I. UN CLARO EN EL BOSQUE
8
Por un instante, a Kevin le entró el pánico, pero entonces se dio cuenta de que nada de aquello había ocurrido de verdad. Alda continuaba sentada en el sofá, de una sola pieza, simplemente se había contraído un poco debido a la impresión.
—Creo que acabo de ser víctima de otra de tus ilusiones —le dijo a la chica.
—Lo siento, tu caja de imágenes debe de haber activado mi mecanismo de defensa.
—No te preocupes, ya sé que no es intencional. Me voy a hacer la comida. Si quieres cambiar de canal… ver otra cosa —aclaró Kevin—, aprieta los botones con números de esa cosa de ahí —indicó, señalando el mando a distancia.
—Muchas gracias, así lo haré.
Dicho esto, Kevin se dirigió hacia la cocina, con el corazón todavía acelerado por la visión que le había causado la Fane. Se dijo a sí mismo que tendría que tener cuidado con no provocarle más sobresaltos a la chica, si no quería continuar llevándose sustos él mismo.
Abrió la nevera y se quedó mirando su contenido. No tenía la menor idea de lo que podía preparar. A pesar de que la chica le hubiese dicho que podía comer cualquier cosa, no estaba muy seguro de que eso fuese cierto. Tal vez, si cogía el alimento equivocado, acabase envenenando a la Fane sin querer. Además, tampoco era muy buen cocinero y sus opciones eran bastante limitadas. Pensó en no complicarse y meter una pizza congelada en el horno, pero decidió no hacerlo. La verdad es que quería quedar bien con su invitada y tratar de sorprenderla con algo delicioso que ella no hubiese probado jamás, y quería que fuese algo preparado por él mismo, nada de conservantes artificiales y cosas de esas.
Cerró el frigorífico para mirar en otro sitio. Buscó entre los armarios de la cocina y encontró justo lo que buscaba, todavía le quedaban algunas porciones de la última bandeja que había hecho unos días antes, pero aquello no era más que un postre, aun necesitaba un plato principal.
Finalmente, Kevin se decidió por cocer algo de pasta, era fácil y solía salirle bastante bien. Puso a hervir agua y preparó al lado un paquete de macarrones. Volvió a la nevera y sacó un bote de salsa de tomate con especias, usar aquello iba un poco en contra de su intención inicial, pero, aunque aquella salsa estuviese ya preparada, todo lo demás lo estaba haciendo él. Sabía que el agua tardaría un poco en coger la temperatura adecuada, así que, mientras tanto, pensó que podía ir poniendo la mesa. Sacó un mantel, platos, cubiertos, dos vasos y un par de servilletas; y después fue llevándolo todo hasta la mesa del comedor.
Mientras colocaba todo en la mesa, comprobó que Alda estaba completamente embelesada mirando el televisor. Vio que la chica se sobresaltaba con frecuencia con las imágenes que veía, pero no permanecía más que unos instantes con el mismo programa, cada minuto, aproximadamente, apretaba uno de los botones del mando y cambiaba de canal. Le pareció muy divertido ver como ella se sorprendía con los pequeños detalles que él había llegado a aborrecer, y pensó en lo abrumadora que debía ser la sensación de estar en un mundo distinto al propio, donde todo era nuevo y nada le resultaría ni remotamente familiar. A pesar de todo, le pareció que ella se adaptaba bastante bien a la situación y aprendía con gran rapidez.
Regresó a la cocina y descubrió que el agua ya estaba lista para introducir la pasta. De modo que abrió el paquete de macarrones y vació la cantidad suficiente en el agua. El resto de tiempo de cocción permaneció allí, para comprobar que la pasta no se le pasase. Unos minutos después la comida estaba lista para servir.
Invitó a Alda a sentarse en una de las sillas frente a la mesa del comedor, lo que ella hizo de buen gusto. Acto seguido trajo los platos de pasta para ambos.
En los momentos iniciales, Kevin percibió algo de duda en la joven, no estaba seguro si fue por el alimento en sí o por la forma de comerlo. Pero, al poco, la chica empezó a imitarlo a él y se puso a comer. La Fane devoró con ansia el contenido del plato y después se quedó mirándole mientras terminaba de comer.
