VI. NOCHES EN EMAIN ABLACH
1
Esta vez el viaje no fue tan accidentado como lo había sido en sus anteriores experiencias, Kevin ni siquiera se mareó. En un momento estaba en un lugar y unos segundos después había ido a parar a otro radicalmente distinto.
Se encontraba de pie, rodeado de altos y frondosos árboles. El escenario le produjo una ligera sensación de déjà vu. Recordó su primera visita en sueños al mundo de Alda y pensó que el bosque en el que había aparecido era muy similar a aquel donde había conocido a la chica. Aquello era un buen augurio, de momento parecía ser verdad que el mundo de las Sídhe guardaba parecido con el de los Fane.
Era de noche, pero no se encontraba a oscuras, un millar de luces iluminaba el entorno con múltiples colores fosforescentes. La luz provenía de diversos tipos de insectos, algunos posados sobre los troncos de los árboles y otros volando arriba y abajo. Todo ello convertía la visión del bosque en algo único, un espectáculo vibrante que hacía que Kevin se sintiese como si fuese el protagonista en un cuento de hadas. Además, el clima no podía ser mejor, podía pasar perfectamente sin la chaqueta, porque allí no hacía nada de frío, a diferencia del lugar del que venía, pero tampoco hacía calor, la temperatura era simplemente ideal. El aire era puro, inhalar profundamente era todo un placer, eso hacía que se sintiese enérgico y dispuesto para cualquier cosa.
Ahora que por fin había llegado a su destino, su próximo paso era encontrar a Alda. El único problema era que no sabía por dónde empezar a buscar y no quería terminar vagando sin rumbo por aquel bosque, del mismo modo en que lo había hecho por el desierto. Por lo que sabía del viento de Kalen, el instrumento procuraba llevarle siempre cerca de la población con la que su anterior dueño tuvo contacto en el pasado y, además, el lugar exacto variaba en función de los deseos de la persona que tocase la música. Cuando Kevin había utilizado la flauta, reproduciendo la canción que le había enseñado Kelpie, lo había hecho pensando en Alda, con la esperanza de que, de aquel modo, aparecería al instante donde se encontrase la chica. Sin embargo, a su alrededor solo veía árboles y no había ninguna señal de que hubiese nadie más en la zona.
De repente algo se agitó entre las ramas que tenía sobre su cabeza. Kevin levantó la vista y vio una sombra moverse rápidamente. Todo su cuerpo se puso tenso, preparándose para actuar en caso de que estuviese en peligro. Aquello que le había pasado por encima bien podía ser un animal salvaje, tenía que estar listo para un ataque, en cuyo caso lo único que podría hacer sería salir corriendo.
Volvió a percibir otro movimiento, seguido de dos más. Fuese lo que fuese lo que había ahí arriba, no estaba solo, había más de una criatura. Kevin empezó a girar sobre sí mismo, mirando en todas direcciones, ya que sentía que estaban acechándole.
—Déjame salir y yo me encargo de ello —sugirió el Djin.
—¿Eso sería antes o después de encargarte también de mí? —le respondió Kevin, sin abandonar su estado de alerta.
—Es increíble lo poco que confías en mí.
—Lo verdaderamente increíble es que no me deshiciese de ti cuando tuve la oportunidad. De todos modos, no hay por qué asumir que estas criaturas sean hostiles.
—Claro que no. Ya tendrás tiempo de asumirlo cuando estén devorándote vivo. Espero estar en un sitio con buena visibilidad cuando eso ocurra, realmente me encantaría verte agonizar mientras te destripan.
—¡Cállate! Necesito concentrarme —le pidió Kevin al Djin, al darse cuenta de que este le estaba distrayendo y no lograba ver con claridad el movimiento de las criaturas que le habían rodeado.
Entonces, una figura salió corriendo de entre los árboles, moviéndose rápidamente hasta su posición. Antes de poder reaccionar, Kevin sintió que la criatura le arrancaba la mochila de la espalda y se alejaba en dirección contraria emitiendo agudos chillidos. Había sido una especie de mono, no era un animal particularmente peligroso en apariencia, pero, aun así, había conseguido crearle un problema considerable.
—¿Qué está pasando? ¿Por qué nos movemos tan rápido? —preguntaba la voz de Efreet cada vez más lejana.
El mono le había robado sus posesiones a Kevin. Dentro de aquella mochila llevaba todos los víveres, el agua, el resto de su ropa, el líquido para hacer tiendas de arena, la botella que contenía al genio y, lo más importante de todo, el viento de Kalen.
Inmediatamente, salió corriendo en persecución de aquel animal para recuperar sus cosas. No tenía ninguna intención de volver a quedarse atrapado en otro mundo por una tontería como aquella. Avanzaba todo lo deprisa que podía, pero el suelo estaba lleno de obstáculos y no dejaba de tropezarse. Mientras tanto, el animal le sacaba cada vez más distancia.
