VI. NOCHES EN EMAIN ABLACH
2
—Ya casi estamos —adelantó Alda cuando llevaban algún rato andando entre los árboles—. Ten cuidado ahora y detente cuando te lo pida.
Kevin asintió con la cabeza, haciéndole ver a su compañera que había entendido las instrucciones, y continuó avanzando con más cautela, aunque sin ser consciente de la razón para ello.
De pronto, la Fane le indicó que se parase, haciéndole un gesto con la mano. Kevin hizo lo que Alda le pedía y se detuvo, a tiempo para ver el sobrecogedor paisaje que había aparecido repentinamente. El bosque había acabado de forma abrupta. Ya no había más árboles, en lugar de ello había una pendiente vertical que marcaba el comienzo de una brecha en la tierra de unos cincuenta metros de longitud. Más allá del barranco, al otro lado, la tierra volvía a estar a la misma altura, otra vez cubierta con árboles y con lo que parecían ser unas estructuras construidas sobre los árboles. Kevin supuso que lo que veía en la distancia era el poblado de las Sídhe, aunque no podía imaginarse de qué forma iban a sortear el precipicio y llegar hasta allí, no sin descender antes hasta el fondo rocoso que se veía por debajo.
—¿Cómo se supone que vamos a llegar hasta al otro lado? —le preguntó a la chica.
—Mira hacia allí —le indicó ella, señalando con el dedo un punto en medio de la grieta.
Ahora que habían salido de entre la densa vegetación, Kevin era capaz, por primera vez, de ver el cielo nocturno. Había una gran luna en lo alto y las estrellas brillaban con fuerza, logrando en conjunto que la visibilidad no fuese del todo mala a pesar de la oscuridad. Aun así, por más que miraba a un lado y a otro, no veía forma alguna de cruzar por aquel precipicio.
—Alda, no veo nada que…
—¿Confías en mi? —le interrumpió la chica.
—Sí, claro. No hace falta ni que lo preguntes.
—Entonces fíjate con atención y lo acabarás viendo.
Kevin se concentró fijamente en el punto que le había indicado la Fane. Al principio no vio que hubiese nada fuera de lo común allí, solo tenía la misma brecha por delante. Entonces se dio cuenta de que había algo distinto, por alguna razón había una parte del abismo, en medio del aire, que brillaba. No se había dado cuenta antes porque había pensado que el brillo se debía simplemente a que algunos de esos insectos luminiscentes estaban volando por ahí. Ahora se percataba de que, en efecto, había insectos, pero no estaban moviéndose, sino que estaban quietos, como si estuvieran posados sobre alguna superficie.
—¿Qué es eso? ¿Cómo es que esos insectos están flotando? —le preguntó Kevin a su compañera.
—Ven, vamos a acercarnos hasta allí y te darás cuenta.
Avanzaron por el borde del precipicio hasta ponerse justo delante del sitio donde comenzaban a verse lucecitas. Una vez hubieron llegado hasta allí, Kevin todavía no lograba discernir cuál era el truco. ¿Había algo invisible quizás?, se preguntó a sí mismo. Entornó los ojos y fue cambiando el ángulo de la cabeza, buscando un punto de referencia que revelase lo que estaba oculto. Al final, gracias a un reflejo causado por las luces, le pareció distinguir una forma, no invisible, sino transparente. Sin embargo, no estaba del todo seguro. Para terminar de comprobar su teoría, se le ocurrió que podía adelantarse un poco y tocar la estructura que creía haber visto. Dio unos pasos hacia el borde y extendió la mano hacia delante, todo ello procurando no mirar hacia abajo, para no asustarse con la altura. Antes de llegar a tocar nada, se detuvo un momento, pensando que igual estaba a punto de cometer una imprudencia.
—¿Puedo tocarlo? —dijo, pidiéndole permiso a Alda.
—Adelante, ya verás lo que pasa.
Lo hizo, aproximó un poco más la mano hasta que tocó algo. Era una especie de cuerda o cable de bastante grosor, no era rígido del todo ya que presentaba cierta elasticidad. Dio un golpecito e hizo vibrar lo que estaba tocando. Al hacerlo, todos los insectos que estaban posados sobre la estructura transparente salieron volando de golpe. Entonces, entre la vibración y las luces en movimiento, Kevin pudo por fin ver con claridad lo que tenía delante de él.
