I. UN CLARO EN EL BOSQUE
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Un artículo del año 1981 hablaba de un anciano al que la policía había encontrado en la calle gritando la palabra “Sídhe”. El viejo, de origen irlandés, decía haberse encontrado con unos seres que concedían deseos, hadas según él. Al parecer, la noticia solo había trascendido a la prensa porque el hombre había agredido a los agentes que habían intentado tranquilizarlo, después había salido corriendo y había acabado tirándose desde un puente, falleciendo en la caída.
Kevin podría haber interpretado esta información como los delirios de un viejo borracho, pero lo que llamó su atención, consiguiendo que no descartase el artículo inmediatamente, fue la cercanía del evento. Aquello había ocurrido a tan solo unos pocos kilómetros de donde se encontraban, en el pueblo vecino. Kevin no era alguien que por lo general pensase en cosas como el karma, el destino, o la magia; pero desde luego tampoco era alguien que hubiese creído en la existencia de mundos paralelos y de seres con la capacidad de crear ilusiones. Sin embargo todas sus creencias se habían venido abajo una tras otra en las horas previas. Pensó que, siendo esa la única pista que tenían, bien valía la pena investigar el lugar donde habían encontrado a aquel anciano, aunque el incidente hubiese sido tantos años atrás.
Con esta nueva información, pensó que probablemente lo mejor sería retornar a casa y preparar algunas cosas para ir de excursión hasta el pueblo vecino, en busca del lugar que mencionaba el artículo de prensa. Además, el sitio estaba lejos, así que cogería la bicicleta. Sería un esfuerzo mayor que el de costumbre, al tener que llevar también a Alda, pero seguro que sería mejor que tener que ir caminando.
Por el camino de regreso, la chica estuvo contándole sobre todas las cosas que había visto en los cuentos. Alda le dijo lo mucho que le habían gustado las historias de dragones y princesas, pero explicó que las que más le habían gustado habían sido las fabulas, donde aparecían animales con características y comportamientos humanos.
—He aprendido mucho —confesó la Fane—. He visto más de 60 libros y creo que ya conozco bastantes palabras de tu idioma.
A Kevin le costaba creer semejante afirmación, pero, por otro lado, no estaba hablando con una mujer convencional y no sabía cuáles eran las capacidades reales de los Fane, quizás también tuviesen un ritmo de aprendizaje más rápido.
Ya en la casa, mientras Alda volvía a quedarse embelesada mirando el televisor, Kevin estuvo preparando una mochila con algunos sándwiches y una botella de agua para el camino. Al acabar, cuando ya lo tenía todo listo, se disponía a volver al salón para reunirse con la joven cuando, al darse la vuelta, se la encontró justo detrás de él.
—Ten —le dijo Alda, mientras le daba un extraño objeto hecho de piel—. Es una funda para que puedas llevar seguro el viento de Kalen. Cuando nos hemos ido antes no lo llevabas contigo y sería recomendable que lo mantuvieses siempre cerca.
—Gracias —respondió Kevin, mientras estudiaba aquella funda que por algún motivo le resultaba familiar—. ¿Pero de dónde has sacado los materiales para hacer…?
De repente Kevin reconoció el tejido y empezó a sentirse mareado. Salió disparado hacia el salón mientras se repetía a sí mismo una y otra vez: “Que no sea, que no sea…” Pero, al llegar, perdió el color de la cara al comprobar que, en efecto, aquel tejido provenía de donde pensaba. La chica había destrozado el sofá de cuero de su tío y, con los trozos que había arrancado, le había fabricado aquella cosa.
—¡Mierda! —exclamó, al comprobar el estropicio—. Mi tío me va a matar. No era suficiente con estar aprovechándome de su hospitalidad, encima voy y me cargo un sofá que costará más de lo que yo haya podido ganar jamás.
—¿He hecho algo malo? —preguntó Alda tras él, al ver su reacción.
