ya que me estaban ofreciendo un hogar y un nuevo mundo en el que vivir. 

A Kevin todo aquello no le gustaba nada. Quizás Alda había estado en lo cierto al ocultarle esa información. Por más que intentaba entenderlo, no era capaz. Estaba claro que las Sídhe necesitaban a alguien para evitar que su raza dejase de existir, pero pensaba que estaban imponiendo esa responsabilidad en Alda. Además, sabía por experiencia que el código moral de su amiga le hacía que se ofreciese a devolver los favores, sin importar que para ello tuviese que utilizar su propio cuerpo. Cuando la había salvado en el círculo de árboles, ella se había ofrecido a acostarse con él para agradecérselo. En esta ocasión estaba dispuesta a mucho más que eso, se había ofrecido para procrear con aquellos seres. 

Sintió que debía hacer algo para disuadir a su amiga de tomar una decisión con la que tuviese que cargar el resto de su vida. No podía creer que ella realmente desease seguir adelante con eso. 

—Aunque lo hicieses, aunque dieses a luz a sus hijas —le dijo—, ¿te das cuenta de que solo estarías retrasando lo inevitable? Solo eres una persona. Tu vida también acabará algún día y entonces las Sídhe volverán a tener el mismo problema. Acabarán extinguiéndose, independientemente de que tú les ayudes ahora o no. 

—No te he contado esto para que me des tu opinión o para que intentes hacerme cambiar de idea —le explicó ella—. La decisión ya está tomada, lo estaba desde antes de que vinieses. Les he dado mi palabra y debo cumplirla. 

Ella le miraba con seriedad, dándole a entender que nada de lo que le dijese le iba a hacer cambiar de opinión. Kevin se sintió mal, no quería aceptarlo. Pero sabía que la decisión no era suya, sino de su amiga, y si aquello era lo que de verdad quería la chica, quién era él para decirle que no lo hiciese. Después de todo, aquel era el nuevo hogar de la Fane y él era solo un visitante que estaba de paso. Lo único que podía hacer era apoyar a Alda mientras todavía estuviese allí, aunque no estuviese de acuerdo con su decisión. 

—¿Ya estás…? —no sabía cómo preguntárselo, ya que en realidad no quería conocer la respuesta—. ¿Has empezado a ayudarles ya? 

—No, no lo he hecho —negó Alda—. No puedo quedar embarazada hasta que alcance la madurez. Por esa razón, las ancianas me han estado manteniendo alejada de los machos del poblado durante las celebraciones. No quieren que nadie intente mantener relaciones conmigo hasta que me sea posible concebir. 

—Muy… “amable” de su parte —dijo Kevin cínicamente, sin poder evitarlo—. Los hombres Sídhe no pueden refrenarse de forzarte a que te acuestes con ellos, a menos que se lo exijan sus mayores. 

—No es eso. Lo que ocurre es que hay algo en la dieta de los animales del bosque que afecta a las Sídhe cuando ingieren su carne. Por esa razón, al poco rato de haber comido, la gente del pueblo tiende a actuar de forma impulsiva. 

—Eso explica por qué Velenna se enfadó contigo cuando tardamos en subir la otra noche. Era porque no quería que estuvieses en la plaza cuando empezase a hacerles efecto la carne —dijo Kevin, recordando la escena que había visto desde el balcón de la habitación de las ancianas. Aquella noche, después de la comida, las Sídhe habían comenzado a comportarse de una forma casi animal, “rozándose” unas con otras, sin inhibiciones. 

Cuanto más escuchaba, más le costaba a Kevin aceptar todo aquello. Solo pensar en su amiga siendo el juguete sexual de esos seres, para que después pudiesen cocinar en el horno de ella a más mujeres con las que jugar, hacía que se le revolviesen las tripas. Estaba claro que su mente estaba retorciendo todo un poco, haciendo que sonase más grotesco de lo que en realidad era, pero aunque fuese así, la idea le repugnaba profundamente. En su opinión, si Alda seguía adelante con ello, la iban a tratar como a poco más que un objeto. 

Conocía desde hacía poco tiempo a la persona que estaba sentada a su lado, solo unas semanas, pero habían sido unos días muy intensos, durante los que habían compartido mucho. Habían tenido que aprender a confiar el uno en el otro. Habían tenido que aprender a entenderse sin pronunciar palabra alguna en los momentos en los que estaban rodeados por el peligro. Es por ese motivo que, al mirar a los ojos de la chica, podía ver que había duda en ellos. Alda no estaba tan convencida de su decisión como intentaba aparentar. Si hubiese sido de otro modo, Kevin hubiese dejado de insistir, pero su instinto le decía que no podía dejar que las cosas quedasen así. 

No sabía qué decir. Quería encontrar las palabras adecuadas, aquellas que pudiesen hacer reflexionar a su amiga, sin que ella pensase que se estaba entrometiendo en algo que no le concernía. Entonces recordó las palabras que había usado el hombre que le había hablado por teléfono al poco de llegar a Escocia. Aquella persona le había hecho darse cuenta de qué era lo que de verdad quería hacer y le había ayudado a encontrar su camino. Quizás aquellas mismas palabras pudiesen servirle a Alda del mismo modo que le habían servido a él. 

—Déjame decirte solo una cosas más —comenzó Kevin—. No es un intento de que cambies de idea. Solo quiero asegurarme de que estás segura de lo que vas a hacer. En mi mundo, antes de venir a buscarte, otra persona me hizo esta pregunta, haciendo que me diese cuenta de cuál era mi verdadera voluntad. Solo quiero que recuerdes el momento en que llegaste aquí, cuando tuviste que tomar la decisión de ayudar a las Sídhe. Mira en tu corazón y pregúntate a ti misma en qué estabas pesando cuando lo hiciste ¿Cuál fue el verdadero motivo para que eligieses ese camino? Después de analizar tu interior, tanto si descubres que estás haciendo lo que realmente deseas, como si te das cuenta de que estás actuando por las razones equivocadas y quieres dar marcha atrás, te apoyaré en tu decisión. 

Ella no le dijo nada inmediatamente, en lugar de eso bajó su mirada hacia el suelo de la barca. Kevin pensó que la había molestado al decirle aquello y la chica había decidido ignorarle. Pero unos segundos después, Alda, todavía sin ser capaz de mirarle directamente, hizo un amago por contestar a su pregunta. 

—Kevin, yo no… 

Sin embargo, aquellas palabras se quedaron inacabadas, en el aire, porque en ese instante todo comenzó a moverse bajo ellos. Algo golpeó la barca violentamente desde el agua. Se trataba del caballo de agua, lo habían encontrado, o más bien él los había encontrado a ellos.

SIGUIENTE

1 comentario:

  1. Y... Primera parte del último capítulo. La historia se acerca a su final.

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