V. ENTRE LEYENDAS
5
La lluvia no cesó tampoco aquella noche.
Cuando se levantó al día siguiente, Kevin se encontró empapado. El agua que caía por la mañana era más fina, aunque igualmente molesta, y además se había desenrollado una densa capa de niebla que impedía la visibilidad. Tenía sueño, hambre y frío, pero había algo que le molestaba más que todos esos problemas: el incesable parloteo de Efreet, quien se había despertado especialmente parlanchín. Como siempre, Kevin trató de ignorarlo, pero, al parecer, el genio no estaba dispuesto a rendirse con facilidad y empezó a chillar. El ruido que producía la criatura era toda una tortura, pese a su reducido tamaño, había conseguido emitir unos gritos lo suficientemente audibles como para desesperarle, y no había parado desde entonces.
—¿Hay alguien ahí? —preguntó una voz de mujer en la distancia—. ¿Va todo bien?
Kevin escuchó las preguntas con claridad, como si la persona que las había formulado estuviese muy cerca. Sin embargo, debido a la niebla, no podía distinguir a nadie en la distancia. Al menos el Djin se había callado, aunque no antes de una última risa a su costa, por haber conseguido llamar la atención. Kevin dirigió sus pasos entre los árboles, en dirección hacia donde había venido la voz, y respondió, esperando que aquella persona le escuchase.
—No pasa nada —dijo, y siendo consciente de que aquella mujer debía haber oído los gritos del genio, tuvo que añadir una pequeña mentira para excusar el escándalo—. Solo me he tropezado.
Entonces, conforme avanzaba, Kevin comenzó a ver que un poco más adelante había una casa, frente a la que estaba la persona que le había hablado entre la niebla. Llegó hasta su posición y vio que se trataba de una chica joven, de unos veintitantos, con el pelo rubio y largo. La mujer se resguardaba bajo un paraguas y vestía con una chaqueta gruesa, pero las piernas estaban cubiertas por unos pantalones que parecían ser parte de su pijama. Al verla, Kevin pensó que quizás la chica se acababa de despertar y había salido a la calle sin tiempo de arreglarse, debido a los gritos del genio, pensando que alguien estaba en apuros. Ella le miraba con extrañeza, como si el hecho de que hubiese aparecido caminando de entre los árboles hubiese sido algo fuera de lo común.
—¿Seguro que estás bien? —preguntó de nuevo la joven.
—Sí, no te preocupes. Es que me había caído y, como estaba solo, he gritado de pura frustración —se excusó Kevin—. Si hubiese sabido que estaba molestando a alguien, no lo hubiese hecho.
Al parecer, a ella le hizo gracia el comentario y se rió brevemente.
—No es que me hayas molestado, solo me ha sobresaltado escuchar a alguien a estas horas —dijo la chica.
—Lo siento. De todas formas, solo estaba de paso. Así que será mejor que siga mi camino. Y disculpa de nuevo las molestias.
—¡Pero qué dices! No puedo dejar que te vayas así. Estás empapado, lleno de tierra y pareces agotado. Pasa y tómate algo que te haga entrar en calor.
—No hace falta, seguro que tienes mejores cosas que hacer que atender al primer tipo raro que pasa por tu puerta.
—Qué va. Estoy aquí en medio de ninguna parte precisamente para no tener que hacer nada. Venga, no me discutas y vamos dentro de la casa, que hace frío y estamos haciendo el tonto discutiendo aquí fuera.
—Muy bien. Acepto tu invitación entonces —cedió Kevin—. Pero solo un momento, no quiero abusar de tu amabilidad.
—No hace falta que seas tan educado —respondió la chica tras reírse otra vez—. Vamos, sígueme.
Kevin dejó que ella le guiase hasta el interior de la casa, donde la chica le pidió que tomase asiento en la sala de estar, mientras ella le preparaba una taza de café.