—Estaba delicioso —reconoció Alda—. Las verduras la conocía, pero la sustancia blanquecina no la había probado antes. En mi pueblo nos alimentábamos fundamentalmente de carne de los animales de la zona y de las verduras que cultivábamos, pero las comidas nunca requerían mucha elaboración. La carne se asaba al fuego y las verduras las comíamos crudas.
—Me alegro que te haya gustado —dijo Kevin, terminando también con su plato.
—¿Cómo se llama lo que hemos comido?
—Pasta.
—Pasta —repitió ella, como si intentase memorizarlo—. Que nombre más peculiar. ¿Podrías enseñarme a prepararlo en alguna ocasión?
—Supongo que sí, no es complicado. Aunque, si te ha gustado eso, lo próximo te va a encantar. Espera un momento y vuelvo con el postre.
Dicho esto, Kevin se levantó de la silla y se fue hasta la cocina para recoger algo que pensaba que sería lo mejor que la chica habría probado en toda su vida. Sacó dos platos pequeños y colocó una porción en el centro de cada uno, después los llevó hasta la mesa y puso un plato frente a su invitada y otro frente a él mismo. Antes de llevarse ningún pedazo a la boca, se quedó mirando a la chica, expectante a su reacción. Vio que ella estaba intrigada, era obvio que la joven nunca había visto nada parecido a aquello.
—¿Qué es esto? —preguntó Alda antes de probar el postre.
—Se llama pastel de chocolate, es un dulce que se me da bastante bien hacer —contestó Kevin con orgullo.
—Otro nombre curioso. No parece animal ni vegetal, ¿de dónde procede?
—De ningún sitio, está hecho con varias cosas, vegetales y animales. Es chocolate en su mayoría.
—¿Chocolate? ¿Está bueno?
—¿Nunca has probado el chocolate? —le preguntó él, casi con sorpresa, aunque ya lo esperase—. Entonces, prepárate porque estás a punto de ver las estrellas.
Sin más preguntas, la chica se decidió a probar su postre. Kevin la vio cortar un trozó de la porción con el dorso del tenedor para, acto seguido, llevárselo a la boca. La cara que puso la joven fue de puro deleite, al parecer el sabor del nuevo alimento había sobrepasado sus expectativas. Antes de que él hubiese probado si quiera el suyo, ella ya había terminado y miraba el otro plato con deseo. Al ver la mirada de ella, Kevin le ofreció su propia porción diciéndole que de todas formas ya se sentía lleno. La chica no rechazó el gesto y se comió aquel pedazo con la misma avidez que había hecho antes con el suyo propio.
—Veo que te ha gustado —dijo Kevin, cuando vio que la Fane había acabado.
—Puedo decir, sin duda alguna, que es lo más delicioso que me he llevado al paladar en mis largos años de existencia. Sin embargo, intuyo que esto no es algo que deba ser degustado con mucha frecuencia, no puede haber algo tan bueno que no tenga una parte negativa.
—En eso tienes razón, en grandes cantidades y tomado de forma habitual acabaría por ser malo para la salud. Por eso solo se debe comer de vez en cuando, aunque esté muy bueno.
—Lo suponía, de todas formas tengo que darte las gracias de nuevo, en esta ocasión por descubrirme todos estos nuevos y maravillosos alimentos.
—No hay de qué. Y, ahora, si quieres, puedes ayudarme a recoger todo esto, antes de que sigas contándome ninguna historia más.
—Será todo un honor poder ayudarte —le contestó ella con amabilidad.
—De acuerdo, yo te indicaré donde va todo. Sígueme —le pidió mientras se dirigía a la cocina.
Entre los dos recogieron, limpiaron todo y devolvieron cada cosa a su sitio. Mientras tanto, Kevin no dejaba de pensar en lo bizarra que resultaba aquella situación, haciendo algo tan cotidiano como recoger la mesa, con un ser de otro mundo. Después de aquello, regresaron al salón y se sentaron, de la misma forma que antes, para continuar por donde lo habían dejado antes de la comida. Kevin estaba ansioso por saber qué le contaba la Fane a continuación. Pero, antes de que ella comenzase a narrarle nada, había una pregunta que quería hacerle a la chica y que llevaba un rato dándole vueltas en la cabeza.
