VI. NOCHES EN EMAIN ABLACH
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Kevin pudo contemplar el aspecto del pueblo bajo la luz del día. Era una visión completamente distinta, sin las lucecitas multicolores de los insectos, pero igualmente maravillosa.
A simple vista, estaban en un bosque como cualquier otro, lleno de árboles por todas partes. Pero si uno prestaba atención veía los detalles que lo hacían distinto. Había escaleras en los troncos, camufladas al ser de la misma madera que el resto del árbol. Si levantaba la cabeza, podía ver las estructuras que se creaban en lo alto, esferas y otras formas ovaladas, que estaban conformadas por las ramas de los árboles y coronadas por una densa capa de verdes hojas. A nivel del suelo todo parecía muy caótico en principio, pero, tras caminar un rato, se podía apreciar que, en realidad, había una composición y podían distinguirse calles y plazas, solo que no eran igual que lo que hubiese encontrado en su mundo. Todo era mucho más sutil, todo estaba perfectamente integrado con el paisaje, de forma que nada desentonaba.
Fueron a pasear por la aldea. Comenzaron su recorrido por la zona más residencial y luego fueron acercándose al centro. A Kevin le sorprendió no ver apenas gente durante el trayecto. Le dio la impresión de que había más actividad la noche anterior que a esas horas.
—¿Cómo es que no hay nadie por las calles? —le preguntó a Alda.
—La mayoría de las Sídhe están ahora realizando sus tareas diarias. Hay quienes se han ido de caza o recolección, mientras que otras están dentro de los edificios, haciendo otras labores.
—¿Todas tienen un trabajo fijo? ¿Hacen lo mismo todos los días?
—No, la función de las Sídhe va cambiando de vez en cuando. De ese modo nadie se cansa de una tarea. Por esa razón, toda la gente del poblado tiene que ser capaz de participar en cualquier actividad, cada individuo debe estar instruido en todas las artes.
—¿Y qué hay de ti?
—De momento solo estoy aprendiendo. Aunque, obviamente, debido a que carezco de las habilidades de las Sídhe, habrá cosas que no seré capaz de hacer. Pero ellas son conscientes de mis limitaciones y no me van a forzar a hacer algo que esta fuera de mis posibilidades.
—Parece razonable —admitió Kevin—. Aunque da la impresión de que lo único que hacen las Sídhe es trabajar. Habrá otras cosas además de eso, ¿no?
—Desde luego. Lo que ves ahora es solo una parte del día de las habitantes del poblado. Por la mañana las Sídhe trabajan, pero por la noche se divierten como nadie. Cuando se oculta el sol, tienen lugar todo tipo de espectáculos, hay canciones y bailes. Lo cierto es que las Sídhe son una especie de hábitos más bien nocturnos, y es en ese momento del día cuando se las puede ver en su verdadero estado, llenas de energía y con ganas de divertirse.
—¿Acaso no duermen?
—Apenas. A diferencia de nosotros dos, las Sídhe solo necesitan descansar un par de horas al día, el resto del tiempo siempre lo tienen ocupado con alguna actividad.
—¿Eso no te ha supuesto un problema, tener que acostumbrarte a un ritmo de vida tan dinámico?
—No, aunque la gente me considere una más de ellos, saben que no pertenezco a su especie. Las Sídhe son criaturas bastante cultas, tienen mucha información sobre los hijos de los altos linajes. Además, tienen una historia pasada con los Fane, con lo que están acostumbradas a tratar con gente de otros mundos, como el mío. Nunca me pedirían que les siguiese el ritmo cuando saben que eso no es posible.
—Pero eso quiere decir que tienes que renunciar a una parte del día para poder descansar. Si trabajas no puedes divertirte y a la inversa.
—Te equivocas. Mi horario está configurado de forma especial, de modo que pueda tener tiempo durante los dos periodos del día.
—Ya veo.
—Tengo la impresión de que estás buscando algo en contra de las Sídhe con tus preguntas —se dio cuenta la chica.
