jueves, 24 de mayo de 2018

I. UN CLARO EN EL BOSQUE (3)


I. UN CLARO EN EL BOSQUE



3

De repente, Kevin recordó el sueño de la noche anterior. Había estado teniendo el mismo sueño desde que se había mudado a la casa de su tío. No ocurría todas las noches, pero, cuando lo hacía, el sueño siempre era el mismo: Se encontraba en un bosque enorme y muy antiguo, andando sin rumbo pero fascinado con todo cuanto veía. No obstante, aquella última noche el sueño había sido distinto. En esta ocasión, había llegado a un claro siguiendo el sonido producido por un instrumento musical, y en el claro se había encontrado con que la música procedía de una flauta. 

La flauta de su sueño era idéntica a la que se exponía en el escaparate que Kevin tenía frente a sus ojos. 

El instrumento y las heridas de su pecho eran dos cosas que no deberían estar ahí, pertenecían al mundo de los sueños, de donde se supone que nada debería salir. Sin embargo, el dolor sobre su piel era tan real como la visión de la flauta tras el cristal. Se preguntó cómo era posible que hubiese soñado con algo que no había visto hasta ese mismo instante en la realidad. Nunca había pasado por ese pueblo hasta ese día, de forma que no pudo haber memorizado aquel objeto de forma subconsciente ni nada parecido. Todo aquello le resultaba muy extraño, pero también se sentía profundamente intrigado. Quería sostener la flauta entre sus manos y asegurarse de que era real, no una alucinación producida por un golpe que se hubiese dado en la cabeza al caer de la bicicleta. 

Entró en la tienda y avanzó hasta el fondo, hasta un mostrador tras el cual se encontraba un hombre mayor limpiando una pequeña estatuilla. El anciano estaba distraído y parecía realmente atareado. Kevin no quería distraerle, pero la única forma que tenía de salir de dudas era preguntando. 

—Disculpe —dijo Kevin, intentando llamar la atención del hombre. 

El viejo continuó con su trabajo durante unos segundos, como si no le hubiese oído, después dejó la estatuilla sobre el mostrador y levantó la mirada hasta encontrarse con sus ojos. 

—¿Qué es lo que quieres? ¿No ves que estoy ocupado? —preguntó el anciano, con tono malhumorado. 

—Es sobre la flauta del escaparate. 

—¿Qué flauta? 

—La que tiene allí fuera expuesta —aclaró Kevin, señalando el escaparate con el dedo—. ¿Me podría decir desde cuando la tiene? 

—Déjame en paz chaval, no sé de qué me estás hablando. Vete a tomarle el pelo a otra persona. 

—¿No me puede decir al menos el precio? 

El hombre soltó una especie de gruñido, después salió del mostrador y se dirigió hacia la parte delantera de la tienda, en dirección al escaparate. 

—No sé qué es lo que crees haber visto, pero te puedo asegurar que aquí no hay ninguna flauta. Nunca he tenido ninguna flauta y no tengo ninguna intención de empezar a venderlas ahora —se inclinó sobre el escaparate y continuó con el sermón—. ¿Ves como no hay nada que…? ¿Pero qué demonios…? 

El anciano alargó la mano y alcanzó el objeto central de entre los que estaban expuestos. Se quedó mirando por unos instantes el instrumento, examinándolo por todos lados, con extrañeza. Entonces se lo dio a Kevin con brusquedad, poniéndoselo a la fuerza sobre sus manos. 

—Casi me tenías engañado por un momento. Ya veo, has visto que podías gastarle una broma pesada al vejete de la tienda de trastos ¿eh? Pues te ha salido mal. Sé reconocer mi mercancía, está todo perfectamente catalogado. Y esa cosa —dijo, señalando el instrumento—. Eso no me pertenece. 

—Pero yo… 

—Lárgate antes de que llame a la policía, no quiero volver a verte por aquí trasteando con mi mercancía. Y llévate esa maldita flauta de juguete contigo si no quieres que te la rompa en la cabeza. 

Kevin no dijo nada más. No se atrevió a contradecir a aquel hombre, que se había agitado en extremo, hasta tal punto que parecía que estuviese al borde del infarto. Simplemente cogió la flauta y salió de allí. 

Aquello había sido definitivamente lo más raro que le había ocurrido en toda su vida. Pero no tenía sentido darle demasiadas vueltas en aquel instante, el tiempo seguía pasando y él no se encontraba más cerca de casa. Dejó la flauta en la cesta de la bicicleta, junto a la carpeta con sus datos, se sentó sobre el sillín y se puso a pedalear, tratando de no correr demasiado, en dirección a su casa. Aunque había dejado de llover, el suelo continuaba estando mojado y Kevin no quería arriesgarse a sufrir otra caída. 

