I. UN CLARO EN EL BOSQUE
6
A decir verdad, Kevin no sabía nada de la criatura. Tal vez, al morir, los Fane se desintegrasen. O quizás la chica había obrado alguna magia y había vuelto a su mundo. También cabía la posibilidad de que, aun encontrándose tan débil como estaba cuando la dejó sumergida en el agua, ella hubiese conseguido salir de allí y estuviese en algún lugar de la casa. Para asegurarse, tendría que buscarla.
Miró por todas las habitaciones pero no la encontró. No estaba en la cocina ni en los baños. Finalmente, Kevin entró en el comedor y entonces la vio, no en esa estancia sino en el exterior, en el balcón.
La mujer se encontraba de espaldas a él, observando la calle. Sorprendentemente, ella ya no parecía estar a punto de morir, sino todo lo contrario, su aspecto era tan saludable como el que tenía la primera vez que Kevin la vio. La Fane había recuperado toda su sensualidad y atractivo, algo que a él no le pasó desapercibido, ya que por un momento se sintió incapaz de apartar la mirada del firme y redondeado trasero de la joven, la cual continuaba igual de expuesta en su desnudez.
Este pensamiento hizo que Kevin saliese de su embelesamiento y se alarmó al darse cuenta del potencial riesgo de la situación. Cogió una manta que estaba a mano, al lado del sofá, se acercó rápidamente a la chica y la cubrió, sin darle tiempo a reaccionar. Al sentir el contacto de la tela, ella se giró y se dejó arrastrar por él hacia el interior de la casa.
Cuando la hubo sacado del balcón, Kevin se asomó al exterior y miró en todas direcciones. Suspiró con alivio al comprobar que no había nadie en la calle, al parecer todavía era muy temprano como para que hubiese actividad. Afortunadamente, nadie habría podido ver nada. No hubiese sabido cómo explicar aquella situación si alguien le preguntaba, y no quería tener que darle una excusa a su tío cuando este regresase a casa de de su viaje y la gente le preguntase por qué razón habían visto a una adolescente desnuda en su balcón. A Kevin no le hubiese gustado encontrarse en semejante situación, de modo que, para extremar las precauciones, cerró la puerta del balcón y corrió las cortinas.
El sobresalto había sido tal que había hecho que el corazón se le acelerase. Sintió la necesidad de sentarse. Se acercó al sofá y se dejó caer resoplando.
Mientras tanto, la mujer continuaba a su lado de pie, del mismo modo en que la había dejado, mirándole con una expresión difícil de descifrar. Kevin tenía que admitir que la chica era realmente hermosa, para ser algo salido de otro mundo. Entonces vio que la joven dejaba caer la manta al suelo, destapándose de nuevo.
“Y allá va otra vez”, ese fue el único pensamiento que cruzó por su cabeza. Iba a decirle algo a la chica al respecto de la manta, pero ella se le adelantó, hablando primero.
—¿Cómo te llamas? —le preguntó ella—. Quiero saber el nombre de aquel que me ha salvado la vida. De no ser por ti, me habría consumido entre las hojas.
—Kevin —respondió él, casi balbuceando, al descubrir que la voz de la chica, ahora que se había recuperado, era tan bella como el resto de sus rasgos.
—Entre los míos era conocida como Alda. Soy una Fane, la última de mi especie. Te doy las gracias, Kevin, hijo de los seres humanos.
Kevin vio que, tras decir esto último, ella le hizo una pequeña reverencia con la cabeza. Un sinfín de cosas pasaron por su mente. Quería decirle que no tenía que agradecerle nada, quizás lo contrario, igual no hubiese tenido que pasar por aquello si no hubiese sido por él. Tenía tantas preguntas que no sabía por dónde empezar. Se acababa de abrir un mundo nuevo ante él y las posibilidades eran prácticamente infinitas. Pero algo tenía que decirle a la chica, la cual seguía con la cabeza inclinada.
—¿Cómo es que hablas mi idioma? —le preguntó lo primero que se le pasó por la cabeza en ese instante, de entre todas las dudas que tenía.
—No lo hago. Tú estás hablando el mío —respondió ella de forma enigmática, mientras recuperaba la postura erguida.
—No te entiendo, ¿quieres decir que hablamos la misma lengua?
—En absoluto. Mi lengua es exclusiva de los Fane y solo se hablaba en el bosque en que me crié, únicamente mi raza la conoce. Allí donde nací nos enseñaban un gran número de idiomas, pero ninguno de ellos pertenecía al mundo de los humanos.