Miró a su alrededor y comprobó que la casa, pese a estar en un sitio tan apartado, no carecía de nada. El lugar se veía limpio y ordenado, pero era más que eso, daba la impresión de que debía costar una fortuna. No era que se viesen muchos lujos, sino más bien una sensación en general que le decía que, pese a la sobriedad de la decoración, todo era de muy buena calidad. Le llamó la atención que una chica tan joven viviese de aquel modo y se preguntó cómo podría permitírselo, quizás la casa era de sus padres o algo así.
Al poco rato, la chica regresó con él, llevando dos tazas, sirviendo una de ellas delante de él, en la mesa. Después, ella se sentó a su lado y le preguntó su nombre.
—¿Cómo te llamas y cómo es que has acabado caminando por aquí?
—Kevin —respondió—. Lo cierto es que solo estoy de paso, iba hacia el norte.
—Encantada de conocerte, Kevin. Yo soy Hannah.
—Es un placer, muchas gracias por tu hospitalidad.
—No hay de qué. No podía dejar que te fueses así sin más, bajo la lluvia. Si te pasase algo y luego me enterase en las noticias, me sentiría fatal, sabiendo que podría haber ayudado de algún modo y no lo hice.
—Bueno, ahora si tengo un accidente, al menos sabes que por tu parte cumpliste.
—Es verdad. Cuando te vayas de aquí, ya puedes ser devorado por una fiera salvaje, que mi conciencia estará tranquila.
Ambos se rieron. Aunque Kevin tenía prisa, tuvo que admitir que había echado de menos aquel tipo de contacto humano, no solo durante las últimas semanas viajando por otros mundos, sino antes que eso. Durante todo el tiempo que había estado viviendo con su tío, su única interacción con la gente había sido mientras buscaba trabajo, y como cada vez hablaba menos con sus antiguos amigos, se había distanciado un poco de todo el mundo. Era agradable poder mantener una conversación con alguien de su edad para variar.
Estuvieron hablando durante mucho rato. Hannah le dijo que no era escocesa sino del sur de Inglaterra, pero que estaba allí de vacaciones, tomándose un descanso del trabajo. La casa no era de ella, sino que la había alquilado solo durante unas semanas, lo justo para evadirse un poco antes de volver a su vida. Según le dijo, era actriz, aunque por el momento solo había hecho alguna serie y un par de apariciones breves en películas.
Kevin se avergonzó al admitir que no había visto ninguna de las actuaciones de la joven, pero ella le explicó que era normal, porque ni en su propio país era muy conocida.
Después, le tocó a él el turno de contarle el motivo de su visita a Escocia, y eso le puso en un aprieto, porque no podía contarle la verdad. Era todo demasiado fantástico y la chica no le creería jamás. Si intentaba explicarle lo que había ocurrido desde que había encontrado aquella flauta, lo más probable es que ella pensase que estaba mal de la cabeza y llamase a la policía para que lo encerrasen. Evitó entrar en detalles y simplemente le dijo a su anfitriona que estaba allí de vacaciones, visitando el país antes de volver a España y seguir buscando un trabajo. Le explicó a Hannah que siempre había querido visitar el lago Ness, pero como su presupuesto era muy limitado y disponía de bastante tiempo, había decidió hacer parte del viaje a pie. A ella no le convenció demasiado su excusa, pero aun así no insistió en el asunto.
Antes de que se diesen cuenta, había pasado la mitad del día y era hora de comer. La chica le dijo a Kevin que llevaba ya varios días allí y que la experiencia no había resultado tan buena como había esperado, sintiéndose más sola de lo que había previsto, por lo que su compañía era un cambio bastante agradable. Dicho esto, ella le invitó a quedarse a comer, y así podrían hablar un poco más antes de que él tuviese que marcharse.
El día transcurrió de aquel modo, entre risas y anécdotas por parte de ambos. No obstante, a medida que el tiempo pasaba, Kevin no podía evitar sentirse culpable. Pensaba que allí estaba él, pasándoselo bien, y mientras tanto Alda podía estar en cualquier tipo de peligro. Al final, a primera hora de la tarde, decidió que debía seguir su camino, para poder recorrer todavía un tramo antes de que anocheciese. Le contó a Hannah sus planes de irse en aquel momento, a pesar de estar pasando un buen rato y de disfrutar de la compañía, pero entonces ella le propuso una alternativa.
