III. LA CIUDAD SUBTERRÁNEA
3
Kevin se despertó, incorporándose bruscamente en la cama.
No había nadie más en la habitación con él. Continuaba vivo y sin quemaduras. Seguía vestido con la ropa de la fiesta, ahora completamente mojada por el sudor. Todo había sido una pesadilla, nadie había acudido a su habitación por la noche y no había sido violado por ningún grupo de Djin seductoras.
Maldijo su suerte, la primera noche que pasaba en una cama aceptable y tenía un sueño tan perturbador como aquel. Sin embargo, tenía que admitir que, hasta el momento en que la cosas se había descontrolado en su pesadilla, la situación no había sido del todo desagradable.
Después de la experiencia, se sentía inquieto. Si hubiese estado en su casa hubiese ido a darse una ducha, se hubiese cambiado y hubiese vuelto a la cama. Pero en este sitio…
Recordó la habitación de la bañera donde había estado horas antes. No era exactamente lo mismo, pero podría servirle. Estaba seguro de que sería capaz de encontrar aquella sala sin muchos problemas. Aunque ahora no tuviese escolta, si su memoria no le fallaba, solo habían caminado hasta el final del pasillo y habían entrado por la última puerta. No parecía demasiado complicado, con lo que posiblemente pudiese llegar hasta el lugar por su cuenta.
Salió de la habitación y miró hacia ambos lados. El pasillo estaba desierto, al menos hasta donde él podía ver, ya que en esos momentos las luces estaban apagadas y estaba completamente a oscuras.
Cerró la puerta tras él y comenzó a avanzar hacia la izquierda del corredor, palpando las paredes mientras caminaba, todavía con cierta sensación de adormecimiento. Caminó varios metros y, durante el recorrido, contó que había pasado por siete puertas. Si sus cálculos eran correctos, la siguiente puerta sería la que conducía a los baños.
Puso la mano en el pomo y empujó hacia adentro para abrir la puerta, pero está no cedió, estaba cerrada. Pensó que probablemente se había equivocado de puerta, de modo que continuó hasta la próxima. Volvió a repetir el gesto y la nueva puerta sí que se abrió con facilidad.
El interior de la sala estaba tan oscuro como el pasillo por el que había venido. No sabía todavía de qué modo funcionaba la iluminación en aquella ciudad pero supuso que también debía haber interruptores o algo parecido. Palpó las paredes alrededor de la puerta, con la esperanza de encontrar algún tipo de botón que hiciese que se encendiese la luz, pero por más que buscó no encontró nada. Dio unos pasos hacia delante, por si el mecanismo estaba situado más lejos, y entonces se iluminó la pared del fondo de la sala, la que estaba más pegada a la bañera.
Al parecer, el sistema de la sala funcionaba detectando el movimiento, pero era solo un tipo de luz nocturna que se limitaba a una sola área, no se encendía completamente, como la primera vez que había estado allí.
Comprobó la temperatura del líquido que parecía agua pero no lo era. No estaba frío, como él hubiese querido, estaba más bien templado. Sin embargo, no estaba en posición de poder exigir nada, tampoco es que hubiese nadie cerca como para haber podido hacer alguna petición, así que tendría que conformarse con lo que tenía.
Se aseguró de que la puerta estuviese bien cerrada, se quitó la ropa y se introdujo en la bañera.
Al poco, comenzó a sentirse realmente relajado. Fuese lo que fuese aquella sustancia, sus propiedades eran mucho más que curativas, también parecían ser tranquilizantes. Decidió cerrar los ojos por un segundo.
De repente, algo se movió dentro del agua. Kevin abrió los ojos de nuevo y vio cómo se formaban unos círculos concéntricos en el agua por delante de él. Entonces, del lugar donde se había originado el movimiento, comenzó a emerger la cabeza de una mujer que tenía el rostro cubierto por el cabello, el cual le caía por encima de la cara ocultando su aspecto. Tras la cabeza, apareció un cuello y, a continuación, el resto de un cuerpo hasta la cintura, mostrando su prominente busto con los pezones erectos.