—Entonces, ¿cómo es que puedo entenderte? ¿Cómo es que estamos hablando el uno con el otro?
—Eso es debido al viento de Kalen. En el instante en que te convertiste en su dueño, te otorgó sus dones.
—No sé qué quieres decir —a Kevin le pareció que, aunque hablaban el mismo idioma, no entendía la mitad de lo que ella decía.
—Solo conozco las leyendas y las historias que contaban los ancianos de mi pueblo. Pero, si estas son ciertas, uno de los dones que otorgaba el instrumento era la habilidad de comunicarse con cualquiera de los hijos de los altos linajes.
—A ver si me aclaro —trató de hallar el sentido en las palabras de la chica—. Eso que has llamado el viento de Kalen, es la flauta que cogí en el claro. Y dices que, por haberlo hecho, me ha dado una especie de… ¿poderes mágicos? —aquello le sonaba absolutamente ridículo.
—No, poderes no. El instrumento solo te está dando permiso para usar algunas de sus habilidades. No es magia tampoco, es el fruto de un conocimiento muy antiguo que se ha perdido con el tiempo.
—Pues a mí todo eso me sigue sonando a poderes mágicos.
—Llámalo como te plazca, si así lo prefieres —dijo ella, dándole la razón, aunque dejando entrever un leve signo de contrariedad en su rostro.
“Genial”, pensó Kevin. Ahora la elfa estaba siendo condescendiente con él. Era algo completamente inaudito. Tenía a una criatura de otro mundo, completamente desnuda en la sala de estar, y parecía molestarse porque no era capaz de captar a la primera todas sus explicaciones fantasiosas. Entonces se dio cuenta de algo, había estado tan ocupado tratando de no recrearse mirando el cuerpo de la joven que no había reparado en la diferencia.
—¿Qué le ha pasado a tus orejas? —le preguntó a la chica, al darse cuenta de que ahora parecían ser las orejas de cualquier humano corriente, normales y sin protuberancias puntiagudas.
—Ahora soy yo quien no te entiende. Creo que mis orejas están del mismo modo que siempre —contestó Alda, mientras se pasaba la mano sobre las orejas para confirmar sus palabras.
—No. La primera vez que te vi, creí que eras una elfa, porque tenías las orejas puntiagudas.
—Comprendo. Lo que viste no era real, sino el producto de alguna de las historias que escuchaste a lo largo de tu vida.
—Pero no me lo estoy imaginando Quiero decir que… —trató de explicarse—. Aunque todo aquello fuera algo surrealista y creyese estar soñando, estoy seguro de lo que vi.
—No lo dudo. Pero debes saber algo, los Fane somos conocidos por el uso de las ilusiones. Es un mecanismo de defensa que se activa de forma involuntaria hasta que alcanzamos la madurez y podemos ser capaces de controlarlo a voluntad.
—Entonces… ¿todo fue una especie de imagen ficticia que tú creaste?
—Más o menos. La ilusión la creó mi mente, pero ayudándose de las ideas que captó de tu propio subconsciente. Dime, ¿viste algo más que te resultase perturbador?
—Ummm, quizás. ¿Puedes abrir la boca un momento?
Ella separó los labios, bajando la mandíbula y abriendo la boca de par en par, mostrando así una perfecta hilera de dientes blancos como perlas. No había ni rastro de esos dientes puntiagudos y azulados que habían asustado a Kevin, haciéndole creer que iba a ser devorado. La boca de ella era tan corriente como sus orejas. Descartados ambos detalles, en conjunto, era a simple vista tan normal como cualquier mujer humana. Era muy hermosa sin duda, pero la belleza no es una característica que le convierta a uno en una criatura de otro mundo.
Al parecerle más normal, Kevin se relajó y se sintió más cómodo, aunque tenía que reconocer que, en lo más profundo, también estaba algo decepcionado al ver en ella algo tan mundano, a diferencia de lo que había creído en un principio.
Ante tal descubrimiento, le resultaba difícil seguir considerándola un ser o una criatura, cuando no era muy distinta a cualquier otra joven de su propia especie. Aunque ello también quería decir que no tenía delante a un monstruo desvergonzado que se pavoneaba de sus formas para atraer a sus víctimas. En su lugar había una chica extremadamente atractiva que de pie, frente a él, le mostraba toda su desnudez sin ningún pudor. Al darse cuenta de ello, Kevin empezó a ruborizarse y a pensar en lo delirantemente erótico que resultaba el simple movimiento que se producía en el cuerpo de la joven cada vez que ella cambiaba el peso de una pierna a la otra, mientras se mantenía allí erguida, conversando con él.