—Antes has dicho algo así como “en mis largos años de existencia” —le recordó a la chica—. ¿Qué edad tienes? No aparentas tener más de 17 años, pero intuyo que ando bastante desencaminado.
—Ni yo misma sabría decirte mi edad exacta —admitió Alda—. Los Fane envejecemos de manera distinta a los humanos y los años siempre acaban por dejar de tener sentido para nosotros. Verás, nuestra especie no va creciendo de forma gradual como la vuestra, nosotros envejecemos por ciclos. Permanecemos un tiempo en una etapa determinada y cuando estamos preparados para pasar a la siguiente crecemos rápidamente. El tiempo que cada Fane permanece en un estado es diferente para cada individuo, ya que depende de su propio desarrollo madurativo. De ese modo, puede ocurrir que un Fane que todavía se encuentre en una etapa infantil cuente con varias décadas de edad, mientras que otro con los mismos años esté en una etapa adulta.
—Asombroso.
—Yo he pasado ya por varios ciclos y ahora me encuentro en la etapa en la que se produce el cambio hacia la madurez, aunque esto todavía no ha ocurrido —confesó Alda—. No puedo afirmarlo con seguridad, pero diría que he vivido cerca de un siglo, aunque he conservado esta apariencia durante unos 10 o 12 años.
—Quién hubiese dicho que, pareciendo tan joven, es posible que hayas vivido ya más tiempo que mi abuelo. Puede que tu edad sea incluso superior a la que tenga yo cuando me llegue la hora.
—¡Ah! La muerte, eso es algo que también nos diferencia ampliamente del ser humano. Vosotros podéis hacer una estimación aproximada del momento en el que falleceréis, y salvo que ocurra un accidente o una enfermedad, ese cálculo no suele distar mucho de la realidad. Nosotros, sin embargo, lo tenemos más difícil. Hay ancianos Fane que han vivido siendo físicamente viejos durante más de un milenio, y también los hay que murieron a los pocos días de convertirse en ancianos. Nuestra vida es difícil de predecir, y aunque eso pueda causarnos incertidumbre, también nos libera de la carga que supone ser conscientes de que se nos agota el tiempo. Ello nos hace, en cierto sentido, más libres para disfrutar de la vida.
—Pero, ¿quiere eso decir que podrías morir mañana mismo, sin previo aviso?
—Sería raro pasar por todos mis ciclos restantes en tan poco tiempo, pero sí, supongo que es algo que podría ocurrir.
—Eso es terrible —dijo Kevin, pensando en la lástima que sería que ella falleciese repentinamente cuando la acababa de salvar.
—No lo sé, podría ser peor. ¿Cuál es tu edad, Kevin?
—Cumplí veinticinco años hace un par de meses.
—Entonces, si mi información sobre los humanos es correcta, eso quiere decir que tal vez vivas unos treinta años más con una buena calidad de vida. Después te quedarían como mucho unos treinta años de deterioro constante. ¿No es peor tener este conocimiento, antes que no saber cuándo puede ocurrir, ni cómo serán tus últimos momentos?
—Dicho así… probablemente tengas razón —reconoció él, con cierta palidez en la cara, tras pensar que, según esos cálculos, puede que solo le quedasen dos tercios de vida saludable—. Por eso, a la mayoría de nosotros, no nos gusta pensar demasiado en nuestra propia muerte.
—Lamento si mis palabras te han incomodado —se disculpó ella, tal vez dándose cuenta del lúgubre cambio en la expresión de la cara de Kevin.
—No te preocupes por ello, es mi culpa por haber insistido en el tema. De todas formas, deberíamos continuar por donde nos habíamos quedado antes, el motivo por el que hemos viajado entre los mundos.
—De acuerdo, proseguiré pues. La siguiente historia que necesitas conocer habla de los viajeros —le adelantó ella—. Existen un gran número de mundos, todos ellos superpuestos…
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