—No es eso. Es simplemente que me cuesta confiar en ellas. Solo quiero asegurarme de que estarás bien aquí, eso es todo.
—¿Por qué te preocupa tanto mi bienestar?
—No sé qué quieres decir. Te considero una amiga y me preocupo por ti.
—Pero ya has comprobado que estoy bien. Sin embargo sigues aquí, como si estuvieses buscando a propósito algo que te diga lo contrario. ¿No confías en mi palabra?
—¿Quieres que me vaya? —le preguntó Kevin a su compañera, que parecía alterada por algún motivo.
—Claro que no. Ya sabes que disfruto con tu compañía y siempre ha sido mi misión la de protegerte a ti y al viento de Kalen.
—Entonces no te preocupes tanto. Solo estaré aquí un par de días más, después volveré a mi mundo.
—Muy bien. Continuemos con la visita entonces.
Continuaron caminando y Alda le enseñó los sitios más importantes dentro del poblado. Uno de los lugares que más destacaban, y que por lo visto tenía una gran importancia para las Sídhe, era una plaza donde se hallaba la estatua de la fundadora de la aldea.
—Esta es la estatua de Leannan —explicó Alda—. Se dice que fue ella la que construyó el primer poblado en el bosque de Emain Ablach, y la que inició el modo de vida de las Sídhe. Se la tiene en muy alta estima entre la gente, no solo por todo lo que hizo, sino porque además fue miembro de los altos linajes originales, antes de la separación de los mundos.
Kevin se quedó mirando la figura con admiración, asombrado de que se hubiese mantenido en tan buen estado durante todo aquel tiempo. La estatua parecía estar tallada en roca, de un modo muy meticuloso y lleno de detalles, hasta el punto que daba la impresión de que aquella mujer fuese a moverse en cualquier momento. El rostro de Leannan parecía estar muy conseguido, dejando ver la gran belleza que debía haber poseído aquella Sídhe cuando estaba viva. Sin embargo, al seguir estudiando la talla, reparó en un detalle que le dejó algo desconcertado. No sabía si lo que había visto era la norma entre los habitantes o algún tipo de representación simbólica, pero desde luego era algo que tenía que preguntarle a su compañera inmediatamente.
—¿Cómo de exacta es la representación de Leannan en esta figura? —le preguntó a Alda.
—Según tengo entendido, el parecido es muy preciso. ¿Por qué lo dices?
—No sé muy bien como decirlo, pero… —le daba algo de vergüenza preguntar—. ¿Son todas las Sídhe así? —dijo señalando un punto concreto de la estatua.
—¡Ah! —exclamó Alda al darse cuenta de cuál era la duda de Kevin—. Has reparado en que Leannan poseía ambos sexos. No, el resto de la gente del poblado no es hermafrodita. Al parecer solo las Sídhe originales, las primeras, eran de esa forma. El tiempo y la evolución, así como varias mutaciones, fue cambiando su aspecto físico.
—Eso es… algo extraño.
—¿Lo es? ¿Acaso no poseen los seres humanos apéndices dentro del cuerpo sin función alguna? Es un caso parecido, las especies cambian con el tiempo, y aunque muchas veces no seamos capaces de entender los cambios, éstos no son por ello más extraños.
—Sí, bueno. Supongo que esto explicaría tus palabras de ayer, cuando hablabas de las diferencias entre géneros.
—No lo había pensado, pero, en efecto, este es un buen ejemplo de ello. De hecho, la persona que comenzó a referirse a la especie Sídhe con el género femenino exclusivamente fue la propia Leannan.
—Tiene sentido. Aunque, entonces ¿qué era Leannan, hombre o mujer?
—Ambos obviamente, ¿no lo ves?
—No es eso lo que quería decir. Me refiero al asunto de la concepción. Quiero decir, ¿todas las Sídhe podían tener hijos unas con otras?
—Ya entiendo qué es lo que quieres saber. No, lo cierto es que Leannan no podía albergar vida en su vientre.
