martes, 22 de mayo de 2018

I. UN CLARO EN EL BOSQUE (2)


I. UN CLARO EN EL BOSQUE



2


Kevin se despertó súbitamente, empapado en sudor. La cama estaba mojada bajo su cuerpo. A lo largo de la noche había arrojado al suelo tanto la manta como la almohada. Ahora, sobre el colchón solo quedaban él y una sabana hecha una pelota a sus pies. 

Era otoño, casi invierno, los días estaban siendo especialmente fríos y, sin embargo, la habitación parecía una caldera al rojo vivo. El calor provenía de su propio cuerpo, mientras dormía había hecho subir la temperatura del entorno febrilmente. 

Se encontraba incómodo y pegajoso. Bebió un trago de agua de la botella que conservaba junto a la cama por las noches y después la volvió a dejar en su sitio, ahora vacía después de haberse saciado. Alargó la mano y palpó a tientas hasta tropezarse con el despertador. Pulsó el botón de iluminación del aparato y miró la hora. Eran las 4:31 de la madrugada, todavía quedaban unas horas para que amaneciese, pero, tal como estaba en ese momento, sabía que no sería capaz de volver a conciliar el sueño. 

Se levantó y se dirigió hacia el cuarto de baño. Necesitaba darse una buena ducha si quería poder dormirse de nuevo. 

Abrió la llave del agua y dejó que esta corriese mientras él se quitaba el sudado pijama. Para cuando se introdujo en el interior del receptáculo, el agua ya había cogido algo de temperatura. En principio había pensado que, dada la estación del año en que se encontraba, qué menos que calentar un poco el agua antes de que esta entrase en contacto con su piel. Pero, a pesar de que el líquido estaba solo levemente templado, su cuerpo le pedía menos grados. Volteó por completo la llave del agua hasta la posición de frío y solo entonces empezó a sentir que su cuerpo volvía a su estado natural, refrescándose con el incesante chorro a presión. 

Cuando salió de la ducha se sentía mucho mejor. Regresó a su dormitorio, se puso un pijama limpio y cambió las sabanas del la cama. Ahora eran las 5:12. Todavía podría dormir un rato, al fin y al cabo no tenía que levantarse temprano. 

Se tumbó y se tapó con varias mantas al sentir, ahora sí, el frío acorde con la época cuasi invernal a la que pertenecía ese inicio del mes de Noviembre. Solo esperaba no soñar de nuevo. 

No volvió a despertarse hasta las diez de la mañana. No había tenido problemas para volver a conciliar el sueño y había dormido el resto de la noche de un tirón y sin soñar nada. Aun así, se notaba cansado, pero no tenía más remedio que levantarse a causa de la insoportable urgencia que le provoca a una persona beberse una botella de litro y medio de agua a media noche. Se fue directamente hasta el cuarto de baño antes de hacer nada más. 

Una vez hubo vaciado la vejiga, regresó a la habitación, descorrió las cortinas de la ventana y se preparó para afrontar el nuevo día. Hoy tendría que patear de nuevo las calles, del mismo modo en que llevaba haciéndolo cada día durante las dos semanas anteriores. 

La búsqueda de trabajo estaba resultando mucho más ardua de lo que en un principio había pensado que sería. No había tantos lugares donde poder dejar su currículum, y en los pocos donde lo dejaba nunca le llamaban para entrevistarlo. Pero tenía que esforzarse al máximo. Si no encontraba trabajo no podría permitirse el alquiler de un piso y, por lo tanto, no sería capaz de dejar de comportarse como un parásito para su tío, quien le había estado acogiendo en su casa durante más de tres meses. 

Abrió el armario y seleccionó de entre su vestuario las prendas que mejor se adaptaban a la situación. Necesitaba ir cómodo si iba a estar caminando de un lado a otro durante horas, pero también tenía que tener un aspecto lo suficientemente pulcro y formal como para causar buena impresión a cualquiera que estuviese dispuesto a coger su currículum. Pensaba que las posibilidades de que le llamasen serían mayores si lograba que su potencial empleador tuviese un buen recuerdo de su imagen. 

