I. UN CLARO EN EL BOSQUE
10
Después de reflexionar un rato, Kevin pensó que tal vez había que conocer los lugares a los que querías ir antes de poder abrir un portal, y como él nunca había estado en el mundo de las Sídhe le era imposible desplazarse hasta allí. Si esto era así, era posible que si investigaba lo bastante sobre aquel lugar, haciéndole preguntas a Alda y leyendo cualquier tipo de información que pudiese haber en los libros, igual entonces el resultado sería distinto. Era solo una conjetura, pero no se le ocurría nada más, excepto quizás…
—¿No hay ningún otro modo de viajar entre los mundos? Quiero decir que, ¿no es posible que todavía queden caminos ocultos? —quiso saber Kevin, pensando en la historia que le había contado la chica.
—Claro que es posible, pero yo no conozco dichos caminos. Si los viese, si pasase cerca, creo que podría reconocerlos.
—Ya, y no es que podamos ponernos a recorrer todo el planeta hasta encontrar algún camino…
—¿Por qué no? —pregunto Alda, con ingenuidad.
—No me hagas caso, solo pensaba en voz alta.
—Tu gente también debe tener leyendas y cuentos, si los escucho pueden darme pistas sobre esos lugares —sugirió la Fane—. Donde haya portales tienen que haberse producido encuentros.
—Sí, aunque sería difícil diferenciar entre encuentros reales y las fantasías de alguien que quiere llamar la atención. Te sorprendería saber la cantidad de personas como estas últimas que existen.
—No veo que tengamos más alternativas.
—Tienes razón —admitió Kevin, dándose cuenta de que todo aquel asunto paranormal se escapaba a sus conocimientos—. Habrá que intentarlo. Entonces el primer paso sería ir a la biblioteca, y buscar en periódicos noticias de encuentros extraños. También podríamos leer algún libro de cuentos o leyendas, a ver si reconoces alguna que pueda pertenecer al mundo de las Sídhe.
Con este plan en mente, Kevin se incorporó, dispuesto a poner rumbo a la biblioteca del pueblo. Vio que eran las 17:00, todavía era temprano, de modo que igual dispondrían de algunas horas antes de que la biblioteca cerrase.
No había ido nunca a aquel lugar, pero había pasado por delante en alguna ocasión, al regresar a casa. Por ese motivo, tenía una idea aproximada de dónde se encontraba el local, aunque no estaba seguro del todo.
Pensó que si se asomaba al balcón quizás pudiese orientarse antes de bajar a la calle. Descorrió las cortinas, que todavía seguían cerradas después del incidente con la Fane a primera hora de la mañana, y descubrió con horror un cielo ennegrecido y cubierto de nubes de tormenta que ya habían comenzado a dejar caer las primeras gotas de lluvia. El tiempo no acompañaba, y Kevin sabía que aunque en ese momento solo había comenzado a llover, dentro de nada estaría cayendo el agua a raudales.
En vista de las circunstancias, no le quedaba más remedio que esperar a que el tiempo se despejase, aunque, por la hora que era, suponía que ya no podrían ir a la biblioteca hasta el día siguiente. De todas formas, si lo pensaba bien, tampoco estaba seguro de que abriesen por la tarde.
Le explicó la situación a Alda y le dijo que su plan para documentarse tendría que esperar hasta el día siguiente. La idea sería ir a primera hora de la mañana a la biblioteca, dividirse las fuentes de información y buscar entre ambos hasta dar con algo que pudiese serles de utilidad. De momento no podían hacer mucho más.
Kevin pasó el resto de la tarde respondiendo un sinfín de preguntas que la chica tenía en referencia a la televisión. Al parecer, el aparato la tenía altamente intrigada, no solo en cuanto a su funcionamiento, sino también por el tipo de programación que se emitía. La Fane encontraba alarmante el hecho de que se contasen un número tan grande de historias que en apariencia no aportaban nada en absoluto, no tenían moraleja ni enseñanza alguna, eran simplemente una representación de cosas que parecía agradar a los humanos, no solo porque quisiesen ser como esos personajes. Lo que más molestaba a Alda era que, según ella, era como si los humanos disfrutasen viendo el sufrimiento ajeno, tanto el real en las noticias, como el ficticio en las películas.
Kevin trató de responder lo mejor que pudo a todas las preguntas de la chica, pero lo cierto era que no tenía la respuesta ni de la mitad de las dudas que ella le planteó. Eso le hizo reflexionar a él mismo sobre la naturaleza de toda aquella ficción innecesaria a la que estaban expuestos cada día. Pero tampoco quiso darle demasiadas vueltas y no tardó en apartar aquellas ideas de su cabeza.
Al llegar la noche, Kevin se encontraba exhausto. La joven tenía una gran energía y no habían dejado de hablar de una u otra cosa sin parar. Ella saltaba de un tema a otro con gran velocidad y, en ocasiones, él había llegado incluso a perder el hilo de la conversación. Así que, en cuanto tuvo la oportunidad, Kevin dio por finalizado el día y se retiró a su habitación a dormir. En cuanto a Alda, a ella le ofreció la cama de su tío para acostarse, ya que las únicas opciones eran esa o el sofá, y Kevin pensó que la chica estaría mucho más cómoda en una cama, aunque, como ella le dijo: “No estaba acostumbrada a esas superficies inusualmente blandas”.
