VII. LA REVELACIÓN
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Avanzaron dando grandes y veloces zancadas, alejándose, hasta que, gracias a la densidad de la vegetación y la proximidad de los troncos de los árboles, perdieron de vista las aguas del lago. Solo entonces, Kevin permitió que su cuerpo descansase por fin. Se dejó caer en el suelo y reprimió las ganas de besar la tierra, solo para quedarse tumbado, mirando hacia la oscuridad del cielo, cubierto de frondosas ramas verdes, solo visibles gracias al brillo de los insectos que poblaban el bosque. Su amiga, que también debía estar bastante cansada, le imitó y se tumbó a su lado.
A pesar de que el peligro había pasado, Kevin no tenía intención de permanecer mucho rato así, estaba agotado y le estaba entrando sueño. Lo único que quería hacer en aquel instante era regresar hasta la casa de la aldea y tumbarse en la cama a dormir. Pensó que deberían ponerse en camino cuanto antes. Habían pasado toda la noche yendo de un lado a otro, primero persiguiendo al mono, después navegando en la barca y, más recientemente, atrapados en las aguas del lago. Así pues, no tardaría en amanecer.
—¡Kevin, levántate! —le gritó Alda, alarmada, mientras ella misma se ponía en pie de un salto.
Él hizo caso a la chica y se alzó inmediatamente. Iba a preguntarle qué era lo que pasaba, a qué se debía la conmoción, pero no tuvo necesidad de hacerlo. Pudo escuchar un sonido en la lejanía, algo se estaba moviendo a gran velocidad hacia ellos. Fuese lo que fuese, armaba un gran escándalo al avanzar, parecía que incluso iba chocándose con los árboles, de la desesperación con la que caminaba. Solo que no caminaba, el sonido era más parecido a un trote. Entonces, Kevin recordó que Kelpie le había dicho que tenía la habilidad de cambiar de forma, entre una acuática y una terrestre. Al instante, supo que la criatura que estaba yendo en su dirección era el caballo de agua, al que creían haber dado esquinazo en el lago. El monstruo estaba claramente furioso, y les había seguido el rastro por tierra.
—Deprisa, tenemos que salir de aquí —le dijo a la chica, antes de salir corriendo de nuevo.
Los dos comenzaron a huir de la criatura que les perseguía, intentando avanzar con rapidez, esquivando todos los obstáculos del camino. Pero el monstruo no se daba por vencido y les estaba dando alcance rápidamente. Kevin veía pasar los troncos de los árboles y los evitaba en el último instante, rozándose contra ellos. Giraba la cabeza para comprobar que Alda todavía siguiese allí y no hubiese tomado otro camino. Escuchaba el sonido de sus pisadas, de las pisadas de su compañera, y también de los pasos del caballo por detrás de ellos. Era una carrera frenética, sin tiempo para pensar ni para tomar aliento, no sabía hacia dónde estaba yendo, solo sabía que tenía que continuar e intentar dar esquinazo al monstruo.
De repente, se golpeó fuertemente en la frente, y debido a la velocidad que llevaba, se paró en seco, cayendo hacia atrás por el golpe y aterrizando de espaldas en el suelo. La responsable del accidente había sido una rama a baja altura, que Kevin no había logrado ver a tiempo.
Alda se detuvo también, al comprobar que él se había caído. La chica se inclinó y le dio la mano para ayudarle a levantarse. Gracias a ella, Kevin pudo ponerse en pie sin mucho esfuerzo, aunque sintiéndose extremadamente mareado. De algún modo, cada vez que se caía acababa golpeándose la cabeza, lo cual no podía ser bueno.
Salieron corriendo una vez más, pero en esta ocasión a Kevin le costaba mantener el ritmo. Además, el caballo ya casi les había alcanzado. Cada vez que se giraba (algo que intentaba no hacer demasiado para no volver a chocarse con nada), podía ver al animal que les perseguía. Hasta que, de pronto, escuchó un relincho por detrás, justo al mismo tiempo que dejaron de oírse las pisadas del caballo.
Kevin se dio la vuelta y vio, con alivio, que ya no tenían de qué preocuparse, estaban a salvo. El descomunal tamaño del animal había sido su perdición, debido a ello había acabado encajando entre un grupo de árboles. Ahora la criatura no era capaz de moverse en ninguna dirección, se removía y emitía sonidos furiosos, pero eso era todo lo que podía hacer. En vista de aquello, le pidió a Alda que dejase de correr y ambos se detuvieron. Por fin podían recuperar el aliento.
No parecía que el caballo de agua fuese a poder liberarse pronto de aquella trampa por sí solo. No obstante, decidieron que lo más sensato sería abandonar el lugar cuanto antes, por si acaso. La chica le indicó que estaban bastante cerca del puente que daba acceso al poblado, con lo que no tardarían en estar de regreso. Kevin estaba deseando llegar a la casa. En su opinión, ya había tenido demasiadas emociones en una sola noche.