Cuando consideró que su aspecto era el adecuado, se acercó al escritorio de madera situado en un rincón de su dormitorio y recogió la carpeta negra que reposaba sobre la superficie. Dicha carpeta estaba rellena de documentos con la descripción de su experiencia profesional, todos ellos protegidos por fundas de plástico, para poder ser entregados en mano cuando fuese necesario. A pesar del tiempo que había estado buscando el trabajo, solo en dos locales habían aceptado coger su currículum, por consiguiente todavía le quedaban ocho copias impresas más, listas para distribuir. 

Esta vez tendría que ir más lejos. Ya se había recorrido todo el pueblo, de modo que debería extender su radio de búsqueda hasta las localidades colindantes. No disponía de vehículo a motor, y de haberlo hecho no hubiese podio permitirse el gasto de la gasolina, de modo que, para poder ir de un lado a otro, tendría que usar la maltrecha bicicleta que había sido su fiel compañera durante más de diez años. Ahora el aparato le quedaba algo pequeño, teniendo que flexionar demasiado sus largas piernas al pedalear. Pero no tenía dinero como para comprarse una bici nueva, la suya tendría que aguantar todavía algún tiempo más, años quizás, si las cosas continuaban tan mal como hasta el momento. 

Antes de salir de casa, Kevin se quedó un momento mirando su reflejo en el espejo del recibidor. Si no encontraba trabajo estaba claro que no era debido a su aspecto. Era alto, en torno al metro noventa. Estaba en buena forma, gracias al frecuente uso de la bicicleta que le había fortalecido, especialmente sus extremidades inferiores. Tenía el pelo oscuro, casi negro, corto pero sin estar rapado y siempre iba bien peinado, con algo de fijador para que el viento al pedalear no lo estropease. Sus ojos, verdes oscuros, transmitían seguridad y confianza, un detalle que, sin duda, quien lo contratase sabría valorar. Su piel morena, del tiempo que pasaba bajo el sol, indicaba que no era una persona ociosa, sino alguien que se movía de un lado a otro, incansablemente, para lograr sus objetivos. Sabía todo esto de sí mismo al mirarse, solo esperaba que los demás también fuesen capaces de darse cuenta de su potencial. 

Salió a la calle y se encontró con una mañana triste y gris. El cielo estaba completamente cubierto de nubes, la densidad era tal que no dejaban pasar ni un solo atisbo de luz solar. Todo apuntaba a que acabaría lloviendo, pero mientras el tiempo aguantase tendría que continuar con su misión. 

Antes de pensárselo dos veces y acabar por volver a la comodidad de su hogar, empezó a pedalear frenéticamente, para alejarse cuanto antes de allí y no caer en la tentación. 

Tardó dos horas en alcanzar el pueblo más cercano. Las calles estaban desiertas, pese a ser un día laborable como cualquier otro. Kevin supuso que el frío y la posibilidad de lluvia habían disuadido a aquellos que realizan su actividad profesional al aire libre, mientras que el resto de la gente no tenía ninguna razón particular para abandonar sus establecimientos o domicilios. Pensó que al menos así, con las calles vacías, tendría más libertad de movimiento y no tendría que ir esquivando a gente con la bicicleta. 

Pasó frente al letrero de un pequeño negocio situado en la primera planta de un edifico de tres alturas. Era una empresa dedicada a la distribución de productos de papelería. Pensó que era un sitio tan bueno como cualquier otro para probar suerte. 

La única experiencia laboral de Kevin hasta la fecha había sido en puestos de tipo administrativo (más cerca de chico de los cafés que de administrativo), y la verdad es que no creía estar capacitado para nada más con su nivel, más bien básico, de estudios. Por supuesto, podría haberse dedicado al sector hostelería, pero ya lo había intentado en alguna ocasión y había descubierto que era un absoluto negado para ese tipo de labores, por más esfuerzo e interés que pusiese en la tarea. 

