II. EL DESIERTO DE FUEGO
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Por un momento, Kevin temió haber viajado solo. No obstante, no tardó en comprobar que no era ese el caso. Alda estaba a su lado, también tumbada en la arena, respirando con pesadez. Ambos habían aterrizado en medio de un inmenso desierto, un entorno que distaba mucho de aquellos verdes y frondosos bosques como del que provenía su compañera y que, de hecho, era lo que Kevin hubiese esperado encontrar en aquel nuevo mundo.
Notó que se ahogaba, le ardía la garganta y no podía respirar bien. Se puso de rodillas y comenzó a toser sin parar. De su boca no dejaba de salir arena, la cual Kevin suponía que se la debía haber tragado al llegar, y ahora luchaba fatigosamente por sacarla de su organismo.
Cuando finalmente sintió que ya no había ningún cuerpo extraño en su tracto respiratorio, inspiró profundamente, como para tratar de resarcirse por esos pocos momentos en que no había podido tomar aire con naturalidad, pero al instante se arrepintió de ello. Cada bocanada de aire era como engullir una ardiente lengua de fuego. La temperatura en aquel desierto era insoportablemente elevada, tanto que, incluso al respirar, Kevin tenía la sensación de estar quemándose desde el interior de su propio cuerpo, haciendo sus mismísimas entrañas de combustible.
No tenía la menor idea de dónde habían ido a parar, pero, ya fuese este el mundo de las Sídhe o algún otro, Kevin sabía que no sobrevivirían mucho tiempo si no encontraban una sombra donde cobijarse.
—Alda, ¿estás bien? —le preguntó a la chica, al ver que ella permanecía tirada en la arena.
Su pregunta no recibió ninguna contestación. Preocupado, Kevin corrió hacia el lugar donde estaba tumbada la Fane y comprobó que estaba inconsciente. Por un instante le entró el pánico. Pensó que la caída la había matado. Pero entonces, al ver el movimiento en su pecho, supo que seguía con vida. La llamó por su nombre varias veces y después la agitó con suavidad, hasta que finalmente Alda abrió los ojos. En ese momento, Kevin vio que ella daba una bocanada y emitía un sonido seco con la garganta, se estaba asfixiando.
Al igual que le había ocurrido a él mismo, su compañera había tragado una gran cantidad de arena al llegar, y ahora se le habían empezado a bloquear las vías respiratorias. Kevin le dio la vuelta, haciéndola girar sobre la arena para que mirase hacia abajo, y después le dio algunas palmadas en la espalda, intentando ayudarla a que expulsase la arena, pero ella ni siquiera era capaz de toser. No sabía qué hacer, pensó en la maniobra que se suponía que uno debía hacer cuando alguien se estaba atragantando, lo había visto en las películas, pero no sabía hacerlo, nunca se había encontrado en ninguna situación donde hubiese sido necesario. Kevin temía que obrar sin estar seguro de lo que hacía podía ser un riesgo. Si se equivocaba, igual perjudicaba a su compañera todavía más. Sin embargo, si no hacía nada, la chica podía morir asfixiada.
Kevin ayudó a Alda a incorporarse. Después, la sujetó por detrás de la espalda y la rodeó con los brazos colocando las manos bajo sus costillas. Entonces presionó varias veces, esperando no estar cometiendo un error potencialmente catastrófico que terminase con alguna costilla rota, o algún daño más grave, en un lugar donde no era posible contar con una ambulancia o cualquier otro servicio medico de urgencias.
Alda comenzó a toser.
La arena fue saliendo por la boca de la Fane hasta que, finalmente, pudo respirar con normalidad.
Tras el esfuerzo, ella permaneció un poco más de tiempo tumbada en la arena, respirando profundamente, agotada y con la piel cubierta de sudor. Kevin se mantuvo a su lado, aliviado de que no le hubiese pasado nada a la chica. Recordó que en la mochila llevaba una botella de agua. Buscó por el suelo y encontró la bolsa no muy lejos de ellos. Se apresuró a recuperar la botella y se la ofreció a Alda, para que bebiese inmediatamente y se aliviase. Ella bebió con avidez, acabando de un solo trago con la mitad del contenido del recipiente.
—Gracias, parece que no dejo de ser un estorbo. Has vuelto a salvarme la vida —le dijo Alda, todavía sofocada.
—Cualquiera en mi lugar hubiese hecho lo mismo —respondió Kevin, pensando que en realidad, sin saber lo que estaba haciendo, había sido un milagro que la chica no hubiese acabado asfixiada.
—Puede ser, pero aun así, mi deuda contigo es ahora todavía mayor.
—No tienes ninguna deuda, solo me alegro de que estés bien —Kevin dijo esto último de todo corazón, pues tenía que reconocerse a sí mismo que por un momento se había asustado.
Estuvieron un rato más sin moverse y sin decir nada, reponiéndose. Sin embargo, Kevin sabía que, aunque habían superado aquel mal trago, ni mucho menos había pasado lo peor. Se encontraban en gran peligro, y habría sido en vano salvar a la chica de la asfixia solo para que pudiesen morir ambos un poco más tarde, victimas del abrasador desierto.