El agua comenzó a hervir y se formaron burbujas en la superficie. La mujer echó la cabeza hacia atrás de golpe, haciendo que la melena se retirase de su cara e, inmediatamente, inclinó la cabeza de nuevo hacia delante, para mirarle a los ojos. Kevin reconoció aquel rostro como el de la mujer que le había atacado en sueños, pero no tuvo tiempo a reaccionar. Antes de poder hacer nada, ella se abalanzó sobre él soltando llamaradas de fuego.
Kevin abrió los ojos de golpe.
Se había quedado dormido en la bañera y había sido asaltado por una nueva pesadilla. Se sentía mareado y el baño no le había ayudado tanto como hubiese deseado. Salió del líquido, se vistió con la túnica limpia que había traído con él y abandonó la habitación.
Se sentía extremadamente cansado, tanto que le pesaba el cuerpo y le dolían los músculos, hasta el punto en que no estaba seguro de ser capaz de regresar hasta su dormitorio. Dio varios pasos y tuvo que apoyarse en la pared durante un momento para no caerse cuando le fallaron las rodillas. Nunca antes en su vida se había sentido tan agotado.
Iba a ponerse en marcha de nuevo, cuando algo llamó su atención. Había estado apoyado sobre la misma puerta que hacía un rato no había podido abrir, pero ahora había algo distinto. A través de la cerradura podía ver cómo salía un rayo de luz que iluminaba una pequeña porción del pasillo, creando unas extrañas siluetas al tocar la pared del lado contrario.
Trató de recordar si realmente esto era nuevo o si, quizás, la primera vez que había pasado por delante de la puerta, no había reparado en aquel detalle. Pero no podía estar seguro, no había mirado aquella cerradura antes. De cualquier modo, las sombras que se proyectaban le resultaron inquietantes. Parecía haber alguien al otro lado de la puerta, pero la sombra le indicaba que se encontraba sentado en una extraña posición. Solo viendo aquellas figuras formándose en la pared, Kevin no podía estar seguro de lo que estaba viendo, y su curiosidad era ya demasiado grande como para pasar por alto aquel misterio, así que decidió curiosear un poco más.
Se agachó y acercó el ojo a la cerradura para mirar qué era lo que había al otro lado de la puerta, y lo que vio le dejó horrorizado. Había un montón de asientos puestos en distintas hileras y sobre ellos estaban sentados unos Djin. Sin embargo, no estaban en esa posición por voluntad propia, estaban atados con correas y tenían un aspecto decrépito, enfermo. Estos Djin no tenían la vitalidad y fortaleza que poseían todos los que habían encontrado hasta ese momento. Las criaturas que había tras la puerta parecían estar sufriendo terriblemente y no tenían buen aspecto. Pero lo peor no era que los genios estuviesen atados sin poder moverse, era todavía más terrible, tenían unos tubos clavados en las extremidades, que les estaban extrayendo fluidos del cuerpo.
Fue entonces cuando Kevin entendió algo que se había estado preguntando desde que viajó en el ascensor. Ya sabía de dónde procedía la energía que iluminaba la ciudad de los Djin. La fuente de luz que recorría las paredes de las habitaciones era la sangre bombeada de los Djin menos afortunados, el fluido vital de las clases bajas, que era aprovechado para que los miembros del consejo y todos los que les rodeaban pudiesen seguir disfrutando del lujo y comodidad con que vivían.
Notó como el estomago se le revolvía al pensar que él mismo había estado consumiendo esa energía, que, de hecho, unos momentos antes, había encendido la luz del baño sin saber que para ello estaban siendo torturadas otras criaturas.
Quiso hacer algo, le hubiese gustado poder entrar en aquella sala y liberar a todos los Djin presos, pero era imposible. La puerta estaba cerrada y, aunque no lo hubiese estado, meterse en los asuntos de otras razas y culturas distintas no parecía algo muy sensato.