Pulsó el botón del interfono de la calle y a los pocos segundos escuchó una voz saliendo del altavoz. 

“Papsitu Distribuciones. ¿En qué puedo ayudarle?”, preguntó una voz masculina. 

—Sí, verá, venía de dejar un currículum… —empezó a decir Kevin sin demasiada seguridad. 

Estaba tan acostumbrado a que ni siquiera le abriesen que sus palabras no salían con toda la confianza que hubiese deseado. 

Ya estaba dispuesto a darse la vuelta y buscar otro sitio, cuando le sobresaltó el sonido del zumbido de la puerta, permitiéndole así la entrada. Inmediatamente empujó la puerta y accedió al interior de la finca. Como la empresa estaba en la primera planta, no se molestó en utilizar el ascensor, subió por las escaleras. 

La puerta estaba abierta y en el interior se encontraba un hombre de unos cincuenta años vestido con un traje chaqueta algo arrugado por el uso, y aparentemente estaba esperando a Kevin. 

—Buenos días —le saludó el hombre, tendiéndole la mano—. Así que estás buscando trabajo. Me puedes comentar cuál es tu experiencia previa. 

Todo estaba ocurriendo de forma tan repentina que Kevin se sentía algo confuso. Le pareció extraña la forma en que había sido recibido por aquel hombre, iniciando una entrevista así por las buenas, frente a la entrada y sin hacerle pasar al despacho o sin invitarle a tomar asiento. 

—Sí, claro —se apresuró a decir, mientras sacaba unos de los documentos que llevaba en la carpeta y se lo entregaba al empresario—. He trabajado en dos empresas como auxiliar administrativo, están todos los datos en el currículum. No estuve mucho tiempo en la última, ya que tuve que dejar el trabajo debido a un cambio de domicilio. Sin embargo, si habla con ellos, estoy seguro de que le darán buenas referencias. 

—La verdad, chico, es que llegas en el momento apropiado. Estaba a punto de poner un anuncio buscando a alguien. Dime una cosa, emmm… —miró hacia la hoja que le había entregado en busca de su nombre—. Kevin, ¿te importaría hacer también labor comercial? 

—Nunca lo he hecho, pero siempre estoy dispuesto a hacer cosas nuevas y aprendo con facilidad. 

—Estupendo. ¿Tienes vehículo propio? 

—No exactamente… Normalmente me muevo a todas partes andando o en bicicleta. 

—Entiendo… —la expresión del rostro del hombre cambió, pasando a hacerse más seria—. Entonces, lamento decirte que no podemos utilizarte. El puesto comercial requiere que la persona se desplace frecuentemente grandes distancias para contactar con los posibles clientes. Y actualmente no me puedo permitir alguien que sea simplemente administrativo… De todas formas, me quedaré tu currículum y, si en un futuro la cosa cambia y necesito más gente, puede que te llame. 

—De acuerdo. Muchas gracias por su tiempo —le dijo Kevin, intentando no mostrar su decepción, mientras volvía a estrecharle la mano despidiéndose. 

Cabizbajo, descendió por las escaleras de vuelta a la calle. Esa había sido la vez que más cerca había estado de conseguir un trabajo, y al final el hecho de no tener coche le había hecho perder un puesto. 

El resto de la jornada no fue mejor. En los sitios donde le abrían la puerta cogían sus datos con frialdad y sin muestra alguna de interés. En la mayoría de lugares ni siquiera tenía la oportunidad de presentarse. 

A medio día se detuvo en un local a comer un bocadillo, para recuperar fuerzas y enfrentarse a la tarde. Al acabar de comer, antes de continuar, se le ocurrió llamar a una antigua amiga, para saludarla y de paso olvidarse un rato de la búsqueda de empleo. Intentó llamarla un par de veces pero ella no contestó al teléfono. Al final Kevin desistió, llegando a la conclusión de que estaría ocupada. 