—Tenemos que movernos —le dijo Kevin a su compañera—. Si nos quedamos aquí, bajo el sol…
Vio que ella se ponía en pie y miraba hacía el horizonte, en todas direcciones. Parecía que se acababa de dar cuenta del lugar en el que se hallaban.
—Este sitio, este desierto, no es Emain Ablach. Las Sídhe no serían capaces de sobrevivir en este clima, en eso se parecen mucho a nosotros, los Fane —explicó Alda—. No reconozco este mundo, pero, si permanecemos mucho tiempo aquí, me iré deteriorando rápidamente, hasta tener el mismo aspecto que cuando me encontraste moribunda en Nemet.
—Entonces es como temía, nos hemos equivocado de mundo.
—Sin lugar a dudas.
—En ese caso, puede que tengamos problemas. Este desierto parece ser infinito, no hay nada en la distancia que no sea arena. Y el sol sigue en la misma posición desde que he abierto los ojos, con lo que es posible que los días sean mucho más largos aquí que de donde yo vengo —explicó Kevin, manifestando así en voz alta todas las observaciones y temores que habían estado cruzando por su mente sin descanso en los últimos minutos—. Si eso es verdad, tendríamos que permanecer bajo este calor durante vete tú a saber cuánto tiempo. Y lo peor de todo son las provisiones, solo tenemos un par de sándwiches y media botella de agua, lo cual no será suficiente como para que podamos sobrevivir en estas condiciones más de un par de días, en el mejor de los casos.
—Te estás alarmando innecesariamente, no tienes más que volver a utilizar el viento de Kalen y llevarnos de vuelta al mundo de los seres humanos. Seguro que recuerdas cómo era la melodía, si no, a mí no se me ha olvidado.
—¡Claro! ¡Mira que soy estúpido! —exclamó Kevin, con alivio y sintiéndose más relajado—. Todavía no me acostumbro a esto de las dimensiones paralelas. Volveremos a mi mundo y nos pondremos a investigar otra vez, para no volver a equivocarnos. Un momento y…
Kevin palpó con la mano la funda de la flauta, pero esta estaba blanda al tacto, no había nada en su interior. No recordaba haber vuelto a introducir el instrumento en su funda después de haberlo tocado para llegar a aquel lugar. Había pasado de tener la boquilla entre sus labios a despertarse en medio de la arena. Eso solo podía querer decir que la flauta se debía haber caído cuando habían llegado al desierto.
Completamente desesperado, Kevin se tiró al suelo y comenzó a escarbar por todos lados, en busca del instrumento. No se veía por ninguna parte, lo cual quería decir que debía estar enterrado en la arena. Al ver su conducta, la chica debió darse cuenta de cuál era el problema y, acto seguido, le imitó y se puso a buscar también.
Ambos estuvieron despejando arena durante un buen rato, hasta que por fin fue Alda quien rompió el silencio con un grito de júbilo:
—Lo he encontrado —dijo, mientras agitaba la flauta triunfalmente en su mano.
En ese momento, Kevin sintió como si le quitasen un gran peso de encima. Realmente había llegado a pensar que el instrumento se había perdido para siempre y sus vidas iban a acabar en aquella tumba de arena, en medio de ningún sitio, sin que nadie supiese jamás qué había sido de ellos.
Alda se acercó a él y le entregó la flauta, para que pudiesen salir de allí. Entonces, sin pensárselo un solo segundo, Kevin empezó a soplar a través del instrumento. No tuvo ningún problema para recordar la canción, sus dedos se movían perfectamente al ritmo de la melodía. La única pega estaba en que la flauta no estaba emitiendo ningún sonido. Por más que Kevin soplase, el viento de Kalen estaba completamente enmudecido.
Al parecer, el instrumento había sido víctima del mismo mal que les había afectado a los dos viajeros al caer sobre la arena, sus conductos estaban totalmente obstruidos.
Kevin sopló todo lo fuerte que pudo, hasta quedarse sin aliento, para intentar expulsar la arena que bloqueaba el interior de la flauta. Pero el aire no llegaba a pasar al otro lado del cilindro. Aquello era inútil, tendría que pensar en otra cosa.
Se quitó el suéter, algo que, por cierto, debía de haber hecho nada más llegar y que había pasado por alto al negarse a aceptar la realidad de la situación. De este modo, al menos, se sintió ligeramente menos acalorado. Después, se quitó también la camiseta, con lo que la piel de su torso quedó expuesta a los penetrantes rayos de sol, los cuales amenazaban con provocar terribles quemaduras si les daba la ocasión. Así, con la camiseta entre las manos, enrolló el extremo de una manga, apretando con fuerza para darle una forma alargada, y trató de introducirlo por el extremo de la flauta. El invento fue bastante ingenioso, pero inútil. La camiseta era demasiado gruesa y no pudo pasar por el conducto.