De repente, escuchó unos pasos al final del pasillo y decidió que había llegado el momento de regresar a su habitación. No quería que nadie le descubriese por allí, viendo algo que tal vez no querían que viese. En silencio, se puso a andar y regresó por el camino que había venido, hasta que llegó de vuelta a la puerta de su dormitorio, la abrió y se introdujo en el interior, cerrando la puerta tras él, con cuidado de no hacer ruido.
Ya en la intimidad de su habitación, Kevin reflexionó sobre lo que había visto. No era algo que pudiese pasar por alto, porque si los Djin eran capaces de tratar de forma tan monstruosa a los de su propia especie, qué no serían capaces de hacerles a él y a la Fane si así lo deseaban.
Entonces supo que no debía guardarse aquella información para sí mismo, tendría que compartir todo aquello con Alda. Aunque el trato entre ellos no fuese el mejor, lo que había visto podía ser un peligro que les afectaba a ambos. Era algo que estaba más allá de enfados y desconfianzas, era una amenaza real.
No fue capaz de dormir durante el resto de la noche. Incapaz de sacarse de la cabeza aquellas horrorosas imágenes, no dejó de dar vueltas en la cama, lo que, por otro lado, hizo que no volviese a tener más pesadillas.
La llegada del día no la marcó la luz solar, puesto que se hallaban bajo tierra. Kevin supuso que había amanecido cuando, de repente, se encendieron todas las luces a su alrededor. La visión de aquellos tubos iluminándose le provocó un repentino ataque de nauseas, al recordar de dónde procedía la energía lumínica. No solo en su mundo sufrían los pobres en pos de los ricos, sino que en este otro la situación estaba llevada a extremos, y aunque no estaba del todo seguro de que los seres humanos no hubiesen cometido atrocidades como aquella, quería pensar que él era mejor que todo eso y no podría vivir consigo mismo si, siendo consciente de la situación, continuaba como si no supiese nada. Tenía que hacer algo, tenía que actuar y no podía hacerlo solo.
Se vistió rápidamente y salió de la habitación para dirigirse al encuentro de Alda. Había llegado el momento de que ambos hablasen y discutiesen el plan de acción.
El cambio respecto a la noche era ampliamente visible. Los mismos pasillos oscuros y siniestros que había visto solo unas horas antes, ahora se encontraban llenos de vida, con gente caminando arriba y abajo, no con aspecto atareado sino como si fuesen en camino hacia su próxima diversión.
Kevin pudo ver que la puerta que a él le preocupaba continuaba cerrada, los Djin pasaban de largo sin pararse siquiera a mirar, sin remordimientos, como quien pasa por al lado del generador eléctrico, solo que en este caso la energía procedía de miembros de su propia especie, drenados para su disfrute personal. Se dio cuenta de que se había quedado mirando en la misma dirección durante demasiado tiempo, algo que podía resultar sospechoso para cualquiera que se diese cuenta de ello, de modo que, inmediatamente, bajó la mirada hacia el suelo y comenzó a caminar por el pasillo en la dirección en que pensaba que debían estar los aposentos de Alda.
No hubo dado ni tan siquiera diez pasos cuando alguien salió a su encuentro.
—Saludos. Espero que hayas pasado una buena noche —le dijo un Djin.
—Sí, he dormido bastante bien —mintió Kevin—. Pero ahora iba a…
Por alguna razón había olvidado lo que estaba haciendo en aquel momento. Sabía que tenía que hacer algo muy importante, que se había despertado pensando en ello, pero ya no recordaba de qué se trataba.
El Djin se dio cuenta de su desorientación y, en vista de que no continuaba lo que estaba diciendo, le colocó el brazo sobre el hombro y decidió por él.
—No te preocupes, ya lo recordarás. Pero ahora tengo muchísimas cosas que enseñarte. Me alegro en ser el primero que te hace de guía por nuestra gloriosa ciudad. Tan solo sígueme y verás un sinfín de maravillas.
Kevin no tenía nada que objetar ante semejante propuesta, de modo que aceptó el ofrecimiento del Djin y le acompañó en aquel tour por la ciudad. Tenía que admitir que estaba bastante intrigado por la cultura y costumbres de aquella extraña civilización.
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