Lo cierto es que echaba en falta a sus amigos. En los últimos años todos se habían ido marchando de la ciudad donde habían crecido juntos, hasta que él fue el último que quedó, y después la relación se había ido enfriando. Cada vez hablaba menos con ellos y se preguntaba si al elegir su nuevo destino, después de abandonar la casa de sus padres, no debería haber ido a la ciudad de alguno de sus antiguos amigos. Quizás así lo hubiese tenido más fácil. 

Después de comer, y tras abandonar el bar, continuó durante un rato con la búsqueda de negocios que quisiesen contratar a alguien como él. Pero el tiempo fue empeorando gradualmente hasta que, siendo ya bien entrada la tarde, empezó a llover. Pensó que lo mejor que podía hacer sería dejarlo estar por ese día y regresar a casa mientras todavía quedase algo de visibilidad. De modo que decidió emprender el camino de vuelta. 

Le costaba mantener la bicicleta recta. El suelo mojado le hacía perder la estabilidad del vehículo con frecuencia y, para no caerse, tenía que pedalear despacio y a un ritmo muy bajo. Si continuaba así, no llegaría a casa hasta bien entrada la noche. No es que hubiese nadie esperándole, su tío estaba en un viaje de negocios y todavía estaría un par de meses fuera, pero aun así no le parecía prudente ir por la calle solo, teniendo que atravesar algunos cruces peligrosos y sin luz. Si tenía un accidente no tendría a nadie a quien llamar. Así pues, decidió que sería mejor acelerar el paso un poco, para evitar tener que circular por la noche. 

Apenas hubo apretado la marcha cuando la rueda delantera se resbaló y le hizo girar el manillar de golpe. Kevin perdió el control de la bicicleta y se cayó al suelo con brusquedad. 

Se hizo daño en la pierna, pero nada grave. Sin mucha dificultad, se puso en pie de nuevo, recogió la bicicleta de en medio de la calle y se apartó a un lateral para comprobar los daños. 

Afortunadamente el vehículo estaba bien, ni siquiera se había salido la cadena. Al menos tenía suerte en algo, ya que si la bicicleta se hubiese estropeado, hubiese sido el fin de su único medio de transporte y las posibilidades de encontrar un empleo se hubiesen reducido drásticamente. Por desgracia su ropa había acabado bastante maltrecha. Estaba empapado, lleno de barro, y el camal izquierdo de los pantalones se había rasgado de lado a lado. Esos eran sus mejores pantalones, de hecho eran los únicos que tenía de aspecto más formal. Todo lo que le quedaba era consolarse al pensar que podría haber sido peor. 

El golpe haba sido bastante fuerte y la pierna le dolía al moverla. No se había roto nada, pero sabía que al día siguiente tendría un buen hematoma. También le escocía el pecho. No creía haberse dado contra nada en ese lugar, pero aun así le molestaba un poco. Miró hacia abajo, buscando alguna rotura en la camisa, pero no encontró nada. Se abrió los primeros botones de la camisa para revisar el lugar que le escocía en el pecho y descubrió un montón de arañazos en la superficie de la piel. Sin embargo, las marcas no parecían recientes, ya había comenzado a formarse una costra sobre ellas. Por más que lo intentó, no consiguió recordar haberse dado ningún otro golpe antes de lo de la bici, así que no sabía cómo podía haberse hecho aquello. Pensó que no tenía sentido seguir perdiendo el tiempo pensando en aquello y volvió a abotonarse la camisa, dispuesto a reanudar la marcha, esta vez con más cautela. 

Se montó en la bicicleta, puso un pie en el pedal y entonces se detuvo. Antes de ponerse en movimiento, algo llamó su atención. 

Al otro lado de la calle había una pequeña tienda de antigüedades. No se había fijado hasta ese momento, pero había algo extraño en aquel lugar. Se bajó de la bicicleta y, sosteniéndola por el manillar, avanzó andando hasta la tienda. Había un montón de baratijas expuestas en el escaparate, cosas inútiles y demasiado caras que nunca hubiesen despertado el interés de Kevin. Pero no todos los productos eran igualmente anodinos. Justo en el centro de la exposición había un objeto alargado tallado en piedra, una flauta.

SIGUIENTE

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