—Sí, algo terrible —esta vez, Kevin no se sentía con la paciencia como para comprender que ella venia de otro sitio y que no había tenido malas intenciones—. No puedes entrar en las casas de otras personas y cargártelo todo —le gritó.
—Lo siento, yo solo quería darte algo. Habías sido tan amable…
—Pues tendrías que haber pensado un poco antes de hacer nada.
—Lo siento mucho.
Kevin tomó aire y se tranquilizó. Sabía que ella lo había hecho de buena fe, y que no sabía que estaba haciendo algo malo, pero no dejaba de pensar que, al final, quien iba a pagar el plato, cuando regresase su tío, sería él. Pero enfadarse ahora mismo no le servía de nada. Lo mejor que podía hacer era dejarlo estar por el momento y averiguar la manera de sacar a la Fane de este mundo al que no pertenecía, antes de que causase algún desastre más. Cuando llegase el momento, ya se inventaría alguna excusa para su tío, le diría que habían entrado a robar o algo así. No le gustaba tener que mentir, pero siempre sería aquello más creíble que decirle que había invitado a su casa a una criatura de otro mundo, y que esta le había roto el sofá para darle un regalo.
Una vez lo tuvo todo preparado y sin querer demorarse más, Kevin se colgó la flauta en el cinturón, metida dentro de su nueva funda de cuero de sofá, y salieron a la calle de nuevo. Le indicó a Alda cómo debía colocarse en la bicicleta para que no se cayesen ambos al iniciar la marcha, y entonces comenzó a pedalear, al principio con más dificultad por la carga extra y la falta de estabilidad que provocaba la chica. Pero en cuanto hubo cogido un buen ritmo, la marcha se volvió mucho más rápida.
Recordando su último accidente con la bicicleta, Kevin trató de no llevar un paso demasiado acelerado, ya que esta vez, siendo dos los implicados, una caída podría ser mucho peor. El esfuerzo que le suponía el camino, le hizo lamentar más de una vez no disponer de otro tipo de vehículo, uno motorizado preferiblemente. Lo que hubiese dado por una moto o un coche en aquellos momentos, pero no podía permitirse semejantes lujos, del mismo modo en que no podía pagarse su propio alquiler, ni comprar un sofá nuevo…
Tras un buen rato de pedaleo, entraron en el pueblo que indicaba el artículo que Kevin había leído en la biblioteca. Era el mismo pueblo al que había ido recientemente a buscar trabajo y del que se había vuelto con las manos vacías, a excepción de aquel endemoniado instrumento musical que no había dejado de traerle problemas.
Cuando pasaron por delante de la tienda de antigüedades, Kevin trató de ir algo más rápido para evitar encontrarse con el propietario. Su último encuentro con el viejo no había sido precisamente agradable y no le hubiese gustado tener que repetir la experiencia.
En un momento dado, Kevin escuchó a Alda a sus espaldas, pidiéndole que se detuviese un instante. Se apartó a un lado y detuvo el pedaleo, mientras presionaba lentamente el freno con la mano.
—Me gusta este sitio —le dijo ella—. Huele como en casa.
Pero todo lo que Kevin vio fue un enorme caserón abandonado y hecho pedazos. Un edificio que probablemente estarían a punto de demoler y que, hasta que el ayuntamiento se decidiese a tirarlo abajo, estaría lleno de ocupas.
—De verdad que tienes un gusto único —le replicó a la chica.
—¿No lo encuentras fascinante? Se siente como si flotase la magia en el aire.
—Yo lo único que noto en el aire es una mezcla de olores nada agradable, cada uno peor que el anterior.
Ella no dijo nada, simplemente miraba a la casa con inusitada atención, como si aquella decadente obra la tuviese completamente hipnotizada. Viendo que su compañera podría pasarse el día entero allí plantada mirando al edificio, Kevin decidió tomar la iniciativa y le dijo que debían seguir adelante, ante lo cual ella no respondió, simplemente asintió con la cabeza. Así que, sin más demora, reanudaron la marcha, en dirección a aquella misteriosa esquina en la que había aparecido el viejo que decía haber visto hadas.