Kevin agachó la cabeza y se quedó mirando hacia el suelo para evitar mirarla a ella. Sin embargo, no pudo evitar la espontanea e involuntaria reacción física que ya se había producido en su propio cuerpo. Esto le hizo sentirse todavía más avergonzado de lo que ya estaba.
—Te esta perturbando la visión de mi persona –—adivinó la joven.
Kevin pensó en alguna excusa que pudiese darle, en algo que decirle para contradecir tan rotunda afirmación. Pero no se le ocurrió nada.
—Has albergado deseos por este cuerpo desde nuestro primer encuentro —continuó ella, como si le estuviese leyendo el pensamiento—. No hay ninguna razón por la que debas ocultar tus impulsos. Es antinatural tratar de negar aquellos instintos que te son innatos.
—Yo no… —a Kevin no le salían las palabras—. Es que no es lo normal —se sentía como un crio inexperto. Sin saber cómo reaccionar ante unas palabras tan directas—. Lo siento —fue lo único que pudo articular, avergonzado.
—No hay razón para disculparse. Considero tu conducta como un alago, no como un acto malicioso.
—Aun así. Creo que deberías ponerte algo por encima.
—No es costumbre de los Fane cubrir nuestra piel. Nos gusta sentir el viento y el calor del sol, ello nos hace estar más en contacto con la naturaleza.
—No sé si te has fijado cuando has salido al balcón, pero no es que haya mucha naturaleza por aquí.
—En eso tienes razón, pero no entiendo por qué tratas de disuadirme de mis costumbres. Ello es únicamente fruto de tu incomodidad. Creo que la única forma de que podamos retomar una comunicación eficaz será si te liberas de esa tensión que estas experimentando.
—Ni que fuera tan sencillo.
“No es cómo si tuviese habitualmente conversaciones con jóvenes atractivas y desnudas todos los días, como si nada”. Kevin pensó esto último, pero no lo dijo.
—Parece que los humanos os pasáis gran parte del tiempo reprimiendo vuestros verdaderos sentimientos. Creo que la mejor solución al problema sería que consumases tu deseo hacia mí en este mismo instante. Y, después, podremos volver a hablar con naturalidad.
—¿Qué quieres decir? —preguntó él, creyendo haber entendido mal sus últimas palabras.
—Todavía no te he agradecido lo bastante por tu ayuda y creo que esta sería una manera de hacerlo tan buena como cualquier otra. Se dice que, de entre todos los hijos de los altos linajes, las hembras Fane somos de las mejores y más apasionadas amantes que se pueden encontrar. Estoy convencida de que la experiencia sería de tu agrado.
La tentadora propuesta de la joven hizo que Kevin casi se atragantase súbitamente con su propia saliva. Notó que el corazón le bombeaba rápidamente y le subía la temperatura de todo el cuerpo. Levantó la cabeza y contempló una vez más el perfecto cuerpo de la chica, sus delicadas formas, la suavidad de su piel… ¿Cómo podía resistirse a algo así? No creía lo que estaba a punto de decir.
—Te agradezco la oferta, pero no será necesario —le dijo a la Fane, tratando de hacer notar un tono de decisión en la voz—. Con que te pongas algo de ropa por encima será suficiente, no hace falta que cubras toda tu piel y podrás sentir el viento igual.
—¿Estás seguro? Pareces estar contradiciendo con palabras los deseos de tu propio cuerpo —apuntó ella, mirando con atención el bulto que se había formado en el interior de los bóxer de Kevin.
Si la joven seguía insistiendo, no sería incapaz de resistirse a sus encantos. Incluso llegó a considerar por un momento la posibilidad de ceder y dejarse llevar. “La experiencia será de tu agrado” le había dicho ella, y Kevin estaba convencido de que probablemente así sería. Pero sintió que habría sido un error, algo que hubiese sido contrario a sus valores. Apenas la conocía y además, aunque lo pareciese, no debía olvidarse de que no era humana. Así que, haciendo acopio de toda su fuerza de voluntad, se levantó del sofá, le dio la espalda a la chica y se fue en dirección a su dormitorio.