Era un puente colgante, todo construido con cuerdas de aquel translucido material, que, al estar completamente parado y por la noche, hacía que no pudiese ser percibido a simple vista. A Kevin le pareció que debía ser un método bastante efectivo de mantener alejados tanto a los animales como a visitantes no deseados. Aunque no podía evitar preguntarse de qué estaría fabricado aquel ingenio, ya que la textura no era parecida a ningún material que conociese, estaba caliente al tacto y era suave.
Alda le confirmó que para llegar hasta el poblado primero tendrían que cruzar por aquel puente.
Al estar la chica más acostumbrada a pasar por allí, ella fue delante y Kevin la siguió de cerca, intentado pisar todo el rato en el mismo sitio en el que Alda ponía sus pies. Sentía que toda la estructura temblaba y se balanceaba en el aire, haciendo que el corazón le latiese a mil por hora. El puente parecía estable pero, aun así, estar pisando unos cables transparentes que le permitían ver el profundo abismo que tenia a sus pies, no era algo que le transmitiese demasiada seguridad. El camino se le hizo eterno, procuraba no mirar hacia abajo, pero no podía controlar a sus ojos, que se inclinaban constantemente de forma involuntaria. La experiencia fue terrible. Nunca antes había tenido miedo a las alturas, pero aquello había sido distinto, la sensación de estar flotando en el aire, a punto de precipitarse al vacío, era demasiado intensa.
Finalmente, cuando llegaron al otro lado a salvo, Kevin se alejó inmediatamente del borde del precipicio, buscando terreno firme. Se sentó en el suelo, dejando que su cuerpo se tranquilizase y sus rodillas parasen de temblar.
Tras descansar brevemente, cuando se hubo sentido mejor, se puso en pie y le dijo a Alda que estaba liso para continuar. La chica volvió a marcar el paso, caminando por delante, para llevarle hasta el poblado. No tuvieron que andar mucho más, ya que solo unos metros más adelante comenzaron a ver las primeras edificaciones.
Los edificios de las Sídhe era cabañas en lo alto de los árboles, solo que no estaban construidas, sino más bien daba la impresión de que las ramas hubiesen crecido dando forma a esos habitáculos. Cada vivienda tenía puerta, ventanas, y una escalera para subir hasta lo alto, pero nada de ello parecía hecho a mano, todo era natural, como si el mismísimo bosque les hubiese creado expresamente a aquellas criaturas todo cuanto necesitaban.
Al principio vieron solo unas pocas casas diseminadas aquí y allá. Después comenzaron a aparecer agrupadas y en mayor numero, cada vez con más frecuencia, hasta que los árboles dejaron de parecer árboles, dando la impresión de que habían dejado el bosque atrás y se habían adentrado en una bulliciosa urbe, solo que, en vez de tener los tonos grises del hormigón y el cemento habituales, estaba coloreada de marrones y verdes.
Aquel no fue el único cambio en el paisaje, conforme se fueron adentrando en el poblado empezaron a cruzarse con quienes debían ser las Sídhe. Kevin reconoció a las criaturas porque todas tenían el mismo color violáceo de piel que ya había visto antes en la anciana del mundo de los Djin. Sin embargo, había algo que no le terminaba de encajar, cuando Alda le había hablado de esos seres, siempre lo había hecho refiriéndose a ellos en femenino, pero fijándose en todos con los que se cruzaban, Kevin se dio cuenta de que únicamente veía hombres. Pensó que quizás ello se debiese a que las mujeres estaban en las casas o bien se encontraban en el bosque cazando. Hasta que no tuviese más información sobre las Sídhe, no podría conocer el motivo de aquel desequilibrio.
—¿Pasa algo? —le preguntó Alda, quien debía haberse dado cuenta de que estaba extrañado por algo.
—No, nada. Había esperado que las Sídhe fuesen mujeres. Ya sabes, como siempre me has hablado de ellos… de ellas, en femenino. Supongo que me ha resultado algo desconcertante ver que estaba equivocado.
—Piénsalo de este modo —le pidió Alda—. A los seres humanos se les denomina en masculino y, sin embargo, no sois todos hombres.
—Supongo que tienes razón —tuvo que admitir Kevin ante tan aplastante argumento—. Es solo que no estoy acostumbrado y me hago un lío con el género, nada más.