—Pero entonces, ¿cómo es que tuvo descendencia? Si las Sídhe no podían reproducirse, tendrían que haberse extinguido con el tiempo.
—No necesariamente. Eso es de lo que hablábamos antes, evolución. Las especies se adaptan a las necesidades.
La respuesta no dejó a Kevin del todo convencido, intuía que había algo más en aquel asunto. Sabía que los cambios físicos en los seres vivos ocurrían, pero lo hacían lentamente y a lo largo de varias generaciones, no era algo que ocurriese de forma espontanea en un momento dado porque un solo individuo lo necesitase. Todo aquello le parecía muy confuso, pero también era posible que ni siquiera Alda supiese la verdad de aquella criatura. Después de todo, la tal Leannan había vivido mucho tiempo atrás, y de ella, en la actualidad, solo quedarían las historias.
Seguía intrigado por aquella figura histórica, pero no tuvo tiempo de preguntar nada más porque, entonces, Alda le arrastró a otro lugar del poblado.
Se movieron rápidamente por las calles, las cuales empezaban a cobrar vida, ahora con más gente que antes. Al parecer, las partidas de caza estaban regresando y se las podía ver andando con presas muertas colgadas a los hombros y cargando sus rudimentarias armas, de entre las cuales las más sofisticadas eran arcos con flechas y las menos, simples hondas.
Nadie les detuvo ni les siguió como la noche pasada, cada una de las Sídhe continuó con sus cosas, manteniendo las distancias, aunque sí que se escuchaban comentarios distantes referidos a ellos de alguna de las personas con las que se cruzaban. Kevin pensó que esto se debería a la recomendación que había hecho la anciana desde el palco, y como nadie quería molestarle durante su estancia, la gente prefería pasar de largo y guardarse las ganas de hacer ninguna pregunta. Esto le llamó la atención porque él había esperado que lo inundasen con preguntas a la menor oportunidad. De hecho, estaba preparado para ello, ya que le había prometido a Velenna que contestaría a cualquier duda de los habitantes. Pero nadie tuvo el valor de acercarse hasta a él, y tuvo que admitir que lo prefería de aquel modo, al menos hasta que se hubiese acostumbrado al lugar. Quizás más tarde, cuando estuviese más a gusto en el poblado, él mismo se aproximase hasta alguna Sídhe para entablar conversación con las gentes del lugar.
Su próxima parada fue frente a otro tipo de monumento, aunque esta vez era algo distinto. Lo que tenía delante no se trataba de una roca estática, sino que era algo así como una columna de hojas de color verde, flotando en el aire sobre un pedestal. Aquella extraña forma mediría unos cinco metros de altura y se encontraba en constante movimiento. Las hojas no estaban levitando sin más, sino que era como si danzasen unas con otras en el interior de un recipiente cilíndrico invisible.
Al principio, Kevin pensó que quizás se tratase de algún tipo de contenedor hecho del mismo material que el puente, algo que no podía percibir a simple vista, pero que estaba allí y era tangible. Extendió el brazo para intentar poner la mano sobre lo que fuese que mantenía las hojas de árbol en su interior, pero no encontró ningún obstáculo. Cuando quiso darse cuenta de que no había nada que impidiese el avance de su mano, ya estaba en contacto con las hojas danzarinas, las cuales pasaban entre los dedos de su mano, haciéndole cosquillas con el roce. Al notar aquello, apartó la mano inmediatamente, pensando que alguien le regañaría por haber hecho aquello. Pero cuando miró en dirección a Alda, vio que ella no le decía nada. La chica no parecía estar enfadada, sino todo lo contrario, estaba sonriente, como si su reacción le hubiese parecido divertida.
—¿He hecho algo malo? —preguntó Kevin—. Creía que habría algo que no me dejaría llegar hasta las hojas. Si hubiese sabido que no había nada de por medio, no las hubiese tocado.