Tras su fracaso, lo intentó Alda. La chica hizo poco más que él, sopló con fuerza y le dio golpes con la mano al instrumento. No cayó ni un solo grano de arena del interior. Entonces, Kevin vio que ella se recogía la melena de la espalda, se la pasaba sobre los hombros e intentaba usar un mechón de su cabello para hacerlo pasar por dentro de la flauta. Sin embargo, el pelo era demasiado blando y no tenía fuerza suficiente como para lograr eliminar el atasco. Finalmente, a la Fane no le quedó más remedio que darse también por vencida.
Kevin se volvió a poner la camiseta, para evitar quemarse, y a continuación, sintiéndose completamente abatido y derrotado, se sentó en la arena, dejándose caer sin más, siendo incapaz de encontrar una solución y sin saber qué hacer. Alda se acercó y se sentó a su lado, apoyando la cabeza sobre su hombro, al parecer habiendo afectado también a su estado de ánimo aquel inconveniente que les impedía abandonar el desierto, y sintiéndose tan fracasada como él.
Estaban atrapados en medio de la nada, en un entorno hostil y desolado. Sus únicas opciones eran quedarse allí sentados, expectantes por ver quién de ellos sería el primero en sucumbir a la sed, el hambre o el calor; o bien podían ponerse a caminar en busca de algún milagro, o hasta caer exhaustos. Ninguna de esas ideas era demasiado apetecible, pero, aparentemente, uno de esos destinos era lo único que el futuro les tenía deparados.
Kevin maldijo la hora en que se había llevado aquella flauta en sueños. Si no la hubiese cogido, ahora no estaría en ese lugar, sino caminando de puerta en puerta, a la búsqueda de un empleo. Cómo echaba de menos las pequeñas y mundanas cosas que solo unas pocas horas atrás parecían aburridas y rutinarias. Añoraba un mundo donde la perseverancia terminaba por llevar a uno a buen puerto, donde estaba seguro que, si no se rendía, conseguiría sus objetivos.
Entonces se dio cuenta del terrible error que estaba cometiendo al venirse abajo ante la primera dificultad. Si en su mundo no se hubiese rendido con tanta facilidad, no tenía porque hacer lo mismo aquí. Se levantarían y emprenderían el camino, hacia donde fuese, en busca de ayuda o de una salida. Había muchas posibilidades de que no consiguiesen sobrevivir, pero si debía morir, al menos quería irse luchando.
Kevin separó la cabeza de la chica de su hombro, se puso en pie y le tendió la mano a ella para ayudarla a levantarse también.
—Alda —le dijo—. Nos vamos.
—Como desees, sabes que mi vida te pertenece.
—No hables en un tono tan fatalista, todavía no está todo dicho —intentó animarla—. Sé que no estamos donde debíamos haber ido a parar pero ¿sabes algo de este sitio?
—No sabría decir. Hay muchos mundos que tienen condiciones similares a este, la mayor parte de ellos plagados de criaturas tan peligrosas como los habitantes con los que comparten el planeta.
—¿Quieres decir que no sabes de ninguna especie hospitalaria que viva en mundos desérticos?
—No. ¿Recuerdas la historia que te conté, cómo en el pasado había algunas razas que esclavizaron a otras? Pues muchas de ellas preferían los climas cálidos y secos.
—Parece que lo tenemos todo en contra —tuvo que reconocer Kevin, para, a continuación, tratar de restarle peso al asunto inmediatamente, intentando no perder su recientemente recobrado espíritu de lucha—. De cualquier modo, no creo que nos encontremos con nadie.
—En realidad hay muchas posibilidades. Tienes que considerar que este planeta, aun en otra dimensión, sigue siendo el mismo que el tuyo, eso quiere decir que es igual de grande. El viento de Kalen, como ya te expliqué, funciona con una memoria almacenada en el propio instrumento. De modo que, si nos ha traído aquí, a este preciso lugar, de entre toda la extensión de la Tierra, es porque cuando se grabó la melodía de este mundo fue en algún sitio cercano a este. Eso quiere decir que habrá alguna civilización cerca, la misma con la que el propio Kalen se relacionó mucho tiempo atrás.
—Entonces no está todo perdido —dijo Kevin, sintiéndose más animado—. Si los encontramos, podrían ayudarnos.
—Si no son hostiles…
—No tienen por qué serlo. Como tú has dicho, el propio Kalen, el inventor de la flauta, tuvo que haberse relacionado con ellos, y no le ocurrió nada porque siguió viajando después. Seguro que nos ayudan.
—Tal vez tengas razón… —acabó cediendo ella, sin demasiada seguridad.
—De acuerdo. Pues pongámonos en marcha.
Dicho esto, Kevin se colgó la mochila a la espalda y comenzó a caminar hacia su nuevo destino, en línea recta y sin ningún motivo en concreto para elegir una dirección y no otra. Alda le siguió inmediatamente, andando unos pasos por detrás, a su derecha.
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