—Lo entiendo. Es cierto que la mayoría de los hijos de los altos linajes también denominan a su especie con el género masculino, unos pocos usan el femenino y, en menor cantidad todavía, hay quienes usan ambos. También hay sociedades asexuales donde, por razones obvias, no necesitan el género. La denominación de estas últimas sí que puede resultar bastante confusa.
Kevin se rió ante el comentario de la chica, pero ella le miró con seriedad, como si no entendiese su reacción.
—¿He dicho algo divertido? —quiso saber Alda, al no saber el motivo del repentino ataque de risa.
—No, lo siento —se disculpó Kevin—. Es que creía que habías hecho una broma.
—Oh, ya veo. Todavía hay muchas cosas que no entiendo de tu forma de ver el mundo.
Kevin se sintió mal por haberse reído, pero por un momento había olvidado con quién estaba hablando y había pensado que la Fane había intentado agregar un comentario gracioso durante su explicación. Tuvo que recordarse que no estaba hablando con otro ser humano. Le vino a la cabeza el recuerdo de Hannah, ella hubiese sido capaz de usar ese sentido del humor mordaz, pero Alda era demasiado seria cuando hablaba sobre determinados asuntos. Tomó nota mental de eso, esperando no volver a meter la pata en un futuro. La próxima vez que la Fane le contase algo como aquello, tendría más cuidado para no tomarse a broma una información que fuese simplemente un dato curioso.
Notó que la gente había comenzado a seguirles, al principio habían sido solo unos pocos individuos, pero llegó un momento en que había una gran multitud caminando tras ellos, a su mismo ritmo. Le comentó aquello a Alda y ella le dijo que las Sídhe únicamente sentían curiosidad por saber quién era el recién llegado.
—Son demasiado educadas como para molestar a otra persona sin permiso —explicó la chica—. No pueden simplemente acercarse y preguntarnos. Probablemente esperaran a que nosotros les digamos algo.
—¿Y cuándo vamos a hacerlo?
—Pronto responderemos a sus preguntas. Pero antes deberías hablar con las ancianas de la aldea. Son las personas más sabias por aquí y el resto de habitantes les tienen un gran respeto, ellas nos indicarán la mejor manera de actuar. Además, cuando llegué les tuve que contar parte de nuestro viaje, con lo que ya saben algo de ti y del viento de Kalen. Estoy segura de que las ancianas también estarán ansiosas por conocerte.
—¿Es eso prudente? ¿Haberles hablado de la flauta?
—No te preocupes. Esta gente no es como los Djin, podemos confiar en ellas.
Kevin fue guiado por Alda a través del poblado, hacia la zona central. Allí se alzaba la mayor construcción de todas, se trataba de un conjunto de tres árboles, completamente pegados entre sí, cuyas ramas se iban entrelazando hacia arriba, formando una gran esfera en lo alto. Según indicó Alda, aquel se trataba del hogar de las ancianas. Era el lugar donde acudían las Sídhe en busca de la sabiduría de sus mayores y, además, cumplía las funciones de templo, donde los habitantes podían reunirse para alcanzar una mayor unión con la naturaleza.
A Kevin todo aquello le pareció espectacular. Solo podía comparar con lo que había en su propio mundo y lo que había visto en la ciudad Djin, pero sin lugar a dudas la arquitectura de las Sídhe era la que más le gustaba, por ser la que parecía menos artificial, sin por ello perder encanto o tener que ser más modesta.
Continuó con la Fane por una escalera que ascendía rodeando los troncos centrales de la estructura. Vio que todos los curiosos que les habían estado siguiendo se quedaron abajo. Eso le produjo cierto alivio, no le gustaba la sensación de tener a alguien detrás constantemente, vigilando todos sus movimientos.
Ya en lo alto, se introdujeron en el interior de la esfera, donde Kevin descubrió que el recinto no se trataba de una única estancia, sino que había distintas salas diferenciadas. Continuaron avanzando, dejando atrás paredes hechas de ramas, hasta que entraron en una habitación pequeña aunque acogedora, donde se encontraban reunidas tres Sídhe ancianas. Una de las mujeres era la misma a la que habían conocido en la ciudad Djin, y que había acompañado a Alda hasta aquel mundo.
—¡Ah! El portador del viento de Kalen —exclamó la anciana cuando les vio entrar—. Mis hermanas y yo estábamos esperando tu visita.
—¿Sabías que iba a venir? —preguntó Kevin.