—Tengo otra habitación —le dijo ella—. Podrías quedarte a pasar la noche y mañana por la mañana te acerco yo hasta el lago Ness. Ya es tarde, y si sigues andando con este tiempo vas a caer enfermo. Además, de este modo llegarás incluso antes de lo que lo hubieses hecho por tu cuenta.
—No sé. Parece demasiado. Seguro que no quieres tener a un extraño durmiendo en tu casa, y me sabe mal que tengas que hacer el esfuerzo de llevarme hasta allí.
—En serio, no es ningún problema. En coche llegamos en poco tiempo, y así, de paso, salgo yo también de casa un rato. Y si eso no te convence, entonces te digo que mi ofrecimiento es por motivos egoístas. Me lo he pasado muy bien hoy, estaba aburridísima, y querría alargar un poco más la velada.
—Vale, si es por egoísmo, te dejo que me lleves hasta el lago. Si lo llegas a hacer por la bondad de tu corazón, entonces hubiese tenido que negarme en rotundo.
Una vez más, los dos comenzaron a reírse, después retomaron la conversación hasta bien entrada la noche, cuando ella le indicó cuál era la habitación de invitados y le dejó que se retirase a descansar.
Ya acostado en la cama, Kevin no conseguía conciliar el sueño, daba vueltas sin parar, incapaz de relajarse. No es que la superficie no fuese cómoda, estaba a gusto, era que se sentía inquieto. No se le pasaba el sentimiento de culpabilidad, como si al quedarse y aceptar el ofrecimiento de su nueva amiga inglesa se hubiese alejado de su misión. Era una tontería pensar así, porque sabía que en realidad, gracias a aquella chica, ganaría días de camino y llegaría antes, pero aun así tenía la sensación de estar haciendo algo mal.
Al final se cansó de dar vueltas y se incorporó sin saber qué hacer. Miró hacia su mochila y, sin pensar, sacó la flauta del interior. Se quedó mirando el instrumento con atención, pensando en lo mucho que había cambiado su vida por culpa de aquel trasto. Él no había pedido aquello. Había sido forzado a ser el nuevo dueño del viento de Kalen y había sido arrastrado a viajar por otros mundos. Sin embargo, ahora se dirigía a buscar la forma de viajar de nuevo, esta vez por voluntad propia. Todo aquello era una locura.
Notó la boca seca y le entraron ganas de beber algo de agua, sacó su botella y comprobó que esta ya estaba vacía, tendría ir a la cocina y rellenarla con agua del grifo.
Bajó por las escaleras, con cuidado de no hacer ningún ruido que pudiese despertar a su anfitriona. Entonces vio que la luz de la cocina estaba encendida y, cuando entró, vio que Hannah estaba allí.
—¿Tú tampoco podías dormir? —le preguntó ella al verlo.
—La verdad es que no. Llevo un buen rato dando vueltas en la cama, hasta que me he cansado y he bajado a beber algo de agua.
—Adelante, sírvete —le dijo ella—. Mi casa es tu casa —le señaló el grifo—. ¿Sabías que el agua que llega aquí es tan buena como el agua mineral?
—No, no lo sabía. Aunque lo cierto es que, aunque no lo hubiese sido, la bebería igual.
La chica le sonrió y Kevin se aproximó hasta el grifo. Dejó caer el agua en el interior de la botella, hasta que la hubo rellenado por completo, y después se la acercó a los labios para dar un largo trago. Cuando terminó, se despidió de la joven y se dio la vuelta para volver a su cuarto.
—¿Podrás dormir ahora? —le preguntó Hannah.
—No creo —admitió Kevin—, pero supongo que habrá que seguir intentándolo.
—Yo no tengo sueño, si quieres podemos charlar un poco más.
Kevin se quedó pensando en la propuesta por un momento y al final pensó que aquella alternativa sería, probablemente, mejor que seguir dando vueltas en la cama con inquietud. Por lo menos así estaría entretenido y no regodeándose en su insomnio.