—No te preocupes —le tranquilizó Alda—. Yo hice lo mismo el día que llegué, tampoco pude contenerme al ver las hojas moviéndose. Al igual que tú, también estaba convencida de que alguien se enfadaría por ello. Incluso pensé que me iban a echar de su mundo por ofenderles, cuando apenas acababa de llegar. Pero no ocurrió nada de aquello. Resultó que es una costumbre de las Sídhe, la de introducir la mano en el torbellino de hojas.
—¿El torbellino de hojas?
—Así es como lo llaman.
—Dices que es una costumbre, ¿sabes por qué?
—Más o menos. Como ya te he dicho, las Sídhe nacen con una habilidad que les permite interactuar con la naturaleza. El torbellino de hojas es una representación de esa habilidad. Fue diseñado por Leannan, aunque desde entonces las hojas de su interior se han cambiado ya muchísimas veces. Pero lo más interesante no es eso, sino que se dice que la forma de las hojas reacciona con el contacto de los seres vivos.
—Yo no he visto que haya habido ningún cambio cuando lo he tocado.
—Eso es lo que se supone que tiene que ocurrir. El torbellino solo cambia de forma en determinadas situaciones.
—No lo entiendo. Entonces las Sídhe lo tocan con frecuencia por si ocurre algo…
—No exactamente. Para ser más precisos, lo hacen para demostrar al pueblo, públicamente, su tranquilidad espiritual.
—Todo eso suena demasiado místico para mi gusto. ¡Ya sé! Toca las hojas y me demuestras como funciona.
—Muy bien, pero no creo que eso te aclare su funcionamiento. Si toco yo el torbellino ocurrirá lo mismo que ha pasado contigo.
Entonces Alda se acercó hasta la columna de hojas flotante e introdujo la mano en el interior.
—¿Ves como no…? —la chica enmudeció a media frase.
Las hojas comenzaron a reaccionar, volando y removiéndose con más fuerza, pegándose entre sí. De pronto la forma cilíndrica había desaparecido, dando lugar a otra construcción. Duró solo unos pocos segundos, porque la Fane retiró la mano ante aquella aparición, haciendo que el torbellino recobrase su forma original.
Kevin no estaba del todo seguro de lo que había visto, pero le resultó familiar. La forma que habían cobrado las hojas le había parecido una especie de persona con la cabeza grande. Algo bastante desconcertante, especialmente porque se suponía que no tenía que haber ocurrido nada.
—¿Qué ha sido eso? —le preguntó a Alda—. ¿No decías que no iba a pasar nada?
—No lo sé —reconoció la chica—. Es la primera vez que veo algo así. Yo tampoco estaba muy segura de que las hojas pudiesen cambiar de forma, pero parece que esto lo demuestra.
—¿Te has fijado en cuál ha sido la figura que ha aparecido?
—No, la verdad es que no. Me ha sorprendido tanto que no he prestado atención.
—Podrías probar otra vez, para ver si pasa lo mismo. Igual esta vez podemos distinguirlo mejor.
—No creo que sea muy buena idea. Sería mejor preguntarles a las ancianas primero.
—Pero si habías dicho que era normal tocarlo.
—Y lo es. Pero antes de hacerlo de nuevo, quisiera saber si lo que ha ocurrido significa algo.
—Bueno, si piensas que es lo mejor… Tú eres la que vive aquí después de todo. Luego se lo preguntaremos a Velenna, cuando la veamos por la noche.
—Sí, no te preocupes, ya hablaré yo con ella —le prometió la Fane, zanjando así la conversación.
La cantidad de sucesos extraños empezaban a acumularse. Todo ello, sumado a las reacciones de su amiga, hacía que Kevin estuviese empezando a preocuparse. Cada vez la sensación de que había algo que no estaba bien era mayor. Su temor no venía dado porque pensase que hubiese algún peligro desconocido, sino que era algo más… Ni él mismo sabía cómo explicarlo. Lo único que podía hacer era mantener los ojos abiertos, por si veía alguna otra cosa que no le pareciese normal.
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