—Desde luego. Desde el momento que nos conocimos supe que estábamos destinados a encontrarnos de nuevo. Después de todo, tu misión como guardián del instrumento es la de viajar por los mundos y aprender de ellos para que su historia no se pierda.
—Pero yo solo he venido para comprobar que Alda hubiese llegado a salvo.
—Quizás sea así, puede que ese fuese tu propósito inicial, pero el caso es que estás aquí. Aunque no haya sido de forma intencionada, estás cumpliendo con tu misión.
—No entiendo todo lo que me estas contando. La verdad es que es que este ha sido mi último viaje, cuando deje este mundo no volveré a utilizar la flauta.
—Veo que todavía te resistes. No importa, eres joven y acabas de empezar a descubrir que hay más en ti mismo de lo que jamás hubieses imaginado. Es posible que te lleve algún tiempo, pero acabarás aceptando tu destino.
Kevin no dijo nada más sobre el tema, se dio cuenta de que aquella era una discusión que no iba a ganar, de modo que lo mejor que podía hacer era dejar estar el asunto. Su compañera debió darse cuenta de que estaba pasando un apuro por las preguntas de la anciana, con lo que decidió tomar la iniciativa y redirigir la conversación.
—Hemos venido para que decidáis la mejor manera de presentar a Kevin al pueblo —explicó Alda—. Y para que podáis enseñarle más cosas sobre vosotras.
—Sobre “nosotras”, querida —corrigió la anciana—. Deberías decir sobre nosotras. Ahora eres una de las nuestras.
—Lo siento —se disculpó la Fane—. Tienes razón. Le he traído para que pueda aprender más sobre nosotras.
Aquel pequeño incidente le resultó extraño a Kevin, no sabía muy bien a qué se debía, pero no terminaba de gustarle la forma en que había sonado todo eso. Sin embargo, era sorprendente la facilidad con la que las Sídhe habían adoptado a Alda, aun perteneciendo ella a un mundo distinto con el que no habían mantenido contacto desde hacía quizás milenios.
—Es agradable ver la rapidez con la que habéis aceptado a Alda —comentó Kevin, expresando sus pensamientos en voz alta.
—No podía ser de otro modo. Tu amiga no solo me ayudó a regresar con mi gente, sino que su presencia aquí representa una bendición para todo nuestro pueblo.
—¿Una bendición?
—Como mínimo. La llegada de Alda puede ser lo que nos dé nueva vida. Las Sídhe estaremos para siempre en deuda por su…
Entonces la Fane interrumpió súbitamente las palabras de la anciana, sin dejarla terminar la frase.
—Velenna por favor, no sigas. Si continuas halagándome me voy a ruborizar —pidió Alda a la anciana.
La Sídhe sonrió y después asintió con la cabeza, dando a entender que no continuaría embarazando a Alda de aquel modo. A Kevin aquello le pareció más raro todavía. Su amiga no era el tipo de persona que sintiese vergüenza con facilidad, más bien parecía que la interrupción se debía a que la chica quería evitar que la anciana dijese algo. Quizás se estaba imaginando cosas, pero de todos modos, pensó que intentaría indagar sobre aquella cuestión más adelante, cuando estuviese a solas con Alda.
La anciana cambió de tema y les dijo que de forma inmediata abordaría el problema con el que habían acudido a ellas. Después, la mujer abrió una puerta que había en la habitación y les pidió que la siguiesen al exterior. Aquella salida daba a un balcón situado en el borde de la esfera, un lugar que les daba un punto de vista privilegiado de todo el poblado, de los árboles que conformaban las casas y de los habitantes.
Desde allí, Kevin miró hacia abajo y vio que las Sídhe que les habían seguido continuaban en el mismo lugar donde las habían dejado al subir los escalones, aunque el grupo era todavía mayor. Todos los habitantes estaban mirando hacia lo alto, en dirección al sitio donde se hallaban ellos, de forma expectante. Sin embargo, todas aquellas personas no tuvieron que esperar demasiado, puesto que enseguida la anciana comenzó a hablar en voz alta, dirigiéndose a todas las Sídhe.
—Hermanas mías —comenzó Velenna—. Me dirijo a vosotras para hablaros de los nuevos acontecimientos que han tenido lugar. Como todas sabéis, recientemente fui rescatada de los Djin gracias a la ayuda de nuestra apreciada Alda, pero ella no realizó sola esa tarea, fue ayudada por el joven humano que tengo a mi lado.