La noche transcurrió sin más sobresaltos, y Kevin logró dormir con más facilidad de la que hubiese podido esperar. De hecho, cuando los primeros rayos de luz rozaron sus parpados, se despertó con más naturalidad y con una mayor sensación de reposo de lo que lo había hecho antes durante toda su vida.
No obstante, en cuanto se incorporó en la cama, a Kevin se le terminó la paz y normalidad que por un instante había podido saborear. Descubrió que su nueva compañera de piso se había colado durante la noche en la habitación y se había quedado durmiendo en el suelo, junto a su cama.
La chica se despertó también en ese instante, sonriendo, como si no fuera consciente de lo extraño de su conducta. En el poco tiempo que habían compartido, Kevin ya había visto a aquel espécimen de otro mundo hacer tantas cosas raras que difícilmente debería sorprenderse. Por encima de todo, era consciente de que la Fane no conocía el mundo al que había ido a parar y no podía juzgarla por ello, lo único que podía hacer era tratar de integrarla en las costumbres humanas y razonar con ella, explicándole las cosas cuando hacía algo… inesperado.
Así pues, sin prestar demasiada atención a la actividad nocturna de la chica, Kevin continuó como si nada con el plan que habían trazado el día anterior. Se vistió, se arregló y le pidió a la Fane que hiciese lo mismo. Ella se puso las mismas ropas grandes que él le había dejado y, mientras tanto, Kevin les preparó a ambos algo para desayunar, pensando que sería buena idea empezar el día preparándose con la suficiente energía como para afrontar cualquier eventualidad que pudiese surgir.
Mientras tomaban el desayuno, Kevin no pudo evitar preguntarle a Alda la razón por la que había pasado la noche en el suelo junto a su cama. Ella le contestó que la cama no terminaba de gustarle y prefería dormir en una superficie algo más estable. Además, no quería separarse demasiado de él, ni de la flauta, por precaución.
A Kevin le pareció que la chica estaba exagerando un poco con lo de la precaución, porque, al fin y al cabo, nadie más conocía la existencia del instrumento, ni mucho menos que era él quien lo tenía. Pero tampoco quiso discutir más el asunto, así que no insistió en ello.
Por un instante había temido que continuase el mal tiempo, pero su miedo fue infundado. En cuanto salieron a la calle fueron recibidos por la cegadora luz de un enorme sol que brillaba con fuerza sobre ellos.
Kevin se había asegurado de salir lo suficientemente temprano como para no tener que encontrarse con demasiadas personas por la calle. Por un lado esto lo había hecho para no llamar demasiado la atención con su compañera. Pero, por otra parte, y esta era mucho más importante, quería evitar cualquier posibilidad de que el mecanismo de defensa de los Fane se pusiese en marcha, y que algún crío que estuviese jugando por ahí, o alguna persona que hubiese salido a correr temprano, se encontrasen de repente con algún demonio horripilante de dos metros que escupiese fuego por la boca en dirección hacia ellos. Lo peor de todo es que no creía exagerar en absoluto, él mismo se había llevado más de una sorpresa desagradable debido a las terribles visiones que podía provocar Alda si se asustaba.
Se pusieron en marcha y, para sorpresa de Kevin, descubrió que su destino se encontraba mucho mas cerca de lo que en principio había pensado. Esto le hizo preguntarse si quizás sí que deberían haber hecho la visita el día anterior, a pesar del mal tiempo. En cualquier caso ahora ya no tenía remedio, todo lo que podían hacer era pasar al interior e intentar aprovechar al máximo el tiempo para resolver el problema y encontrarle hogar a la Fane lo antes posible.
La biblioteca no era particularmente grande. Por es motivo, Kevin dudaba respecto a la posibilidad de encontrar cualquier obra de utilidad que les interesase a ellos, pero no por ello debían dejar de intentarlo.
Al poco de entrar, Kevin guió a la chica al extremo más apartado de la estancia, un rincón en la zona infantil, tras un par de estanterías donde había una mesa y algunas sillas. Esperaba que, desde esta posición, ella estuviese a salvo de las miradas de algún curioso que pudiese venir. Después de buscar las primeras referencias, le dejó un par de libros a Alda para que fuese investigando y, mientras tanto, él comenzó a realizar una búsqueda mucho más exhaustiva.
Sacó libros de leyendas, de canciones populares de origen desconocido y de fenómenos misteriosos sin explicación. Leyó algunos fragmentos de estas obras rápidamente, con la esperanza de localizar alguna pista, pero no había nada en ellos que les pudiese servir.
Encontró historias que tenían muchos matices similares a las historias que le había contado la Fane sobre la creación del mundo, pero ninguna de ellas contenía ningún detalle revelador sobre como acceder a otros mundos. Pensó que si fuese tan sencillo viajar entre dimensiones paralelas, entonces ese debía ser un hecho de conocimiento público y la gente lo haría a diario. Estaba claro por lo tanto que, de existir algo que pudiese indicarles el camino, tenía que ser mucho más sutil, algo apenas perceptible salvo para quien supiese exactamente qué es lo que debía buscar.