Tardó un buen rato, pero finalmente consiguió llegar. Completamente agotado, subió hasta el piso, fue hasta su habitación, dejó las cosas tiradas sobre el escritorio y se dejó caer sobre la cama. No pensaba ni quitarse la ropa, eso hubiese requerido demasiado esfuerzo. Simplemente se dormiría así mismo, tal cual estaba. 

Antes de darse cuenta, los parpados se le habían cerrado y había comenzado a sumirse en un estado de completa relajación. 

“La dejaste.” 

Una voz despertó a Kevin súbitamente. Había sonado tan clara como si hubiese tenido a alguien hablándole al oído. Pero allí no había nadie. Él era la única persona que había en la casa y la voz no había sido más que un vívido sueño, quizás producido por el profundo agotamiento que le había causado el poco fructífero día de búsqueda de trabajo. Lo peor de todo era que, a pesar de todo el esfuerzo, no había conseguido encontrar nada y al día siguiente tendría que volver a repetir la búsqueda, esta vez en algún otro pueblo cercano. La sola idea de tener que darse otro palizón igual al de aquel día le hacía sentirse tres o cuatro veces más cansado. Pensó que tal vez debiese cogerse el día libre, descansar y dejar que se le pasase el dolor de la pierna. La verdad es que había sido un día de lo más completo: la apresurada entrevista a primera hora, los rechazos, la caída, la flauta… 

Se acordó del instrumento. Cuando llegó a casa había estado tan cansado que ni siquiera se había parado a pensar en ello. Kevin había dejado la flauta en un rincón, junto al resto de sus cosas, sin haberla examinado al menos. 

Se levantó y se dirigió al escritorio del dormitorio. Por un momento pensó que la flauta ya no estaría allí, que habría desaparecido del mismo modo misterioso en que llegó. Pero sí que estaba ahí. Se encontraba exactamente en el mismo lugar en que él la había dejado un rato antes. Un perfecto instrumentó tallado en piedra, de color mate y cubierto de indescifrables filigranas. 

Kevin no entendía mucho de música, pero supuso que, a simple vista y dejando a un lado la decoración, no parecía muy distinta al tipo de flautas que había usado en el colegio en la clase de música, solo que aquellas eran de plástico. 

Hacía mucho tiempo desde que había tocado ningún instrumento y no recordaba nada de nada: ni las notas, ni la disposición del pentagrama, ni la posición en que se tenían que poner los dedos. Pero, aún así, cogió la flauta y se la llevó a los labios, en un intento de producir alguna melodía. 

En cuanto Kevin sopló por el extremo del tubo se hizo patente su inexperiencia. La mayor parte de los sonidos que salieron del instrumento fueron unos pitidos insoportables, fruto de la mala colocación de los dedos. Eso no le hizo rendirse. Tras un rato, y después de numerosos intentos fallidos, consiguió que sonase algo similar a la melodía de “Cumpleaños feliz”. Sin embargo, lograr reproducir esa música no le reportó ninguna satisfacción. No creyó que sonase de forma distinta a la que lo hubiese hecho en cualquier otra flauta y se sintió decepcionado. La música que había tocado había sonado mecánica, sin alma, no como la magistral melodía que había escuchado en sueños. 

Intentó recordar el sonido de las notas de la música de su sueño. Era tan hermosa que no creía que alguien como él fuese capaz de reproducirla. Pero entonces ocurrió algo. Sus dedos comenzaron a moverse solos sobre los agujeros de la flauta, como si estuviesen hechizados. 

Se quedó asombrado con el misterioso fenómeno. Kevin no era el tipo de persona que creyese en lo paranormal y, a pesar de todo, no podía más que admitir que ahí estaba ocurriendo algo con cierto cariz mágico. Puede que solo fuese un movimiento reflejo, algún espasmo en las manos y que aquello no tuviese nada del misticismo que le estaba otorgando. Solo tenía una forma de averiguarlo. Acercó la boca a la flauta y comenzó a soplar. 

En ese momento las notas cobraron vida y se transformaron en una canción. La música era tan hermosa como la que había escuchado en el bosque, pero no era la misma. La melodía que tocaba Kevin tenía un tono más trágico, un trasfondo que hacía que se le encogiese el corazón con nostalgia y añoranza de un lugar que jamás visitaría puesto que ya no existía. Los sentimientos que tenía no eran suyos, de algún modo parecían provenir del propio instrumento, que no solo guiaba sus manos, sino que además parecía introducirse en lo más profundo de su mente. 

Entonces, mientras tocaba, comenzó a sentirse mareado. Una luz que parecía no provenir de ningún sitio y de de todas partes a la vez comenzó a rodearle, hasta que quedó completamente sumergido en el resplandor. La experiencia le hizo sentir un vértigo repentino que, en última instancia, le hizo perder el equilibrio y caer al suelo. 

Se desmayó.

SIGUIENTE

1 comentario:

  1. Tercera actualización de mi novela web. A partir de este momento, como comenté anteriormente, pasaré a actualizar solo los lunes.

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