Dio un vistazo al animal por una última vez, asombrado de que fuese la misma criatura del lago. Ahora el caballo ya no tenía aletas sino unas robustas patas, aptas para correr, su cuello era más corto, lo que mejoraba su equilibrio, y su cuerpo parecía algo más delgado. Vio que el animal estaba nervioso, y cuanto más se agitaba su cuerpo adquiría un tono más brillante, debido a que estaba sudando.
A pesar de que había intentado comérselos, ahora que aquella criatura había quedado atrapada e indefensa, Kevin no pudo evitar sentir algo de lastima. Después de todo, el animal había actuado únicamente por instinto, y sabía por experiencia que los caballos de agua podían llegar a ser más que unos monstruos agresivos. De cualquier forma, liberarlo estaba fuera de discusión, ya que de hacerlo, la bestia no dudaría en abalanzarse sobre ellos al instante. Pero confiaba en que, gracias a su fuerza, el caballo lograría salir de allí tarde o temprano y regresar hasta el lago por sí mismo.
Kevin se dio la vuelta, dispuesto a seguir a Alda hasta el poblado, pero antes de dar un solo paso, se le ocurrió una idea. Aquella era una gran oportunidad y sería una tontería desaprovecharla. Le pidió a su compañera que se esperase un momento, manteniendo las distancias, mientras él se acercaba hasta el caballo de agua.
Al llegar a la altura del animal, comprobó que lo que le había contado la anciana Sídhe era verdad. El sudor de aquel ser era una especie de polvo brillante, esta sustancia le recubría todo el cuerpo, acumulándose en grandes cantidades, debido a la situación en que se encontraba. Sin pensárselo dos veces, Kevin abrió la mochila y extrajo la botella de agua que había comprado en Escocia. Pensó en lo tremendamente útiles que habían resultado ser esos recipientes, en uno tenía atrapado a un genio, y este otro lo iba a rellenar con un material de gran valor. Vació el agua que todavía contenía la botella y después la puso sobre la piel del animal, mientras, ayudándose con la mano, arrastraba todo el polvo hasta la apertura. Llenó por completo el recipiente, después se lo guardó de nuevo y regresó junto a Alda.
La chica le preguntó el motivo de lo que había hecho y él le explicó que quizás pudiese usar aquella sustancia en un futuro para algo. Aunque en aquel momento no supiese para qué, sí que tenía claro que el material transparente que se conseguía calentando ese polvillo tenía muchas posibles aplicaciones.
Un rato después, estaban cruzando el puente y entrando en la aldea, al mismo tiempo que el horizonte comenzaba a iluminarse con el reflejo de los rayos del sol. Estaba a punto de amanecer.
Cuando alcanzaron el otro extremo del barranco, y antes de encontrar las primeras casas, una Sídhe pasó por delante de ellos y se les quedó mirando extrañada. Kevin supuso que aquella reacción se debía a que los habitantes de la aldea no estaban acostumbrados a ver a Alda a esas horas.
Se trataba de un hombre, como cabría esperar, y su mirada no se detuvo ni por un instante en Kevin, a pesar de la curiosidad que la gente había sentido por él la primera vez que entró en el poblado. Al parecer, su presencia allí ya no era una novedad y habían perdido el interés en él. Sin embargo, el caso no parecía ser el mismo con la Fane. De hecho, la Sídhe no apartaba los ojos de la chica. Una simple mirada no hubiese sido gran cosa, hubiese sido molesta, pero lo habrían evitado continuando su camino. El problema era que aquella persona se había colocado en mitad del camino, mientras continuaba fijándose en Alda, y no se apartaba para dejarles pasar.
—Disculpa —le dijo Kevin al hombre que les bloqueaba el paso—. ¿Podrías retirarte a un lado? Vamos en esa dirección.
Pero la Sídhe no parecía darse por aludida. Pese a que había intentado hablarle con amabilidad, el hombre había ignorado a Kevin por completo. Cuando aquella persona habló, no fue para responderle, sino que sus palabras se dirigieron hacia la Fane.
—Alda —dijo la Sídhe, con los ojos clavados en los de la chica—. Tu presencia por aquí es toda una sorpresa. Creía que no debías estar en el exterior a estas horas.
—Es cierto, Aengus —respondió ella con calma—. Por lo general, en estos momentos me encontraría en casa. Pero tuvimos un pequeño problema en el bosque y no hemos podido regresar hasta ahora.
—Nada grave espero.
—No, simplemente perdimos la noción del tiempo.