Al final, sin aliento, Kevin tuvo que detenerse bruscamente, sintiendo que se estaba ahogando. Se maldijo a sí mismo por no haber sido más rápido, pensando que había perdido al mono. Pero, cuando ya prácticamente había perdido la esperanza de recuperar su mochila, escuchó un sonido que venía solo de unos metros por delante de él. El animal al que había estado persiguiendo estaba allí, se había parado y gritaba alegremente, quizás pensando que había despistado a su perseguidor.
Kevin vio que el peludo ladrón estaba en el suelo, jugando con su recién adquirido tesoro. El bicho tenia la mochila cogida por una de las asas y la agitaba en el aire de un lado a otro.
Pensó que, si le asustaba, el animal saldría corriendo de nuevo, y tal vez en esta ocasión se subiese a los árboles, quedando entonces fuera de su alcance. Al menos mientras el mono continuase en el suelo, a su altura, tenía una oportunidad de capturarlo. Su única baza sería cogerlo por sorpresa. Tendría que ir acercándose con mucho cuidado, escondiéndose tras las troncos, y cuando estuviese lo suficientemente cerca, saltar hacia delante para intentar usar todo su cuerpo para placarlo y evitar que el animal pudiese moverse.
Así pues, Kevin inició su plan y fue acercándose, caminando con muchísimo cuidado y procurando no pisar alguna ramita u hoja seca que pudiese hacer ruido y delatar su posición.
De pronto, el mono se quedó quieto y levantó la cabeza, husmeando a su alrededor. Al parecer, el animal se había percatado de algo y se había puesto en alerta.
Kevin dejó de moverse y contuvo la respiración, esperando que el mono volviese a relajarse antes de seguir avanzando. Unos breves instantes después, su presa bajó de nuevo la cabeza y continuó con lo que estaba haciendo, arrastrado la mochila con entusiasmo.
Finalmente, Kevin llegó hasta un lugar que consideró apropiado. Pensó que si intentaba acercarse más el animal se daría cuenta. Ahora solo quedaba esperar hasta que el mono le diese la espalda y entonces saltaría sobre él antes de que supiese lo que había pasado. No debería ser muy difícil, suponía que si el mono se veía en peligro optaría por soltar la mochila y salvar su propia vida.
Tomó aire, contó hasta tres y saltó desde su escondite hasta el animal, con los brazos hacia delante para atraparlo. Pero fracasó, falló por unos escasos centímetros, los cuales el mono aprovechó rápidamente para volver a darse a la fuga.
Desde el suelo, tirado en la posición en que había caído, Kevin vio que su presa se alejaba hacia el árbol más cercano, con la intención de escalar hasta la copa y desaparecer para siempre, llevándose con él todas sus pertenencias. Pero cuando el mono estaba a punto de comenzar a trepar, un objeto apareció volando desde lo alto y golpeó al animal en la cabeza, dejándolo inconsciente al instante.
Después de aquello, una persona cubierta de pieles bajó hasta el suelo, descendiendo de uno de los troncos cercanos, fue hasta al cuerpo del mono y recogió tanto el animal como la mochila. Hecho esto, se acercó hasta donde estaba Kevin, todavía tumbado en el suelo, extendió el brazo y le acercó la mochila, para que pudiese recuperarla.
Kevin recogió sus cosas, tomándolas de la mano del desconocido. Estaba a punto de agradecerle el gesto, cuando la otra persona se le adelantó.
—Creí haberte dicho que no debías separarte nunca de la flauta —le dijo Alda, mientras se retiraba la capucha de pieles que le cubría la cara, revelándole así su identidad.
Al reconocerla, Kevin se levantó de un salto y corrió a abrazar a su amiga, a lo que ella respondió devolviéndole el gesto.
—¿Qué haces aquí? ¿De dónde has salido? —le preguntó a la chica, todavía sorprendido con su oportuna aparición.
—Eso debería preguntártelo yo a ti. Cuando nos separamos en la ciudad Djin, pensé que no volvería a verte.
—Sí, bueno. Las cosas se torcieron bastante, hasta el punto que llegué a preguntarme si habrías llegado hasta aquí a salvo.
—¿Qué quieres decir?
Entonces, Kevin le contó a la Fane todo lo que había pasado desde que se despidieron. Le habló de la traición de Iblis y de su apresurada huida de aquel mundo. Le dijo que por ese motivo había estado dudando sobre la seguridad de ella, porque pensaba que era posible que los Djin hubiesen actuado también en su contra. Además, no se había quedado tranquilo sin comprobar que el lugar al que había ido sería de su agrado. Después, le habló de cómo había ido a una parte distinta de su propio mundo y de cómo allí había tenido que buscar a un monstruo legendario, que al final se le había aparecido con la forma de un niño y le había ayudado a abrir el portal adecuado.