Cuando llegaron al lugar que andaban buscando, se encontraron con que no había nada, ni esquina ni nada. Todo lo que quedaba de lo que allí hubiese habido en 1981 era un solar con algunos escombros y con malas hierbas creciendo aquí y allá.
Fue toda una decepción. Kevin esperaba haber encontrado allí la respuesta a sus problemas, tal vez no un letrero rotulado: “Por aquí albergue para Fane huérfanas”, pero sí algo que hubiese podido servirles de ayuda. Kevin dejó la bicicleta a un lado y se adentró en el solar, esperando que hubiese algo que pudiese haber pasado por alto. Aunque lo cierto era que tampoco sabía muy bien qué estaba buscando. De cualquier modo, si se quedaban cruzados de brazos seguro que no llegarían a ningún sitio.
Lo que más le molestaba de todo aquello era que el único que parecía estar interesado en encontrar ese portal a otro mundo, o lo que fuese, era él, mientras que su compañera prácticamente no se había alejado de la bicicleta desde que habían llegado. Kevin se volvió cara a ella para pedirle que le ayudase, y entonces vio que la chica estaba actuando de forma extraña, más de lo habitual.
La Fane se encontraba de pie junto al solar, balanceándose de un lado a otro con los ojos cerrados, como si estuviese bailando.
Intrigado, Kevin se acercó a Alda para preguntarle qué era lo que estaba haciendo. Según se iba aproximando a ella, iba escuchando un murmulló que provenía de la boca de la joven.
—¿Puedes oírla? Es maravillosa —le dijo la chica al notar su presencia.
—No oigo nada. ¿A qué te refieres?
—La música. Es como si viniese de todas partes a la vez. Cierra los ojos, así la escucharás mejor.
Kevin le hizo caso y cerró los ojos, pero no cambió nada. Escuchaba el sonido de algunos coches en la distancia, el viento, a Alda moviéndose a su lado, los latidos de su propio corazón y… Entonces le pareció percibir algo más, algo que estaba enmascarado detrás de todos los otros sonidos, como si formase parte de estos y al mismo tiempo fuese algo distinto.
Intentó concentrarse solo en este último sonido y, de pronto, empezó a escucharlo con total claridad. Era una melodía, una música que siempre había estado allí y que, ahora que era capaz de percibirla, ya no le dejaba escuchar nada más. Abrió los ojos de nuevo, y a pesar de ello comprobó que todavía podía escuchar la música.
Vio que Alda movía los labios tratando de reproducir el sonido, mientras tanto continuaba moviéndose, solo que ya no se limitaba a balancearse con suavidad, ahora danzaba de un lado para otro, como si estuviese hechizada por la melodía.
Antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo, Kevin había empezado a moverse también, balanceando la cabeza de un lado a otro despacio. Dejó caer los parpados, dejándose llevar, mientras su mano, que parecía haber cobrado vida propia, se iba acercando hasta la funda de la flauta. Extrajo el instrumento, se lo acercó a la boca y sintió el irresistible impulso de acompañar a aquella misteriosa canción.
Al igual que le había ocurrido con anterioridad, Kevin sintió que su cuerpo era poseído por el viento de Kalen y se movía solo, haciendo que la flauta imitase la música a la perfección.
De pronto, comenzó a acalorarse. Se puso a sudar por cada poro de su piel. Y entonces perdió el equilibrio. Sintió que caía a gran distancia, envuelto por una deslumbrante luz ambarina, hasta que finalmente se estrelló sobre una superficie blanda y cálida.
La música paró de golpe y, antes si quiera de abrir los ojos, Kevin supo que había vuelto a abandonar su mundo, adentrándose en lo desconocido una vez más.
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