—Comprendo. Esas cosas pasan a veces —reconoció el hombre—. Aunque me extraña verte en compañía de un macho. No parece muy justo que nosotras no podamos pasar tiempo con la madre y este humano sí que pueda.
—Lo estás entendiendo mal… —se excusó la chica.
—No me interpretes mal. Todas apreciamos la vista del portador del viento de Kalen. Pero empiezan a haber comentarios.
—¿Qué clase de comentarios?
—Ya sabes, a la gente le gusta hablar, y probablemente no haya fundamento en lo que se escucha por el poblado. Pero es cierto que resulta bastante sospechoso que pases tanto tiempo con este humano.
—¿Es que no puedo? —preguntó Alda, con un tono de voz que dejaba entrever que estaba empezando a perder la paciencia—. Es mi amigo y se marchará en breve. Es perfectamente natural que quiera permanecer con él todo el tiempo que dure su visita.
—A mi no me tienes que convencer. Entiendo lo que quieres decir. Son las demás Sídhe las que están preocupadas. Creen que te vas a marchar junto con el humano y no vas a cumplir tu promesa.
—Se equivocan.
—Lo sé, lo sé. Ya les he estado diciendo que no faltarías a tu palabra.
—Muy amable por tu parte. Ahora, te gradecería que nos dejaras continuar. Estoy agotada y me gustaría descansar.
—Claro. Adelante, pasa —dijo la Sídhe, apartándose a un lado.
Al tener vía libre, finalmente pudieron seguir hacia delante. Caminaron evitando mirar al hombre, quien, pese haberse apartado para dejarles pasar, seguía con la vista fija en Alda. Pasaron junto a Aengus, y al llegar hasta su posición, Kevin escuchó que le susurraba algo a su compañera.
—No te imaginas cuánto deseo probar tu sabor —le dijo el hombre a Alda, en voz baja.
Aquel mensaje iba dedicado solo a la Fane, y Kevin no pensaba que la Sídhe hubiese querido que él lo escuchase. Pero lo había hecho, y al oír semejantes palabras dirigidas hacia su amiga, hizo que le entrase un súbito arrebato de furia incontrolable, haciendo que su cuerpo actuase involuntariamente. Se acercó rápidamente hasta Aengus y le empujó violentamente contra un árbol, presionándolo contra el tronco mientras lo mantenía en aquella posición ayudándose del brazo derecho, que había colocado sobre su cuello. Esta vez la Sídhe sí que le estaba prestando atención, había dejado de mirar a su compañera y ahora sus ojos estaban posados en él, con expresión de sorpresa.
Kevin podía escuchar la voz de Alda, tras él, suplicándole que parase. Nunca había sido una persona agresiva, sino más bien todo lo contrario, era alguien tranquilo a quien resultaba muy difícil hacer perder los papeles. Pero en esta ocasión, no era capaz de controlarse, no dejaba de ejercer cada vez más presión sobre el cuello de aquel hombre. Vio que la Sídhe movía la boca, intentando decir algo, pero debido a la posición en que estaban, no era capaz de emitir sonido alguno. Kevin se dio cuenta de que se estaba excediendo, que aquella conducta no era propia de él, y entonces retiró el brazo, dejando libre a Aengus.
El hombre se excusó por su conducta y se alejó corriendo de allí. A Kevin, la disculpa de la Sídhe no le había parecido demasiado sincera, sino que pensó que había dicho esas palabras solo para no volver a ser atacado. De cualquier modo, incluso aunque no les hubiese dicho nada antes de irse, no tenía intención de hacerle nada más. Lo cierto es que se sentía avergonzado de sí mismo, por la reacción que había tenido. Era cierto que el tal Aengus no había sido muy educado, y sus palabras hacia Alda le habían parecido ofensivas, pero eso no le daba derecho a resolverlo usando la fuerza. Ni siquiera pertenecía a ese mundo, y haciendo cosas como aquella no estaba dejando en muy buena posición a los seres humanos.
No quería ni mirar a Alda a la cara, por miedo a lo que pudiese encontrar en ella. Pensó que su amiga estaría decepcionada con él. Aunque había actuado defendiéndola, sabía que se había extralimitado.
No comprendía por qué motivo había hecho aquello. Simplemente, al escuchar las palabras de Aengus, le había venido a la cabeza toda la conversación con Alda en la barca. Después de toda la aventura de la noche, por un instante había conseguido olvidar la promesa que la Fane les había hecho a aquellas personas. Pero la Sídhe se lo había recordado de golpe, y en consecuencia, se había dejado llevar por todas las emociones que había estado reprimiendo. Le hubiese querido preguntar a Alda cómo era posible que dejase que le hablasen así, cómo estaba dispuesta a hacerles ningún favor a seres como aquellos. Pero no le dijo nada, solo continuó caminando en silencio hasta la casa de la chica.