Le contó toda la historia con minucioso detalle, pero, por algún motivo, omitió su encuentro con Hannah. No se sentía cómodo hablándole a Alda de aquella chica inglesa y lo que había ocurrido entre ellos.
—Me alegro de volver a verte —admitió Alda—. Aunque no tenías que haberte tomado tantas molestias. Ya te he causado suficientes problemas. Como puedes ver, no tienes de qué preocuparte. No podría estar mejor en este mundo, se parece mucho al lugar de donde yo vengo. Aquí tengo altos árboles a los que trepar, puedo disfrutar de la naturaleza como lo hacía antes y, además, las Sídhe son muy agradables y se han portado fenomenalmente conmigo.
—Eso es estupendo. Pero, ya que estoy aquí, ¿no te importa que me quede un poco más y lo compruebe por mí mismo? Solo para asegurarme de que no hay ningún peligro oculto ni nada parecido.
—Me halaga tu preocupación y aprecio lo que haces, aunque no creo que sea necesario. De todos modos, por supuesto que puedes quedarte por aquí todo el tiempo que quieras.
—Bien, pues aclarado el asunto, estaría bien que me enseñases el lugar y todo eso —sugirió Kevin.
—Claro, ven conmigo y te llevaré hasta el poblado.
—Iré justo detrás de ti. Por cierto, aun no me puedo creer la casualidad de que aparecieses justo cuando lo has hecho.
—Sí, ha sido todo un golpe de suerte. La verdad es que ni siquiera te había visto hasta que he derribado al Sun.
—¿Quieres decir el mono?
—¿Así lo llamas tú? —le preguntó Alda, levantando con la mano al animal que todavía llevaba sujeto por el rabo.
Kevin se quedó mirando el cuerpo de aquel ser con más atención y se dio cuenta de que, lo que le había parecido un mono, era algo distinto de los que él conocía de su mundo. Este animal, aunque compartía ciertos rasgos con los monos, tenía otras características que le indicaban que era una especie distinta. El detalle más destacable era una especie de trompa alargada, en el lugar de la nariz, que el bicho llevaba enrollada por el cuello, como si fuese una bufanda.
—Así llamamos en mi mundo a los animales que son parecidos a este —explicó Kevin—. Aunque no es del todo igual. En cualquier caso, ¿qué hacías golpeando a un animal con piedras desde los árboles?
—Eso es debido a mi entrenamiento. Como te he dicho, los habitantes de este mundo me han acogido como si este fuese mi hogar, pero bajo una condición, y es que tengo que aprender sus costumbres y tengo que ser capaz de poder subsistir por mi cuenta, al igual que lo hacen ellos. Eso quiere decir, entre otras cosas, que tengo que construir mi propia casa y cazar comida para contribuir con el resto del pueblo.
—¿No es eso un poco duro para una recién llegada?
—No, para nada. En realidad, este era el primer día que me dejaban ir de caza. Desde que llegué, me han estado enseñando sobre las distintas plantas de la zona, los animales y otras cosas. No es que me hayan lanzado en medio del bosque por las buenas, sin preparación.
—¿Y esas pieles que llevas por encima? ¿Creía que no te gustaba ir demasiado cubierta?
—Oh, ¿esto? —dijo ella, mirándose hacia las prendas que llevaba puestas—. Es camuflaje, así puedes coger a los Sun sin llamar la atención. Además, las pieles están impregnadas con el olor de los animales, para que les cueste más detectar mi presencia.
—Vaya. Parece que te estás adaptando rápidamente a este mundo —dijo Kevin, sorprendido.
—Hago lo que puedo —respondió la chica con modestia, aunque con algo de rubor en las mejillas.
Continuaron hablando un poco más, mientras caminaban en dirección al poblado de las Sídhe. Casi toda la conversación versó sobre el nuevo modo de vida de la Fane y cómo le habían recibido las gentes. Al parecer, tal como había dicho la anciana a la que sacaron de la prisión Djin, los residentes de aquel mundo sí que trataron a Alda como a una heroína, haciéndole una gran fiesta cuando llegó y agradeciéndole haberle devuelto a un respetado miembro de su comunidad. Ella no había tenido ningún problema para integrarse y todo el mundo la trataba como si fuese uno más de ellos y no una criatura de otra especie. Kevin se sintió mal cuando pensó en ello, porque se daba cuenta de que él sí que le había dado un trato distinto a la Fane del que le hubiese dado a otro ser humano. Eso le hacía pensar que, después de todo, era posible que el mundo de las Sídhe sí que fuese el mejor lugar para Alda. Allí nadie la juzgaría simplemente por ser ella misma.
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