—Espera aquí —le dijo mientras desaparecía por el pasillo—. Voy a mirar si encuentro algo que puedas ponerte.
Regresó con unos pantalones cortos, un cinturón y una camiseta de tirantes de color negro. Dejó las prendas sobre el sofá y volvió a darse la vuelta hacia el pasillo.
—Es ropa mía, así que te quedará bastante grande, pero supongo que servirá por el momento. He procurado traerte las prendas que te cubran lo menos posible para que no rompas tanto tus “costumbres”. Únicamente asegúrate de usar el cinturón, creo que será el único modo de que no se te caiga el pantalón. Mientras tanto voy a ir a darme una ducha, que con todo lo ocurrido realmente la necesito, especialmente si no quieres tener a un humano maloliente al lado. No tardaré mucho, pero si te entra hambre puedes coger lo que quieras de la cocina.
Después de la explicación, Kevin volvió a alejarse, sin darle tiempo a ella para responderle nada. Sin perder más tiempo, se fue hacia el cuarto de baño. Nunca antes había necesitado tanto darse una ducha fría, no solo por la suciedad acumulada, sino para reducir su temperatura corporal drásticamente.
Al terminar en el baño, regresó a su dormitorio. Se vistió con unos vaqueros y una camiseta y recogió las cosas que estaban tiradas por toda la habitación. Se tomó su tiempo en hacer todo esto, quería tener unos momentos para distanciarse de todo lo que había ocurrido y experimentar el que tal vez fuese su último momento de normalidad antes de terminar de caer por la madriguera de conejo y cambiar para siempre su percepción del mundo tal como lo había conocido hasta ahora. No le cabía duda de que cuando terminase su conversación con Alda nada volvería a ser lo mismo.
Cuando se sintió mentalmente preparado, fue a encontrarse con la chica. Ella estaba sentada en el sofá de la sala de estar, comiéndose una manzana. Comprobó que la joven no había tenido ningún problema para vestirse adecuadamente a pesar de no haber usado nunca ropa, incluso el cinturón lo llevaba bien puesto. Se sentó junto a ella y observó cómo terminaba de devorar la comida con ansia. También se dio cuenta de que, al quedarle demasiado grande la camiseta, cada vez que ella se inclinaba un poco hacia delante, dejaba a la vista sus pechos por el costado de la prenda. No obstante, pensó que, de todas formas, al menos aquello era mejor a que no llevase nada puesto. Esperó a que ella terminase de comer antes de decirle nada.
—Veo que te las has arreglado para coger algo de fruta —le dijo Kevin, señalando con el dedo los tres corazones de manzana que yacían sobre el regazo de ella—. Si tienes más hambre, hay más cosas en la nevera, aparte de fruta.
—Gracias. Tal vez más tarde acepte tu ofrecimiento. Pero ahora deberíamos terminar nuestra conversación.
—Tienes toda la razón. ¿Por dónde nos habíamos quedado?
—Eso depende, ¿qué es lo que quieres saber?
—Bueno, supongo que lo más importante ahora sería saber por qué estás aquí.
—Tú me trajiste, ¿no lo recuerdas?
—Sí, claro. Lo que quiero decir es, ¿qué era aquel otro mundo y cómo es posible que hayamos estado viajando desde allí a este?
—Veo que tienes muchas preguntas que te inquietan. No conozco todas las respuestas, pero intentaré transmitirte todo lo que sé. La mayor parte de este conocimiento viene por las historias de los ancianos, por eso es difícil saber qué parte es leyenda y cuál es real.
—Adelante, no te interrumpiré.
—Muy bien, pero para que seas capaz de entenderlo todo creo que tendré que empezar por el principio. Te voy a relatar la primera historia que me fue contada, cuando todavía me encontraba en mi primer ciclo de existencia. Trataré de resumirtela todo lo posible para que la entiendas, pero sin omitir los detalles más importantes.
Kevin tuvo que reconocer que se sentía enormemente intrigado por las palabras de la Fane. Estaba dispuesto a escuchar absolutamente todo lo que ella pudiese contarle, con gran interés, no solo para aclarar la situación que les había traído a ambos ahí, sino también por la fascinación que le producía todo ese nuevo mundo que se abría ante él. Por esa razón, la miraba fijamente mientras ella hablaba, tratando de no perderse ni un solo detalle.
—Se dice que, en el principio, la Tierra era un lugar de gran desolación —comenzó a narrar la joven.
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