—Bien, si te apetece —respondió.
—¡Genial! —exclamó ella con energía—. Pero vamos arriba, que estaremos más cómodos. ¡Ah! Y puedo subir algo para beber, algo mucho mejor que agua.
De aquel modo, regresaron al piso de arriba y fueron a la habitación de Kevin, donde se sentaron en la cama. Hannah había llevado con ella una botella de vino y dos copas, las cuales rellenó inmediatamente, para que bebiesen mientras conversaban.
Hablaron de tonterías y asuntos triviales, mientras no dejaban de reírse y la botella de vino se iba vaciando.
Después de tomar su segundo vaso, Kevin ya se notaba algo mareado y acalorado, aunque para nada somnoliento. De hecho, pese a ser bien entrada la madrugada, se sentía muy activo.
En un momento dado, la conversación dio un giro hacia temas más personales. La chica le contó sobre sus anteriores relaciones y le preguntó si él tenía pareja o la había tenido, a lo que Kevin le respondió que en su antigua ciudad, antes de que su grupo de amigos se separase, había tenido una novia, pero cuando se alejaron no pudieron mantener la relación a distancia.
Para cuando la primera botella se hubo acabado y una segunda estaba a mitad, los dos, completamente desinhibidos, no dejaban de reírse. Su dialogo había dejado de tener mucho sentido, hasta que la chica le hizo una nueva pregunta:
—Vale, en serio ahora —dijo Hannah, a pesar que la expresión de su rostro indicaba lo contrario—. ¿Cuál es el lugar más raro donde lo has hecho?
—No voy a contestar a eso —respondió Kevin, casi atragantándose con lo repentino de la pregunta.
—Venga, no seas cobarde.
—No es cobardía, es prudencia. No quiero ser el único que haga el ridículo. Si contestas tu primero, después lo hago yo.
—Muy bien ¡Entonces yo primero! —accedió la joven apresuradamente, como si de todas formas aquel hubiese sido su propósito desde el principio—. No es exactamente el lugar más raro, así que igual estoy haciendo trampas, pero valdrá. Aquí, lo raro esta en la situación, porque es con una persona que había conocido ese mismo día. Me dio pena porque estaba empapado y andando bajo la lluvia, lo invité a entrar en mi casa y enseguida conectamos.
—¿Cómo? —preguntó Kevin, algo mareado por el vino, pensando que no había entendido bien.
Pero no obtuvo respuesta, en lugar de eso, Hannah acercó su cara a la de Kevin y le besó en los labios.
Pese a la sorpresa inicial, Kevin no retiró la cara, le devolvió el beso a la chica, quien, al darse cuenta de que él no ofrecía resistencia, se dejó llevar completamente por el momento, pasándole los brazos por la espalda para traerlo más cerca. Sus besos pasaron a ser cada vez más profundos y apasionados, mientras ambos recorrían sus cuerpos con las manos.
La temperatura de la habitación iba en aumento y no tardaron en molestarles todas las prendas que llevaban puestas, ante lo que comenzaron a desvestirse el uno al otro, quedando los dos en ropa interior. Kevin abandonó los labios de la joven, solo para continua besando el resto de su cuerpo, comenzando desde el cuello de la chica y descendiendo lentamente hacia abajo, mientras ella emitía gemidos entrecortados. Hannah se tumbó de espaldas en la cama, mientras él le iba acariciando en cada rincón de su piel.
Ambos se estaban dejando llevar, dispuestos a continuar hasta el final. Pero entonces fueron súbitamente interrumpidos:
—¡Venga ya! —exclamó una voz desde la mochila de Kevin.
Al escuchar aquello, la chica se asustó y se incorporó de golpe en la cama, casi tirando a Kevin al suelo, al quitárselo de encima.
—¿Qué has sido eso? —preguntó ella—. ¿Hay alguien más en la habitación?
—No, claro que no. Habrá sido tu imaginación —mintió Kevin, sabiendo que quien había hablado había sido Efreet.