Se escucharon algunos murmullos y comentarios provenientes de entre la muchedumbre. Aunque, desde donde se encontraban, era difícil entender lo que decían. Parecía que la gente estaba emocionada con la llegada de Kevin y querían que les contasen más sobre su papel en el poblado.
—Supongo que habréis escuchado rumores —continuó la anciana—. Tengo que deciros que probablemente lo que hayas oído sea verdad. Este ser humano es el nuevo portador del viento de Kalen.
Cuando la mujer dijo esto, la gente empezó a aplaudir y a lanzar gritos de alabanza. Kevin no sabía la razón de todo ello, no podía creerse que todas aquellas personas estuviesen así de contentas simplemente porque él se encontrase allí. Quizás estaban esperando demasiado de él, o pensasen que iba a ser algún tipo de héroe. Lamentaba tener que decepcionar a todas aquellas criaturas, pero su propósito no había cambiado, en cuanto estuviese seguro de que aquel era el lugar idóneo para su amiga, volvería a casa y trataría de olvidar todo el asunto. En su futuro no había sitio para viajes a mundos extraños y encuentros con seres fantásticos, aunque la anciana Sídhe pensara lo contrario.
—Por favor, escuchadme —rogó la Sídhe—. Nuestro invitado va a permanecer un tiempo junto a nosotras, su nombre es Kevin y seguramente no le importará responder a cualquier pregunta que queráis hacerle, siempre y cuando lo hagáis respetuosamente y de forma comedida. Queremos que se sienta a gusto en nuestro poblado, eso dependerá de cómo obremos, por ello os pido vuestra cooperación para que el portador del viento de Kalen se lleve una buena impresión de las habitantes del antiguo bosque de Emain Ablach.
Tras estas palabras, los aplausos se hicieron más fuertes que la vez anterior, lo cual duró unos pocos minutos. Cuando el ruido cesó, todas las Sídhe comenzaron a dispersarse poco a poco, volviendo a su rutina habitual, algunas de ellas en pequeños grupos, seguramente comentando el discurso.
—Un asunto resuelto. Ya no tendréis que preocuparos por la curiosidad de mis hermanas. Ahora que te he presentado oficialmente al pueblo, te tratarán con cortesía y no te molestarán durante tu estancia —les explicó Velenna—. A cambio, lo único que tendrás que hacer es ser amigable con mi gente y responder a sus dudas. Seguramente querrán conocerte a ti y a tu mundo.
—Muchas gracias —dijo Kevin—. Intentaré estar a la altura de tu generosidad y de la del resto de las Sídhe. Y, desde luego, si alguien siente interés sobre mi persona o el lugar de donde vengo, intentaré responderles lo mejor que pueda.
—Una respuesta digna del portador del instrumento. Puede que estés dando los primeros pasos en el camino para aceptar tu destino.
—Quién sabe —respondió Kevin vagamente, para eludir una nueva discusión—. En cualquier caso, ¿dónde me alojaré mientras permanezca aquí? —preguntó, cambiando de tema.
—Tienes varias opciones. Hay algunas estancias libres en este mismo edificio, tenemos una casa vacía a las afueras del poblado, o si lo prefieres puedes quedarte en la casa de tu amiga, ella también tiene espacio suficiente para alojarte. En mi opinión, lo mejor que podrías hacer sería escoger la casa de las afueras, allí estarías tranquilo y nadie te molestaría. Aunque, si lo que quieres es conocer la nueva vida de Alda, imaginó que optarás por permanecer junto a ella.
—Así es —admitió Kevin—. Hemos pasado por muchas cosas juntos y creo que me sentiría más cómodo alojándome con alguien en quien confío plenamente, antes que haciéndolo por mi cuenta, en un lugar que no conozco.
—Perfectamente comprensible. Muy bien, entonces creo que podemos dar nuestro encuentro por finalizado de momento. Tienes aspecto de estar agotado y me imagino que querrás descansar. Dejaremos que Alda te lleve hasta su casa. Mañana podrás visitar el poblado y por la noche tendremos la ocasión de hablar de nuevo, para que me cuentes tus impresiones.
Kevin se despidió de las tres ancianas, agradeciéndoles su hospitalidad, y se fue de allí, siguiendo a Alda una vez más.
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