Varias horas después, lo único que Kevin había conseguido sacar en claro era que el término “Sídhe” parecía provenir de algunas leyendas irlandesas, y en ocasiones ni siquiera conseguía interpretar si hablaban de un ser o de un lugar. En algunas historias se hablaba de ellas como hadas y en otras como espíritus con características malignas. Unos escritos contradecían a otros, y aunque hubiese algo de realidad en ellos, le resultaba imposible poder discriminarlos.
Decidió que necesitaba descansar la vista un rato, así que regresó a la mesa de la zona infantil a ver si a Alda le había ido mejor que a él.
Cuando llegó junto a la chica, se encontró con que ella no estaba leyendo los libros que le había dejado, sino que se había agenciado unos cuentos de la estantería más cercana y estaba contemplando los dibujos con gran interés.
—¿No has encontrado nada en los otros libros? —le preguntó a la joven, intentando no alzar mucho la voz.
—No he podido leerlos —aclaró ella—. Recuerda que no hablo tu idioma. No sé descifrar los símbolos de las páginas.
Como por lo general Kevin era capaz de hablar con ella a la perfección, se le había olvidado por completo que la única razón por la que se entendían era que, siendo el propietario de la flauta, el instrumento le había concedido la habilidad de comunicarse con los seres de otros mundos, pero esto no funcionaba a la inversa.
—Lo lamento, lo había olvidado –se excusó Kevin.
—No te preocupes, no he estado sin hacer nada. Yo también he estado buscando y he encontrado estos fantásticos libros que sí que puedo entender. Es una manera estupenda de contar historias mediante imágenes, así se puede llegar a todo el mundo sin problemas.
—Sí, bueno, esa es la idea. Esos libros los hacen para los niños. Los dibujos suelen ilustrar lo que está escrito al lado, supongo que eso les ayuda cuando están empezando a leer.
—Parece un buen método para que vuestras crías comiencen a introducirse en la cultura. Mejor que el de mi especie, que nos hacían memorizar todas las historias.
—Puede ser, pero aun así no creo que nos ayuden mucho a buscarte una casa.
—Pero he encontrado muchas imágenes que me recuerdan a las historias de mi gente y las de otros de los hijos de los altos linajes. Quizás si pudiese interpretarlas mejor sea capaz de…
—No, no lo creo —negó Kevin inmediatamente, pensando que la chica perdía el tiempo por aquel camino—. Debes tener en cuenta que la gente que ha escrito esos cuentos suelen ser personas con una gran imaginación, que han cogido detalles de varios sitios y los han puesto todos juntos para darle forma a la historia. No solo eso, sino que además la gente que hace los dibujos no suele ser ni siquiera los mismos que escriben. No quiero desanimarte con esto, pero es muy difícil que encuentres nada en una ilustración de alguien que, posiblemente, solo esté dándole color a las palabras de otro.
—Entiendo. Es una pena, creí que había dado con algo —respondió Alda, con tristeza.
—No te disculpes. Es normal que hayas pensado eso si has visto algo que te ha resultado familiar, si no sabías la forma en que se escriben aquí los libros. Lo cierto es que la mayoría de nuestras historias suelen ser inventadas.
—¿Y las cosas que han pasado de verdad no las contáis?
—Si, en los libros de historia. Pero nunca he oído de ninguno que hable de fenómenos paranormales, al menos ninguno que se considere veraz. Aunque puedo intentar buscar algo desde esa perspectiva…
—Como no puedo ayudar leyendo, ¿te importa que continúe aquí, con los libros de cuentos?
—Claro que no. Si me necesitas estaré por allí —dijo Kevin, señalando hacia el lugar de la biblioteca que contenía la sección de historia.
Tras esa breve e infructífera pausa, Kevin regresó a la búsqueda. Esta vez, tal como le había recomendado Alda, se propuso buscar en otro tipo de fuentes. En libros de historia convencionales no iba a encontrar nada, eso lo sabía de antemano, pero quizás en algo que estuviese a medio camino entre lo real y lo ficticio el resultado fuese más satisfactorio.
Buscó en libros con nombres de lo más estrambótico. Títulos como “Misterios de lo cotidiano” o “Conocidos fenómenos paranormales” recorrieron sus manos sin lograr otro efecto que el de hacerle perder toda esperanza.
Finalmente, Kevin decidió pasar a la tarea más tediosa, la que había dejado para el final, la visita a la hemeroteca.
En otro rincón de la misma biblioteca había una zona con varios ordenadores que permitían acceder a un amplio archivo de periódicos que se remontaba hasta muchos años atrás.
Kevin esperaba que la búsqueda fuera imposible, la típica aguja en el pajar. No obstante, se sorprendió al comprobar la facilidad con la que se podían introducir ciertos parámetros en el sistema para acotar lo que quería encontrar uno. Aunque lo más sorprendente fue que encontró un resultado de lo más alentador solo introduciendo el término: “Sídhe”.
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