Pero su explicación no convenció a Hannah, quien se levantó y recogió su ropa del suelo, volviéndose a poner el pijama por encima.
—Estoy segura de que he oído una voz que venía de ahí —le dijo ella, señalando la mochila.
—¡Ah, eso! Habrá sido la radio, que a veces se enciende sola —mintió él de nuevo.
—¿La radio? —la chica no parecía muy convencida.
—Sí, de verdad. Solo ha sido eso.
La joven pareció dudar un momento, pero al final su rostro se relajó y volvió a sentarse en la cama, a su lado.
—Lo siento, habrá sido que el alcohol me ha confundido un poco —se disculpó ella por su reacción.
—No te preocupes, yo también me siento algo mareado. Si quieres volver a tu habitación a descansar…
Ante lo que ella volvió a sonreírle, antes de besarle de nuevo brevemente.
—Con lo que me ha costado que tomases la iniciativa —bromeó Hannah—. No voy a dejar que te escapes tan fácilmente.
Después, la chica se quitó la parte de arriba del pijama, dejando expuesto su sujetador otra vez y se puso a horcajadas sobre él, empujándolo hacia atrás con las manos. No tardaron en volver a entrar en calor, continuando por donde lo habían dejado antes de la interrupción, estudiándose el uno al otro con las yemas del los dedos.
Kevin se incorporó un poco y pasó su brazo por detrás de Hannah, buscando con los dedos el punto por donde abrir el sostén de la joven, a lo que ella reaccionó acercándose más a él para que pudiese maniobrar. Pero no pudo llegar a realizar esta tarea porque, en ese momento, el genio volvió a hacer de las suyas.
—¡Eh, imbéciles! —les insultó Efreet.
Entonces la chica volvió a ponerse en pie rápidamente, más asustada todavía que la última vez.
—Eso no ha sido la radio —dijo ella—. ¿Qué está pasando aquí?
Acto seguido, Hannah fue rápidamente hacia la mochila para comprobar por sí misma el origen de aquella voz.
Sin poder reaccionar a tiempo, Kevin intentó pedirle a la chica que se esperase. Trató de inventarse alguna otra excusa, pero no se le ocurrió nada. Rápidamente, se puso en pie él también, para evitar que la joven descubriese al genio. Pero al hacerlo, la habitación comenzó a ondular frente a su vista, se mareó debido a los efectos del alcohol y se cayó al suelo de golpe. No pudo llegar a tiempo hasta la mochila y, cuando consiguió volver a levantarse, Hannah ya tenía en la mano la botella que contenía a Efreet.
Kevin se quedó mudo, no sabía cómo explicar aquello. Frente a él tenía a aquella chica, quizás algo más delgada de la cuenta, en ropa interior, mirándole con cara de pocos amigos. No sabía cómo había podido escalar la situación de aquel modo. La había conocido solo unas pocas horas antes, y, de alguna forma, habían pasado rápidamente de un momento precipitado de pasión a enfrentarse el uno al otro.
Hannah permanecía en silencio, esperando a que él dijese algo. El problema es que no había nada que pudiese decir que no sonase a excusa mala.
—Es solo una lámpara —Kevin dijo lo primero que le pasó por la cabeza—. La encontré en un mercado y pensé que sería un buen regalo para un amigo de España al que le gustan las cosas raras.
—¿No esperarás que me crea eso? Mira, no sé de qué va todo esto, pero la noche se ha vuelto demasiado rara, no me siento bien y será mejor que vuelva a mi habitación.
—Sí, yo también estoy algo…
Pero antes de que pudiese terminar la frase, a Kevin le entró un repentino ataque de nauseas y tuvo que irse corriendo al cuarto de baño. Subió la tapa del inodoro y se inclinó hacia delante, dejando que todos los restos del vino que no había digerido todavía saliesen precipitadamente por su boca.
Definitivamente, había bebido demasiado y se encontraba fatal. Limpió aquello, se enjuago la boca y volvió hasta la habitación, descubriendo que la chica ya no estaba allí. Se tumbó en la cama y, en poco tiempo, se quedó dormido.
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